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Capítulo 31:




ARLETTE:

El acceso delantero a mi patio está adornado con cientos de cintas brillantes que dan la impresión de colgar del cielo, directamente de las estrellas. Están hechas de cristales de swarovski, un abre boca a la exhibición de diamantes, valorada en medio billón de dólares, cuyas piezas principales se encuentran bajo la cúpula central en medio del jardín de rosas. No es una fiesta de mascaras, pero tomando en cuenta que muchos de los presentes se encuentran en la lista negra de FBI, me tomé el atrevimiento de sugerir en las invitaciones que podrían complementar su atuendo con un antifaz siempre y cuando no olvidaran la temática principal.

El brillo.

Me deleito con el resplandor de los vestidos de las mujeres que entran a mi fiesta, diseños y estilos preciosos, y de las máscaras y antifaces de los hombres que las acompañan. Típico. Mientras sus identidades estén a salvo, sus pellejos a kilómetros de ser relacionados con La Organización, no les interesa lo que pueda pasarle hermosa pieza colgando de sus brazos. Si fuera alguna de ellas llevaría puesta una máscara que cubriera todo mi rostro. No me arriesgaría a un escándalo. Nací en esto, sin embargo, así que no tendría sentido usarla ya que puedo ser relacionada de mil formas más. No conozco a nadie que tenga una herencia ligada al submundo de Chicago tan intensa como la mía. Grandes hombres rusos e italianos me cedieron sus genes. Es como si tuviera hilos invisibles atados a cada centímetro de mi cuerpo, manteniéndome sujeta a mi legado, derechos y deberes, ¿pero qué otra cosa podría esperarse de mí salvo obediencia a la sangre? Mi madre era una princesa de la Bratva. Mi padre un príncipe de la mafia siciliana. Su amor fue catastrófico, pero la consecuencia aún más.

Yo.

Soy pólvora y gasolina envuelta en un vestido Chanel.

Presiono mi mano contra el cristal de mi ventana, permitiendo que todo el brillo en la oscuridad me deslumbre. Políticos corruptos. Empresarios que hicieron su  fortuna a costa del lavado de dinero o estafas. Mercenarios. Capos de la droga. Traficantes de armas. Toda persona ocupando un asiento en mi casa en este momento es la personificación de poder. No me imagino estando en otro lugar que no sea aquí.  Este sitio es justo dónde pertenezco.

Nací para esto.

─¿Arlette?

Giro sobre mi modelo de falda ancha, pero liviana, llena de incrustaciones de cristal en forma de flores, y corsé de cintas plateadas y trasparencias para enfrentarme a mi padre. Llegó ayer, en la tarde, de Sicilia con aspecto de haber sobrevivido a una catástrofe. Durante la cena quise preguntarle por Francesco, pero algo en sus ojos me lo prohibió. Sea lo que sea que esté sucediendo en la isla en este momento, no es agradable. Solo espero que mi primo sea capaz de manejarlo sin permitir que su corazón sea un estorbo.

Debería.

─Papi.

La manera en la que sus cejas se juntan cuando me ve me hace sentir como si estuviera haciendo algo mal, pero luego noto la nostalgia inundar sus ojos azules y me doy cuenta de que mi imagen le aflige de alguna manera. Lucho por mantener la compostura mientras traspaso la habitación para refugiarme directamente en sus brazos. Mi padre me estrecha contra sí con fuerza, importándole muy poco que esté arrugando su traje perfectamente planchado.

Luces hermosa, mi dulce niña. Estoy considerando no dejarte salir de tu habitación ─susurra en mi oído, a lo que me apresuro a separarme de él para replicar ya que sé que no está del todo bromeando.

─No puedes mantenerme encerrada aquí. Soy la anfitriona.

Papá entrecierra los ojos, divertido, pero me doy cuenta de que estoy jugando con fuego al retarlo aunque sea a modo de juego.

─Siempre puedo decir que fue Beatrice quién lo preparó todo.

Sobre mi cadáver.

Debe ver el fuego en mis ojos, pues ríe. El peso que se ha instalado sobre mis hombros desde que lo vi llegar ayer se desvanece. Mientras sea la única persona capaz de producir este tipo de reacciones en él, todo siempre estará bien para mí.

─Creo que podemos llegar a un acuerdo.

Me cruzo de brazos con una ceja alzada, no muy segura de si en este momento prefiero esta versión juguetona de papá sobre su actitud convencional.

─¿Cuál?

─Deja de esperarlo. Baja a la fiesta colgada del brazo de tu padre. ─Trago cuando abre la puerta y hace pasar a Fósil, quién sostiene un cojín con una corona encima. El modelo no es llamativo por su tamaño, sino por el grosor de los diamantes que la conforman. Son tan grandes como los pétalos de una rosa gigante─. Ningún hombre es lo suficientemente bueno para hacer esperar a mi niña.

Mi garganta se cierra por la emoción mientras él mismo la coloca encima de mi cabeza y ajusta mi cabello para que vuelva a caer en una cascada lacia sobre mi espalda. Probablemente se dio cuenta de que la fiesta empezó hace una hora y de que no he bajado a reunirme con los invitados esperando a Vicenzo. El problema es que no solo es mi cita, sino que le debo el crédito del treinta o cuarenta por ciento de la preparación de este evento y que también quiero ofrecerle a La Organización, por fin, una buena imagen de nosotros dos. Este es el momento perfecto para que todos se den cuenta de que la alianza entre Ambrosettis y Cavallis es el futuro del Chicago. No nos hemos llevado tan bien, estamos en un punto en el que tolero e incluso agradezco su presencia, desde que nacimos.

Pero papá tiene un punto.

Vicenzo ya debería estar aquí.

A pesar de que me observa con un recriminatorio alzamiento de cejas, esperando una respuesta, no es hasta que la contestadora del teléfono de Vicenzo me envía de nuevo a su buzón de voz que entrelazo nuestros brazos. Caminamos en silencio, con Fósil a nuestras espaldas, solo deteniéndonos cuando llegamos a la cima de la escalera que conduce al jardín. Antes de descender a él papá se inclina y besa la cima de mi cabeza con cuidado de no arruinar mi cabello.

─Estoy orgulloso de ti.

Sus palabras envuelven mi corazón como una capa de titanio capaz de resguardarlo de las peores circunstancias. Mi espalda permanece recta y mi mentón en alto a medida que bajamos los escalones. Constantino y Aria son las primeras personas en cruzarse en nuestro camino cuando pisamos el piso de madera temporal que hice que instalaran sobre el césped. A lo lejos veo a Beatrice enfrascada en una conversación con un grupo de otras esposas y a Flavio negándose a jugar con otros niños, escogiendo en su lugar quedarse con Moses y Luc junto a las exposiciones principales, las joyas de la corona versión mafia siciliana. A pesar de que allí hay más dinero de lo que vale la pieza sobre mi cabeza, siento cómo la atención de los invitados se concentra en ella.

─Tengo la fortuna de poder de decir que mi nuera es la más bonitasusurra Aria contra mi mejilla cuando se inclina para soplar un beso sobre ella, reacción que Constantino imita tras disculparse con papá por el retraso de Vicenzo.

─No te preocupes. Soy consciente de que todavía es un chico ─le responde él antes de arrastrarme lejos de la pareja, quiénes se miran entre sí con decepción.

Papá no pudo haber escogido un peor insulto para su hijo que llamarlo un niño.

No tengo ni idea de hacia a donde nos dirigimos, se supone que debería estar socializando con los invitados, hasta que nos hallamos en medio de la pista de baile. Acurruco un lateral de mi rostro contra el hombro de papá mientras la orquesta que contraté interpreta una versión de Take Me To Church de Hozier que todos parecen disfrutar. No solo hay hombres mayores aquí, sino que también se encuentran sus hijos, así que hice todo lo posible para que el repertorio musical fuese agradable para todas las generaciones. Bartolomé, en la mesa en la que está ocupando asiento junto a su padre, el fiscal del distrito, asiente en mi dirección con aprobación. Ver cómo mueve el pie por debajo de la mesa trae una sonrisa a mi rostro. Hasta ahora, a excepción de la ausencia de mi prometido, todo va bien.

Eso no tarda en cambiar.

─No pierdas la compostura ─susurra papá en mi oído, rompiendo mi burbuja de felicidad, antes de que me dé cuenta del motivo tras sus palabras.

Vicenzo acaba de llegar.

No está solo.

Tiffany, su puta que hornea, cuelga de su brazo. Usa un vestido azul marino con incrustaciones de perlas en el escote, el mismo tono azul del traje de Vicenzo. Como si eso no hiciera obvio el hecho de que están juntos, también usan antifaces a juego y se besan vulgarmente bajo el umbral lleno de cristales de la entrada. Hinco mis uñas en los hombros de papá a medida que mi atención se desvía a los invitados y sus reacciones: señalamientos, burlas, crueles y malvados comentarios.

Él, de nuevo, ha pisoteado todo lo que me importa.

Mi familia. Mi apellido. Mi reputación.

Nuestro futuro.

Todo por lo que hemos trabajado.

Lo siento, papi. ─Me echo hacia atrás con el corazón roto─. No puedo.

Hace unos segundos era la anfitriona perfecta.

La hija perfecta.

Ahora todos especulan sobre lo que debe estar mal conmigo.

Sobre qué le hizo elegirla a ella, una don nadie, sobre mí, su futura esposa. Pero aunque mi orgullo está desecho, lo que verdaderamente me preocupa es no saber cómo manejaré el peso de lo que tendré que hacer para resolver esta situación.

****

El jardín al otro lado de la cúpula está casi vacío. Recorro los pasillos del laberinto de rosales con la mirada clavada en el cielo. Muchos de los invitados intentaron interceptarme, sus rostros maliciosos o simplemente curiosos, de camino aquí, pero logré escabullirme de cada uno de ellos con gracia. Me abrazo a mí misma cuando una ráfaga de viento consigue sacarme un estremecimiento. Cuando Verónica y yo hablamos sobre si las personas podían cambiar o no, una parte de mí, lo admito, quería creer que ella tenía razón, pero Vicenzo, besuqueándose con Tiffany enfrente de toda La Organización, es la prueba de que no.

Hagas lo que hagas, las personas no cambian.

Ignoro la manera en la que mi labio inferior tiembla mientras me acurruco entre las hojas. No suelo llorar, suelo explotar, pero en este momento no hay nada que desee más que derrumbarme en mi cama con una caja de pañuelos y el consuelo de la presencia de Francesco. Desde que se fue no lo he añorado tanto como lo hago en este momento. Si él estuviera aquí, estoy completamente segura de que encontraría la manera de llevarse lejos todo mi dolor.

─Pensé que tu reacción sería más compleja que simplemente huir. ─Me doy la vuelta abruptamente ante el sonido de su voz─. Estoy algo decepcionado, principessa. Esperaba fuegos artificiales, no una triste serpentina.

─Es solo una puta ─escupo.

Marcelo niega, una sonrisa tirando de sus labios.

─Un hombre no desafía todo lo que conoce por tan solo una puta.

Aprieto mis manos en puños.

─¿Qué haces aquí?

Se encoje de hombros, lo cual no lo hace ver para nada más pequeño. Su traje no es tan elegante como el de papá, Vicenzo o el resto de los invitados. Es negro, simple, con la chaqueta y la camisa sin abrochar en los primeros botones. Luce como si no quisiera estar aquí, como si no perteneciera aquí, pero aún así tuviera todo el derecho a empujarse dentro de nuestro mundo de lujo. Su barba está de regreso. Mis dedos hormiguean. Quiero tocarla. Está perfectamente recortada y espesa, justo como me acabo de dar cuenta que me encanta en él.

Cubre, no del todo, su cicatriz.

─Quería asegurarme de que estuvieses bien.

Desciendo la mirada al suelo, respirando profundamente, antes de clavarla en sus ojos verdes. No puedo arruinarme más. No puedo olvidar con quién estoy hablando. A pesar de que quiero mandarlo al demonio, es el jefe de jefes.

─Gracias, pero me refería a qué haces en aquí, en la fiesta. ─Retrocedo dos pasos cuando él da dos en mi dirección─. Dijiste que este no era tu tipo de evento.

─Sí, porque me aburren, pero estoy seguro de que la noche a penas acaba de empezar y...Mi cuerpo tiembla cuando se toma la libertad de extender su mano y retirar una hoja de los rosales de mi cabello. Está tan cerca que la transferencia de calor de su cuerpo al mío es innegable─. Sé que tienes varias sorpresas para mí.

****

Si mi mundo se hizo añicos cuando vi a Vicenzo entrar con Tiffany, terminó de volverse polvo al ver a con quién la feliz pareja comparte mesa. Morello. Luciano. También otros miembros de La Organización, observo, que apartan su mirada de la mía con desdén o gestos obscenos. Ellos se ríen y las voces en mi cabeza no dejan de decirme que yo soy el motivo. Luciano es el único que no deja de observarme fijamente, inclinando la cabeza hacia el punto en la habitación en la que mi padre se encuentra charlando con Iván. Mis latidos se incrementan. Aún no he decidido qué pensar sobre sus insinuaciones, pero no puedo evitar creer en ellas.

Si Iván alguna vez hubiera intentado hacerme daño de verdad, estaría muerto.

La amargura ligada a la traición se desliza nuevamente como un delgado y suave chal sobre mis hombros. Abandono la conversación que he mantenido por media hora con Verónica y Bartolomé sobre el futuro representante al senado de nuestro estado con la mejor excusa que se me viene a la mente.

─En unos minutos las chicas del club harán su aparición. Veré que todo esté bien.

Verónica frunce el ceño con preocupación, una copa con champagne en su mano.

─¿Quieres que te acompañe?

Niego con una sonrisa.

─No, gracias, estoy bien.

Mientras menos personas se involucren en mi desastre, mejor. Mi mirada se cruza con la de Vicenzo de camino a los camerinos de las chicas. Le devuelvo el brindis y la sonrisa cuando alza su copa de cristal en el aire. Esta es mi quinta.

Decir que estoy borracha es un eufemismo.

A pesar de que el mundo se ha convertido en un difuminado infinito con destellos, soy capaz de moverme y actuar como si todo estuviese normal. Un par de boxeadores me silban. El gobernador del estado de Illinois me hace reír preguntándome si huiría con él cuando su mandato termine. Declino su invitación con amabilidad o, más bien, Fósil lo hace amenazándolo con romperle todos los dedos si se vuelve a acercar a mí. Mientras mi guardaespaldas no mira, me escabullo a la pequeña carpa en la que mis chicas se arreglan para el espectáculo.

─Diana ─susurro─, trabajas para mí, no para mi padre, ¿lo recuerdas?

****

Mi reputación ha sido el blanco de Vicenzo desde que tengo memoria, el único sitio dónde puede golpearme y lastimarme sin sufrir ningún tipo de represalia. Ya no más. Caeré tan bajo que ni siquiera él podrá enterrarme más profundo, pero esta vez lo arrastraré conmigo. Al final de la noche, caminaremos juntos por el mismo infierno al que me empujó trayendo a Tiffany a mi casa.

Con respecto a ella, se lo advertí.

Tenía que enseñarle cuál era su lugar o lo haría yo.

Dejo caer la cadena de diamantes de mi mano, cubriendo mi rostro con una máscara veneciana que lo oculta por completo, antes de dar un paso y quedar bajo la luz del escenario. Mi mirada viaja directamente a la mesa en la que mi padre y Marcelo se hayan sentados. El primero no puede ocultar lo mucho que lo que está viendo le afecta. Toma aire abruptamente tras ahogarse con su licor. Marcelo lo mira con confusión. Al lado de papá, Beatrice palidece. Ha reconocido sus pelucas.

Se ha dado cuenta de que esto, el recuerdo de mi madre, es un ataque hacia ella.

Encontré la manera de dañarla sin lastimar a Flavio.

I'm in my 14 carats

I'm 14 carats

Doing it up like Midas

Mmm

Doy dos lentos y precisos pasos al frente. Las bailarinas del club permanecen posando a mis espaldas cuando la música empieza. Permanezco haciendo movimientos vagos con mi cadera y extremidades contra el tubo de pole dance, mis dedos enredándose y desenredándose en mi cabello, hasta que el ritmo de la canción cambia y lo sostengo con una mano mientras me dejo caer hacia atrás, exponiendo mi cuello y clavículas. Ya no estoy usando mi vestido, sino una bata de seda color verde sirena que se arrastra por mi piel en la mejor parte de la canción. De pie sobre el inicio de la pasarela que conduce directamente a mi padre, desato el nudo que la mantiene sujeta a mi cuerpo y expongo toda la parte superior mientras me empapo con el sonido de los jadeos de apreciación de los asistentes debido a que un montón de esmeraldas rodean las bases de mis pechos, pero el resto es piel desnuda. Es una obra de arte hecha por Diana en cinco minutos.

I'm on my marquise diamonds

I'm a marquise diamond

Could even make that Tiffany jealous?

Mmm

En lugar de mirar a mi padre, en lugar de dirigirme a Vicenzo, me doy la vuelta al llegar a la punta de la pasarela y me dejo caer, dándole la espalda directamente a Marcelo. Aún estoy jugando con la tela de la bata que cuelga de mis antebrazos. Permito que caiga unos centímetros más mientras permanezco de rodillas. No es hasta que lo escucho gruñir que ladeo la cabeza coquetamente hacia él. Cuando extiende su mano e intenta tocarme, me doy la vuelta y gateo suavemente en su dirección. Marcelo aguanta la respiración cuando tomo el atrevimiento de sentarme en su regazo. Lo he escogido por ser el único hombre aquí que puedo tomar tan en serio como a mi padre. El único que podría romper las reglas por mí.

El único que, con un poco de suerte, podría sobrevivir a tocarme.

Soplo su mejilla antes de dirigir mis labios a su oído.

Let me show you how proud I'm to be yours... leave this dress a mess on the floor and still look good for you, good for you...

─Mierda, no, no lo hagas, principessa.

Marcelo se congela al escuchar mi voz, así que tengo que dirigir sus manos a las mangas de mi bata. Estamos tan cerca que puedo oler su colonia. Jadeo contra su cuello, inhalando con fuerza, cuando finalmente hace lo que le pido, dejándome con nada más que un tanga negro de encaje, y puedo levantarme para continuar con el espectáculo. Después de tener a mi padre justo al lado mientras otro hombre me desnuda, paseo de un lado a otro por el escenario luciendo como el demonio del cual casi nadie en esta habitación se ha exorcizado. La peluca de Beatrice me hace cosquillas cada vez que me muevo, pero lo que realmente me llena de energías es la reacción del público. Todos tienen sus ojos clavados en mí.

Me desean.

El último pensamiento que pasa por sus mentes es que estoy loca o defectuosa.

Mi madre estaría orgullosa.

Trust me, I can take you there

Trust me, I can take you there

Trust me, I, trust me, I, trust me, I

Todas las luces se apagan, sumiéndonos en la oscuridad, apenas dos segundos después de que me quito la máscara y la dejo caer en medio del escenario con un sonido seco que resuena por encima de la música y los sonidos de asombro de los invitados. Cuatro segundos después, estoy siendo colocada sobre un hombro y cubierta con una chaqueta. Al sexto, se oye una ráfaga de disparos que dura más o menos medio minuto, lo que significa que alguien ha aprovechado el escándalo y ha intentado robar los diamantes. Los invitados empiezan una estampida hacia la salida, chocando entre ellos, mientras muerdo mi mejilla hasta sangrar para retener una gigantesca sonrisa. De repente el caos me causa risa; cosquillas en mi estómago y una sensación de plenitud, de estar en casa, que no conocía antes. Al centésimo, ya en mi habitación, mi padre entra con una jeringa en la mano y la mayor expresión de desolación que haya visto jamás, su corazón roto.

Me pongo en posición fetal, preparada para el pinchazo, desecha.

Lo he decepcionado.

Pero ahora Vicenzo está oficialmente comprometido con una puta.

Si estoy loca o soy una prostituta, él es el idiota que no pudo manejarme.

Todo lo que es, al igual que como hizo conmigo, ha sido destruido.

Y ni siquiera sé por qué.

Estábamos tan bien.


Hola, espero que les haya gustado el capítulo. Les recuerdo que si no entienden algo no deben desesperarse: más adelante será explicado, tengan paciencia <3

Publico mañana o pasado la siguiente parte si llegamos a los 1000 comentarios

Love u

PD: Este capítulo me rompió el corazón, ¿a ti no?

PD2: Próxima dedicación a la opinión más completa del capítulo

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