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Capítulo 23:

ARLETTE:

Papá no se encuentra en su estudio para el momento en el que llego a casa. Si antes la seguridad a mi alrededor era excesiva, en este momento está multiplicada por cuatro. Incluso hay un hombre sin rostro al que le tengo que dedicar una mirada de advertencia para que deje de seguirme a todas partes. Una vez acepto que no está aquí, tampoco en la mazmorra, el primer lugar en el que busqué, me apoyo en una de las paredes del pasillo del segundo piso mientras me concentro en tomar aire y respirar sin sentir que mi cerebro se mueve dentro de mi cráneo. Una vez logro moverme sin sentir náuseas, continúo caminando apoyando una de mis manos en el concreto, enviando al suelo todo lo que encuentro a mi paso. Fotos familiares. Retratos. Piso una imagen de Beatrice y papá en su boda sin intención.

Nada que no puedan recuperar.

─¿Arlette?

Me doy la vuelta para toparme con los sigilosos ojos preocupados de Flavio. Sostiene un libro de tapa gruesa con una de sus manos. Con la otra, la derecha, lleva una navaja preparada para usar, probablemente alterado con todo el ruido que hice.

Sonrío.

─Flavi.

Mi hermano suelta todo lo que lleva antes de correr hacia mí y envolverme con sus brazos, su rostro escondido en mi estómago. Enredo mis dedos en su cabello rubio oscuro mientras me permito usarlo de apoyo por unos segundos.

─Tenía miedo ─gruñe tan bajo que apenas soy capaz de oírlo, su cuerpo temblando mientras me aprieta con ira─. Se supone que no debo tener miedo, pero tenía miedo de que papá y mamá me estuviesen mintiendo y no te volviera a ver. ─Se despega de mí para mirarme directamente─. ¿Fue un accidente o fueron los rusos? Dime y los mataré cuando crezca.

No puedo evitarlo, dejo escapar una risita que termina conmigo vomitando sobre el piso de mármol mientras Flavio sostiene mi cabello, una mueca en su rostro. A pesar del asco que le produce, no se aparta de mí hasta que me enderezo de nuevo, momento en el que por primera vez desde que el efecto de las pastillas que me dio Fósil pasó, me siento mejor.

─¿Quieres que llame al médico de La Organización? ─pregunta.

─No. ─Le sonrío de nuevo a mi hermanito mientras me limpio las comisuras de los labios con la manga de mi chaqueta y nos hacemos a un lado para que una de las mujeres de servicio se encargue del desastre. No me importa ensuciarlo. Fue una mierda fea que Fósil consiguió en la tienda del hospital─. Deberías dormir. Si piensas hacer algo en contra de nuestros enemigos necesitas crecer bastante. ─Lo empujo de vuelta a su habitación a pesar de sus protestas─. Mientras tanto yo me encargo.

Flavio sinceramente debió haberse sentido afectado por el accidente, puesto que no dice nada cuando sobre paso los límites de su ridícula masculinidad cubriéndolo con una suave manta en el centro de su enorme cama. Sí. Tampoco tiene una cama normal. Me inclino para besar su frente antes de dirigirme a su ventana, que también da con el mar, y salir tras cerrar sus cortinas.

─¿Arlette?

Me doy la vuelta bajo el umbral de su puerta, las náuseas de regreso.

─¿Sí?

─Confío en que lo harás, pero no se lo digas a papá. ─Arruga la frente y se envuelve aún más entre los hilos de algodón, sus ojos cerrados─. Y no dejes que nadie te toque o los mataré también.

─No lo harán ─le prometo cerrando su puerta tan suavemente como mis dedos temblorosos lo permiten.

Tengo ganas de vomitar de nuevo, así que rodeo a la mujer que aún trabaja limpiando el piso y hago un esfuerzo sobre humano para subir las escaleras. No solo intento llegar a mi habitación. También estoy huyendo de los gritos de Beatrice. Acaba de llegar. Puedo escuchar su estruendosa voz preguntando por mí. A medio camino, cuando creo que no podré aguantar más y que no me quedará de otra que ceder a ella y regresar al hospital, un brazo pasa por debajo de mis rodillas y me alza. Mi mejilla termina presionada contra un duro torso que conozco bien. Nunca usa colonia, pero siempre huele a roble y comida chatarra.

Alzo la mirada para toparme con los ojos marrones de Luc.

─¿Qué crees que haces? ─pregunto, pero ambos sabemos que estoy demasiado débil para patearle el trasero.

Desarmar al hombre de papá y montar la escena en el hospital se robó todas mis energías. Además de ello, mi mente está colapsada sintiéndose culpable y ansiosa por haber causado un accidente que no sirvió de nada porque de todas maneras Francesco se fue, mi cuerpo estremeciéndose con una necesidad que no puedo y no sé si podré saciar.

─Ayudando a mi co-patrona favorita.

─Pensé que papá te había despedido.

No entiendo por qué no lo hizo.

─Solo echó a Fósil.

Un gruñido escapa de lo profundo de mi garganta mientras me deposita sobre mi cama. Fósil había estado demasiado ocupado concentrado en la carretera como para percatarse de que algo mal estaba a punto de suceder. De alguien tener la culpa, serían Moses y él.

─Fósil solo dejará de trabajar para mí el día que muera.

Luc asiente.

─No es el único. ─Es un idiota. Debe tener alrededor de veinticinco años debajo de la frondosa barba castaña de leñador, la cual le confiere edad. Me recuerda a Vicenzo. Todo fuerza, nada de cerebro─. Mañana le espera un día apretado intentando explicarle a su padre por qué fue en contra de dos de sus órdenes. ─No tiene que decir cuáles son. Salir del hospital. Recontratar a Fósil─. Lo mejor que puede hacer por sí misma es dormir.

No.

─Sí ─gruño antes de cerrar los ojos, mis manos extendiéndose para abrir el cajón superior de mi mesita de noche y sacar mis somníferos.

****

La mayoría de las veces me sumerjo en la oscuridad cuando duermo, una oscuridad tan profunda que lo único que logra sacarme de ella es mi alarma, una especie de ancla, pero cuando no es así lo que observo es tan vívido y lúcido que temo que mi realidad se haya deformado a lo que se está reproduciendo justo frente a mí.

Veo sangre. Escucho gritos. Huelo azufre.

Si el infierno tuviera una descripción, esos serían mis sueños.

****

Por la mañana no me despierta la alarma. Tampoco lo hacen los rayos de sol que entran por mi ventana. Lo hace Beatrice. Ella arroja un conjunto de falda y chaqueta sobre mi cama antes de quitarme las sábanas de encima.

─Tu padre te espera abajo ─suelta saliendo con un portazo, el repiquetear de sus tacones ocasionando que un jadeo escape de mis labios.

Me tomo un par de minutos antes de enderezarme. No me siento tan mal como en los últimos días, no como anoche, pero aún así no consigo concentrarme en un objeto que se encuentre lejos sin sentir que debería llevar una bolsa de emergencia conmigo. Respiro profundamente antes de ponerme de pie. Ni siquiera las tengo que buscar, Miriam aparece en el momento perfecto violando mi privacidad al entrar sin tocar para tenderme mi medicina. La tomo sin molestarme en tocar el vaso con agua. No quiero que nadie me vea así, por lo que la despido cuando se ofrece a ayudarme a prepararme.

Me avergüenza mi debilidad.

Me avergüenza ni siquiera poder cumplir con las pequeñas cosas que se esperan de mí porque mi mente no deja de pensar en formar parte de cosas más grandes, lo que lleva a que papá y todos sienta decepción.

Así que pongo todo de mí en esforzarme por lucir presentable. Me doy una ducha. Cuando salgo me seco por completo antes de cubrir mi cuerpo con una fina capa de crema con aroma a caramelo. Consciente de que papá me esperará, seco y aliso mi cabello hasta que cae en una brillante cascada sobre mi espalda. Cubro los hematomas y cicatrices con maquillaje antes de vestirme, puesto que mis mulsos, brazos y piernas también salieron afectados. No sé a dónde iremos, por lo que tomo la falda que Beatrice dejó sobre mi cama, de recuadros azules y blancos, complementándola con una camisa blanca manga larga con flecos en las mangas. Meto mis pies en un par de tacones de aguja negros antes de alcanzar un sencillo collar de mi cofre. Es una cadena de plata con un diamante en forma de lágrima.

Fósil, en la cima da la escalera, abre los ojos de par en par cuando me ve.

─Señorita Arlette, ¿qué...?

─Solo hay un motivo por el que salí de ese hospital. ─Dejo caer mis dedos sobre la agarradera de la escalera. Por más que me duela la partida de Francesco, si no está aquí no arriesgaré la oportunidad de ayudar a papá con algo. Aún quiero ser quién se encargue de la fiesta de diamantes. Es eso o quedarme en una habitación que ni siquiera me gusta sintiéndome absolutamente miserable. Alzo la mirada para verlo directamente a los ojos. Está envejeciendo. Ya no es el mismo hombre adulto y solitario que me seguía a todas partes de pequeña, sino que ahora, con su traje impecable y porte firme, déspota, luce más como el anciano que en realidad es─. La vida debe continuar, ¿no?

Una sonrisa se apodera de su rostro, resaltando sus arrugas.

─Así es.

La reacción de los demás es bastante similar a la de Fósil. Papá incluso se inclina hacia adelante para asegurarse de que lo que está viendo es real. Sonrío. Lo es. Un pequeño desastre no va a acabar conmigo. No lograré ayudar a Francesco si permanezco acostada en una cama compadeciéndome de mí misma. Necesito continuar.

─Estoy hambrienta ─murmuro extendiéndome sobre la mesa para alcanzar una manzana, la cual muerdo mientras Petrushka envuelve sus brazos alrededor de mí─. ¿Nos vamos?

Carlo, aún confundido, afirma poniéndose de pie.

─Pararemos a desayunar en algún lado.

─Bien. ─Beso la frente de mi nana antes de seguirlo, ignorando la expresión consternada en el rostro de mi madrastra─. ¿A dónde vamos?

Papá hace una pausa, deteniendo su característica forma de ponerse una chaqueta, como un modelo, para mirarme con sus ojos azul profundo.

─Es una sorpresa.

****

Lo que odio de las sorpresas es la falta de control sobre lo que pasará después de que sea presentada ante mí, pero las sorpresas de papá, a menos que se traten de asuntos de La Organización, nunca son malas. Siempre son joyas. Diamantes. Relojes de oro. Tarjetas de crédito con saldo ilimitado. La que más amé de ellas fue su regalo para mi quinto cumpleaños. Me compró el pony de pelaje blanco más hermoso que alguna vez existió y al pony le compró un casco que asemejaba el cuerno de un unicornio, dorado y de acero inoxidable, concediendo mis deseos de tener uno. Era hermoso. Solía montarlo todas las tardes en nuestro jardín.

Moscú.

Murió poco después de que mamá lo hizo.

─¿Te sientes mejor?

Dejo de mirar por la ventana para concentrarme en él.

─Sí, gracias. Los waffles estaban deliciosos.

Afirma en silencio. Tras salir de casa nos habíamos dirigido a una cafetería que le pertenece para que pudiera desayunar, en la que pasó más tiempo concentrado en su teléfono que en mí, lo que debía admitir que me desilusionó. Su reacción al accidente ha estado caracterizada por la indiferencia. Solo la primera vez que me vio, cuando pregunté por Francesco, me dejó ver su dolor y preocupación, pero lo que resta del tiempo que hemos pasado juntos simplemente ha sido un capo haciendo su trabajo. Me ha hecho preguntas Si noté algo diferente esa noche. Si vi algo. A alguien. Si no hubiera estado tan preocupada por hacer mis mentiras creíbles, habría estado preocupada porque supiera la verdad y ya no me quisiera, el cual sé que no es el caso.

Me lo habría dicho.

─Aún adoras los dulces, ¿no?

Una sonrisa se apodera de mis labios. De niña escondía un par o dos en mi habitación. También lo hacía traerme cajas y cajas de ellos de sus viajes.

─La verdad es que sí.

─¿Y navegar?

Arrugo la frente, dándome cuenta de a dónde nos dirigimos. Estamos a unas calles de los muelles. Papá tiene más yates y vehículos acuáticos que cualquiera en la ciudad, posee un par de muelles de lujo que comparte con sus amigos de La Organización o no, todos multimillonarios.

─Tenemos tiempo sin hacerlo.

La última vez que me monté en un yate fue hace más de un año, en el cumpleaños de Beatrice, una experiencia desagradable. No tengo ni idea de cómo no nos hundimos con tantas personas, específicamente esposas trofeo y sus ricos esposos, a bordo.

─He estado ocupado ─gruñe saliendo de la camioneta, su mano extendida para que la tome y me apoye en él al bajarme.

Cuando lo hago un leve mareo me asalta, así que termino entre los brazos de mi padre. Este me mira con preocupación y se asegura de que puedo mantenerme por mí misma antes de soltarme, optando por no alejarse del todo enlazando nuestros brazos. En cualquier otro momento habría amado estar tan cerca de él, pero en este preciso instante su aroma no hace más que aumentar mis ganas de vomitar.

¿Estás bien? ─pregunta antes de que demos el primer paso hacia una de las cuatro superficies de madera, la principal, que divide dos hileras de yates, botes y, al final de ella, indica el camino hacia un enorme barco blanco perlado, líneas doradas decorando cada uno de sus bordes.

Es hermoso.

Sí.

¿Te gusta?

Lo miro.

¿Es tuyo? ¿Me despertaste para enseñarme tu nuevo barco?

Papá sonríe. Mi tono no es de recriminación, sino de sorpresa.

No. ─Besa mi mejilla─. Te desperté para enseñarte tu nuevo barco.

Ladeo la cabeza, procesándolo, antes de saltar sobre él.

─¡Me encanta!

Papá me entrega un par de llaves.

─Son más simbólicas que otra cosa, pero toma. ─Envuelve mi cintura con su brazo para ayudarme a subir las escaleras que conducen a la proa─. Esta es tu tripulación. ─Una fila de dos hombres y tres mujeres inclinan la cabeza. El mayor de ellos se acerca a nosotros y estrecha la mano de papá. A pesar de las arrugas en su rostro su cabello luce un dorado que combina con las líneas decorativas del barco─. Capitán Luca.

─Señor Cavalli.

─Esta es mi hija, Arlette.

─Un placer, capitán ─digo apretando su mano llena de cayos, estos probablemente causados por su experiencia en el mar─. Estoy segura de que disfrutaré mucho navegando con usted.

El hombre asiente.

─Así será, señorita Cavalli.

Me doy la vuelta, aún entre los brazos de mi padre, para besar su mejilla y darle las gracias una vez más antes de ir bajo cubierta. Cada uno de los camarotes es absolutamente precioso. Imitan a la perfección el estilo de nuestra familia, llena de detalles y antigüedad, de una manera más moderna. El dormitorio principal es enorme. La cama en el centro de él es circular y la pared de metal que da con el exterior ofrece una hermosa vista del mar. El comedor también es una brillante obra de arte. Hay un candelabro gigante colgando encima de la mesa. Un minibar. Sillas de terciopelo. Flores por doquier. Lo amo y ni siquiera he recorrido los dos pisos superiores que contienen aún más habitaciones.

─¿Te gusta?

Miro a papá apoyado en la entrada. No ha abandonado la zona exterior, evaluando el interior con desinterés, tan solo un poco de apreciación en su mirada. Nada es lo suficientemente llamativo para captar su atención.

Me encanta, papi ─respondo al llegar a su lado─. ¿Qué hice para merecerlo?

─Es tu regalo de cumpleaños.

─Pero...

─Sí, sé que todavía faltan unas semanas, pero después del accidente... ─Traga, visiblemente afectado, antes de sostener mi rostro entre sus manos─. No dejo de pensar en lo miserable que habría sido si no hubiera podido enseñártelo. En todas las cosas que aún tienes por hacer, por tener, que podrían no haber sucedido nunca. ─Me aparto cuando se mueve para hurgar en los bolsillos de su chaqueta─. Ten, mi dulce niña.

Acepto el sobre que me ofrece con cierta duda.

─¿Mi regalo de bodas? ─pregunto antes de abrirlo.

Papá hace una mueca.

─De compromiso.

─Gracias ─digo antes de hacer un esfuerzo por comprender las palabras ante mí─. ¿Esto es el pago del condominio de una pista de aterrizaje privada? ─Parpadeo varias veces antes de mirarlo─. No entiendo, ¿me compraste una pista de aterrizaje privada?

Papá ríe.

─No, Arlette. ─Besa mi mejilla una vez más, sus hombros todavía sacudiéndose. Esa, su risa, es la razón por la que nunca he sentido miedo de Beatrice. Él nunca ha sido capaz de reír así con ella. Es realidad la mitad del tiempo es como si no la tomara en serio─. Es la compra de una plaza en una pista para tu avión privado.

Mis mejillas se sonrojan. Me siento mal por sentirme tan estúpidamente emocionada, pero no puedo evitarlo. No me veía a mí misma teniendo un avión hasta que lo heredara de él. La única opción que tenía para comprarlo en este momento era el dinero de Sveta. Incluso en un futuro cercano dudo que Vicenzo pueda adquirir uno por sí mismo.

─¿Por qué? ─pregunto.

Papá se mete las manos en los bolsillos.

─Sé lo triste que estás con la partida de Francesco. Lo importante que es para ti. Para todos nosotros. Es familia. ─Presiona sus labios entre sí antes de continuar─. Una vez las cosas se hayan calmado en Sicilia y hayamos descubierto quién mierda se atrevió a atentar contra ti, lo podrás visitar tanto como quieras. No tendrán que renunciar a su conexión.

Muerdo el interior de mi mejilla, contiendo las palabras, pero estas aún así sale de mi boca sin que las pueda contener dentro.

─¿Por qué querrías eso? ─No puedo evitar que mi tono sea acusatorio y lleno de veneno. Tampoco detenerme─. Pensé que estabas feliz de deshacerte de él.

La mandíbula de papá se aprieta.

─Le hice un favor.

─¿Alejándolo?

Niega.

─Enviándolo lejos del dolor de ver a la mujer que ama casándose con otro. ─Me congelo. No puedo evitarlo. No me sorprende que papá lo sepa, pero sí que exprese sus conocimientos sobre los sentimientos de Francesco en voz alta sin haberlo asesinado o castigado previamente. Antes de que pueda continuar haciéndole preguntas al respecto, papá se da la vuelta y alza la voz para poder ser escuchado por la tripulación─. Este barco también te llevará a la costa italiana si quieres, ¿no, capitán Luca?

─Nos tomará unos días, pero sí. Lo hará.

─Lo amo, papá ─repito siguiéndolo, sus dedos entrelazados con los míos, conscientes de que no seguiremos con el tema─. Gracias.

Vuelve a sonreír.

─De nada.

Lo sigo a los pisos superiores con varios pensamientos en mente, los cuales son incluso más estéticos y con clase que los camarotes. Lo que más amo de ellos es la vista desde el punto más alto, azul, llena de yates en movimiento y agua azul que se junta con el cielo en la lejanía, y la biblioteca. Puedo verla convertida en un estudio en el que pasar tiempo durante un viaje largo. Mientras me apoyo en la baranda, consciente de que Chicago, de alguna forma, estará a mis pies mientras sea una Cavalli,  me siento feliz por dos cosas que nunca habría pensado que me alegrarían. Ya no veo tan mal la partida de Francesco.

Y ya quiero que llegue el día de mi boda.

Estoy segura de que papá hará que todo lo malo valga la pena.

─¿Puedo venir aquí cuando quiera?

Afirma.

Sí, princesa, no seguiré reteniéndote. No después de lo que pasó. ─Me abraza─. Una vez haya conseguido al culpable que se atrevió a ir en mi contra, puedes ir a dónde quieras mientras sepa que estás sana y a salvo. Aunque pueda dañarte, no te privaré más de la belleza del mundo exterior. Lo único que te pido es que aceptes mis medidas. Duplicaré tus hombres.

Froto mi rostro contra su pecho al asentir.

Lo haré, las aceptaré.

Ese, una pequeña dosis de libertad, es mi verdadero regalo.

****

Estamos yendo de regreso a casa, después de una visita rápida a la pista de aterrizaje, cuando decido abordar el tema.

─¿Papá?

─¿Sí? ─murmura sin apartar sus ojos del celular.

─Aún quiero hacerme cargo de la organización de la fiesta.

Alza su mirada hacia mí.

─No esperaba menos de ti. ─Sonríe─. Pero tengo una condición para que eso suceda y tú tienes dos días para cumplirla.

Los latidos de mi corazón se aceleran con emoción.

No dijo que no. No me descartó. No me considera débil.

─¿Qué es?

─Quiero que Vicenzo acepte ayudarte sin que yo tenga que pedírselo.

****

Papá dijo que invitaría a Los Ambrosetti a cenar para agradecerle a Vicenzo su ayuda, por lo que cambio mi ropa a un ajustado vestido con mangas. Es azul claro. Vuelvo a alisar mi cabello y a hacer mi maquillaje antes de bajar. Al hacerlo encuentro a Beatrice llorando en el sofá de la sala, Petrushka consolándola. Alzo el mentón al intuir la razón por la cual lo está haciendo. Ella solo llora así por Flavio.

─¿Dónde está mi hermano?

Aria señala la puerta que da con el sótano.

─Bajó con tu padre y sus hombres. Al parecer Fósil encontró al imbécil que se metió contigo. Constantino y Vicenzo están con él. ─Mi cuerpo entero se tensa. Sé que papá no le creerá si Vicenzo le dice la verdad, pero también sé que no le puedo mentir y que se decepcionará conmigo cuando lo sepa─. Flavio... ─Agacha la mirada─. Tu padre dijo que era hora. Que no habría mejor momento para convertirlo en un hombre que este.

Retrocedo.

No.

Flavio aún es un niño. Ni siquiera papá tuvo su primer asesinato tan joven. Inició a los trece. Flavio está a punto de cumplir diez. Entiendo que tenga que memorizar todas las leyes y códigos de La Organización, estudiar, formarse, incluso aprender sobre torturas y otros temas sombríos, pero aún no está listo para eso. No para hacerlo con sus propias manos.

Antes de que si quiera pueda pensar correctamente en ello, me dirijo a la puerta que da con las celdas y desciendo por las escaleras. Fósil no está aquí, así que intuyo que acompaña a mi hermano y a mi padre. Las luces sobre mí destellan cada segundo. Ya que hay hombres custodiando una de las puertas de hierro, me dirijo al final del pasillo y los empujo, pero ninguno de ellos se mueve, permaneciendo como montañas inamovibles que me impiden detener lo que sucederá. Los golpeo hasta que veo cómo papá le entrega un arma mi hermano, colocando después una mano sobre su hombro que ejerce presión sobre él.

Flavio alza la mirada del metal en sus manos, sus ojos azules determinados, pero asustados, para observarme antes de negar y concentrarse de nuevo rápidamente el hombre arrodillado frente a él y disparar.

Dispararle a un hombre que no conozco.

Pero nadie muere.

Deja caer el arma, sus pupilas dilatadas, al darse cuenta de que no está cargada. Presiono el vidrio que nos separa, deslizando lentamente mis manos, mientras mi respiración vuelve a la normalidad. Papá saca la suya, ocupando el lugar de Flavio, tras observarlo con orgullo. Lo último que veo antes de volver a la planta superior es la mirada acusatoria de Vicenzo.

No sé cómo lo hace, pero sabe que fui yo.

Siempre sabe cuando soy yo.

****

Lo que pasó fue tan desagradable que apenas puedo comer.

─Arlette, cariño, ¿no tienes hambre?

Por primera vez le dirijo una mala mirada a Aria.

─No, no tengo, solo un gran idiota podría comer en este momento. ─Dejo caer mi servilleta sobre la mesa. Flavio ni siquiera parece estar aquí. Sus ojos están concentrados en la vista hacia el jardín─. Lo siento. Me retiro. ─Miro a papá─. He tenido un día largo. Voy a dormir.

Carlo asiente.

─Ve, princesa, aún debes estar débil.

Débil.

Casi me echo a reír.

─Sí, papi.

Ignorando a Vicenzo, con quién debería estar hablando, intentando convencerlo de trabajar conmigo, me dirijo a las escaleras. En este momento no me interesa organizar la fiesta. Mañana sí será así, es imposible escapar de este tipo de cosas, que Flavio tome la vida alguien es inevitable, las ganas de superarme a mí misma siempre ganan, pero ahora mismo lo único que quiero es hacer precisamente lo que no quería.

Compadecerme de mí misma.

No debería, no debo, pero tomo una botella de vino de mi escondite en el armario y me recuesto en una tumbona en la terraza. No he olvidado tomar ninguna de mis dosis desde que salí del hospital, así que no logro que las lágrimas escapen de mis ojos, lo que no hace sino hacerlo aún peor porque siento que soy un volcán en erupción con un corcho que le impide explotar.

─Déjame adivinar ─dice una voz a mis espaldas al cabo de un rato, un cuarto de botella o más en mi sistema─. Te sientes como la mierda, ¿no? Otro de tus planes que sale mal.

No me tengo que dar la vuelta para saber quién es, pero aún así lo hago. Vicenzo está recargado contra el umbral del acceso a la terraza desde mi habitación con los brazos cruzados sobre el pecho. Está usando uno de sus típicos suéteres ajustados y vaqueros. Sus ojos negros brillan. Su cabello rubio, ceniciento, casi blanco, está recién cortado, por lo que los ángulos de su rostro lucen más marcados. Su barbilla cuadrada. Sus altos pómulos. Es atractivo, nunca lo negaría, pero su falta de educación y brusquedad siempre se interpondrán entre nosotros. 

También su corazón.

─No salió mal.

─Encuentra la forma de hacer que las personas que te amen no sean daños colaterales y estaré de acuerdo con ello. ─Ocupa asiento frente a mí. Vicenzo es tan grande que se ve ridículo sentado en cualquier lugar─. ¿Dónde conseguiste un idiota que aceptara morir así? ─Coloca las manos sobre sus rodillas mientras se inclina─. ¿Qué le diste a cambio?

Llevo la copa de vino a mis labios.

─Drogadicto. Inservible. Fósil le aseguró que cuidaríamos a su familia.

Se levanta de manera abrupta, su expresión enojada.

─No sé cómo lo haces, pero cada vez que pienso que has llegado a tu límite, lo sobre pasas. ─Lo imito. También me acerco hasta quedar tan cerca de él que inhalo su colonia. Su aroma suave. Una mezcla de su piel, sangre, su colina y el perfume hecho por todas las mujeres que han pasado por sus manos─. Pensé que habías aprendido la lección con Francesco, pero no lo hiciste. Es obvio que no puedes evitarlo. No te importa nadie.

─Me importa mi familia ─murmuro.

Mis palabras no hacen más que aumentar la intensidad de sus emociones.

─Tu padre no es tu única familia, Arlette.

─No. ─Coloco mi mano sobre la suya puesta en la mesa. Al principio sus dedos se tensan debajo de los míos, pero después se relajan─. Dentro de poco tú lo serás también. Así me cueste reconocerlo, últimamente has sido de mucha ayuda, Vicenzo. ─Presiono mis labios contra su mejilla al ver cómo su mirada se suaviza por unos segundos que pasan tan rápido que pareciera que nunca hubiese sucedido, pero yo sé que sí lo hizo─. Gracias.

Se aleja de mí.

─De nada.

Al ver que se da la vuelta separo los labios para pedirle lo que necesito, pero termino juntándolos de nuevo. No es el momento. Si lo hago ahora pensará que solo permití que tuviéramos este acercamiento para ganar algo.

Es así, pero él no tiene por qué saberlo absolutamente todo.

****

Una vez Vicenzo se marcha, suplanto mi vestido por un camisón y me acuesto en mi cama. Estoy a punto de alcanzar mis pastillas cuando la puerta se abre y Flavio entra. Se acerca a mí dando cortos pasos. Sin saber muy bien qué hacer, acaricio su cabello cuando se sienta a mi lado y luego se desploma apoyando la cabeza sobre mis muslos.

─Lo siento ─susurra a punto de quedarse dormido.

Arrugo la frente.

─¿Por qué?

─Te prometí que lo mataría. ─Esta vez ni siquiera las pastillas logran mantener mis emociones bajo control. Las lágrimas se acumulan en mis ojos, descendiendo previamente por mis mejillas─. No lo hice.

Beso su frente antes de cubrirnos a ambos con mis sábanas.

─Me alegra que no lo hayas hecho. Aún no has crecido.


¿Qué opinan del capítulo? La siguiente dedicación va a quién me de la opinión más elaborada 

Este a por sus lindos FlorsCalderon comentarios <3 

Las quiero, me duermo, chau, no olviden votar y comentar si les gustó 

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