Capítulo 27:
ARLETTE:
Otorgándole a Vicenzo la responsabilidad de las seguridad me quité un peso de encima, pero quedaron muchos más sobre mi espalda, solo uno de ellos significativo. El entretenimiento. El servicio. La decoración. La comida. Las personas que probarán la comida antes de que sea servida para saber si ha sido envenenada. Todo, menos una cosa, estuvo planificada tan solo un día luego de que aceptara cooperar, lo que nos deja una semana y algunos días extras para ultimar detalles y concentrarnos en tecnicismos.
Así de eficiente me criaron para ser.
─Verónica, ¿todo está listo ya? ─le pregunto a mi recién designada asistente, quién se ha tomado unos días libres de la heladería para trabajar conmigo.
Le ofrecí el salario de un año por ello, pero solo después de que se postulara voluntariamente para el puesto, lo que estoy pensando redoblar. Verónica ha tenido que soportar la peor parte de mí. Debido a la presión y a la ira que se aglomera en mi interior cada vez que el recuerdo de en lo que tuve que participar para que esto fuera posible viene a mi mente, la he hecho llorar varias veces.
No me hace sentir mal, pero tampoco bien.
Teniendo en cuenta que es la única amiga que tengo, es simplemente innecesario.
─Sí, acabo de hablar con el jefe del concesionario. Están en camino.
─Bien. Ya puedes ir a casa. Es todo por hoy. ─Miro a Fósil─. Vámonos.
Él asiente antes de darse la vuelta y asignarle a Luc la tarea de llevar a Verónica. Ya que estoy cero interesada en escuchar o ver a Beatrice revoloteando como una mariposa cada vez que giro mi cabeza, feliz con su estúpida compañía, designamos mi oficina en el club como nuestro centro de operaciones. Solo él y Verónica saben lo que estoy a punto de hacer, así que ninguno de los guardaespaldas que queda se interpone en mi camino. Con Moses acompañando a Flavio en su campeonato de lucha, Luc es el único que habría podido sospechar mis intenciones.
─Qué inesperada y agradable sorpresa ─suelto con voz suave mientras me dejo caer en un asiento de la misma mesa en la que Marcelo se sienta cada tarde.
Él se limita a asentir en mi dirección.
─Principessa.
Le sonrío.
─Noto que no has superado tu obsesión.
A pesar de que inclino la cabeza hacia su copa de helado con pequeños trozos de brownie Cavalli, sus ojos nunca abandonan los míos cuando habla.
─No, no lo he hecho. ─Deja la cucharilla sobre la superficie de cristal y le hace un gesto a Marianne para que se acerque. Los dedos de la amiga de Verónica no dejan de temblar─. Por favor, Marianne, toma el pedido de la señorita.
Mi sonrisa se transforma en una mueca.
─¿Ya han tenido el gusto de conocerse?
Las mejillas de Marianne se sonrojan con violencia.
─El señor Astori viene todos los días por su media ración de brownies Cavalli para llevar y una porción de helado ─tartamudea─. Es un cliente habitual.
Mi desagrado es suplantado por diversión.
No entiendo cómo alguien con su reputación puede arriesgarse a ser conocido por amar los dulces.
─Un cono de mantecado está bien. ─La despacho entregándole el menú. A pesar de su ausencia, no es hasta que regresa con mi pedido y se marcha de nuevo que retomo nuestra conversación─. Entonces... ─Lo miro por debajo de mis pestañas─. Qué inesperada y agradable coincidencia.
Marcelo alza las cejas, su alianza brillando mientras entrecruza las manos y las apoya en la mesa. Le pide a sus hombres que se alejen antes de responderme, lo cual aprecio. Mientras más confidencial y privada, inexistente, sea nuestra conversación, mejor para ambos. Me fijo en la manera en la que su traje azul hecho a la medida se adapta perfectamente a la amplitud de sus hombros antes de concentrarme de nuevo en sus ojos verdes.
─¿Inesperada? Lo dudo, principessa. Sabías, tan bien como yo sé que pasas todas tus tardes en el club de enfrente, que estaría aquí. ─Su tono ya no es cortés, sino letal. No furioso, pero sí intimidante─. ¿Agradable? Lo dudo aún más. La última vez que te vi estaba siendo acusando de extorsionar a tu primo y a tu prometido. La anterior a esa te apuntaba con una pistola. ─Fósil se tensa tras de mí, pero no reacciona ante el comentario. Más tarde, sin embargo, lo sacará a colación─. He tenido un día pesado y dudo mucho que tu padre aprecie mi cercanía, así que seré directo. ─Se inclina hacia adelante. Es entonces cuando me doy cuenta de que la cicatriz en su rostro es bastante familiar a la de Iván. Casi la misma, en realidad. Se desliza profundamente por su mejilla y acaba en su barbilla, pero es más limpia que la del ruso. También difiere en que la de Iván inicia en su frente. Se las hizo la misma persona, estoy segura─. ¿Qué quieres?
No me aflijo por la intensidad con la que me ve. No visiblemente.
No puedo mostrar debilidad.
Controlando mi respiración, me echo hacia atrás y lamo mi cono antes de responder. Lo peor que puede hacer es matarme, lo cual no hará. Aunque sea un cliché, si quisiera hacerlo ya lo habría hecho.
─Tengo entendido que rechazaste al repartidor que te llevó la invitación a la fiesta anual de diamantes Cavalli ─suelto.
Marcelo no oculta su sonrisa.
─Tengo entendido que serás quién la prepare este año.
Idiota.
Él claramente es consciente de lo importante que es su presencia en ella para la imagen de mi padre, de mi familia, ante La Organización. Nadie se metería con el socio del capo jefe de la Cosa Nostra. Si no aparece, por otro lado, las personas empezarán a especular. A pensar que entre mi padre y él hay enemistad.
Que existe la posibilidad de tomar su lugar.
Sus negocios.
─¿Eso significa que no irás?
Tras mi pregunta, mi pulso se acelera ya que Marcelo coloca la suela de su costoso calzado italiano en la orilla de mi asiento, forzando mis piernas a abrirse. El mantel oculta su movimiento de Fósil, pero el interior de mis muslos, debido a que llevo vestido, es extremadamente consciente de su movimiento.
─Me temo que nuestros encuentros me han hecho sentir ofendido. ─Intento no inmutarme. Cualquier signo de incomodidad será notado por Fósil, poniendo fin a nuestra charla. Logro que él no se dé cuenta, pero Marcelo sí lo hace. Su sonrisa crece cuando capta que ha conseguido alterarme. No esperaba este comportamiento. No de él─. No soy un niño, principessa. Soy un hombre. ─Retira su pie, así que puedo respirar de nuevo─. No me gustan los juegos.
El brillo del resplandeciente y nuevo metal, captado por la comisura de mi ojo, me salva. Me pongo rápidamente de pie. Fuerzo una sonrisa en mi rostro.
─No, no seas modesto, no eres solo un hombre, eres el jefe de la mafia siciliana. ─Marcelo mira mi mano extendida en su dirección con las cejas juntas, pero se levanta y la toma. Fósil y uno de sus guardias sosteniendo un contenedor de la heladería para llevar nos siguen a la calle─. Y lamento mucho haberte ofendido. Espero que este regalo sirva para limar asperezas. Mi padre realmente te aprecia, así que sería una verdadera lástima que no te presentaras a la fiesta de nuestra familia. ─Marcelo alza el mentón, su mirada llenándose de sorpresa y estupefacción, cuando una cadena de G-Wagons último modelo se estaciona frente a nosotros. Fósil le ofrece un cofre con juegos de llaves. Cuento doce. Uno a uno los choferes van bajando de ellos y entregándoles el repuesto a cualquiera de sus hombres. Somos un espectáculo que debo terminar pronto─. Noté que eres fanático de Mercedes, pero, en mi opinión, luces demasiado grande para un auto común. Esto puede resultarte más cómodo.
Marcelo finalmente sale de su estado de confusión e incredulidad tendiéndole el cofre al sujeto que lo sigue más de cerca; canoso, con barba y un intercomunicador saliendo de su oreja, el cual presiona con sus manos enguantadas en cuero. No puedo evitar dejar escapar una risa. Están tan acostumbrados a tener todo controlado que no saben cómo manejar la situación.
Cómo manejarme.
─Los aceptaré ─dice Marcelo─. Pero no sé si sean motivación suficiente para ir.
Arrugo la frente, mi expresión incrédula.
─¿Qué sería suficiente?
Marcelo niega, una sonrisa apoderándose de sus labios.
─Iré a tu fiesta, principessa. ─Sus ojos verdes resplandecen como luciérnagas cuando se toma el atrevimiento de tomar mi mano e inclinarse para besarla─. Si te atreves a ir en contra de tu padre y de La Organización siendo mi acompañante. Y no. Antes de que los engranajes de tu cabecita empiecen a rodar y huyas a su regazo por auxilio, recuerda que hemos aclarado previamente que no quiero acostarme contigo. Solo quiero disfrutar de la consternación de sus rostros cuando te sientes a mi lado. Entiéndeme. No soy hombre de este tipo de eventos. Me aburro con facilidad. ─Mi corazón se siente como si estuviera a punto de salirse de mi pecho─. Y tú aún eres una pequeña niña, ¿no? Nunca podría verte de esa forma.
Afirmo.
Nunca he estado más feliz de ser vista así.
─Aún así si acepto mi padre nos matará.
No es una advertencia o una amenaza, es un hecho.
─Por algunas cosas vale la pena morir.
Él no espera una respuesta. Solo le hace una seña a la mitad de sus hombres para que se queden y rodea uno de los G-Wagon para entrar en su Mercedes. Ya que eso significa que no tenemos nada más que hacer aquí, Fósil y yo nos dirigimos al Range Rover. Nadie viene con nosotros, pero dos camionetas nos siguen.
Él aprieta el volante con fuerza mientras conduce.
─Puedes expresar tu opinión, Fósil, esto no es una dictadura ─canturreo, mi mente perdida en Marcelo y en cómo lo convenceré de ir a la fiesta sin terminar siendo vista como su puta, arruinando la imagen de Vicenzo y, más importante, de papá.
─Si pudiera expresar mi opinión, señorita Arlette, el señor Astori ya estaría muerto.
Suelto una risita.
─Fue solo un estúpido y extraño drama. No te preocupes. ─No es verdad, pero no dudo que Fósil sea capaz de matarlo si le doy importancia al asunto─. ¿Por qué mejor no me confirmas si pudiste hacer lo que te pedí?
Mi pregunta consigue aligerar el ambiente, haciéndolo sonreír.
─Está hecho.
La tensión en mi cuerpo se relaja.
─Bien.
Marcelo no es tan estúpido como Vicenzo.
Si lo voy a extorsionar, querrá pruebas.
****
Ya que escuché cómo Moses le decía a Fósil que Flavio aún está luchando, vamos al gimnasio de su escuela. Él luce adorable cuando entra en escena con una malla roja que hace contraste con su blanca y sonrosada piel. Me levanto y aplaudo. Miro a mis guardaespaldas para que me imiten. Aunque papá y Beatrice no estén aquí y probablemente ambos se molesten porque no quedó de primer lugar, ella se fue cuando perdió uno de los encuentros, nunca me he sentido más orgullosa.
A pesar de que no hay nadie apoyándolo, Flavio no se rinde.
Él me sonríe cuando, entre abucheos en su dirección, me nota en las gradas.
Eso pasa segundos antes de que un pequeño matón lo taclee hasta sacarlo del circulo. Mis dedos pican por las ganas de hacer algo, tal vez romper su nariz o torturarlo, las cuales son apaciguadas cuando Flavio consigue sobreponerse y gana los siguientes rounds con un par de buenas llaves. Ya que es su primera vez compitiendo en un peso superior al que solía pertenecer, una medalla de bronce es colgada alrededor de sus hombros cuando se desarrolla la premiación. Moses lleva sus cosas, por lo que no dejo de abrazarlo hasta que llegamos al estacionamiento. Él se da la vuelta para verme antes de montarse en la camioneta.
─Papá no dejará que la cuelgue en mi habitación.
No hay nada que le pueda decir, así que tomo la medalla de bronce que me ofrece y la guardo en el bolsillo de mi falda. Flavio es la razón por la que nunca he estado resentida con papá por no luchar más por mi derecho a sucesión.
Algún día él será alguien aún más importante que él.
Y yo lo habré ayudado a llegar ahí.
****
Aunque acordamos que nos reuniríamos en mi casa, Vicenzo no se molesta cuando decido que esta noche nos veamos en Fratello's. Al contrario. Luce encantado con que Flavio y yo celebremos su victoria en un rincón del restaurante de su familia en lugar de que tengamos una elegante cena en casa, todo por mi hermano. Cuando obtuvimos el permiso de Beatrice para venir, este fue el lugar al que eligió para celebrar, no un McDonald. Flavio es un viejo hombre de La Organización atrapado en un cuerpo de once años. Vicenzo, en cambio, me recibe a penas sosteniéndose sobre sus propios pies cuando se supone que vamos a debatir sus progresos con el asunto de la seguridad, lo que significa que cada segundo que pasa es una victoria sobre mis instintos y ganas de ahorcarlo.
─¿Qué quieres de postre, Flavi? ¿Helado o pastel?
─Yo puedo elegir solo, Arlette ─gruñe, sus mejillas rosas mientras mira de reojo a Vicenzo─. No me llames así ahora, por favor. Estamos rodeados de hombres de La Organización. En casa te dejaré llamarme como quieras, pero ahora no.
El ceño de Vicenzo se frunce.
─Alto ahí, pequeño capo. ─Flavio alza la vista del menú para verlo─. Tu hermana y yo podemos discrepar en muchas cosas... o en todas, pero el amor de una mujer no se rechaza. Mucho menos si es familia. ─Mi hermano hace un sonido afligido, de mal humor, cuando se extiende y desordena su cabello─. Recíbelo, no lo niegues. La etapa en la que estás, dónde todas quieren besarte y abrazarte, no durará para siempre. Un día ellas solo querrán tu dinero, tu pene o... ─Me mira fijamente─. Extraerte toda la sangre para mezclarla de a gotas con su vino favorito.
Corto un trozo de lasaña mientras miro a mi hermano.
─Es sumamente creativo, ¿no? ─le pregunto a Flavio antes de llevarlo a mi boca.
Él asiente.
─Bueno, mierda, entonces compadécete de ti mismo cuando lo único que tengas, ya que no escuchaste el consejo de un hombre sabio, sea una esposa que haga tu vida un infierno y putas que intentan sacarte más dinero mientras te las follas, y tú mamá no te quiera en casa ─continúa con su blasfemia, disipando mi enojo.
Flavio me mira.
─Arlette, ¿puedo terminar de comer con Fósil?
Afirmo.
─Claro que sí.
─Gracias.
Él toma su pizza y su Coca-Cola y se marcha.
─Vicenzo ─lo llamo─. ¿Aria te está echando?
─No, pero no me deja follar en mi habitación, lo que es igual a echarme.
Ladeo la cabeza con curiosidad.
─¿Qué bebiste?
Él hipa.
─Coñac.
Él es tan vulnerable ahora.
Sonrío.
─¿Qué se siente tener que embriagarte para sobrellevar un par de horas de conversación conmigo? ¿Es así cómo crees que actuaría alguien en tu posición o en la que estarás en unos años? Yo no puedo imaginarme a Constantino, a tu edad, embriagándose con coñac en lugar de tomar en serio la planificación de un evento que reúne a casi todos los miembros de La Organización, quienes creen que no eres apto para nada, bajo un mismo techo.
Vicenzo intenta señalarme, pero su estado es tal que termina señalando a uno de los hombres de Marcelo, quién por fortuna no se encuentra, reunido con su grupo a mis espaldas. Veo cómo se acerca a nosotros con aire intimidante. Mi prometido es grande, pero este sujeto es un monstruo. Aunque no hicimos ningún avance con respecto a la seguridad de la fiesta, me encuentro feliz de haber venido.
─Jódete ─escupe.
─¿Cuál es tu problema?
Vicenzo deja de ver mi rostro para concentrarse en él.
─¿Quién mierda te crees para dirigirme la palabra?
─Soy quién te dará de comer, niño bonito. ─Mi diversión crece cuando nuestro nuevo acompañante rodea la mesa para situarse a sus espaldas. Él ahoga a Vicenzo con su comida, asfixiándolo con la elaborada salsa de su pasta con mariscos. Sus ojos se abren de par en par cuando me nota. Estoy segura de que me ha visto un par de veces hablando con Marcelo─. Señorita, yo...
─No te preocupes ─lo corto.
A pesar de que obtuvo mi permiso para continuar, los segundos en los que vaciló fueron suficientes para que Vicenzo alcanzara un cuchillo y lo hundiera en su estómago. La desilusión me golpea. Miro a Fósil, quién se acercó con hombres de papá y de Constantino al percibir tensión. Los amigos del tipo que ahora convulsiona en el piso se acercan a toda prisa para auxiliarlo, aunque dudo que haya mucho que puedan hacer por su cuenta.
─Tómalo. Lo llevaremos a casa antes de que Constantino note este desastre.
─Él igualmente se dará cuenta, señorita Arlette.
─Sí ─digo─. Pero quiero poner mis manos sobre él primero.
****
Aunque protestó, logro que Flavio se marche directamente a casa con Luc y Moses y no se desvíe con nosotros a la residencia Ambrosetti. Me sorprendo cuando Aria no nos abre la puerta, sino Penélope en un pijama naranja con estampado floral que realza la palidez de su piel. Tras ella hay un guardaespaldas y un ama de llaves. Me quejaría por su seguridad si no hubiera tres hombres custodiando la entrada. Su ceño se arruga con molestia y preocupación cuando se percata de que su hermano necesita ser sostenido para mantenerse de pie, su cabeza colgando hacia delante sin vida y su ropa completamente desaliñada.
─Por favor, no hagan ruido o mamá se despertará y dejará a Vicenzo sin estofado y eso lo pondrá muy triste ─dice mientras subimos las escaleras.
La miro.
Es tan tierna. Dulce. Es una pequeña bola de amor que aún cree que su hermano merece consideración de algún tipo.
─Estoy segura de que Vicenzo puede sobrevivir un par de semanas sin estofado.
Su diminuto cuerpo, no conforme con mis palabras, se atraviesa en mi camino.
─Por favor.
Aunque me alegraría que Aria se despertara, la fortaleza en sus ojos grises y el temblor de sus pequeñas manos me hacen respetarla. Aunque es una bola de algodón andante, al menos es capaz de enfrentar a alguien a quién teme, a mí, por algo que quiere. Eso lo admiro.
─Está bien.
Miro al par de hombres que asumieron la tarea de llevar a Vicenzo y le pido que lo levanten en lugar de solamente arrastrarlo. Ya en su habitación, Penélope en la suya, les digo que lo depositen en la cama y nos dejen a solas. Ellos se miran entre sí con incomodidad antes de negar.
─Lo siento, señorita Cavalli, pero el protocolo dice que a menos que nos encontremos en la mansión de su padre, no podemos dejarla sola.
Tenso la mandíbula.
─Bien, entonces cuélguenlo de las perillas superiores del armario, brazos extendidos. ─Ya que no tienen otra opción, toman un par de trenzas de zapatos y proceden a atarlo. Los detengo antes de que continúen con la tarea─. Sin camisa.
Una vez terminan, no protestan cuando les vuelvo a solicitar que salgan. Las caderas de Vicenzo se impulsan hacia adelante, un arco reflejo, cuando coloco mis dedos sobre la hebilla de su cinturón. Inhalo su dulce aroma, su colonia mezclada con productos químicos de limpieza profunda, mientras lo deslizo fuera de sus hebillas. Cuando alzo la mirada para ver su rostro descubro que ya se encuentra despierto. Sus parpados están extremadamente separados. Hala suavemente sus ataduras, pero no hace ningún otro esfuerzo para liberarse. Es consciente de que no puede huir. Si lucha un poco más, Aria se despertará y tendrá que enfrentarse a su decepción. Todavía el olor predominante en él es el del alcohol.
Decepción.
─¿Te excita lastimar a alguien indefenso, Vicenzo? ─murmuro con mis labios sobre el lóbulo de su oreja─. A mí no.
Vicenzo reconsidera su sumisión y empieza a luchar cuando me alejo para regresar con un cuchillo. Mis manos tiemblan, mi corazón bombeando ira a mis vasos sanguíneos con cada latido, mientras levanto una de ellas para cortar sus restricciones. Debí haber aprovechado la oportunidad y golpearlo, eso es lo que mi sangre exige, pero de hacerlo mi sacrificio habría sido en vano.
El dolor y el frío habrían sido en vano.
Antes de que pueda hacer cualquier movimiento, me doy la vuelta y me acerco al ventanal de su habitación. Me apoyo en él mientras dirijo mis manos al bolsillo de mi falda y tomo cuatro de mis pastillas, lágrimas deslizándose por mis mejillas debido a lo estúpido que es lo que estuve a punto de hacer. Aunque esté siendo amenazado, el orgullo de Vicenzo jamás habría permitido que continuara colaborando conmigo si lo hubiera golpeado. Todo mi cuerpo se estremece cuando siento el tacto caliente de sus dedos sobre mi brazo.
─Arlette...
Alejo su toque de un manotazo.
─No me toques. Puedo soportar que aún existas a pesar de lo que me hiciste porque fui yo quien dejó que lo hicieras. Puedo soportar tu voz. Puedo soportar tu presencia. Lo que no puedo soportar es que me toques sin que ello sea un sacrificio para conseguir algo a cambio ─escupo─. Te tengo asco.
Como si por fin comprendiera el peso de lo que hace unos días sucedió entre nosotros, Vicenzo afloja cada uno de sus músculos y deja caer el brazo a un costado de su cuerpo con cansancio. No me doy cuenta de que estoy llorando hasta que siento las lágrimas deslizarse de mi barbilla a mi pecho. ¿El detonante? No el odio que siento hacia él, hacia el machismo de La Organización o de mi padre, sino la rabia que me produce ver cómo tiene todas las herramientas para triunfar a su alcance y no aprovecha ninguna de ellas. Cómo para mí habría sido tan fácil convencerlo y a Marcelo de ayudarme si hubiera sido hombre.
Cómo, a pesar de que dejé que me usara, de que lo chantajeé, sigue sin tomarme en serio. Cómo aún me ve como una inestable paciente de un psiquiátrico.
Pero no puedo culparlo.
Mi papá también lo hace.
Flavio lo hace.
Francesco.
Estoy segura de que Marcelo también.
Nadie me toma en serio.
Tengo que luchar el triple, por ser mujer y por estar diagnosticada con esquizofrenia, para que me hagan caso.
Y a veces me canso.
─Lo siento ─suelta─. Siento haberte lastimado.
─No me importa si lo sientes o no. ─Soy sincera─. Lo único que quiero o que alguna vez querré de ti, Vicenzo, es que hagas tu trabajo. Que seas quién todos esperamos que seas. Crecimos juntos. ¿Crees que no sé que nunca me amarás? Sé qué esperar de ti. No quiero besos. No quiero abrazos. Ni siquiera palabras bonitas. Solo quiero que no decepcionemos a nuestras familias. Nuestros padres no lo dicen en voz alta, pero tienen miedo. Tienen miedo de morir y que todo por lo que han luchado, que han construido, se vaya al desagüe por nuestra culpa. ─Lo rodeo para salir de su habitación. Ninguno de los dos se da la vuelta para mirar al otro. Me detengo bajo el umbral─. Tal vez tú puedas vivir con ello, pero yo no. Le debo todo lo que soy y lo que alguna vez seré al hombre que me crió.
****
El cielo, en verano, es aburrido. Es tan azul que tengo que entrecerrar los ojos para distinguir el contorno de las nubes. En invierno, sin embargo, está la lluvia y la nieve. Disfruto acostándome sobre el césped de nuestro jardín. Fósil me observa mientras permito que los pequeños copos caigan sobre mi abrigo. Sobre el cuero de mis guantes. Sobre la tela de mis medias gruesas y el plástico de mis botas rosas.
Desde que mamá murió, a veces me siento como un copito.
La nube me empuja hacia abajo, pero en lugar de odiarla debo darle las gracias.
Soy libre por un momento, descendiendo.
Luego exploto.
─Señorita Arlette, el joven Vicenzo está aquí para jugar con Francesco, ¿se une?
Hago fuerza con mi cuello para poder ver a Fósil. Su mirada es preocupada, pero no entiendo por qué está preocupado. Estamos bien. Ahora todos estaremos bien.
Niego y dejo caer mi cabeza de nuevo sobre el césped, el cual poco a poco se llena de nieve. Me pregunto si me cubrirá antes de que me obliguen a moverme. Me gustaría que sucediera. En comparación con mi piel, la nieve se siente caliente.
Sonrío al intuir que parece que sí. Fósil no vuelve a interrumpir.
Él sabe cuánto me estoy divirtiendo.
Desde que papá empezó con mi tratamiento para evitar que las hadas me llevaran, como a mamá, el día de su funeral, disfruto más mirando el cielo y sonriendo que jugando. Él dijo que era por prevención. Que no era nada malo. Que las hadas no venían por mí aún, pero que debíamos asegurarnos de que los mismos poderes que mamá tenía, la razón por la que las hadas la querían, no se desarrollaran en mí. Probó las pastillas conmigo para demostrarme que no me causarían dolor, sino que me darían paz, y ambos acabamos abrazándonos y riéndonos en su cama.
Libres.
Libres del dolor del recuerdo de una persona que amábamos, pero que estaba obligada por las hadas a lastimarnos.
Yo no quiero herirlo, así que las tomo.
Ahora siempre sonrío y me río, pero cada cierto tiempo... exploto.
Por favor, comenten si les gusta la historia, dedicaciones para las opiniones más extensas.
¿Ya quieren que sea la fiesta?
Love u, nos leemos pronto
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