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열다섯. Paz

Con la llegada de agosto, un aire enrarecido se apoderó del país. La inactividad del Monstruo de Eikando desde el inicio del verano había dejado cierta paz. En todas partes de Japón hubo empleados que pidieron permiso en sus trabajos para un viaje a una ciudad que como un fénix había resurgido de las cenizas dejadas hacía diez años.

Jangmi apareció en Hiroshima, abrazando a sus amigas, en el único lugar que todavía le resultaba conocido.

La cúpula Genbaku que tanto la había maravillado ahora era una estructura vacía de hormigón agujereado, con arcos de acero desnudo, quebrado y destruido como el esqueleto de un dragón, sin vidrios que cubrieran sus ventanas ni pintura en la pared. Se veía como un viejo fantasma de una de las ciudades más grandes del imperio.

—¿Aquí fue? —preguntó Yuhye.

—Cayó por allá, justo donde ahora está el parque.

Una gran multitud de gente llegaba desde todas direcciones, cruzando los puentes para llegar hasta el parque que empezaba a albergar un montón de monumentos, y reuniéndose en el centro de la explanada, donde una gran campana colgaba de un arco.

Las cuatro vestían un kimono mofuku con un crisantemo blanco sujeto al obi, tratando de mezclarse lo máximo posible entre los visitantes. Se mantuvieron de pie en la parte de atrás de las filas de sillas que se habían dispuesto para sobrevivientes, familiares de víctimas, algunos políticos mahonai y, para sorpresa de ellas, el ministro de magia.

Jangmi cruzó una breve mirada con él, en la que pudo leer la pena y la impotencia de un líder que no tuvo voz para frenar el desastre y la de un padre que lo había perdido todo.

Entre las personas que ocupaban los lugares importantes también se encontraban estudiantes destacados de varios niveles académicos de las escuelas locales, ya que el bombardeo se llevó consigo una escuela primaria cercana al hospital donde cayó.

El Primer Ministro Japonés ofreció un vaso de agua en honor a los fallecidos cuando se marcaron las ocho de la mañana. Los representantes de las familias y los estudiantes dieron un mensaje por la paz, similar al que se llevaba dando desde 1947, cuando se conmemoró por primera vez la tragedia, y formando una fila todos empezaron a dejar crisantemos a los pies de la campana. Jangmi conjuró con discreción una corona hecha con esas flores, y la dejó junto a las demás, pero le agregó un pequeño cartel de madera de cerezo con un nekomata tallado, con solo dos Kanji que formaban uno de los nombres más comunes de ese país, pero que era único para ella.

Justo quince minutos después de que la ceremonia iniciara, todos guardaron silencio, no solo en el parque, sino en toda la ciudad.

En medio del silencio, Jangmi sintió una mano en el hombro. Se giró esperando ver a Yeonjin, pero se encontró que las chicas estaban un poco más alejadas, y quien la reconfortaba con el tacto era Edward. Llevaba un traje negro con un crisantemo en el bolsillo de la chaqueta, apoyado en un bastón de madera que usaba desde el terremoto. Había pasado unos cuantos meses en el hospital regenerando su pierna perdida, y llevaba desde entonces recuperando poco a poco la fuerza de esta hasta poder caminar de nuevo. Jangmi tomó su mano y él la apretó para darle su apoyo.

La campana retumbó para romper el silencio, que dio paso a la declaración de paz del alcalde de Hiroshima. Varias palomas fueron liberadas desde la parte posterior de la campana. El representante de los niños hizo un compromiso para que su generación trabajara por aquello que seguía haciendo falta en el mundo y que, en realidad, jamás había estado ahí.

Cuando la ceremonia acabó, los cinco caminaron por el parque colmado de monumentos en honor a diferentes grupos de personas asesinadas por la bomba, como el monumento a los niños y las campanas de la paz. Pararon su marcha de manera abrupta al ver una placa tallada en coreano.

"El Monumento en Memoria de las Víctimas Coreanas de la Bomba Atómica. En memoria de las almas de Su Majestad el Príncipe Yi Wu y otras 20.000 almas"

—¿Quién es ese príncipe? —preguntó Yuhye, y sus dos mayores la miraron con incredulidad—. Jamás he ido a Corea.

—Era el hijo del emperador Gojong. Hubiera sido el rey después de él —aclaró Jangmi.

—Ya veo... ¿Qué hacía aquí?

—Tengo entendido que lo reclutaron en la armada imperial.

—El imperio fue una mierda —soltó Baenhab, y Yeonjin le dio un codazo por soltar insultos en frente de un memorial.

—Pero ya acabó.

Continuaron su camino hasta encontrar un montículo de tierra bordeado por un montón de flores y ofrendas.

—¿Aquí cayó la bomba? —preguntó Baenhab.

—No... eso fue cerca al puente. —Jangmi observó extrañada el monumento que tenía dos farolas en sus costados—. Esto es otra cosa.

Las leyendas de los monumentos se encontraban solo en japonés, así que las cuatro se acercaron a leerla para entender a quiénes se honraba en ese lugar.

—¿Crees que esté ahí, Jangmi-ya? —preguntó Yeonjin al terminar de leerlo.

—Quién sabe. No tenía más familia, así que es posible.

—¿Qué dice? —preguntó Edward.

—Aquí están las cenizas de 70.000 personas no identificadas. Le decía a Yeonjin que no estoy segura si Sachiko está aquí.

Jangmi se inclinó hacia el montículo e hizo una oración como si estuviera en un templo.

"Hola, Sachi. Espero que estés bien. Tal vez puedas ver que yo lo estoy. Jihyun me escribe seguido. Él y Minho están bien, pero hace años que no los veo. Gracias por todos esos años juntas. Te prometo volver seguido."

Una suave brisa atravesó el parque memorial, y llegó hasta los oídos de Jangmi como si de un mensaje del cielo se tratara.

Debido al Estatuto Internacional del Secreto que Japón había adoptado, el ministro Mori no podía dar su mensaje en Hiroshima, así que lo daba unas horas más tarde desde la estación de radio mágica. Días antes, el mismo ministro le pidió que cantara Mil Grullas en cuanto acabara para hacer de puente con la programación habitual, y para conmemorar todas las vidas perdidas hacía diez años.

Las demás chicas también habían ido junto a ella, y salieron de la estación bien entrada la noche tras una entrevista en cuanto el informativo concluyó. Las calles estaban oscuras y completamente desiertas salvo por unas pocas geishas y borrachos que andaban por la zona, así que aparecieron en el portal con la esperanza de no haber sido vistas.

Como era costumbre, las cuatro se turnaban los quehaceres, así que Jangmi y Yeonjin cocinaron la cena con la condición de que las otras limpiaran todo al terminar, y juntas disfrutaron de un gran plato de arroz con kimchi que Jangmi llevaba haciendo desde hacía varios meses.

—¿Tu madre te enseñó? —preguntó Yeonjin.

—Fue mi abuela. Ni mi madre ni yo le llegamos a los talones haciéndolo.

—Es como tener un pedacito de Corea aquí.

—¿Acaso no somos suficiente para ti? —preguntó Baenhab.

—No seas boba.

—Unnieeee ¡Di que nos quieres!

—Eres una pesada.

—Vamos, son solo dos palabras.

—¡Está bien! Las quiero.

Yeonjin estaba exhausta por su reciente labor de líder al organizar nuevas actividades para las cuatro. Después de cenar se metió al baño del apartamento para darse una ducha. Las dos más chicas se habían quedado en la pequeña cocina limpiando lo usado en la cena, y Jangmi se recluyó en su habitación para escribir una canción que llevaba un tiempo rondándole en la cabeza.

Tarareaba suavemente las notas, y susurraba la letra mientras escribía el primer borrador, marcando el tempo con sus dedos sobre la mesa de madera que daba a la ventana abierta y a un cielo lleno de estrellas, con un pequeño retoño de Parasol Chino en el marco como único público. Lo había conseguido en Hiroshima al salir del parque ese año, y se trataba del retoño de un árbol que había sobrevivido a la explosión. Lo había encontrado a los pies de un árbol cercano al parque cuyo tronco torcido estaba lleno de cortes.

Estaba a punto de salir a preparar una enorme cantidad de té negro cuando un fuerte golpe llegó desde la cocina. No le habría dado importancia de no ser por el silencio que siguió. Baenhab y Yuhye solían gritar cuando algo se caía para echarse la culpa entre ellas.

Tomó con prisa su varita, y corrió hasta ahí, encontrándose con una horrible escena.

Baenhab estaba tiesa, congelada en un último movimiento en un intento por detener lo que estaba pasando al alcanzar su varita, que permanecía sobre el mesón, a pocos centímetros de su mano. Yuhye estaba petrificada en el suelo. Sobre ella, había un hombre con ojos de zorro.

El tatami de la cocina estaba cubierto de sangre. La última expresión de Baenhab era de terror. Los ojos de la otra chica dejaban salir gruesas lágrimas de dolor sin poder hacer nada.

—Incarcerous.

Jangmi no reaccionó lo suficientemente rápido por el miedo y la sorpresa de encontrarse en esa situación. Un montón de cuerdas rodearon su cuerpo como serpientes. El impacto del hechizo la envió por la sala hasta golpearse con fuerza contra la pared.

Su varita se perdió en algún lugar del apartamento, y la oscuridad temporal en la que se sumió hizo que la perdiera de vista. Una de las cuerdas se deslizó hasta su cuello. La falta de aire la hizo incapaz de gritar.

Un segundo hechizo la alcanzó, y más peso se colgó de su cuerpo con más presión que las cuerdas. Tras un momento, el dolor en sus huesos se volvió insoportable, pero no podía gritar.

Pateó la pared para hacer un poco de ruido. El cuadro que contenía una foto de las cuatro se estampó contra el tatami. Las cuerdas y cadenas que la rodeaban empezaron a apretar cada vez más. La piel empezó a arderle en las partes donde se frotaba, y un crujido grave llegó a sus oídos después de un horrible dolor en el brazo derecho.

Una puerta se abrió con un azote, y lo único que se escuchó después fueron un par de golpes secos. El silencio inundó la casa.

Con cada movimiento que hacía, sus ataduras la apretaban más. En su mente se debatía entre luchar por salvarlas a todas o quedarse quieta para salvarse hasta que alguien la encontrara. Fue solo un momento en que permaneció inmóvil, pero sus ataduras no aflojaron. Otro crujido acompañó a un dolor más intenso en su pecho.

Logró arrastrarse solo con sus pies hasta el lugar en que vio algo similar a su varita, cortándose con unos cuantos vidrios rotos al tratar de alcanzarla, pero ese dolor no era nada comparado con el que estaba sintiendo. Con un poco de esperanza, susurró con el último aliento que le quedaba un encantamiento que dudaba que pudiera funcionar, teniendo en mente a una sola persona.

Antes de perder la conciencia, pudo ver a una grulla de Manchuria.

El silencio absoluto pasó a ser un suave murmullo. La oscuridad empezó a iluminarse con suavidad cuando Jangmi abrió los ojos como despertándose de un largo sueño. Empezó a distinguir pocas sombras y sus movimientos entre la tenue luz del atardecer, y los sonidos empezaron a aclararse levemente. Parecía que estaba cerca del mar.

Una voz la llamaba con ternura, y por un instante, se sintió más en casa que nunca.

—Omoni...

—Jan... pier... en...

No quería despertar. Después de tanto dolor, quería seguir descansando, sintiéndose a salvo en donde quiera que fuera ese lugar en su mente.

—Por favor... —dijo la voz.

Le costó un montón, pero, finalmente, abrió los ojos.

El barullo que había confundido con el mar eran las voces de varios medimagos en el pasillo, y la luz del amanecer se filtraba por las ventanas del hospital Okuninushi.

—Jangmi.

Fue entonces que se fijó quién estaba junto a su cama: era Edward, que mezclaba una sonrisa con un gesto de preocupación de manera adorable. La tenía tomada de la mano con suavidad, y ella le dio un débil apretón que le causó un dolor inesperado en el brazo.

—Hola... —dijo con la voz ronca.

Alguien a su lado se removió. Baenhab se levantó con prisas, y llamó a un medimago para avisar que había despertado.

Jangmi tomó aire para hablar, pero la respiración profunda le provocó unas punzadas intensas en el pecho. Todo el aire se le escapó en un quejido, y su voz salió como un susurro, y las palabras se le cortaban por la falta de impulso.

—¿Qué pasó?

—Tú solo descansa.

—Creo que ya dormí suficiente.

—Jangmi...

—Espero que eso haya sido una maldita pesadilla.

Él miró en otra dirección, justo hacia una pared blanca. Jangmi entendió que la situación era tan difícil que el auror no era tan directo como siempre.

—Edward.

—No lo fue... lo siento.

—Yuhye ¿Cómo está?

—Va a estar mejor.

Trató de izarse, pero los codos le escocieron al hacerlo, y un dolor en el pecho hizo que se le escapara un gemido de dolor que tiñó el rostro de Edward de preocupación y reproche. Observó sus brazos, llenos de roces de aquellas cuerdas que habían logrado rasgar su piel hasta hacerla sangrar y los hematomas más oscuros que había visto nunca. Las heridas que ya se estaban cerrando se abrieron con su movimiento brusco. La garganta le ardía, y la cabeza empezaba a retumbarle. Cayó de nuevo sobre la almohada. El tórax le dolió de nuevo, y empezó a respirar con más dificultad.

La puerta se abrió con suavidad, y Jangmi abrió los ojos con sorpresa al ver a dos chicas conocidas entrar a la habitación.

—Me alegra verte despierta, Jangmi —dijo una, sonriendo.

—Kou... Junko.

—Vas a estar bien —dijo la segunda.

—Yuhye...

—Estará más tiempo internada. La señorita Kim Yeonjin tiene un golpe en la cabeza, pero...

—¿Cómo?

Baenhab les hizo una seña, cruzando sus brazos en un gesto negativo de manera nada discreta, y ambas se miraron entre sí.

Mientras conversaban sobre cosas cotidianas y novedades en sus vidas, empezaron a examinarla, y se tomaron un buen rato para sanar las marcas que sus ataduras le habían dejado y las costillas fracturadas.

Fue cuando la levantaron con cuidado para revisar su espalda que se fijó en las otras dos camillas que ocupaban la habitación. En una de ellas, la más cercana, reconoció a Yuhye, cubierta hasta el pecho por una sábana, y en la siguiente, a Yeonjin, acompañada por un hombre que se le hacía vagamente familiar. Ambas estaban inconscientes.

Se retiraron al cabo de un rato con un diagnóstico positivo para ella, y, cuando abrieron la puerta, el ruido estalló en el corredor.

—¿Qué está pasando? —preguntó a Baenhab.

—Que él te lo diga, yo estoy a un segundo de matarlos a todos. —respondió con tristeza. Se veía cansada, con los ojos hinchados rodeados por unas bolsas oscuras.

—Edward ¿Qué ocurrió? ¿Qué pasa ahora? ¿Qué es todo ese ruido? —Su desesperación por saber se mezclaba con el miedo, la tristeza y la ira, llenándola de lágrimas.

—Son noticia. Creo que sabes quién es el responsable.

—Claro que lo sé, pero... No entiendo cómo estamos vivas. Pensaba que actué muy tarde.

—Kim Yeonjin lo detuvo, pero también se llevó un golpe en la cabeza por el hechizo de expulsión que ese desgraciado lanzó en defensa. Si no me hubieras avisado, no estarían todas aquí.

—¿Pudieron atraparlo?

—Como te dije, ella lo inmovilizó. Lo arrestaron de inmediato.

—Y Yuhye ¿Cómo está ella?

—Fueron... varios dedos. Están reconstruyéndolos.

—Maldita sea.

Su voz se ahogó, y trató de contener las lágrimas, pero al final cedió a la necesidad de llorar aunque le doliera. Pudo haber ayudado, y pudo haber salvado a Yuhye de todo aquello, pero fue demasiado lenta.

—Ya pasó, Jangmi —tranquilizó Baenhab—. No es tu culpa.

—Pero... Fui muy lenta.

—Déjate de peros. Ese maldito ya está condenado, y Yuhye se va a recuperar. Es fuerte.

—Lo siento mucho.

—No te disculpes. Tú lo llamaste —señaló a Edward—. Si no lo hubieras hecho, tal vez ninguna estaría aquí.

Empezó a llorar con más fuerza pese al dolor que eso le causaba, y la chica la abrazó, subiéndose a la camilla para lograrlo.

—Lo hiciste bien, Unnie.

Yeonjin fue la última en despertar. Por fortuna, el golpe no causó ningún daño irreparable.

Aquel hombre que la acompañaba fue presentado luego como su novio desde hacía años. Estuvo a su lado en todo momento, cuidando de ella, trayéndole cosas y contándole historias para mantenerla feliz a la espera de que las dieran a todas de alta.

Yeonjin les contó, ya con un poco de risa, que su antigua casera la había echado de casa por tener una relación romántica poco definida siendo huérfana y sin la aprobación de alguien, además de pensar que se dedicaba a vender su cuerpo desde hacía años por trabajar en la noche.

Yuhye tomaba poción crece huesos todos los días, y se quejaba del sabor espantoso que tenía. Cuando se notaba un avance, Junko regeneraba los tejidos hasta cubrir el hueso, repitiendo el proceso por varios días.

Edward se sentaba junto a Jangmi, y le contaba todas las novedades del juicio que se estaba desarrollando en contra del Monstruo de Eikando, que después del ataque empezó a llamarse Iida Akihiro, nieto del fabricante de varitas.

—Era el último sospechoso. Nos centramos más en la familia Katayama porque son más personas.

—¿Recuerdas que lo vimos?

—Claro que lo recuerdo, fue antes de que atacara a la anciana que sobrevivió. Todo acababa de empezar.

—Maldito destino. Jiseo trabajó con él. Eso me da escalofríos.

—Supongo que supo esconderse.

—A Jihyun le va a dar un infarto cuando sepa.

Por más que él se lo negara, ella empezó a leer el periódico durante las noches, enterándose de más detalles de los que Edward le había revelado.

Sus caras ocupaban varias páginas, siendo la noticia del momento. En cada una mencionaban el ataque con detalles que ni ella misma recordaba, y actualizaban las novedades sobre su estado de salud gracias a un topo en el hospital y a la gente que se colaba y aglomeraba en el pasillo con la esperanza de ser los primeros en enterarse de cualquier noticia.

Pasaron semanas hasta que el ministerio envió a un funcionario para pedirles una declaración confidencial, que obviamente se publicó en el periódico a la mañana siguiente.

Tardaron en salir porque todas debían cumplir diferentes terapias y observaciones para sus diferentes traumatismos. Yuhye tuvo que aprender a mover los dedos de nuevo, Yeonjin cumplía varias observaciones para descartar secuelas de la contusión y Jangmi hacía terapias respiratorias para recuperarse de la compresión en sus pulmones.

La mayoría de medimagos mantenían su profesionalismo al momento de atenderlas, pero en repetidas ocasiones, un empleado entraba con la excusa de hacer una revisión, concluyendo con la petición de un autógrafo.

La sentencia perpetua no tardó demasiado, con la misma familia Iida declarando en contra del chico, las evidencias, la sobreviviente de hacía varios años y ellas mismas. No había sido nada complicado, aunque la presión social hizo su parte para un trato más firme.

Durante su estancia, recibieron numerosas visitas, como el señor Taguchi, el ministro Mori, la presidenta Saito y algunos periodistas que habían logrado colarse, y que salían con el rabo entre las piernas y sin su exclusiva por las amenazas de Baenhab.

El caso más notable fue el de un joven pasante que entró con una cámara oculta bajo un yeso, y una vuelapluma entre el cabello. Se quedó petrificado en la puerta por un momento, y luego sacó sus artefactos.

—Buenas tardes, señoritas, mi nombre es Katayama...

Tras esa breve presentación, empezó a bombardearlas con preguntas sobre la condena, las posibilidades de que continuaran sus carreras y asuntos más personales.

—¿Quiénes son esos hombres que las visitan tan a menudo?

Parecía haber acabado con su arsenal de preguntas sin que ninguna hubiera sido contestada. Baenhab se levantó, le arrancó la cámara con una sorprendente suavidad y sacó el rollo. Devolvió el aparato al chico, abrió la puerta, y lo empujó suavemente hasta sacarlo.

—A menos que quieras que envíe una carta a tu jefe, no te atrevas a aparecer por aquí de nuevo —dijo con voz suave, como si no le importara en realidad.

—¿Puede decirme si seguirán cantando después de esto?

—¡Yoake!

El muchacho echó a correr, perdiéndose por el pasillo entre el tumulto de gente que se estacionaba a pocos metros de la puerta para no enfrentarse a Baenhab.

Salieron en completo secreto después de un mes, cuando Yuhye recuperó sus dedos y las cuatro se sintieron preparadas para retomar una vida normal, con la esperanza hacerlo paso a paso, iniciando por volver a casa.

Los yoake habían estado ahí varias veces para recopilar la evidencia, y tuvieron el detalle de limpiarlo todo cuando recabaron la suficiente. Resultó extraño volver, y decidieron no fijarse mucho en los detalles aquel primer día.

El novio de Yeonjin, llamado Moon Doyun, era hijo de una pareja coreano-japonesa, y trabajaba en el Departamento de Relaciones Mágicas Internacionales del Ministerio. Se pasaba los días junto a ella, al punto de cocinar para todas con tal de ayudar en algo a las amigas de su novia.

Una tarde, un patronus con forma de un gato muy peludo se coló en la habitación de Jangmi, se subió a la mesa, y se tumbó sobre su regazo, ronroneando hasta que ella se levantó para seguirlo.

Llegó hasta Tegatsu no Michi, encontrándose al dueño del animal trepado en un árbol de cerezo que ya iba dejando sus ramas al descubierto por la llegada del otoño.

—¿Qué haces ahí?

—Esperarte.

—¿Me vas a decir por qué me llamaste?

—El aire fresco no le hace mal a nadie, Jangmi.

—Ya pareces mi madre...

Bajó con un salto al sendero vacío, y se sentó en una de las banquetas que estaba más cerca.

—¿Cómo va todo en casa?

—Estamos empezando a notar cosas que faltan, pero lo demás está en orden.

—¿Las robaron?

—Cosas un poco indecorosas para mencionar.

—Ya veo...

—Supongo que los pervertidos no pueden contenerse.

Le hizo un gesto para que se sentara junto a él, y así lo hizo. Una suave brisa de otoño empezó a soplar entre los árboles, y una nube cubrió el sol pálido por un largo rato.

—Hay una cosa que debo decirte.

—¿Pasa algo?

—Sí, algo inevitable...—dijo con seriedad—. Ahora que atrapamos al Monstruo y los militares se han ido de Corea, MACUSA considera que ya no tengo nada que hacer aquí.

—Así que te vas.

—Sí...

Era lo que llevaba días temiendo escuchar. No había sido hasta el inicio del juicio al Monstruo que había caído en cuenta de que aquello pasaría, pero había evitado el pensamiento para no sentir la tristeza que acababa de golpearla.

—¿Cuándo?

—En una semana.

—Bueno, volverás con tu familia.

—Voy a extrañar esto. Llevo casi cuatro años aquí, y creo que va a ser muy difícil acostumbrarse nuevamente a Estados Unidos. Te voy a extrañar a tí.

—Te entiendo, pero disfruta que puedes volver a verlos. También me harás falta... No te imaginas cuánto.

—Quisiera quedarme contigo.

—Era un hecho que te irías en algún momento. Desde que estaba en el hospital ya lo estaba asumiendo. Regresa y disfruta de tu familia.

Se quedó en silencio, viéndola por un largo rato hasta que soltó un suspiro, pero ninguno de los dos habló. El único ruido era el del viento pasando entre las ramas desnudas de los cerezos.

—Entonces este es el fin. —suspiró Jangmi.

—Recuerdo nuestra primera despedida —dijo él, con la vista en el cielo—. Me dio tristeza pensar que no te vería de nuevo. Por un momento maldije el fin de la guerra.

—Bueno, ahora yo maldigo a ese idiota que se dejó atrapar.

—Al final regresaste.

—¿Crees que el universo pueda hacer eso mismo de nuevo?

—Tal vez no ahora. Puede ser luego, y en otras circunstancias que no tengan que ver con guerras y asesinos. —Jangmi empezó a reírse, y le dio un suave golpe en la costilla—. Tengo que preguntarte una cosa.

—No salgas con ninguna locura repentina.

—Es algo que me causa curiosidad. —respiró hondo y la miró a los ojos—Jangmi, esa noche... ¿Cómo es que pudiste hacer tu patronus de nuevo?

—Bueno... hice algo que había evitado intentar. Fue el impulso para sobrevivir.

—¿Qué fue?

—Cambié ese recuerdo. Antes tenía que ver con mi familia, pero intenté usar uno distinto.

—Y eso es...

—La música.

—No es un recuerdo como tal.

—Pero es algo que me hace feliz. Fue algo un poco desesperado, pero funcionó... Solo que no me siento bien con eso.

—¿Por qué lo dices?

—Me pregunto si eso significa que ya no los extraño... Es como si ya hubiera asumido que no volveré a verlos... Pareciera que perdí las esperanzas.

—Yo no creo que sea así.

—¿Qué crees entonces?

—Creo que has sido capaz de sacrificar ese pequeño recuerdo por un bien mayor, y eso no tiene nada de malo. Algún día los encontrarás, y ya podrás formar nuevos recuerdos felices.

—Quiero pensar que tienes razón, pero no sé cuándo suceda.

—Sé paciente. Ya llegará —hizo una pausa, observando el cielo que empezaba a despejarse de a momentos—. ¿Has vuelto a escribir?

—No, mi cabeza no da para eso ahora. Tal vez en unos meses pueda retomarlo.

—Eso espero. No quiero dejar de escuchar tu voz.

—Todavía me cuesta cantar... Me preocupa que mis pulmones no vuelvan a ser los mismos.

—Fue hace un mes. Todavía necesitas descansar. Tiempo al tiempo.

—Antes de eso estaba escribiendo. Fue solo una estrofa.

Mi hogar no es donde duermo.

Es donde estás tú.

El fuego aquí no calienta.

Solo tu abrazo me salvará del invierno.

Aunque le costó y su voz resultaba menos intensa que antes, la cantó con la breve melodía que había pensado solo para ese fragmento, esperando que algún día se completara. Al terminar, puso su cabeza en el hombro de Edward, y se quedaron otro rato en silencio. Él tomó su mano con fuerza sin querer dejarla ir.

—Jamás entiendo las palabras que cantas, pero las siento.

—Es lo mágico de la música... ¿Qué es lo que entiendes?

—Que todavía los extrañas y te estás preocupando demasiado.

—Entonces parece que hice bien mi trabajo...

El silencio en el que estaban también era música para ella. Como una prolongación del tiempo para que la melodía no terminara de manera abrupta, un descanso antes de la última nota.

—Eres un mentiroso.

—¿Por qué?

—Hace mucho tiempo me dijiste que venir te había servido para algo, pero no sé qué es. No me dejes con la duda.

—Me olvidé. Fue hace mucho.

—Entonces...

—No era realmente feliz en ese caos. Solo pretendía serlo porque se supone que lo que tenía era lo que necesitaba, lo que todo el mundo quiere, y debía estar satisfecho con eso.

—Vaya.

—El destino es extraño.

—Y que lo digas...

—Si volviera a aparecer en tu vida ¿me dejarías entrar de nuevo?

—Tal vez.

—¿Solo tal vez?

—En la vida no hay certezas. Lo aprendí a las malas... Si llega ese momento, ambos sabremos la respuesta. Puede que sea en esta o en otra vida.

—Siempre nos quedará Kioto ¿no?

Esa ciudad había presenciado la mayoría de sus penas, desde las más simples como regresar a la escuela en el peor momento del imperio como las más dolorosas. Crecer dolía, y de la misma manera Kioto había visto sus cambios, sus logros y sus momentos más felices.

Tras un momento en silencio asintió a esa pequeña promesa.

—Te voy a extrañar Jangmi. No cambies.

—Tú tampoco... ¿Es una promesa?

❀Los Kimono Mufuko son una variedad de esta prenda utilizada en funerales y el el luto.

❀El vaso de agua en la ceremonia de conmemoración de la caída de la bomba se da debido a que los heridos suplicaban por tomar algo de agua en sus últimos momentos de vida.

❀Los árboles Hibaku Jumoku fueron aquellos afectados por la Bomba atómica, pero que sobrevivieron y continúan en pie a día de hoy. Sus retoños son símbolo de esperanza, pues se pensaba que en esa ciudad nada podría crecer en 75 años, pero la primavera demostró lo contrario. Los retoños y semillas se han enviado a 30 países para dar el mensaje de esperanza y paz. Hay tres árboles en Colombia.



Antes de terminar el capítulo quiero hacer un pequeño anuncio.

Esta historia ha sido parte de mi vida por unos tres años. Ha mejorado junto a mi y ha sido uno de mis trabajos más largos y provechosos que he hecho.

Voy a proceder con la frase más cliché que puede haber en este momento: Todo lo que empieza debe acabar en algún momento, y el final de esta historia se acerca

Este momento era algo que yo ya me esperaba y tenía en mente, no me puedo creer que haya llegado.

Desde este capítulo quedarán tres capítulos más para finalizar la historia, así que a modo de despedida habrá un extra por los últimos tres capítulos que quedan. 

Sin más que decir, gracias por estar todo este tiempo.



Próximo Capítulo: 2024-02-25

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Capítulo Extra: Bakeneko

Disponible en "Hanto" el 2024-02-26

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