Capítulo 22:
VICENZO:
Esta noche el restaurante se encuentra atestado. Se supone que no debería estar aquí, pero la familia se reunirá. Todos los hombres que trabajan directa e indirectamente para nosotros vendrán a cenar. Prestamistas, cobradores y encargados de los negocios de lavado de dinero en la zona Ambrosetti mayormente. No es un ambiente en el que Constantino esté dispuesto a involucrar a nuestras mujeres, por lo que tanto mamá como Penélope están en casa, haciéndome el único de su sangre que puede venir a mostrar apoyo de alguna manera. No es que lo necesite, pero sé que para él es algo, por lo que a pesar del lancinante dolor en mi hombro cada vez que me muevo, busqué mi mejor traje y vine.
Una vez aquí, sin embargo, me siento bajo un arco hecho de rosas y pido la mejor botella. En unos años tendré que preocuparme por mantener a todos los imbéciles bajo este techo satisfechos o, en un dado caso, muertos, pero eso no es ahora. Sé lo que tengo que saber sobre cómo manejarlos, así que me permito a mí mismo relajarme en el enorme sofá de cuero mientras la chica bonita de ayer me sirve un trago de whisky y escucho a mi progenitor hablar de la importancia de mantener la paz en la ciudad y evitar la violencia, entre otros actos que hagan que llamemos la atención.
Pura mierda.
A la hora de la verdad la única diplomacia es la sangre.
Mis fosas nasales se dilatan, recibiendo con gusto el aroma a flores silvestres que llega a ellas cuando un pequeño cuerpo se coloca peligrosamente cerca del mío. De nuevo, la imagen de una bonita vagina rosa depilada viene a mi mente. Necesito follar ya. Tengo el presentimiento de que la próxima vez que esté con una mujer seré insaciable.
─¿Aún no hay nada para mí en la cocina? ─pregunto.
Ella niega, sus mejillas sonrojadas.
─No, señor.
Me echo hacia atrás, lo que ocasiona que tenga que apretar los dientes para evitar que la queja por la molestia del movimiento escape de mi boca.
─Algún día lo habrá ─gruño odiando su inocencia, puesto que la pequeña puta no tiene ni idea de lo mucho que podría ganar si se sienta sobre mis piernas en este preciso instante. En venganza por su doble rechazo, alcanzo su mano de la misma manera en la que lo hice ayer, suave, pero firme, obligándola a quedarse a pesar de su postura inestable─. Tráeme algo de comer. Tu trabajo dependerá de lo bueno que esté. Antes de que la idea de quejarte pase por tu mente, no, mi padre no dirá nada si hago que te echen o peor. No eres tan importante aquí.
Esto finalmente enciende algo en sus ojos marrones. No me relamo los labios hasta que la dejo ir, esforzándome por mantener mi postura a pesar de que siempre termino sintiéndome como un imbécil cuando trato con chicas como ella. Con la puta inocencia y fragilidad de Penélope, mi punto débil. Nunca follaría con alguien que me recuerde a mi hermanita. En realidad lo único que me atrae de esta es que es bonita, lindo cabello rubio, curvas exuberantes, pero si no lo fuera ya habría pedido otra mesera. No es mi tipo. Incluso Tiffany, la más adorable que he tenido desde que terminé la escuela, no dudó en follarme. Una cosa es ser amorosa, como mamá, pero otra estúpida. Ella no habría soportado un matrimonio con un mafioso de serlo. Ninguna mujer frágil lo hace, en realidad.
─¿Estás bien? ─pregunta Milad sentándose junto a mí mientras observamos al montón de asociados a la mafia discutir entre sí, papá en medio de ellos, algunos con boinas y trajes, el característico traje de los mafiosos sicilianos, algunos de mi edad representando a su familia en zapatillas y pantalones deportivos Nike.
─¿Qué mierda te importa eso? ¿Besarás mi pene para hacerme sentir mejor? ─gruño señalando a papá con mi vaso de vidrio, asintiendo hacia la rubia cuando regresa con mi comida, canelones de carne que huelen a gloria junto a ensalada de aceitunas negras─. ¿No deberías estar con él?
Milad niega mientras extiende su mano para robar mi comida, lo cual impido con un gruñido mientras hago a un lado mi chaqueta para que mi arma se una a los invitados de mi cómoda cena individudal. Él se echa hacia atrás con una sonrisa que crea arrugas alrededor de sus ojos, lo que me recuerda que, al igual que papá, está a punto de retirarse para dejarle su puesto a otro hombre y tener una vejez relativamente en paz.
─No, ya estoy muy viejo para esto.
No estamos tan lejos del grupo como para no saber qué mierda están discutiendo. Al parecer uno de los hombres de papá jodió con la hija menor de edad de un agente de policía, trayendo su atención a nosotros, lo cual no solo fue estúpido, sino que va contra el código. Los integrantes de la mafia siciliana no pueden involucrarse tan profundamente con personas de la ley. Si fuera papá acabaría con su miserable vida, dándole el gusto al padre de la víctima por ser una mierda desleal. Estoy seguro de que dejaría de molestarnos después de eso. Incluso podríamos dejar sus testículos colgando de la manija de su puerta como un regalo al llegar a casa.
─¿Cómo empezaste en esto? ─pregunto tomando otro trago de licor.
─Soy turco ─dice inclinándose para coger un canelón de mi bandeja, lo cual esta vez permito porque ya terminé, hambriento del postre─. Mi familia trabajaba para una especie de esclavista. Sembrábamos opio que luego era transportado a Sicilia para ser transformado en heroína. De alguna manera terminé trabajando para un pequeño capo y su esposa, turca también, haciendo envíos a América. Cuando los asesinaron decidí quedarme aquí en lugar de regresar a Italia o a Turquía. Tu padre me dio trabajo cuando Carlo me rechazó. ─Pone los ojos en blanco─. Al parecer no era lo suficientemente sofisticado para su equipo.
No me extrañaría que esa fuese la razón por la que no le dio trabajo.
Luc, Moses, incluso Fósil, los hombres que conozco que trabajaban para él porque son los que normalmente cuidan a Arlette, lucen bien.
─¿Por qué te quedaste?
Una sonrisa lenta y satisfecha se extiende por su rostro.
─Tiffany, mi primera novia, una afroamericana hermosa.
─Marica ─gruño echándome hacia atrás, decepcionado con el rumbo de la historia─. ¿Trabajabas para un Cavalli?
Asiente.
─Sí. Marco Cavalli. Fue un buen hombre. Sencillo, pero firme. No sé si me entiendes. ─Niega, nostalgia en el movimiento─. Lamentablemente aún seguía creyendo que existía honor en la mafia siciliana. Tanto él como su esposa cometieron el error de acceder a reunirse con su enemigo para establecer una tregua sin sus hombres. Nunca se pactó nada. Fueron asesinados a medio camino.
─Una explosión ─susurro, a lo que asiente.
─Sí. ─Tamborilea sus dedos sobre la superficie de madera de la mesa junto a él─. He oído rumores. Francesco, su hijo, está en Sicilia, ¿no?
Asiento.
─Lo está.
─Es un buen chico. Si fuera un rizos de oro sería exactamente igual a su padre. Espero que no termine muerto. ─Su voz realmente suena a que lo desea─. Sicilia es... complicada. La isla ha sangrado mucho ya. Sus habitantes siempre han estado resentidos con la mafia, pero aún así cada habitante de alguna forma trabaja para ella. Hay el triple de familias relevantes y competencia que aquí. ─Desvío la mirada a mis manos para evitar revelarle mi preocupación. Si pudiera viajaría a Italia para echarle una mano, pero eso significaría poner mis propias responsabilidades en pausa─. ¿Cómo te sientes tú con respecto a tomar el puesto de tu padre?
─Bien ─suelto mientras me levanto para ir a la cocina por mi postre.
Él hace lo mismo.
─¿Quieres un consejo de alguien que ha sobrevivido a su esclavista, quién le dijo que no sobreviviría a los veinticinco, a la Bratva, a la mafia Siciliana, a los Georgianos y al maldito Ku Klux Klan? ─No quiero seguir con nuestra charla, pero la primera parte de lo que dice capta mi interés, por lo que me detengo. Él prosigue a mis espaldas tras mi asentimiento. Por el rabillo del ojo veo cómo mi padre besa la mejilla del hombre que está siendo juzgado─. No lo pienses demasiado. Tu instinto siempre tendrá la razón.
****
Siguiendo mi maldito instinto, termino en la cocina, dónde todas las mujeres que trabajan en el restaurante intentan llamar mi atención con muestras de dulces en platos de porcelana delicadamente decorados. Demasiado estético para mi estómago, pero aún así delicioso. Una vez estoy lleno, les ofrezco una sonrisa de agradecimiento antes de volver a la parte de afuera. Todas ellas son jodidamente valientes por el solo hecho de haber aceptado la omertá, voto de silencio de la mafia siciliana, para trabajar para nosotros. Tanto para ellas como para cualquier miembro de la mafia el rompimiento de este es penado con la muerte. Incluso el jodido instructor de chello de mi hermana es forzado a jurar no decir nada sobre cualquier actividad extraña que note durante sus lecciones privadas. Esta es, en realidad, la única ley que se cumple estrictamente en Chicago. La importancia y relevancia de las demás se ha ido oxidando con el tiempo, terminando por desaparecer.
El jefe de jefes anterior, Tommaso, hacía cumplir cada una de ellas, pero estas se fueron perdiendo una vez Marcelo ocupó su lugar. El capo tiene mi jodido respeto por concentrarse en sus propios asuntos en lugar de husmear en nuestras vidas, pero de haber nacido tres décadas atrás ni siquiera mis padres habrían tenido voz ni voto organizando mi matrimonio. No sé si eso habría sido mejor o peor, pero para muchos fue una mierda. Mi padre y Carlo se salvaron por sus altos rangos. Encontraron a sus mujeres. Retrocedimos en el tiempo cuando decidieron comprometernos. Con respecto a las demás normas, los mandatos que tratan del honor, estos solamente se aplican durante la luz del día. Suficientes hombres ya han sido traicionados, apuñalados por la espalda, jodidos por quién solía llamarse amigo, como para que estas sean dadas por sentado.
─Ah, ahí estás, niño ─gruñe un imbécil, Alonzo, que generalmente acompaña a Milad, pero que es tan aficionado a la violencia que preveo que el único retiro que tomará será la muerte, inclinando su cabeza morena hacia la oficina de Constantino─. Tu padre quiere verte.
Niño.
Niño no era lo que gritaba su esposa mientras la follaba. Sin joderlo por llamarme así debido a la satisfacción que me produce recordarlo, me interno en la oficina de papá sintiéndome bastante bien. Lo único que me hace falta es una dulce vagina y un apretado culo en el local de Don para terminar bien mi día, cervezas y cigarro en la mezcla.
─Trabajo para ti ─dice dejando caer un pedazo de papel sobre el escritorio con el nombre del hijo de puta que trajo a la policía a nuestro punto de mira.
─¿Cómo quieres que lo haga?
Constantino se encoje de hombros.
─Hazlo rápido. Solo quiero enviar un mensaje.
Tengo una idea de ello, pero no sé si estaría de acuerdo con colgar sus testículos como guirnaldas en la entrada del policía, un regalo adelantado de navidad para mantener la paz.
─¿Cuál?
─La omertá debe ser mantenida. ─Papá lanza dos fardos de dinero sobre la mesa. Los tomo con la frente arrugada cuando inclina su cabeza hacia ellos─. Aunque lo único que hiciste fue holgazanear, me alegró que renunciaras a la protección de tu madre y vinieras. También Carlo llamó para que asistamos a su casa para el regreso de Arlette y agradecerte apropiadamente haberla salvado. No sé qué hiciste a parte de lucir débil frente a ciento de personas, avergonzando nuestro apellido, y ponernos en riesgo negándole algo a Marcelo, pero funcionó. ─Se levanta para estrechar mi hombro antes de que salga─. Solo recuerda que arriesgarte no siempre sale bien. Pudiste haber muerto en ese cuadrilátero.
Sonrío jodidamente amplio.
─Pero no lo hice.
Papá no me devuelve la sonrisa, pero tampoco saca la mierda fuera de mí.
─No, no lo hiciste.
****
La casa del bastardo no queda muy lejos de la mía. Su familia, los Greco, ni siquiera se interpone cuando entramos. Están tan decepcionados de él como lo está papá, aunque estoy seguro del que los hechos de que no sea hijo único, sino que haya seis competitivas oportunidades más para suplantarlo, y que sea un pedófilo tienen que ver. Camino entre los suyos para alcanzar las escaleras. Su madre es la única que llora e intenta detenerme halando la tela de mi camisa. Me detengo para mirarla. Nota algo en mis ojos que la hace retroceder, miedo en los suyos. Bien. Es así como debe ser. No puede recordar al hombre que asesinará a su hijo como alguien que flaquea. Otra persona podría tomar eso, cualquier signo de lástima, y malinterpretarlo como debilidad.
─Sosténganlo ─gruño en dirección a Milad y Alonzo.
Antes de que incluso pueda pensar en huir, ambos consiguen mantener un buen agarre sobre sus brazos, obligándolo a arrodillarse en el suelo, dónde les pido que le quiten la camisa. Tras quedar con el torso al desnudo se agita, nos maldice, ruega, pero ninguno de los sonidos que escapa de su boca se interpone entre el metal afilado y su piel. Una vez he conseguido realizar una risa sardónica en su rostro, corto su garganta con un ágil movimiento experto, la sangre escapando de su carótida, manchando la alfombra blanca bajo nosotros. Papá dijo que quería que fuera rápido con su muerte, pero no mencionó nada acerca de no hacer ningún retoque luego, por lo que me arrodillo y rasgo sus pantalones antes de conseguir lo que quiero. Incluso Alonzo aparta la vista mientras lo hago.
Una vez termino, me quito la camisa y extiendo la mano para tomar la que Milad me ofrece, cuyo anterior dueño reposa sin vida en el suelo, disfrutando en el más allá de lo delicioso que es lucir tan poco hombre por fuera como lo eres por dentro.
****
El padre de la niña, quién descubro a través del hermano del difunto, el que ahora está a cargo, tiene catorce años, posee una pequeña casa a las afueras de la ciudad que se asemeja más que nada a una cabaña en medio de la nada. Dejo mi motocicleta aparcada en el inicio del camino de grava para recorrerlo a pie. Kai lo investigó. Aunque descubrió que ya no es una amenaza para nosotros, fue dado de baja de su puesto cuando empezó a obsesionarse con los Greco, sin pruebas, continúo con mis planes de hacerle una visita. Lo único en lo que he pensado tras saber la edad de su hija es en cómo me estaría sintiendo si ella fuera Penélope. Connor Greco, así se llamaba, la conoció cuando su hermana menor la llevó a casa para un trabajo juntas, dónde abusó de ella una y otra vez bajo la amenaza de hacerle daño a su padre si se lo mencionaba a alguien o se resistía.
Claramente una placa o la ausencia de ella no me detendría.
─¿Quién mierda eres? ─gruñe abriendo la puerta con una brillante y roja entrada para el perro, su torso velludo descubierto por una camisa de recuadros sin abotonar, su barba pelirroja larga y frondosa.
Con su mano libre sostiene una botella de Jack Daniels.
Claramente es la personificación de la miseria.
Le tiendo la caja de regalo que conseguí de camino aquí.
─Connor tiene un regalo para ti. Dice que lo lamenta.
A penas menciono su nombre, deja caer la botella y se extiende para alcanzar una escopeta junto a la entrada. Arrugo la frente. La adolescente no es su única hija. También tiene una niña de seis. Ese no es un lugar apropiado para un arma. De continuar así no solo perderá su trabajo, sino también a ellas. No es que me importe, pero dudo que el que tenga otro motivo para convertirse en alcohólico sea bueno para mis planes.
─¡¿Cómo te atreves a venir aquí y mencionar el nombre de ese malnacido?! ─grita, sus manos temblando tanto que realmente no sería complicado desarmarlo o que una bala accidentalmente atravesara mi pecho─. ¡Morirás solo por eso!
─Adelante ─digo mientras retrocedo para sentarme en su feo sofá de recuadros, pisando un pato de hule en el camino, sonido que parece traer algo de humanidad de vuelta a él, por lo que me agacho para recogerlo antes de sentarme─. Mátame, hombre. Si piensas que matarme te hará sentir mejor contigo mismo, hazlo, pero luego no te sientas mal por ello.
─¿Por qué habría de sentirme mal?
Aprieto la cosa fea de plástico varias veces.
─¿Crees que tus hijas estarán más protegidas del peligro allá afuera si vas a prisión? ─le pregunto─. El mundo siempre es cruel con las niñas ─cito a Beatrice, lo cual termina conmigo frunciendo el ceño porque, bueno, mierda, ¿qué clase de estúpido cita a Beatrice?
Aún así funciona. Ben baja su arma mientras sus hombros se sacuden con silenciosos sollozos, terminando por caer de rodillas en el suelo. Me levanto y tomo tanto su arma como su botella para dejarlas en un sitio seguro, es decir, en la jodida chimenea haciéndose cenizas.
─¿Qué diferencia hay? ─murmura─. ¿De qué me sirvió la maldita placa cuando mi nena me dijo que se enfrentó a un monstruo del que no pude protegerla? He acabado con tantos como él para hacer de esta una ciudad más segura para mis hijas, pero uno consiguió alcanzarla y yo no estuve ahí para protegerla. ─No me siento conmovido por sus palabras, cosas como estas pasan todo el tiempo. A niñas. A mujeres. Incluso a los hombres más fuertes. No necesariamente una agresión sexual, pero siempre algo nos lastima y nos marca. La diferencia entre nosotros y las personas normales es que los miembros de la mafia vivimos llenos de ellas─. Eres uno de ellos, ¿no? ─Asiento mientras me extiendo para tomar la caja que lanzó contra la pared. Por fortuna no se abrió. De lo contrario tendría que llamar a Milad para que viniese a limpiar─. Incluso en tu maldito mundo, ¿cómo le dices a una mujer que amas que su violador, el hombre que arrancó todo lo bueno que solía haber en ella y lo hizo trizas, sigue libre, respirando con una maldita sonrisa en el rostro que grita que no lamenta lo que hizo, que lo volverá a hacer porque no hay nadie que se lo impida, y no puedes hacer nada para cambiarlo?
─No lo haces. ─Lo animo a echar un vistazo al interior─. Y créeme, hombre, al final se lamentó. Lloró como una puta con el corazón roto.
Ben separa ampliamente los párpados, palideciendo.
─¿Qué...? ─Traga, sus manos temblorosas, la lucidez de nuevo en sus ojos ante la obra de arte frente a él. Si no hubiera sido mafioso tal vez habría trabajado disecando animales en un museo. Soy bueno con las partes. Aclara varias veces sus gargantas antes de que las palabras consigan salir de su boca─. ¿Qué quieres a cambio de eso?
Hombre inteligente.
Me encojo de hombros.
─¿Qué tenemos que hacer para que regreses a tu puesto?
****
Me arrepiento de dirigirme al hospital una vez pongo un pie dentro de él. Cada vez que vengo descubro a Arlette intentando escapar. Me hago un lado para dejarla salir, un conjunto deportivo de pantalones y chaqueta rosa cubriendo su cuerpo, gafas en su rostro, mientras escucho a Beatrice gritando tras ella, los hombres de su padre interponiéndose entre ambas. Estoy seguro de que están aquí por su hija, no por su esposa, así que su orden es mantener un ojo sobre ella esté dónde esté.
Ninguno de ellos se acerca. Yo tampoco lo haría. Arlette logró desarmar a uno y sostiene la evidencia de ello en su mano. Aún así no la abandonan.
─Mi padre no está aquí ─gruñe entrando en la Range que espera por ella en la entrada, dentro del cual se encuentra Fósil en el asiento conductor, quién asiente en mi dirección─. Puedo irme a casa cuando desee, Beatrice. Ya estoy bien. Tengo deberes que atender.
─Aún no tienes dieciocho ─replica su madrastra mientras impide que cierre la puerta─. No puedes irte de aquí sin permiso de Carlo.
Arlette le hace una seña a uno de los hombres que queda en la calle. Este empuja ligeramente a la mujer embarazada para lograr que se haga a un lado. Antes de que lo logre y cierre la puerta, oímos su voz.
─Mírame.
Beatrice mira fijamente la camioneta hasta que desaparece al final de la calle, momento en el que reacciona empujando rudamente al hombre que la sostenía. Tomo su hombro cuando hace ademán de caerse. Lo último que necesito es a Carlo culpándome por la pérdida de su hijo también.
─Oh, hola, Vicenzo ─saluda, notando alguien finalmente que estoy aquí, mientras hace sonar su nariz con un pañuelo que le tiende a otro guardaespaldas para que se deshaga de él.
Le tiendo el ramo de rosas negras.
─Iba a visitarla.
Beatrice hace una mueca mientras las toma.
─Tratas de ser dulce. Te doy el crédito por eso, pero no durarás mucho si esa es tu única estrategia. Arlette te devorará sin que te des cuenta hasta que sea muy tarde. ─Huele las flores antes de dejarlas caer en el piso y aplastarlas con sus zapatos de tacón antes de montarse en la siguiente camioneta que se estaciona frente a nosotros. Esta vez no hay nada ajustado en ella, lo que es una lástima. Usa un suéter naranja gigante─. A mi preciosa hijastra le vendría bien tener a alguien que le diga que no.
****
Dos horas más tarde hay un shake de fresa derritiéndose frente a mí. Luce delicioso, pero mi estómago continúa lleno de los postres que sirvieron para mí en el restaurante. Llamé y pregunté por ella antes de venir, por lo que lo veo deshacerse en una mezcla líquida que se escurre mientras espero que su turno termine. Una vez lo hace me dirijo al pequeño cuarto con casilleros dónde ella y sus compañeras guardan sus bolsos. Cuando alzo su mentón descubro que sus ojos marrón verdoso están llenos de lágrimas de ira. Encajo mi pulgar en el hoyuelo en su barbilla mientras mi otra mano sostiene su rostro lleno de pecas. A pesar de su mirada llena de furia y recriminación, no me aparta cuando me inclino para besarla.
─Pensé que algo malo te había pasado. Estaba a punto de ir con tu pa...
Aprieto su barbilla.
─Nunca vayas con mi padre. ─Me echo hacia atrás─. Lo siento, Tiffany. He estado ocupado. No he tenido tiempo para ti. ─Aprieto la mandíbula─. En realidad no creo tenerlo nunca más. Hemos terminado.
Guarda silencio, sin reaccionar, hasta que detengo su mano a punto de darme una bofetada. No quiero, no necesito, que olvide quién soy, así que solo la suelto cuando veo una mueca de dolor en su rostro por la presión.
─Eres un idiota ─suelta─. Lo supe todo el tiempo.
Extiendo la mano para tomar una de las lágrimas que recorren su mejilla en mi dedo y llevarla a mi boca, una sonrisa en mis labios al saborear la sal.
─Eso no impidió que te enamoraras, pequeña e ingenua puta. ─Me doy la vuelta. Ni siquiera siento sus golpes en mi espalda─. Considera tu deuda pagada. Vete de mi casa tan rápido como puedas. Tárdate y enviaré a alguien para que te saque. ─La miro una última vez antes de irme─. Caíste demasiado rápido.
Esto se trata de que ni siquiera intente buscarme de nuevo, por lo que la dejo llorando sobre un banco de una manera bastante similar a la de Connor. No me voy, sin embargo, hasta comprar un par de muffins de chispas de chocolate y menta que noto junto a la caja registradora.
Le pediré a Penélope que aprenda a hacerlos para mí.
Hola, buenas noches, espero que les haya gustado el cap
¿Extrañan a Arlette?
Dedicación a MaraFernandaSalazarL
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