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Capítulo 19:

TIENEN QUE LEEER ESCUCHANDO LA CANCIÓN. 

DESCRIBE A VICENZO A LA PERFECCIÓN <3


VICENZO:

Mi decisión de mantenerme tan alejado de Arlette como pueda se va a la mierda cuando se aparece en mi casa culpándome por la partida de Francesco. No veo correcto comentarle que estábamos en el sótano de Marcelo por ella. Además de destruir su vida, no deseo que tenga otra razón para regodearse de debilidad por ella. No asumo la culpa en voz alta, pero la tomo implícitamente a cambio de que no pierda toda su hombría.

─¿Pasa algo, cariño? ─le pregunta mamá, sus ojos grises brillando, mientras Fósil se enfoca en la poca distancia que hay entre nosotros con su frente arrugada viéndose aún más arrugada.

─No pasa nada ─respondo por ella dando un paso atrás─. Ya se va.

Mamá separa los labios para protestar, pero Arlette se adelanta a sus palabras marchándose de mi habitación, sus ojos azul océano llenos de ira y locura a duras penas contenida. Fósil la sigue. Mamá va detrás de ellos tras dirigirme una mirada llena de preocupación, pero también esperanzas. La puta consiguió clavar sus uñas en mis muslos y hombros, estimulando mi naturaleza oscura. Hay una furiosa erección apuntando hacia mi ombligo que dificulta la acción de ponerme los pantalones. Tomo mi mochila y mi chaqueta antes de ir por las llaves de la motocicleta de papá.

─¿A dónde vas?

─Iré a dar una vuelta. Regreso en media hora.

─No te preocupes por tu padre. ─Mamá se interpone entre la puerta principal de nuestra casa y yo. Esconde su sonrisa detrás de la porcelana de su taza de té. Besa mi frente antes de dejarme alcanzar el pomo. Es hermosa y dulce, todo lo contrario a mi prometida─. Cuida bien de ella.

Respondo saliendo de casa con un gruñido. Asiento en dirección a los hombres de mi padre, quiénes han empezado a montar guardia en el jardín desde la explosión, antes de alcanzar la motocicleta junto a la acera. Ya en marcha no me toma más de cinco minutos alcanzar la Range de Carlo. No sé qué excusa barata le dio a su padre para que la dejara salir a esta hora, probablemente manipulándolo, pero sea lo que sea que le haya dicho no tendrá importancia si algo llega a sucederle y él decide ir por mis bolas.

Tengo que asegurarme de que llegue sana y salva.

Mierda ─suelto cuando, bajo la luz de las farolas de una de las calles que conducen a su casa, uno de los neumáticos delanteros explota, lo que ocasiona que la camioneta se desvíe de su camino y se estampe contra la pared de cristal de una cafetería, destruyendo el frente.

Antes de que mi cerebro sea completamente consciente de lo que acaba de suceder, me detengo y corro hacia su puerta. Fósil, en el asiento piloto, despega su rostro con un corte en la frente del volante antes de fijar su atención en Arlette. La preocupación en sus ojos debe ser un reflejo de la que está en los míos. Mi prometida está inconsciente, sangre saliendo de los orificios de su nariz, su típica falda de colegiala hasta casi las rodillas llena de trozos de cristal que alcanzaron hacer cortes en su rostro antes de caer ahí. El humo ha empezado a salir del capó, anunciando fuego o algo peor, el aroma a gasolina invadiendo el ambiente, por lo que me obligo a asumir la responsabilidad de cualquier daño que le pueda causar ser cambiada de posición y me extiendo sobre ella para desabrochar el cinturón mientras sus guardaespaldas terminan de despertar. Una vez alcanzamos un punto seguro en la calle, la deposito sobre el suelo, mis labios fruncidos en una mueca al darme cuenta de que su presencia, ella, no pesa nada en lo absoluto si no está despierta. La sirena de la cafetería no ha dejado de sonar desde que ocurrió el accidente, pero aún así le insisto a Fósil, el primero en aparecer, para que llame a una ambulancia.

Dudo que el médico de La Organización pueda resolver esto.

─No sé si Carlo estará de acuerdo.

Me importa una mierda si lo está o no ─gruño en ruso, un tono que claramente no admite discusión, antes de echarle un vistazo a los alrededores, lo que debí haber hecho antes de acercarme al Range.

Hay un sujeto de constitución considerable mirándonos a unos cientos de metros de distancia. Le hago una seña a Fósil, que lo mira también, antes de empezar a correr en su dirección. Él empieza a hacer lo mismo apenas se da cuenta de que voy tras él. Lamentablemente no es lo suficientemente rápido. Tampoco lo suficientemente grande. Lo alcanzo justo en el momento en el que la sirena de la ambulancia hace eco a nuestras espaldas, el alivio relajando cada centímetro de mi cuerpo mientras lo tacleo y ambos terminamos sobre el suelo.

─Mierda, Ambrosetti, ¡suéltame!

Me congelo, la confusión abriéndose paso en mí cuando descubro el arma en el bolsillo de sus pantalones, también su identidad.

Guardo distancia de él antes de apuntarlo.

Ahora sé que si inspeccionamos el neumático, hallaremos una bala en él.

─¿Qué haces aquí?

─Eso deberías preguntárselo a Arlette ─responde, sangre saliendo de su boca─. Dijo que sería sencillo. Tomar el arma. Ocasionar un pequeño accidente. Huir. ─Traga mientras se incorpora. Es de mi estatura. Mira tras de sí, hacia el lugar dónde ahora los paramédicos están trabajando en meterla en la ambulancia, su cuerpo aún inmóvil sobre una camilla, antes de enfocar sus ojos en mí─. Tú no estabas en el plan. Tampoco ella.

Escupo, mis manos en puños, la tensión de regreso.

─Vete ─digo, pero no se mueve, así que lo empujo─. ¡Vete!

Se echa hacia atrás, tardando en caer en cuenta de que los dos hombres restantes de Carlo se están acercando. Por suerte él aún no está en su punto de mira. Antes de desaparecer del todo en las calles de Chicago, libre, me ofrece una mirada confusa y agradecida que gana mi desprecio.

Solo lo dejé ir porque quiero ser quién lo mate tras descubrir exactamente lo que sucedió, lo que no sucederá si Carlo pone sus manos sobre él.

****

La entrada del hospital se encuentra atestada de camionetas blindadas, lo que me indica que tanto papá como Carlo ya están aquí. Me abro paso entre sus hombres, de los cuales algunos están concentrados en las enfermeras, pero en su mayoría alertas, para alcanzar la sala de emergencias. En el sitio destinado para los familiares dentro de ella me encuentro con Penélope, Beatrice, Francesco y mamá, lo que significa que tanto Constantino como Carlo ya están hablando de las medidas que tomarán para encontrar al responsable sin tener ni idea de que este se encuentra a unos metros de ellos. Ninguno de los dos me hará caso si les digo lo que de verdad pasó, tampoco ganaría nada haciéndolo, por lo que me siento entre mi madre y Beatrice, una pésima decisión, en lugar de acercarme al balcón en el que los identifiqué fumando.

─¿Cómo está ella? ─pregunto.

─Se dio un buen golpe en la cabeza. Su cerebro está hinchado. Están esperando los resultados de las tomografías para decidir si deben inducirle un coma. ─Me abraza─. Pero tengo fe en que mi adorada Arlette estará bien. Ha pasado por cosas peores. Tuvo suerte de que mi dulce bebé se encontraba tras ella. ─Presiona sus labios contra mi mejilla, su suéter de lana llenándome de calor─. Te comportaste como un príncipe.

─Mamá... ─empiezo a protestar, pero Beatrice me interrumpe.

─No seas modesto, Vicenzo. ─Presiona sus tetas contra mi brazo cuando me abraza del otro lado, lo que ocasiona que mamá se aparte con un bufido y mi pene se agite dentro de mis pantalones. Son buenas tetas─. El tanque de gasolina quedó destruido. La cafetería se incendió poco después. De no ser por ti Arlette pudo... haber muerto ─solloza─. Gracias.

Uno las cejas. Me cuesta creer que las lágrimas que arruinan su maquillaje sean reales después de la conversación que Arlette y yo escuchamos entre ella y Carlo. Odio a los hipócritas. He estado rodeado toda mi vida de ellos. A pesar de que papá es un hombre hecho a sí mismo, siempre han cuestionado su mando debido a su falta de educación. El mío también. De no ser por la interminable sed de sangre que corre por nuestras venas, no seríamos nada. Por eso es tan importante para ambos que consiga un título en la universidad y que me case con Arlette. Con ello nunca sería cuestionado como el jefe del área Ambrosetti. Tampoco lo serían mis hijos.

Ese es un futuro que ahora, por culpa de mi prometida, está en riesgo.

─De nada ─respondo levantándome y acercándome a Francesco, quién está mirando fijamente la vista hacia una farmacia que ofrece la ventana frente a la que se encuentra de pie─. Hola.

Me mira.

Su expresión, como esperé, luce desecha.

─Hola. ─Traga─. Gracias.

Niego.

─No tienes que darlas. Ella fue a mi casa. Tuvimos una pequeña discusión de pareja. Nuestra primera discusión de pareja. ─Quizás la última, me contengo de bromear. Aunque ambos sepamos que este no será su fin, sé que no sería gracioso para él─. La conoces. Se fue... molesta, así que la seguí en caso de que decidiera hacer algo que Arlette haría. ─Como, por ejemplo, causar un accidente de tráfico que la enviase al hospital con el objetivo de conmover a su padre─. Solamente la saqué de la camioneta.

Francesco asiente.

─Sí, lo sé, pero tomando en cuenta que aún así serás castigado por reabrir los túneles porque nos delató, no lo habría esperado de ti.

Desencajo mi mandíbula. Yo tampoco lo habría esperado de mí, pero he decidido cambiar mi manera de trabajar. Imitar a todos a mí alrededor y dejarme llevar por la corriente en lugar de trabajar en contra de ella.

Tomo su hombro para apretarlo con mi mano.

─Soy su prometido, Francesco. Mi deber es protegerla.

─Claro que sí.

Ambos nos damos la vuelta para enfrentarnos a Carlo, quién me palmea en la espalda antes de colocarse entre nosotros. Mira a Francesco, dándome la espalda, a lo que observo a mi padre. Este se encoje de hombros, desviando la mirada, antes de dirigirse al lugar junto a mi madre y Penélope. Beatrice sigue llorando en el lugar donde la dejé, sorprendentemente lágrimas genuinas, Flavio ahora dormido con la cabeza apoyada junto a la pared con una pijama de botones puesta, su ceño arrugado aún en sueños mientras murmura sonidos incoherentes.

─El avión se adelantó ─le dice Carlo─. Te está esperando en el aeropuerto.

Me tenso, entendiendo la reacción de papá.

Francesco es como un hermano para mí. Es como un hermano para todos. Si fuera una marica admitiría en voz alta que es el corazón de los Cavalli, una especie de puente entre Arlette y yo, la razón por la que no he cedido a la atractiva idea de cavar con ella en ocasiones, la razón por la que ella no ha acabado conmigo, que no deberíamos perder.

También está el hecho de que él es el ancla de ambos.

Tío... ─empieza él, pero Carlo lo interrumpe.

Tienes que irte ya, Francesco.

Inmiscuyéndome en una conversación que no me concierne, me posiciono junto a él. Me estremezco cuando los inexpresivos ojos de Carlo, tan parecidos a los de Arlette que causa escalofríos, se enfocan en mí.

No te metas.

Con todo respeto, señor, Francesco es mi hermano. ─Evito cualquier contacto con mi padre, concentrándome en Carlo. Sé que este me recriminará que me esté involucrando─. No puedo no meterme.

Francesco es un cero a la izquierda. Esa es la razón por la que Arlette está en este hospital. Es la razón por la que lo envío a Sicilia. Tengo la esperanza de que pueda convertirse en un hombre allá. Si lo fuera no la habría involucrado. Tampoco nadie se atrevería a acercarse. Esto no fue un accidente. ─Me tenso cuando se acerca y toma el cuello de su camisa entre sus manos, mirándome─. También por el hecho de que Arlette y tú están a punto de casarse. ¿Crees que permitiré que se pasen a mi dulce niña entre ustedes? Váyanse a la mierda. Ella no es una de sus putas. ─Lo empuja tan fuerte que Francesco tropieza hacia atrás contra una mesa, desparramando el contenido de esta sobre el suelo, revistas en el piso, su rostro sin color─. Vete antes de que me retracte y decida que lo mejor es que te quedes en Chicago, niño, pero nueve metros bajo tierra por tardar tanto en obedecer una orden de tu jefe.

Francesco se endereza, sus manos apretadas en puños, estos temblando. Tras dirigirle una mirada intensa a su tío, se inclina para tomar su chaqueta en el respaldo del sofá junto a él y se marcha de la sala de emergencias. Como los Cavalli no pueden sobrevivir sin drama, unos minutos después el equipo médico que atiende a Arlette se acerca Carlo. El médico cabecilla lo observa de mala manera desde que entró en la habitación, por lo que me acerco a él y a papá antes de que hable.

─Todo con su hija iba bien con respecto a las heridas que sufrió en el accidente, señor Cavalli, hasta que sufrió un paro respiratorio por sobredosis de morfina. ─Lo miro fijamente─. Uno de mis internos olvidó preguntar si la paciente consumía... drogas u otras sustancias ilícitas.

─Mi hija no se droga ─gruñe él─. Arlette es esquizofrénica.

Por algún motivo la conversación que mantuvimos en el callejón detrás del club ruso viene a mi mente. Su dependencia a las pastillas. La expresión en su rostro cada vez que las toma. La manera en la que sus delgados dedos dejan de temblar como si su mundo por fin se estabilizara tras un terremoto.

─Señor, con todo respeto, los exámenes arrojaron todo lo contrario. Hay suficientes químicos en su sangre para sedar a un caballo. ─El hombre ajusta sus lentes en la cima de su nariz, su cuello sudoroso─. Su hija abusa, en un dado caso, de las cantidades indicadas en su tratamiento, lo cual es contraproducente. Los pacientes psiquiátricos pueden llegar a desarrollar inmunidad a este, la enfermedad haciéndose más fuerte a medida que se va acostumbrando a las dosis. Mientras más altas, más invencible esta se vuelve. En este punto le aconsejo internarla.

Carlo, en lugar de lucir interesado en sus palabras, se acerca para mirarlo inclinando la cabeza hacia abajo. Papá también observa el intercambio con suma atención. Jodidamente genial. Llegará un punto en el que no existirá nada lo suficientemente fuerte para controlar la locura de Arlette y Carlo acaba de echar a la única persona que logra mantenerla cuerda, lo cual no son simplemente palabras bonitas. Francesco, cuando éramos niños, poseía el poder de hacerla callar cuando empezaba un berrinche sin sentido, a veces con el objetivo de molestarme, a veces llenos de ira y odio hacia la nada, limitándose a canturrear mierdas cursis en su oído.

Ahora, después de lo de Roza y de ser testigo de la manera en la que se pone en situaciones de mierda por ella, casi como si no se otorgara nada de valor a sí mismo, me doy cuenta de que quizás se debe a que su locura congenia bien con la suya, relación en la que nadie puede inmiscuirse.

Ni siquiera su padre.

─¿Es usted psiquiatra, doctor? ─pregunta.

─No ─responde él─, pero...

─¿Mi hija está bien?

─Sí. Logramos estabilizarla. Incluso está des... pierta.

Le ofrezco un asentimiento a modo de disculpa antes de unirme a los hombres de Carlo que lo siguen a la habitación destinada Arlette. Una vez veo que esta enfoca sus ojos en él, el océano identificable entre la oscuridad de nuevo, retrocedo para darles privacidad. No me voy lo suficientemente rápido, sin embargo, como para no escuchar las primeras palabras que salen de su boca y la reacción que tiene, desecha, ante la respuesta de su padre, concentrado en acariciar su cabello, a ellas.

─¿Francesco? ─pregunta.

****

─Te irá bien ─le digo apretando su hombro─. Sicilia es cincuenta o cuarenta por ciento de los Cavalli. Será como estar en Chicago.

─Viviré en un castillo.

─Eso es increíble, ¿no?

Francesco niega.

─No. Es tan grande que nunca he conseguido ir sin perderme entre los pasillos. Solamente Arlette lo sabe recorrer. Es buena con las direcciones. ─Francesco termina de fumar su cigarrillo con una honda calada─. Rompí su corazón antes de venir para evitar que hiciera alguna cosa como esta.

Miro hacia el avión privado esperándolo en la pista. No solo vine a despedirme, sino a contarle lo que en verdad pasó. Pedir su consejo. Esta podría ser la última vez que evaluamos juntos una situación que suceda del mismo lado del Océano Atlántico. Antes creía que volvería, pero tras oír a Carlo admitir en voz alta que conocía los sentimientos entre él y su hija, no tengo dudas de que eso difícilmente sucederá.

─Bueno, aún así lo hizo.

─Ten paciencia con ella. ─Una sonrisa triste se apodera de sus labios─. Es dulce a su manera. No tendrá sexo contigo, pero te dará buenos concejos cuando yo no esté. Solo no dejes que te esclavice. Haz trueques. No le debas. Ese es el truco de mi familia. No debemos, pero nos deben.

─No morirás ─gruño─. Solo vas a mudarte. Aún puedes venir de visita.

Francesco hace una mueca.

─No tienes ni idea del papel de los Cavalli en Sicilia, ¿cierto?

¿No son cassettos?

Niega.

No. Es por eso que Carlo tiene tantos problemas consiguiendo un apoderado que no lo traicione. Por qué tiene que viajar tanto a Italia. ─Francesco aprieta mi hombro─. Estás junto al Capo di tutti capi regente de la Cosa Nostra Siciliana, hombre, ¿quién diría que sucedería tan pronto?

Me tenso.

Francesco...

Y, como dijiste, solo tenemos un cincuenta o cuarenta por ciento de la ciudad. Sicilia no es Chicago. El poder no es absoluto. El tío Carlo consiguió el título de mi padre cuando lo asesinaron, pero pende de un hilo.

¿Tu padre era un capo?

Asiente.

Sí. Era un Cavalli, pero no era muy bueno con los números, así que se convirtió en el primero en generaciones en trabajar directamente con la droga. Mi madre creció y nació en Italia, pero era turca. Tenían un negocio pequeño, pero próspero, por lo que lo asesinaron antes de que ascendiera. Las demás casas no contaban con que mi tío Carlo se tomara la molestia de criarme e invertir en las cenizas que quedaron de su negocio. ─Francesco empieza a caminar hacia las escaleras que conducen al avión. No ha terminado de contar la historia de sus padres, una que nunca había oído, así que lo sigo─. Ha puesto a varios hombres al mando a lo largo de los años, pero solo uno le ha sido leal. Éste murió hace media década. Desde entonces lo han traicionado incontables veces. Justo ahora la mitad de sus hombres en Sicilia se encuentran en rebelión.

Indirectamente te está enviando a la guerra, ¿no?

O a la muerte ─dice sin emoción.

Entendiendo por qué respondió de la manera en la que lo hizo cuando le pregunté si alguna vez ha estado celoso de Flavio por ser el heredero de los negocios de Carlo, a fin de cuentas Francesco tiene su propio legado oculto, me termino de despedir de mi mejor amigo más consciente de nunca de lo que significa pertenecer a una familia con historia.

****

A diferencia de Arlette y Francesco, la mía es sencilla.

Papá era un niño de la calle que fue adoptado por el último Ambrosetti con vida, quién cometió el error de enamorarse de una mujer infértil. Lo criaron. Lo adentraron en la mafia. Como agradecimiento, Constantino se convirtió en un hombre duro y capaz. Se enamoró de mamá. Tuvo hijos. Tenemos negocios en el extranjero y los porcentajes de los préstamos y los tratos que se cierran en Fratello's, pero nada más. No hay nada especial.

No hasta que se esparzan los rumores de mi propia historia.

Papá nunca lo ha dicho con esas palabras, pero espera que sea quién haga destacar nuestra familia. Hasta ahora no he hecho un buen trabajo haciendo algo extraordinario, limitándome a ser bueno en mis deberes, pero ese tiempo está cerca. El primer paso para llegar ahí, por más jodido que me resulte admitirlo, es casarme con Arlette. Es lo que me dará el poder de cambiar algo del mundo en el que vivimos.

─¿Todo bien? ─pregunta papá cuando me encuentra bebiendo de su reserva de Whisky en el mesón de nuestra cocina.

─Todo bien ─suelto con un hipido─. Siéntate. Quiero hablar contigo.

Papá mira a mamá con las cejas alzadas, quién asiente en nuestra dirección, antes de ocupar asiento frente a mí mientras mamá y Penélope desaparecen por las escaleras hacia el segundo piso.

─Lo jodí ─empiezo a hablar─. Fuimos al sótano de Marcelo para saber por qué tiene tanto interés en Arlette. Francesco iba a morir porque decidió competir para ganar su confianza, así que le disparé a su contrincante. Eso nos llevó a deberle un favor a Marcelo. Nos pidió que transportara tres toneladas de cocaína desde los muelles de Carlo a la zona de Iván. Reabrimos los túneles para hacerlo. ─Papá alza las cejas, pero no me interrumpe─. Todo iba bien hasta que media tonelada se estancó. Le pedimos dinero de su madre a Arlette porque Marcelo nos estaba amenazando. Carlo se enteró. Por eso Francesco está camino a Sicilia.

Guardo silencio. Espero el golpe, pero este nunca llega.

En cambio papá extiende la mano para tomar la botella de las mías y le da un largo trago, una sonrisa en sus labios.

─Maldición, hijo, has tenido un par de días de la mierda. ─Su tono de voz es el mismo que usaba para felicitarme tras cada partido, incluso si perdíamos, por lo que una sonrisa se apodera de mis labios─. Estoy orgulloso de ti, Vicenzo. Sé que no lo digo con frecuencia, pero lo estoy. Eres un buen chico. El problema es que eso no es suficiente. No en nuestro mundo. ─Toma un trago aún más profundo que el anterior, lo que significa que ahora mi botella está casi vacía. Hago una mueca. No creo poder bajar a su despensa por otra─. Eres leal, pero ser leal no es suficiente.

─¿Ya lo sabías?

Papá niega.

─No. He estado ocupado con el restaurante, se viene un pago en diamantes bastante bueno. Seguramente Carlo iba a contarme la próxima vez que nos viéramos, pero ya que fue en estas condiciones no lo hizo.

─¿Crees que echará el compromiso hacia atrás por esto?

─No.

Trago.

─¿Por qué? Lo traicioné. Si envió a Francesco a Sicilia, esto sería el equivalente a eso para nosotros.

Papá niega, una sonrisa en su rostro.

─No te dejes llevar por eso, Vicenzo. Carlo ha planeado enviar a Francesco a Sicilia desde que lo tomó para criarlo. Esta solo fue una excusa para llevar a cabo su plan. ─Palmea mi espalda una última vez antes de levantarse─. En tu lugar me preocuparía porque quiera adelantar la boda.

─Eso no es todo ─susurro cuando se acerca a la puerta, mi postura tambaleante cuando me levanto, tanto que me tiene que ayudar a subir las escaleras y a llegar a mi cama.

─¿Qué falta?

─No me iré de la ciudad para estudiar.

─Vicenzo... ─gruñe─. Sé que últimamente te he presionado para que trabajes conmigo, pero eso no significa que no quiera que prosigas con tu educación. Todo lo contrario. Es importante para mí que te gradúes.

Trago y giro mi cabeza hasta que mi mejilla encuentra mi almohada.

─Iré a la universidad, no te preocupes, solo que aquí ─digo─. En casa.

****

Después de dormir casi doce jodidas horas en compensación a mis dos noches de vigilia y de alistarme para ir a cumplir con mi horario en el restaurante, decenas de llamadas sin contestar y mensajes de Tiffany en mi celular, todo en lo que puedo concentrarme es en el pedazo de papel en mis manos con un nombre y una dirección.

Estoy en zona Cavalli.

Frente a mí está la puerta a un bonito chalet de cinco.

Esta es la primera vez que asesino a alguien no relacionado a la mafia.

─¿Es usted Andrew Márquez?

El hombre, mexicano, de entre veinticinco y treinta años asiente.

─Sí, señor, ¿en qué puedo ayudarlo?

─Quizás haciendo su trabajo correctamente ─respondo apuntándolo con mi arma, con la cual lo empujo a retroceder hasta que ambos estamos dentro de su casa, sus brazos alzados en señal de paz como si eso pudiese ayudarlo en algo─. O no haciéndolo.

Su expresión de terror cuando se da cuenta de que no saldrá de esta antes de que apriete el gatillo, convirtiéndolo en una masa capaz de desplomarse, queda grabada en mi mente, el único error que probablemente cometió en su vida siendo no haberle preguntado a Arlette por sus pastillas.


Hola, espero que les haya gustado el capítulo. No me odien por mandar lejos a Francesco :c 

Él volverá (?)

En fin, espero que les haya gustado. 

¿Cuál fue su parte favorita? 

¿Qué opinan del accidente?

Capítulo dedicado a MajoValdez755 <3 por todos sus lindos comentarios. 

Siguiente a la que + comente. No olviden comentar y votar si les gusta la historia.

Las amo.

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