En sus garras
El calor subió a mi cara haciendo enrojecer mis mejillas; giré inmediatamente mi rostro para fijar mi vista en otra dirección que no sea su cuerpo.
-Crapuloso -solté indignada, en el momento que Luzequiel se incorporó ante mí.
-¿Qué tenemos aquí? -inquirió irónicamente entretanto colocaba sus manos a los lados de su cintura -, ¿Por qué estás tan roja? Tus mejillas igualan el color de tu pelo -soltó en tono de burla.
-Cabello -repliqué.
-¿Qué? -preguntó confundido.
-Tengo cabello. Pelo tienen lo animales -lo corregí y el rodó los ojos ante lo dicho -. Deberías cubrirte -dije mirándolo a los ojos.
-Mira quien lo dice... -sus ojos se fijaron en mis piernas oscureciendo su mirada e inmediatamente bajé mi vestido de dormir, el cual se había subido cuando caí al suelo. Soltó una risa ante el hecho. -Deberías irte, estos no son tus territorios. Además, bestias se esconden en la oscuridad. -murmuró y gruñidos se oyeron a nuestro alrededor.
Tragué grueso y mis ojos se fijaron violentamente en varias direcciones.
-No estoy aquí por gusto -solté oyendo la cólera de mi propia voz.
-No pensabas lo mismo cuando venías a cazar a mis tierras -rodé los ojos ante lo dicho.
-No vine a cazar -afirmé.
-Eso se nota -dijo señalando mi cuerpo -¿Qué haces aquí entonces? Acaso... ¿Tu padre planea espiarnos?
-¿Enserio crees que me enviaría a espiarlos con esta vestimenta y sin un solo guardia?
-Es probable, quizás creen que tengo lastima de ti porque no corté tu garganta en el castillo. No te confundas, Princesa. Así no funciono yo.
-No quisiste hacerlo entonces y no lo harás ahora -solté mientras fijaba mis ojos en los suyos, lo estaba desafiando y estaba casi segura de que eso no terminaría bien -. Además, pudiste haber dejado que aquel vampiro se alimentará de mí hasta dejarme sin vida y no lo dejaste.
-No me provoques, niña. No están tus guardias aquí para protegerte.
-No los necesito -contraataqué y él se puso delante de mí, muy cerca de mi rostro. Hizo un leve silencio, apretó su mandíbula y luego volvió a hablar.
-Sobre el vampiro... -murmuró -Estaba en mi territorio y un chupa sangre no puede pisar mis tierras, jamás. Además... -sonrió con algo de malicia -. Mi manada llegarán cansados luego de la luna llena de hoy, deberán comer algo.
-¡¿Qué?! -refuté -¡No serías capaz!
-¿Por qué no? -preguntó mientras caminaba hacia un árbol, dentro de aquel sauce llorón había un enorme hueco; de allí sacó un morral y comenzó a vestirse con las prendas que iba sacando.
-Porque si mi padre se entera se desatará otra guerra. ¿En verdad quieres eso? -inquirí con mi vista lejos de su cuerpo desnudo. Él soltó un bufido de risa.
-Ya puedes mirar -volteé por impulso hacia a él y me sorprendí cuando noté que su vestimenta no era la habitual. Ya no traía sus pieles de animales en sus hombros ni sus armaduras de cuero, el atuendo peculiar de un Guerrero Lenemar en ese entonces fue sustituido por una túnica negra la cual se le ajustaba al cuerpo, tenía hilos de oro trenzados como decoración en su cuello y mangas, sus pantalones holgados eran igual de oscuros que la capucha de su túnica, sus botas de cuero ajustadas alrededor de sus piernas hacían juego con si cinturón de cuero ancho, donde en su hebilla traía el símbolo de los lobos Lenemar. Luego, tomó su espada y sonrió.
-Si hay una guerra, pelearemos por nuestro pueblo, nuestra gente y nuestro honor. Tu padre no decide nuestro destino.
-Mi padre no quiere otra guerra, de eso estoy segura. -afirmé de inmediato.
-¿Por qué lo dices? -inquirió curioso, buscando una respuesta que lo reconfortara.
-No pondría en peligro a su propia familia o siquiera a su pueblo... -afirmé lo obvio.
-Recuerda que fue él quien colocó al carroñero en mis tierras. -me recordó mientras daba un paso hacia a mí.
-¡No fue él! -bramé dando un paso hacia a él.
-No directamente, pero te recuerdo, Princesa, que usó a uno de sus más fieles soldados para hacer su trabajo sucio.
-El mismo soldado que tu pueblo empaló y colgó en su muro cuan trofeo.
-Sangre por sangre. Nadie pone en peligro a mi gente pretendiendo luego seguir con su vida. -sonrió de manera perversa.
-¡Eso no era necesario! ¡No era tu deber castigar a Daniel! -su sonrisa se borró al instante cuando elevé un poco la voz. Tensó su mandíbula con tanta fuerza que pude apreciar como el músculo de su mejilla izquierda le palpitó.
-¡Tu no vas a ordenarme que debo hacer con mis enemigos! -espetó mientras me señalaba con su dedo índice y se acercaba a mí para quedar muy cerca de mi rostro.
Tragué grueso. Su imponente figura me intimidada pero no iba a demostrárselo, era tan alto que siquiera le llegaba a la barbilla. Incliné mi cabeza hacia atrás para mirarlo directo a los ojos. Nuevamente tensó su mandíbula y sin quitarme los ojos de encima, con la punta de su espada deslizó la tira de mi vestido de dormir, que se había caído, colocándola en su lugar.
«Debo recordar que este vestido de dormir no es apto para huidas en el bosque».
-Debes irte -afirmó con sus ojos fijos en los míos -. Ahora... -insistió nuevamente, tuve que tratar saliva para aliviar el nudo que se me había formado en la garganta cuando oí un aullido. Aquello fue el detonante para salir corriendo de allí.
La sensación de terror por ser devorada por algún lobo o cualquier otra famélica bestia del bosque era cada vez mas constante, debía dejar de venir a estas tierras aunque, era en el único lugar que me sentía libre, con vida.
Corrí en dirección a los frondosos árboles levantando mi vestido. Nuevamente me encontraba en la frontera. Sin embargo, esta vez debía decidir si quedarme en las tierras de los lobos o adentrarme en la zona muerta y ser devorada por algún carroñero. En ambas circunstancias parecía no tener oportunidad. A los mejor, y solo a lo mejor, no tendría que pasar directamente por la zona muerta, podría rodearla aunque eso sacrificara tres días en llegar al Reino.
Tomé una gran bocanada de aire para luego soltarlo lentamente.
-Muy bien, Arlene, tú solo avanza, si es tu hora de morir pues no podrás evitarlo... -murmuré para luego poner un pie del otro lado de la frontera, cuando mis pues descalzos tocaron la tierra oscura corrí.
Pasé los imperiosos árboles con prisa y decisión. Me paré en seco cuando un carroñero me detuvo el paso. Mi pecho subía y bajaba con fuerza, mi respiración se entrecortó y mis pulmones ardían.
«Es mi fin». Pensé al momento que la densa neblina delante de mí se disipó dejando a la vista unos treinta Carroñeros alimentándose con furia de alguna otro saco de carne que se les atravesó en el camino. Tras ellos, la neblina espesa formaba una barrera, ¿la zona oscura no me dejaba regresar? ¿Acaso conspiraba con el bosque para que volviera a él?
Los Carroñeros levantaron su cabeza con violencia, olfateando el aire, aspirando mi esencia. Retrocedí lentamente pero caí de espaldas al suelo cuando una piedra chocó con mis talones, desbalanceándome. El Carroñero se dispuso a ir por mí, mis latidos comenzaron a ser más fuertes. Fijé mis ojos en lo alto de la neblina donde el sol comenzaba a asomar, estaba amaneciendo. Otro día en que el Reino era iluminado por los rayos del sol y yo no estaba allí para recibirlo como cada mañana. A lo lejos, el Carroñero venía a toda prisa, frenético. Cerré los ojos por puro instinto. Iba a rendirme, lo habría hecho si no fuese por aquel susurro.
-Arlene... portadora de la corona con espinas... Reina y madre de las bestias... levántate y corre... ¡Corre!
Abrí mis ojos con desesperación y antes de que el Carroñero pudiera agarrarme de mis tobillos, de un salto llevé todo mi cuerpo al suelo e inmediatamente me levanté y me alejé de allí con el Carroñero detrás. Mis pies tocaron nuevamente la tierra mojada del bosque, creí que se detendría justo en la frontera pero no fue así. El Carroñero siguió persiguiéndome con un hambre voraz, su inmenso cuerpo chocaba con cada árbol a su paso pero eso no lo detenía, siguió tras de mí como si su vida dependiese de ello. Comencé a respirar mal. Arrítmica, entrecortada, seguí corriendo, huyendo y haciendo caso omiso al dolor que me produjo correr y correr sin parar ni para recobrar el aliento.
-¡Ah! -chillé cuando el Carroñero casi alcanza a rasgar mi espalda con su garras. Decidida a perderlo dejé el camino recto para dirigirme a la izquierda donde me paralicé cuando frente a mí estaba el barranco, me paré en la orilla alternando la vista en el Carroñero y el vacío. Todo a mi alrededor se volvió ralentizado, como si todo fluyera lentamente. La brisa gélida traía consigo el aroma del Mar Negro, un olor salvaje.
Antes de que el Carroñero me atrapara entre sus garras, me tiré al suelo, dejando que el impulso me hiciera resbalar, mientras que la bestia saltó sobre mí cabeza y cayó al barranco...
Cuando creí que todo había terminado, respiré aliviada. Sin embargo, toda la calma quedó atrás cuando el Carroñero desplegó sus alas y como un águila a punto de atrapar a su presa, abrió sus garras. Aún así, fui más rápida, haciendo honor a los entrenamientos de Oriel, solté una de mis manos, pegando mi espalda contra la masa de tierra dura del acantilado. El sol me pegó de lleno en el rostro.
A lo lejos, nubes negras se asomaban para tapar el sol por completo. Un trueno hizo retumbar el suelo y la lluvia comenzó a caer con fuerza.
Debía ser una maldita broma. ¿Acaso era una prueba?, ¿todo el maldito bosque estaba en mi contra?
El Carroñero soltó un alarido ensordecedor, nuevamente me sujeté con las dos manos y al momento de impulsarme para subir, el Carroñero tomó impulso y voló hacia a mí, rasgándome mi pantorrilla. Solté un quejido tan fuerte que me dolió la garganta. Mi sangre tiñó su garra y lo oí quejarse para luego retorcerse de dolor en el aire, el sonido era estremecedor. Todo su cuerpo se tensó y sus alas dejaron de aletear para caer en picada al vacío.
La lluvia amaina hasta convertirse en llovizna, como si solo hubiera venido para hacer que el día más difícil de mi vida fuera aún más complicado... pero lo logré. Estoy viva. Oriel estaría orgulloso de ver como sus entrenamientos dieron frutos.
Mi estado era deplorable, ya no sabía donde me encontraba. Mis ojos se posaron en varias direcciones pero no lograba ver más allá del basto bosque. Estaba perdida.
Caminé unos cuantos pasos y mi cabeza comenzó a palpitar, todo se veía borroso y el canto de los pájaros se distorsionaba conforme mis ojos se iban cerrando. Di un paso más para caer al suelo y sentir el calor de mi sangre recorriendo mi pierna.
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