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Capítulo 37:

VICENZO:

Marcelo no tarda más de un par de minutos en unirse a mí. A pesar de que el cuadrilátero está lleno de suciedad, no hace más que desabotonar los primeros botones de su camisa y arremangársela con una mirada hostil, pero ansiosa, para prepararse. Salvo por la chaqueta, va a pelear con el resto de su caro traje puesto. También hay un reloj de oro y diamantes adornando su muñeca del que no se deshace. No me impresiona. Esta noche, gracias a las apuestas, me he hecho un par de millones más rico, pero nada valdrá tanto como la satisfacción de aplastar su cráneo bajo mi pie cuando termine con él. Tengo la fantasía de llevarle su cabeza a Arlette y hacer que lo bese una última vez frente a mí, solo para que presencie y recuerde para siempre lo que puede pasar si comparte la naturaleza de nuestra relación con alguien más. No todos tienen por qué saber que tiene más libertad de la que debería o que se encuentra sobre mí de alguna forma.

Mucho menos personas en las que no confío.

Personas que se atreven a tocar lo que es mío sin mi permiso.

Ella.

Porque sí.

La perra loca Cavalli me pertenece.

Es mi carga para llevar. Nadie nunca estará en mi posición, forzado a estar ligado a alguien que no amo, a protegerla y soportarla por el resto de mi vida, así que no me podrán pisotear al respecto. Arlette es mi desastre y de nadie más.

No tienes ni idea del terrible error que estás cometiendo.

Su voz no contiene ningún tipo de emoción. Pensé que estaría molesto, pero se comporta como si estuviera aquí solo porque tuviera que estarlo. Como si aceptara la muerte de alguno de los dos con completa naturalidad. Eso me hace respetarlo como un rival. Lo más gracioso de toda esta mierda es que no puedo no reconocer que es un buen hombre y un excelente líder.

Es una lástima que lo haya mandado todo al desagüe.

No. Si lo sé, pero no me importa ─respondo.

El encargado de anunciar las peleas guarda silencio mientras nos posicionamos uno frente al otro. No necesita presentarnos porque ya todos saben quiénes somos. La emoción de los espectadores es tal que algunos de ellos tiemblan y gritan hasta que las venas de sus cuellos se hinchan o se ahogan con su propia saliva, sus ojos en nosotros, conscientes de que están a punto de presenciar la pelea del año. La mayoría de ellos, al pertenecer de alguna forma a La Organización, sabe lo que está en juego. Si Marcelo y yo lo llevamos esto hasta el final, puedo llegar a ser el próximo líder de la Cosa Nostra o él puede iniciar una guerra con mi familia.

Con una sonrisa, me despido del cuchillo de carnicero depositándolo sobre el carrito con armas que una chica sin la parte superior de su bikini y guantes de cuero arrastra. Marcelo tampoco toma nada, lo que origina exclamaciones de sorpresa. Estoy listo para demostrar que soy mucho más que un asesino, lo cual no pasará si utilizo mis métodos de siempre. Una vez tanto la chica como el comentarista se encuentran lejos de nosotros, suena la campana que da inicio nuestro encuentro y él me golpea.

Duro.

Es un gancho que completa la tarea que mi padre empezó y saca mi mandíbula de su articulación. Disfruto de la expresión frustrada en su rostro cuando se cierne sobre mí y no correspondo ninguno de sus golpes. No me entiende. No entiende en qué clase de mierda se ha metido. Eso hace que suelte una risa que solo consigue joder más con su mente. Mientras continúa golpeando mi rostro a matar, se olvida de las otras partes de mi cuerpo.

Eso es algo de lo cual saco provecho encajando mi rodilla en su estómago. Su expresión rompe por unos segundos, pero aún así no logro quitármelo de encima. Listo para la siguiente fase, levanto uno de mis brazos y consigo atrapar su puño cuando este se prepara para seguir deformando mi cara. A penas soy capaz de verlo, la sangre empaña mi visión, pero logro identificar la posición de su cara y dirigir su propio puño contra ella. Lo golpeo tan fuerte que su alianza rasga la piel sobre su ceja derecha.

Eso por fin lo desestabiliza.

Marcelo ruge cuando arremeto contra él, mi abdomen contrayéndose, con tanta fuerza que nuestras posiciones se invierten. Esto ya no se trata de quedar bien, así que me muevo rápido y dejo caer una de mis rodillas sobre su garganta mientras mis manos inmovilizan sus puños y choco mi otra pierna contra su cabeza una y otra vez. Es una llave perfecta, por lo que no tiene salida. Mis labios se curvan en una sonrisa satisfecha cuando su sangre empieza a manchar mis pantalones, uniéndosele a la de los chicos que sufrieron el mismo destino esta noche. Estoy tan ocupado destruyendo su nariz y pómulos, reabriendo su maldita cicatriz, que no me doy cuenta de que otra persona se nos une.

─¡Basta, Vicenzo, compórtate como un hombre sensato, no como un primate! ─Carlo me empuja lejos del cuerpo de su socio. Está usando un traje gris que manchó con sangre al acercarse a nosotros. Cuando arremeto en su contra, dos de sus hombres me inmovilizan a medio camino mientras otro me noquea.

Se necesitan tres de sus golpes para dormirme.

Lo último que escucho antes de caer como peso muerto sobre el cuadrilátero, son los rugidos de molestia del público. Los entiendo. Ninguno de nosotros se rindió. Ninguno de nosotros murió.

Eso es un problema.

****

La próxima vez que abro los ojos, no sé dónde estoy. Al mover mis brazos y piernas descubro que mis extremidades se encuentran atadas con blindas. Reconozco la opresión que genera el plástico contra mi piel cuando intento romperlas. La luz es escasa, por lo que lo único que puedo identificar es la ventanilla en la puerta desde dónde entra y percibir que las dimensiones de mi celda no deben ser mayores a dos por dos metros cuadrados. Al rato deduzco que estoy en un lugar recóndito de Carlo. Sudor frío corre por mi frente. Me pregunto qué decidirá. Si ignorar su amistad con mi padre, asesinándome, o pasar de Marcelo exigiéndole mantenerme con vida. Sea cual sea su elección, ganará a uno de ellos como enemigo. Me fuerzo a ser realista. Aunque esté comprometido con su hija, un adolescente no vale la molestia. La vida de una sola persona es nada a lado de la de docenas, tal vez cientos, que se perderían en una guerra dentro de la Cosa, por no hablar de los millones de dólares que se necesitarían para financiarla. En relación pérdida/ganancia, estoy jodido.

─Bien. Estás despierto. Pensé que tendría que recurrir a alguno de mis métodos para hacerte abrir los ojos ─gruñe una voz desde la esquina más oscura─. Bienvenido a mis mazmorras, hijo. Es aquí dónde lastimosamente debo mancharme las manos con sangre.

Carlo.

Entrecierro los ojos cuando las luces finalmente se encienden. No es que pueda ver mucho, mi cara está completamente hecha mierda y a penas consigo obtener una franja de lo que sucede a mi alrededor debido a la hinchazón, pero puedo notar que se ha quitado tanto la chaqueta como la camisa que llevaba cuando me separó de Marcelo, su pecho al desnudo. Antes de avanzar hacia mí, se da la vuelta y abre la puerta de acero tras él para permitirle el paso a uno de sus hombres. Consigue cegarme por unos segundos debido al brillo del cuchillo afilado que le tienden. Intento mandarlo al infierno antes de se acerque, pero hay una barra de acero convirtiendo mis palabras en sonidos inentendibles.

─¿Qué pretendías retando a Marcelo? ¿Sabes lo que habría sucedido si hubieras ganado? ¿Si hubieras perdido? ─Me estremezco involuntariamente cuando pasa el filo por mi nuca, rodeándome─. Ya que veo que no, te lo explicaré lo mejor que pueda: si hubieras ganado, te habrías convertido instantáneamente en el líder de la Cosa Nostra, pero ya que no tenías ningún hombre cubriéndote las espaldas, cualquiera habría podido robarte el título en cuestión de segundos asesinándote a ti y a tu familia. De lo contrario, de haber perdido, tu padre habría perdido un hijo. Los Ambrosetti se habrían quedado sin futuro. No es una visión muy lejana de la realidad, la verdad, ya que no creo que sobrevivan más allá de una generación o dos, pero habrías acelerado el proceso. ─Me fuerzo a no mostrar ningún tipo de emoción cuando presiona el borde afilado sobre mi corazón─. ¿Qué te dije sobre actuar estúpidamente? Ahora me has dado una excusa para hacerte pagar por todo lo que le has hecho a mi hija. Tanto tu padre como Marcelo estuvieron de acuerdo con dejar que fuera yo quién te castigara. ─Lentamente asciende la cuchilla hasta presionarla sobre mi rostro, pero nada de lo que pueda hacerme me generará más dolor del que me ha generado saber que mi padre está de acuerdo con esto. Mi decepción es mi anestesia─. Intenté ser bueno contigo. Te traté como si fueras de la familia, pero no funcionó. Si estás tan empeñado en comportarte como un sucio e impulsivo animal, serás tratado como uno. ─Trago, presionando mis dientes y encías rotas contra el metal, al sentir cómo la carne de mi magullado rostro se separa de mi cráneo. Carlo empieza en mi frente y lentamente desciende a mi mejilla, bordeando mi ceja─. Solo entiendes si hay dolor de por medio, ¿no? ─No puedo evitar separar mis dedos y rugir cuando termina en la comisura de mis labios, separando la hoja de mi carne con brusquedad. Tras hacerle una seña con los dedos a su hombre, este sale al pasillo y regresa con otro sosteniendo un espejo. Ya que me niego a mirar, se para detrás de mí y me obliga a observar mi reflejo girando mi cabeza con sus manos. Mientras observo, vierten un líquido sobre la ranura en carne viva que sé que ayudará a que la cicatriz no sane limpiamente. Este arde, pero no lo hace más que mi odio hacia el hombre que me rebanó y al que lo permitió─. Pues ahora, cada vez que te veas al espejo, recordarás que todo lo que eres nos pertenece. Mientras tu alma habite este mundo, habrá un Cavalli por encima de ti, Vicenzo Ambrosetti.

A pesar de que sus palabras se graban con fuego en mi memoria, no puedo hacer otra cosa salvo observar mi reflejo en el espejo. No me concentro en mi piel magullada o cubierta de sangre, tampoco en la manera en la que mi ropa ha sido desgarrada gracias a todos los sucesos del día o en mi mirada vacía, sino en la forma en la que la herida palpita con la discreta forma de una C.

Con lo similar que ahora soy a Marcelo e Iván.

Cuando finalmente le ordena a uno de sus chicos deshacerse de mi mordaza, escupo el metal y lucho contra el ardor y la sangre que se desliza a mi cuello como un riachuelo. Es como si hoy no pudiera tener suficiente de ella, cubriéndome como una madre que aúpa a su hijo más preciado. En este momento, sangre es lo único que tengo. Todo lo que creí que era se ha desvanecido.

Invencible.

Intocable.

Inquebrantable.

─¿Qué tan estúpido crees que soy? ─grito mientras empujo mis manos y pies contra las restricciones, mis venas hinchándose tanto que las siento chocar entre sí en cada rincón de mi organismo.

Bajo el umbral de la puerta, gira la cabeza hacia mí con una mano apoyada en el borde de acero. Su expresión es mortalmente seria. Esto no es un maldito juego, pero sea lo que es, ahora formo parte de la realidad de nuestro mundo.

Y ahora entiendo perfectamente cuáles son las reglas.

─No lo suficiente como para abrir la boca.

****

Me doy cuenta de que estoy en su casa cuando Fósil entra en mi celda con una muda de ropa que tomó del armario de Francesco y una pila de toallas blancas para limpiarme. Ya que él es, o era, más alto y delgado que yo, a penas logro entrar en los pantalones de algodón que trae, dejando al descubierto mi pecho porque su sudadera no pasa de mi cabeza. Una vez estoy listo, me tambaleo hasta apoyarme en el respaldo de la silla metálica en la que hace unos minutos fui retenido. Es jodidamente hilarante.

Debería estar yendo contra la garganta de Carlo por lo que me hizo, pero a penas tengo fuerzas para mantenerme de pie. Tampoco sé si pueda contar con mi padre para apoyar mi venganza de un acto que consensuó sin vacilar.

O si quiera si quiera volver a verlo.

─Toma ─dice tendiéndome un frasco con pastillas que reconozco: pertenecen a Arlette─. Te ayudarán con el dolor.

Niego, devolviéndoselas.

─No. No quiero ni una mierda de un Cavalli justo ahora.

Fósil hace una mueca, en desacuerdo, pero no insiste y las guarda de nuevo en el interior de su chaqueta. Al parecer llevarme es su tarea, puesto que me escolta, permitiendo que me apoye en él, por el frío pasillo que conduce a las escaleras para salir de aquí. Cuando finalmente llegamos al estacionamiento fuerzo una sonrisa en mi rostro. Su rostro prácticamente está en mi axila.

─Debes estar en el cielo, ¿verdad, viejo pervertido? ─susurro.

Fósil gruñe mientras me ayuda a entrar en la Range Rover del hombre que me acaba de marcar como ganado, pero no me manda a la mierda o se burla de mí como suele hacer. Al cabo de veinte minutos de viaje, en los que me quedo dormido, el movimiento de la camioneta al detenerse frente a mi casa me despierta. Allí los hombres de papá hacen ademán de acercarse a ayudarme a entrar, pero mi mirada les dice que deben mantenerse lejos. Me arrastro hasta la puerta, la opresión en mi cabeza insoportable, y entro. Son las ocho de la mañana, por lo que un día normal mi familia ya debería estar desayunando. Un día en el que su hijo no los hubiera decepcionado, ¿o eso sería lo anormal?

Pero lo están.

Las mujeres del servicio que a veces ayudan a mamá con la comida rellenan la jarra de jugo de naranja de papá. Ambos me ignoran. Penélope es la única que nota mi presencia cuando me arrastro a la mesa. Sus ojos grises se llenan de lágrimas. Aún usa su pijama y deja caer su osito de peluche debido a la impresión.

Lo sé. No me veo bien.

─¿V?

Algo en el tono de su voz por fin trae la atención de mis padres a mí. Mamá se cubre la boca con la mano, pero Constantino no hace más que echarme un vistazo antes de volver a concentrarse en su comida y en la lectura del periódico. Huevos. Pan. Tocino. Desayuno americano junto con pastelitos, toda clase de dulces y frutas frescas. No identifico mi batido de proteínas. Tampoco hay un plato para mí. Eso es lo que hace falta para quebrarme. Antes de que Aria consiga poner un solo dedo sobre mí, ha olvidado su enojo y se ha levantado para asegurarse de que estoy bien, tomo el mantel con mis manos y lo arrastro por la superficie de madera hasta que todo lo que se encontraba sobre él termina en el piso mientras grito, sonido que hace que los sicarios de papá entren.

No he terminado de descargar mi ira contra él, Constantino Ambrosetti, por permitir que Carlo me rebanara la cara como a un cerdo, así que me dirijo a la sala y tomo cada objeto que se encuentre a mi alcance para estrellarlo contra el piso a pesar de los gritos de las mujeres de mi familia. Los cuadros favoritos de mamá. El sillón de miles de dólares de papá. El plasma 3D en el que solíamos ver cada partido de los Bears de Chicago.

─¡Vicenzo, contrólate o me veré forzado a usar la fuerza bruta!

Papá intenta tomar mi camisa con sus manos. Como respuesta, lo empujo contra la pared con mis manos en su cuello. Mi intención no es matarlo, sino que sea consciente del daño que permitió que otra persona me hiciera, todo por su maldita hambre de ser alguien, como si fuera su pequeña y deseosa perra.

Constantino deja de luchar contra mí cuando se da cuenta del mensaje que intento transmitirle. Cuando su cuerpo se relaja y le hace una seña a sus chicos para que guarden sus armas, lo suelto y continúo desahogando mi ira con cada objeto que encuentro a mi alcance. Todo termina hecho añicos en el suelo.

Incluso yo.

Grito hecho un ovillo sobre la alfombra hasta que la voz me deja de funcionar, rasgándome la garganta con cada intento de gritar de nuevo. Mis padres no hacen más que observarme en silencio, Penélope llorando en una esquina al no entender qué sucede conmigo porque no sé cómo explicar el torbellino que me está revolviendo por dentro. Cuando ya no puedo más, el cansancio colapsándome, llevo los restos de mi ira hirviente a mi habitación. Mamá intenta acercarse una vez más durante el trayecto, pero no se lo permito. Cuando pone una mano sobre mi hombro, mi cuerpo se aleja de ella como si su contacto quemara, trayendo lágrimas a sus ojos. Lágrimas de las que no me siento culpable ya que ella decidió que ya no era bienvenido en su mesa, ni en su familia.

─Vicenzo, príncipe...

─Déjame en paz o de verdad te daré un motivo para que te cuestiones si soy tu hijo.

Mi puerta se astilla en el medio cuando la cierro sobre su cara. Antes de dormir, rompo cada uno de los espejos que me rodean y me deshago de cada superficie en la que pueda ver mi reflejo.

Solo así consigo calma.


Holaaaa

¿Qué tal el cap?

Las amo 

Capítulo dedicado a DiMercurio por sus comentarios, siguiente a la predicción más acertada del final de esta historia

2/3 de maratón listo,  nos vemos mañana

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