Capítulo 8:
ARLETTE:
Mi mundo vuelve a la normalidad para el viernes. Hice bien faltando ayer. Ni siquiera me miran, el incidente del miércoles pasado de moda, mientras camino por el pasillo. Me gustaría decir que lo han superado, pero sé que probablemente han sido amenazados por el director, en nombre de mi padre, sobre hablar de ello. No me dio tiempo de comer en casa porque me levanté tarde. Francesco se quedó jugando ajedrez con Flavio y conmigo durante toda a noche, se podría decir que lo corrompimos, por lo que me dirijo a la cafetería antes de ir a mis clases.
Ya casi no hay estudiantes cuando entro, pero gran parte de los pocos que hay desaparecen cuando me ven. Miro hacia abajo, comprobando que nada esté mal con mi vestuario, antes de continuar mi camino hacia la caja. Mi falda roja está perfectamente planchada. Mi camisa blanca igual. Tomo un paquete de galletas de mantequilla y leche achocolatada. La encargada alza una ceja, pero aún así toma y pasa mi tarjeta de crédito.
─Qué nutritivo.
Me encojo de hombros.
─Mis niveles de azúcar están bajos.
Ya que solo faltan cinco minutos para que suene la campana y ya están echando a las personas de aquí, tomo mis audífonos y escucho una canción que oí la noche del club. I'm a Mess de Bebe Rexha. No es lo que suele gustarme, adoro los clásicos, pero la letra me envuelve. Tomo mi leche y la abro para meter una pajita una vez guardo mi teléfono en el bolsillo de mi falda. En lugar de ir hacia el pasillo paso desapercibida entre dos jugadores del equipo de fútbol y empujo la puerta de la cafetería que da con el basurero. Estoy por sentarme en uno de los dos escalones que hay que subir para acceder del otro lado cuando percibo movimiento detrás del contenedor. Me enderezo arrugando la frente. Papá paga alrededor de treinta mil dólares mensuales de colegiatura.
Esta no es precisamente zona de vagabundos.
─¿Hola? ─suelto cuando me acerco y veo lo que está sucediendo.
La chica con la que choqué el día que arrojaron mi estuche de maquillaje en el baño está buscando restos de comida entre las bolsas. Sus mejillas se sonrojan cuando me nota, sus manos soltando el panecillo casi intacto que consiguió, luciendo como la personificación de la miseria.
─Yo... yo...
─Eres becada, ¿no?
Asiente.
─Sí.
─Deberían darles crédito para comida también. ─Le ofrezco mi paquete de galletas─. Toma. Ni siquiera las he abierto.
Ella retrocede.
─No, gracias, yo...
Alzo las cejas antes de sentarme dónde tenía previsto hacerlo.
─¿Tienes una opción mejor en el menú?
─No ─admite acercándose y tomándolas con desconfianza─. Gracias.
Le sonrío cuando se sienta a mi lado, ofreciéndole mi mano. Ella la toma y la aprieta con suavidad antes de descender la mirada a sus vaqueros viejos. No del tipo de viejo a la moda, sino de realmente viejos.
─Arlette Cavalli.
─Verónica Michaels.
─Es una combinación curiosa. ¿Asumo que hablas español?
─Sí ─contesta devorando una galleta, un gemido escapando de sus labios─. Padre gringo. Madre guatemalteca.
Otro resultado desastroso producto de la mezcla de culturas diferentes.
─Mi madre era rusa ─suelto como si tuviera que decirlo─. Padre italiano.
Sin contestar, lo que agradezco, afirma antes de continuar comiendo en silencio, por lo que doy por finalizada nuestra conversación hasta que señala los audífonos colgando a modo de collar alrededor de mi cuello.
─¿Qué escuchas? Suena bien.
Sonrío al identificar la melodía de una de las canciones que Francesco puso en mi teléfono anoche. Natural de Imagine Dragons. Coloco uno de ellos en su oído. Escuchamos la letra, por un segundo conectadas, hasta que la campana nos regresa a la realidad y entramos tomando caminos diferentes, pero que por alguna razón se entrecruzaron.
No creo en Dios, pero creo en el destino.
****
─¿Te sientes bien? ─pregunta Miriam entre mi segunda y primera clase.
No hay receso entre ellas, pero le pedí permiso a mi profesor de negocios internacionales, otra optativa, para ir a la enfermería por mi dosis.
─Sí, gracias ─respondo aceptando las dos píldoras en su mano, las cuales trago con el vaso lleno de agua que me da.
Le enseño mi lengua y boca vacía después. Se ve complacida con ellas.
─Pensé que no vendrías. Estaba a punto de llamarte por el micrófono.
─Miriam, cualquier cosa que te haya dicho Francesco o papá está mal. ─Me levanto de la camilla en la que hizo que me sentara. Ajusto mi suéter antes de salir─. Nunca dejaría mis pastillas. Solo las olvidé ese día.
Asiente.
─Luces como una chica lista. ─Abre la puerta para mí─. Pero tengo años trabajando con personas como tú. No me importa que seas una niña. Tienes su mirada. Amas tu vida. Eso ya es peligroso por sí solo. No aceptaré la responsabilidad de creerte, lo siento.
Endurezco la mandíbula antes de irme sin replicar.
Mientras se limite a hacer su trabajo todo está bien.
****
Bartolomé es el nombre del chico que todos han estado molestando durante el almuerzo desde que empezamos el año. Puedo no estar interesada en lo que sus voces transmitan, pero mi sentido de la audición sigue funcionando. Sé que lo excluyeron del equipo de fútbol por sus bajas calificaciones. Sus amigos ya no le hablan porque tiñó su cabello, haciéndolo verde, por una apuesta tras la que decidió dejarlo así, lo que es ridículo tomando en cuenta que sigue manteniendo el mismo status en Chicago fuera de aquí. Busco a Verónica con la mirada, esperando encontrarla e invitarla a comer, pero no la hallo por ninguna parte.
Nunca me ha interesado hacer amigos, pero después de salir con Francesco y no haberlo pasado tan mal con Kai y Emi, de darme cuenta de puedo sacar aliados para toda la vida de aquí, cambié de opinión.
─Loca ─suelta la perra del estuche cuando pasa a mi lado.
Por primera vez en años me detengo.
Ceso el camino hacia mi mesa y me doy la vuelta para responder.
─Pobre perra estúpida ─escupo.
Sus amigas se tensan. Toda la cafetería, en realidad.
En lo que a ellos concierne mi padre es un hombre rico que podría destrozar a los suyos con una llamada. Aunque no es la verdad, es la verdad suficiente para hacer que me teman.
Ella se da la vuelta, sonriendo, sed de sangre en sus ojos.
─¿Qué dijiste?
─Pobre. ─Doy un paso hacia ella─. Perra. ─Relamo mis labios─. Estúpida.
Meterme en problemas no estaba en mis planes, pero nadie quiere ser amigo, mucho menos tener como aliado, de un débil. Verónica es la prueba viviente de ello. En este momento necesita a alguien que sienta que puede cuidar de ella, no que se deje pisotear por una ignorante sin idea de con quién se mete o de lo que de repente podría pasarle accidentalmente a ella y a toda su familia si me toma del humor equivocado.
─¡Escuchen todos! ─grita terminando de captar la atención de los demás─. Después de todos estos años finalmente la loca aprendió a comunicarse. Adorable. Estamos tan orgullosos de ti.
Enfoco mi mirada en las otras dos rubias. Una de ellas intenta detenerla.
─Hether, por favor, déjala.
─No, Jenna, estoy cansada de sopotarla ─escupe─. Es ridículo cómo todos tenemos que mantener la boca callada solo porque su padre hizo un donativo. Es decir, ¡no es la única con dinero aquí!
Alzo las cejas.
¿Eso es ego herido?
─Lo siento si mi riqueza te ofende, pepee.
Arruga la frente.
─¿Disculpa? ¿Tu locura regresó? No entiendo lo que quieres decir.
─Lo traduciré para ti. ─Me acerco aún más─. Pepee es el diminutivo de tu nuevo nombre, el cual te representa más que Hether. ─Sonrío antes de darme la vuelta. Los insultos siempre existieron, pero Francesco me cuidaba de ellos. Ahora debo controlarlos antes de que ellos me descontrolen a mí. Estoy acostumbrada a ser atacada, pero no humillada. Sé que papá estaría de acuerdo─. Pobre perra estúpida.
Escucho su grito antes de sentir su cercanía. Sus manos no alcanzan mi cabello, la envidia de sus extensiones, porque otro par más pequeño se interpone entre ellas y él. Verónica no ha asistido a clases de defensa personal desde que aprendió a caminar, por lo que me interpongo entre ellas antes de que pueda herirla aún más de lo que ya está.
─¿Tú? ─chilló─. ¿Qué es esto? ¿La rebelión de los fenómenos?
Verónica ni siquiera responde. Está temblando. Se da la vuelta y se dirige al pasillo. La sigo sin importarme más Hether. La insulté solo para dejar claro un punto. Su existencia no me mortifica. Le sonrío a la delgada y baja morena apoyándose en los casilleros mientras intenta recuperar el aliento, probablemente sobrellevando los efectos secundarios de la adrenalina. Conozco esa sensación. El ahogamiento, pero también el placer de dejarte llevar y romper las cadenas que te impiden hacer lo que realmente deseas.
─Ella puede hacer que me expulsen ─suelta.
─No sucederá. Solo estabas defendiendo a una... amiga.
Se endereza. La ira en sus ojos marrones me conmueve.
─¡No sabes nada! Los becados que no somos deportistas no tenemos derechos en esta escuela. Piensas que es fácil porque nadie además de Hether se atrevería a tocarte. ─Sus ojos se llenan de lágrimas─. Esto es todo lo que tengo y lo acabo de poner en riesgo porque una extraña me dio un paquete de galletas esta mañana. ¿Cuán estúpida soy?
Pongo una mano sobre su hombro. Odio la sensación de la tela de su chamarra gris, está sucia y gastada, como ella, pero no la quito.
─No. ─Niego─. Lo digo porque mi padre paga tu colegiatura.
Sus hombros se relajan.
─¿Qué tan cierto es eso? Debe haber un montón de donadores.
─Los hay, pero ninguno como él.
Carlo Cavalli es excepcional en todo lo que hace.
─Había olvidado de lo que el dinero es capaz.
No. Ni siquiera lo sabes.
Le sonrío.
─Estamos bien, Verónica. No tienes que preocuparte. ─Encajo nuestros codos para dirigirnos a la salida. Aún quedan un par de clases y media hora de almuerzo. No faltaré a ellas, pero haré que Fósil nos traiga pizza y la comeremos en el Cadillac. Eso también va contra las normas de Carlo, comer en los autos, pero él nunca se enterará. Dudo que de tantos que posee con del mismo modelo escoja precisamente este antes de que lo laven─. Estamos mejor de lo que lo estábamos antes de conocernos.
Sin lucir muy convencida al respecto, pero reservándose sus palabras, me sigue al estacionamiento, actitud que me llena de satisfacción.
Ya puedo eliminar asocial de mi lista de defectos.
****
Diez minutos después, un triángulo de masa y salsa italiana llena de champiñones y salchichón en su boca, cualquier duda sobre nuestra amistad desaparece de su rostro. El camino hacia su corazón es, en definitiva, a través del estómago, lo cual me hace sentir retorcida.
Es evidente que está muriéndose de hambre.
─¿Por qué buscabas tu comida en la basura? ─pregunto cuando termina.
Fósil me mira a través del espejo retrovisor con las cejas alzadas.
Verónica aprieta la mandíbula antes de responder.
─Siguiendo los estándares normales, debería sentirme tan humillada conmigo misma que tendrías que averiguar la verdad por tu propia cuenta si te interesa ─susurra mirando sus manos─. Pero estoy cansada de eso. También me has visto comer de la basura. En definitiva ese ha sido mi peor momento. Gracias por no decírselo a todos. Estaba escondida pensando que lo habías hecho.
─De nada ─respondo─. ¿Entonces? ¿Cuál es la verdad?
Sus labios se fruncen.
─Mi padrastro prohibió la semana pasada que me acercara a la cocina.
Decido ser directa.
─¿Es un abusador?
Niega.
─Con mi madre no.
─¿Contigo?
Desvía la mirada.
─Ser un idiota está en su código genético, pero solo dijo que ya estoy lo suficientemente mayor para dejar de ser una carga.
Una carga.
No puedo evitar recordar que así me llamó Vicenzo.
─¿Te viola o toca indebidamente?
Fósil emite un sonido extraño con su garganta, una advertencia que ignoro.
Necesito saber a lo que se enfrenta para poder ayudarla. Es así como funciona, ¿no? Ella probablemente ya oyó que tengo esquizofrenia. Si estuvo el miércoles en la escuela vio el desastre de las ratas, pero aún así impidió que Hether jalara mi cabello. Se ve débil, en realidad temo que se desmaye espontáneamente, pero ha sido la primera persona en acercarse a mí por voluntad propia. Me ayudó. Lo justo es que haga lo mismo por ella eliminando sus problemas para que podamos ir de compras en paz.
─No. Solo está cansado de mantener en su casa a una vagabunda.
Arrugo la frente.
─No lo entiendo ─suelto sintiéndome exasperada porque las personas normales están resultando más complicadas de lo que pensé─. ¿Cómo puede llamarte así cuando necesitas mantener un promedio casi perfecto para mantener tu beca? Eres todo menos una vagabunda.
─Quiere que trabaje.
─¿Hablas de un trabajo a medio tiempo en Starbucks?
Niega.
─No. Mamá lo complace negándose a darme permisos para eso. Solo quiere que trabaje en su bar. ─Se inclina hacia adelante para esconder su rostro en las palmas de su mano. Le doy una palmadita en la espalda. Estoy rodando los ojos, Fósil divertido con mi expresión, cuando suelta algo que sí llama mi atención─. Quiere que sea una de sus strippers.
Hago una mueca.
Está mal. No es lo peor que he oído, pero está mal.
─¿No sabe que eres menor de edad?
─No le importa. Tiene una máscara con lentejuelas para mí.
─Es un idiota.
─Es un psicópata ─corrige enderezándose para verme.
Aunque creo que tenemos diferentes definiciones para esa palabra, afirmo dándole la razón y salgo de la camioneta ante el sonido de la campana. Verónica y yo estamos en el mismo año, pero tenemos asignaturas completamente diferentes. Mientras las de ella se relacionan más con las ciencias, las mías se enfocan en los negocios, por lo que acordamos reunirnos a la hora de la salida en la entrada. Aunque se mostró reacia a permitir que Fósil y yo la lleváramos a casa, la convencí cuando la invité a comer helado en la heladería de papá.
De nuevo, retorcida.
****
─¿Esto es de tu padre?
Afirmo antes de empujarla al interior del establecimiento.
─Te recomiendo los brownies de chocolate blanco.
Fósil está con nosotras, así que pido dos conos de chocolate con la mezcla de brownie de la casa en la parte superior y uno sencillo de mantecado para mí. En lugar de sentarnos en una de las mesas, camino con ella hacia la salida y me apoyo en el Cadillac mientras lo devoro. Que nos vean juntas en un riesgo que estoy dispuesta a asumir.
─Es lo mejor que he comido en años ─dice.
─Acostúmbrate. Siempre traigo a mis amigos aquí.
Es cierto. Flavio y Francesco siempre vienen conmigo.
─¿Por qué lo haces? ─pregunta dejando de comer.
─¿El qué?
─Esto. ─Señala el helado─. No quiero sonar desagradecida, pero nunca he tenido nada gratis. Ni siquiera el amor de mi familia ─murmura─. No me hagas pensar que por primera vez alguien abrió los ojos y se dio cuenta de que estoy en la habitación para luego decirme que hay un motivo oculto tras esto. Sé sincera. Dime qué es lo quieres de mí.
A ti.
─¿Es una apuesta? ─pregunta antes de que sea capaz de responder.
Niego.
─No. Ni siquiera sabía se podían hacer apuestas así.
Verónica gruñe.
─¿Entonces por qué?
Presiono mis labios.
La verdad es que ni siquiera yo lo sé. Volviendo a mis cabales, fue una pésima idea hablar con ella o si quiera pensar en acercarme. Lo mejor que puedo hacer ahora es alejarme de su vida.
─Yo... ─comienzo mi disculpa, pero soy interrumpida.
─¿Arlette?
Me doy la vuelta al reconocer su voz al instante.
─Marcelo.
─Hola, principessa.
─Fósil ─lo llamo─. ¿Podrías llevar a Verónica con el encargado? Tengo entendido que están buscando empleados, preferiblemente jóvenes sin el permiso de sus padres, y que el sueldo base de medio tiempo es bueno.
Fósil asiente tras obtener un asentimiento de Marcelo, otorgándole la responsabilidad de mi seguridad, mientras empuja a Verónica de vuelta a la heladería, quién me mira con ojos amplios queriendo protestar. Niego. Por suerte se mantiene callada y continúa caminando. Cuando nos encontramos a solas enfoco mi mirada en Marcelo. Está usando un traje gris de tres piezas. Su cabello oscuro está peinado perfectamente hacia atrás. Se afeitó. No puedo decidirme entre él con barba y él sin ella, pero en ambas presentaciones luce amenazador. Su cicatriz sigue ahí.
─¿Supongo que vienes por los brownies de chocolate blanco?
Sonríe. Sus dientes son perfectos.
─En realidad vine por ti.
Arrugo la frente.
─Pensé que habíamos dejado claro que eso no podía suceder.
Suelta una carcajada que hace que mi abdomen se contraiga. Hacer reír al jefe italiano de narcotráfico de Chicago no es precisamente fácil.
─No malinterpretes mi palabras, principessa. ─Saca un sobre blanco del interior de su chaqueta, el cual tomo─. Estaba por la zona cuando uno de mis hombres me dijo que estabas aquí. He estado esperando poder encontrarme de nuevo a solas contigo desde hace unos días.
─¿Qué es esto?
─Una agradecimiento.
─¿Por qué me das las gracias?
─Digamos que has hecho mi rutina un poco más fácil de digerir con tus brownies ─dice─. No es que me esté quejando de la vida que llevo.
Me cruzo de brazos mientras alzo una ceja.
─No son míos, Marcelo. Son de mi padre. Son brownies Cavalli.
Se estremece.
─Como sea. Conoces lo significativo que es encontrar algo genuino para alguno de nosotros. No me había sentido tan apegado a un postre desde que mi madre murió y mi hermana menor fue secuestrada.
─Sí. ─Me doy la vuelta mientras empiezo a abrir el sobre. Lo escucho siguiéndome, sin embargo. He escuchado la historia de su madre y de su hermana, así que no me interesa preguntar al respecto. Cosas como esas pasan siempre a hombres como él─. Precisamente por eso, si deseas seguir comiéndolos frente a tu chimenea mientras te acurrucas en tu manta hecha con recuadros de la ropa que usaban tus víctimas cuando las asesinaste, es mejor que te vayas. Mi padre podría enojarse si se da cuenta de que... ─No puede ser─. ¿Me regalas entradas para un concierto de una banda adolescente? ¿En serio? ¿Qué edad crees que tengo?
─¿Quince?
Dejo caer mis hombros.
─Eso acaba de hacer tu acercamiento aún peor. ─Me siento como Verónica hace un par de minutos mientas lo veo e intento descifrar qué significa todo esto─. ¿Qué es lo que quieres, Marcelo? Dilo ahora o, literalmente, calla para siempre y déjame terminar mi helado en paz.
Endurece la mandíbula.
─Pensé que podría acercarme a ti durante el concierto y convencerte, pero ya que insistes ─gruñe─. Lo intenté con Francesco. Fue inútil. Él siempre está cerca de tu padre y lo idolatra tanto que nunca me oirá. ─No hay rastro de Verónica y Fósil, por lo que me siento en una de las mesas. Él también lo hace. Baja la voz mientras se inclina sobre mí y apunta la superficie con un dedo─. Carlo está haciendo un trato que puede salir mal. Sé que no me concierne, pero es mi mejor socio. No quiero verlo en problemas. Estamos en una buena posición justo ahora.
Me congelo, pero no es hasta que la mesera, la chica que se parece a mí, nos trae su orden para llevar en una linda caja blanca, luciendo igual de asustada que la primera vez que nos atendió, y se va que decido hablar.
─¿Por qué me lo dices a mí? Sabes que no tengo voz en esto.
Se levanta.
─Para La Organización no, pero para tu padre sí.
Tomo su muñeca.
─No puedes decirme algo como eso e irte.
─No. ─Sus dientes me dejan ciega de nuevo ─. Por eso nos veremos mañana en el concierto. Tus pases son especiales. Van a un área VIP en la que estaré esperándote en uno de los reservados. Hay uno para ti y otro para tu escolta. No les sucederá nada.
─Tengo seguridad, Marcelo. ─Niego─. No puedo huir de casa.
─Eres inteligente ─dice deshaciéndose de mi agarre─. La evadirás.
─¿Pretendes soltar una noticia como esa y que me quede esperando los detalles? ─pregunto siguiéndolo a su Mercedes cuando se monta en él tras ver a Fósil y Verónica acercándose.
─Tenemos tiempo.
─Si algo le pasa a papá mientras esperamos...
─Te daré mi cabeza en bandeja de plata. Eres brillante, no acudiría a ti si no lo supiera, pero también eres una principiante. Lo resolveremos a mi manera. Esta quizás es la oportunidad que anhelas para demostrar que puedes contribuir en el negocio. ─Me sonríe una última vez─. Las Vegas pasó a manos de una mujer hace un par de días. Si no me crees pregúntale a tu padre. Los tiempos están cambiando. No soy tan viejo como para nadar en contra de la corriente.
Con los puños apretados, me monto en la acera cuando cierra la ventana y su auto comienza a andar.
─¿Todo bien? ─pregunta Fósil al llegar a mi lado.
Afirmo.
─Todo bien. ─Miro a Verónica─. Vamos a llevarte a casa.
No es una pregunta, así que no le queda más remedio que entrar en la camioneta y darnos su dirección.
****
Verónica termina viviendo cerca de Vicenzo. No es la zona más bonita, pero tampoco está mal. Aunque su casa es la más fea de la cuadra, podría ser peor. Se gira en su asiento antes de bajarse. Sus mejillas están rosadas. Luce más viva de lo que lo hacía esta mañana.
─Gracias por la comida y por ayudarme a conseguir empleo ─susurra luciendo mortificada─. ¿Vas a volver a hablarme el lunes?
No.
─¿Quieres que lo haga?
Se toma un momento, pensándolo, antes de asentir.
─Sí. ─Baja la mirada antes de subirla de nuevo─. La verdad es que sí. ─Cierra, por lo que me extiendo y bajo la ventanilla cuando me doy cuenta de que eso no es lo único que tiene que decir─. No me importa si estás loca. A veces las mejores personas, exceptuando mi padrastro, lo están.
Dicho esto se dirige al interior de su casa. Me repito a mí misma que lo mejor que puedo hacer por ella es dejarla ir mientras Fósil arranca, pero soy tan egoísta que le exijo que se detenga cuando vamos a media calle.
─¡Verónica! ─grito golpeando su puerta.
Ella abre segundos después con las cejas juntas.
─¿Qué sucede?
─Me pregunto si te gustaría ir a un concierto mañana. ─Le enseño discretamente las entradas─. Una banda local va a presentarse en el centro y pensé que tal vez te gustaría ir.
Sus labios se curvan.
─Por supuesto que sí. ¿A qué hora debo estar lista?
Le sonrío de vuelta.
─¿A las diez te parece bien?
Sus mejillas se sonrojan, sus ojos ilusionados.
─Bien. ─Me sorprende abrazándome─. Gracias por invitarme.
Sin saber qué hacer, coloco una mano sobre su espalda.
─De nada. Nos vemos mañana.
Su expresión es entusiasta mientras asiente y cierra la puerta.
─¡Adiós!
Asiento a modo de despedida antes de volver con Fósil, quién me mira con la frente arrugada, una sonrisa en su rostro, mientras me monto en el asiento copiloto. Cuando arrancamos apoyo un codo en la puerta y me froto el rostro antes de mirarlo con autoridad.
─Quiero que consigas que alguien la vigile cuando no esté con ella.
No toleraré que la lastimen, pero tampoco una traición.
─Anotado ─dice─. Estoy orgulloso de ti. Hiciste tu primera amiga desde... que naciste. Pensé que este día nunca llegaría. Incluso quiero celebrar. Estoy seguro de que Carlo también querrá hacerlo cuando se entere.
Gruño.
─Ni siquiera sé cómo pasó.
─Yo sí. ─Enciende la radio─. Finalmente encontraste a alguien con la que te sentiste identificada. y no la puedes dejar ir.
─¿Es un error?
Se encoje de hombros.
─¿Todavía tienes opción sobre ello? La vi mientras te hablaba. Ella tampoco lucía como si te pudiera dejar ir. ─Finalmente deja una estación con rock de los ochenta─. Había lealtad en sus ojos, Arlette. Cambiaste su vida en un solo día. Tienes el mismo don que tenía Mark a la hora de elegir a sus hombres. Eran pocos, pero todos le fueron leales hasta su último aliento. Inclusive aún lo son yendo contra Iván para mantener sus normas.
─Verónica no tiene nada que ver con la mafia.
─¿No? ─Me mira─. Piensa, niña, tu padre te educó mejor que eso.
Lo hago. Analizo cada detalle sobre ella.
Mis labios se curvan cuando llego a la misma conclusión que él.
─Su padrastro tiene un bar de strippers.
Afirma.
─Estoy seguro de que las manos de un idiota así no pueden estar limpias.
Sintiéndome un poco mejor conmigo misma, dejo de pensar en Verónica para concentrarme al cien por cien en idear un plan para salir de casa mañana por la noche sin que papá, Francesco o Fósil se den cuenta.
Espero que hayan amado el capítulo. También que se alegren tanto como yo de que Arlette por fin tenga una amiga ;-;
Hagamos un recuento:
¿#TeamMarcelo?
¿#TeamVicenzo?
¿#TeamFrancesco?
Y sobre esto:
¿#TeamElChicoDeLasPastillasEsReal?
¿#TeamElChicoDeLasPastillasEsUnaAlucinacion?
El próximo capítulo estará bueno jaja este va dedicado a MarYMagia, quién descubrió el emoji oficial de la historia jaja
🔥
Siguiente a la que comente más.
PD: con respecto a la portada decidí plagiar a Netflix y poner una diferente cada cap 7u7 cuando termine la novela vuelvo a preguntar cuál les gustó más y dejo la definitiva.
Las quiero.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro