Capítulo 24:
ARLETTE:
Por primera vez no presto atención a ninguna de mis clases. En su lugar noto cómo la primavera está llegando a su fin. Las hojas están empezando a caer de los árboles que llenan de manera aleatoria el jardín de la escuela, pero no es el movimiento giratorio que hacen antes de acabar sobre el césped lo que en realidad trae mi mente dispersa. Lo hace Vicenzo, también por primera vez.
No tengo ni idea de cómo convencerlo.
No tiene todo el dinero del mundo, como un Cavalli, pero sé que es, de cierta forma, inmune a él. Tampoco conozco sus gustos más allá de las prostitutas y la comida. Es decir, sé qué tipo de decisiones tomaría, las más estúpidas, cómo manejaría a sus hombres, de la peor forma, pero no tengo ni idea de lo que debo hacer para que acepte trabajar conmigo sin hacer uso de la influencia de mi apellido.
Hace un par de meses pude haberlo logrado fácilmente, antes de que se metiera en problemas con Marcelo, por mi culpa, y Francesco se fuera, pero ahora es consciente de que acercarse a mí es someterse a radiación. Me subestimó, ahora ya no lo hace.
─¿Señorita Cavalli, ha terminado de inspirarse en la vista para responder a mi pregunta? ─pregunta la mujer de treinta y tantos años que se dedica a impartir una de mis clases favoritas, pensamiento feminista, obligatoria para todo el último año.
─Profesora Gigants ─canturrea una voz a unas cuantas filas de distancia, Hether.
Inhalo.
Hether es lo último en lo que mi mente quiere pensar, pero ahí está, como una asquerosa garrapata, aferrándose fuertemente a la más mínima gota de sangre.
─¿Sí, señorita Kennedy?
─Creo que es un poco grosero que le hable así a nuestra compañera. ─Hace un asqueroso sonido de chasquido con su lengua─. Dado que todos aquí sabemos que cada vez le es más difícil concentrarse en una sola voz, ¿sabe? Dada su condición.
Aprieto el borde de mi pupitre con fuerza. Las mejillas de la profesora Gigants se tornan rosadas, debido a la ira, sobre una piel limpia y blanquecina.
─Estoy segura de que la señorita Cavalli no necesita su preocupación.
─No, no lo hago ─respondo antes de que Hether haga que omita el hecho de que peleamos en público, lo cual atraería la atención de las autoridades a mí en caso de que sea encontrada mutilada en una zanja, y le pida a Fósil que la mutile y deje en una zanja─. ¿Cuál era su pregunta, profesora Gigants? Estaba... distraída.
Cuando habla su mirada contiene orgullo debido a mi capacidad de ignorar a Hether.
─Lo notamos. ─Se aclara la garganta tras tomar un sorbo de su vaso lleno de agua─. Estábamos seleccionando las parejas para el siguiente ensayo. Ya que su usual compañero, el señor Collins, está tomándose unos días de reposo en casa por su fractura, quería saber si aceptaría al señor Davis como su sustituto.
Mi mandíbula se desencaja por unos segundos. Jamie Davis solía ser amigo de Francesco y de Vicenzo. Estaban juntos en el equipo de fútbol, del que ahora es capitán, y se apareció por nuestra casa un par de veces, pero nunca estuvo lo suficientemente cerca de nosotros como sospechar de una situación fuera de lo normal. Mark, por otro lado, es el chico al que le pago desde primero para que sea mi compañero en las asignaciones grupales. Lo ha hecho bien. Es silencioso, becado, lleno de tatuajes que esconden un gran intelecto que puede concentrar en lo que realmente le interesa mientras me deja hacer el trabajo sucio y me ayuda a cubrir mi fascinación por la soledad. Busco a Verónica con la mirada, pero cuando la encuentro gesticula una gran disculpa con su boca. Está emparejada con uno de sus tantos amigos perdedores, amigos que, por cierto, nunca la conocerán como yo.
─Yo... ─empiezo con mi negativa, pero la profesora me interrumpe.
─Lo acabo de reconsiderar, señorita Cavalli, y ya no es una pregunta. Si quiere que sus calificaciones sigan siendo perfectas, debe trabajar con el señor Davis.
Dicho esto se da la vuelta y continúa con su lectura.
Miro a Jamie sentado junto a Hether, ambos riendo mientras ella hace comentarios en silencio, de mí, seguramente, y la oscuridad que muchos ignoran, en la que vivo, se apodera de mis pensamientos. Tengo cosas más importantes que hacer que preocuparme por lidiar con un idiota que queda como un insecto a lado de los hombres en mi vida. Vicenzo. Flavio. Francesco. Fósil. Marcelo. Papá.
Ninguno de ellos tiene comparación.
Y alguno de ellos, estoy segura, será la razón de mi muerte.
****
Mi plan de hacer todo por mi cuenta y solo colocar su nombre en la portada se va a la basura cuando, siendo la última en desocupar el salón, Jamie toma mi mano y nos aleja del grupo de deportistas riendo sin control, los idiotas a los que llama amigos.
─¿Cómo quieres que hagamos esto, loquita? ─La victoria brilla en las profundidades de sus ojos azul bebé, un azul bastante norteamericano, mientras se inclina sobre mí y apoya su brazo encima de mi cabeza. No hemos hablado en un tiempo. Al igual que Bartolomé, no están en mi mundo, así que no tenemos ningún tema que discutir, pero tampoco está completamente fuera─. ¿Mi casa, la tuya o debo ir al psiquiátrico?
Arrugo la frente.
─Mi casa. ─Le devuelvo la sonrisa cuando me sonríe, probablemente pretendiendo que entre nosotros puede surgir algún tipo de complicidad que lo llevará a ejecutar algún tipo de apuesta, como de las que siempre me advierte Verónica, de la que pueda reírse después con los otros miembros del equipo de fútbol, o de otra clase ni siquiera mencionable en voz alta─. Yo sola. Lo único que necesito es tu nombre, el cual ya la señora Gigants me dio, así que no tenemos nada más de qué hablar.
Antes de que pueda acorralarme de nuevo, salgo de debajo de él y me dirijo a la salida. No me persigue. Simplemente me observa por encima de su brazo, aún apoyado en los casilleros, mientras recorro el pasillo y me dirijo al estacionamiento en que ya Fósil y Verónica me esperan junto a un grupo bastante grande de escoltas, pero su mirada me advierte que está lejos de encontrarse satisfecho con mi decisión. Con respecto a los hombres de papá, desde el incidente me persiguen a todos lados. No entramos todos en la misma camioneta, así que somos el atractivo principal de la hora de salida al atravesar el portón que conecta con la calle yendo en caravana.
Papá me crió para no llamar la atención, pero a veces él no es el mejor en ello.
****
Paso toda la tarde pensando en cómo puedo captar la atención de Vicenzo. Incluso ignoro mis deberes y termino sentada en una de las mesas del club mientras veo el ensayo de mis bailarinas, quienes contonean sus caderas alrededor del tubo en el centro del escenario de cristal oscuro. Son un grupo pequeño. Tan solo cuatro mujeres, a veces cinco, a mediado de los treinta que disfrutan siendo el centro de atención. Todas tienen buena figura. No son esqueléticas o atléticas, seguramente no han manejado un arma en sus vidas, por lo que sus curvas son suaves a la vista sobre tonificadas, pero eso no significa que no sean fatales. Fósil, junto a mí, tiene la mirada completamente perdida en sus movimientos. El imbécil de Luc babea más de lo normal. Incluso Moses, de pie junto a mí, respira entrecortadamente a pesar de la alianza en su mano. Los otros hombres de papá están afuera o repartidos entre los distintos puntos clave del edificio y la avenida, atentos a cualquier señal de amenaza que nunca llegará. Nadie es tan tonto como para meterse con un Cavalli porque sí.
Al cabo de media hora, cuando una de ellas hace una pausa para tomar agua, me levanto y me arremango el abrigo mientras me dirijo al estéreo. Allí descubro que la canción que están coreografiando es Earned It de The Weeknd. Cuando esta se reanuda y la melodía empieza a salir de nuevo del parlante, cierro los ojos con la mano presionada contra el frío metal del aparato de última gama.
─¿Le gusta?
Una sonrisa se apodera de mis labios antes de que mis párpados se abran de nuevo.
─¿Le gusta? ¿Por qué me diriges la palabra de esa manera? ─La mujer se estremece cuando clavo mi mirada en ella─. ¿Quién te crees que eres? ─Su expresión se llena de miedo. Ambas sabemos que necesita este trabajo más de lo que necesita respirar─. ¿Mi sirvienta? Eres mayor que yo, Diana. ─Mi pecho se llena de satisfacción cuando sus hombros se relajan, feliz de haber dado con su nombre. Por lo general las confundo─. Si alguien debería tratar a la otra de usted, esa sería yo, no tú.
Sus lindos ojos verdes se vuelven pequeños cuando sonríe.
─Es solo como las cosas deben ser, jefa.
Sonrío de nuevo.
Amo cuando las personas tienen clara su posición, pero todavía más cuando tienen clara la mía. A pesar de que papá nunca ha mencionado a nadie más que a mí o a Kenneth que el club me pertenece, estoy segura de que ellas lo saben.
****
El lapso de tiempo que papá me dio para convencer a Vicenzo es corto, casi inexistente, por lo que hago una parada en el restaurante de Constantino antes de dirigirme a casa, saliendo unas horas antes de lo usual del club. En él ni siquiera fui capaz de concentrarme en los libros. Aunque no lo parezca, conseguir que Vicenzo esté de mi lado nunca ha sido tan importante como ahora. Papá claramente me puso en esta situación para probarme. No me rendiré.
No lo decepcionaré.
─Lo de siempre ─le digo a la mesera, en la azotea, depositando el menú en su mano para luego alcanzar mi teléfono y enviarle texto corto a Verónica.
─Señorita Arlette, ¿está segura de no querer que los demás estén aquí?
Hago una mueca, esperando la confirmación de que mi mensaje ha sido enviado antes de concentrarme en Luc, quién me acompaña debido a la ausencia de mi usual mano derecha. Todos los demás están teniendo su cena en la parte de abajo del restaurante, dónde siempre como a excepción de que papá esté aquí para hablar con Constantino, lo cual es poco usual. Nunca me lleva a sus reuniones de negocios.
─¿Por qué querría tener un montón de testosterona entorpeciendo mis planes?
─Tal vez ese montón de testosterona podría ayudarla a llevarlos a cabo.
Niego.
─No lo creo. ─Mis labios se curvan hacia arriba cuando una figura robusta se atraviesa en mi campo de visión. Me levanto tras alisar rápidamente la tela de mi falda, mi expresión genuinamente feliz─. Vicenzo.
Sin estrechar la mano que extiendo hacia él, mi prometido ocupa asiento frente a mí.
─Pasaré por alto el hecho de que, en primer lugar, no deberías estar aquí, limitándome a suponer que formas parte del gran negocio que curiosamente mi padre insiste en que supervise personalmente, ¿no es así?
Me siento de nuevo, toda mi energía concentrada en mantener mi rostro sonriente.
─Así es.
Vicenzo afirma mientras se echa hacia atrás en su silla, su expresión entre frustrada y enojada pareciéndome adorable. Casi puedo decir que tiene miedo de hablar conmigo, casi, pero no es miedo. Después de los últimos días, está siendo precavido.
Tonto.
Como si las situaciones incómodas pudieran evitarse en nuestro mundo.
─Bien, háblame de él, ¿quién será tu socio?
Tú.
─Luc. ─Mi guardaespaldas deja de comer para mirar entre nosotros con sorpresa, pero rápidamente recobra la postura, asintiendo─. Luc quiere empezar su negocio de anfetaminas. Papá lo apoyará con el capital inicial a cambio de dos años de intereses al trescientos por ciento después de la décima entrega.
Vicenzo alza una ceja.
─¿Qué habría para mí?
─Si Luc lo logra, dinero, si no lo hace, sangre y lo que quede de su negocio fallido.
Luc traga, pero vuelve a su actitud serena y despreocupada cuando Vicenzo lo mira.
─¿Eres consciente de que hay un noventa por ciento de posibilidades de que mueras?
Asiente.
─Sí.
─Bien. ─Vicenzo se enfoca en mí de nuevo─. Necesito conocer cuál será su red de distribución, Arlette. No me interesa cómo nos pague, pero debo asegurarme de que no interfiera con los negocios de nuestros otros clientes. ─Se levanta─. ¿Tienes algún problema con que llame a tu padre para oír esta información de él?
Aunque por primera vez en toda la conversación siento una emoción similar a los nervios, no sé si la cláusula de no usar el poder del apellido de papá involucra que no puede ayudarme de ninguna manera, afirmo y lo observo sacar su celular de uno de los bolsillos de su chaqueta hecha a la medida. Vicenzo se ve diferente en traje. Peligroso, pero atractivo de una manera más elegante, lo cual, por alguna razón, consigo casi aberrante. No es que me guste demasiado como luce en chaqueta de cuero y vaqueros, pero ese es su estilo. Las camisas y corbatas son para hombres como Francesco y como papá, quienes odian ensuciarse las manos de sangre.
Vicenzo lo disfruta.
Eso es lo que lo hace diferente al resto.
─No responde ─gruñe─. ¿Está si quiera tu padre en el país?
Trago el trozo de lasaña en mi boca antes de responder.
─No lo sé, Vicenzo, no suele pedirme permiso antes de irse.
─Entonces tendremos que esperar hasta que regrese.
No.
─No. ─Me levanto abruptamente─. Necesitamos cerrar el trato ahora. Se lo prometí.
Vicenzo endurece la mandíbula.
─¿Por qué te importa tanto? Es solo otra pequeña decepción más, Arlette.
─No. ─Niego─. No es una pequeña decepción. Él confió en mí para esto. Nunca antes había hecho algo así. ─Eso era, en realidad, bastante parecido a la verdad─. Ayúdame a complacerlo y...
Mi voz es interrumpida por el sonido de su puño chocando contra la mesa.
─Es un jodido insulto que si quiera termines esa oración.
Dejo caer mis hombros, mi barbilla alzada.
─Acompáñame a un lugar.
Vicenzo alza las cejas, sus labios formando una sonrisa cuando se da cuenta de que no es una petición como su socia, sino como su prometida.
─¿Es una orden? ¿Quién coño crees que eres sin tu papi? ─Me echo unos centímetros hacia atrás, cosa que después pagará, preferiblemente con sangre, cuando se levanta, rodea la mesa e invade mi espacio personal a pesar de la inútil presencia de Luc─. Sin Carlo Cavalli no eres más que una linda vagina y un par de tetas, esposa. Si quieres convencerme de ir a algún sitio contigo... ─Muerdo el interior de mi mejilla cuando Vicenzo se toma la libertad de rodear mi cintura con sus manos y estrecharme en su contra─. Deberás ser más femenina.
En lugar de tensarme y alejarlo, me relajo contra sus manos.
─Lo seré.
Los músculos de Vicenzo son los que se contraen, producto de ser tomado por sorpresa, antes de alejarme de él para tener un vistazo de mis ojos.
─No te creo ─escupe─. Y si lo hicieras, si me dieras algo, ¿cómo sé que no irás a lloriquear con tu padre después?
Me encojo de hombros.
─Te necesito para evitar decepcionarlo, Vicenzo, ¿crees que estará feliz conmigo si dejo que pongas tus asquerosas manos de carnicero sobre su dulce princesa? ─susurro en ruso en su oído, idioma que sé que entiende, para que Luc no tenga ni la más mínima idea de lo que hablamos─. No lloriquearé, lo prometo.
Él me mira por breve, pero eterno, instante antes de apretar mi muñeca en su mano.
─Espero que sea cual sea la forma que tengas de convencerme, valga el riesgo.
Sonrío.
─Lo hará.
****
El muelle que conduce a mi regalo de cumpleaños se encuentra alumbrado por pequeñas esferas de cristal con velas color crema en su interior, las cuales impiden que el fuego se extinga debido al viento que choca contra el puerto. Exactamente como lo pedí, el capitán Luca es el único que nos recibe y nos guía a la proa, dónde tanto Vicenzo como yo tomamos asiento en un mueble de cuero blanco. Sentada en él me extiendo para alcanzar dos copas en la mesita frente a nosotros que el capitán llena con vino antes de abandonarnos. Fósil y Verónica se encuentran en algún lugar del barco, probablemente en uno de los camarotes que se encuentran más alejados de los principales, pero no nos interrumpirán hasta que les pida lo contrario. Luc y los hombres de papá, al saber que no zarparíamos, aceptaron quedarse en el estacionamiento y supervisando el muelle. La prioridad para ellos, en realidad, no es cuidarme, sino notar cualquier movimiento que los conduzca al autor intelectual del atentado en mi contra, lo que se traduce a una buena posición ante papá y una generosa recompensa. Una absoluta pérdida de recursos, en mi opinión.
─¿Y bien? ─pregunta Vicenzo cuando nos encontramos a solas, el agua viéndose como ondulaciones de oscuridad hasta que estas se topan con el brillo de la luna.
Tomo un sorbo de mi vino antes de responder.
─No te ayudaré a cambio de que decidas ayudarme, Vicenzo, sino que te daré lo que más deseas ─susurro palabras que incluso a mí me son difíciles de decir, puesto que aunque tengo una ligera idea de qué es lo que más quiere, la vida está llena de desagradables y buenas sorpresas─. Eso era lo que iba a decirte en el restaurante.
─¿Crees que tu cuerpo... es lo que más deseo? ─No me dejo afectar por su tono burlón─. Creo que tienes el autoestima muy alta, Arlette. Eres bonita, sí, mierda, nunca he dicho lo contrario, pero hay muchas putas bonitas. No eres la única.
Lo miro.
Miro directamente sus ojos, los cuales son tan negros como el más profundo abismo. Su cabello rubio ceniza hecho a un lado en la cima, rapado en los laterales. Su barbilla cuadrada. Sus mejillas sin el más leve atisbo de barba. Incluso intuyo la cálida sensación de su piel al pasar mis manos por el par de hombros anchos que se esconden bajo su camisa de vestir. Por su abdomen marcado, contrayéndose. Por la sensible zona de sus costillas. No puedo evitar ladear la cabeza cuando me concentro en una única parte de su anatomía, entre sus piernas, que reclama toda mi atención.
Regreso a su rostro cuando gruñe, una clara exigencia de una aportación de mi parte a nuestra discusión. Antes de complacerlo vuelvo a extenderme para tomar la botella que el capitán Luca dejó en la mesa, notando su mirada en el escote de mi blusa, y relleno nuestras copas. Su rostro se crispa cuando rozo su antebrazo contra el cristal.
─No, no soy la única mujer atractiva que puedes llevarte a la cama ─le digo─. Pero soy la única de ellas que puede decirte que no y cortar tus testículos al mismo tiempo sin sufrir ningún tipo de consecuencia.
Vicenzo se echa hacia atrás, sus brazos en el respaldo del asiento, riendo.
─¿Hablándome así piensas que te ayudaré? Sé que eres más inteligente que eso. ─La sonrisa en su rostro, como siempre, solo me produce ganas de apuñalarlo─. Enséñame tus tetas y dependiendo de lo lindos que sean tus pezones consideraré no decirle a tu padre que estuviste a punto de vender tu cuerpo, en su propio maldito barco, quizás en su propia cama, para complacerlo.
─No estoy tratando de vender mi cuerpo, Vicenzo. ─Alzo la vista al cielo hasta que mis ojos se topan con los de Fósil, quién asiente en mi dirección antes de desaparecer en el interior del barco─. Estoy intento descifrar qué es lo que más quieres para dártelo y que aceptes ayudarme en varios proyectos de papá.
Vicenzo bufa, incrédulo.
─Pensé que eras lo suficientemente lista por los dos, ¿por qué necesitas mi ayuda?
Trago.
─Yo... ─Por más que desee decirle la verdad, no puedo darle tanto poder. Lo necesito, pero él no puede saber hasta qué punto. Nada me garantiza que no actuará igual que Marcelo intentando sacarle todo el provecho posible a mi necesidad de complacer a Carlo─. Necesito que alguien me mantenga a salvo de mí misma.
Esa no es la verdad.
No lo es.
Pero es lo que siempre ha pensado que vieron mis padres en él.
─Lo mejor para todos es que te mantengas alejado de los negocios de tu padre. No me importa si ha cambiado de opinión con respecto al papel que desempeñarás en el futuro, algún día serás mi esposa. No quiero formar parte de tus constantes desastres, así que no. No te ayudaré a hacer una mierda a menos que sea él quien me lo pida.
Ya lo eres.
─Solo necesito que me ayudes con Luc y con los preparativos para la fiesta de diamantes Cavalli. Si todo sale bien, Vicenzo, te prometo que no tendrás que lidiar con mis desastres nunca más. Eso es lo que realmente deseas, ¿no? ¿Dejar de recoger mi mierda? Bueno, ahí lo tienes. No te daré más problemas. Te doy mi palabra.
Ahí está.
Genuino interés brilla en su mirada. Estoy segura de que piensa que no volveré a involucrarme en los turbios asuntos de La Organización, pero la verdad es que le he prometido no involucrarlo mis actos. Lamentablemente, sin embargo, Vicenzo me conoce bastante bien. Se aleja de la mano que extiendo hacia él como un animal resentido luego de haber sido herido. Aún está tan afectado por Francesco.
─Tu palabra no vale nada para mí.
─Sé cómo coaccionarte.
Antes de que pueda responder, las bailarinas del club de papá se posicionan bajo el umbral del acceso a los camarotes con nada más que maquillaje y perfume cubriendo lo poros de su piel. Me echo hacia atrás, dándoles espacio, cuando Diana se acerca a Vicenzo y se monta sobre su rodilla con una sonrisa en el rostro, probablemente feliz de tratar con él en lugar de con un anciano. Como era de esperarse, Vicenzo solo me dedica una rápida mirada llena de confusión antes de seguir al cuarteto al interior, Earned It sonando de fondo desde las bocinas en las paredes.
****
Despido a Verónica con la mano, quién me ayudó, junto con Fósil, a traer y a preparar a las chicas mientras me apoyo en la entrada y dejo que la lista de reproducción de The Weeknd prosiga. Cuando un rap, que veo en la pantalla del iPad anclado a la pared se llama Or Nah, se apodera del ambiente, siento su presencia mojada y desnuda detrás de mí. No me tomó mucho tiempo determinar que los sonidos de chapoteos provenían del único jacuzzi en el que podrían entrar cinco personas, el de la habitación principal, por lo que no me sorprendo al notar la piel enrojecida y llena de arañazos de Vicenzo. Es, sin embargo, la primera vez que lo veo completamente desnudo desde que teníamos cinco o seis y Aria nos hacía compartir tina.
Sonrío al recordar que durante esa época Vicenzo sentía asco de las niñas.
Al igual que Francesco, ha crecido y se ha ensanchado en los lugares correctos.
─No me vas a comprar con una orgia de prostitutas.
Junto mis cejas.
─¿Quieres dos?
Vicenzo niega, acercándose, a lo que cometo el error de retroceder y situarme en el centro la rampa que conecta el muelle con la entrada del barco, a dónde me sigue.
─Te ayudaré una última vez, Arlette ─suelta─. Pero quiero dos cosas, ninguna de las cuales me has terminado de ofrecer u ofrecido esta noche.
Sostengo el peso de su mirada sin ningún inconveniente, la victoria haciendo eco en mi mente sobre cualquier otro pensamiento.
─¿Qué quieres?
─No estoy ni siquiera cerca de creer que no continuaré siendo arrastrado por ti a la mierda, tampoco de ser comprado con sexo. Si quieres que trabaje contigo, deberás darme algo valioso. ─No puedo evitar soltar sonido de sorpresa cuando me arroja al agua con él, dónde me ahoga por unos segundos debido a los bruscos movimientos que hace para alcanzarme cuando nos sumergimos─. Quiero explotar tu cereza.
─Pensé que habías dicho que no estabas interesado en una simple puta bonita.
Vicenzo ríe al verme titiritar por el frío. A diferencia de él, no tuve tiempo para climatizar mi piel junto a cuatro ex reinas de belleza o fracasos de celebridades.
─No eres una simple puta bonita.
─¿No?
─No. ─Niega─. Eres una simple puta bonita que necesita aprender una lección que, tristemente, solo te puedo enseñar yo.
Mi mandíbula casi se quiebra por lo fuerte que aprieto los dientes al sentir sus dedos aprisionando mis caderas, su aliento ocasionando cosquillas en la piel adyacente a mi oído. Coloco mi mandíbula sobre su hombro, obligándome a mí misma a reaccionar cuando escucho pasos aproximándose a nosotros.
─¿Cuál es la otra cosa?
─Quiero la verdad.
¿La verdad sobre mí necesitándolo?
¿La verdad sobre mí negándome a admitirlo en voz alta?
¿La verdad sobre qué?
Todo lo demás, todo lo que alguna vez pude haber sido capaz de hacer, él lo sabe o se hace una idea de ello, a excepción de...
─El negocio de las anfetaminas es una mentira, solo una excusa para hablar contigo. Solo necesito tu ayuda para los preparativos de la fiesta.
Sus facciones se endurecen, pero no luce sorprendido.
Las palabras que salen de su boca, sin embargo, sí me sorprenden a mí.
Una sorpresa tanto buena como desagradable.
─¿Qué quiere Marcelo de ti?
Me voy este fin de semana al campo, pero como llevaba tanto tiempo sin subir cap y ya salí de la u, no podía irme sin antes actualizar al menos una de mis novelas. Las extrañé un montón
Las amo
Nos vemos pronto
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