Capítulo 11:
ARLETTE:
Por la mañana decido tener mi desayuno en cama. Estoy hambrienta, así que hay una amplia selección gourmet rodeándome a los minutos de despertar y avisarle a una de las mujeres de servicio. Afortunadamente papá no sube a darme los buenos días. Cuando termino coloco un panecillo embarrado con chocolate bajo las fosas nasales de Francesco, pero no obtengo ninguna respuesta de su parte, así que lo cambio por el espejo de mi compacto para asegurarme de que respira. Mis hombros se relajan cuando el cristal se humedece con su espiración. Lo cubro con mis sábanas. Desabrocho el resto de los botones de su camisa antes de levantarme.
Cuando estoy entrando con la bandeja en la cocina, la dulce voz de Beatrice casi hace que el metal resbale de mis manos. La alcanzo a tiempo para evitar su estruendo al chocar contra el suelo antes de dejarla en la superficie más cercana e ir al comedor.
─Arlette, linda, esta chica es idéntica a ti ─acota enseñándole el periódico, abierto en la página de entretenimiento, a papá, quién deja de beber su café para inclinarse y obtener un vistazo─. De no ser por esa horrible nariz diría que son la misma persona.
La malicia en su tono no pasa desapercibida, pero lo merezco después de romper su frágil corazón ayer. Si pensar que me altera de alguna manera la hace sentir mejor e impide que mi hermano nazca prematuramente, como Flavio, lo celebro.
─No ─gruñe él tomando el periódico de sus manos mientras me mira─. Mi niña tiene menos mejillas. Sus cejas están arqueadas simétricamente. Pero, más importante, jamás se vestiría como una puta. ─Por fortuna la cámara captó a Verónica y a Marianne, pero no a mí o a Vicenzo─. Es imposible que salga de casa sin que yo me entere, así que es absurdo que si quiera lo menciones, Beatrice, incluso de mal gusto, ¿no es así, princesa? ─Afirmo cuando me mira─. Ni siquiera se parecen.
─Solo comentaba ─suelta ella en respuesta, sus ojos verdes cristalinos fijos en mí.
─Estuve toda la noche con Francesco ─suelto.
Beatrice separa sus labios para proseguir, pero papá la interrumpe.
─¿Dónde está él? Mi vuelo a Sicilia sale en una hora y necesito que hablemos.
Trago.
─Durmiendo en mi habitación
─¿Puedes despertarlo, por favor? ─le pregunta a una de las chicas de servicio, pero esta no logra llegar a las escaleras porque bloqueo su camino.
─Tiene resaca, papá. Es imposible despertarlo.
Sus puños se aprietan.
─¿Por qué haría eso? ─Sus cejas se juntan mientras su mandíbula se aprieta, un montón de ideas retorcidas sobre cómo hacerlo pagar por faltarle el respeto pasando por su mente─. Francesco sabía requeriría su presencia esta mañana, Arlette. No es usual en él, pero tampoco lo toleraré.
Ahora me interpongo entre él y la escalera.
─Fue mi culpa, papá ─susurro presionando mis manos contra su pecho, mis piernas sintiéndose repentinamente inestables─. Le pedí que bebiera.
Me mira como si eso no tuviera sentido.
─¿Por qué harías eso?
─Quería divertirme. ─Me encojo de hombros─. Ya que nunca salgo de casa...
Beatrice bufa cuando la conversación da un giro de ciento ochenta grados y me abraza, su colonia invadiendo mis fosas nasales, una extensión del aroma a cigarro y billetes de Francesco en él o al revés.
─Es por tu bien.
─Sí, Arlette ─gruñe Flavio golpeado la mesa con su cuchillo para mantequilla untado en mermelada de fresa con la que planea llenar sus panqueques, su expresión soñolienta alterada por su ceja rubia alzada─. Iván podría intentar secuestrarte de nuevo. Tienes que respetar el código para evitar que te alejen de nosotros.
Hago una mueca. Iván intentó secuestrarme cuando era un recién nacido. Su objetivo era llamar la atención de mamá, no la de papá, así que con ella nueve metros bajo tierra su ex no representa ningún peligro. El ruso era con quién se suponía que Sveta debía casarse. El prospecto ideal escogido por Mark que hizo miserable el principio de su relación con papá, incluso aún después de que se casaron y obtuvieron la aprobación de mi abuelo materno, pero que se rindió cuando Carlo Cavalli asesinó a la mitad de sus hombres en represalia por haber intentado usarme en su contra.
Con respecto a la leyenda urbana de Arlette Cavalli reclamando el patrimonio de su abuelo, es solo eso. Una leyenda urbana. Nunca pondría en peligro a mi familia de semejante manera. El apocalipsis iniciaría en Chicago si alguna vez expreso en voz alta el deseo de hacerlo. Francesco es el único al que le he mencionado algo con respecto a ello, lo cual ni siquiera debería ser tomado en cuenta.
─Lo hago ─suelto─. Baso cada día de mi vida en él.
Ya que hasta hace una semana era así y papá no me está mirando a los ojos, los cuales mantengo entrecerrados mientras hablo para evitar cualquier comentario de Beatrice, mi actuación es creíble. Termino de abrazarlo y presiono un beso en su mejilla barbuda, deseándole buen viaje, antes de molestarlo una última vez.
─Por cierto, papi, ¿podemos invitar a Vicenzo y a su familia a cenar cuando regreses? ─pregunto─. Me siento mal por haber tenido que cancelar el miércoles.
Fósil alza la cabeza desde su posición en el sofá de la sala, dónde limpia su arma, para mirarme. Petrushka se ahoga con su té. Beatrice hace un sonido afligido, por alguna razón odia a los Ambrosetti, mientras que la usual arruga en la frente de Flavio se profundiza, reacción similar a la inicial de papá. Este después sonríe cálidamente, sus manos en mis hombros, antes de estrecharme de nuevo.
─Por supuesto que sí, mi niña ─dice─. El sábado estarán aquí.
Le devuelvo la sonrisa cuando nos separamos.
─Gracias, papi, ten un buen viaje.
Irá a Sicilia. No necesito saber más. Hace viajes hacia allá cada mes. Por más interesante y tentadora que siempre me resulte la idea de husmear en sus negocios, necesito asegurarme de que el menor número de personas vea a Francesco hasta que este despierte. Él es el problema inmediato que necesito resolver para poder concentrarme en idear contraataques a las posibles represalias de Marcelo.
Anoche, antes de salir, probablemente bebí un par de copas, lo que hizo que me excediera. El plan inicial era emboscarlo y reclamarle, sutilmente, haberme utilizado, pero la combinación de mi medicación con el alcohol me inhibió. Presiono mi espalda contra la puerta cuando entro en mi habitación, la vergüenza consumiéndome. Formo puños con mis manos, mechones de cabello no lo suficientemente oscuros para ser castaños, pero tampoco lo suficientemente claros para ser rubios entre ellos, antes de dejarme caer lentamente en el suelo. Autocontrol debe ser mi segundo nombre o estaré inscrita en una carrera a contrarreloj hacia terminar igual que Sveta.
No en un psiquiátrico, sino destruida y odiada por las personas que solían amarla.
Hasta hace unos días eso era algo que solía evitar en cada respiración. Esperar el momento indicado era mi alías, premeditación mi apodo, pero ayer, repentinamente, ataqué al jefe de jefes tras cometer una serie de faltas que papá, desde su punto de vista, diría que atentan contra su educación, el código, y ponen riesgo mi aliento.
Escapar de casa.
Involucrarme tanto con Verónica.
Salir con Vicenzo.
Apuntar a Marcelo.
Para resolver lo último Fósil es lo único con lo que cuento sin involucrar a Carlo, un ruso de cincuenta que tiene mi edad retirado extraoficialmente de la Bratva, trabajando como niñero, versus la Cosa Nostra de Chicago. Todo porque en lugar de acudir a papá cuando descubrí que Marcelo estaba celoso de Salvatore Morello, su contrincante para el puesto más elevado de la mafia siciliana con el que mi familia empezó a hacer tratos recientemente, e intentó utilizarme para evitar que siguieran trabajando juntos, me dejé llevar por mi orgullo y terminé amenazándolo.
En el fondo no me arrepiento de mis acciones, son algo que haría cualquier Cavalli, hombre, pero no puedo volver a excederme a menos que quiera ocasionar un desastre que solo papá pueda limpiar. Su opinión es la única que me importa, así que no me puedo permitir decepcionarlo. Mi pecho se hunde cuando evalúo mis opciones. Estoy entre ir a él, eliminando el problema de la raíz, pero pagando el precio de perder su respeto, o participar en una posible guerra silenciosa con Marcelo, aunque este, si es inteligente, se mantendrá alejado, lo cual dudo ya que, en primer lugar, se acercó.
¿Qué opción debo tomar?
¿Qué se supone que debo hacer?
Me abrazo a mis rodillas antes de gritar con todas mis fuerzas.
─¡Miriam!
Al cabo de un par de minutos un golpeteo insistente en la madera hace que me levante y abra la puerta. Luce como si se acabara de despertar, lo que es una falta, ¿qué tipo de enfermera es si olvida mi dosis más importante?, pero estoy tan desesperada por las pastillas y porque le diga a papá que no la necesito, razón por la que simplemente no abrí el cajón de mi mesita de noche, que las tomo de su mano y trago sin aceptar su vaso de agua. Cierro la puerta sin dirigirle la palabra, mi mente empezando a concentrarse en los hechos, no en las emociones, al cabo de un rato.
****
Son las tres de la tarde cuando Francesco despierta. Leí en internet que podría estar deshidratado cuando abriese los ojos, así que hay una jarra con jugo de naranja y un banquete esperándolo para cuando lo hace. Lo observo apoyada en uno de mis codos mientras sus párpados aletean, abriéndose, y su respiración se vuelve entrecortada y rápida, la expansibilidad de sus pulmones reducida, antes de que se incorpore de golpe. Coloco el vaso con contenido naranja frente a su rostro a penas parece recobrar la consciencia de sí mismo y de su entorno. Le sonrío cuando me mira.
─Al fin despiertas.
─¿Qué pasó anoche?
No respondo hasta que empieza a beber, mis hombros encogiéndose.
─Te emborrachaste.
Sus cejas se unen mientras gira el rostro.
─¿Con una copa de vino?
─En realidad fue una botella entera.
─No recuerdo nada ─admite tras terminar con su jugo, probablemente intentando recordar, lo que sé que no hará, mientras se levanta─. Así que debes tener razón.
─Afortunadamente para ti apacigüé a papá. Estarías en un problema peor si hubiera intentado despertarte en vano. ─Su piel, ya de por sí pálida, palidece al recordar que tenían que hablar, así que también me levanto y me acerco para colocar mi mano sobre su hombro─. No te preocupes. Encontraremos una buena excusa. No dejaré que te castiguen por mi culpa.
─No fue tu culpa ─dice, lo que mueve una fibra sensible en mí, una por la cual no me dejo de llevar permitiéndole lucir destruido por haber decepcionado a mi padre─. No me obligaste, Arlette. Debí ser más responsable. Él realmente me necesita ahora.
─Encontraremos una buena excusa ─repito.
─Espero que sí.
Francesco afirma, su nuez moviéndose mientras traga, antes de retirarse tambaleantemente. Estoy preocupada por los efectos secundarios, así que sigo sus pasos. En mí casi no logran hacer su efecto, pero él es tan virgen en muchos sentidos, las drogas uno de ellos, que no me extrañaría que pasaran días hasta su sistema se deshiciera de ellas. No me he cambiado, por lo que uso mi pijama y bata de seda mientras nos dirigimos a su alcoba. Es casi tan grande como la mía. No hay ventanales con vista hacia la playa, sino hacia nuestro jardín trasero de rosas rojas. Las paredes son oscuras y el mobiliario escaso. El baño, en cambio, sí cuenta con las mismas proporciones. También es del mismo mármol italiano, blanco, importado.
No huyo cuando empieza a desnudarse de espaldas a mí, las prendas adornando el suelo mientras expone su piel blanquecina sin imperfecciones. Tampoco retrocedo cuando se gira para observarme con una ceja alzada antes de entrar en la tina semivacía, pero humeante, en la que se sumerge con expresión agotada y dolorida, la cual entiendo cuando identifico varios moratones en su abdomen. No lucen como puñetazos, también palidecen en comparación a los que se formaron en mi espalda luego de la lección de ayer, así que deduzco que son resultado de los entrenamientos militares de papá, resistencia a la tortura en caso de ser atrapado, mientras no estuve mirando. Me siento en el borde mientras me distraigo con cómo el agua cubre y difumina su cuerpo. Mis ojos están enfocados en el camino de vello negro que se encuentra debajo de su ombligo, simple y mórbida curiosidad, cuando decide traer la atención de vuelta a su rostro con el sonido de su voz.
─Debí haber estado ahí esta mañana ─continua lamentándose.
Sumerjo la mano en el agua para después echar un poco de ella sobre su cabeza.
Está tan caliente que quema, pero a ninguno de los dos le importa.
─Tenemos una semana para planificar cómo te resarcirás.
Los castigos y entrenamientos de papá para él y para Flavio rozan lo inhumano, pero son necesarios. Ambos deben estar preparados para enfrentar cualquier tipo de situación sin que se sientan sobrepasados por ella, aunque a veces, cuando veo la expresión paranoica y rota en el rostro de Flavi, lo odio. Lo vuelvo a amar cuando escucho las historias que cuentan mis guardaespaldas, en especial Moses, sobre los ataques entre miembros de La Organización en búsqueda de más poder. Vivimos en un mundo en donde el más malo es que sobrevive, así que, por más retorcido que esto suene, termino dándole las gracias a papá por arruinar a dos personas que amo.
─No, no lo entiendes. ─Niega mientras toma mi muñeca, deteniéndome tras hacer de regadera un par de veces más─. Estamos en medio de algo importante ahora.
Presiono mis labios juntos, intentando contenerme, pero no lo consigo.
─¿Por qué lavar dinero Morello es tan complicado?
Sus hombros se ponen rígidos.
─¿Cómo mierda sabes sobre eso?
Su agarre sobre mí se aprieta, así que consigo liberarme antes de incorporarme y dirigirme al lavado. Me apoyo en él, mi reflejo en el espejo recriminándome, antes de responder mientras escucho cómo sale de la tina y el agua choca contra el suelo tras resbalar por su cuerpo mientras se acerca.
─Papá siempre alterna entre tres contraseñas cuando el sistema le pide cambiarlas.
Me obliga a girarme, así que su pecho termina pegado al mío.
─¿Me mentiste cuando te encontré en la oficina? ─pregunta tomando mi rostro entre sus manos, sus ojos azules enfocados en mí, su mirada impersonal.
No estoy hablando con el Francesco que amo, sino con el capo, así que no miento.
─Sí.
─¿Qué buscabas?
─Su arma. Solo me encontré con los planes para el nuevo restaurante de langostinos por casualidad ─digo, lo cual, aunque no lo parece, explica todo.
Toda La Organización sabe que Salvatore Morello ama los langostinos.
También que es la competencia de Marcelo.
─Mierda. ─Me suelta y se da la vuelta, importándole nada su desnudez, antes de observarme de nuevo. Esta vez sus facciones están deformes en una expresión herida de mal gusto─. Me mentiste.
Afirmo.
─Lo siento.
─Ya no importa ─gruñe pasándose las manos por el cabello─. ¿Dónde está?
─¿Dónde está qué?
─El cuerpo, Arlette ─sisea mientras me toma de los hombros, agitándome, las venas de su cuello marcándose más con cada respiración─. ¿Te deshiciste de toda la evidencia? ¿Tus huellas? ¿Tus pisadas? ¿El maldito olor de tu perfume? ¿Por qué no le dijiste a Fósil? ¡¿Por qué mierda no me lo pediste a mí?! ─Agacha la cabeza, sus inspiraciones rápidas y entrecortadas, antes de observarme luciendo como si acabara de clavar un puñal en su pecho─. ¿A quién?
─No maté a nadie.
Niega.
─No te creo. ─Se ahoga con su propia voz, así que casi no logro distinguir lo que dice─. ¿Por qué no acudiste a mí? Mataría a cualquiera por ti, Arlette ─murmura un poco más lento─. Eres lo único bueno y puro que hay para mí. No puedes ensuciarte.
Mi corazón se rompe cuando toma mis manos y las coloca bajo del grifo a pesar de mi respuesta, las cuales empieza a frotar entre las suyas con una pastilla de jabón. Es así cómo consigue hacer sangrar sus cutículas cada vez que papá lo obliga a hacer un trabajo sucio con el que no está de acuerdo. Las retiro cuando rompe una de las mías, empujándolo y después abofeteándolo, mi mano quedando marcada en su mejilla, para traerlo de vuelta. Sus ojos continúan idos, sin embargo, perdidos en un plano que conozco, así que me pongo de puntillas para juntar sus labios con los míos.
Este es mi último recurso.
Al principio no reacciona, se tensa, pero después de unos segundos me devuelve el beso rodeando mi cintura con su brazo, apretándome contra sí, momento en el que deshago la unión de nuestros labios, la cual añoro al instante, y extiendo la mano para colocar un mechón de cabello tras su oreja. Esta vez no me devuelve el gesto cuando le sonrío, pero está aquí, conmigo, y eso es suficiente.
Tiene que serlo.
─Termina con tu baño. Te esperaré afuera. ─Lo beso rápidamente una vez más. Hacerlo se siente como tener una probada de cielo, una sensación que no fue hecha para nosotros, antes de regresar de nuevo al infierno─. Arreglaremos tu relación con papá. Solo tenemos que adivinar lo que sea que te quiso decir y resolverlo.
Francesco endurece su mandíbula, pero asiente.
Sabe que aunque no trabaje para La Organización, nadie que lo conoce tan bien.
****
El lunes llego justo a tiempo para la campana, mi record de puntualidad formalmente arruinado porque pasamos por Verónica antes de venir. El domingo por la tarde le pedí a Fósil que le llevara un par de cosas de mi armario que nunca usé porque me parecieron demasiado aburridas, justo su estilo, las cuales seleccioné mientras debatía el tema Morello con Francesco sosteniendo las prendas que escogía, así que nos sorprendió luciendo bien con un sencillo jersey azul y sus viejos vaqueros holgados. También se atrevió a tomar un par de tacones clásicos de punta afilada y a combinar su atuendo con un bolso fuera de temporada, por lo que somos el centro de atención mientras recorremos el pasillo, Hether mirándonos con asco.
Bueno, en realidad yo, específicamente, soy el centro de atención.
Nadie deja de mirar mi peluca. No es la negra que Francesco me dio y que permanece escondida en el interior de uno de mis abrigos de piel, sino una blanca que encontré en el armario de Beatrice. Quería evaluar la reacción de sus rostros cuando sus escasas neuronas hiciesen cortocircuito, así que la traje a clases. Ajusto mi falda antes de girarme para detenerme frente a mi casillero. Mi vestuario no ha cambiado. Sigo sintiéndome cómoda con mis suéteres y vestidos a pesar de que ser más atrevida, una puta, puede ser divertido, pero esa no es la posición a la que aspiro.
Realmente nunca me he resistido a la idea de ser una esposa trofeo.
─¿De dónde las sacas? ─pregunta Verónica mientras toma un mechón de cabello blanco en sus pequeñas e inocentes manos, el cual es lacio y llega hasta mi cadera─. La del sábado era linda, pero esta es bastante impresionante.
─Todas son de disfraces de mi niñez. Mi madre solía esmerarse. ─Ni siquiera recuerdo a Sveta preocupándose por cómo lucía en un día normal, así que esta, probablemente, es la mentira más grande que he dicho, pero funcionará para hacer que no vuelva a mencionar el tema. Cierro mi casillero. Lo noté observándome a penas entré, así que necesito alejarme de aquí─. ¿Nos vemos en el almuerzo?
Verónica asiente, una sonrisa feliz en su rostro.
─Claro que sí. ¡La heladería me pagó por adelantado, así que puedo invitarte!
Afirmo.
─Eso está muy bien.
El abrazo que le sigue a mis palabras me toma por sorpresa.
─Gracias por invitar a Marianne al concierto por mí ─dice─. Fue dulce.
Alzo las cejas.
─¿Yo...?
Se separa, su aura pasando de risueña a decepcionada.
─¿No la invitaste para que la conociera antes de ir a la heladería? ─Ladea la cabeza─. Dijo que no halló otra razón por la cual lo harías ya que no se hablan.
─Sí ─contesto─. Claro que sí.
Ha empezado a acercarse, así que dejo a Verónica con la palabra en la boca y apresuro el paso hacia las escaleras. Por fortuna tengo zapatos bajos, botines, así que las alcanzo a tiempo. Su complexión, sin embargo, le permite subirlas mucho más rápido que yo, interponiéndose en mi camino una vez me pasa.
─Necesitamos hablar.
─No tengo más ─le informo.
Se pone rígido, nuestras miradas congeladas la una en la otra, antes de volver a hablar. Esta vez no hay exigencia en su tono, sino súplica.
─Necesito más.
Su mano se posiciona sobre la mía en el barandal. El contacto físico es un truco de convencimiento que conozco bien, así que deshago la unión de ellas.
─No me importa lo que necesites.
Dicho esto golpeo su hombro al rodearlo y seguir, una sonrisa en mi rostro.
****
El castigo de papá ya terminó, así que me dirijo al club una vez acabo con mis clases. Verónica tendrá su primer día en la heladería, por lo que nos vamos juntas. No hace preguntas cuando me despido de ella en la acera y en lugar de volver a la camioneta cruzo la calle, Fósil detrás de mí, lo que me alivia. Kenneth está frente al escenario cuando entro. Las chicas están ensayando una canción, un rap sucio, con trajes de látex que captan mi atención. Sus movimientos son exquisitos, el aletear de las mantarrayas acompañándolas en cada paso, la luz atenuándose e incrementando dependiendo del ritmo. Apruebo cada extensión de sus extremidades, adorando especialmente el hecho de que la mayoría de ellas está por encima de los treinta, un requerimiento de Beatrice. Las veo por unos segundos antes de entrar en la oficina.
Todos aquí saben que trabajan para mi padre, así que nadie se interpone en mi camino. Tomo los tomos y los arrojo sobre la alfombra antes de pedir una tetera con chocolate caliente y ponerme en ello. Termino pronto, el suplente de Felipe no resultó tan malo, así que me extiendo en el diván junto a la pared mientras rememoro la primera vez que vine aquí. Tenía alrededor de trece y la decoración era completamente diferente. Solía pertenecer a un motociclista que le debía dinero a la familia. Estuvo cerrado por remodelación durante dos años. Fue mi regalo cuando cumplí quince, mi primera propiedad, aunque legalmente está a nombre de Kenneth, mi primer testaferro. Desde entonces he estado manteniendo un ojo sobre ella bajo la supervisión de papá, pero esto es un secreto entre nosotros.
Todos, a excepción de él y Kenneth, piensan que solo juego a ser la jefa.
─¿Arlette? ─pregunta Fósil del otro lado de la puerta cuando dan las siete.
El local se encuentra vacío, pero aún así me mantengo alerta mientras salgo. El Mercedes, como sospeché, se encuentra estacionado al otro lado de la calle, lo cual confirma mis sospechas sobre él no abandonando el cuadrilátero. Me posiciono junto a Fósil, cubriéndome completamente con los mechones rubios, antes de alcanzar la nueva Range Rover que le insistí en tomar esta mañana.
****
─¿Por qué Salvatore Morello aún no ha cierra su trato con papá? ─le pregunto a Francesco a penas entro en su habitación, a dónde me dirijo a penas llego a casa a pesar de los gritos de Beatrice anunciando que la cena está lista y lo encuentro leyendo 120 jornadas de Sodoma─. ¿Qué hace falta para convencerlo?
Se quita las gafas con actitud perezosa, sus ojos nublados, mientras se incorpora en el sofá de cuero junto a la ventana. A sus pies hay una chica del servicio limpiándolos. Ella se levanta, tomando la toalla en la que depositó sus instrumentos, antes de irse. Entiendo su prisa cuando pasa junto a mí y me doy cuenta de que su camisa está desabotonada hasta la mitad de su abdomen, sus senos expuestos. No estoy aquí para juzgarlo, Francesco es uno de los hombres más caballerosos que conozco, así que me siento en su cama mientras se levanta y va a su mini bar para abrir un vino.
─Morello quiere la garantía de que Marcelo no irá en su contra. No quiere un enfrentamiento entre pandillas, pero por alguna razón el tío Carlo insiste en robarle el trabajo a Luciano. No se detendrá hasta conseguirlo.
Me muerdo el labio. Marcelo intentó hacer precisamente eso cuando se acercó a mí, así que no puedo contradecirlo. Francesco sabe que tengo conocimiento más que básico acerca de las jerarquías actuales, así que no tiene que explicarme sobre quienes habla o cuál es su importancia. Luciano es otro empresario que lava dinero.
─¿Es lo que papá te iba a pedir que consiguieras?
Afirma mientras acepto la copa.
─Sí. Me sacó de juego enviándome un mensaje con Luc esta mañana. ─Me señala un trozo de papel arrugado junto a su cama, el cual me extiendo para tomar. Gruño los ojos ante los errores ortográficos del guardaespaldas─. Lo haría él, seguramente en un chasquear de dedos, con una cena o algo por el estilo, pero tuvo que ir a Sicilia. ─Se sienta junto a mí─. Su apoderado se está volviendo problemático.
─¿Has logrado algo?
Niega.
─No. Marcelo no atiende mis llamadas. Nuestros hombres tampoco lo consiguen. Es como si hubiese desaparecido sin dejar rastro ─dice─. No debería estar contándote nada de esto. No hay nada que puedas hacer. ─Esconde un mechón de mi cabello real, dejé la peluca en mi mochila, antes de sonreírme─. Pero sabes que no puedo negarme a nada de lo que me pidas, Arlette.
Miro mis manos.
El día anterior pasamos toda la tarde hablando sobre algo bueno que él pudiera hacer para solventar su falta, cosas no relacionadas a la mafia ya que no quería que sospechara lo estrechamente relacionada que podía estar con Marcelo, pero sé que papá no dejará pasar su ausencia la mañana en la que se fue hasta que el trabajo que le encargó, el cual probablemente se le dificultará por mi culpa, esté hecho.
─¿Francesco?
Mi primo deja de acariciar mi cabello para inclinarse y fijar sus ojos azules en mí.
─¿Sí?
Coloco mi mano sobre su rodilla.
─Te equivocas. Puedo ayudar ─susurro─. Creo que sé dónde encontrarlo.
Hola! espero que el cap les haya gustado
Jajaja, ¿qué team son ahora?
Como la última vez que subí no hice dedicación, esta vez anunciaré dos. Capítulo pasado a la dulce Alicia101dalmatas y este a Keanekantun01 por sus comentarios tan lindos <3
Recuerden comentar si quieren actu y dedicación
La amo.
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