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El Pura Sangre

El corazón me dio un vuelco y el miedo se instaló en mi estómago.

«Ella traerá la paz». Las palabras de padre vinieron a mi mente. Sabía que mi padre había acordado el arreglo matrimonial con un hombre despiadado, porque eso era, debía serlo. No podía dejar de pensar en aquel viejo vampiro en el que mi padre quería entregarme.

La tensión en la sala era palpable. Los invitados, teniendo un mismo enemigo entre sí, se sonreían y se inclinaban, pero sus ojos brillaban con resentimiento y desconfianza.

Vi como el Duque de Pazur, del Reino de los hechiceros, miraba con desdén al Conde de Zber, del reino de los Elfos, cuando éste se le acercó como buitre al Clan del Sur. Observé a la Reina Viuda de Monte Rojo susurrarle algo al oído de su hija, la Duquesa de Siltra. Los gestos eran densos, las sonrisas forzadas. El vizconde Fernandick rio demasiado fuerte y la Vizcondesa Fortunia miró su copa de vino con desconfianza. La música cambió a una melodía lenta y tensa, como si reflejara el estado de ánimo de los invitados.

Giré mi rostro y vi a Beatrice, con un vestido de satén rojo y su máscara de mariposa, bailando con un enmascarado hombre pálido; se movían con rigidez, como si estuvieran danzando con el enemigo. La música seguía sonando, pero parecía que nadie la escuchaba realmente. Observé a un hombre alto y delgado con una máscara de cuervo que se acercaba a Beatrice; se inclinó sobre ella, susurrándole algo al oído, y ella se estremeció, pude notarlo, su sonrisa desapareciendo por un momento y casi recordando en un segundo donde se encontraba volvió a sonreír. Sin embargo, su sonrisa era forzada y sus sentidos se encontraban en alerta.

No sabía si era por los nervios o temía que algo muy malo estuviese a punto de ocurrir pero pude observar, desde mi posición, a un grupo de personas reunidas, susurrando entre sí, en el rincón del tapiz azul, sus máscaras reflejando la luz de las velas como si estuvieran conspirando. La atmósfera era terriblemente peligrosa, como si en cualquier momento la tensión pudiera estallar en una tormenta de emociones catastróficas.

De un momento a otro me encontré con mi mano fuertemente aferrada a la de Cardian, sentía como si estuviera bailando sobre hielo delgado, sin saber qué secreto o qué enemistad podría derrumbarme. La orquesta dejó aquella lenta y tediosa melodía cuando cobró vida de nuevo. Pero esta vez con una intensidad que hacía vibrar el aire: lo violines comenzaron lento y luego con una urgencia desesperada mientras que el trombón pulsaba con un ritmo frenético que parecía acelerar aún más el latido de mi corazón.

Y lo vi, como cazador salido de las sombras listo para atacar a su presa, me miró fijamente, sus ojos brillaban con una intensidad que parecía rivalizar con la música. Su mirada se sentía como un peso en mi piel, pero no me moví, no me rendí, no iba a darle el gusto. La música crecía con intensidad, los instrumentos parecían gritar el llamado para la batalla. El ambiente era eléctrico, la tensión reinaba entre nosotros, y parecía que nuestras miradas estaban a punto de estallar en un clímax de guerra.

Las máscaras de los invitados comenzaron a brillar pero con un brillo siniestro. Todo pareció detenerse, hasta los murmullos, cuando la figura imponente y su presencia dominante hicieron acto de presencia haciendo que todos se sintieran diminutos. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda y alejó su mirada de mí para posarla en la Reina Viuda de Monte Rojo, quien como hiena hambrienta quería alimentarse de él.

«¿Dónde estás?». Nuevamente aferré mi mano a la de Sir Cardian quien seguía nuestro baile con sus defensas en alto, listo para atacar si yo me encontraba en peligro. Mi corazón latía con fuerza y mi respiración se aceleró. Su presencia me inspiraba miedo pero también un profundo odio. Dio un paso, decidido a dejar la muchedumbre atrás, dispuesto a venir por mí; caminaba con una confianza desafiante, con gesto altivo, su mirada escaneaba la sala como si buscará a alguien, luego sus ojos se clavaron nuevamente en mí y una sonrisa lenta y siniestra se le dibujó en el rostro. No pude evitar erguirme, apreté la mano de Cardian y le clavé la mirada a aquel ser despreciable.

De repente aquella figura esbelta me extendió su mano y sentí una fuerza irresistible que me llevaba hacia a él.
¡Por los dioses, ¿qué sucedía conmigo?!
Todo su ser parecía llevarme hacia la oscuridad que emanaba de él. Escondía su rostro bajo un antifaz de color negro ébano. Sin embargo, los agujeros eran perfectamente adecuados para dejar ver sus enormes y profundos ojos negros, sonrió de manera encantadora y peligrosa. De antemano sabía que los invitados se moverían con cautela, evitando cualquier gesto que pudiera malinterpretar todo. El enemigo estaba presente, pero la etiqueta y la cortesía exigían que se mantuviera la calma y compostura. Quería salir corriendo de allí, quería ser tragada por el basilisco de la historia de madre. Por los dioses, quería cualquier cosa menos estar parada en ese instante frente a él.

Él se inclinó hacia a mí, y había algo que me decía que aquellos profundos ojos negros alguna vez me llevaron al borde del abismo, se me hacía familiar su caminar, su semblante pero, no podía reconocerlo del todo bajo aquel antifaz.

—¿Me concedería el placer de un baile, Princesa? —su voz era particularmente gutural. Lo miré con el ceño fruncido, mi corazón latiendo con fuerza.

Algo en su voz me resultaba familiar pero, ¿de donde? No había conseguido respuesta hasta que él se acercó aún más y vi con más detenimiento sus ojos, aquellos que cobraron un color rojo intenso. Lo recordé, era el Pura Sangre que había intentado beber de mí en el bosque de los susurros. Observé a Cardian y vi que mi protector tenía la vista fija en la mesa principal, donde en su trono, padre le hizo un gesto de aprobación, volví la mirada a Cardian quien tenía la mandíbula apretada y su cuerpo se mantenía rígido, como si sus pies se hubieran fundido al suelo del Gran Salón, no se movió. Luego, mi vista se posó en Oriel, quien intentó intervenir pero también dirigió su mirada a padre y se detuvo, con los puños apretados a ambos lados de su cuerpo, dio un paso hacia atrás.

El pura sangre agachó secamente la cabeza y me extendió su mano y casi arrancando de los brazos protectores de Cardian, me llevó con él. Caminaba rápido, aún cuando tenía que abrirse paso por en medio de la vibrante muchedumbre. Tragué grueso mientras trotaba detrás de él. Se paró en seco, muy cerca de la entrada principal y bajo su bandera se acercó a mí.

—Mientras bailamos puedo recordarle nuestro anterior encuentro... —susurró, su sonrisa mostrando sus colmillos —... En el bosque, cuando te salvé de mi sed... por poco. —replicó.

—Eres un monstruo —quise zafarme de su agarre sin éxito —. Y tú no me salvaste, los lobos te ahuyentaron y...

—Y tú eres una presa muy apetecible —me cortó de inmediato, sentí su aliento frío en mi oído —. Te advertí que vendría por ti.

«Volveré por ti». Era cierto, recuerdo el momento exacto antes de su huida, cuando me dejó leer sus labios y su mirada se clavó en mí antes de desaparecer.

La música llenaba el salón pero solo podía escuchar el latido de mi corazón mientras él me hacía girar en el baile.

—Temía que no me reconociera pero, no lo has olvidado, ¿no es así? —su voz sonó baja y peligrosa. Sentí mi garganta seca.

—¿Cómo podría olvidarlo? —repliqué tratando de mantener la calma.

—Fue un error no terminar lo que empecé esa noche.

—Sabes que no puedes, y veo que aún tienes la marca de nuestro último encuentro —dije haciendo referencia a la pequeña cicatriz que le adornaba el rostro, justo en la comisura derecha de su labio. Él soltó una risita, ese sonido me envolvió como una sombra fría.

—Aún puedo asesinarte, no olvides eso, Princesa. —contraatacó haciendo énfasis en la última palabra, con un tono que me dejaba en claro que estaba mofándose de mi título Real.

—La Guardia Real siempre está cerca, no te atreverás a hacerme daño en mi propio Reino ... —Él dejó salir otra resista.

—Tu Guardia Real no estará en mi Reino para protegerte. Tu padre ya decidió y pronto seras mía. —sentí una punzada en mi estómago, como si esas palabras se convirtieran en un puñal y su único propósito era traspasarme.

—Jamás me casaré contigo —refuté, tratando de sonar firme.

—Sí, lo harás y cuando estés en mi castillo, sin tu Guardia, ni protector, serás mía completamente. -después de decir eso fijó la vista en mi padre y luego de inclinar su cabeza en reverencia, abrí los labios para refutarle. Sin embargo, el sonido de las puertas del salón, siendo nuevamente abiertas, me hizo guardar silencio.

Era Él. Para mí sorpresa se abrió paso entre la multitud, y aunque su presencia levantaron murmullos, no lo reconocieron. Llevaba el antifaz de oro y el traje completamente negro que le había encomendado a Cardian llevar hasta la Frontera.

—¿Me permites? —inquirió, su voz sonando más ronca de lo habitual, aclaró su garganta y volvió a hablar: —¿Princesa? —observé su mano, la cual estaba extendida hacia mi dirección y quería saber que sucedía a mi alrededor con la presencia del nuevo invitado; alterné la vista en los invitados enmascarados tratando de adornar sus enemistades profundas con cortesías y refinamiento. El aire estaba contaminado, como si la habitación estuviera a punto de estallar en cualquier momento.

«¿Qué esperarán para agruparse y formar alianzas?, ¿qué sucede con las conspiraciones?». ¡Por los dioses! Mi mente no se callaba y debía tranquilizarme si quería que salga el plan a la perfección.

—¿Princesa? —inquirió con su voz profunda y ronca, quitándome de mis pensamientos.

—Lo siento, ya prometió este baile —contestó el Pura Sangre, tajante y el frío de su mano en mi espalda me recorrió el cuerpo.

—La música ya termina. Su turno ha acabado, ¿qué pensarán los invitados si la princesa baila con un Lord por segunda vez? No queremos malentendidos... —contraatacó y el Vampiro sonrió, pero sus ojos brillaron con una chispa de irritación. Y su oponente, arrancándome de las frías garras, me tomó la mano y me llevó hacia el otro extremo del salón. No me atreví a voltear para ver su rostro pero podía sentir su furia tras de mí.

—Pensé que no llegarías. Temí que hubieras cambiado de opinión.

—Estoy aquí por mi gente. No por ti. —respondió tajante.

—De igual manera, gracias. —desvié la vista hacia Oriel quien aún seguía sin máscara, me observaba desde el borde del salón, su expresión era tensa y vigilante. La entrada del Pura Sangre sin duda lo puso en alerta. Del otro lado del salón, el sucesor del Sur, ocultaba sus intenciones bajo su máscara, su voz se movía en dirección a un grupo de cortesanos del Reino que tenía a su lado pero sus ojos, vigilantes, observaban cada movimiento que hacía y de pronto dejó ver su sonrisa encantadora y peligrosa.

—¿Mencionó algo sobre el levantamiento?

—¿Mmm? —levanté la barbilla hacia mi pareja de baile y traté de recopilar lo que había dicho pero la mirada del vampiro me había puesto en trance.

«Concéntrate, Arlene». Cerré mis ojos con fuerza.

—No me estás escuchando —reclamó Luzequiel cruzando los brazos a la altura de su pecho.

—¡Por supuesto que te he escuchado! —mentí. Luzequiel suspiró con hartazgo.

—Has bailado con el chupa sangre, ¿ha mencionado algo sobre el levantamiento?

—¿Por qué mencionaría algo al respecto si ya todo esta dicho? ¿Acaso no viste mi nota?

—¿Sobre el matrimonio? Sí, lo leí.

—¿Qué haremos al respecto?

—¿Haremos? —inquirió sorprendido. Lo entendía, era mi problema.

—Sí, haremos. Si este matrimonio se consuma, tú gente estará en peligro. Mi padre pretende aliarse con el Sur, el levantamiento ya no será contra Merle sino contra el Norte, las Aldeas, tu gente. —Luzequiel pareció pensarlo, observó a su alrededor y de pronto, sin mediar palabras, su mano encontró mi cintura y me acercó más. Y aunque la distancia de nuestros cuerpos seguía siendo respetable, vi la expresión desaprobadora de Oriel.

—Si no bailamos, levantaremos sospechas. —Era algo estúpido pensar eso ya que varios grupos se encontraban conversando a un lado de la pista de baile y... «idiota». A un lado, no en medio de la pista como nos encontrábamos nosotros.

—Siempre podemos ir a un costado de la habitación. —propuse de inmediato. Él se acercó muy, muy sutilmente.

—Si no bailamos, levantaremos sospechas —repitió en un susurro —. Si nos detenemos a tener una conversación se acercarán con preguntas, las madres casamenteras arrastrarán a sus hijas hacia mis garras y no deseo estar con nadie más esta noche —su aliento caliente golpeó mi oído y me vi obligada a retroceder un paso.

«¡Por los Dioses!».

—Bailemos. —dije impulsivamente luego de aclarar mi garganta. Luzequiel sonrió, divertido, enigmático, calculador y entrelazó firmemente sus dedos con los míos.

—Creí que no lo pedirías jamás.

—Pero usted dijo que si no lo hacíamos, levantaremos sospechas —observé a mi alrededor, la gente otra vez observando por encima de sus hombros. Luego mi vista se fijó en sus ojos, los cuales penetraban los míos con una intensidad inquebrantable.

—Bailemos... —dijo finalmente y me tironeó hacia a él, colocando su mano en mi espalda, a la altura de la cintura. Y como si todo cayera en su lugar, todos siguieron en los suyo, sin observarnos. Aclaré mi garganta antes de colocar mi mano en su hombro. Con su mano libre buscó la mía y la levantó lentamente.

Por puro instinto busqué la mirada de mi padre quien se encontraba en la mesa Real reunido con los dignatarios del consejo y con el sucesor del Reino del Sur. Observé el panorama aún sabiendo que me quedaría sin aliento.

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