Capítulo 10:
ARLETTE:
Es sábado, así que me tomo la libertad de dormir una hora extra antes de abrir los ojos. Cuando me levanto tomo una ducha y preparo mi bolso para el gimnasio antes de elegir un conjunto deportivo del armario. Aunque me sé las cientos de técnicas de defensa personal que imparten en el centro de memoria, nunca falto a un entrenamiento a menos que papá me lo prohíba. Aunque las tardes pertenecen al club y a la cinta de correr en casa, nunca me ausento a las lecciones. Son mi actividad favorita luego del manejo de los libros. Adoro patear y golpear lo que sea que pongan frente a mí. Es una buena terapia para el control.
Así es como me miento a mí misma.
Decidiendo omitir el hecho de que probablemente estoy desesperada por alejar el montón de teorías de conspiración que ha ido maquinando mi mente desde que Marcelo se acercó, también ignoro que pasé mucho más tiempo despierta que dormida esperando que amaneciera. Bajo al comedor tras atar los cordones de mis zapatillas. Mis labios se curvan cuando veo los asientos de la mesa llenos. Debería preocuparme, que esté aquí significa que están haciendo negocios que ameritan que tenga vigilancia y en constante comunicación, pero la presencia de Francesco es reconfortante. Él. Papá. Flavio. Incluso Beatrice, Fósil y Petrushka. Aunque nunca lo reconocería en voz alta, todos forman una parte importante de mí. Haría lo que fuera por mantenerlos conmigo. Mis manos se aprietan en puños cuando Miriam se interpone en mi camino sosteniendo una bandeja con mi dosis, la cual tomo ante la mirada de todos.
—Papá —digo inclinándome para besar su mejilla antes de ir a mi lugar.
Desde niña me he sentado a su izquierda. Una chica ambiciosa lo haría a la derecha, pero no es ahí donde está su corazón. Esa es la única técnica para lastimar a mi madrastra que he conservado a lo largo de los años, pero se debe más a costumbre que a otra cosa. Solía odiarla cuando llegó un par de años después de la muerte de mamá, pensaba que estábamos felices sin otra mujer en nuestra vida, pero luego de que correspondió todos mis ataques con sonrisas y vestidos horribles que era obligada a usar por gratitud, aunque lo que realmente me hizo tenerle aprecio fue el que diera a luz a Flavio, ambas lo superamos.
—Mi niña —corresponde mi saludo colocando una ración extra de panecillos en mi plato—. Come más o haré que te den suero intravenoso. Estás muy delgada.
Ruedo los ojos. En realidad he ganado masa muscular.
—Papá...
—¿O te ves así porque tu ropa está muy ajustada?
Aprieto mi tenedor con fuerza.
—Es ropa de gimnasio.
—Es porque está muy ajustada —dice Flavio con el entrecejo fruncido.
Ya que es fin de semana no está usando su uniforme, sino un conjunto de camisa y pantalón de etiqueta perfectamente planchado. Su armario es cero dibujos animados. Me sentiría un mejor con su estilo si la mafia hubiera influenciado en él, pero en realidad es quién escoge su ropa. No les hago caso. Se supone que la ropa interior debe ser ajustada. Me extiendo para tomar mi fruta. Le sonrío a Francesco cuando su mirada se cruza con la mía en el proceso, nuestros dedos tocándose debido a que íbamos por la misma manzana. Nos observamos por unos segundos hasta que papá hace un sonido mientras come y opta por tomar otra. Está usando una sencilla camisa blanca sin cuello, su estilo. Hay ojeras bajo sus ojos que confirman mi teoría de que está aquí por algo más que hacerme compañía.
También hay rojez en sus manos.
—¿Cuándo fue la última vez que te acompañé a un entrenamiento?
—Hace un par de meses —le respondo a papá.
—Creo que es hora de que lo haga de nuevo. —Mira a Beatrice, cuyo agarre sobre los cubiertos se hace más fuerte—. ¿Está bien para ti?
—Carlo, las lecciones preparto son importantes.
—¿Han cambiado en algo desde que estuviste embarazada de Flavio?
—Pelea—gesticulo en dirección a mi hermano, quién asiente antes de continuar con su cereal y mirar por la ventana.
Definitivamente es un niño listo.
—¡Han pasado diez años!
—Te acompañé la semana pasada.
—¡Hasta el estacionamiento! —grita con las mejillas sumamente sonrojadas por la emoción y su rubor rosado—. ¡Todas mis amigas piensan que nos divorciaremos! ¡Ni siquiera me has acompañado a las citas médicas con el ginecólogo, Carlo!
—Esto es ridículo —gruño tomando mi fruta y levantándome abruptamente—. Ve con ella. Te necesita más que yo. —Beso la cabeza de papá antes de inclinarme sobre su oído. Beatrice nos mira intentando contener las lágrimas. Ambas sabemos con quién habría ido si no hubiese intervenido a su favor. Lo dejo pasar porque sé que con las hormonas últimamente está demasiado emocional—. No la hagas molestar demasiado mientras lleve a mi hermano.
Sus facciones se suavizan cuando recuerda que su esposa es frágil y que a pesar de que acepta su oscuridad, sigue pretendiendo ser una mujer común de la alta sociedad de Chicago tomando el té y asistiendo a fiestas con otras esposas pertenecientes o no a nuestro mundo. También organizando eventos como el banquete que tendremos dentro de dos semanas para exponer la colección de joyas Cavalli. Es una vieja tradición en nuestra familia que Beatrice adoptó como su proyecto personal desde que se casaron. Siendo esta una de las pocas oportunidades que tiene para brillar por sí misma, nunca es modesta.
—No dejes que te golpeen —lo oigo decir a mis espaldas cuando me marcho.
Suelto una risita.
—No lo haré.
****
Mi seguridad se triplica cuando papá está en casa, así que tomo a Fósil, Moses y a Luc. Este último luce incómodo cuando pido que sea específicamente él quién nos acompañe. En el fondo de su mente vacía conoce la razón por la que lo hago. Con lo acontecido últimamente prácticamente no he tenido tiempo para castigarlo por meterse con mi hermano. La oportunidad perfecta para ello llega cuando Manuel, mi instructor, termina de calentar conmigo sobre el ring y se acerca a sus chicos para pedirle a alguno de ellos que ocupe su puesto. Es un profesional. Solo he podido vencerlo un par de veces y eso debido a que no se encontraba bien, pero ese es un principio que difícilmente aplica para todo el resto. No soy invencible, pero tengo varios trucos bajo la manga que gracias a mi flexibilidad.
Nunca pude aprender a bailar, pero las serpientes saben cómo moverse.
—No, Manuel, detente. Traje a alguien para eso.
Miro a Fósil con una sonrisa, mi cómplice, quién palmea la espalda de Luc en su ubicación sobre las gradas. Fue él quien le dijo que se cambiara a penas llegamos. He estado planeando este momento desde que Flavio me pidió que dejara de llamarlo Flavi, así que la satisfacción calienta mi sangre cuando lo veo subir. Luce más que afligido. Sabe que no puede lastimarme porque de hacerlo estará muerto, pero tampoco negarse y ser golpeado por una mujer será una mancha en su expediente laboral de La Organización. También escogí a Moses porque no se llevan bien y sé que hará de esto una historia que nunca olvidará.
Mis planes se alteran considerablemente, sin embargo, cuando un rostro familiar entra en la habitación usando ropa deportiva aún más ajustada que la mía.
—No te contengas —le ordena—. Quiero ver si mi dinero está bien invertido.
Manuel gruñe antes de abandonar el ring y ocupar asiento junto a ellos. Algunos a nuestro alrededor dejan de luchar para mirarnos. Este es un gimnasio concurrido por miembros y colaboradores de la mafia. Queda en territorio Ambrosetti, pero papá es uno de sus socios. La sed de sangre en los ojos marrones de Luc me intimida, por un segundo me hace pensar que tal vez lo subestimé, pero el hecho de que decida que una tacleada sea su primer movimiento me hace sentir segura de nuevo. Antes de que pueda empujarme alzo la pierna y rompo su nariz con mi rodilla, su cartílago sonando mientras es forzado a cambiar de sitio, a lo que toma mi tobillo en lugar de enderezarse y me hace caer sobre el suelo con un sonido sordo. Veo cómo papá se levanta y abre la boca para exigirle que se detenga, así que me adelanto reaccionando rápido devolviéndole la jugada.
Cae a mi lado cuando envuelvo su pierna con las mías. Antes de que reaccione, supero el dolor en mi espalda y me monto sobre él. Sintiendo su erección contra mi trasero, continúo utilizando mis piernas como un arma y envuelvo su cabeza con ellas. Ejerzo presión hasta que su rostro empieza a tornarse azul. La pelea está lejos de terminar, sin embargo, ya que consigue impulsarse hacia arriba, levantándose, y que quede colgando de él en el aire. Un gruñido escapa de mis labios cuando volvemos al piso. El dolor del anterior impacto ha sido multiplicado por dos porque ahora él está sobre mí. Sus manos están apretando mi cuello como si verdaderamente quisiera matarme. Lo suelto, relajándome, hasta que hace lo mismo y se echa hacia atrás con una sonrisa engreída en el rostro.
—Pensé que sería más difícil —se regocija separando los brazos al ponerse de pie.
Papá aún no le ha dicho que hemos terminado, así que me levanto cuando se da la vuelta y alzo la pierna buscando que el dorso de mi pie encuentre su costado. El golpe no es fuerte, pero la ubicación en el que es dado hace que el aire escape de sus pulmones y caiga de rodillas boqueando como un pez. Repito el movimiento una vez más, esta vez en su cabeza, para tenerlo inconsciente sobre el ring.
Ahora Luc es el ejemplo viviente de que la fuerza bruta no es suficiente.
Nunca le das la espalda a un amigo, mucho menos a un enemigo.
—Beatrice debe estar odiándome —suelto mientras me inclino y tomo mi agua.
—No. Le prometí ir a un coctel de una de sus amigas más tarde.
Alzo las cejas.
—Te hará usar un moño. Lo sabes, ¿no?
Afirma.
—Cada segundo habrá valido la pena. —Se levanta y se inclina sobre mí para presionar un beso sobre mi sudorosa frente—. Solo espero que nunca tengas que pelear fuera de este gimnasio. Vivo para evitar que estés en esa situación.
Moses sostiene a Luc. Fósil lleva mis cosas, a lo que asumo que estamos yéndonos a pesar de que mi rutina aún no ha terminado. Mi espalda duele, así que no protesto mientras nos marchamos. En el Cadillac, su mano en la mía mientras miro por la ventana, me giro hacia él.
—¿Papá?
—¿Sí?
—Sabes que haría todo por la familia, incluso casarme con Vicenzo, ¿verdad?
Deja de mirar su telefóno para enfocar sus ojos en mí y estrecharme los dedos.
—Eres una Cavalli, Arlette, claro que lo sé.
****
Aunque estoy segura de que su idea de hacer todo por la familia, en lo que a mí concierne, se limita a no llamar la atención y a llevar un matrimonio pleno con el hijo de su mejor amigo, empiezo a ejecutar mi plan a penas Beatrice y él se marchan con Flavio. Me invitan a acompañarlos, pero uso los moratones en mi espalda como excusa para quedarme y aprovechar el momento relativamente a solas para entrar a su oficina. Mi corazón, sin embargo, se detiene cuando Francesco me encuentra hurgando entre los documentos recientes de la computadora. Cierro las ventanas antes de enfrentarlo sintiendo mis mejillas calientes. Está recargando contra el umbral con los brazos cruzados sobre el pecho. Una de sus cejas está elevada. No tardo en encontrar una excusa perfecta.
—Lo siento. Agoté el límite de mi tarjeta de crédito y no quise decirle porque sería la segunda vez esta semana, así que... estoy robándole dinero.
—¿Fuiste de compras?
Afirmo.
—Sí. —Me levanto de la silla de papá—. ¿Estás de ánimos para una película?
La sospecha en su rostro se desvanece cuando enredo mis manos en su cuello.
—¿Una película?
Me alzo de puntillas para besar su mejilla.
Sé lo mucho que lo necesita.
—O varias —susurro antes de separarme y dirigirme escalera arriba hacia a mi habitación, a dónde me sigue.
****
Son alrededor de las ocho y media cuando Francesco se queda dormido a mi lado tras terminarse la botella de vino blanco que mantengo escondida en mi armario. Lo observo por unos minutos antes de levantarme. Además de vino, también consumió polvo de mis pastillas para dormir en cada copa. Usé tres de ella, lo que significa que no supondrá un problema hasta mañana en la tarde.
Escojo un conjunto de falda y suéter de terciopelo. Ambos son fucsia brillante, la primera sumamente apretada hasta mis rodillas y el segundo hasta mis muñecas, dejando una porción de piel de mi abdomen expuesta. Esta vez dejo los mechones de mi peluca sueltos sobre mis hombros y espalda, pero me tomo mi tiempo alisándolos antes de colocarlos sobre mi cabeza. Mi maquillaje es igual de cargado que el miércoles. Meto mis pies en un par de pantuflas antes de elegir mis zapatos, cuero trenzado con tacón, y meterlos en mi mochila junto a otra muda de ropa. Descuelgo uno de mis abrigos antes de salir al balcón tras asegurarme de que el pestillo de mi puerta está puesto. Francesco está aquí, así que nadie molestará.
****
Vicenzo es sorprendentemente puntual.
A las nueve y media estaciona frente al callejón desde dónde le envié mi ubicación. Su deportivo es digno de apreciar, pero el poco espacio en la parte de atrás me preocupa. Verónica es pequeña, seguro entrará, pero irá incómoda.
Sus cejas se alzan cuando me ve mientras se extiende para abrir mi puerta.
—Ni siquiera voy a preguntar.
—Si eso te hace sentir mejor.
Inclino la cabeza mientras conecto mi telefóno a la pantalla de su auto, desde dónde la computadora empieza a decirle hacia dónde ir. Lo evalúo mientras mueve sus brazos haciendo girar una y otra vez el volante. Está usando un suéter gris que se ciñe a sus músculos. También vaqueros ajustados. Su entrecejo permanece arrugado mientras conduce. Hay indicios de barba en sus mejillas que nunca había visto allí antes, pero que debo admitir que lucen bien en él.
—¿Por qué mierda no me dijiste que tu amiga vivía cerca de mi casa? No soy un puto chófer, Arlette —gruñe acelerando más—. Habría pasado por ella antes.
—No confío en la capacidad de tu pene para quedarse dentro de tus pantalones.
—Yo... —empieza, pero se calla cuando estaciona frente a la casa de Verónica y la vemos esperándonos sentada en la acera—. No tenías de qué preocuparte.
Me siento mal por darle la razón, pero no puedo evitar hacerlo. Ella luce como el contenedor de basura del que comía cuando la conocí. Tomo mi mochila antes de salir del auto de Vicenzo. Los ojos de Verónica se iluminan cuando me ve, pero se apagan cuando inclino la cabeza hacia su casa.
—Necesito usar el baño.
—Arlette, yo...
—Por favor —insisto.
No continúa con su negación. Toma mi mano antes de guiarme por el jardín hacia la puerta principal y luego, cuando estamos en el modesto interior, hacia el baño en el segundo piso. Sus paredes están forradas con la continuación del papel tapiz floral del resto de la casa. Es casi de dos metros cuadrados. El inodoro y el lavado parecen haber sido hechos para niños. Ni siquiera miro la ducha. Sus párpados se abren de par en par cuando extiendo la mano para envolver su muñeca, halándola.
—Toma —le tiendo un vestido gris ancho, pero corto, que suelo usar con medias.
Sus mejillas se sonrojan.
—No puedo aceptarlo. Ya has hecho mucho por mí.
Acaricio un mechón de su cabello con una sonrisa, ella es tan inocente y dulce, cuando lo toma antes de inclinarme para cambiar de zapatos. Las pantuflas solo eran para poder escaparme de casa y estar cómoda mientras esperaba a Vicenzo.
—Necesito que luzcas bien. Si verlo como un favor hacia mí hace que aceptes, hazlo. —Verifico en su pequeño espejo que todo esté bien con mi maquillaje antes de salir dejando mi mochila con un par de botas atrás—. Te espero en el auto.
En el camino de regreso me doy cuenta de que no estamos solas. Hay una mujer que me observa desde la cocina. No le devuelvo la sonrisa que me da. Sus facciones son parecidas a las de Verónica, por lo que asumo que es su madre. Ella permite que su padrastro la trate como la mierda, así que nunca tendrá mi respeto. Cuando salgo me apoyo en la puerta metálica en lugar de entrar al deportivo porque sé que Vicenzo empezará a quejarse sobre hacerlo esperar. Las comisuras de mis labios se curvan hacia arriba cuando la veo de nuevo.
—¿Mejor? —pregunta.
Afirmo.
—Mucho mejor.
Una vez se acomoda en la parte trasera, proceso que involucra que mis ojos rueden debido a la mirada de apreciación en el rostro de mi prometido, cierro la puerta y aclaro mi garganta para hacer un anuncio importante.
—Vicenzo... —lo llamo relamiéndome los labios, mi mano fuera de la ventana a pesar de la baja temperatura de la ciudad—. Hay otra parada que necesito que hagamos. —Antes de que pueda contestar, la voz de Siri le empieza a dar instrucciones—. Por cierto, ella es Verónica. —Le sonrío a mi amiga—. Él es Vicenzo. Mi prometido. Nos casaremos en un par de meses.
Sus manos aprietan aún más fuerte el volante.
Ella palidece.
—Arlette... —empieza él.
—Duplicaré mi pago —lo callo.
Sabiendo que le conviene aceptar, aprieta los dientes antes de girar el volante de nuevo, esta vez de vuelta a una de las calles de papá. No puedo evitar reír cuando Marianne sale de la heladería. Vicenzo toma mi mano con fuerza, forzándome a verlo cuando me bajo, pero niego hacia lo que tenga que decir y me subo a la acera con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
—Luces hermosa —le digo, a lo que sus mejillas se sonrojan.
Es tan adorable.
****
Localizo a Marcelo y a sus hombres a penas entramos en el club. La sección VIP es un piso al descubierto sobre nosotros, así que los reservados no se encuentran precisamente al descubierto. Estamos en terreno neutral, por lo que ninguno de nosotros posee poder aquí y tenemos que sobornar al encargado para que nos deje pasar sin boletos o reservación. Vicenzo, luego de veinte años de existencia sin sentido, por fin sirve de algo consiguiéndonos un box cerca de la tarima, pero tiene que dejar lo que sé que probablemente es una parte importante de su salario para ello. Lo habría hecho yo, pero papá visualiza constantemente mis movimientos bancarios para saber si necesito o no más dinero.
—¡Pensé que dijiste que sería una simple banda local! ¡Ellos ni siquiera son de Chicago, Arlette! —grita Verónica en mi oído mientras subimos las escaleras de metal para ocupar nuestro lugar, su expresión emocionada mientras salta para ir escalándolas de dos en dos—. ¡Me encanta Two Feet!
—¡Es una sorpresa para mí también! —respondo mirando a mi prometido, quién está ocupado alejándose de los pies torpes de Marianne y luciendo exasperado, lo que produce que ella, siguiendo la dirección de mi mirada, emita un sonido extraño que es como un aw.
No miento.
Me gustó una de sus canciones el miércoles. La añadí a mi lista de favoritos. Luego hice lo mismo con el resto de su álbum. Cuando Marcelo puso los boletos en mi mano estaba sumamente sorprendida. Por un momento pensé que probablemente se había metido en mi teléfono, lo cual encendió una alarma, pero me tranquilicé cuando hice una corta investigación y descubrí que este era el único concierto grande programado para esta semana. Cuando llegamos a la cima el rubio se sienta en una de las tumbonas, un servicio de whisky junto a él, mientras observa cómo Marianne y Verónica ríen al borde la baranda.
Ocupo asiento a su lado, mis piernas cruzadas, mientras le echo vistazos ocasionales al segundo piso. Cuando ninguna de ellas está viendo, me apoyo en él y tomo mi medicación. La bajo con un trago de la basura que está bebiendo y quema mi garganta en su descenso hacia mi estómago.
—¿Por qué ellas? —pregunta.
Miro hacia arriba.
—¿Por qué no? —Me levanto—. Tengo que ir al baño. Ya vuelvo.
Siendo un estorbo, me imita.
—Te acompañaré.
—No —gruño empujándolo de vuelta a su asiento, lo que enciende el fuego en sus ojos negros—. Solo serán quince minutos. No seas molesto. Nadie sabe que soy yo, así que no me pasará nada. —Me inclino sobre su oído. Su colonia es dulce. No es del todo varonil, sino la suave advertencia de una muerte agradable—. Ve por alguna de ellas si te aburres esperándome. No herirás mis sentimientos si lo haces, Vicenzo. Para eso tendría que importarme. —Lamo el lóbulo de su oreja antes de apartarme—. No te contengas por mí, esposo.
Su mandíbula se aprieta, pero no me persigue cuando bajo, su mirada enfocada en Marianne. Mi sonrisa se hace más ancha cuando se acerca a ella ofreciéndole una copa, quién la acepta con una risita tonta que lo hace retroceder.
Me odia, pero odia la inocencia aún más.
****
Entrar al baño de hombres no resulta tan complicado como salir de casa. Incluso logro llegar antes de que Marcelo lo haga. Fue interceptado por un par de personas en el camino a pesar de que sus ojos estuvieron fijos en la puerta con el símbolo masculino a lo largo de todo el trayecto hacia él, lo que me hizo ganar tiempo, pero debido a que vi cómo les señalaba el box a sus guardaespaldas sabía que no tenía mucho de él antes de que estos llegaran a mis acompañantes. La puerta se abre unos segundos después de que entré convenciendo al sujeto que salía de no armar un escándalo porque el baño femenino se encontraba atestado, pero espero a que esté frente al espejo, de espaldas a mí, para actuar.
Le quito el seguro a mi arma antes de salir del cubículo.
—Hola —saludo.
Marcelo retira sus manos del grifo antes de darse la vuelta. Ya que veo que su primer instinto es luchar para quitármela de las manos, su expresión divertida, hago añicos el cristal tras él presionando el gatillo sin pensarlo dos veces. Explota, pero nadie lo escucha por el concierto, lo cual significa que el Capo di tutti capi de la Cosa Nostra de Chicago podría morir en este momento y nadie se daría cuenta.
Sonrío.
Él deja de hacerlo cuando llega a la misma conclusión que yo, probablemente recordando todas las advertencias de no acercase que ignoró por ambición.
—Arlette... —comienza, pero lo corto presionando el metal contra su mandíbula.
Luce casi doméstico mientras inclina la cabeza hacia atrás al sentir el metal.
—Ni siquiera te molestes en continuar con tu patética mentira. Espero que esta sea la última vez que pienses que puedes utilizarme —suelto—. ¿Lo que te delató a parte de tu discurso barato sobre el empoderamiento femenino? —Niego con una sonrisa aún más ancha—. Un Cavalli nunca haría un mal negocio, Marcelo. Si tienes problemas con que lave el dinero de tu competencia, discútelo directamente con él o trágatelo a menos que desees morir. La única razón por la que no acudí a papá una vez confirmé que estabas usando lo que dije a tu favor fue porque cometí un terrible error al pensar que eras leal, algo que, después de saber que acudiste a mí a sus espaldas, no aprobaría. —Le coloco el seguro de nuevo a mi arma antes de apoyar mi pie en el lavado y amarrarla a mi muslo. Francesco casi me descubrió buscándola—. Lo mejor para los dos es callar.
—Estás equivocada si piensas que dejaré pasar esto por alto —gruñe tomando mi mano cuando me encuentro a punto de salir—. Tengo una reputación. Ahora debo matarte o como mínimo llamar a tu padre y hacer que te castigue. —Aprieta, lo que seguramente me dejará una marca, pero no siento el dolor—. Él enloquecerá solo por verte vestida así. Ni siquiera le importará cualquier cosa que haya hecho. Eres su obsesión. —Sus labios se curvan, lo que realza su desagradable cicatriz. Nunca había lucido tan ruin para mí—. Debería llamarlo justo ahora. Estoy seguro de que ni siquiera sabe que estás fuera de casa. Le entregará a Constantino los restos de su inmaduro hijo en una bolsa de basura, lo cual será un jodido favor para todos, cuando se entere de que te sacó a escondidas, pues de lo contrario el fósil estaría contigo, y te ayudó a atreverte a amenazar a un capo.
Por un momento considero el escenario en el que, en efecto, lo llama.
Papá aquí significaría que tanto él como Vicenzo morirían.
Sí.
—Deberías —susurro, pero ya que estoy completamente segura de que no lo involucrará, doy por finalizado nuestro encuentro deshaciéndome de su agarre y yéndome sin mirar atrás, pero con la certeza de haber hecho mi primer enemigo.
****
Marianne, la chica que se parece a mí que trabaja en la heladería de papá, me abraza efusivamente antes de entrar a su edificio después de que dejamos a Verónica en su casa. Estuvo tan feliz durante toda la noche que ni siquiera pasó por su mente preguntar por qué de repente la hija del jefe de su jefe mostró interés en ella. Por qué tuvo un pase gratis de un día a uno de los mejores salones de belleza de la ciudad dónde un estilista, con instrucciones especificas, dejó su cabello de la misma tonalidad que el mío y le brindó una muda de ropa para complementar su nuevo estilo con clase.
—¿Hiciste que luciera como tú o ya era así?
Dejo mi partida de ajedrez en línea a la mitad para responder.
—Ella aceptó.
Tal vez un sustancioso aumento la llevó a ello, pero aún así no la obligué.
—Ni siquiera voy a preguntar por qué. En realidad creo que esto es lo más común que alguna vez has hecho así involucre convertir a otra chica en ti —continúa cuando se orilla junto al callejón en el que me recogió, a lo que empiezo a cambiar—. ¿Entonces aquí terminamos?
Afirmo.
—Mañana haré que mi padre llame al tuyo para invitarlos a cenar. —Tomo la manija de la puerta—. ¿Algo más?
Niega.
—No. Eso es suficiente por ahora.
Me congelo cuando se inclina sobre mí, sus labios en mi mejilla.
—Felicidades. Hoy luciste casi normal.
Claro que sí.
—Jódete. No te habría llamado si tuviera otra...
—¿Por qué mierda hueles a pólvora? —gruñe, cortándome.
Ya que no es su problema, me despido con una última sonrisa, dejándolo con la intriga, antes de escabullirme al patio de mis vecinos para poder ir a casa.
Me duermo, las amo, no olviden comentar mucho si quieren dedicación y actualización pronto.
En el siguiente anuncio las dos ganadoras.
Love u
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro