De sangre y hielo
La sala del consejo estaba inundada por los reclamos de mi padre. A su lado, Beatrice intentaba no hacer contacto visual conmigo. Se encontraba sentada junto a mi madre, observando cualquier lugar menos mis ojos, cruzaba y descruzaba sus piernas y brazos, estaba inquieta. Y la entendía, yo estaría igual de nerviosa si hubiera traicionado a mi mejor amiga, lo estaría si hubiese corrido a la primera oportunidad hacia el Rey para contarle lo que pretendía hacer.
La Guardia Real me había interceptado en el camino hacia el Norte cuando iba cabalgando encima de Furia, mi yegua albina, trayéndome delante de mi padre.
—¿Por qué me desafías constantemente, Arlene? —inquirió observándome con hostilidad. Los ojos de mi padre se deslizaron por mi atuendo y negó con la cabeza. Aún tenía la capa negra, la cual me cubría por completo el cuerpo y la Amplia capucha hacía el trabajo de ocultar mi rostro, aunque tuve que quitármela cuando entré a la sala del Consejo.
—Si lo hubiera dicho no me iban a dejar ir —logré decir.
—¡Por supuesto que no! —intervino mi madre de inmediato con una expresión severa en su rostro —, ¿Cómo pudiste ser tan imprudente? —su voz estaba cargada de preocupación —. ¿Querías ir al norte con los Salvajes? ¿Sin protección, sin Guardia? ¿Qué hubiera pasado si te capturaban?
—Deben entender… podemos hacer una alianza pacífica, recuperar a Oriel y a Cardian.
—Propongo que ataquemos a los Salvajes y recuperemos a Oriel por la fuerza —la voz de Layon Roberston se alzó por encima de la mía, llevándose la atención de todos en la habitación.
—¡No! ¿Saben a lo que se están enfrentando? Merle no tiene ni con mucho, los soldados más poderosos y si ignoramos su invitación, el norte puede interpretar eso como un acto de cobardía…
—¿Acto de cobardía? —padre soltó un bufido de risa.
—¿No sería más inteligente reforzar las alianzas? Que el continente sepa que Merle sigue teniendo control absoluto sobre el Mar Negro y sus aliados… —mi vista se desvió hacia Cassius quien se encontraba al pie de la ventana, con sus manos enlazadas hacia atrás y su espalda recta, con la vista fija hacia el exterior de la fortaleza y, aunque no pude verlo, tuve la certeza de que sonrió ante mi provocación. Sin embargo, no se movió.
—Mañana a primera hora nuestros amigos, banderizos y aliados principales acudirán a tu unión con Lord Cassius. Tanto Monte Rojo como Siltra juraron fidelidad a Merle. Con el Sur de nuestro lado, no necesitaremos más.
—¿Mañana? ¿Tan ponto?
Se me revolvió el estómago de disgusto ante el pensamiento de estar de pie frente a las estatuas de los dioses para esperar su bendición y me aterraba la idea de unir mi sangre con frío. La voz de mi padre me quitó de mis aterradores pensamientos.
—Pasó una semana, Arlene. Lord Cassius fue muy considerado al retrasar la unión por Oriel.
—Por supuesto… —refuté con ironía —Sin embargo…
—Arlene… No quiero volver a tener esta misma discusión otra vez. Quizás sea bueno para ti tener esposo, te quitara esa rebeldía que yo no pude hacer en 17 años.
—No necesito un esposo y mi rebeldía está bien, así como está. No finjas que haces esto por mí cuando todos en la sala saben que lo haces solo por ti y tu imperioso deseo de tener todo bajo tu propio control…
Esa vez, Cassius sí volteó hacia a mí y fue solo por un instante, pero vi como la comisura de su labio se elevaba antes de fijar nuevamente su vista en la ventana. ¿Qué había sido eso? Arrugué las cejas y decidí abandonar la sala de consejo. Debía pensar con claridad y poder idear un buen plan, sin testigos, por supuesto, aprendí la lección de Beatrice.
«Beatrice». pensé ante lo que había hecho, si no hubiese intervenido ya me encontraría del otro lado de la frontera reclamando a mi hermano y a Sir Cardian.
«No puedo dormir». Di varias vueltas en la cama antes hacer las sábanas a un lado y sentarme en la orilla de la cama, de inmediato el frío tomó mis pies cuando hicieron contacto con el suelo de madera.
Debía huir, idear un plan para escapar del horrible destino al que mi padre me condenaba. Quizás si ideaba una buena ruta de escape podría escapar, quizás llegaría a las aldeas del norte y Luzequiel entregaría a mi hermano y a Sir Cardian. Quizás.
Todo era tan hipotéticamente absurdo, pero debía tener esperanzas. Tenía la necesidad de ver con mis propios ojos aquella maldición que, según Beatrice había traído el cometa hacia el pueblo. Sin embargo, ¿Por qué un cometa que pasaba sobre Merle traería consigo una maldición?, ¿por qué esperar 150 años? ¿Por qué los Dioses nos castigaban de esa manera?
Oí el crepitar de la leña en la chimenea antes de acercarme al pie de la ventana para fijar mi vista al bosque, la noche era oscura y silenciosa. De vez en cuando ese silencio era interrumpido por el canto de los grillos y el crujir de la rama de los pinos, la densa neblina cubría el paisaje como un manto gris.
«Si el bosque tan solo me ayudara, con esa neblina podría escapar». Y como si el bosque oyera mis pensamientos, la neblina comenzó a crecer y moverse, abriendo un camino entre medio. Me estremecí por completo y sentí un escalofrío en la espalda.
—Haremos un trato tú y yo… —susurré abrazándome a mí misma —Mañana, me ayudaras a escapar y yo acudiré a tu llamado. Acudiré, aunque eso me aterre, pero deberás ayudarme.
«Felicidades, Arlene. Estás oficialmente demente».
—Veo que no durmió demasiado anoche. —la voz de Sarah hizo que fijara mi vista en ella a través del espejo. Se encontraba parada detrás de mí desatando mi corsé, mientras las demás criadas colocaban agua humeante dentro de la bañera que se encontraba en medio de mis aposentos.
«Llegó el día». Pensé al salir de la bañera. Mi cara fue iluminada por la luz del amanecer que se filtraba por la ventana cuando fijé, una vez más, la vista hacia el bosque.
Me senté con resignación frente al espejo mientras Sarah comenzaba a deshacer mi cabello para luego hacer varias trenzas a lo alto de mi cabeza, dejando caer una gruesa guedeja a lo largo del cuello. Una de las criadas colocó sobre mi cama un bello vestido blanco de seda. Arrugué las cejas al verlo.
—No. Ese no. —me levanté de inmediato de la silla luego de que Sarah me aplicara agua de rosas en el cuerpo. Abrí el antiguo arcón de la abuela y saqué de allí un vestido de seda negro con esmeraldas incrustadas en el ceñido corpiño, un tul negro ébano era el centro de atención, llevaba bordado rosas negras que se extendía desde su centro hacia los extremos.
—Princesa…
—¿Mmh? —dirigí mi vista hacia Sarah quien se encontraba con el ceño fruncido —¿Qué sucede, Sarah?, ¿no te agrada mi elección de vestido?
—Solo creo que no es el adecuado…
—¿Crees que no dará una impresión?
—Oh, por supuesto que dará una impresión, pero no una de las buenas, me temó. Imagine el rostro de su madre cuando la vea en ese vestido de funeral…
Solté un bufido de risa ante ese comentario. Ese mismo vestido había usado mi abuela el día en que la intercambiaron por barcas llenas de ovejas. Nueve meses mas tarde nació mi madre, fruto de decisiones mal tomadas. Y décadas mas tarde, me encontraba yo, usando su vestido y con el mismo destino.
—Solo deseas molestar a su majestad, el Rey, ¿no es así?
—Solo quiero dejar en claro cual es y será mi posición ante esta decisión. Firmaron mi sentencia, me intercambiaron por tierras y una estúpida creencia de alianzas. — Sarah negó con la cabeza ante lo dicho y soltó un suspiro lleno de compasión antes de marcharse de mis aposentos.
«Tranquila, Arlene, esto terminará muy pronto». Me dirigí hacia mi cama y tomé el mapa de Merle que había escondido la noche anterior debajo de mi almohada, para doblarlo hasta que quedara pequeño y cupiera en mi escote.
Cerré la puerta detrás de mí y caminé por el amplio pasillo hacia la salida del castillo donde mi carruaje esperaba para llevarme hacia el matadero, porque así me sentía, como ganado, lista para ser entregada al verdugo y ser repartida por el Continente, llenando estómagos y creencias vacías. Me paré en seco en el umbral y miré hacia arriba, el cielo estaba nublado, con un cielo gris plomizo que parecía pesar sobre la tierra. Solté aire por la nariz al mismo tiempo que mis pies tocaron la calle empedrada.
Mi carruaje dorado ya estaba preparado, adornado con flores y cintas blancas. Me había colocado uno de mis guantes, largos hasta el codo, cuando debí dejar el otro a medio camino, al momento que fijé mi vista hacia el otro carruaje que se encontraba detrás de la caravana: era negro y elegante, adornado con rosas rojas y cintas negras, con ventanas oscuras que no dejaban ver el interior. Los caballos que lo tiraban eran negros y majestuosos, con ojos profundos y grandes, daban la impresión de saber mas de lo que deberían.
Dirigí mi vista hacia el guardia que tenía su mano extendida hacia a mí y la tomé para meterme en el interior del carruaje. Suspiré aliviada al ver que mis padres estarían en su propio carruaje rumbo al Santuario. Pude notar cuando habíamos dejado la fortaleza detrás ya que los caballos pararon el paso, habíamos entrado al pueblo. Corrí la cortina carmín y observé hacia afuera:
La gente del pueblo se juntaba alrededor del carruaje, sus ojos llenos de curiosidad, algunos llevaban flores o velas mientras que otros permanecían observando todo en silencio. Miré un poco más atrás donde algunos plebeyos parecían asustados, pude notar un murmullo de conversaciones, pero nadie se atrevía a hablar demasiado alto.
Los guardias se abrieron paso entre la multitud para poder avanzar. Tardamos quince minutos hasta llega al Santuario como si fuera día de mercado, las calles estaban abarrotadas de gente. Al bajar del carruaje, el olor a tierra mojada me tomó por completo y me di cuenta de que la lluvia amenazaba con caer en cualquier momento.
Observé el Santuario antes de entrar, aquella estructura imponente con paredes de piedra oscura y ventanas estrechas que apenas dejaban pasar la luz. La fachada era una maraña de arcos apuntados, columnas y pináculos que se elevaban como si quisieran tocar el cielo. La torre del campanario se elevaba sobre la fachada, su aguja puntiaguda parecía apuntar como una lanza. La puerta principal era igual de imponente que toda su estructura, era de madera enchapada negra.
Mi entrada fue anunciada por el sonido de las campanas del Santuario, que resonaron solemnemente mientras subía los escalones de piedra que llevaban a la puerta principal.
La puerta se abrió con un crujido y luego de tomar una gran bocanada de aire, finalmente, entré al Santuario. El interior se encontraba igual de sombrío que de costumbre, con solo velas para iluminar el espacio, creando sombras danzantes en las paredes.
El aire estaba lleno a olor de incienso y cera derretida. El techo abovedado parecía elevarse hacia el cielo. En el altar, unas estatuas de piedra, que representaban a nuestros siete dioses, protegían las velas encendidas de los muertos en batalla.
La mesa tenía un tamaño considerable, con varios metros de largo y un ancho de casi dos metros. En su superficie, velas derretidas atestiguaban la devoción de los fieles que habían encendido las velas en oración. La cera derretida había formado una capa gruesa y amarillenta sobre la superficie de la mesa, con protuberancias y surcos. En algunos lugares la cera colgaba de la mesa como si fueran gruesas lágrimas.
Los invitados se pusieron de pie al verme llegar, podía sentir sus cuerpos tensos y sus sonrisas forzadas. Observé por el rabillo del ojo como la familia de Tierra del fuego se inclinaba ligeramente hacia a mí, pero manteniendo una expresión seria y reservada.
Me coloqué frente al Protector de la llama, un hombre anciano proveniente de las altas montañas rojas, entrenado desde su ceremonia a ser el encargado de llevar la palabra de los dioses a sus fieles, el que mas cerca está de ellos. Sus ojos cansados se clavaron en mí, pero inmediatamente desvío la vista de mi cuerpo para buscar mis ojos tras el velo negro que cubría mi rostro.
No teníamos permitido observarlo por mucho tiempo, se creía que descubriríamos los secretos escondidos por los dioses a través de su llama, sin embargo, aproveché que mi velo cubría mi rostro y lo observé a mis anchas: llevaba una túnica negra de cuello alto y un amuleto de plata en forma de llama colgado del cuello. V
olteé de imprevisto cuando mi madre me tocó el hombro y su rostro llevaba aquel gesto de cuando yo hacía algo que a ella no le agradaba. Su ceño se encontraba fruncido y sus ojos destilaban enfado, aquella mirada era la indicación de «estás en problemas» y «hablaremos más tarde». Le sonreí a boca cerrada a través del velo y sé que pudo notarlo antes de voltear hacia el crujido de la puerta anunciando otra llegada, la llegada de la desgracia.
Lord Cassius hizo acto de presencia y todo parecía ir en cámara lenta, en ese momento todos se inclinaron hacia a él, las velas crepitaron y ondearon formando figuras en las paredes, noté el cambio de tonalidad en la flama y la inquisidora mirada del Protector de la llama al ver que ésta reaccionó ante la presencia del vampiro ante nosotros; todo parecía inclinarse ante su postura intimidante.
Mis labios se entreabrieron para dejar salir una exhalación, como si el ultimo aliento escapara de mis pulmones, era intimidante hasta su manera de vestir:
mis ojos se fijaron en sus botas negras de cuero, con hebillas de plata y una punta afilada, que le llegaban hasta las rodillas. Deslicé mi vista hacia un par de calzas negras, ajustadas a las piernas. Llevaba un cinturón de cuero negro, con una hebilla de plata en forma de cabeza de dragón que rodeaba la cintura. Su escalofriante túnica negra de terciopelo, con mangas largas y estrechas, adornada con bordados de plata y oro. Un jubón negro, ajustado al torso, con un cuello alto y una cruz de plata en el pecho. Un manto negro, forrado de rojo con un broche de plata en forma de dragón, llevaba sobre los hombros.
Su cabello negro, largo y suelto, que caía sobre los hombros como una cascada de noche. Su rostro pálido, con ojos negros que por momentos destellaban en tonos rojizos. Su mirada se clavó en la mía estando frente a mí, acercó sus manos hacia mi rostro, tomó el velo con ambas manos y antes de levantarlo, noté que por un breve segundo rozó con su pulgar las rosas bordadas. Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando la punta de sus dedos rozó mi mejilla.
Se me revolvió el estómago de rabia ante su contacto. Sin embargo, no desvié la mirada, mis ojos se clavaron en sus profundos ojos negros y aunque temía ser devorada por el abismo que habitaba en ellos, no me moví, no iba a darle el gusto, no podía darle el lujo de que viera que podía intimidarme.
Debía soportar tan solo unas horas más, y eso sería todo. «jamás seré suya, jamás». no dejare que él y mi padre me usen como herramienta para lograr sus objetivos y destruir todo.
El Protector de la llama aclaró su garganta antes de comenzar con la ceremonia de unión, colocó frente a nosotros una vasija de plata, la cual contenía el Polvo Sagrado, las cenizas de los antiguos protectores de la llama. Y por puro instinto, coloqué mis manos dentro y Cassius hizo lo mismo, nuevamente su contacto me heló los huesos. Lo observé por encima de mi hombro y dibujó una sonrisa fría y mortal, mis ojos instintivamente se convirtieron en dos cuchillos afilados dispuestos a cortar el aire y, a él; porque si las miradas mataran, él yacería en el suelo inerte. Aunque él no podía morir, estaba segura de que eso sería suficiente para hacerlo.
El protector de la llama nos hizo quitar las manos de la vasija y tomó el fuego sagrado desde el interior del altar, era impresionante verlo manipular el fuego de esa manera sin tener consecuencias de quemaduras. Estiró su mano hacia a mí y con la palma de mi mano derecha hacia arriba me colocó la llama. Hizo lo mismo con Cassius.
«¿Cómo era posible que la llama no se haya extinguido ante su frialdad?». Y como si hubiera escuchado mis pensamientos, habló:
—Puedo controlarlo, después de todo soy de carne y hueso como tú. —su voz sonó apenas audible, pero era lo suficientemente alta como para que solo yo pueda oírlo.
—No eres como yo, no te compares. —refuté de inmediato, imitando su tono de secreto.
—Oh, sé que no, conozco tus limites, Princesa…
«Imbécil».
La flama en mis manos se tornó roja, era un fuego intenso y abrazador, era rojo intenso, tan carmín como la sangre. La flama de Cassius era blanca con tonalidades azules, casi cristalina y por momentos tomaba la consistencia de un tempano, no se extinguía, la flama seguía con la misma fuerza a pesar del frío.
—Di sanguinis et glaciei est nostria unione. —la voz del Protector de la llama sonó suave y calmada, pero llena de autoridad.
«De sangre y hielo es nuestra unión».
Suspiré ante esas palabras que sonaron en mi mente, siempre creí que los votos matrimoniales de Merle escondían una aterradora y sombría promesa.
—Repeat post di me —el protector de la llama comenzó la ceremonia, aun así, padre se puso de pie y luego de mirarme con desdén se dirigió al supremo ante nosotros.
—Protector… permítame, ¿no cree usted que deberíamos hablar en el idioma que todos entendamos? Puesto a que nuestros invitados no entenderán el idioma proveniente de los Dioses del Merle antiguo. Sé que usted solo habla el idioma de los Dioses en el Santuario, ¿permite que yo sea el que traduzca a los invitados? —el Protector asintió y padre se colocó a su lado, mis movimientos se encontraban bajo el escrutinio de su mirada inquisidora.
—Unite eorum rukami —dictaminó el protector y padre aclaró la garganta antes de traducir.
—Unan sus manos.
Nuestras llamas se unieron al hacer contacto la una con la otra, batallando por quedar en pie, intentando no ser consumida por la otra. Cassius fijó su vista mí y su mirada se oscureció. Ese simple acto hizo que me cosquillee el cuerpo. Aun así, intenté no hacer caso a mis sensaciones y me limité a repetir los votos de sentencia, porque eso era, una sentencia, me estaban entregando a cambio de alianzas y muerte.
—Promitto quod urobímt’a soffrrirrema anche sentire viveríe.
—Prometo que te haré sufrir, pero también te haré sentir vivo.
—Promitto esse il tuo peggior incubo ma anche optimum confugerunt.
—Me comprometo a ser tu peor pesadilla, pero también tu mejor refugio.
Las llamas se intensificaron, abrazándose una a la otra como si fueran enredaderas aferradas a un árbol. Cassius seguía con la vista fija en mis ojos, marcaba cada palabra de los votos a la perfección, ¿acaso era tan antiguo como el viejo Merle? ¿Qué lo hacía conocedor del idioma que ha estado en mi familia por más de un siglo?
—Tibi Promitto che ti distruggerró, ma anche ricostruiró vlastnymí rukami.
—Te prometo que te destruiré, pero también te reconstruiré con mis propias manos.
—Promitto esse il tuo acerrimu hostis, ma anche tuum fidelissimum lojálni.
—Me comprometo a ser tu enemigo más fiero, pero también tu aliado más leal.
—Di sanguinis et glaciei est nostria unione.
—De sangre y hielo es nuestra unión.
Finalmente, las llamas se unieron en una sola, combinando sus tonalidades, ya no batallaban, más simplemente aceptaban la temperatura y fuerza de la otra. El protector de la llama tomó nuestras muñecas y acercó nuestras manos hacia la vajilla del polvo sagrado donde los Dioses bendecían nuestra unión.
—Di sanguinis et glaciei. — el protector nos entregó una daga de acero esperando a que finalicemos la unión.
—Deben cortar sus palmas y unir su sangre. —la voz de padre me reconfortó, Cassius tendría contacto con mi sangre y lo podría ver retorcerse en el suelo, podría escapar e ir por mi hermano y Cardian, pero eso no podía ser tan simple, lo supe cuando Cassius sacó del bolsillo de su jubón negro dos collares, eran unos pequeños frascos en forma de relicario, con una fina cadena de oro.
—No tendrás el gusto. —sonrió victorioso al ver que el protector aceptaba su petición.
Hice un corte en mi palma derecha y coloqué mi sangre dentro del relicario. Cassius hizo lo mismo y luego de colocarse su collar con mi sangre, procedió a colocarme el mío.
—Cuidado, tienes un veneno mortal tocando tu pecho. Pueda que tenga suerte y explote para derretir tu frío corazón.
—¿Qué te hace pensar que tengo uno? —contraatacó de inmediato y se acercó a mí. Tuve que levantar la barbilla para mirarlo directo a los ojos. Luego de colocarme el collar, se tomó un instante para acercarse a mi oído y provocarme aun mas —. Deberías saber que está todo calculado, este relicario no explotará y tu sangre no me matará. Llegará el día en que rogaras que este collar no sea la causa de mi muerte. —luego de decir eso tomó ambos collares en sus manos y los selló con hielo, un hielo diferente, mágico, uno que no se derretía y no emitía ningún tipo de escalofrío al contacto con mi piel.
«El hielo es la armadura que los protege, pero la sangre es el fuego que los consume. Si se atreven a romper su unión, se derretirá el hielo y la sangre fluirá hasta consumirlos».
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