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Capítulo 20:

VICENZO:

Llego tarde al trabajo, pero papá no pregunta por qué. Sus cejas se unen al notar la mancha que un par de gotas de sangre dejaron en mi camisa. Voy directamente a su oficina antes de subir a la terraza, dónde la cambio por otra. Mi rutina empieza con un par de tratos sin importancia. Aún así dejar claro los términos de estos cubren mi horario hasta el almuerzo. Para él me reúno con mi padre.

─Comeremos lasaña. Trae cerveza ─lo escucho pedirle a una mesera antes de tomar asiento frente a él conociendo la razón por la que sus ojos brillan con burla. Desciendo la mirada a mi pecho, dónde el color rosa de otra camisa, mi tercera hoy, me saluda. Era la única que quedaba─. ¿Ahora debo lidiar con otra hija?

─No pretenderás que camine por el restaurante bañado en sangre.

─Estoy seguro de que cualquier opción es mejor que esa camisa.

Me encojo de hombros.

─Es lo que hay. ─Le sonrío a la chica que envían con nuestra comida. Es bonita. También es nueva aquí. Nunca la había visto. Envuelvo su muñeca con mi mano antes de que se vaya. Me siento complacido cuando se inclina para poder escucharme cuando murmuro, Constantino mirándome con desaprobación. Que lo jodan. Es rubia. Huele a limpio. Estoy seguro de que su vagina está depilada─. ¿Hay un postre esperando por mí en la cocina para cuando termine?

Mi buen humor desaparece cuando niega, sus mejillas rosas.

─No, señor.

La suelto con la mandíbula apretada. Papá ríe.

─Te lo dije. Esa camisa no te va ayudar a cumplir tus sueños, hijo.

─La ropa no hace débil a hombres como nosotros.

Papá toma su primer bocado con el ceño fruncido. Lo imito. Está bastante bien. No es como la comida de mamá, pero es gourmet, bien preparada y toda la mierda.

─¿Qué sabio dijo eso?

Alzo las cejas.

─Yo.

Niega.

─Pura mierda. Vístete como una mariposa y serás una mariposa.

─¿Me llamaste para burlarte de mi ropa?

─No. ─Se limpia la comisura de los labios con una servilleta─. Te llamé porque aunque tu comportamiento está lejos de ser el adecuado para lo que se espera de ti, has avanzado. Hablé con Carlo. Ya me dio su versión de lo que sucedió. ─Alza la mano cuando hago ademán de interrumpirlo─. No está molesto. No después de que salvaste a Arlette. Dijo que ya que empiezas a actuar como un hombre que merece a su hija, es hora de que entiendas lo que es ser un Cavalli.

─No seré un Cavalli. Arlette será una Ambrosetti.

Papá hace una mueca.

─Lo serás cuando se trate de sus negocios.

─¿Y eso qué significa? ─Aprieto la lata de cerveza con fuerza─. ¿Ser exiliado de tu hogar al más mínimo error? ¿Sacrificarse una y otra vez sin que te agradezcan?

─Tengo entendido que Carlo te ha pagado muy bien todo lo que has hecho.

Golpeo la mesa con el puño cerrado.

─El dinero no traerá a mi mejor amigo, mi hermano, de regreso.

─Sé que es difícil de aceptar, pero deberías agradecer que se fue ─gruñe─. Su partida te da la oportunidad de acercarte. Ambos sabemos que eso no sucederá con él aquí.

Mierda, no. Está tan equivocado en eso.

─¿Crees que algún día la amaré como amas a mamá? Eso no pasará.

─No. ─Papá nunca miente. No es ese tipo de hombre─. Es lo único que lamento de que te cases con ella, lo cual es irónico. Nadie obligó a Carlo a casarse con Sveta. Nadie me obligó a casarme con tu madre, pero aquí estamos los dos obligándolos a ambos.

─Eso no importa ya. ─Tomo un sorbo largo antes de pedir otra con un movimiento de la mano. La misma chica rubia que me rechazó la trae y deposita sobre la mesa con dedos temblorosos─. ¿Qué es lo que quiere Carlo? ¿Convertirme en su alumno? ¿Que sea el suplente de Francesco siguiéndolo a todas partes como un perro?

Lo que sea que él quiera, hazlo y hazlo bien. No me dejes en ridículo ─pronuncia antes de dejarme con el resto de mi almuerzo y ganas de otra cerveza.

Y otra.

****

Papá tenía razón. Mi maldita camisa rosa me hace sentir como uno de los muffins de Tifanny caminando entre caviar cuando llego al edificio dónde Carlo tiene su oficina principal después de terminar la jornada de la tarde, alrededor de las seis. Uno de sus hombres, Moses, me escolta con uno de los de Constantino, Milad, al penthouse desde dónde maneja sus negocios. La decoración de este está basada en el color blanco. Muebles blancos. Alfombras blancas. Escritorios blancos. Incluso sus asistentes, follables, están vestidas de blanco, pero lo que realmente llama la atención es la vista que ofrece la ausencia de paredes de concreto, puesto que estas están hechas en su totalidad de cristal. Desde el pasillo puedo ver gran porción Chicago. Los edificios, tanto pequeños negocios como rascacielos, las olas del mar tras ellos y las personas que transitan las calles, personas comunes, la mayoría de ellos concentrados en cómo estirar el dinero de su salario hasta fin de mes mientras Carlo gana más del que alguna vez tendrán con solo respirar.

Si eso no es injusto, no sé qué mierda es.

─Déjenos a solas.

Milad, una sonrisa en su rostro, y Moses inclinan la cabeza antes de desaparecer.

─Mi padre dijo que quería verme ─suelto ante el tenso silencio que nos envuelve.

─Así es, Vicenzo, de lo contrario ni siquiera habrías entrado en este edificio. Además de darte las gracias por salvar a mi hija, me gustaría que mantuviéramos una charla. Hablar de hombre a hombre. ─Se levanta de su silla para dirigirse al bar en una esquina. No bebo el vino que me ofrece hasta que lo observo tragar el suyo, lo cual trae una sonrisa a su rostro. El imbécil luce como una estrella de cine─. Crees que eres un chico listo, ¿no?

Aprieto la mandíbula.

─Intento serlo.

Carlo chasquea la lengua, su expresión llena de disgusto.

─No parece. Si lo fueras la idea de que quiera matarte no pasaría por tu mente. El desastre que Francesco y tú hicieron con los túneles es nada al lado de lo mucho que te aborrezco por lo que ha tenido que pasar mi hija por tu culpa. Los murmullos. Los señalamientos. Las burlas. Todo lo que llega a mis oídos sobre ella porque aún eres demasiado inmaduro para asumir el papel que tu familia espera que asumas. Todo sin escuchar una queja de Arlette sobre ti. ─Aprieto los mangos de la silla con fuerza tras depositar vaso vacío sobre su escritorio, el cual vuelve a llenar con una sonrisa. Incluso el recipiente que contiene el vino luce costoso─. Pero estás dando cortos pasos hacia la madurez. Pequeños pasos de bebé, pero más de lo que, sinceramente, esperaba de ti. ─En lugar de volver a su sitio, se sienta sobre el borde de madera a unos centímetros de distancia─. Solía observarte, ¿sabes? Cada vez que Constantino te llevaba a casa o que aparecías para jugar con Francesco, te observaba desde mi oficina. Puedes ver mucho desde cualquiera de ellas, creo que lo has notado, porque mi principal negocio son las personas. Analizarlas. Saber lo que quieren. Cómo lo quieren. En tu caso, ¿quieres saber lo que veía? ─No sé cómo sonará mi voz si hablo, así que asiento. No le daré la satisfacción de oírme débil. A la mierda mi padre. Los Ambrosetti no se comportan así─. Un niño, un adolescente o un joven, un hombre, que jamás eclipsará a mi hija. Esa es la razón por la que te vas a casar con ella. Lo único que impidió que te envenenara cuando Aria y Sveta sugirieron que debíamos comprometerlos. Que tú, un pequeño niño imbécil, eras digno. ─Mi barbilla tiembla cuando se inclina para apretar mi hombro─. Mi hija estará a salvo de ti cuando se casen, de eso estoy seguro, que es mucho más de lo que puedo decir de cualquier otro hombre de La Organización, ¿pero eso significa que estará a salvo de los demás? Quizás sí. Eres violento. Eres impulsivo. Si la supervivencia fuera la simple elección entre la vida y la muerte, los Ambrosetti serían dueños del mundo. No tendría que preocuparme, pero no es así. La supervivencia viene en muchas presentaciones. El poder viene en muchas formas. ─Se separa de mí, así que jodidamente puedo respirar de nuevo sin inhalar su aroma a tabaco en el proceso, para regresar a su sitio─. ¿Estamos de acuerdo hasta aquí, niño?

─Sí, señor.

Asiente mientras se echa para atrás, sus ojos azules viéndose negros.

─Ahora dime, Vicenzo, ¿crees que ser el tipo más rudo en una habitación te servirá de algo cuando tengas que enfrentar a cinco o seis más de tu tamaño a la vez? ¿Que la reputación que ganaste a base de torturar y asesinar sin escrúpulos se personificará frente a ti y te salvará cuando no seas suficiente?

Trago el nudo en mi garganta.

─No, señor.

Carlo se toma el tiempo para proseguir con la conversación.

─Por suerte para ti, tus músculos no son lo único con lo que cuentas. No estarías comprometido con mi hija si tu padre fuera un don nadie. Tienes hombres que harán un anillo a tu alrededor en el caso de que lo anterior llegue a suceder, sacrificando su vida de ser necesario, ¿pero qué pasaría si tu enemigo tiene aún más hombres que tú? ¿Qué te protegería? ¿Quién?

─¿El dinero?

Carlo niega.

─El dinero es solo un medio para obtener medios, no un escudo. El acero es mejor.

Miro mis manos antes de regresar mi atención a él, indeciso sobre cómo proseguir con esta situación. Mierda, no quiero comportarme como una niña asustada, pero sé que incluso para los hombres normales es difícil mantener una conversación con sus suegros. El mío no es un padre común. Es un mafioso temible que mueve el dinero de otros mafiosos aún más terribles que gustosos le harían un favor.

─¿Debo invertir en el sector metalúrgico? ─bromeo.

En lugar de reírse, Carlo hace una mueca que deforma su rostro.

─Lo único que puede mantenerte con vida en nuestro mundo es evitar ponerte, en primer lugar, en esas situaciones. Haz de tus enemigos tus amigos. Si no funciona por las buenas, oblígalos. Mientras más hombres de La Organización dependan de ti para obtener algo menos hombres de La Organización querrán matarte para obtenerlo, pero nada de eso pasará si te dedicas a bromear cuando me he tomado la molestia de tomar unas horas de mi tiempo, tiempo muy valioso, para aconsejarte. Si continúas así y tienes mucha suerte de principiante, sobrevivirás un par de años después de que asumas el control del territorio de tu padre. No más.

Bufo.

─¿Eso es una amenaza? ¿Me matará porque no dejo que me guíe?

─No, niño, es un hecho.

Sonrío lenta y ampliamente.

─¿Qué sucederá con su hija si eso sucede?

Su expresión se llena de absoluta felicidad. Es la primera vez que veo algo de ella en su cara desde que mi madrina se suicidó y es por el placer que le causa la idea de que muera, con lo que Arlette nunca se alejará de él.

─Volverá a casa.

Claro que sí.

─Dónde, supongo, podrá mantenerla encerrada para siempre ─suelto─. Como su prisionera o, peor aún, como una demente sobre la cual necesita mantener un ojo. Me culpa por su reputación, pero usted, señor, no ha hecho mucho a su favor.

Su mandíbula se aprieta.

─Recuerda con quién hablas.

─Sé muy bien con quién hablo. Con un cassetto de la mafia siciliana. ─Me levanto. Estoy cansado de esto. Si quisiera que alguien me dijera que no soy lo suficientemente bueno me habría quedado con mi padre. No necesito a alguien que haga lo mismo─. ¿O es con el Capo di tutti capi de Sicilia? Un cobarde, en mi opinión, que se esconde tras hombres más débiles para no crear enemistad con sus socios al otro lado del océano. ─Lo imito inclinándome hacia adelante─. Podré no ser el más inteligente o el más rico, pero nunca dejaría que alguien más se hiciera cargo de mis responsabilidades. No engañaría a mis amigos. A mi familia.

Las comisuras de sus labios se curvan aún más hacia abajo.

─Francesco, justo en este momento, está sintiendo una paz interna a la que no le encuentra sentido. Su alma está tan agradecida de que se haya montado en ese avión. ─Se inclina para alcanzar la copa con el vino que no bebí─. Si estuviera aquí no vería la luz del sol hasta aprender a guardar cierta información para sí, lo cual ahora tendrá que aprender por sí mismo. ─Pasa de mí para concentrarse en la vista a nuestra izquierda de Chicago, un suspiro escapando de su boca. Siempre me he preguntando qué tanto significa Francesco para él. Ahora lo sé─. Me equivoqué. Me excedí explotando sus habilidades con el rifle. En hacerlo un diplomático. ─Toma un largo trago─. Mi esperanza de vida para él es de dos semanas.

****

No hay forma de decirle que no a Carlo Cavalli, por lo que después de oírlo hablar unos minutos más acerca de negocios termino aceptando acompañarlo con papá a un encuentro con uno de sus socios. No revela la identidad de este. Tampoco la ubicación del sitio al que nos dirigiremos, por lo que no es hasta que estamos a medio camino que me doy cuenta de a dónde vamos.

Que me arrepiento de haber dicho que sí.

─Papá...

Mi padre niega mientras aprieta mi antebrazo.

─Recuerda que no debes avergonzarme, pero, más importante, que no debes avergonzarte a ti mismo ─suelta en voz baja antes de volver a concentrarse en lo que sea que Carlo le está diciendo desde el asiento copiloto.

No lo haré, empiezo a repetirme a mí mismo, no nos avergonzaré.

No más.

****

─No los presentaré. Sé que ya has tenido la oportunidad de conocer al espécimen con el que mi hija se casará ─le dice Carlo a Marcelo cuando lo alcanzamos en un apartado especial entre las gradas─. La noche de hoy promete ser un espectáculo, ¿no es así? ¿A favor de quién me recomiendas apostar?

Marcelo me echa un vistazo de reojo, a lo que Carlo niega.

─No, él no luchará esta noche. Él apostará. ─Uno las cejas. Él también lo hace, pensativo, segundos tras los cuales sonríe ampliamente─. En realidad será el único que apueste. Tanto yo como Constantino cederemos diez millones para que pueda disponerlos a su antojo. ─Carlo se sienta junto a mi padre, quién está junto a Marcelo, lo cual solo deja un sitio libre al lado de este. Lo ocupo sin tener la menor idea de qué hacer─. Estoy seguro de que nos hará ganar mucho dinero esta noche, ¿o no, Constantino? Tu hijo es brillante.

Papá afirma. No han dejado pasar a los espectadores, por lo que el sótano está vacío a excepción de nosotros y los trabajadores.

─Lo hará ─promete papá.

Eso es algo que no estoy seguro de que pueda suceder. No estando sentado aquí con ellos. Sé lo que es estar en el cuadrilátero. Sé que por él pasan hombres diferentes cada fin de semana. También sé que es jodidamente imposible determinar quién será el ganador. Estas no son peleas limpias. Son hasta la muerte. Están llenas de trucos. De juego sucio. Por ello tomo la decisión de no apostar hasta que él lo hace. Es el jefe. Si él no sabe quién ganará, nadie en este maldito sitio lo sabe, plan que se va a la mierda cuando el encargado de las apuestas se posiciona frente a él y este lo rechaza.

─Hoy solo seré un espectador ─dice.

No hay una sonrisa en su rostro cortado a la mitad cuando se concentra en mí, tampoco resentimiento por lo sucedido, solo expectación.

Me levanto.

─¿Cuánto falta para que las peleas comiencen? ─pregunto.

─Veinte minutos ─responde.

─Vicenzo...

─Ya vuelvo ─suelto, interrumpiendo a Constantino, y me doy la vuelta en dirección a los vestidores, dónde hallaré a mi vencedor.

No apostaré a favor de un luchador que no conozco.

****

Si fuera por mí nunca habría regresado a este infierno. El olor, a metálico en descomposición por la sangre derramada, me es familiar, pero todo lo demás es claustrofóbico. La cantidad de personas. El calor. El sudor que es transferido de piel a piel a medida que me acerco al cuadrilátero desde los vestidores.

─En una esquina tenemos a nuestro campeón invicto, ¡Nodrick el destripador! ─Tomo aire antes de tomar una de las cuerdas e impulsarme hacia arriba, mis manos vendadas, mis piernas cubiertas con un pantalón de algodón que le quité a uno de los cadáveres de los luchadores, mi torso desnudo─. En la otra esquina tenemos a... ─El presentador arruga la frente antes de alzar la mirada al público. Papá se levanta abruptamente de su asiento. Carlo alza las cejas. Marcelo simplemente mira─. Vicenzo Ambrosetti, hijo de Constantino Ambrosetti.

En lugar de rugir como mi contrincante, asiento y tomo un par de dagas de la bandeja que una chica me tiende, imitando la selección de Francesco. No estoy preparado para algo más pesado que eso. No con mis costillas protestando o con mi visión ligeramente borrosa. Nodrick escoge un cuchillo de carnicero. Si en verdad fuera un destripador habría escogido algo más pequeño, de lo que sé bastante. Aposté todo el dinero de papá y Carlo en esta pelea, no en el campeonato de hoy, lo que hace el riesgo de pérdida mayor, si hubiera optado por el título las ganancias se habrían ido acumulando pelea tras pelea, nunca disminuyendo por debajo de la inversión inicial, pero sé que no estoy lo suficientemente bien como para resistir tanto. Desde que los rusos hundieron un cuchillo en mí no he tenido una buena racha, lo cual está por acabar.

Miro a Carlo antes de que suene la campana. Nodrick es incluso más grande que yo, como advirtió que sucedería, pero deposita tanta energía y fuerza en los movimientos de su cuchillo que se olvida de cubrirse a sí mismo. Eso hace que sea difícil acercarse a él porque es una turbina viviente. Incluso siento la piel de mi cuello estar en contacto con el filo del metal que maneja un par de veces. Para poder acercarme tengo que sacrificar mi hombro. La sangre empieza a salir del corte que abrió en él casi al instante. Duele. En otro momento le habría prestado atención a la ardiente sensación apoderándose de mi miembro superior desde la punta de los dedos al inicio de mi cuello, pero es aún más gratificante la expresión en su rostro cuando se da cuenta de que no es invencible, una de mis dagas enterrada en su pectoral. La alcanzo y me echo hacia atrás antes de que pueda reaccionar de alguna manera. La herida que logró hacer en mí es profunda, pero no tanto como mis ganas de ganar esta mierda y demostrarle a cada hombre y mujer presente que Vicenzo Ambrosetti es digno.

─Estás acabado, niño ─gruñe antes de depositar todo de sí en taclearme, lo cual permito para obtener el acceso que necesito.

El aire escapa de mis pulmones mientras la sangre mancha mis manos, la multitud rugiendo con molestia y adoración a un nuevo dios. Todavía recuperándome, lo empujo hacia atrás, con lo que cae sobre el suelo del cuadrilátero con un sonido seco. Aún respira, su mirada llena de terror, cuando me inclino sobre él y hago un corte de extremo a extremo en su abdomen tomando su ombligo como punto de referencia. Los gritos vuelven cuando sostengo sus intestinos en mis manos.

Chicago tiene un nuevo destripador.

─Esto no es lo usual. ─Alzo la vista más allá del movimiento que aún está presente en las vísceras de Nodrick para dar con los ojos verdes de Marcelo─. Pero me gustaría retar a Vicenzo Ambrosetti, hijo de Constantino Ambrosetti, a una revancha en nombre de Nodrick.

Dejo caer mis manos para permitir que se lo lleven.

La multitud grita de nuevo, los fanáticos llenos de sed de sangre y venganza.

─Yo... ─La sonrisa en mi cara, el subidón de adrenalina, desciende al toparme con la mirada atenta de Carlo. Mi padre me anima a aceptar, pero él me observa con atención. Me analiza, deduzco, así que lo recuerdo. Recuerdo sus palabras. Recuerdo el corte en mi brazo. Recuerdo el dolor en mis costillas. Mi cansancio. Recuerdo que Marcelo es uno de los mejores luchadores callejeros que Chicago tiene. Recuerdo cómo se hizo con el poder. Recuerdo que debe estar resentido conmigo después de causar que Arlette lo humillara─. Lo siento, señor, pero no me atrevería a desafiarlo en su propia casa.

Una emoción oscura se apodera de su mirada.

─Vamos, niño, acepta ─insiste─. Será una pelea limpia. Clásica. Sin armas. Un nocaut y ya. Dale a los fanáticos más del espectáculo que le estabas dando.

─No, gracias ─suelto a pesar de las ganas que tengo de borrar la sonrisa de su rostro─. Quizás otro día.

─Seré suave contigo ─promete, lo cual hace reír a los presentes─. No pretendo que Constantino se quede sin heredero. Solo quiero saber de qué estás hecho. Si tu reputación es cierta o si son solo rumores.

─Lo acabas de ver.

─Verlo no es lo mismo que vivirlo.

─No, gracias ─repito antes de bajar del cuadrilátero, los hombres y mujeres que hace minutos clamaban mi nombre llamándome cobarde.

****

Papá ni siquiera me mira de regreso a casa.

Carlo, en cambio, me ve a través del espejo retrovisor y asiente cuando llegamos y empiezo a bajarme del Range, Constantino ya atravesando la puerta principal.

Tal vez serán cuatro años en lugar de dos ─suelta a mis espaldas, su tono lo suficientemente alto para que lo escuche antes de cerrar la puerta.

****

Después de que mamá y el médico de La Organización hacen su trabajo remendándome, me encuentro sobre mi cama, aburrido, sin una maldita idea de qué se supone que debo hacer ahora que he decidido convertirme en el hombre que se supone que todos esperan que sea. Hace un par de semanas estaría en el prostíbulo de papá bebiendo una cerveza con Don o en la calle con Francesco. Ahora ni siquiera puedo ir a mi apartamento sin tener que excusarme. Aunque no tenemos una relación, estoy seguro de que Tiffany me recriminará no haber respondido a sus llamadas o múltiples mensajes.

─¿Vicenzo?

Desvío la mirada de la nada a Penélope de pie en la entrada de mi habitación.

─¿Qué pasó?

Sus pequeñas manos tiemblan mientras sostiene la puerta para abrirla y cerrarla tras de sí. Está usando una pijama llena de flores. Sus rizos negros permanecen sueltos sobre sus hombros. Es tan frágil que cuando la veo lo único que hago es preocuparme por lo que será de ella cuando crezca.

─Lo siento si molesto ─suelta sentándose en el borde de mi cama─. Quise verte cuando llegaste, pero papá no me dejó. Me dijo que estabas con el médico de La Organización. ─Roza el vendaje en mi hombro─. ¿Estás bien?

─Sí.

─¿De verdad?

Hago una mueca.

─Podría estar mejor.

Penélope suelta una risita.

─Sí. ─A pesar del dolor que su peso ocasiona, no protesto cuando se acuesta junto a mí y me abraza─. He estado aprendiendo a hacer el estofado de mamá. No me queda igual, pero está bien. Si está tan molesta como papá lo está contigo, como siempre, búscame y lo prepararé para ti. Sé lo mucho que te gusta.

Su tono de voz me conmueve. Es, probablemente, la única persona que conozco que se tomaría la molestia de aprender algo solo para complacerme, por lo que estrecho su pequeño cuerpo contra mí hasta que la escucho quejarse.

─Probablemente cualquier intento que haga de aprender a cocinar terminará en una explosión, así que no te puedo prometer eso ─digo─. Pero sí te puedo jurar, Pen, que nunca ningún bastardo te herirá si estoy ahí para evitarlo. De algo debe servir ser el tipo más rudo en una habitación. 


Tengo sueño, no olviden comentar y votar y bla, bla. También vean el Booktrailer. Me llevó mucho trabajo y quedó genial en mi opinión. 

Las amo <3

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