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十一 Sueños del mañana

Sachiko llegó a Hungnam una semana después. El año anterior ya los había visitado, ganándose el afecto de toda la familia por sus ganas de ayudar pese a ser la invitada y su interés por el coreano. Desde que se habían conocido en primer año le había pedido que le enseñara el idioma pese a estar prohibido en la escuela, y logró un nivel básico que había mejorado cuando lo usó por tan solo una semana en la casa.

Pasaron los primeros días entre juegos y trabajo en el campo de arroz, soltándose bromas sin llegar a interrumpir el trabajo. Una tarde, todos en la familia las obligaron a dejarles el trabajo y disfrutar el tiempo de vacaciones juntas, por lo cual se quedaron en el comedor charlando.

—Sachi, he estado pensando una cosa.

La chica alzó las cejas con interés y se acercó a ella hasta sentarse a su lado.

—Desembucha.

—Estoy pensando en estudiar una especialidad.

—¿Qué quieres estudiar?

—No lo sé. Ya veré.

—¿Crees que puedan pagarla?

—A eso voy, Sachi. Quiero trabajar en verano.

—¿Tanto quieres la especialización?

—Si estudio, puedo tener un buen trabajo y traer más dinero. Es beneficioso, así tenga que pasar otros tres años allá.

—¿Has hablado con ellos?

—No. Tengo que pensar bien cómo lo voy a decir.

—No creo que sea tan difícil.

—Me protegen demasiado. No creo que me dejen hacer cualquier cosa.

—Ya tienes algo en mente —afirmó.

Le regresó una mirada cómplice y una sonrisa juguetona que hizo que su amiga se acercara más y le agitara el brazo con insistencia.

—¡Habla ya!

—¡Me vas a arrancar el brazo!

—¡Pues habla!

—Quiero cantar.

Sachiko pegó un grito de alegría y le saltó encima. Ambas cayeron al suelo de madera, con Sachiko sobre Jangmi abrazándola. Ambas giraron en el suelo.

—¿Dónde?

—Aún me da un poco de vergüenza, pero desde que entré al club siento que no soy tan mala. Hay un bar... aquí cerca. Es de un amigo de Dalhyun.

—¡Entonces te va a quedar más fácil!

—Primero tengo que hablar con todos.

—Pues hazlo cuando regreses de mi casa.

—Tendré que intentarlo...

—¡¿Qué fue ese grito?! —preguntó su abuela desde su habitación.

—¡Nada, halmeonim! ¡Todo está bien!

Ambas se levantaron y se acomodaron de nuevo en la mesa. Sachiko la miró con preocupación en los ojos, matando levemente la alegría previa.

—¿No mejora?

—No desde que te escribí. Me molestó que no me dijeran nada desde que empezó.

—Lo hacían por tu bien, Jangmi.

—¿Si se muere y no me lo dicen también va a ser por mi bien? —se quejó en voz baja.

—Calma —pidió su amiga—. No creo que sea tan grave. Puede ser solo un malestar.

—Dalson me dijo que lleva así desde hace un par de meses, Sachi. No es normal.

—Ten fe. Seguro se va a poner bien.

—Ojalá tengas razón. No hemos podido traer a un médico siquiera...

—¿Es por eso que quieres la especialidad?

—Es por todo. No puedo soportar que mientras yo puedo comer bien todos los días en la escuela ellos pasen necesidades porque la cosecha o la pesca no fue buena, y que aun así tengan que pagar la escuela... Por eso quiero trabajar y pagar la especialidad yo misma.

—Entonces me parece un buen plan.

—¿Tú has pensado en especializarte?

—Hasta ahora no. Supongo que puedo trabajar con cualquiera de mis padres. Ellos me ayudarían a hablar con los dueños de las tiendas, pero por ahora me interesan las varitas.

—Si fracaso, tú vas a tener que ayudarme a mí.

—No seas tan fatalista, Jangmi.

—Soy realista. Ni siquiera sé si permiten a los coreanos estudiar especialidad.

—Tendremos que preguntar, pero por ahora debes pensar en cómo hablar con tu familia para que te dejen trabajar.

—Supongo que lo haré con mucho tacto.

—Debes decirles primero lo de los estudios. Así verán que no lo haces solo por ellos.

—Voy a hacerle caso, señorita Yamada. Muchas gracias —dijo en tono burlón.

—Siempre es un placer, señorita Seon.

Una semana más tarde el señor Yamada apareció en Hungnam para recogerlas. Habían tenido que pedir permiso al Concejo para que Jangmi pudiera viajar con mucha antelación, pues no se trataba de cuestiones de la escuela ni de trabajo, sino de un mero viaje de vacaciones. Por fortuna se lo habían concedido, al igual que uno para que Dalson la recogiera una semana después.

A Dalmi no le había gustado mucho la idea de que se quedara una semana entera en Japón, pero los padres de su amiga habían prometido cuidarla todo el tiempo que estuviera con ellos. Dalmi terminó cediendo por la insistencia de que, si habían recibido a Sachiko dos veces, debían agradecerles invitando a Jangmi, además de las ganas que ambas chicas ya tenían de ir.

Al llegar, Jangmi quedó maravillada. Estaba tan acostumbrada al estilo tradicional de su casa y de la mayoría de la arquitectura de Hungnam, que los modernos edificios de hormigón del centro de Hiroshima la dejaron alucinando.

La casa de la familia estaba en un barrio más tradicional en el norte de la ciudad, alejado del bullicio del enorme puerto. Durante la semana, los padres de su amiga las acompañaron a recorrer la ciudad para que ella pudiera conocerla. Le encantó en especial la preciosa cúpula a orillas del río Motoyasu.

—¿Qué es, Sachi? —preguntó con interés.

—Lo hicieron para la exposición comercial de 1915 —informó el padre de su amiga—. Lo diseñó un arquitecto checo.

—¿checo?

—De República Checa. Está en Europa.

—A veces me parece que necesitamos clases de geografía en la escuela.

—Yo a veces creo que ya esperan demasiado de nosotros —repuso su amiga.

—Les exigen demasiado —agregó la madre de Sachiko—. Siempre le decimos a Sachi que no sacrifique su felicidad por las calificaciones.

—Y aun así tiene muy buenas notas —dijo Jangmi dándole un suave codazo.

—La idea es que disfrute de la escuela y su juventud. Las presiones solo les hacen daño —secundó su padre.

—A mi familia le gusta que tenga buenas notas, pero jamás me han presionado para nada.

—Eso está bien ¿De qué sirve una túnica dorada si no son felices el resto del año?

—Eso me recuerda a Ryuko —dijo Sachiko con una sonrisa triste.

—¿Por qué?

—Desde la primaria le exigen las mejores notas ¿Recuerdas en primer año cuando se quedó durante el verano? Su padre la obligó porque había suspendido pociones.

—Ella me dijo que lo hacía porque quería.

—Taro la escuchó hablando con sus hermanos.

—¿Le crees a Taro?

—¿Cuándo ha dicho algo que no sea verdad?

—¿Qué hay de eso que la profesora Hamasaki y el profesor Asahi son pareja?

—Bueno, eso todavía está por confirmarse, pero aparte de eso, no se ha equivocado en ningún chisme ¿o me vas a decir que no?

Le dio la razón con su silencio. Caminaron por la ciudad hacia el puerto para poder ver los enormes barcos que llegaban, hasta que Jangmi rompió el silencio.

—¿De verdad crees que el padre de Ryuko sea así de estricto?

—No lo creo, lo sé.

—¿Lo conoces?

—Lo he visto varias veces en la escuela desde la primaria. Además, ya sabes como suelen ser las familias de sangre pura.

—Pensando en eso es que agradezco mi familia.

—Yo también ¿En Corea hay familias de sangre pura?

—Tengo entendido que la Jihyun lo era hasta hace unas generaciones.

—Los magos por allá no tienen mucha relación ¿o sí?

—No desde la ocupación. De todas maneras, no es como que nos importe mucho la pureza de la sangre ahora mismo.

En un momento, caminando por un mercadillo rumbo al puerto, le llegó de lejos una conversación entre un grupo de hombres que caminaban vigilados por unos guardias. El uniforme que llevaban hacía parecer que una Datsue-ba había intentado quitárselos, confundiéndose con cadáveres por lo delgados que estaban.

—¡He dicho! ¡No tenían razón de atacar Pearl Harbor! ¡Ahora Estados Unidos nos va a caer encima cuando acaben con Alemania!

—¡Venga, no seas tan fatalista! Consiguieron territorio en Hong Kong y Malasia.

—¡Claro! ¡Hasta que los aliados nos revienten!

—Sachi ¿Escuchaste lo que dijeron? —Preguntó a su amiga

—No les entendí ¿Hablaban en coreano?

Jangmi cayó en cuenta de repente. Era tan natural para ella que ni siquiera se había parado a pensar en qué idioma estaban hablando. Era la primera vez que veía coreanos en Japón, pero no de una manera agradable. Que una cantidad considerable de guardias los vigilara le dejaba claro que eran trabajadores forzados de una fábrica militar. Por más que aquella conversación se trató de unas pocas palabras, uno de los guardias más cercanos les lanzó un grito, seguido de una amenaza con dispararles si seguían hablando.

—Si, aunque el acento es distinto. Estaban hablando de Pearl Harbor, Malasia y Hong Kong ¿Qué es todo eso?

—Jangmi, te lo contaremos en casa —advirtió el padre de su amiga, mirando de reojo a los militares que circulaban.

A lo largo de la costa se veían cientos de barcos con la bandera del sol naciente izada en el mástil, al igual que en la mayoría de calles de Hiroshima e incluso de Hungnam. Una visión que Jangmi odiaba. Era la bandera del imperio que avanzaba poco a poco a otros países, consumiéndolos hasta volverlos parte de sí sin que pudieran hacer nada. Era la bandera de la opresión para mucha gente.

—Entonces parece que Japón atacó esa base en Hawái sin siquiera declarar la guerra —explicó a su familia una semana más tarde durante la cena—. Así que Estados Unidos declaró la guerra a Japón, y luego Alemania e Italia a ellos.

—¿Así que por eso están en guerra? —preguntó Dalson incrédulo.

—Estamos —corrigió el abuelo—. Técnicamente seguimos siendo parte de Japón.

—¿Crees que si los derrotan se irán de aquí? —preguntó Dalmi.

—La cuestión será... a costo de cuántas vidas. La guerra no es un juego de niños. Hay gente sufriendo.

—Lo mejor será que acabe pronto —dijo un poco tensa de repente.

Todos continuaron comiendo los fideos acompañados de kimchi que había terminado por preparar Dalmi, ya que la abuela seguía en cama. La mujer fue la primera en comer unos cuantos bocados con ayuda de su hija, sin aguantar demasiados y volviendo a dormir al terminar.

Las ideas se arremolinaron en la cabeza de Jangmi, pensando en que ese sería el momento idóneo para hablar con su familia de sus planes y la propuesta de trabajar para pagar su especialidad, pero todavía no sabía cómo hacerlo. Sachiko le había dado una idea, pero la cuestión estaba en encontrar las palabras adecuadas para que la entendieran y poder conseguir su objetivo, que al fin de cuentas los beneficiaría a todos.

La risa de Dalhyun la sacó de sus pensamientos. Todos en la mesa la miraban con una sonrisa burlona, contraria a cualquier ánimo previo.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Dinos en qué piensas o se te van a quedar esas canas.

Bajó la vista con vergüenza, y fue ahí que notó un mechón de cabello gris que fue tomando un tono rojizo al igual que su cara.

—Dilo, Jangmi —instó su abuelo con una sonrisa.

—Es que... no sé cómo se lo van a tomar.

—¿Me vas a decir que ese tal Park Minho es tu novio? —cuestionó su madre con burla—. Es tierno que te escriba tan seguido.

—No. No, no, no —negó con insistencia—. Es solo un amigo.

—Ajá, y yo soy emperatriz de Koryo ¿Entonces?

—Bueno, estuve pensando... —Tomó aire para calmarse—. Quiero estudiar una especialidad en la escuela.

Lo dijo sin más para terminar con el asunto rápido. Todos se quedaron sorprendidos, mirándose entre ellos con cierta incredulidad.

—Mierda... ya sabía que no les iba a gustar.

—¿Por qué lo dices?

—No me tienen que mentir.

—La verdad pensaba que era algo más grave, hija. ¿Por qué te preocupas tanto por eso?

—Bueno... Ya sé que de por si nos cuesta pagar la escuela, entonces... Me gustaría trabajar por mi cuenta para pagarla.

Nuevamente se sorprendieron.

—Veo que ya te lo habías pensado bien —dijo su abuelo con orgullo— ¿Tienes pensado de qué quieres trabajar?

—Quiero cantar, harabeonim.

Como no podía ser de otro modo, las sorpresas en las caras de todos volvieron a notarse.

—¿Dónde? —preguntó Dalhyun

—¿Crees que el señor Ahn me deje cantar en su bar?

—Tendría que hablarlo con él, pero no veo razón para que te rechace.

—¡Entonces habla con él mañana! —habló Dalson emocionado.

—Siempre y cuando...—interrumpió el abuelo, haciendo una pausa antes de seguir para que los ánimos de sus dos hijos se calmaran—. Solo si Dalmi está de acuerdo.

Ella estaba callada, con la vista fija en su plato y una mirada que dejaba ver tristeza y preocupación. Levantó la cara solo para ver a su hija. La conocía como la palma de su mano. Siempre sabía cuándo algo, por muy mínimo que fuera, ocurría. Ni siquiera hacía falta que su cabello tomara cierto color o que se lo dijera, Dalmi era capaz de saberlo. Esa vez pudo ver en ella todas y cada una de sus intenciones y la razón por la que hacía todo eso, a la vez que no podría convencerla de lo contrario.

—Voy a poner una condición.

Todos la miraron expectantes, pero ella permaneció mirando a Jangmi, con un gesto de autoridad mezclado de manera extraña y perfecta con cariño.

—Uno de ustedes la debe acompañar siempre.

Era la mitad de la tarde, y Jangmi caminaba con Dalhyun por el conocido camino de tierra rumbo al bar propiedad del señor Ahn Chisoo. Él y Dalhyun se conocían desde que eran niños, forjando una buena amistad que aún perduraba. El señor Ahn solía comprarles el soju que vendía en el bar con la intención de apoyar a la familia de su amigo, extendiendo su camaradería a un ámbito laboral.

—¿De dónde salió esa idea de la especialidad, enana?

—Creo que me va a quedar difícil vivir de la música. Sobre todo, aquí.

—¿Y si te quedas en Japón?

—No podría separarme más tiempo de ustedes. Al menos no sin algo seguro.

—Entonces, si te ofrecen un trabajo fijo en Kioto ¿lo tomarías?

—Si eso me da suficiente dinero para ayudarlos, sin duda.

—¿Dejarías de cantar por un poco de estabilidad?

—Jamás dejaré de hacer lo que amo. Así sea solo para mí, seguiré cantando.

Él puso cara de desaprobación, bajando la cabeza con una mirada triste.

—No me malentiendas, tío. Mi sueño sería dedicarme a cantar por el resto de mi vida, pero debo ser realista.

—Te entiendo —suspiró con pesar—. Es bueno tener un plan de respaldo, pero... Jamás renuncies a tus sueños.

Entraron en el local, completamente vacío a esa hora de la tarde y a la espera de sus habituales clientes. Tras el mostrador se alzó un hombre alto y de ojos pequeños. Se acercó a ellos con una sonrisa y estrechó la mano de Dalhyun con efusividad.

—Seon Dalhyun ¿Qué te trae por aquí? ¿No es un poco temprano para beber? —bromeó.

—De hecho, ella fue la que me trajo —dijo señalándola.

—¿No es un poco joven para beber? —dijo mientras reía.

—No seas idiota —cortó la broma con seriedad— ¿Cómo está el bar en cuanto entretenimiento?

—Pongo música con el gramófono y estoy harto de los coros de borrachos.

—Te tengo una solución. —Su amigo alzó las cejas con interés y Dalhyun la volvió a señalar a ella— ¿La dejarías cantar?

—¿A modo de diversión o...?

—Remunerado.

—¿Cuánto quieres?

—Tres yenes al día —respondió su tío por ella.

—Siempre y cuando sea buena...

—Lo es. Muéstrale.

El hombre le señaló una pequeña tarima a un lado del local y ella caminó hacia allí respirando hondo para retener los nervios y la pena que terminarían por volver su cabello rojo frente a un mahonai, y eso no podía pasar.

—Aún me da un poco de vergüenza —dijo intentando controlar su cabello.

—Tranquila, ya nos conoces a ambos y la gente que te escuche estará tan borracha que solo quieren pasar el rato.

Infló sus pulmones y cantó su canción favorita y que mejor conocía. La cara del señor Ahn cambió de inmediato. Miró a Dalhyun con auténtica sorpresa mientras su tío sonreía con orgullo y satisfacción. La canción era corta y ya notaba que se había ganado el trabajo, pero lo único que la detuvo fue la puerta abriéndose para dejar pasar a un militar.

Frenó la canción en seco y carraspeó mirando hacia la puerta. Su tío entendió de inmediato que algo ocurría y se giró. Al ver al militar se puso en pie junto a su amigo, a la defensiva, pero con prudencia. Jangmi se bajó del escenario y se paró unos metros detrás de Dalhyun.

—Buenas tardes —saludó el señor Ahn en japonés— ¿Qué le sirvo?

—No puedo beber si estoy de servicio.

—Entonces ¿En qué le puedo ayudar?

—Necesito la actualización del permiso de expendio de alcohol —informó sin quitarle los ojos de encima a Jangmi.

—Por supuesto.

Le enseñó los papeles con cierto nerviosismo y el militar los revisó de manera minuciosa y por un largo rato hasta quedar satisfecho.

—Parece que todo está en orden. Últimamente hay muchas falsificaciones.

—Gracias por su arduo trabajo —dijo Dalhyun.

El militar los fulminó con la mirada, deteniéndose por un segundo de más en Jangmi, quien sintió un escalofrío y se ocultó tras su tío.

—Tenga buen día —se despidió con seriedad y salió del local con paso firme.

Hasta que no se cerró la puerta, todos mantuvieron la respiración, soltando un suspiro de alivio y sentándose en la misma mesa en silencio. Ella pegó la frente a la madera y su tío le dio unas caricias en el cabello para tranquilizarla.

—La voy a dejar cantar con una condición.

Levantó la cabeza con una leve esperanza. Esperaba que haber sido imprudente y cantar en coreano no le costara demasiado.

—Lamento ponértela, pero debes cantar en japonés si no queremos meternos en problemas. Aquí vienen muchos militares durante las noches.

Asintió entendiendo. La censura se había ido reduciendo en comparación a todas las situaciones que su abuelo le había contado, pero, aun así, persistía. Solo Yun Sim Deok había cantado en su idioma hacía ya varios años, pero había recibido una oferta de trabajo en el gobierno japonés para censurarla tiempo después. No tenía sentido intentarlo siendo una simple campesina.


❀Datsue-ba: Una anciana de la mitología coreana que viene del inframundo para quitarle la ropa a los muertos. Si no están vestidos, les arranca la piel.

Próximo Capítulo : 2022-05-22

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Capítulo Extra: Trilogía "La Primera Carta; El Rio de Andong"

Disponible en "Hanto" el 2022-05-20

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