Tregua y Alianza
Me sentía atrapada y la ropa me comenzaba a asfixiar.
«Debe ingerir dosis pequeñas, Señorita Arlene. No queremos que el fuego intenso de su centro íntimo se encienda cerca del Guerrero». La voz de Sarah vino nuevamente a mi mente.
—Mierda… —murmuré entre dientes. Luzequiel me tenía aprisionada contra su cuerpo y la fría pared. Me estremecí al sentir las gélidas cadenas enredarse a mi cuerpo, al igual que una serpiente atrapa a su presa.
—¿Quién tiene las dagas y quién las cadenas, Princesa? —inquirió en un modo irónico. Sentí su mano caliente deslizarse por entre las telas de mi vestido de dormir, un tirón en mi muslo y una de mis dagas apareció contra mi cintura.
—¡Mierda, suéltame! —le exigí entre dientes.
—Lo siento, no puedo hacerlo. —susurró e inmediatamente su cálido aliento llegó sobre mi oreja. Me removí furiosa cuando sin delicadeza, con su mano libre, presionó mi cadera. Otra daga que se iba al suelo.
—¡Suéltame! —repetí y él se agachó para quedar nuevamente a mi altura y volver a susurrar en mi oído.
—Sabía que eras fácil de desarmar… —eso me había enfurecido, no soy fácil de desarmar, Oriel podría decírselo, sin embargo, los entrenamientos que mi hermano me había obligado a tomar, no tenían efecto contra el Guerrero —… Me decepcionas, creí que pondrías un poco más de resistencia. —al finalizar sus palabras, tiré con fuerza mi cabeza hacia atrás y le proporcioné un golpe directo en la nariz.
Me dolía más a mí que a él, de eso estaba segura. Quise zafarme de su agarre, aún así, antes de que pudiera dar un paso lejos de él, me pegó aún más a la pared. Estaba muy enojado, podía sentirlo. Lo oí gruñir antes de alejarme de la pared y pegar su cuerpo a mi espalda. Mi corazón se disparó al instante que una de sus manos se deslizó por mi escote, mi respiración se entrecortó y mis ojos se cerraron por puro instinto, puro placer... ¿Por qué estaba disfrutando eso? Era ilógico. Luzequiel hundió su rostro en mi cuello sin pudor alguno y un calor intenso se instaló en mi centro íntimo, tal cual Sarah me había advertido. Su nariz rozó mi oreja y los finos vellos de mis brazos se pusieron de punta.
—Las hojas de Erectus no son para cualquiera, niña. —susurró y abrí los ojos de repente al momento que quitó la última de mis armas de mi escote, para hacerla aparecer contra mi garganta.
«Maldito idiota». Fue lo primero que se me vino a la mente. Estaba furiosa pero por sobretodo avergonzada. Sin embargo, debía tratar de conseguir el antídoto para Alexander. Recordé la charla con Oriel y aclaré la garganta para poder hablar:
—¿Qué es lo que quieres por el antídoto? —inquirí, oyendo la cólera de mi propia voz. Mi nuca aún seguía descansando en su pecho, podía sentir el calor de su sangre manchar mi vestido.
—Tienes algo importante para decirme. —afirmó y aflojó el agarre de las cadenas, haciendo que caigan al suelo; el estrépito sonido resonó por toda la celda. No me moví, ni opuse resistencia.
—Habrá un levantamiento. —confesé y oí gruñir a su lobo.
—¿Un levantamiento? —Luzequiel quitó de inmediato la daga de mi garganta, volteé lentamente para quedar frente a él y mi vista se topó nuevamente con las profundas heridas de su torso.
Tragué grueso antes de levantar la barbilla para fijar mis ojos en los suyos, éstos hicieron un examen visual por todo su rostro: sus labios aún seguían teniendo esa sustancia carmesí, debido a la mordida que le había proporcionado a Lorent, aún seguía allí aquella máscara de tierra mezclada con sangre, era aterrador para cualquiera pero, por alguna extraña razón, a mí no me impresionaba. Luzequiel me observaba con el entrecejo fruncido.
—Un levantamiento —repetí —. El Sur quiere ser liberado y Merle deberá caer para que eso suceda —el Guerrero soltó un bufido de risa ante lo dicho.
—Mi gente estará a salvo en las Aldeas. —dijo simplemente y yo negué con la cabeza.
—Tu gente no estará a salvo. Si los vampiros toman el control de los Cinco Reinos, los tuyos necesitarán más que un bosque para esconderse o frontera para pararles el paso. No será suficiente y lo sabes. Si me das el antídoto estoy dispuesta a darte información, seremos aliados.
Luzequiel negó con la cabeza y frunció el ceño, estaba segura de que no creía en mi palabra, sin embargo, hablaba en serio, muy en serio.
—Tienes pinta de bufón pero no creía que eras tan divertida. —coloqué mis ojos en blanco y crucé mis brazos a la altura de mi pecho. El Guerrero me observó por unos segundos y volvió a hablar: —Sí, estas hablando en serio… agradezco tu cordial ofrecimiento, aún así, tus servicios no son requeridos. Nosotros no los necesitamos. Podemos contra los vampiros, nunca fueron un problema.
—Los pura sangre sin embargo…
—No tendrán oportunidad —me cortó de inmediato —. Ni siquiera la tuvieron en la Guerra de las Diez Noches. No volverá a ocurrir.
—¿Por qué estás tan seguro?
—Mi padre me contó las historias. Yo era apenas un cachorro cuando el Sur se levantó contra los cinco reinos. Dos príncipes llevaron su lucha del trono rojo contra los Reinos Cercanos. Pues no todos estaban de acuerdo. Dos bandos se formaron y todo estalló. Un solo hijo debía ascender al trono luego del fallecimiento de Cassian segundo, el Rey Vampiro.
—Eso es fácil —dije simplemente —. Solo debían colocar al primogénito en el trono y todo se habría arreglado.
—¿Qué haces cuando nacieron los dos el mismo día?
—Gemelos… —murmuré y Luzequiel asintió.
—Como sea, mientras el Rey Vampiro aún seguía en su trono, los príncipes lideraron la batalla, hermano contra hermano, reinos contra reinos. Pero ganamos, es lo que importa.
—¿Qué sucedió con los príncipes?
—Simplemente huyeron hacia las montañas nevadas donde sólo los de su especie pueden soportar las bajas temperaturas.
—¿Huyeron? —arrugué las cejas.
—La tregua llegó con el nacimiento de una niña.
—¿Una niña? —inquirí en un susurro, no recuerdo haber oído de una niña en las historias de padre.
—La niña de la profecía.
—Creí que la tregua llegó con la alianza de los elfos con nuestro Reino.
Una sonrisa llena de burla se formó en los labios del Guerrero.
—El Reino Merle siempre se adjudicó las victorias.
—No te burles, al parecer nos contaron historias diferentes… los libros dicen otras cosas.
—Los libros de historia los escriben los Literatos de Merle, ¿Qué crees que ellos quieren contar?
—Pues… —
—Lo que les convenga —me cortó de inmediato —. Te criaron con simples historias falsas.
—¡Eso no es cierto!
—¿Cómo estás tan segura?
—¿Cómo estás tú tan seguro de que nada pasará?
—Porque así será, niña. Deja de meter ideas en tu cabeza de conspiraciones que nunca pasarán.
—Mi padre quiere abrir La Grieta —confesé simplemente, si quería el antídoto debía darle toda la información. El Guerrero arrugó las cejas, dio un paso hacia atrás y llevó ambas manos a su cabeza para luego acercarse de manera desesperada hacia a mí —. Dame el antídoto y seré tu informante. Solo tienes que dármelo —Luzequiel sujetó mis brazos, exasperado y como si se hubiera dado cuenta de la fuerza que estaba ejerciendo en su agarre, aflojó los dedos de inmediato. Oímos a los guardias acercarse.
—Si tú me traicionas, traeré los cinco infiernos a tus pies. Estás advertida. —susurró y apretó nuevamente mis brazos.
—Si tú me traicionas, tu cabeza estará en el mural de trofeos, junto a las bestias de caza. —repliqué, y mi voz imitó su tono de secreto. Mis brazos ya casi no aguantaban el agarre antinatural, pero no me moví. La comisura de su labio se elevó para formar una media sonrisa divertida.
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