Capítulo 42:
(LEER ESCUCHANDO LA CANCIÓN)
ARLETTE:
Mis nervios son suplantados por sospecha cuando las puertas del ascensor se abren y doy un paso hacia adelante. Los lugares donde deberían estar las secretarias de papá se encuentran vacíos. No necesito ver tras de ellos para saber que algo va mal. Una delicada mano asoma en la esquina del mueble de la recepción. Los dedos de Fósil se cierran sobre mi hombro, él también se ha dado cuenta de ello, pero no es capaz de mantener su agarre sobre mí por demasiado tiempo. Corro. Mi cuerpo se mueve como si no necesitara ninguna conexión con mi mente para saber hacia dónde dirigirse. Eso es algo de lo que soy extremadamente consciente mientras ignoro los gritos de mis guardaespaldas, segura de que mis extremidades son capaces de guiarse por sí mismas por dos razones. Uno, cuando era una niña solía usar este piso como mi patio de juegos. Dos, una parte de mí ya sabe lo que ha pasado.
La otra aún ni siquiera lo considera.
Empujar la puerta de metal y cristal que da con la oficina de mi padre, una caja fuerte en lo que a seguridad se refiere, se siente como algo que no sé si deba hacer, pero que es completamente inevitable. Un sonido ahogado, la combinación de un sollozo y un grito agónico, escapa de mi garganta a penas identifico su figura sobre el suelo. Lleno mis manos de sangre, todavía cálida, cuando me inclino sobre él con la esperanza de encontrar un latido en el lugar en el que su corazón solía funcionar. En shock, sin lograr respirar correctamente, me echo hacia atrás tras deshacer mi agarre sobre él. Hay dos agujeros en su pecho. Hay una enorme mancha roja que se complementa con un charco debajo de él. Las lágrimas se deslizan por mis mejillas al confirmar una y otra vez que no tiene pulso, pero estoy tan sorprendida con lo que estoy viendo que no puedo sentir nada más que sorpresa. Odio ya no es una palabra lo suficientemente fuerte para describir lo que siento con respecto a ellas.
Carlo Cavalli ha sido asesinado.
Mi padre ha muerto.
─Papi ─susurro, acercándome de nuevo a él con la esperanza de que abra los ojos y me demuestre una vez más lo poderoso que es, tanto que es capaz de enfrentarse a la muerte para no abandonarme, pero los segundos pasan y él no lo hace.
Mi padre está muerto.
Está muerto.
Mi padre está muerto frente a mí.
─Señorita Arlette. ─Fósil se inclina sobre mí. Su mirada es un eco de mis propios sentimientos. Luce incrédulo, pero también, algo que nunca he visto en él, asustado─. Vámonos. El que hizo esto puede regresar a limpiar sus huellas en cualquier momento. Debemos ponerla segura.
Contengo mi respuesta, decirle que lo esperaremos, porque sé que la persona que hizo esto no lo hará. No se arriesgaría. En su lugar lucho por ponerme de pie porque sé que si esto es real, Fósil está en lo correcto. Me tambaleo, así que me apoyo en el escritorio, una sonrisa intentando, sin éxito, apoderarse de mis labios. Estoy loca. Estoy diagnosticada con esquizofrenia desde los cinco años. Papá tiene razón. Vicenzo tiene razón. Toda La Organización tiene razón. Debo aumentar la concentración de mis pastillas, de nuevo, porque mi cuerpo nuevamente ha desarrollado inmunidad a ellas, permitiéndome sentir y descontrolarme. Ver cosas que no existen. Alejarme de lo que mi padre quiera que sea. De lo que se espera de mí. Pero Fósil se encargará de ello. Papá está bien. Esto es solo un delirio. Parpadeo mientras mis manos ensangrentadas aprietan los papeles debajo de ellas.
Por más que me concentro, la imagen de mi padre sin vida en el suelo no se va. Fósil tampoco deja de mirarlo, así que eso prueba que él también lo ve. Por más que lo deseo, su muerte no es una alucinación. Mi padre está muerto. El hombre que me crió, que me amó a pesar de que mi propia madre no lo hizo, está muerto. La única persona que me conoce y ama a pesar de ello, del caos que soy, está desparramada sin vida sobre el suelo y nunca tuve la oportunidad de decirle que realmente lo perdonaba. Nunca podré despedirme. Nunca más podré ver sus ojos azules, tan oscuros como el océano, y sentirme orgullosa de tenerlos, o sentir sus brazos cálidos alrededor de mí.
─Arlette.
Soy forzada a mirar hacia arriba cuando Luc se acerca y me fuerza a alzar la cabeza. Mi barbilla se mueve mientras el dolor se profundiza.
─Mi padre está muerto ─susurro.
Él afirma, sus ojos verdes tristes.
─Lo está, pero sé que desearía que no te le unas todavía. Fósil tiene razón. Debemos irnos ya. Tenemos cosas que hacer.
─¿Y mi padre? ─pregunto, mi garganta seca como la lejía─. ¿Qué haremos con su cuerpo? No lo dejaré aquí. ─Alzo el mentón─. Tendrán que matarme si quieren llevarme con ustedes sin él.
Luc lo mira. Yo no lo hago.
No puedo.
─Lo llevaremos con nosotros. Le daremos un entierro digno.
Por el momento, eso es suficiente. Mientras trabaja en una manera de traerlo con nosotros, a mi papi, me arrastro a la sala de espera con Fósil pisándome los talones. No me pierde de vista, así que me sigue cuando identifico los tacones rosados de Beatrice. Ella se encuentra junto al sofá de la sala de espera, su espalda apoyada contra la pared, lo que explica que ninguno de los tres la haya notado cuando entramos. Probablemente intentó esconderse de los atacantes de papá. No tuvo éxito. Hay una herida de bala cerca de su corazón, la sangre mana de su boca, pero sus ojos verdes como esmeraldas continúan abiertos. Me arrodillo a su lado y llevo mi mano a su vientre. Mi hermano. No solamente perdí a mi padre, sino que también estoy a punto de perder a dos integrantes más de nuestra familia, la cual significa todo para mí. Tres más si cuento a Moses, quién yace sin vida junto a nosotras con un agujero en la frente. Me estremezco cuando noto la forma en la que la sangre tiñe el vestido blanco, un clásico de la moda de los ochenta, de mi madrastra.
─¿Beatrice? ─murmuro con un hilo de voz.
Sus ojos luchan por enfocarme, pero no lo logran.
Sus manos, sin embargo, se mueven y depositan una navaja en las mías. La navaja de papá. Mi navaja para derrotar a las hadas. Conseguí guardarla por unos años, pero eventualmente alguien del servicio, supuse, la descubrió y no la vi nunca más. Esperé el regaño de papá por un tiempo, pero este nunca llegó. Las lágrimas escasamente me dejan ver. Ahora sé que fue Beatrice. Ella la tomó. Nunca me delató, puesto que estoy segura de que papá me habría dicho algo de haberlo hecho. A pesar de nuestras diferencias, de lo dolida que sigo con ella, continúa siendo familia. Es una buena madre para Flavio. Lo ama con todo su corazón. A su manera. Ni siquiera quiero pensar en lo mucho que su pérdida le afectará. Ahora los dos seremos huérfanos.
─Por favor ─consigue decir entre escupitajos carmesí, descendiendo suavemente la hojilla al borde de su vientre.
Niego.
─No puedo, Beatrice. Morirás si lo hago. ─Miro a Fósil y a Luc, quién se acercó cuando Fósil lo llamó. Debemos salvarla. Debo salvarla. Beatrice debe vivir. Por Flavio. También por mí. Me acabo de dar cuenta de que su presencia no solo no me molesta, sino que me gusta. Sin ella no sabría la cantidad de sacrificios que debe hacer una mujer convencional de nuestro mundo─. La podemos dejar en el hospital y permitir que ellos se ocupen, ¿no? ─Ninguno de los dos contesta, así que vuelvo a mirarla─. Te recuperarás y cuidarás de mi hermano mientras me encargo de que quién sea que hizo esto pague. ─Afirmo intentando convencernos─. Estarás bien. Verás a tu bebé pronto.
Beatrice llora, pero su maquillaje no se corre.
Es perfecta. Nunca he apreciado cuán bonita es hasta ahora. Cada vez que lloro, soy un desastre. Necesito saber qué productos usa. Necesito saber cómo las aplica. Cómo sobrevivió al amor de mi padre cuando mi madre no lo hizo. A mí. Hay tantas cosas que ahora me doy cuenta que quiero conocer de ella, pero que tal vez nunca pueda.
No solo yo, sino también Flavio.
Mi nuevo hermano, si no está muerto ya.
─Sí, sí lo haré, porque tú lo ayudarás a sobrevivir y lucharé por mirar su carita antes de partir. ─Cierra sus dedos con más fuerza sobre los míos al intuir que continúo dudando─. Hazlo, Arlette. Moriré, pero... pero quiero que mi bebé viva. Por favor, no dejes que muera. ─Su cara se deforma con tristeza y sufrimiento. Probablemente hablar está reduciendo significativamente su tiempo de vida, pero está tan empeñada en ello que no me atrevo a detenerla─. Sé que me odias, pero, por favor, cuida de mis hijos. No permitas que nadie los lastime. Son tu única familia ahora. Tú eres su única familia ahora.
Nuevamente miro a Fósil.
─¿Crees que sobreviva al traslado al hospital?
Él niega.
─No.
Miro a Luc.
─No. Lo siento.
Nuevamente mis ojos se enfocan en Beatrice. Hay un nudo tan grande en mi garganta que tengo que tragar un par de veces antes de hablar.
─Lo siento mucho, Beatrice.
Lo que estoy a punto de hacer le causará mucho dolor.
Ella niega.
─No lo sientas. Solo hazlo.
Afirmo antes de hacerle una seña a Fósil para que me ayude a acomodarla sobre el suelo. Él usa el tono más suave que posee, con el que solía contarme historias de la Bratva de niña, mientras le pregunta si pudo ver el rostro de las personas que hicieron esto, a lo que Beatrice responde que solo eran tres hombres con pasamontañas. Aprovecho su momentánea distracción para hundir la hoja de mi navaja en su carne, arrancándole un grito de dolor que Luc acalla con un pañuelo de la manera más gentil que puede. Una sensación viscosa y desagradable asciende por mi mano mientras escarbo dentro de su cuerpo para alcanzar los pies del bebé. Los halo suavemente hacia mí cuando los consigo. Amplío la incisión en el vientre de Beatrice, preguntándome cuánta sangre más es capaz de derramar, si por algún milagro podría no quedarse seca todavía, para alcanzar la curva de su espalda y atraerlo todavía más hacia la vida. Hacia la oscuridad. Ambas soltamos un sonido ahogado cuando lo saco aún envuelto en el saco que lo acobijó por nueve meses. Él llora. Llora fuerte y claro. Rápidamente, le quito los trozos de placenta que aún se adhieren a su piel rojiza y corto el cordón umbilical con cuidado de no hacerle daño.
Es pequeño. Tiene abundante cabello rubio oscuro, como el de papá, y estoy ansiosa por saber si sus ojos serán azules o verdes, puestos que estos todavía permanecen cerrados. Mis dedos se detienen entre sus piernas, dónde un trozo de placenta o de algo más descansa, ocultándome una verdad que debió ser obvia.
No tengo un hermano.
Tengo una hermana.
Ahora entiendo por qué Beatrice dijo que ella nunca sería feliz conmigo cerca. Por qué me quería lejos. Y no puedo juzgarla por ello. Yo también lo habría deseado de ser ella. La pequeña niña entre mis brazos es tan frágil y delicada. Tan dulce mientras se acurruca contra mi pecho en búsqueda de calor y protección. Tan inocente y necesitada.
Mi padre la habría amado.
Probablemente yo la habría odiado.
Se la tiendo a Beatrice, quién niega y no se esfuerza en tomarla.
─No. ─Niega─. Ya no soy su mamá. Sostenerla mientras sé que estoy a punto de abandonarla solo lo hará más difícil para mí. ─Ya que no la sostuvo, me siento a su lado con la pequeña criatura entre mis brazos sin insistir. Quiero que la vea tanto como pueda. A su vez, yo tampoco puedo dejar de observarla. Me recuerda a Flavio en sus fotos de bebé, pero también a mí─. Tú la criarás, Arlette. La amarás. La protegerás. No necesito que me prometas que lo harás, porque sé que será así. ─Finalmente llevo mis ojos a los suyos cuando vuelve a toser, manchando mi hombro de sangre─. Pero necesito que me jures que nunca permitirás que sea como yo. ─Sus labios se curvan hacia arriba de manera temblorosa─. Quiero que sea como tú. Quiero que nunca, bajo ningún pretexto, ningún hombre la hiera.
Mi voz es apenas audible cuando hablo.
─Lo juro.
Beatrice cierra sus ojos con agradecimiento, así que nuevamente ambas contemplamos a mi hermana. Ya no llora. Se ha quedado dormida con un mechón de mi cabello atrapado en su pequeño puño. No puedo evitar reír mientras sollozo. Mis pastillas han quedado obsoletas. Mis emociones finalmente derribaron el muro que los químicos construyeron alrededor de mi cabeza. Estoy tan enojada en este momento, no solo triste. Enojada porque acabo de perder a mi padre, la persona a la que más he amado y amaré en toda mi vida. Enojada por Moses. Enojada por Beatrice. Pero, sobre todo, estoy enojada con la estúpida versión de mi misma de hace unos minutos. La misma que en un universo alterno en el que el día de hoy no hubiera ocurrido seguramente habría continuado decepcionada de mi padre cuando este era el ser más perfecto.
Molesta sin sentido con mi madrastra.
Habría despreciado tanto a este bebé.
─¿Qué nombre le darás? ─murmura ella mientras sus ojos se cierran cada vez más, tardando también más en abrirse de nuevo: siempre me pregunto si será la última vez─. Tiene que tener un nombre fuerte. Quería llamarla Eva, pero no estoy segura de que te agrade. ─Vuelve a toser, pero esta vez más fuerte─. ¿Tal vez Violette? Rima con el tuyo. Me gusta. Eso haría que no olvidaras que están familiarizadas.
─No. ─Muevo mi mano. Aprieto sus dedos con fuerza, lo que me hace testigo de la disminución en intensidad de su pulso─. Beatrice.
Mis palabras la hacen llorar fuertemente otra vez. Dejo caer un costado de mi rostro sobre su hombro, aceptando su cercanía demasiado tarde. Estoy desesperada por ir a buscar a Flavio, debo llegar a él antes de que La Organización lo haga, pero no puedo dejar a Beatrice sola. Mi corazón se estremece cuando sus inhalaciones se hacen superficiales y ahogadas. Luc y Fósil intentan ayudar enderezándola más, pero solo funciona por unos segundos. Con sus mejillas, habitualmente rebosantes de rubor, blancas, enfoca sus ojos verdes en mí por última vez.
─Siempre odiaré a tu madre ─dice─. No por destrozar a Carlo, sino por lo que hizo contigo. Si pudiera retroceder en el tiempo y asesinarla antes de que pudiera tomarte en brazos al dar a luz, lo haría aunque eso significara ser ejecutada en el acto por tu padre.
Le creo.
─Lo sé ─murmuro mientras me inclino con Beatrice entre nosotras para besar su frente─. Cuando llegues a dónde tengas que llegar, Beatrice, y veas a mi padre, dile que a pesar de la manera en la que me crió y de todas las normas de La Organización, haré que paguen por esto.
Antes de morir, ella sonríe.
─No tengo que hacerlo. Él ya lo sabe.
****
Tomamos una de las camionetas de papá para poder llevar su cuerpo y el de Beatrice con nosotros. Nos dirigimos inmediatamente después a la escuela de Flavio. En el camino lo único que puedo hacer es preguntarme por qué ella estaba ahí. Por qué no se encontraba en casa. Como cada día. Dejo a la pequeña Beatrice en los brazos de Fósil antes de bajarme de la Range Rover de un salto y recorrer los pasillos con Luc detrás. Ninguno de los guardaespaldas de papá se encontraba en sus lugares habituales, todos estaban muertos en el estacionamiento, así que solamente somos nosotros cuatro, sin contar a Flavio, contra el mundo.
Debo localizar a Francesco pronto.
Si alguien sabe qué debemos hacer en este momento, a quién contactar, es él. Ya no confío en nadie. Si mi compromiso con Vicenzo no se hubiera roto, acudiría a Constantino, pero estoy segura de que con mi padre muerto el casetto de la mafia siciliana no accederá a ayudarme gratuitamente, lo que estaría bien si no sospechara que el precio a pagar por su protección sería injustamente alto. También que existe la posibilidad de que me entregue a La Organización si estos demuestran tener algún interés en mí, solo para ascender. Cualquier pensamiento sobre mis siguientes pasos, sin embargo, se desvanece cuando entro abruptamente en el salón de Flavio y dirijo mi mirada al único puesto vacío. Me estremezco, sin importarme los gritos de los niños presentes, mientras paso mis dedos por la etiqueta metálica en una esquina.
Flavio Cavalli.
─No está aquí ─murmuro con voz rota.
No.
No.
¡No!
Flavio no.
─¿Dónde está Flavio? ─gruñe Luc mientras empuja a la maestra contra el pizarrón, algunos de los compañeros de Flavio empezando a sollozar.
La anciana palidece.
─Su padre se lo llevó a primera hora.
El aire abandona mis pulmones.
─¿Vio personalmente a mi padre?
Ella niega.
─No. Eran guardaespaldas. Le pregunté a Flavio si los conocía. Él dijo que sí, pero... ahora que lo recuerdo, yo no los había visto antes.
Luc maldice mientras la suelta. Yo también lo hago.
No eran guardaespaldas de papá.
Eran hombres de La Organización.
****
De acuerdo con las leyes de nuestro mundo, Flavio es el único heredero de la fortuna Cavalli, por lo que Beatrice y yo estamos relativamente a salvo, puesto que lo único que podrían hacer con nosotras sería usarnos como herramientas para chantajearlo. Estoy convencida de que papá se encargó de poner varias trabas legales y no legales para que tengan que mantenerlo con vida si quieren acceder a su dinero, así que Flavio debe estar vivo. Me inclino sobre la barandilla del bote que lleva navegando horas a las afueras de Chicago mientras pienso en qué haré ahora.
Mi padre ha muerto.
Estamos en peligro.
Todos sus enemigos vendrán por nosotros.
Fósil tiene razón. Deberíamos huir, tal vez a Latinoamérica o a una isla del Caribe, pero me niego a dejar a Flavio. Aunque no puedan matarlo, hay cosas peores que la muerte y quién sea quién lo tiene quiere convertirlo en su marioneta para poner sus manos en nuestra herencia. Que Beatrice y yo no la manejemos no significa que no nos pertenezca. Aprieto el metal con fuerza. No me he cambiado. Han pasado casi dos días desde la muerte de mi padre y al parecer lo único que puedo hacer es pararme aquí, en el mismo balcón en el que mi padre me hizo sentir como si fuéramos dueños del mundo, y pensar en un plan mientras la sangre de mi progenitor y de mi madrastra continúa sobre mi piel.
Me tenso al escuchar el sonido de la puerta abriéndose.
─¿Señorita Arlette?
Fósil.
─¿Conseguiste lo que te pedí?
Él afirma.
─Su casa está destrozada. No hay rastro de los diamantes. Su padre era tan paranoico al respecto que no sé decirle si alguien se los robó o si los tiene escondidos en algún sitio. Nadie, salvo los hombres que contrataba para la tarea, sabe dónde están y ellos no están por ninguna parte ─murmura mientras se acerca─. También le traje esto. Pensé que podría necesitarlas para dormir y reconsiderar nuestros planes. Tal vez luego compartamos la opinión de que huir y escondernos es lo mejor.
Tomo el frasco de pastillas con mi nombre.
Le doy vuelta entre mis dedos. Realmente no contienen ningún medicamento prescrito. Su rotulación es solo una etiqueta. Es fentanilo, una droga cien veces más fuerte que la morfina y veinticinco veces más potente que la heroína. Es lo que he estado tomando, aumentando su concentración, desde que las pastillas de papá dejaron de funcionar. Recuerdo tener trece y un día empezar a sentirme agobiada por mis propias emociones, lo que no tardé en darme cuenta de que se debía a mis pastillas. A que mi cuerpo se había hecho inmune a ellas.
Últimamente también estas estaban dejando de surtir efecto, permitiendo esporádicamente que mi verdadero yo saliera a la superficie, como un animal enjaulado que consigue escapar, pero siempre he encontrado la manera de satisfacer los deseos de mi padre de mantenerme apagada por prevención. Fósil siempre ha encontrado a un traficante dispuesto a experimentar a cambio de la suma adecuada. Mis dedos tiemblan mientras le doy vuelta a la tapa y miro su interior por última vez.
Fósil gruñe con sorpresa cuando esparzo su contenido en el mar.
Ya no más.
─La única persona que podía ordenarme algo ha muerto. ─Presiono el frasco vacío contra su pecho─. Puedes amarme como a una hija, pero no eres mi padre. Me quedaré en Chicago, recuperaré a mi hermano y haré que las personas que asesinaron a Carlo Cavalli deseen no haber nacido. Vuelve a contradecirme una vez más y me aseguraré de que sea la última, ¿estamos de acuerdo o tengo que hacerte entenderlo?
En lugar de lucir molesto, sus ojos oscuros brillan con emoción.
─Estamos de acuerdo, señorita Arlette.
Afirmo, volviendo mi vista de regreso al mar.
─Bien.
Tengo que continuar pensando en lo que haré a continuación. Hasta ahora lo único que tengo a mi favor es que mi enemigo cometió el error de arrebatármelo todo, lo que significa que mis planes no tendrán daños colaterales, lo que los hará absolutamente perfectos.
Si yo fuera ellos, entregaría a Flavio en este mismo instante.
Este es el capítulo final ♡
Sé que dije que quedaban cuatro para terminar la novela, pero cuando empecé a escribir las palabras salieron y no pude retenerlas. Espero que este viaje les haya gustado tanto que decidan acompañarme a la siguiente parte, cuya portada y sinopsis estaré publicando en unos minutos (tal vez segundos xd), de todas maneras les dejaré el link en un mensaje en mi muro
Las amo, de verdad gracias por aguantarme y a mis personajes
¿Qué opinan del final?
Si les gustó la historia, no olviden ir a GoodReads y comentarla (denle estrellitas allá, porfi)
Hasta pronto (para respetar los cuatro días de maratón, empezaré la nueva novela mañana)
PD: KarlaRome, esta última dedicación es para ti, eres un amor
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