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Capítulo 25:

ARLETTE:

─Deja tu ventana abierta esta noche, Arlette ─dijo justo antes de sumergirse en el agua y nadar hacia una desgastada escalera de madera que conecta la marea con la superficie del muelle, dejándome en medio del mar sin mirar atrás.

No es que lo necesite.

No es hasta que lo veo dirigirse a un hombre tendiéndole la muda de ropa que traía puesta que me doy cuenta de que, en contra de lo que pensé, puesto que lo vi seguirnos en su motocicleta, no vino solo. Al notarme mirándolo una sonrisa extremadamente arrogante y déspota se apodera de sus labios, así que utilizo mis extremidades para hacer algo más que mantenerme a flote y nado en dirección contraria. Cuando llego a la plataforma del barco en contacto con el agua, Fósil se adelanta a los hombres de papá y toma mi mano, ayudándome a salir de ella.

─Señorita Arlette, ¿está bien?

─Perfectamente ─respondo.

Aunque ahora mismo solo quiero sumergirme en una piscina de morfina, encuentro satisfacción en el hecho de que Vicenzo a fin de cuentas tenía razón.

Lo más inteligente que puede hacer es no confiar en mi palabra.

No después de hoy.

****

Sveta solía tener el cabello de mi mismo tono, pero comenzó a teñirlo de un rubio blanquecino cuando nací. Papá lo odiaba, pero nunca le impuso ningún tipo de regla al respecto. Beatrice, en cambio, tiene su armario lleno de pelucas blancas. Son tantas que ni siquiera nota cuando tomo alguna de ellas. También sé que no notará la ausencia de viejas adquisiciones de lencería que nunca ha usado ya que aumentó de peso con el embarazo. Cada una de las piezas que selecciono todavía conserva su etiqueta, lo cual hace menos asqueroso el hecho de estarle robando lencería a mi madrastra, lencería que fue comprada para complacer a papá.

Deja tu ventana abierta esta noche.

Deja tu ventana abierta esta noche.

Deja tu ventana abierta esta noche.

Golpeo mi cabeza contra la madera de las puertas de su inmenso armario, las palabras sonando tan reales dentro de mi cabeza que no me queda más remedio que apagarlas introduciéndome tres pastillas a la boca.

****

Deja tu ventana abierta.

Eso respondió Vicenzo cuando le pregunté cómo se suponía que íbamos a escaparnos el tiempo suficiente para que pudiera entregarle mi virginidad. Aunque mi padre haya prometido darme más libertad y este haya acabado con el supuesto autor intelectual de mi incidente, sé que no estará de acuerdo con dejarme pasar una noche bajo cualquier techo que no sea el de la mansión Cavalli, mucho menos bajo el de la casa de Vicenzo. Así mi prometido tuviera la reputación de un ángel, no la de un demonio, dudo que mi padre alguna vez ignore el hecho de que tenga pene y esté feliz con su cercanía. Lo único que sé que lo detiene de asesinarlo es que sea el hijo de su mejor amigo. Constantino es el único verdadero que tiene, en realidad, así que no se arriesgaría a perderlo por un simple idiota.

─¿Desea algo más, señorita Arlette? ─pregunta Luc sosteniendo una bandeja de porcelana repleta de fresas, un tazón con chocolate oscuro para untar en medio de ellas, mi extraña selección de postre.

Niego.

─No, gracias.

Cierro mi puerta, pasando el pestillo, tras tomar el pedido de Vicenzo de sus manos. Ignoro la mirada interrogante de Luc en el proceso. No conforme con imponerme formar parte de una situación incómoda, para la que no solo no me siento preparada, sino que no sé si pueda sobrellevar, exigió tener algo dulce a la mano mientras tanto a través de una instrucción dada por mensaje de texto. No entiendo por qué, si su orden es una especie de insinuación de que está seguro de que no hallará nada dulce en mí, pero mi misión no es entender. Lo único que me interesa es terminar esto tan pronto como sea posible.

Nada más.

Me acerco al espejo tras dejar las fresas sobre el colchón y avivar el fuego de la chimenea. Solo llevo un conjunto de lencería fina, blanco, con encaje y genuinas perlas bordadas, bajo mi bata de seda. Deshago el nudo que mantiene mi figura oculta e inspecciono mi reflejo en el espejo, odiándome por lo lejos que puedo llegar para obtener algo que quiero, pero indispuesta a renunciar a ello.

Me parezco tanto a ella que duele.

Duele, duele, duele.

Cierro los ojos por unos segundos, suspirando, antes de abrirlos de nuevo.

Duele.

─¿Qué estás a punto de hacer, Arlette? ─me pregunto encajando mi dedo en uno de los ligueros sobre mis muslos, estirándolo y observándolo chocar de regreso en su sitio contra mi piel, la cual enrojece al instante.

No soy asexual. Aunque ni siquiera pienso en la masturbación, mis métodos de relajación son diferentes, me gusta la idea de tener sexo. Me siento atraída por los chicos. Soy lo suficientemente sincera conmigo misma como para admitir que tengo una obsesión con las facciones de Francesco. Tampoco siento desagrado de la cicatriz en el rostro de Marcelo y recuerdo la sensación de los dedos de Bartolomé dentro de mí con placer. También admito que el cuerpo de Vicenzo no está mal. El problema aquí es que no hay ningún problema.

Todos siempre han creído que no seré capaz de amar, de sentir, pero lo hago. A pesar de que mi mente está un noventa por ciento enfrascada en La Organización, mi familia y la mafia, el otro diez por ciento pertenece a una adolescente promedio con sus típicas esperanzas y sueños frágiles y efímeros.

A pesar de todo, ese diez por ciento sueña con... ser amada.

─Yo digo que por hasta ahora lo estás haciendo bastante bien ─gruñe Vicenzo en mi oído, sus manos inmóviles sobre mis caderas, tomándome por sorpresa.

A veces olvido que también posee algunas habilidades.

Habilidades.

Seguimos frente al espejo, así que no puedo evitar notar que la camisa que está usando se encuentra salpicada de sangre, la cual se extiende en forma de pequeñas manchas a sus brazos, una muestra de su mejor habilidad.

─¿Dónde estabas?

─Sabes lo que hago, esposa. ─Me relamo los labios cuando entierra el rostro en mi cabello, sus manos apretando más fuerte. Trago audiblemente cuando me da la vuelta─. Ambos sabemos quién es el otro, Arlette. Sé una buena puta y no hagas preguntas que nos hagan perder el tiempo.

Afirmo.

Tiene razón.

─Bien.

Vicenzo me suelta y retrocede un par de pasos sin darse la vuelta, así que sus ojos negros nunca abandonan los míos. Se deja caer en mi cama cuando la parte posterior de sus piernas choca contra el colchón. Ya no está usando la odiosa chaqueta que llevaba cuando cenamos, así que se le hace más fácil desnudarse. Permanezco ahí, de pie en el mismo lugar en silencio, mientras sus manos llevan a cabo ágiles movimientos rápidos que indican experiencia para deshacer los botones. Desprecio es la emoción en su mirada mientras me echa un vistazo.

─¿Esperas que te desnude? ─pregunta mientras se extiende, ya sin camisa, para tomar una fresa y llevarla a su boca.

Niego.

Echo los hombros hacia atrás y jalo hacia abajo las mangas de mi bata hasta que siento la tela deslizarse por mi piel. Vicenzo deja de comer para prestarme más atención cuando no hay nada más que lencería cubriéndome. Lencería que, por cierto, ninguna de sus putas podrá usar jamás. El brasier de encaje está repleto de perlas y cristal en sus contornos, las delgadas tiras que lo sostienen en su lugar siendo del mismo material, su centro prácticamente inexistente, mis pezones a la vista. La parte de abajo, un tanga a juego, sigue el mismo estilo, pero dos trozos de encaje se extienden hacia abajo para unirse a mis medias. Solo para molestarlo, mi atuendo se completa con un par de tacones blancos que le añaden quince centímetros extra a mi estatura, puesto que sé que odia que sea más alta.

─Zapatos ─gruñe al notarlos─. Quítatelos.

No soy la más complaciente en lo que se refiere a Vicenzo, así que sostengo su mirada mientras dirijo mis manos al broche en mi espalda y dejo mis senos expuestos. El leve atisbo de una sonrisa que se apodera de sus labios a pesar de la molestia en sus ojos, la cual desaparece cuando desengancho el tanga de los ligueros y lo deslizo por mis piernas, los tacones y las medias convirtiéndose en lo único que está sobre mi piel en este momento. Vicenzo posa sus manos en mi trasero cuando me coloco sobre sus piernas, su aliento haciendo erizar mis pezones mientras trago cualquier sentimiento de decepción o debilidad.

Nunca pensé que perdería la virginidad así, con él, siempre estuve convencida de que Francesco me salvaría en mi noche de bodas, actuando conforme a nuestros sentimientos por primera vez, pero es como es.

Él no lo hizo.

Mi príncipe azul no es lo suficientemente valiente como para romper las reglas por mí. Pensaría que Vicenzo lo es, atreviéndose a tomarme bajo el mismo techo que mi padre, un asesino, pero las razones por las que está aquí no encajan en un cuento de hadas. Él quiere humillarme. Quiere el control. Quiere sentirse aunque sea una vez superior. Eso convierte a Marcelo en el único hombre a parte de mi padre que ha ido en contra de todo abiertamente por mí, de ahí mi fascinación por el capo. Aunque solo sea para una charla, no dejó que nadie le impusiera límites.

Eso es exactamente lo que quiero.

Por más triste que suene, una parte de mí se rompió cuando Francesco se marchó a Sicilia sin luchar por nosotros. Una parte de mí que iba agrietándose cada vez que me besaba a escondidas. No porque me desagrade su cercanía, sino porque no está dispuesto a enfrentarse al mundo entero por mí, conformándose con nuestros momentos a escondidas mientras su mejor amigo asume el papel que él quiere. El noventa por ciento de mí lo entiende. Papá nunca lo aceptaría. Probablemente alguien tendría que morir. También, a pesar de que no estamos biológicamente tan aparentados, nos juzgarían como si fuésemos mellizos.

Sé que no lo merezco.

Sé que lo traicioné.

Pero quiero que alguien me ame tanto que sea capaz de renunciar a la mejor opción para conservarme. Sin él mi diez por ciento, el que es capaz de soñar con futuros felices, se hizo más débil. Ahora pende de un hilo. Ahora mismo está luchando contra la extinción gracias a las voces del realismo. Esas que a diario me recuerdan que si mi propia madre no fue capaz de amarme, alguien más difícilmente lo hará. Que papá es la única excepción y que solo es así porque está tan maldito como yo. Que lo único que alguna vez querrá un hombre de mí será poder. Poder sobre mi apellido. Poder sobre mi cuerpo.

Poder sobre mis decisiones.

─No seré dulce ─advierte, sacándome de mis pensamientos, mientras me da la vuelta para luego cernirse sobre mí, mi pecho en contacto con las sábanas, la piel expuesta de mi trasero sintiendo roces que me indican que está poniéndose un condón─. Te dolerá y no haré nada al respecto para apaciguarte porque me excita la idea de lastimarte ─susurra en mi oído cuando termina, su calor chocando contra mi piel helada─. Te follaré como una puta, Arlette, y luego me iré y te dejaré sangrando en tu cama porque no te mereces nada mejor que eso.

Cierro los ojos, mis manos apretando la primera almohada que encuentro, refugiando mi rostro en ella, cuando lo siento. Ahogo un grito en la tela.

Es justo como lo recuerdo.

Duro y frío, frío y duro.

Aguanto el dolor inicial sin rechistar. Cuando mi cuerpo se adapta y comienza a deslizarse más rápido, con furia, me permito a mí misma ser débil y huir a un plano en el que solo existe el diez por ciento de una adolescente promedio.

****

Vicenzo debió enojarse mucho cuando se dio cuenta de que estaba jodiendo con una muñeca. Cuando me despierto la mañana siguiente hay varias de mis cosas desparramadas sobre el suelo. Mi joyero. Los cojines de mi cama. Algunos de mis portarretratos y dos o tres cajones con ropa y maquillaje. Lo único que borra mi felicidad es lo mucho que me duele sentarme. Le doy la bienvenida a las lágrimas cuando desciendo la mirada y noto sangre entre mis muslos.

Él fue fiel a su promesa de lastimarme.

No esperaba nada menos de su parte.

Ahogo un grito cuando me levanto y descubro que caminar disimulando el dolor no es imposible, pero tampoco tan fácil como pensé, lo cual es lógico. He tenido cosas dentro de mí antes, como los dedos de Bartolomé, pero nada tan grande como el pene de Vicenzo. Mi puerta sigue cerrada con llave, así que no tengo reparos en caminar completamente desnuda por mi habitación. Me estremezco cuando salgo de la ducha y observo mi reflejo en el espejo. Tengo aún más hematomas y rasguños que ayer, pero aún así soy capaz de cubrirlos todos. Selecciono un sencillo vestido rojo de mi armario y trabajo en colocármelo sin hacerme daño mientras observo cómo la lencería de Beatrice se derrite por acción del fuego de mi chimenea. Mis sábanas sufren el mismo destino.

Estoy lista para salir de casa sin forzarme a mí misma a actuar normal cuando Beatrice me detiene a solo un par de metros de alcanzar la puerta.

─Buenos días, Arlette. ─Me estremezco cuando se inclina para besar mis mejillas como si no me odiara. Como si, en secreto, no deseara que me fuera─. Espero que te sientas mejor. Tengo tantas ganas de pedir tu opinión para algo que no puedo esperar a que te mejores del accidente y puedas acompañarme al trabajo.

Dejo de colocarme mi abrigo, el cual Fósil me ayuda a ponerme extendiéndolo tras de mí para que solo tenga que meter los brazos, para mirarla con una ceja alzada, intentando descubrir si delira o no.

─¿Trabajo? ─insisto cuando no prosigue.

Beatrice coloca su mano sobre su abultado abdomen antes de asentir.

─Sí. Tu padre accedió a ayudarme a cumplir mis sueños. ─Arrugo la frente. A parte de tener un esposo e hijos que mostrar y de los cuales alardear frente a sus amigas, no tenía ni idea de que Beatrice tuviese algún sueño─. Abriré mi propia marca de ropa. ─Mi expresión se llena de sorpresa que no puedo contener. Papá debió olvidar sus ideales machistas, los mismos de La Organización, cuando aceptó apoyarla o lo que sea─. Y sí, sé que probablemente piensas que es superficial y estúpido, pero no será cualquier tipo de ropa. ─Sus labios, ya embarrados en carmín a pesar de la hora, se curvan en una sonrisa radiante─. Ropa anti-balas, Arlette, completamente especializada en soportar el impacto de cualquier proyectil y hacerte lucir como un millón de dólares al mismo tiempo. ¿Qué opinas?

La miro de de pies a cabeza. Miro su pijama de seda. Sus pantuflas. Sus uñas acrílicas. Las extensiones de cabello rubio que se curvan a la altura de su estómago. Éste es claro, aunque no tan claro como papá quiere que sean. Beatrice es hermosa y una buena madre, pero nada más.

Es una imagen.

No entiendo cómo papá, que mantiene a escondidas mi labor en el club, puede estar de acuerdo con ponerla al mando de algo. Cómo puede elegir darle esto, esta oportunidad, a ella antes que a mí. Aún así, enojada y sin comprender, coloco una sonrisa que ambas sabemos que es falsa en mi rostro.

─Estoy feliz por ti, Beatrice ─digo antes de darme la vuelta para salir.

****

No suelo ir al gimnasio los días entre semana, pero la magnitud de los sentimientos que llevo dentro son tan incontrolables que siento que si lidio con ellos de la manera usual, con mis pastillas, sufriré una sobredosis. A diferencia de los sábados y domingos, la sala en la que suelo entrenar con Manuel se encuentra atestada de hombres entrenando entre sí o en solitario. Verónica se tomó la tarde libre de la heladería para acompañarme, por lo que ambas dejamos nuestras cosas en las gradas antes de calentar e ir con nuestro entrenador a los sacos de boxeo.

Mis golpes son fuertes.

No suenan como los más letales en la habitación, pero suenan más de lo que mucho de los hombres, la mayoría de ellos desconocidos, esperaban.

─¡Arlette! ─grita Verónica cuando es enviada hacia atrás por no poder resistir la potencia de mi golpe, cayendo en el suelo.

Me coloco las manos, enguantadas, detrás del cuello y tomo un par de inhalaciones profundas antes de dirigirme al sitio desde dónde me mira, todavía en el suelo, y tenderle la mano. La acepta y se levanta con una mirada preocupada en el rostro. Inclino la cabeza hacia un idiota desconcentrándose de sus repeticiones para mirarle el trasero. Fósil asiente y se encarga de sacarlo de aquí mientras Luc continúa vigilándonos con Moses.

─¿Estás bien? ─pregunta tomando el saco de nuevo, preparada.

─Sí ─gruño antes de conectar el dorso de mi pie con el material, a lo que Verónica vuelve a tambalearse y Manuel finalmente interviene tomando su lugar.

Un par de golpes después decido que he tenido suficiente.

─Subiré al ring. ─Mi entrenador alza las cejas, pero no me contradice. No tiene ese poder─. Consígueme a alguien que no le tenga miedo a mi padre.

No tengo que esperar ni un minuto para que los luchadores sobre la plataforma acaben. Estos se bajan, dedicándome una sonrisa, sus ojos molestos, cuando me ven. Verónica continúa entrenando, pero sus ojos están fijos en mí y en el idiota que acepta la propuesta de Manuel, algo de dinero a cambio de dejarse patear el trasero. Aunque no es lo que pedí, servirá. No puedo ser exigente. No hay nadie que no tema a La Organización o las consecuencias de lastimarme.

Es por ello que sigo viva.

─Oí que buscabas a alguien que no temiera joder con un Cavalli.

Aprieto mis guantes mientras miro a Vicenzo, la forma en la que cada uno de sus músculos luce perfecto debajo de su ropa deportiva, para luego darme cuenta de que de ninguna manera le ganaré en boxeo. Me deshago de ellos y se los lanzo a Luc, quién los ataja con la frente arrugada, antes de responder.

─Así es.

─Eso significa que me buscas a mí, ¿no es así? ─Aprieto la mandíbula cuando escucho un par de risas a nuestro alrededor, las cuales los hombres de papá no pueden controlar. No a menos que se los pida, lo cual solo sería un signo de debilidad. Sería la chica que no puede hacerse respetar por sí misma─. ¿Qué sucede, Arlette? ¿Te duele algo? ¿Quieres que sea un buen prometido y te revise?

Me fuerzo a mí misma a relajarme antes de negar, una sonrisa en mi rostro.

─No, solo quiero enfrentarme a alguien que no tema ser rudo.

Vicenzo también se deshace de sus guantes.

─Entonces ambos sabemos que soy tu hombre.

De nuevo los espectadores de nuestro encuentro ríen, pero se contienen ante el gruñido de fósil. Mi guardaespaldas tiene una reputación que ningún miembro de la mafia debería ignorar. Una vez está claro que pelearemos, guardamos distancia el uno del otro hasta que Manuel exclama que podemos empezar. Vicenzo echa hacia atrás su cabello rubio ceniza antes de acercarse.

─Me hubiera gustado más castigarte en privado, pero ya que claramente tienes un problema siguiendo las reglas... ─susurra tan bajo que solo yo puedo escucharlo.

─Cállate ─lo interrumpo.

Él me obedece cuando esquivo su golpe, agachándome, y consigo encajar su tobillo en el mío. Lo halo y observo cómo cae con una sonrisa. A diferencia de muchos otros peleadores con los que he trabajado, no me brinda la oportunidad de posicionarme sobre él debido a que se pone de pie demasiado rápido. Antes de que pueda prever sus intenciones, lanza un gancho en mi dirección que esquivo con dificultad. Manuel silba. La reacción de los espectadores es una mezcla de jadeos de sorpresa y exclamaciones de emoción. Además del show, muchos ellos están genuinamente entreteniéndose viendo cómo nos herimos.

La niña rota Cavalli.

El niño imbécil Ambrosetti.

─Si te rindes ahora ─gruñe acorralándome contra las ligas─, no te lastimaré.

Le permito ver cómo alzo el mentón antes de deslizarme fuera de su agarre.

─¿Rendirme? Acabo de empezar.

Vicenzo gruñe una vez más antes de agacharse y alcanzar mi tobillo, alzándolo y consiguiendo que dé varias vueltas en el aire antes de que mi cuerpo impacte sobre la superficie con fuerza. Antes de que pueda sacar fuerzas de mi odio y enfrentarlo, consigue la manera de mantenerme abajo posicionándose sobre mí.

─Puedes ser la perra más manipuladora de Chicago ─dice mientras dirige sus manos a mi sostén deportivo, dónde, ante la atónita mirada de todos, se propasa apretando uno de mis pechos con fuerza─. Pero físicamente nunca serás más fuerte que yo. Eres débil. Acéptalo y habremos terminado.

─No ─gruño removiéndome debajo de él, lo que solo consigue que mi trasero se frote una y otra vez sobre su erección y trae más risas de los espectadores.

─Sí ─insiste pegando sus labios a mi oído─. Sé una buena niña por primera vez en tu maldita vida y acepta que aquí y ahora, en este maldito momento, eres poca cosa. Hazlo y todo habrá acabado. Mataré a cada persona en esta jodida habitación si me lo pides, para que nada salga de aquí, solo si lo dices.

Me estremezco.

Su cercanía no me produce placer, no después del frío y del dolor, pero su propuesta sí lo hace. El hecho de que no dudo de que sea capaz de acabar con alrededor de dieciséis hombres como si no significaran nada.

─Está bien ─cedo─. Soy débil.

─¿Frente a quién? ─presiona.

Suelto un gemido al sentir que aumenta la presión que ejerce sobre mí, dejando mis pulmones sin aire, mis costillas protestando y sintiéndose al borde del quiebre.

─Frente a ti.

Vicenzo se toma unos segundos más de gloria antes de liberarme. Cuando lo hace me pongo boca arriba y tomo una honda bocanada de aire, mis ojos cerrados. Al abrirlos de nuevo noto que su atención está puesta, con cierto horror, en la cantidad de hematomas y verdugones cubriendo mi piel. Tuve que quitar el maquillaje que puse sobre ellos para que no se mezclara con mi sudor.

─Arlette, yo...

─No todos son sobre ti. ─Su mirada viaja rápidamente a evaluar mi rostro─. El accidente ─le recuerdo─. También tuve una pelea fuerte hace tan solo unos días.

─¿Con quién?

Me encojo de hombros.

─Eso no importa.

No tengo nada más que decir, no aquí, así que bajo del ring y me dirijo a los vestuarios tras echarle un rápido vistazo a los idiotas que dejo atrás.

Vicenzo, leyendo la petición en mis ojos, aprieta la mandíbula y afirma.

****

Le prohíbo a Verónica salir de los vestuarios para que no presencie el desastre de vísceras y sangre que tanto Vicenzo como los hombres de Constantino hicieron en nuestra sala de entrenamiento, por lo que me enfrento a su peor o mejor faceta, dependiendo del punto de vista desde el que lo veas, a solas. Fósil se encuentra alistando la camioneta. Los demás hombres de papá tampoco están lo suficientemente cerca como para escuchar algo de nuestra conversación.

─Luces como alguien cuyo apetito está saciado ─canturreo cuando lo alcanzo.

Ya el trabajo está hecho, así que solo está limpiando su cuchillo usando la camiseta de uno de los cadáveres. Ni siquiera los miro fijamente. No era mi deseo asesinarlos. Solo quería ponerlo a prueba. Ver qué tan lejos podía llegar.

Ahora lo sé.

─¿Eres consciente de que acabo de matar a quince hombres por ti?

─Dieciséis ─corrijo─. Y no todos los asesinaste tú.

Vicenzo niega.

─Como sea. La palabra de un Ambrosetti se cumple.

─Me alegra saber eso. ─Fijo mi atención en el suelo antes de deslizar lentamente mi mirada por su cuerpo bañado en sangre─. Porque eso significa que me ayudarás con la fiesta de diamantes Cavalli, ¿no?

Vicenzo niega.

─No. No lo haré.

Ya que había presentido que esa sería su respuesta, sonrío.

─Sí, sí lo harás, porque tengo un video de ti entrando en mi habitación durante la noche y violándome mientras duermo, además de sangrado y un montón de hematomas que respaldarán mi testimonio ─Suelto mientras me alejo─. A menos que quieras mirar a mi padre a la cara y explicarle cualquier cosa, irás a mi casa esta noche y empezaremos con los preparativos. Constantino no se molestará si abandonas tu trabajo un par de horas antes.

Estoy alcanzando los probadores de nuevo cuando Vicenzo me presiona contra la fría puerta de metal, su cuerpo temblando por la ira, manchándome de rojo.

Lo prometiste ─ruge en mi oído─. Prometiste no involucrarlo.

─Sí. ─Niego tomando el pomo─. Prometí que serías el primero, lo cual fuiste, pero ahora te estás negando a cumplir tu parte del trato. Eres tan estúpido. Te ofrecí no involucrarte más en mis desastres, pero no lo aceptaste, así que ahora debes aguantar. ─Me doy la vuelta para poder rodear su cuello con mis brazos. Para poder disfrutar en primera fila de su mirada consternada y de la manera en la que sus venas sobresalen─. Tienes razón, soy débil en el cuadrilátero, pero también soy la perra más manipuladora de Chicago. ─Froto mi nariz contra la suya─. No lo olvides. 



ME DUERMO, LAS AMO, BAI

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