Capítulo 7:
VICENZO:
No me sorprendí cuando Constantino decidió culparme por la cancelación de los Cavalli. Se suponía que cenaríamos con ellos esta noche, pero Carlo llamó en algún momento de la tarde para anunciar que no podría recibirnos, lo que hizo que tuviéramos otra discusión. Sé que no solamente está molesto porque piensa que lo jodí con Arlette, lo que no termina de aceptar que lleva mucho tiempo estando jodido, sino que también por el monto que tuvo que pagarle a los rusos para que me dejaran en paz. Puede permitírselo, pero no debería tener que hacerlo. Llevo desde ayer quedándome en mi apartamento de soltero, mi regalo de graduación, en el centro de la ciudad por ese motivo. También es la razón por la que me encontraba en la vieja zona de los Vólkov. Quería encontrar al jefe comunista, Iván, para disculparme directamente con él por mi comportamiento. Él forzaría a Gregori a mantenerse tranquilo.
No se encontraba en el bar principal de la Bratva, dónde jodidamente me asesinaron con la mirada, sino en una discoteca de mala muerte que actualmente solamente era usada para el lavado de dinero. Antes la mafia rusa sacaba comisiones de cada uno de sus negocios como lo haría cualquier comerciante normal, pero esos días acabaron con la muerte de Mark. Iván, su mano derecha, quién quedó a cargo tras su muerte, solo está interesado en el lado oscuro de la moneda. No lo culpo. El narcotráfico y el montón de mierda en la que está deja mejores comisiones, pero nada le cuesta invertir un poco en su gente. Esa es la diferencia entre nosotros, los italianos, y ellos. La mayoría de los rusos con los que he trabajado y conocido por papá solo se enfocan en nadar en dinero y bañarse en sangre sin razón, solo placer.
El guardia en la entrada me confirmó la presencia de Iván en la parte superior del club cuando llegué. Estaba esperándome después de que el administrador del bar lo llamara para avisarle que vendría. Atendía a alguien y desde el otro lado de la puerta se escuchaba como si aún les faltara mucho, por lo que decidí esperarlo tomando un trago. La mujer tras las barra, en sus cuarenta, lo deslizó sobre una servilleta con su número y una invitación a su garganta dirigida a mi pene. Lo tomé mientras negaba.
─No hoy ─le dije antes de tomarlo y optar por ir a fumarme un cigarro afuera.
Cuando me di la vuelta, sin embargo, mis jodidos planes se arruinaron.
Había solamente una pareja bailando en el centro de la pista, por lo que era imposible que no captaran mi atención. Desde mi posición solo veía la espalda de él, pero reconocía cada detalle del rostro de ella aún bajo la máscara de maquillaje. Su nariz italiana. El arco de sus cejas. La altura de sus pómulos. La forma de sus labios. Estaba usando una maldita peluca oscura que resaltaba la palidez de su piel, por lo que esta brillaba bajo el resplandor de las luces enfocadas en ellos.
Lucía tan feliz y diferente a la versión de ella que conocía que me tomó unos segundos de más confirmar que se trataba de Arlette, mi prometida, engañándome en un sucio club de mierda con, probablemente, un ruso de mierda, y acercarme dejando el trago en la barra con un golpe que probablemente fracturó al cristal.
Mandando a las basuras mis disculpas, saqué mi arma y la apunté a su cabeza.
─¿Tengo que matarte frente a todos o irás conmigo al callejón?
Arlette alza la mirada.
─Eres, probablemente, el idiota más grande que conozco ─grazna separándose del hombre muerto, el cual se dio la vuelta al instante de percatarse de la situación.
Mis hombros tensos se relajaron. Era el maldito Francesco. Se suponía que no estaría aquí. Le pedí que me acompañara a ver a Iván, pero a último momento dijo que no saldría esta noche porque tenía asuntos que atender en casa. Ahora veía cuales. Carlo probablemente lo había obligado a hacer de guardaespaldas de su princesa, lo cual no tenía ni puto sentido. Había visto la cantidad de escoltas que tenía Arlette para salir. Dudaba que su padre le diera permiso para estar a altas horas de la noche fuera, en un sitio tan malditamente peligroso para ella, con solamente su primo protegiéndola. Una vez se alejó de nosotros en dirección al dúo japonés, me interpuse en el camino de Francesco.
─La trajiste a escondidas, ¿no?
Su mandíbula de niño bonito se tensó.
─Tiene que salir. Se volverá más loca si sigue encerrada en esa jaula.
─La razón por la que Arlette no tiene una vida no es un juego, Francesco ─suelto en italiano para no arriesgarme a que nos escuchen.
Ella es un cabo suelto para Iván. La única Vólkov con vida. En términos de la mafia y según el reglamento de La Organización nunca podría asumir el papel de su abuelo, pero cualquier juzgado no comprado en el país le daría lo que le pertenece, todas las propiedades de Mark, que es una gran mayoría de los activos de la Bratva. Los tendría en la bancarrota, miles de millones de dólares de dinero sucio a su cargo, si algún día decidiera contratar un abogado y exigir lo que le pertenece. También a muchos de ellos en la cárcel. Por la paz en el bajo mundo y el bien de La Organización eso ni siquiera es una opción. Si Carlo, el capo italiano más ambicioso, no lo ha llevado a cabo es por algo.
Era oficialmente el fan número uno de la idea de llevarle la contraria, pero su presencia en este lado de la ciudad era un riesgo estúpido. Si alguien se daba cuenta de su verdadera identidad bajo la peluca y del hecho de que se encontraba sola después de años y años de intentos fallidos de secuestros, terminando por sucederle algo, Francesco y yo debíamos estar muertos para entonces.
Carlo iniciaría la depuración en su búsqueda con nosotros.
─¿Desde cuándo te interesa? ─gruñó antes de seguirla, siendo esta la primera vez en años que me sacaba en cara cualquier cosa relacionada a mi relación con su prima.
No era un imbécil. Sabía que la amaba. Me lo había confesado un par de veces estando borracho, pero yo le había restado importancia creyendo que con los años se daría cuenta de lo enfermizo y tóxico, aún en nuestro mundo, que era eso. Ya que nunca se interpuso entre nuestros asuntos no lo tomé en serio, pero el que tomara ese tipo de decisiones trayéndola aquí me molestó.
Loca o no era mi responsabilidad.
─Estás dejándome en ridículo. Debes volver a casa. ─Me enfoqué en Francesco mientras hablaba tras tomar su hombro con firmeza para impedir que se llevara el tercer trago seguido a la boca. Después de la escena en la pista de baile, en la que la tensión en el club volvió a la normalidad cuando se dieron cuenta de que no habría sangre salpicando sus paredes, Arlette empezó a beber alcohol como un vikingo. Estaba seguro que eso iba contraindicado a su medicación y de no querer tener que lidiar con un coma inducido por fármacos, así que endurecí mi expresión─. No entiendo qué querías ganar sacándola de ahí. Casi consigues que te mate.
Era cierto. Si no hubiese sido él ya estaría muerto.
Arlette interrumpió su respuesta dirigiéndose a la puta de Kai.
─Hola, ¿sabes quién soy?
─No, lo siento. No te he visto nunca.
Me miró con sus grandes ojos azules.
─Solo tú me reconoces. ─Sus palabras tuvieron un efecto extraño en mí. Las odié porque significaban que estaba tan dentro de mi cabeza que la reconocería en cualquier parte, lo cual era darle demasiado crédito, pero a la vez me gustó la confirmación de ser a única persona a la que no podía engañar─. Voy a tomar aire.
─Te acompaño ─propuso Francesco levantándose.
Le dirigí una mirada dura.
─No, yo voy.
Entendiendo que no podía llevarme la contraria porque sus bolas estaban en mis manos, podía ir y confesarle su falta a Carlo, la seguí hasta el callejón trasero. Me sorprendió la facilidad con la que se movía a través del lugar. Aunque probablemente era inconsciente de que el riesgo para ella aumentaba a cada segundo, su seguridad era impresionante. Una vez leí que los genes contienen más que el físico. Probablemente parte de su madre y de su abuelo, además de la esquizofrenia, habita en ella.
La observo mirándome en silencio cuando nos encontramos rodeados de ladrillos. Mataría por saber lo que pasaba por su mente. Probablemente ideas sobre cómo torturarme una vez la mazmorra de Carlo se encontrase vacía. No estábamos solos, así que bloqueé la vista que los vendedores de droga tienen de ella. Arlette acostumbra a usar suéteres. Faldas con un largo aceptable. Vestidos elegantes. La chica frente a mí hacía que quisiera pasar la punta de mi pene por todo su rostro antes de meterlo en sus labios, mis manos en cualquier lugar para amasar de su cuerpo.
Se veía como una puta, pero una puta tan bonita.
Alcé las cejas cuando metió su mano en el bolsillo trasero de sus pantalones y se llevó a la boca una píldora. No me extrañé. Sabía que uno de los cajones de su mesa de noche estaba lleno de ellas. Dejé de lado el motivo principal por el que la acompañé aquí, quería saber por qué su padre canceló la cena con el mío, y decidí ser amable.
El trozo de papel que había dejado junto a mi desayuno en su casa había estado rondando mi mente estos días.
─¿Me das una?
─No.
Su no era rotundo.
─¿Por qué no?
─No te las recetaron a ti ─gruñó apartándose cuando me acerqué, lo que jodidamente no debió haber hecho ya que me pertenece y, después de que dejé que se saliera con la suya marcando mi piel, le había demostrado que no debía temerme de esa manera─. No comparto mis drogas con extraños.
Mis dientes rechinaron cuando los apreté.
─Hay una diferencia muy grande entre lo que tomas y las drogas, Arlette.
─¿Entonces por qué te quieres tomar una?
─Quiero saber qué se siente.
Se pasó la lengua por los labios, excitándome.
Estaba seguro de que lo hacía, tocar mis teclas, a propósito. Arlette sabía cómo tentarme. Sabía que me atraía y que solo tenía que concederme el permiso en voz alta, darme la seguridad de que no iría lloriqueando con su padre después, para hacer que nuestros demonios se juntasen y creasen un infierno que hiciese llorar a Dante.
─¿El qué? ¿La gloria?
El doble sentido de sus palabras y la burla en sus ojos, como si se regodease de lo miserable que me hacía desearla, me llevó a terminar de perder mi mierda.
─No ─solté─. La desgracia de tener que apagarte para no ser un desastre para las personas que te rodean. ─El monstruo en mí, enojado por no tener el botín que quería, disfrutó con el dolor momentáneo en sus ojos. Sonreí con satisfacción. De una forma u otra la arrastraría a mi miseria─. Cómo es ser una carga. Un estorbo. Un peligro innecesario.
Como si lo que dije le importase una mierda, me tomó por sorpresa extendiendo la mano y acariciando mi mejilla. La piel de sus dedos era tan suave como la tela de las almohadas de la habitación de invitados de Carlo.
─Suena a que tendrás mucho trabajo.
Apreté mis puños ante la sensación de ella jugando conmigo.
─¿Desde cuándo sales a escondidas de tu casa vestida como puta?
Dejó caer la cabeza hacia adelante antes de alzarla de nuevo, sus hombros sacudiéndose en una silenciosa risa.
─¿Debería sentirme insultada?
Como el infierno que sí.
Mi prometida, la chica que nunca salía de casa, era todo menos una cualquiera.
Claramente estaba hablando bajo los efectos del alcohol, lo cual no me extrañaba que no resistiera debido a que renunció o no tuvo esa etapa de la juventud en la que sales y te emborrachas por las razones más estúpidas, y la medicación. Maldito Francesco. ¿Cómo podía decir que se preocupaba por ella y no darse cuenta de que estaba conduciendo a su organismo a una sobredosis? Lo que menos necesitábamos era terminar en el jodido hospital.
Enojado, golpeé la pared junto a su cabeza con cuidado de no lastimarla, pero encerrándola y disfrutando con su estremecimiento.
─¿Tu locura te impide mantener una conversación normal? ─pregunté cometiendo un error al no especificar el tipo de locura al que me refería, el cual era, en este caso, su patética borrachera al no soportar la combinación de los tragos rusos con el doble de gramos de alcohol permitido y sus pastillas.
─No lo sé, Vicenzo, ¿por qué no le preguntas a tu ego cada vez que te sientes humillado por no saber cómo manejar mis respuestas? ─preguntó de regreso, confirmándome que malentendió el sentido de mi ira.
Lo que decía, sin embargo, era verdad. Temblé.
Arlette no dejaba de restregarme en la cara el hecho de que era más lista que yo.
Tampoco mis padres.
─Debería matarte ─susurré la solución a esta mierda.
Se abrazó a mí.
─Deberías, pero no puedes.
Antes de que pudiera cometer un desastre que ambos deseábamos, como besarla, se escabulló y tomó la manija de la puerta. Antes de irse, sin embargo, me dedicó una mirada entre molesta y resignada, un eco de mis propios sentimientos.
─Querías saber qué se siente ─murmuró echándome un vistazo de pies a cabeza─. Te daré un adelanto. ─Apreté mis puños, raspándome los nudillos, aún apoyado en la pared. El dolor me ayudó a no ceder ante al impulso de lastimarla para conseguir su boca cerrada─. Es mucho mejor ser quién arroja la basura a quién la recoge, lo cual significa que, a menos que alguno de los dos muera, pasarás el resto de tu vida recogiéndola por mí. ─Desvié la mirada a sus ojos cuando lamió sus labios de nuevo, mi cuerpo temblando con impotencia. Esto era mi culpa. Debí haber dejado que Francesco la acompañara, pero, de nuevo, no tenía por qué impresionarme. Ella era la inteligente, ¿no? ─¿Me ves llorando por eso? ─Extendió una mano hacia mí, lo cual me hizo creer que volvería a tocarme, solo para burlarse─. No, pero tú casi estás ahí. ─La dejó caer─. Mátate, mátame o sé un hombre y aprende a vivir con ello. Ambos sabemos que no hay otra salida.
De acuerdo con ello, no la seguí y permanecí en el callejón hasta que estuve seguro de que no me toparía con ella de camino a la oficina de Iván. Le pedí un favor al gorila de la entrada y tomé a una de sus prostitutas de la escalera, una rubia que lució emocionada conmigo, seguramente cansada de los insípidos de la Bratva, sus ojos siendo lo último que vi de la planta baja antes de subir y continuar esperando en una de sus habitaciones.
*****
─Déjame ver si te he entendido ─dijo montando los pies sobre la cima de su escritorio, su rostro deformado por una cicatriz el padre de Arlette puso ahí años atrás─. ¿Quieres que obligue a uno de mis mejores hombres a no sentir odio hacia ti por follar a su hija en un sucio callejón? ¿Que le haga un favor al futuro nuero del que me hizo esta cicatriz? Los resentimientos contra Carlo han quedado en el pasado, algún día entenderás el significado de la frase joven y estúpido, pero no somos precisamente amigos.
Tomé el porro que me ofrecía.
─¿Desde cuándo las putas se interponen en el negocio? ─Lo encendí y me eché hacia atrás en el mueble. Arlette me cortaría las bolas si supiera que estaba hablando de ella de esa manera, pero lo necesitaba. Él sonrió─. Déjame hacer algo por ustedes que compense mi falta. No molesten más a mi padre. Soy mayor. Es mi asunto.
El hombre que quería matar a mi prometida se echó hacia atrás, pensativo.
─No lo sé, chico. ¿Qué es lo que los Ambrosetti saben hacer mejor? Ah, sí, cobrar. ─Sus ojos color ámbar brillaron─. Lo cual da la casualidad que es lo que necesito en este momento. Sería un estúpido si no aceptara tu propuesta. ─Se inclinó hacia adelante─. Calmaré a Greg si consigues que uno de mis distribuidores pague. Llevo esperándolo dos semanas. Es una suma moderada, recuperable, pero no toleraré que me vea la cara de imbécil o que haga que gaste mis ganancias de otros negocios solventando su deuda. Hazlo o mátalo. Mis hombres podrían encargarse de ello, pero no estaría de más la ayuda de un profesional. Son salvajes y la prioridad en ese caso es el dinero.
─Está bien ─respondí levantándome, mi sangre italiana asqueada por tener que rebajarme a trabajar con ellos─. ¿Cuándo?
─Nicola ya tiene tu número, ¿no? ─Señaló una de las cámaras tras él, la cual tenía una imagen de la entrada. Asentí. También había planos de las habitaciones, lo cual significaba que me había visto follar. Me estremecí, pero también me aseguré de que no hubiera ninguna de ellas apuntando hacia el callejón─. Él te dará los detalles. Tengo previsto que sea dentro de un par de días. ¿Eso está bien para ti?
─Sí.
Al sentir mi teléfono vibrar, salí a paso rápido de la mugrienta oficina sin despedirme.
****
Arlette y Francesco duraron un rato hablando en la calle después de que Nicola me dijo que salieron del club. Estaba completamente seguro de que él me había notado, pero ella aún no. Sentado ya en la vieja motocicleta de Constantino, lo único que tuve que hacer fue encenderla y arrancar cuando se unieron a la carrera. Hubiera perdido mi mierda si él estuviese ganando con ella detrás. A los minutos abandonaron el trayecto estipulado para internarse en las calles del centro de Chicago. Siguiéndolos con las luces apagadas, soporté la media hora de paseo hasta que finalmente se detuvo frente a la playa en la misma calle en la que vivían.
Vi cómo caminaban agarrados de la mano.
Vi cómo lo abrazaba sobre la arena y juntaban sus labios.
Aun teniendo motivos de sobra para dirigirme a ellos y arrancarla de sus brazos, para matarlo, me limité a ver desde lejos y a apretar el manubrio con fuerza. No tenía por qué sentirme amenazado. Nadie estaba mirando y si había un amor más imposible que el nuestro, el cual no existía, era el de ellos. Además de que Carlo nunca lo permitiría, Arlette era mía y ella no se preocupaba por nada más que no fuese ser tóxica para todo a su alrededor. Francesco era quién era suyo. Dejar de serlo sería su muerte. Me negaba a ser quién la ocasionara.
No perdería a mi mejor amigo por una puta.
****
Me mantengo cerca hasta que los veo entrar a la mansión Cavalli por la terraza de su habitación después de escalar el techo de sus vecinos. Durante ese tiempo papá me envió un mensaje con un nombre y una dirección, todo lo que necesito para trabajar a parte del bolso en mi armario que paso buscando en mi apartamento. Son alrededor de las cuatro y media cuando llego. Está en un barrio manejado por la Bratva, lo cual ya no representa un problema porque arreglé nuestra situación con ellos. Hay un par de ayudantes esperándome en el estacionamiento que me siguen a la entrada del edificio. Son dos, así que la persona que le pidió dinero a mi familia no debe ser tan importante.
Probablemente también morirá por una suma no tan importante.
─¿Cuántas personas hay? ─pregunto cuando llegamos a su piso.
La pintura en las paredes del pasillo está cayéndose. Las baldosas crujen bajo nuestros pies. La luz parpadea sobre nuestras cabezas intermitentemente. Sonidos extraños provienen de cada puerta junto a la que pasamos. Gritos, murmullos, susurros. Si creyera en los espíritus este sería el lugar perfecto para invocarlos.
─Una ─responde Milad, un árabe que trabaja para nosotros desde que tengo memoria y que probablemente está pronto a retirarse de las calles.
─Esperen aquí. Les diré cuando termine. ─Me hacen caso. Se colocan a ambos extremos de la entrada dejándome espacio para forzarla. La puerta abre con facilidad─. Mierda ─gruño cuando un adorno sobre mi cabeza suena cuando entro, pero solo es un débil tintineo, nada tan alto como para encender una alarma.
Debería. Este edificio es un monumento al horror. Hace que me sienta en casa.
El apartamento, por otro lado, es agradable. Lo poco que contiene luce ordenado y limpio. Un sofá de dos puestos frente a un televisor. Una biblioteca llena de libros. No hay comedor, pero sí un mesón en la cocina con un canasto lleno de cupcakes en el centro. Huelen tan malditamente bien y extraño tanto la comida casera de mamá que no puedo resistir la tentación de tomar uno. El pasillo está lleno de cuadros florares y fotografías paisajistas, una alfombra melocotón bajo mis pies. Todo es tan homosexual que estoy empezando a preguntarme si es aquí, pero debe serlo. Me aseguré de estar en el lugar correcto antes de entrar y los hombres de papá están entrenados para no cometer ese tipo de errores, por no mencionar los años de experiencia que tienen en esto. Aunque amenazamos y a veces torturamos, no asesinamos a inocentes. Somos cuidadosos. Evitamos cualquier contacto innecesario con ellos.
Parece que este principio está a punto de ser violado, sin embargo, cuando entro en el único dormitorio que hay. Es sencillo al igual que el resto de la casa, pero tiene pequeños toques que captan mi atención. Sobre el cabecero de la cama hay una línea ondulante de luces de navidad. También hay aviones de papel colgando del techo. Sumándole el hecho de que el resplandor de la luz de la ciudad entra por la ventana, ni siquiera sé dónde estoy. Nunca pregunto el nombre de mis víctimas. No me interesa. Tampoco pido fotos porque estas pueden dar una impresión equivocada de la persona, una que no concuerde con el tipo de mierda en el que está metida. Por lo general son empresarios o mafiosos mi mundo que no merecen que me sienta culpable por conseguir una erección con sus muertes, lo cual no parece ser el caso.
El bulto de sábanas se mueve y emite sonidos suaves, como ronroneos, una mano femenina escapándose de ellas. Sus dedos son pequeños, sin esmalte en las uñas, y lucen tan frágiles que caigo en la tentación de retirar la tela que cubre todo lo demás para obtener un vistazo antes de asesinarla.
Luce pacífica.
Es baja. Sus rizos son dorados.
Se estremece cuando una corriente de aire entra en la habitación proveniente de la ventana abierta, acurrucándose más contra sí misma, lo que hace que su camisón viejo y gastado suba y rebele una porción de su muslo. Su piel es tersa y bronceada. Su cara es bonita a un estilo sureño. Pestañas largas. Nariz pequeña. Labios rojos e hinchados como si acabaran de ser besados. No es lo mejor que he visto, pero tiene algo que me tiene observándola por un par de minutos mientras murmura en sueños. Por más que intento encontrarlas, las ganas de matar no están ahí cuando la veo. No quiero ver su sangre salpicando mis manos cuando podría verla retorcerse por otro tipo de agonía, preferiblemente debajo de mí y con sus labios susurrando mi nombre. Agonía real, no fingida o inducida en el cuerpo de una prostituta. Decido irme cuando sus movimientos y sonidos de queja aumentan porque no tengo la intención de despertarla.
Milad y el otro alzan una ceja cuando me ven salir sin evidencias de haber tenido acción.
La tendré, les prometo.
─Escapó. No se encontraba en casa. ─Cierro esperando que caminen por delante de mí, lo cual hacen sin poner en duda mi palabra porque nunca le he fallado a mi padre de esta manera─. Tendremos que venir mañana o activar la alarma para que busquen.
Milad asiente.
─Ojalá esté buscando el dinero. Prefiero tener problemas con tu padre por dejarla escapar que asesinarla sin darle otra oportunidad. Odio lastimar a una mujer.
No caigo en su trampa.
─¿Era una chica? ─Ellos no me dijeron que lo era─. La decoración del apartamento era la de una, pero pensé que podía pertenecer a un familiar.
No sería la primera vez.
─Sí. Es joven. Creo que tiene tu edad. ─Sonríe─. Su caso me llamó la atención porque tiene el nombre de mi primera novia. ─Suspira con añoranza─. Fueron buenos años.
─¿Ah, sí?
─Sí ─dice─. Tiffany.
No es un nombre que encuentre bonito, no como Arlette, y seguir preguntando acerca de ella levantaría sospechas, su compañero ya está mirándonos, así que me despido de ellos y me marcho a mi motocicleta en silencio cuando llegamos al estacionamiento. Aunque no sé cómo terminó debiéndole dinero a la persona equivocada, estoy comprando su deuda. Miro hacia su ventana, la cual da con la calle, antes de acelerar.
Hallaré la manera de hacerte pagar, Tiff.
¿Cómo se sienten después de leer este capítulo?
Yo me siento rara después de escribirlo ;-;
Capítulo dedicado a: MarieClaireBR (es una lectora nueva de la historia, pero su comentario me llegó al corazón). Siguiente a la que comente más. Les quiero dar las gracias porque ya entramos al ranking. Las quiero.
Hasta el siguiente capítulo <3
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