Capítulo 4: TAC TAC TAC
Al ver su rostro, desfigurado y marchito, los amargos recuerdos de aquel día, asaltaron sin tregua los pensamientos de Silvia.
Los gritos ahogados de decenas de niños aún martilleaban en su cabeza. La imagen de las llamas devorando las figuras de papel que adornaban el escenario, había permanecido almacenada en las retinas de Silvia durante todos esos años.
Recordaba cada uno de los pasos que dio encima del escenario en busca de algún niño que hubiese podido quedar atrapado entre el fuego. Cerró los ojos al recordar la asfixia que aprisionó su garganta, obligándole a dirigirse a la salida del teatro, junto con el resto de asistentes a la función.
Sin embargo, todos giraron cuando oyeron los gritos de agonía del pequeño Sergio. Una de las vigas de madera que componían el techo de la parte más alta del teatro se desprendió sobre sus hombros. El brazo de Sergio, enfundado en un colorido disfraz de rombos, se alzó de entre los listones de madera que le aplastaban.
Fue el sonido de un estallido derribando lo poco que quedaba del escenario, lo último que Silvia recordaba de lo sucedido.
...
-Ha llegado el momento -dije en un susurro que dejé escapar de entre mis férreos dientes.
Ante la horrorizada mirada de Silvia, comprobé que la soga que apresaba sus muñecas y sus tobillos, se mantuviese firmemente amarrada al torno al que estaba adherida la tabla de madera en la que se encontraba postrada.
Me limpié, con la manga del disfraz, el sudor que los nervios habían producido sobre mis palmas; y después, aproximé mi rostro descubierto a escasos centímetros del de mi invitada, regocijándome en cada una de las lágrimas que emanaban descontroladas de sus ojos.
-Esto le va a doler un poco, profesora. -Le despojé de la venda, que hacía apenas unas horas, había alojado sobre sus labios-. Hace algunos años, usted me enseñó lo malas que son las mentiras. Así que, -coloqué ambas manos sobre la manivela que accionaba el torno del potro de tortura-, esto le va a doler mucho.
Empujé con brusquedad la manivela, haciendo que la tabla de madera sobre la que Silvia estaba tumbada, se deslizase con lentitud y emitiese un delicioso chirrido.
TAC. TAC. TAC.
-¡Sergio! ¡Para, por favor! -Escuchar mi nombre salir de sus labios solo aumentó la ira que hacía, exactamente, diez años, se había instalado en mis entrañas.
Volví a presionar la manivela, escuchando entonces el chasquido que las extremidades de Silvia produjeron al dislocarse.
TAC. TAC. TAC.
Sus chillidos se entremezclaban con los crujidos de sus huesos.
TAC. TAC. TAC.
-¡Sé que fue horrible lo que te ocurrió! -bramó Silvia. Hice girar la manivela entre mis manos con rabia.
TAC. TAC. TAC.
-¡Esto no va a cambiar nada! -vociferó.
Me detuve, al tiempo de ver el rostro desencajado de Silvia retorciéndose de dolor.
-Profesora. Esto, tan solo acaba de comenzar.
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