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Sigilo

«¿No podía este día ponerse peor?». Elevé mi vista para encontrarme con unos ojos llenos de diversión.

—¿El Carroñero te comió la lengua? —ironizó —. ¿Por qué no contestas? —bufó.

—¡Agh! Ya haz silencio, ¿qué haces tú aquí? —pregunté de muy mala gana.

—Estás muy lejos de casa, Princesa. Estás en mi territorio, yo debería preguntarte que haces aquí. Es extraño, además, ¿por qué llevas esa vestimenta?

—Ya he dicho... —

—Como sea, no me interesa. Tienes que irte de aquí.

Bufé ante lo dicho, me levanté del suelo, furiosa y comencé a caminar hacia él. Sus ojos oscuros penetraron los míos haciéndome estremecer, por una milésima de segundos pude ver sus ojos tornarse dorados. Era hipnótico. Giré mi cabeza violentamente cuando oí mi nombre.

—Arlene —gruñó Oriel mientras se sostenía de la corteza de un arbol para no caer al suelo —, Aléjate de él —exigió —¡Atrás bestia! —dijo, amenazando al Guerrero con su espada. Aquel hombre caminó lentamente hacia Oriel, posicionando la espada a la altura de su pecho.

—No tienes las agallas —el Guerrero sonreía divertido —. No deberías olvidar que estás en mis tierras, con un solo llamado proveniente de mí, serán instantáneamente rodeados y, supongo que... —hizo una pausa para voltear a verme y siguió hablando —. Quieres que la princesa llegue a salvo al castillo. —volvió a sonreír.

—No me subestimes. —contraatacó Oriel.

—Oriel... —caminé hacia ellos —. Ya basta, dejen de jugar —ninguno de los dos desvió la vista del otro. Me acerqué a la espada de mi hermano, los observé a ambos y corrí sigilosamente la espada hacia un lado, quitándola del pecho del Guerrero.

—Deberías hacer bien tu trabajo —soltó el Guerrero —Creí que ustedes eran los encargados de mantener esas bestias dentro de la Zona Muerta.

—Lo somos, y nuestro trabajo es eficiente. Jamás los atacaron o ¿me equivoco?

—No lo hacen lo suficientemente bien, por lo visto. Si atacan a mi gente por su culpa iré por cada uno de ustedes y los destruiré.

-¡¿Te atreves a amenazarme?! —inquirió Oriel, furioso —Yo mismo los destruiré si se atreven a asomar las narices en nuestro Reino.

—Bien, nadie va a destruir a nadie aquí y hablaremos con nuestro padre sobre esto —exclamé, tratando de calmar la situación.

—¡Oh claro, Arlene! —mi hermano rodó los ojos —Iremos y le diremos a padre que salimos sin permiso y nos encontramos con un Carroñero.

—No debes mencionarme —levante mis hombros —Tú puedes salir, no debes decirle que yo también estuve aquí. Además te llevarás el crédito —mi sonrisa se ensanchó ante lo dicho.

—¿Y como ocultarlas esa herida de tu frente? —respondió Oriel señalando el raspón en mi rostro —¿Les dirás que te caíste en el jardín? —ironizó.

El Guerrero resopló y se echó a reír.

—¿De verdad crees que éste puede matar solo a un carroñero? Vamos, Princesa.

—¡Tú te callas! —le ordené entretanto lo señalaba.

—Tú mejor te callas y ya deberían irse de aquí —dijo con demasiada frialdad, dio un paso adelante mientras fijaba sus ojos intimidantes en los míos, por propio instinto di un paso hacia atrás, pero no quería verme débil ante él así que solo hice fuerza para quedarme donde estaba mientras el avanzaba hacia a mi.

—Averiguaré que sucedió aquí —dijo mi hermano mientras sostenía la herida que había en su brazo.

—Oriel, estás sangrando —me posicioné a su lado, corté mi camiseta negra para rodearla en su brazo —, Esto parará el sangrado —luego de colocar el torniquete en el brazo de mi hermano me acerqué al Guerrero, el cual no dejaba de observar cada movimiento que yo daba —. Averiguaremos que sucedió aquí, no volverá a ocurrir.

5Lo que no tiene que volver a ocurrir son ustedes —apretó su mandíbula mientras observaba mi arco —Si los descubro cazando en nuestras tierras yo mismo les daré de comer a las bestias esa cabecita roja tuya.

Tragué grueso y él dejó salir una risa, parecía divertirle asustar de esa manera a la gente.

—No ocurrirá de nuevo y mi cabeza se quedará en donde está. —solté mientras tomaba a mi hermano por el brazo para marcharnos de allí.

—Por ahora... —replicó el Guerrero, refiriéndose a lo último que dije.

—Él no hará nada, hermana. Deja que siga hablando, es lo único para lo que sirve, solo sabe discutir. No podemos tener una conversación civilizada con este tipo de gente —Oriel sonrió de lado sabiendo que estaba provocando al Guerrero.

—Ya basta, Oriel, debemos irnos.

—Nos estaremos viendo, Princesa.

—En tus sueños. —refuté.

—Sigue creyendo eso. —contraatacó y sonrió de lado. Yo rodé los ojos ante lo dicho y le di la espalda para emprender camino hacia el castillo.

Elevé mi vista para ver el cielo—o lo que se veía de él—los árboles apenas dejaban ver el color rosado que iba tomando el atardecer. Solté un leve suspiro y no pude dejar atrás aquella bestia, ¿cómo pudo salir de la Zona Muerta? Era imposible... ¿o no?

Pasamos la Zona Muerta y pocos minutos después nos encontrábamos frente al muro del castillo. Alexander se encargó de desactivar el campo de energía y nos hizo pasar. Cuando volví a poner un pie nuevamente en el castillo me volví a sentir asfixiada. Bufé ante esa sensación, pero por otra parte me aliviaba el saber que esa bestia no nos había hecho parte de su menú.

—Mira como tienes el rostro, Arlene —mi madre me regañó en el instante que entró a mis aposentos —. Oriel me contó lo sucedido —se cruzó de brazos y puso en su cara un gesto de desaprobación.

Tragué grueso, aclaré mi garganta y dije: —¿Qué dijo Oriel exactamente, madre? —me negaba a creer que mi hermano me hubiera delatado.

—Arlene... —mi madre soltó una voz fría y yo le regalé una inmensa sonrisa.

—Madre...

—Sabes muy bien que tu deber no esta con las espadas, Arlene.

Respiré, aliviada.

—Oh... —dije, confundida.

—Heriste a tu hermano con la espada, Arlene. No puedes hacer eso. Además, ¿cómo se te ocurre retar a un duelo con espadas a tu hermano?

—Lo siento, madre. —me disculpé entretanto me sentaba en la orilla de mi cama colocando mis manos en mi regazo.

—Arlene, eres una princesa y debes comportarte como tal.

Rodé los ojos ante lo dicho, mi madre repetía eso desde que tengo memoria.

—Lo sé, madre. —solté aire por la nariz —No volverá a ocurrir.

—Claro que no —contraatacó —. Hoy es el gran baile por las festividades de otoño —soltó, emocionada.

—La festividad de otoño es en un mes, madre. —dije, confundida. Cada año nosotros somos encargados de dar la festividad de otoño, donde las parejas se presentan en sociedad para recibir las bendiciones de sus parejas.

—Cierto, cariño. Pero tu padre así lo decidió. Además, es una excusa para festejar tu regreso luego del altercado con ese impertinente y sucio Guerrero. —frunció el ceño —Toma un baño, Arlene. Las sirvientas estarán aquí pronto para prepararte —se levantó de mi cama y acomodó su largo vestido verde —Tu hermano salió de cacería, tendremos un delicioso cervatillo en la cena. —sonrió y luego se dirigió hacia la puerta.

No puedo creer que Oriel haya vuelvo al bosque sin mi y más aún no puedo creer que mató a ese inocente animal que escapó de las garras del carroñero pero no de las de mi hermano. Dejé de pensar en todo eso cuando un golpe suave llamó a mi puerta.

–Entre —solté con voz apacible.
Las sirvientas ya estaban aquí y yo aún no me había bañado así que me apresure a hacerlo y cuando salí ya me encontraba lista para colocarme una vez mas, aquellos vestidos extravagantes.

Me coloqué un vestido azul escotado, el corsé levantaba mis pechos y resaltaba mis curvas. Me agradaba verme así pero me gustaba más verme con pantalones, esos que llevaba de cacería. Los que me hacen olvidar de lo prisionera que puedo llegar a ser dentro de este vestido.

Mi cabello lo dejé suelto, el cual caía a los lados mis hombros y casi tocaba mis muslos.

Una tiara con joyas adornaba el rojizo color de mi cabello el cual era perfectamente contrastado por un diamante Hope.

Observé por última vez mi semblante en el espejo para dirigirme hacia la puerta, solté un leve suspiro y tire del picaporte para poder pasar el umbral. Cerré la puerta detrás de mi y caminé lentamente por los pasillos del castillo hasta llegar al gran salón. El cual estaba adorando de los colores propicios del otoño. La música era suave el piano iba en perfecta sintonía con el arpa.

Observé la decoración extravagante que, seguramente mi madre había ordenado. La monumentalidad y la ornamentación del castillo estaba en perfecta armonía con los enormes vestidos de las mujeres y los perfectos trajes de los hombres. Todos dotados de gran riqueza gracias a tejidos sedosos, coloridos y brillantes.

Observé a Oriel que se encontraba posicionado al lado de su trofeo: el cervatillo. Le eché una mirada fulminante y él elevó sus hombros. Me acerqué hacia él quien se encontraba hablando muy extrañamente cerca con Sarah, una de nuestras sirvientas.

-Princesa. -Sarah agachó su cabeza.

-Sarah, necesito hablar con mi hermano a solas. ¿puedes retirarte?

-Hermana, ¿no vez que estamos conversando? -Oriel me miró fijamente como si le estuviera ahuyentando su próxima conquista -. Es muy descortés de tu parte interrumpir una conversación.

-Oriel... -musité.

Él bufo y se acercó hacia Sarah para susurrar algo en su oído, la chica dejó salir una sonrisa pícara la cual borró de inmediato cuando su mirada chocó con la mía al marcharse.

-Oriel, sabes lo que piensa padre sobre tus relaciones con las sirvientas. -lo regañé.

-Arlene, y tú sabes que jamás le hago caso. Además una mujer exquisita como ella no necesita ser de alta sociedad para llamar mi atención. Da unos muy buenos baños de esponja -Oriel sonríe y yo fruncí el ceño ante lo último que dijo.

-No deseaba saber tanto y por favor no sigas que me dejaras un trauma. -me crucé de brazos para fijar mi vista en él, esa que siempre lo ponía incómodo.

-Arlene, conozco esa mirada. Estas enfadada por lo del cervatillo ¿cierto?

-Cierto -le respondí seco -Además le dijiste a madre que te había herido con una espada ¿cómo se te ocurre? Estas loco.

-¿Hubieras preferido que les diga sobre nuestro encuentro con el cuervatillo? A madre le daría un ataque si se enterara que saliste al bosque.

Tenia razón. Madre luchó mucho para tenerme, estuvimos a punto de morir en el parto. Sin embargo, no fue así y desde ese entonces, prácticamente desde mi nacimiento no salgo del reino si no es con ella. En realidad eso le hacemos creer, ya que salgo al bosque desde niña con Oriel. Dejé de pensar en todo eso cuando mi hermano mencionó al cuervatillo.

-¿Pudiste hablar con padre sobre aquella bestia? -inquirí.

-Lo hice. -soltó para aclarar su garganta y tomar una copa dorada que yacía en la mesa para darle un sorbo a su vino.

Me quedé esperando a que Oriel prosiga con la información pero simplemente evadió el tema para marcharse y sentarse en la mesa Real, a la izquierda de mi madre. Su extraño comportamiento me puso en alerta, Oriel desde niños no puede mentirme así que cuando no puede decirme nada, simplemente se va. Le eché una mirada fulminante mientras me dirigía hacia la mesa y tomar mi lugar, donde siempre fue: a la derecha de mi padre.

La música empezó a sonar más alegre y más rápida cuando padre dio la orden; todos formaron parejas y comenzaron a bailar el típico baile del Reino. Aplausos, saltos y giros son complementados con muchas risas y miradas seductoras.

Alexander pidió permiso a mis padres para sacarme a bailar. Le eché una mirada a mi padre y el sonrió en modo de aprobación. En el instante que tomé la mano de Alexander para unirme al baile, un estruendo se oyó y todos nos paralizamos.

La puerta del gran salón se abrió por completo, la música cesó y todos quedaron con miedo en sus lugares al ver como aquellos hombres nos rodeaban.

Pieles de animales cubrían su cuerpo, pintura de guerra llevaban en su rostro. Sus miradas llenas de furia se encontraban fijas en cada uno de nosotros.

Recorrí cada una de sus miradas hasta que la mía se encontró con unos ojos oscuros, profundos y llenos de diversión. Caminó lentamente hacia nuestra mesa y de un solo golpe clavó el hacha en medio de la cabeza del cervatillo, tragué grueso y fijé la mirada en mi padre.

-Les advertí lo que sucedería si cazaban en mis tierras -soltó mirando fijo a Oriel.

-¿Les? -soltó padre al ver que el Guerrero luego de mirar a mi hermano fijó su vista en mi.

Mierda.

El Guerrero relamió sus labios y soltó una risa que resonó en todo el silencio del lugar.

-Su majestad no sabe lo que su princesa hace ¿cierto? -dijo mientras seguía observándome.

Lo miré con tanto odio que si las miradas mataran, él ya estaría muerto en el suelo.

-¡Silencio! -le ordené.

-¿Qué sucede, princesa? No quieres que papi se entere sobre lo rebelde que es su niña ¿cierto? -achinó sus ojos.

-No admitiré esta falta de respeto contra mi hija -soltó mi padre contra el Guerrero entretanto se levantaba violentamente de su silla -¡GUARDIAS! -gritó furioso.

-Oh, temo decirles que sus guardias están algo incapacitados esta noche -respondió el Guerrero ante el llamado de padre y se echó a reír. Sus compañeros hicieron lo mismo, reían tan fuerte y con tanta malicia que sus risas llenó el castillo.

-Oriel, siéntate -ordenó padre cuando notó que mi hermano estaba a punto de sacar su espada y abalanzarse sobre el Guerrero. -Podemos arreglar esto, la guerra no lleva a ningún lado. Hablemos y nadie saldrá herido.

-¿Cómo espera que arreglemos esto civilizadamente? cuando usted sirvió nuestras cabezas en bandeja al carroñero que tiró en nuestras tierras. Yo no vine a hablar, yo estoy aquí para asesinar -podía ver como de apoco una sonrisa lenta se le formaba en sus labios haciendo que su rostro se vea mucho más intimidante.

Ahora entendía el porque Oriel me estaba evitando, no podía decirme que padre fue el culpable de que aquel carroñero estuviera fuera de la zona muerta. ¿Qué pretendía padre con todo eso? ¿Acaso quería otra guerra? Debía actuar de inmediato si no quería un río de sangre en el castillo, soy una princesa, seré una líder fuerte y debo comenzar desde ahora.

Di un paso hacia el Guerrero y cuando Alexander se dio cuenta de mis intenciones me sostuvo fuerte del brazo para girarme hacia él.

-Suéltame, Zander. -me solté de su agarre y en el momento que me acerqué hacia el Guerrero, éste sacó una daga con suma rapidez de su bolsillo y colocó la punta de la misma en mi cuello.

-Hasta ahí, Princesa -soltó mientras hacía una pequeña presión en mi cuello. La punta de la daga estaba fría pero inmediatamente tomó calor cuando di un pequeño paso hacia delante haciendo que una pequeña gota carmesí brotará de mi y manchara la daga.

Tragué grueso.

-Entonces... ¿tú serás la primera?-dijo mientras me observaba con diversión y la comisura de su labio se curvó en una retorcida sonrisa.

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