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Capítulo 1:


Chicago, Estados Unidos.

Doce años después.

ARLETTE:

Mi viaje a la escuela es sorprendentemente aburrido esta mañana. Petrushka me levantó en el momento en el que abrió la puerta de mi habitación, como cada día, pero no hubo rastro de Flavio o Francesco durante el desayuno. La ausencia de ruido en la comida hace que me quede sin mi habitual dolor de cabeza de todas las mañanas. Supuse en ese momento que papá hizo un viaje de negocios de improvisto en el que todos se apuntaron sin tomarse la molestia de avisarme, puesto que Beatrice, mi madrastra, no estuvo molestándome con el largo de mi falda antes de salir.

No hubo nada bueno en la radio. La emisora que suelo escuchar cambió mis clásicos de jazz por música actual.

─Hasta más tarde, Fósil ─me despido.

Lo veo asentir antes de salir de la camioneta cuando llegamos al estacionamiento de la escuela. Adentro nada es relevante. Alumnos hablando entre ellos para ponerse al día con los rumores, alardeando de su fortuna o humillando a otros más débiles. La mayoría de las chicas detienen sus charlas para mirarme de reojo o a hurtadillas cuando paso junto a ellas. Los chicos tampoco se quedan atrás. Me recorren de pies a cabeza, probablemente imaginando cómo sería estar con alguien como yo, pero no me hago ilusiones pensando que gran parte de lo que piensan sobre mí va en esa dirección.

En lo absoluto es envidia, odio o resentimiento por parte de ellas.

Ni deseo o admiración por parte de ellos.

Es pena y asco ante el rumor, no, el hecho, de que mi madre esquizofrénica se suicidó cuando era tan solo una niña y casi me arrastra consigo. Fue una noticia que impactó en su época, la bonita esposa de uno de los hombres más ricos del país suicidándose no es un titular de todos los días, por lo que fue traspasada a la siguiente generación de la alta sociedad de Chicago sin falta. Además no ayuda que mi abuelo materno, su padre, se haya suicidado unos años antes. En lo que al resto de las personas ajenas a mi familia concierne, hay un historial de trastorno mental en mi familia del que no voy a escapar. También todos piensan eso porque nunca ha habido alguien lo suficientemente cerca como para desmentir el rumor.

Nadie lo suficientemente valiente.

─Perdón ─murmura una chica chocando contra mí.

Bajo la mirada. Es pequeña. Su ropa está sucia y gastada. Es del montón. Probablemente becada. Sus ojos son marrones achocolatados. Sus pupilas se dilatan cuando me ve. Separo los labios para decirle que no me ha molestado o desatado mi furia esquizofrénica, pero se abraza a sus libros y huye. La campana sonó hace un par de minutos, por lo que me digo que ese es el motivo de su prisa a pesar de que en el fondo sé que no es así. Hasta los freaks me temen. He salido recientemente de un cuadro viral con mucha fiebre, por lo que rápidamente su existencia desaparece de mi mente cuando junto mis labios y los siento resecos. Me dirijo al baño en lugar de imitarla para rehidratarlos con una barra de cacao. De todas maneras mi profesor de la primera hora siempre llega tarde.

─Hola ─saludo al trío de chicas aglomeradas frente al espejo solo para fastidiarlas.

La satisfacción de verlas estremecerse siempre me alegra el día. Son la triada de abejas reinas típicas de libros y series adolescentes. Las tres vienen de familias ricas de dinero viejo que probablemente sus padres no podrían volver a hacer, mucho menos ellas. Se parecen tanto que mis nauseas aumentan. Las tres son rubias. Bronceadas. Sin cerebro. Probablemente se meterían conmigo abiertamente, empujándome en la cafetería o anotándome en listas de fenómenos, si dos de ellas no tuvieran padres que han cerrado negocios con el mío. La otra, sin embargo, probablemente no tiene ni idea de quién demonios soy aparte de la leyenda de la madre esquizofrénica que se oye por los pasillos. Lo sé porque no la he visto fuera de las paredes de la escuela y es quién arroja mi estuche de belleza, esparciendo su contenido en el piso, cuando sus amigas la obligan a abandonar el baño.

─Rara ─escupe en mi dirección.

Las otras dos ríen de manera forzada, pero me miran por encima de sus hombros, ofreciéndome una disculpa, antes de desaparecer. Las acepto. Podría golpearlas. Podría agredirlas verbalmente. Podría matarlas. Pero ese no sería un comportamiento digno de la educación que papá se esforzó tanto en inculcarme. En cada acción debo tener presente la responsabilidad de revelar mi verdadero yo.

Mi arma y mi destrucción.

Sintiéndome ahogada, salgo del baño sin recoger lo que la rubia arrojó en el suelo. No soportaría hacerlo sin que una parte de mí se fracturase. Mando al diablo mi record de puntualidad y salgo al patio en lugar de ir a mi clase. Camino hasta uno de los bancos al final del camino de ladrillos y tomo asiento. Mi problema no es el bullying. Mi problema es no poder hacer nada. Estoy debajo de la sombra de un árbol y no hay nadie cerca, por lo que hurgo en mi bolso hasta encontrar lo que quiero. Destapo el envase dándole vueltas. Llevo a mi boca no una, sino dos pastillas, y las trago sin la necesidad de tomar agua.

Al poco tiempo todo a mi alrededor comienza a dar vueltas, por lo que me acuesto en el banco hasta que la sensación mejore. Cierro mis ojos porque la vista de las hojas y del cielo sobre mí me molesta. Es demasiado brillante. Prefiero la oscuridad. Justo cuando empiezo a relajarme un carraspeo hace que los vuelva a abrir para encontrarme con un rostro astuto y arrogante.

Lo que faltaba.

─Dame de lo que tomaste y no le diré nada a nadie.

Sonrío. Ni siquiera me tomo la molestia de levantarme a pesar de que estoy bastante segura de que ve mi ropa interior. Suelto una risita ahogada mientras ladeo la cabeza de un lado a otro. Al menos escogí una bonita. De encaje y transparencias. Nadie pensaría que la lencería de una esquizofrénica sería atractiva.

─Son prescritas. Di lo que te dé la gana.

Sus finos labios se juntan.

─¿Entonces sí es cierto?

─¿El qué?

─¿Tomas pastillas para la esquizofrenia?

Me alzo con los codos. No sé por qué, pero que esté siendo tan directo al hablar de ello hace que no me moleste. Al menos no es tan cobarde como los demás burlándose de mí a mis espaldas.

─Sí ─le respondo─. Tomo calmantes.

Ni siquiera tengo en mente sentarme hasta que su cuerpo se posiciona junto al mío, obligándome a hacerlo o de lo contrario acabaré en el césped. Me alejo lo suficiente para que su muslo no me toque. Él extiende su mano. Está llena de cayos y cicatrices. Lo miro directamente antes de darle lo que quiere. Normalmente no soy tan complaciente, pero que se calle me ahorra una visita con el director y una discusión con mi padre que prefiero omitir.

Me da una última mirada justo en el momento en el que dejo las pastillas sobre su palma. No le doy una, sino un puñado que sale cuando le doy golpecitos con el dedo al tubo. No me interesa. Tengo más en casa y un montón de prescripciones con las que puedo comprar más si me apetece. Puedo sobrevivir sin unas cinco o seis. Se levanta cuando termino. Sin asegurarse de que nadie lo está mirando, se lleva un par a la boca, guarda las demás en su bolsillo y camina hacia la entrada sin despedirse. Su tamaño debe tener peso en su resistencia, no soy capaz de tomar una sin sentirme débil, o puede que solo esté acostumbrado.

Escojo faltar a primera hora y me acuesto de nuevo en el banco sin darle demasiada importancia. Esta vez no tengo reparos en dejarme llevar imaginando lo que sería estar soplando copos de nieve en Moscú en este momento. En recordar la última vez que practiqué tiro al blanco con Francesco, que estuve sentada en alguna de las oficinas de papá o en casa jugando a las escondidas con Flavio. Estando en cualquier otro sitio en el que no tenga que ser otra persona para no llamar la atención.

*****

La escuela es interesante. Si solo tomo en cuenta a los profesores, ignorando a los otros cientos de estudiantes sin percepción de la vida, no es una experiencia molesta. Aún así lo realmente divertido y que vale la pena viene después de que la última campana suena. Fósil me recoge a las dos de la tarde en el mismo sitio en el que me dejó y me lleva a uno de los clubs de papá.

Es ahí donde la verdadera emoción comienza.

El club abre a las nueve, por lo que está vacío de clientes cuando entro. Las sillas y bancos de metal están sobre sus mesas o la barra. El piso de mármol, entre negro y ciruela, está recién encerado. No hay rastro del bartender o de las chicas que bailan y cantan sobre el escenario de cristal en el centro. En ocasiones me topo con uno de sus ensayos. Una de las paredes, la que está tras la barra y se comunica con la cocina, es un acuario lleno de mantarrayas, el animal favorito de Flavio. Ellas son el atractivo principal, pero a esta hora el único movimiento que se percibe es el de sus alas y el de mantenimiento preparándolo todo para otra noche de locura en uno de los mejores sitios de entretenimiento nocturno de lujo en Chicago.

─Estaré aquí ─murmura Fósil arrastrando una de las sillas desde la cima de la mesa sobre la que estaba hasta la puerta de la oficina principal, la cual debería ocupar el encargado.

Kenneth no se molesta si me ve aquí. Él sabe que es solo una imagen para ocultar el hecho de que estoy trabajando para La Organización. Está bien con ello siempre y cuando no descuenten dinero de su sueldo. Suele acercarse en las noches o un par de días en la tarde para no levantar sospechas, obligándome a escuchar historias de sus revolcones de la semana, pero por lo general se limita al manejo de los dramas del personal, la seguridad, la publicidad y eso manteniéndose lejos.

Kenneth hace lo aburrido.

No me gusta trabajar tras un escritorio. Eso será un problema en un futuro debido a que nunca he visto a papá trabajando en otro sitio que no sea detrás de uno. Arrojo los libros de contabilidad al suelo y deshago el moño que ha estado molestándome toda la mañana y parte de la tarde antes de sentarme sobre la alfombra. Gracioso, lo sé. Para esta época deberíamos tener todo digitalizado e incluso poder manejarlo desde casa, pero es tan simple eliminar lo escrito en un papel con gasolina y una cerilla que nadie se complica la vida sintiéndose viejo al respecto.

─Necesito chocolate para resolver esto ─murmuro para mí misma.

Me arrastro para abrir la puerta, llamar a Fósil y pedirlo. Él regresa sosteniendo una bandeja quince minutos después. Me bebo la mitad de la tetera realizando la primera ronda. Luego mi estómago se llena y no puedo más, pero cuento con la energía para seguir. Cuando termino con los libros y el registro de la facturas los devuelvo a la estantería cuya puerta de cristal cierro con llave. Reviso la hora en mi teléfono antes de salir. Son las nueve y media, otra prueba más de que Carlo Cavalli no se encuentra en la ciudad. De estar aquí ya me habría arrastrado de regreso a casa.

Trabajar en la oficina del club, vacío, es una cosa.

Estar en el club, lleno de clientes, es otra.

La atención que recibo en la escuela es muy diferente a la que proviene de los pares de ojos que intentan ver a través de mi ropa mientras recorro el sitio hasta la salida con Fósil pegado a mi espalda, su mano sobre la semiautomática en la cinturilla de sus pantalones en una clara advertencia. Mientras en la escuela privada a la que asisto soy temida y burlada debido a la ignorancia de la juventud que se topa conmigo, aquí soy... ¿deseada?

¿Codiciada?

¿Cuál es la palabra para el brillo en la mirada de los hombres que me observan? Algunos con símbolos de dólar en ellos, algunos con hambre y algunos con, ¿para qué limitarse a una sola cosa?, ambas. No sé cómo llamarlo, pero sea cuales sean sus intenciones cualquiera de ellos pagaría muy caro el tocarme. Papá los mataría y luego los reviviría para hacerse cargo de las consecuencias. El hecho de que sea su princesa y me ame por encima de todo no significa que no existan reglas. Aunque el mundo en torno a nosotros avance, mi pequeña realidad sigue siendo machista. Ese es el motivo por el que Flavio, mi hermano de diez años, será el que maneje el negocio una vez papá decida retirarse, no yo.

El por qué debo esconderme tras Kenneth.

El por qué no tengo permitido enamorarme de nadie.

─¿Me permites invitarte una copa? ─pregunta una voz ronca a mis espaldas antes de que alcancemos la salida.

Es bastante temprano aún. Todavía queda espacio para caminar, pero las mesas ya están llenas. Frunzo el ceño. Aún así es bastante pronto para que haya personas borrachas. Miro a Fósil, cuya frente también está arrugada debido a que esto nunca pasa, antes de desviar mi atención al sujeto que me habló. Mi mandíbula se siente floja cuando me doy cuenta, al instante en el que mis ojos se posan en él, de que me encuentro frente al mismísimo diablo.

El Capo di tutti capi de la Cosa Nostra de Chicago.

─Lo siento, no. No bebo ─le respondo con una ligera sonrisa, mi rostro sintiéndose caliente y mi garganta seca.

Él se da cuenta y suelta una suave risa que se desliza a lo largo de mi columna vertebral, haciéndome querer desaparecer. Es probablemente una década o más mayor que yo. Lo he visto discutir en la sala con papá temas relacionados al trabajo. Está casado, hay una brillante alianza en su dedo anular que simboliza su unión con la hija del jefe del crimen organizado de Nueva York, pero su sonrisa sigue siendo la de un depredador.

Debería, no, debo mantenerme alejada.

Como si se diera cuenta de todos los pensamientos que corren por mi cabeza, los cuales giran en torno al debate entre el deseo de querer salir corriendo y el deseo de ver la situación como un reto para demostrarme a mí misma que puedo valerme por mi propia cuenta, Marcelo sonríe y ajusta el tono de su voz a uno más suave. Más apto para niños porque, a fin de cuentas, eso sigo siendo. Es lo que papá dice cada día, ¿no? Como si el hecho de tener que cuidarme con más delicadeza y atención solo lo hiciera adorarme más, contagiando dicho deber a cada persona que me rodea. Petrushka. Francesco. Beatrice. Fósil. Incluso Flavio se ofrece algunas veces a acompañarme al baño cuando estamos cenando en algún sitio, lo cual enorgullece a todos menos a mí.

Mi pequeña niña frágil.

─¿Qué opinas de un helado? Tengo entendido que tu padre es propietario de la heladería que está cruzando la calle.

Miro a Fósil, quién niega con todos sus años de sabiduría, antes de asentir y permitir que abra la puerta trasera del bar para mí. Mientras lo hace luce extrañamente complacido consigo. Una vez fuera rodeamos el tanque en el que me muevo y vamos hacia la calle. Me abrazo a mí misma cuando el frío de la noche hace que los vellos de mi cuerpo se ericen. Es seguro aquí. Marcelo se encargó de hacer énfasis en el hecho de que mi padre es dueño de la heladería con un leve timbre de burla debido a que no solo es poseedor de ella, sino de todas las edificaciones de la avenida.

─¿Me esperas aquí? Sabes que no estaría bien si despreciara una invitación de uno de los socios de papá ─le digo a Fósil antes de entrar, quién ya está a medio camino de sacar su teléfono y acusarme cuando lo interrumpo.

─Señorita Arlette, no estoy seguro sobre esto ─susurra echándole una mirada de reojo a Marcelo, quién decidió esperar dentro una vez captó que necesitaba un momento a solas con Fósil.

Él es el más duro capo de mi ciudad, una prueba es la cantidad de guardaespaldas que nos han seguido desde el club para garantizar que su cabeza siga unida a su cuerpo. Por supuesto que sabe leer ese tipo de señales. Probablemente ni siquiera tiene ningún problema descifrando a su esposa, violando la ley natural que exige que los hombres nunca entiendan a las mujeres.

Arrugo la frente.

─Está bien, Fósil. Llama a mi padre y moléstalo con cualquier estupidez que se te venga a la mente. Luego él podrá ir tras de ti por haber permitido que se acercara a mí en primer lugar mientras devoro mi helado, recibo un pequeño regaño, cuando mucho un castigo que no me afectará en nada, y el señor Astori permanece intocable ─gruño abriendo la puerta por mí misma, golpeando mi nariz contra una sólida pared a penas doy un paso dentro.

No necesito alzar la mirada para saber que choqué contra Marcelo o ver la expresión de su rostro para saber que escuchó mi pequeño berrinche. Estoy fastidiada. Hoy todo el mundo se atraviesa en mi camino. Simplemente lo rodeo y entro en el local, acercándome directamente a la zona del despacho. Traigo a Flavio y a Francesco aquí con regularidad, también he venido con papá, por lo que me atienden al instante. Mi sonrisa se vuelve completamente genuina cuando tengo el cono de chocolate y chispas de colores en mis manos. Marcelo pide una copa de helado de mantecado y nos sentamos en una de las mesas junto a la ventana del frente, lo cual sería una decisión equivocada si solo contáramos con Fósil para cubrir nuestros traseros.

─Entonces... ─Le doy una pequeña lamida tímida a mi cono. El chocolate es el único sabor que me gusta─. ¿Me contarás por qué te acercaste a mí si sabes que va contra las reglas? Como no creo que tengas un interés retorcido, me tomaré la libertad de preguntar si tienes algún problema que resolver con mi padre. ─Mis labios se curvan en una sonrisa. Sé que es imposible que tenga problemas con él. Papá es más que leal y responsable. Si dijo que haría algo, lo hará, incluso si ese algo es tan difícil como lavar dinero producto del narcotráfico y solo Marcelo y Dios sabrán qué más, produciendo solo papá y Dios sabrán cuánto dinero más en el proceso. Y de haber un problema Marcelo no estaría aquí con nosotros, respirando─. ¿Moriré hoy?

Los ojos de Marcelo, verdes vibrante, se suavizan ligeramente.

─No, principessa. Solo quería conocerte de cerca.

─¿Por qué?

Se encoje de hombros, movimiento que resalta lo ridículo que se ve sentado en una mesa de heladería conmigo. Fuera de contexto.

─Conozco a tu padre. Sé cuánto te adora. Quería asegurarme de que estuviera al tanto de tu presencia en el club ─suelta justo en el momento en el que me asomo por la ventana y veo llegar un par de tanques que me resultan familiares. Logro reconocer un par de hombres que bajan de ellos. Suspiro. Por supuesto que no me prestaría atención de esa manera. Primero, estoy segura de que no es un pedófilo. No he oído ese tipo de cosas de él. Segundo, probablemente la hija del jefe de los jefes de la Cosa Nostra de Nueva York es una preciosura y, tercero, probablemente sus amantes son aún más hermosas que ella. Claramente no lo arriesgaría todo por una niña. Papá no es el hombre más sanguinario de La Organización, pero es por mucho uno de los más ricos y el dinero es una manifestación del poder─. Lo llamé antes de acercarme. Me pidió que te mantuviera un ojo encima mientras llegaban a buscarte. No se supone que estés hasta tan tarde en la calle. Sola. Con un solo hombre cubriéndote.

─¿Estás al tanto de que lo que acabas de hacer te hace un soplón? ─pregunto con voz plana.

El rostro de Marcelo se vuelve mortalmente serio.

─¿Lo estás tú de que personas han pagado con sangre el dirigirse a mí como lo has hecho?

No siento miedo. Una sombra tras él me dice que no es su intención intimidarme, que los dos seguimos poniéndome a prueba para ver hasta dónde puedo llegar sin huir. Que el hecho de que haya llamado a mi padre solo fue una excusa para acercarse a saciar su curiosidad y no perder sus pelotas en el proceso.

Lamo mi helado de nuevo.

─Lo siento, señor Astori. Cuidaré mi vocabulario.

─No es tu vocabulario lo que está mal ─gruñe, pero puedo presentir que intenta esconder una sonrisa.

─¿Mis modales? ─Niega─. ¿Qué es lo que te molesta?

Separa los labios para responder, pero es interrumpido por uno de los hombres de mi padre. Está tendiéndome el teléfono de Fósil. Hago una mueca antes de tomarlo, alejándolo un poco de mi oreja cuando un grito viene desde el otro lado.

─¿Qué te digo siempre sobre quedarte fuera hasta tarde?

─Dices que hay monstruos en la oscuridad, papá ─respondo dándole otra lamida a mi postre con lentitud, mis ojos enfocados en el par verde frente a mí.

Tentándolo.

Como si finalmente se diera cuenta de que cayó en mi pequeña laguna, Marcelo le pide a uno de sus hombres en la puerta de la heladería acercarse. Ellos intercambian palabras que no soy capaz de oír por mi conversación con papá, la cual continúa a pesar de que no estoy prestándole atención intentando descifrar lo que Marcelo le está diciendo.

─¡Arlette! ¡Responde, maldita sea!

─Lo siento ─me disculpo─. Solo se me hizo tarde con el manejo de los libros. Estaba todo hecho un desastre. Te pedí que me lo dejaras a mí, pero veo que alguien vino a suplantarme ayer. ¿No confías en mí? Sabes que soy capaz. ─No me preocupa en lo absoluto que Marcelo se entere de que mi presencia en el club era porque estaba manejando los libros. Si papá trabaja con él es porque es de confianza. Los mafiosos de la droga no tienen voz en el más alto y antiguo círculo de lavado de dinero de Chicago, así que no es alguien de quién me tenga que cuidar en ese aspecto─. Acepté salir a comer un helado con el señor Astori porque sé que son socios y rechazar su oferta sería maleducado, ¿no? ─le doy la misma razón que le di a Fósil sin estar realmente segura de por qué acepté venir con él─. Estamos en la zona segura de la ciudad, tu zona, así que no debería haber problema.

El señor Astori termina la conversación corta que ha mantenido con su hombre con un asentimiento. Inmediatamente él sale de la heladería y puedo verlo trotar a un Mercedes de vidrios oscuros estacionado al otro lado de la calle. No me gusta Marcelo. Es hermoso de una forma oscura, esculpido por la calle y sus horrores, pero no es mi perdición. Es mayor, también, aunque no niego que eso es lo único que logra emocionarme. El poder que emana de él. El conocimiento. La influencia. La capacidad de eliminar lo que le gusta y mantener lo que sí, puesto que nada debe ser indispensable para el Capo di tutti capi. Eso y el hecho de que mi mente sigue insistiendo en que cuidarme fue una excusa para acercarse, que realmente sus intenciones son otras, lo que lo convertiría en la primera persona en desafiar las reglas de La Organización por mí a parte de papá.

En mi mafioso favorito.

Tal vez todo sea una fantasía retorcida que ideó mi mente aburrida, pero aún así junto mis muslos por debajo de la mesa al percibir el interés en su expresión mientras se enfoca en el movimiento de mis labios mientras termino mi helado, preguntándome qué tan bien se sentiría ser dueña de dicho poder.

Seguramente demasiado bien.

─Arlette ─gruñó papá─. Préstame atención.

Puedo imaginar a Beatrice rodando los ojos a su lado, su mano frotando su vientre hinchado de seis meses de embarazo.

─Me duele que no confíes en mí.

Papá se toma un momento para responder susurrándole cosas a Beatrice. Intuyo lo que le está diciendo. Ella es blanco y negro. A veces me defiende de papá, cuando es irracional acerca del hecho de que soy mujer, pero a veces juega en mi contra: cuando es más que obvio para todos que estoy saliéndome con la mía utilizando su amor por mí a mi favor. Él no le presta atención a pesar de que no es estúpido y sabe que lo que dice es cierto. Yo tampoco le pongo atención. Beatrice es la otra en nuestra relación y todos lo saben, así que eso no me preocupa, el que pueda desplazarme de alguna forma, además de que ella tampoco es estúpida. Sabe quién es la verdadera luz en sus ojos. No soy lo suficientemente mala como para no compartirlo, sin embargo. Beatrice lo hace sonreír mínimamente. No es una zorra y creo que realmente se preocupa por mí. Me dio a mi hermanito, Flavio, y pronto me dará otro, por lo que aprecio su presencia en nuestras vidas.

─Lo siento. Tenía que enviar a alguien. Sigues en la escuela. Necesito asegurarme de que no metas la pata. Un error puede ser significativo. Lo haces bien, pero me preocupo. ─Hay una pausa en la que espera una respuesta de mi parte que no llega─. Sabes las razones por las cuales lo hago. No creo tener que repetírtelas.

Punto a favor de Beatrice.

Ella tiene razón. Dejarme salir solo hasta las siete de la noche es irracional, que es lo que estoy casi segura que le está diciendo ya que papá omitió mi regaño por eso. Tengo diecisiete. No soy un bebé. Sé lo que es bueno y lo que es malo y lo que es necesario. Conozco mis deberes y derechos como Cavalli de inicio a fin. Nunca lo arruinaría. No odio mi vida. Odio algunos aspectos de ella, como no poder elegir con quién casarme o no hacerlo en toda la vida, aunque lo que más odio de ello es haber sido comprometida con el más grande de los idiotas, el machismo, la retención y no ser la siguiente en la línea para manejar los negocios de papá, pero todo lo demás es relativamente interesante. Tal vez de ser normal me habría suicidado.

─Lo entiendo, papi.

─Bien. ─Suena cansado─. Dale las gracias a Marcelo de mi parte por cuidar de ti. Revisaré los libros personalmente cuando esté en casa para ver si lo que dices del trabajo de Felipe es cierto, lo que será así porque mi dulce niña no se equivoca, ¿o sí? ─Niego a pesar de que no puede verme─. Volveré mañana. Tuvimos que venir a L.A para cerrar la compra de una empresa. Beatrice quiso acompañarme y traer a Flavio. Francesco se sumó porque dijo que no tenía nada importante en la universidad estos días. Lamento no haberte avisado, aunque le dije a Petrushka que te dijera.

Petrushka solo puede oír si le hablas directamente al oído. Ruedo los ojos, tomando nota mental de decirle que empiece a dejar notas en lugar de molestar a una anciana de setenta años.

─Está bien. Te quiero. Nos vemos mañana.

─Te quiero también, princesa. Enciende tu teléfono. Descansa.

Una vez le entrego el teléfono de Fósil al hombre que vino a dármelo, me concentro plenamente en Marcelo y en terminar mi helado. Deslizo mi mirada hacia abajo, pasando por su amplio pecho, para descubrir que ya ha acabado con el suyo. Levanto la mano para atraer la atención de una de las meseras. Es nueva. Bastante bonita. Su cabello castaño, tres o más tonalidades más oscuro que el mío, se balancea a la altura de sus caderas mientras se dirige a nosotros con las mejillas sonrojadas. Debe tener mi edad o menos. Mi atención está completamente puesta sobre Marcelo al momento en el que se inclina para recoger su copa. Huele a rosas y shampoo de bebé.

Él ni siquiera reconoce su existencia.

Eso disminuye la posibilidad de que sea un pedófilo.

O tal vez es muy bueno fingiendo.

─¿Puedes traernos un brownie de chocolate blanco con dos cucharas, por favor? ─Le sonrío─. Mi amigo nunca lo ha probado.

La chica baja la mirada al sitio en su brazo que estoy tocando con mi mano. No tengo ni idea de si Marcelo lo ha probado o no, pero pareció algo divertido por decir. Sus mejillas se tornan aún más carmesí mientras asiente y se deshace de mi agarre para ir a toda prisa a su lugar tras la barra. Continúo con mi helado mientras Marcelo me observa con una ceja arqueada.

─¿Cuántas meriendas te has saltado estos días?

Su referencia a mi edad no me molesta. No lo hace en lo absoluto debido a que soy consciente de la manera en la que se tensa cuando decido que quiero jugar el mismo juego.

─Perdí mi tarro de galletas hace unos días.

Marcelo sonríe. Veo en sus ojos el deseo de seguir con el intercambio de bromas, pero la reaparición de la mesera interrumpa nuestro juego de roles en el que aún soy una niña y él un buen samaritano, no alguien que probablemente tiene un congelador industrial en su casa para coleccionar cadáveres, que se ofreció voluntariamente a cuidarme.

─Espero que lo disfruten ─tartamudea antes de partir.

Marcelo toma una de las cucharas sin esperar mi invitación, sumergiéndola en el espeso postre recién salido del horno. El brownie de chocolate blanco es la especialidad de la casa. Normalmente viene acompañado de helado, pero eso en mi opinión le resta puntos. Alguien debió decirle a quién lo preparó que se trataba de mí, puesto que el helado no está. Es normalmente obligatorio a pesar de que los clientes que frecuentan el lugar no están acostumbrados a las exigencias de otra persona.

Todos los negocios de papá son de primera categoría. Ese es el motivo por el que su espacio en la ciudad es más pequeño, pero lujoso. Las personas invierten dinero en él con los ojos cerrados, aunque sus establecimientos no reciben las mismas entradas de dinero ilegal que otros negocios de consumo de La Organización. Todo sobre Carlo Cavalli es elegancia e inteligencia. Su fuente de poder viene verdaderamente de sus empresas en el extranjero y su capacidad para invertir y ganar tres veces lo que invirtió.

─Es delicioso ─dice sin poder esconder su apreciación.

Suelto una risita antes de terminar con mi helado y unírmele.

─Lo sé. Te abrí los ojos.

─Como no tienes ni idea, principessa. Ahora tendré que agregar una dotación de por vida de estos a los contratos que haga con Carlo ─suelta tras tragar otra porción que casi acaba con su parte del brownie. Probablemente iré a cenar con Fósil a algún sitio antes de ir a casa, por lo que le dejo lo que queda tras un par de cucharadas─. Tengo una pregunta para ti antes de que cada quién continúe con su vida como si este intercambio nunca hubiera sucedido.

Sonrío con una pequeña inclinación de cabeza.

─Adelante.

Marcelo arremanga su camisa, puesto que se quitó el chaleco y lo tendió en la parte de atrás de su asiento, antes de inclinarse hacia mí con los codos apoyados en la mesa. La cercanía de su rostro me permite ver lo perfectos que son sus dientes. La leve torcedura de su nariz. Las pecas que recorren su mejilla hasta unirse con una cicatriz que bordea su barbilla, sutilmente, hasta acabar a la altura de las comisuras de sus finos labios.

Es el diablo y, como tal, tiene rostro de demonio.

─¿Por qué la hija de Carlo Cavalli estaría sola en un bar, sin protección, a las diez de la noche?

Arrugo la nariz.

─Eran las nueve y media.

─Responde.

Alzo el mentón ante su tono, dejando los juegos.

─¿Quién dijo que estoy desprotegida?

─Ahora no, pero cuando te encontré estabas solamente con ese fósil al que llamas guardaespaldas. ─Me echo a reír sin poder evitarlo, lo que parece molestarlo ya que seguramente no sabe que Fósil es su nombre─. ¿Estoy siendo gracioso? ─Afirmo, lo cual solo lo irrita más─. Ah, bien, maledizione, no tenía idea de que tu seguridad fuese un chiste.

─No lo es ─susurro señalando las dos camionetas fuera─. Pero es muy gracioso, señor Astori. Lo siento. No he podido contenerme.

Marcelo rechina los dientes.

─Deja de disculparte ─gruñe─. Oírte decir lo siento solo me da más ganas de... ─Sus manos se aprietan en puños tan tensos que creo que la circulación no está llegando a la punta de sus dedos. Sonrió presintiendo que casi rompo su autocontrol─. Olvida esa pregunta. Olvídalo. Mejor dime por qué mierda estabas en un bar. Siento curiosidad no solo del hecho de que estuvieras ahí cuando tengo entendido de que las reglas de La Organización señalan estrictamente que sus mujeres deben permanecer en una incubadora hasta casarse, sino también cómo los burlaste.

─¿No dedujiste nada de la conversación que mantuve con mi padre? ─le pregunto, ante lo que niega, sin sentir ningún tipo de miedo de hablar con él al respecto. Si alguna parte de nuestra conversación se filtra no será tomada en serio por nadie aún si lo ven con sus propios ojos. Carlo Cavalli nunca dejaría a una adolescente trastornada hacer su trabajo─. Estoy manejando los libros. Papá me permite ir cada día a trabajar en ellos. Quiero aprender a conducir el negocio. Mis calificaciones van bien. Él me ayuda a mantenerlo en secreto. Generalmente me voy antes de que abra, pero hoy se me hizo tarde porque el contador que envió ayer porque estaba enferma es un asco. Salía cuando te atravesaste en mi camino.

Marcelo ladea la cabeza.

─¿Hiciste de Carlo, el hombre más razonable que conozco, tu cómplice? ─pregunta con tacto, sus palabras electas cuidadosamente para no sobrepasar la línea entre la camarería y la falta de respeto.

─Mi padre está de acuerdo con el hecho de que no soy solo material de esposa trofeo. Él nunca me ha hecho sentir avergonzada de mi inteligencia. ─Tampoco de mi poder de leer a las personas. A eso se refería cuando le hablé de Felipe y dijo que su dulce niña nunca se equivocaba, a eso más que al hecho de que los números y su orden eran un asco lleno de tachaduras y manchas de café. Ahora están bien organizados sobre marcas de borrador, pero tomé fotos de su mal trabajo─. Quiere más para mí que una vida que gira en torno a complacer a un hombre de La Organización.

Marcelo afirma, como si eso tuviera sentido, antes de inclinarse más, permitiéndome no solo verlo de cerca, sino olerlo. Huele a metal, probablemente estuvo trabajando antes de acercarse al club, y a Invictus, el perfume de Paco Rabanne. Lo sé porque llevo su versión femenina, Olympea, y casi convenzo a Flavio de abandonar su colonia de bebé por ella.

─Vicenzo Ambrosetti es tu prometido, ¿no?

─Lo es ─consigo decir sin revelar ningún sentimiento al respecto.

─He oído cosas sobre él ─empieza─. No es un mal hombre, pero sus acciones gritan que todavía es un niño. Me tomaré la libertad y el riesgo de decir que aún con tu crianza mimada eres más madura que él al interesarte en el manejo del negocio. Más cuando ambos sabemos que nunca se te tendrá permitido participar.

Auch.

Como si necesitara defenderme de ese argumento, de que cree que eso me detendrá, alzo el mentón y me levanto abruptamente de la mesa. Mi movimiento hace que Fósil, al otro lado de la puerta, se ponga en alerta y la propia seguridad de la heladería, que no son más que dos chicos con una camiseta negra con la palabra seguridad en amarillo en ellas y un aparato de descargas eléctricas, se tensen. Este no es un tema de conversación que desee mantener con él.

─No me conoces, así que no opines. Si lo hicieras sabrías que eso no representará un obstáculo para mí. ─Mis labios son una sonrisa cruel que aprendí de Carlo Cavalli al momento de informarle a los viejos dueños mayoritarios que sus empresas han quebrado y que la liquidación que él recibirá será el doble de lo que invirtió, veinte veces lo que ellos tendrán en caso de que obtengan algo en lo absoluto─. El hecho de que Vicenzo se divierta de vez en cuando no significa que no será un buen sucesor de su padre. ─Mi voz se hace más baja mientras me inclino para depositar tres billetes de cien en la superficie de madera─. Tampoco quiere decir que seré lo suficientemente estúpida como para permitir que arruine nuestro legado. ─Me enderezo, mi voz regresando a la normalidad─. Adiós, señor Astori. Lo veré por ahí. Espero que deje sus andanzas de soplón y que esta conversación quede entre nosotros. Me sentiría realmente dolida si algo sobre ella llega a mis oídos.

Me despido con un movimiento lento y sucesivo de dedos. Marcelo se levanta de la mesa también, su expresión en blanco, pero su voz molesta mientras toma su abrigo y murmura una excusa en italiano para seguirme. Excusas. Está tan lleno de ellas. Los hombres odian ser contradichos, incluso papá lo odia, pero odian aún más ser ridiculizados. Me deslizo suavemente por la puerta de vidrio de la entrada, la cual sostiene Fósil para mí con una ligera sonrisa tirando de sus labios. Estoy segura de que fue papá quién lo llamó debido a Marcelo, no él. Su lealtad ha estado en mí desde que mamá murió. Fósil proviene de mi linaje ruso. No italiano. Era trabajador de mi abuelo materno, Mark Vólkov, antes de que este iniciara la maldición de los Vólkov pegándose un tiro en la sien delante de cientos de personas en un evento de caridad, su esposa e hijo asesinados en su habitación de hotel.

Estoy subiendo al asiento copiloto de uno de los tanques estacionados en la entrada, creyendo que nuestros caminos ya han sido separados, cuando escucho su voz y me doy cuenta de que ha empujado al hombre de papá, uno cuyo nombre conozco, Luc, para ser quién cierre mi puerta. Muerdo mi mejilla. Definitivamente Marcelo se ha convertido en mi mafioso favorito.

Solo espero que romper las reglas no se le haga una costumbre.

O sí.

─Adiós, Arlette ─susurra antes de cerrarla, no, lanzarla con un fuerte golpe que me dice más que mil mentiras sucesivas.

Una vez Fósil ocupa el asiento delantero, mandando al chófer a recogerel Cadillac en el que vinimos, una copia de los otros dos, desvío mi atenciónde la espalda de Marcelo mientras entra en el Mercedes y la enfoco en el caminoque recorremos hacia la segunda zona de la ciudad más segura para mí, peroprecisamente no la más bonita, dónde está el mejor restaurante de comidaitaliana de la ciudad.


No olviden comentar y votar.

La actu de esta novela será de acuerdo a eso <3 

Las amo.   

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