Capítulo 3:
VICENZO:
De mis labios escapa un gruñido que termina convirtiéndose en jadeo cuando cometo el error de moverme. Su voz no me deja en paz aún con los analgésicos para el dolor y pastillas para dormir que me dio el doctor de La Organización, quién está forzado a guardar silencio sobre lo que vio. Al menos me cosió bien y logré mi cometido. Recibir atención por debajo de la mesa. El problema vino cuando Francesco no fue el que recibió las piedras en su ventana, sino la perra loca de su prima apuntándome con una pistola. Aprieto los puños aunque eso también me produce dolor, pero he pasado por cosas peores y esto es un cosquilleo en comparación. Sí. A mí, Vicenzo Ambrosetti, su jodido prometido, estaba apuntándome con una pistola cuando debería estar lamiendo la sangre que derramé sobre sus flores.
─No puedo creer que el hijo de Constantino vaya a morir por el corte de una navaja ─se burla el viejo guardaespaldas que siempre la acompaña cuando ve que he abierto los ojos, lo cual se siente incómodo porque mi rostro ha sido golpeado y está hinchado.
Meterme en problemas con los rusos sin un arma ha sido tachado de la lista. Jodida Silvia, la hermana de uno de los idiotas caucásicos, ¿por qué tiene que estar tan buena? Estaba follándola en un callejón cuando sus hermanos vinieron a interrumpirnos. Estaba tan borracho que los amenacé con mi pene todavía dentro de ella. Siento ganas de reír, pero no puedo hacerlo. Papá me lo advirtió. Me dijo que algo como esto no tardaría en suceder y luego tendría que empezar una guerra por culpa de mis huevos. Claramente no le hice caso, pero aprendí la lección. Ya no follaré a más putas de La Organización con sus hermanos cerca.
─Lamento decirte que no ─logro responder antes de que mis ojos se cierren de nuevo y mi cuerpo se relaje, imaginando el jadeo de alivio femenino que proviene desde algún lado de la habitación.
****
Cada centímetro de ella me disgusta. Lo alta y esbelta que es. Su cabello de tono castaño, rozando lo rubio, que recuerdo ver moverse de un lado a otro sobre su espalda desde que éramos niños y corríamos en el jardín de nuestras casas. Su piel blanca, anémica, llena de lunares claros. Sus labios rosados. Sus cejas delgadas. Su nariz perfecta, sus facciones de ángel, sus grandes ojos azul océano, sus gruesas y abundantes pestañas. Sus manos suaves, sus tobillos delgados, sus dedos delicados. Que se vista como si estuviéramos en la semana de la moda en París, no en Chicago, y parezca enorgullecerse de su herencia.
No soporto el hecho de que sea tan hermosa por fuera.
Lo odio porque casi esconde de mí la oscuridad que lleva dentro. A mí, el heredero de un imperio de sangre, que debería ser capaz de reconocerla a simple vista. Casi fui estafado por una perra. Por fortuna lo descubrí a tiempo. Recuerdo tener ocho años cuando tuve mi primer vistazo de la verdadera Arlette Cavalli, no la princesa amable y dulce que todos conocen, riéndose sobre los labios de su padre durante el funeral de su madre, mi madrina, y no haberlo olvidado jamás, convirtiéndome el único que, al parecer, se da cuenta de que el anticristo jodidamente ha llegado.
Pero en vez de lastimarla, porque no puedo hacerle daño y sobrevivir al mismo tiempo, follo chicas, rubias o morenas, bajas, bronceadas, falsas y curvilíneas. Me meto en problemas. Rompo las reglas. Juego con personas que ni siquiera debería mirar. Aprendo del negocio desde sus raíces. Obtengo una dosis de cualquier cosa que me haga olvidar que dentro de poco mi alma no me pertenecerá si no hago algo para evitarlo.
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─Él habla dormido sobre asesinarme, asesinar al demonio antes de que sea muy tarde y se apodere de su alma, ¿y yo soy la que ha conseguido ser llamada esquizofrénica durante toda la vida?
Con quién sea que esté hablando se aclara la garganta.
─La señora Aria no se suicidó por oír voces, señorita Arlette.
Arlette gruñe. Quiero abrir los ojos y hacer lo que sea que murmuré en sueños, probablemente producto de lo que el doctor recetó, para que se calle, pero en su lugar solo permanezco semiinconsciente mientras continúan con su charla.
─Detalles.
Detalles.
¿También es un detalle alegrarse por la muerte de un ser querido? ¿Besar a tu jodido padre, un capo de Chicago, en los labios? ¿No derramar una lágrima por el ser humano que te dio la vida, quién probablemente se suicidó por estar perdiendo a su esposo a manos de su propia hija? Si esos son detalles no quiero saber qué es un hecho. Desde niño he guardado discusiones entre Sveta y Carlo en mi mente que oí por accidente mientras me paseaba por su casa jugando a las escondidas con Francesco, las cuales siempre están ahí cuando veo su rostro. En todas Sveta le sacaba en cara la íntima relación que Carlo y ella aún mantienen.
Pocas cosas me dan náuseas, pero ellos juntos es una de ellas.
Pensaría que todo está en mi cabeza si eso no explicara por qué no la deja salir de casa. Tener una vida. Conocer algún chico. Incluso permitirme verla en la jodida sala a solas cuando se supone que soy su prometido. Presiento que incluso cuando nos casemos no compartiremos una habitación y seguiremos viviendo en esta maldita casa llena de secretos. No habría venido aquí de no ser por Francesco, la única persona que se me vino a la mente en el radar. La última vez que supe de él estaba aquí. Su habitación solía estar en el tercer piso, algo que recuerdo con claridad porque hice muchas cosas sucias en el acceso directo que tiene a la terraza cuando éramos adolescentes y Carlo Cavalli desaparecía con su hija.
No me sorprende que le haya robado su habitación.
─Creo que debería irse a sus clases de defensa. Es tarde.
─Tienes razón. Estoy perdiendo mi tiempo. ─Escucho cómo se levanta─. Llámame cuando lo haga, pero no creo que pueda volver hasta las siete. Tengo que pasar por el club primero. No permitiré que Felipe haga un desastre otra vez.
─¿Eso quiere decir que no la llevaré?
─No, quédate con él. Le pediré a Luc que me lleve y espere afuera. No confío en que no se quede dormido esperando mi llamada para que venga a buscarme.
─Eso suena como un buen castigo.
─Es solo el inicio ─ríe suavemente antes de mover la puerta, abriéndola, para luego cerrarla.
No encuentro nada interesante en escuchar la respiración del viejo pervertido mientras me mira dormir, por lo que me dejo llevar de nuevo por la bruma que me arrastra.
****
Supongo que son más de las cinco de la tarde cuando por fin abro los ojos por completo, recuperando la consciencia, puesto que al mirar por la ventana descubro que el sol ya ha empezado a esconderse en el mar. Lo primero que hago estando despierto es preguntarme por qué mierda simplemente no me di media vuelta cuando Francesco no abrió la puerta, pedí disculpas, fingí demencia y conduje hacia un hospital, dónde pude haber raptado a una enfermera con una apretado culo para que me cuidara. Maldición. Incluso tengo el número de un par de ellas en mi agenda. Pude haberles pagado con el efectivo que guardo en mi guantera y con mi pene. Sin saber si estoy lo suficientemente bien como para conducir hasta ellas, giro el cuello en busca de mis pertenencias, encontrándolas sobre una mesita junto a la cama.
La falta de objetos personales en la habitación es un indicio de que estoy ocupando un cuarto de huéspedes, uno lujoso. Ni siquiera quiero ver el candelabro sobre mí porque sé que si lo hago confirmaré que es de oro. Todo el mundo sabe que los Cavalli tienen tendencia a actuar como la realeza italiana, hay un par de títulos en sus antepasados, pero cada vez que soy testigo de ello me noquea. No vivo precisamente en un chiquero, pero estoy acostumbrado a la humildad de mis padres. Pensando que lo mejor que puedo hacer es irme, me extiendo para tomar mi iPhone. El dolor que siento en mis costillas me detiene y obliga a volver a mi posición boca arriba sobre un montón de almohadas de plumas de ganso. Son tan malditamente suaves que deben ser de ese tipo. Me pregunto cuántos gansos murieron para que pueda estar cómodo y si Arlette los mató.
─Al fin despiertas ─dice el viejo pervertido desde la tumbona junto a la puerta─. Pensé que pasarías de largo. Dormías tan profundamente que creí que tenía a la Bella Durmiente frente a mí.
No tengo ni idea de por qué me acosa sabiendo que dentro de un par de años podré matarlo y hacer desaparecer su cadáver como si nunca hubiese existido, pero en este momento no puedo hacer nada al respecto. Cuando esté recuperado me levantaré y estamparé mi puño en su rostro. Ahora lo único que me importa es encontrar a Francesco y salir de aquí.
─¿Dónde está Francesco? ─logro preguntar.
─Está en un viaje de negocios con el señor Cavalli.
─¿Cuándo regresan?
─El lunes por la mañana.
─¿Qué día es hoy?
─Es sábado por tarde, señor Ambrosetti.
Mi espíritu se desinfla como un globo. No puedo malditamente moverme sin correr el riesgo de reabrir la herida. Mi única esperanza es Francesco. Sin él no puedo salir de este manicomio. Mierda. No quiero preguntar por ella, pero aún así las palabras salen de mi boca como un susurro inevitable.
─¿Arlette?
─¿Qué sucede con la señorita Cavalli?
─¿Dónde está? ─gruño.
Oí algo de un club mientras estuve dormido, pero me niego a creerlo. No puede estar de fiesta mientras estoy herido. Pensar en todos esos idiotas babeando a su alrededor me desequilibra. Estaría humillándome en público mientras no puedo hacer nada al respecto. Joder. Ni siquiera tiene una excusa si lo que está haciendo es beber margaritas con sus amigas en uno de los establecimientos de su padre antes de su toque de queda. No necesito encontrar una razón para reprochárselo. Si es vista haciendo una mierda indebida, como respirar el mismo aire que inhala otro, no solo quedará mal parada ella, a quién probablemente nadie le diría nada a la cara, sino yo por maricón. Esa conducta no es permitida en nuestro mundo. Nunca me tomarán en serio si ni siquiera puedo controlar a mi prometida.
─No puedo decirle, señor.
No. Me. Toques. Los. Huevos.
Sacando fuerzas de dónde no tengo, me pongo de pie y llego arrastrándome a dónde está sentado con una sonrisa tirando de sus labios. Maldito viejo pervertido. Aborrezco a Arlette. Aborrezco que tenga que atarme a ella. Pero, sobre todo, aborrezco que me nieguen algo que considero que me pertenece. Si quiero rechazarla, lo haré. Si quiero malditamente ignorarla, lo haré. Si quiero engañarla con la mitad de Chicago y arrastrar su reputación conmigo, lo haré. Si quiero saber dónde está, lo sabré. No tengo que darle explicaciones a nadie al respecto. También algo que verdaderamente odio es el hecho de que la zorra sea unos cuantos centímetros más alta que yo, pero por suerte soy más robusto que el promedio. Eso incluye a Fósil.
─¿Tengo que recordarte que estamos hablando de mi prometida?
Fósil se levanta, su nariz contra la mía, para hacer algo que me hace respetarlo un poco.
─Lo siento, señor, solo soy leal al linaje Vólkov y usted, ya que aún no se ha casado con la señorita Arlette, no está incluido en ese paquete. Solo me debo a ella ─responde con marcado acento ruso, haciendo énfasis en la sangre de Mark Vólkov, uno de los más grandes personajes ha tenido la mafia de Chicago, que viaja por las venas de Arlette.
También un maldito esquizofrénico.
─Vete a la mierda ─respondo en su idioma natal, lo cual hace que se sorprenda, mientras me dejo caer en la orilla de la cama sintiendo cómo mi herida vuelve a sangrar. Duele, maldita sea, incluso más que cuando fue hecha─. Llama al doctor. Ahora. ─No aparto la mirada de mi piel abierta hasta que escucho que la puerta se abre con suavidad. Alguien me quitó la camiseta y espero que haya sido Arlette, pues de lo contrario tendremos un problema aquí─. ¿Qué se supone que estás es...?
Arlette.
─Danos algo de privacidad, Fósil, por favor.
Lo miro.
─No te atrevas a moverte de dónde estás, viejo cabrón, me lo debes después de que pasaste toda la noche masturbándote mientras me mirabas.
Fósil mira de Arlette a mí con duda en sus ojos. Finalmente asiente y desaparece. Ella cierra la puerta con seguro tras él y se dirige al baño. Su pelo es largo hasta los glúteos, tiene un culo pequeño y carnoso bastante firme, y se balancea sobre ellos en una brillante cascada de tonos cobrizos y dorados mientras camina con pasos de bailarina. Usa un short ajustado de licra, lo cual no ayuda, por lo que me encuentro babeando en contra de mi voluntad cuando sale con un botiquín de emergencias en mano y obtengo un vistazo de la parte frontal de sus muslos y sus pechos en un brasier deportivo.
Es la primera vez que la veo tan ligera de ropa.
─¿Qué tienes pensado hacer? ─pregunto odiando lo débil me escucho, lo patético.
Bueno, maldición, nadie nunca dijo que el demonio fuese feo.
─¿No son todos esos rumores de chico malo ciertos? No seas bebé. Voy a cuidar de ti ─dice en un fluido y hermoso italiano, haciendo que me enoje y haga hasta lo imposible por alejarme de ella, volviendo a mi viejo lugar apoyado en el cabecero y rodeado de almohadas de gansos.
─No quiero nada que venga de tus manos ─gruño.
Arlette deja el maletín sobre el colchón. Luego se monta en la cama, deteniéndose un momento para quitarse los zapatos, haciendo movimientos que me distraen lo suficiente como para no darme cuenta de que está sosteniendo una jeringa y que está clavándola en mi antebrazo. Alzo mis brazos para envolver mis manos alrededor de su cuello y acabar con esto de una vez, pero solo logro moverlos un poco por encima de la cama antes de que mi cuerpo empiece a perder fuerzas y se paralice.
Me drogó.
Mi maldita prometida loca me drogó con la droga de la violación.
─Esta es la ventaja de crecer en una casa llena de placebos ─susurra en mi oído─. Hay tantos que podría mantenerte justo así hasta que Francesco regrese. Incluso por más tiempo. Lo único que tendría que hacer sería inventar una excusa para que nadie entre a esta habitación, tal vez decir que la tubería del baño se averió, y te tendría aquí para siempre. ─Se aparta de mí para observarme con una sonrisa que arrancaría de su rostro con mucho gusto─. Lo bueno de esto es que estás consciente. Incluso creo que puedes hablar si te esfuerzas. ─Salta sobre el colchón como una niña emocionada─. Vamos, Vicenzo, no es tan difícil. Abre la boca. A, E, I, O, U... gesticula. Tú puedes.
Lo hago, abro la boca.
─Yo... yo...
Sus ojos brillan.
─¿Tú qué?
─Te... te...
─¿Tomarás el té conmigo? ─se ríe─. ¡Claro que sí!
─Te... te... mataré.
Su sonrisa se hace más ancha mientras asiente.
─Sí. Lo harás. ─Acaricia mi pierna antes de inclinarse sobre mi oído. Su mano está colocada descuidada y peligrosamente cerca de mi entrepierna. Mi pene está duro─. No sabía que las alucinaciones formaran parte de los efectos segundarios. Mi error. ─Su voz está teñida con algo que me dice que así es como debería sonar todo el tiempo. Sin filtros de inocencia fingida. Sin educación o modales de por medio. Cuando se endereza, sin embargo, vuelve a ser la de siempre que mira cada cosa como si fuera un nuevo descubrimiento─. Por favor, no llores, lo hago por tu bien ─susurra abriendo el botiquín de emergencias y sacando una aguja en la que ensarta hilo quirúrgico con terrorífica facilidad.
Niego, pero aún así vierte casi todo el contenido de la botella de alcohol en mi herida abierta, hija de puta, haciendo que las venas de mi cuello se marquen por la sensación de ardor, antes de empezar a cerrarla de nuevo con dureza y sin cuidado. Sin vacilación. Cuando termina y le toma una fotografía con su celular y me la muestra, solo siento más odio hacia ella por lo que acaba de hacer y obtengo una razón más para torturarla a la menor oportunidad en caso de que no encuentre un escape.
─Es linda, ¿no? ─murmura acurrucándose en mí sin importar el dolor que eso me ocasiona.
Desvío la mirada, sin responder, sintiéndome miserable porque cerró la herida dejando una horrible cicatriz y no hay una jodida cosa que pueda hacer al respecto porque no puedo moverme.
*****
─¿Quieres saber por qué lo hice? ─pregunta.
Afirmo.
Suspira antes de darme un respiro apoyándose en la almohada.
─Por todas las veces que me has humillando saliendo en público con esas horrendas prostitutas de tu padre, especialmente en territorio de los Vólkov ─responde delineando mis abdominales con la uña de su índice, lo cual causa que mis músculos se contraigan─. Por todas las veces que le has dicho a alguien de La Organización que estoy loca y que terminaré como mi madre. No lo estoy. Ambos lo sabemos.
No, no está loca.
─Yo... yo... ─empiezo, pero me interrumpe.
─Lo sé. Sé que no quieres estar comprometido conmigo. ─Apoya su barbilla en mi pecho y me mira directamente a los ojos. El azul en los suyos es casi negro─. Yo tampoco quiero estar comprometida contigo, Vicenzo, pero no me enemistaré con mi familia por ti. Amo la vida que tengo. No la dejaré porque seas un idiota que prefiere sumergirse en la promiscuidad en lugar de hacerse un puesto por encima de todos los demás miembros de La Organización. ─Casi rompo mis propios dientes apretando la mandíbula cuando su mano viaja a través de mi estómago. Me hace pensar que va por mi erección, llegando a la costura de mi pantalón, antes de ir hacia mi herida y ejercer presión─. Si alguien decide abandonar el barco, serás tú. Yo soy perfectamente capaz de seguir adelante con los planes de mi familia. Te das demasiado crédito si piensas que me importa que folles con otras. Me importa que me humilles. Me llamo Arlette Cavalli Vólkov. Amo cómo suenan mis dos apellidos, así que si arrastras mi nombre por el suelo no esperes que sea buena contigo. Mi padre y abuelos se esforzaron mucho para ponerlo en el lugar en el que están para que llegues tú, un niño inmaduro, a dañarlo. ¿Quieres lucha? La tendrás. Te destruiré e iré de tu mano cuando solo seas un cascarón vacío que pueda manejar a mi antojo. ─Se levanta y de nuevo mi atención está en el rebote de sus tetas cuando se mueve─. Pero solo porque tú continuaste con una guerra que te estoy dando la oportunidad de acabar aquí y ahora.
Sin decir más, Arlette se da la vuelta y se marcha de la habitación con la misma sutileza con la que entró. Demasiado jodido y cansado como para pelear, cierro los ojos y continúo con mi siesta cuando lo único que realmente quiero hacer es gritar su nombre. La diferencia de las otras veces que me he quedado dormido es que ahora estoy lo suficientemente fuerte como para soportar una pesadilla, las cuales vienen a mí como si estuvieran de oferta en el viernes negro y mi subconsciente fuese un comprador compulsivo.
****
Despierto de nuevo durante la noche. Esta vez puedo alcanzar mi teléfono y saber con exactitud la hora. Once y media. Tengo veinte llamadas perdidas de mamá, además de tres de papá. Suelto un suspiro antes de enderezarme y ponerme en contacto con ella. Seguramente estará con él a esta hora. Constantino Ambrosetti puede llegar a ser el cobrador, prestamista, inversionista o blanqueador más rudo e intimidante de todo Chicago, pero las mujeres de su familia son su debilidad.
─¿Mamá? ─pregunto cuando creo que contesta, mi voz sonando como si hubiera sido torturado en el infierno.
Arlette puede fácilmente tener el mismo efecto en mí que eso.
─¡Vin! ─grita en respuesta─. ¿Dónde estás, cariño? He intentado ponerme en contacto contigo desde ayer, pero no he podido. ─Probablemente su ceño está fruncido en este momento─. ¿Estás en casa de alguna de tus amigas?
La forma en la que pronuncia amigas hace que sonría. Mamá odia a todas las novias que he llevado a casa con la esperanza de que se enamore de alguna. La única chica que tiene en mente para mí es de apellido Cavalli. Todas las demás son pasajeras, según ella, un entretenimiento momentáneo hasta que abra los ojos.
─No, mamá, te sorprenderías...
─¡Aria! ─grita Arlette entrando de improviso en la habitación mientras sostiene una bandeja llena de comida, la cual huele muy bien y hace que mi estómago ruja. Intento ignorarla, pasar por alto el escaso camisón que usa, arrebatándole un waffle y dirigiéndome al baño con el teléfono aún pegado a mi oreja, pero me sigue y golpea la puerta como si estuviera boxeando con ella. ¿Dónde dejó la sutileza?─. ¡Vicenzo, no seas grosero y dale un saludo a tu madre de mi parte! ¡Dile que estoy ansiosa por ir de compras con ella la próxima semana!
─Mamá... ─empiezo, pero su grito me corta de nuevo.
─¡Vicenzo Antonio Ambrosetti Di Angelo! ¡¿Por qué no me dijiste que estás con el amor de tu vida?! ─chilla como una fan emocionada, comportamiento que ha adoptado desde que empezó a ver series juveniles con Penélope─. ¡Constantino, despierta, Vinette Cavetti vive!
No sé quién mierda es Vinette Cavetti, pero masajeo mi frente antes de poner el teléfono en el lavamanos, activar el altavoz y empezar a orinar. Estaba muriéndome de ganas. Cuando mamá escucha lo que estoy haciendo, probablemente después de despertar a papá para decirle que estoy con Arlette, suelta un jadeo. Para ese entonces la loca se ha aburrido de la puerta, silencio que me aterroriza más que el hecho de que esté en modo agresivo. Al menos de esa manera puedo estar preparado para lo que sea que esté haciendo. Es cuando se encuentra en su modo pasivo que realmente la tomo en serio. Ayer, por ejemplo, cuando hizo la locura de coser mi herida estaba tranquila.
─No me digas que estás orinando ─dice.
─No lo estoy ─digo frunciendo el ceño y abrochándome el cierre del pantalón─. Mamá, me tengo que ir, solo llamaba para decirte que estoy bien y que...
─Quiero todos los detalles cuando estés en casa. ─La escucho aplaudir─. Le dije a Sveta que eran el uno para el otro a penas los vi resolver un rompecabezas juntos. Ella tan inteligente armándolo mientras tú te metías las piezas a la boca y se las tendías. Lo recuerdo como si fuera ayer. ─Sorbe por su nariz. No me alarma que esté llorando porque siempre lo hace cuando piensa en Sveta─. ¡Me da tanto gusto que no nos hayamos equivocado!
Sí. Claro que no lo hicieron.
─Arlette es mi otra mitad.
El sarcasmo gotea en mi voz.
─Oh, bebé. ─Casi puedo ver sus ojos llenarse de lágrimas─. He esperado esto por tanto tiempo. Orado tanto para que tu corazón por fin encontrase su camino hacia ella. ¡Estoy tan feliz por ustedes! Tu papá no cabe en sí de la alegría. ─Escucho movimientos de sábanas─. Constantino, dile lo feliz que estás.
Una autentica sonrisa viene a mis labios cuando escucho su voz.
─Deja de joder con nosotros y déjame descansar de haber hecho el amor con tu madre en paz ─dice, lo que hace que mamá ría y vuelva a ponerse en la línea.
─No te robo más tiempo, Vicenzo. Cuida de mi adorada Arlette. ─¿Por qué tiene que decirle su adorada Arlette? ¿Es tan complicado llamarla por su nombre? Estoy casi seguro de que nunca me ha llamado su adorado Vicenzo frente a otras personas─. Hablamos mañana. Te amo.
─También te amo, mamá.
Ella suelta un último suspiro lleno de esperanzas para una relación que no existe, que nunca existirá así estemos casados en todos los países del mundo, antes de colgar y soñar con bebés con las garras y colmillos de Arlette y mi cabello. Me lavo la cara con agua y me limpio los dientes con un cepillo que encuentro en el interior del espejo, empaquetado, antes de decidir que lo mejor que puedo hacer es darme una ducha. Quiero que sea larga, pero no tengo fuerzas para eso. Una vez estoy lo suficientemente limpio y mojado, envuelvo una de las toallas colgadas en un gancho alrededor de mi cintura y salgo sintiéndome listo para una revancha.
El plan inicial era grabar mi nombre en su piel con una cuchilla que encontré en el baño. Cuando regreso a la habitación, sin embargo, encuentro la bandeja con mi desayuno tendida en la cama. A su lado se encuentra una nota escrita con una letra al estilo medieval que definitivamente debió haber sido impresa. La huella que deja la tinta en mi pulgar, cuando la presiono, me dice todo lo contrario, pero aún así no puedo creer que alguien escriba tan bien.
Dejé ropa de Francesco para ti encima de la mesa.
. Toma esta oportunidad, por favor, y termínalo antes de que empiece.
Con amor, tu adorada Arlette ♡
Arrugo el papel en mi mano y lo meto dentro del bolsillo de mi pantalón. Mi vida ya es lo suficientemente oscura. Necesito lo que papá y mamá tienen y eso no lo conseguiré al lado de Arlette. Ignorando su cortesía, tomo mis cosas y encuentro el camino a la salida evocando los recuerdos de mis recorridos por esta casa durante mi crecimiento. En la sala me topo con al menos seis guardaespaldas y la anciana rusa que es su niñera ocupando el sofá, pero ella no deja de tejer y ninguno de los perros me detiene cuando abro la puerta y salgo.
Entro en mi deportivo y lo enciendo cuando estoy listo. La herida ha empezado a sangrar de nuevo, pero no le pongo atención. A dónde iré haré que la arreglen. Como soy un idiota cometo el error de mirar hacia arriba antes de arrancar. Arlette está observándome desde el ventanal de su alcoba. No se molesta en esconder que me espía cuando enfoco mis ojos en ella. Tras un par de segundos de contacto se gira y desaparece, a lo que acelero.
Hola!
Si actualizo mucho esta es porque ya tengo los capítulos escritos, pero una vez llegue al 5 tendrán que esperar como por mis otras novelas. Esta tendrá 25/30 capítulos.
¿Cuál punto de vista aman más?
Capítulo dedicado a: Coletedoyynoconsejos <3
Próxima dedicación a quién comente más. Recuerden dejar estrellita y seguirme.
Las amu.
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