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十 Las cosas cambian

Jangmi, Sachiko y Jihyun prácticamente se pasaron la última semana pegados a Minho en la enfermería. Solo salían para las clases y a comer por turnos para no dejar solo a su amigo inconsciente ni un segundo en lo que les era posible. La señora Kondo, una mujer bajita y rolliza que llevaba décadas siendo la enfermera, se había rendido en sus intentos de que bajaran a comer todos, así que accedió a subir la comida para que uno se pudiera quedar a hacerle compañía al herido.

El grito de Jangmi esa noche había alertado a absolutamente toda la escuela. Alumnos de todos los cursos se aglomeraron alrededor del Onsen para ver qué había sucedido. Varios alcanzaron a ver al chico sangrando en el suelo, y a la chica tratando de despertarlo desesperada.

Los profesores habían tardado en enterarse un poco más, debido a que su vivienda quedaba un poco más alejada, el grito no había llegado igual de fuerte y solo se dieron cuenta de la gravedad del asunto por la cantidad de alumnos que había fuera de sus cuartos a horas inapropiadas.

Lo habían subido hasta la enfermería y desde esa noche no había salido de ahí. Pasó dos días inconsciente, y cuando le preguntaron por lo ocurrido, dijo no recordarlo.

La profesora Hamasaki ya sabía que la familia de Minho no hablaba japonés, así que le pidió su ayuda para escribirles una carta, recomendando al chico que se quedara en la escuela durante las vacaciones para recuperarse de la golpiza. Minho había accedido sin más opción. No podía viajar en ese estado.

Jangmi entró en un conflicto que tornó su cabello completamente gris por días sin que lo pudiera controlar, ganándose el regaño de varios profesores por usar su habilidad durante la jornada, pero sus pensamientos le carcomían la cabeza y ni siquiera se había esforzado por cambiarlo.

En ese momento estaba sentada junto a Minho mientras comían la cena, intentando contarle con normalidad los sucesos poco relevantes del día para mantener la mente alejada de sus verdaderos pensamientos.

—¿Qué te pasa? —preguntó su amigo.

—¿De qué hablas?

—Estás hablando como una cotorra y tienes el cabello como mi abuela. A ti te pasa algo y no me vas a engañar. Ahora, desembucha.

Bajó la cabeza con vergüenza, aunque no superaba la inquietud que llevaba sintiendo todos esos días. No se veía capaz de ocultárselo a él en ese estado.

—He estado pensando en quedarme este verano para acompañarte...

—Pero todos te esperan en casa —dijo casi leyéndole la mente—. Jangmi, no tienes porqué quedarte. Regresa con tu familia y disfruta el verano en casa.

—Pero me parte el alma dejarte así.

—Voy a sobrevivir. Además, si vas a casa, me puedes traer Kimchi.

—Pero vas a quedarte solo... —sonrió con tristeza.

—Está la señora Kondo. Aunque no lo creas, es muy simpática.

—Pero...

—Ya déjese de peros, Seon Jangmi nim. Disfrute sus vacaciones sin preocuparse.

—Maldición... —se rindió—. Escríbeme para saber que sigues vivo.

—Le pediré a la señora Kondo que lleve la carta a la pajarera. Te lo prometo.

El cabello empezó a volver a su color natural de manera paulatina y Minho rió débilmente.

—¿Qué es tan gracioso?

—Eres muy fácil de leer, Jangmi. Por eso te adoro.

—El estrés y la vergüenza me siguen superando. Cuando era muy pequeña el cabello se me ponía amarillo cuando estaba feliz, entonces no me dejaban salir casi de casa porque me alegraba con solo ver el mar.

—Nunca te he visto con el cabello amarillo —dijo con una sonrisa.

Se quitó los palillos del cabello, dejándolo suelto y agitándolo para que se acomodara a la vez que lo hacía completamente rubio. Él puso cara pensativa.

—Déjate la mitad de negro —Le hizo caso y él empezó a inspeccionarla, cubriendo con su mano la mitad rubia y la mitad morena de tanto en tanto.

—¿Qué miras tanto?

—Me gusta más negro.

—Solo suelo variarlo en casa.

—¿Qué colores te pones?

—Casi todos.

—Muéstrame —pidió.

Entonces se pasaron la tarde jugando con su cabello. Él la retaba a copiar el color de un objeto de la habitación y ella lo cumplía sin problemas. El juego se intensificó cuando Sachiko y Jihyun se unieron a la partida, pidiendo sus colores favoritos hasta que la última campana sonó y tuvieron que regresar a la vivienda, donde todos les preguntaban por el estado de Minho a diario.

Esa noche todos se preparaban para partir a sus hogares durante ese mes para las vacaciones.

Al día siguiente, apenas sonó la campana del inicio del día, Jangmi se cambió de ropa, apresurada, y subió hasta la enfermería para despedirse de Minho, y todo iba normal, hasta que le agarró de la muñeca cuando se estaba yendo.

—¿Pasa algo?

—Tengo algo que decirte.

Se sentó en la butaca que había estado usando todos esos días, atenta a aquello tan importante que no podía esperar a después de las vacaciones o a una carta. En la mirada de Minho pudo ver algo desconocido y extraño que se desvaneció poco a poco hasta que abrió la boca.

—Mentí cuando dije que no sabía quiénes me golpearon.

—¿Qué?

—Si lo hubiera dicho, era posible que me golpearan de nuevo después.

—¿Son los mismos tipos que te golpearon el curso pasado?

Asintió con la cabeza. Esos mismos estudiantes llevaban molestando a todos los coreanos de grados inferiores desde antes de que ellos entraran a la escuela, soltándoles comentarios ofensivos gratuitos en los pasillos sin que pudieran hacer nada, más allá de aguantar para no ser castigados.

La sangre le hirvió de rabia. Una cosa era aguantar un insulto en la escalera y otra cosa era recibir una paliza por ser de un país distinto.

—¿Te dijeron por qué?

—Al parecer soy indigno de una túnica dorada.

—Te la ganaste. Al menos en ese aspecto no nos dejan a un lado ¿no?

—Si lo hacen, Jangmi.

—¿Por qué lo dices?

—Las mangas seguían siendo blancas.

Ambos se quedaron el silencio hasta que la segunda campana del día inundó el ambiente. Por más que se encontrara a unos pocos metros sobre sus cabezas, el sonido era el preciso para que no los dejara sordos y pudieran escucharlo con claridad.

—Vete ya, o te vas a meter en un problema.

—Adiós, Minho.

—Adiós, Jangmi.

Bajó por la montaña de última. Hasta donde veía, sus compañeros ya estaban en la arena de la playa a la espera de subir a las aves para volver a casa. Caminó medianamente tranquila hasta que una voz llamó su atención.

—¿Qué pasa, florecita? ¿Visitaste a tu novio el lisiado?

Se giró para encarar a ese chico, quien se refugiaba entre un grupo de jóvenes vestidos con kimonos violetas, y entre los cuales pudo ver Uchiyama riendo por el comentario. Al verlos a todos, no pudo evitar que el cabello tomara un color rojo intenso, pero no de vergüenza, sino de rabia.

Se reían tan campantes de que su mejor amigo, por su culpa, estuvo inconsciente quién sabe cuánto tiempo hasta que ella lo encontró, con el rostro destrozado por los golpes. Los chicos se quedaron callados y algunas de sus compañeras empezaban a murmurar que no sabían que era una metamorfomaga.

Soltó el baúl y empezó a acercarse con paso firme ante sus risas, hasta quedar a poco más de un metro del cabecilla del grupo. Trató de buscar cualquier insulto hiriente que no le generara a ella un problema de vuelta. No sabía si ese chico sería capaz de golpearla o si terminaría mal parada, y ahí fue cuando recordó un detalle importante en el nombre de aquel chico que mantenía una sonrisa de burla.

—Sempai Paku ¿Sabía que casi asesina a su primo a golpes?

—¿A qué te refieres, idiota?

—Paku es el apellido que los migrantes coreanos de apellido Park usaron cuando llegaron a Japón —exclamó en voz tan alta que algunos de los grupos más alejados pudieron escucharla.

—P-pero yo soy japonés —exclamó con un enorme sonrojo y un gesto de incredulidad que borró su estúpida sonrisa.

—¿Y sus abuelos? Yo me aseguraría de preguntar.

Todos murmuraban y ella quedó satisfecha. Se iba retirando a recoger su baúl cuando escuchó como la maldecía. se acercaba a ella por la espalda, con sus amigos intentando frenarlo para que no hiciera nada estúpido frente a toda la escuela.

—Maldita zorra coreana...

—Al menos yo tengo claro de dónde vengo.

El chico quedó frío y ella siguió bajando la colina con una sonrisa de satisfacción. Sus compañeros y la profesora Hamasaki la miraron con extrañeza. Probablemente habían escuchado parte del alboroto, pero no podía importarle menos. Había dejado claras las cosas a esos idiotas, y no se arrepentía de nada.

Su familia ya estaba al tanto del estado de su amigo, puesto que había estado escribiendo una carta antes de encontrarlo, en cuanto lo habían tenido fuera de peligro en la enfermería la había terminado de escribir con la noticia. Al llegar les contó quiénes eran los responsables del ataque y por qué el chico no podía denunciarlos, actualizándolos de todo lo ocurrido esa última semana antes de las vacaciones.

De manera contraria, su familia no le había informado que su abuela había enfermado. Llevaba meses sin poder retener la comida, comiendo poco o nada, y no habían tenido el atrevimiento de escribirle, cuando ella les contaba todo en cuanto podía. Ese secretismo hizo que estuviera molesta por un par de días tras su llegada.

La primera carta Minho no se hizo esperar ni dos días, llegando a su ventana muy temprano en la mañana. La abrió asustada de que se tratara de algo malo, pero de inmediato se alivió al ver la caligrafía de Minho y las palabras que le enviaba.

Seon Jangmi nim.

Me complace informarle que en estos dos días de separación mi estado de salud ha mejorado notablemente, así que la muy honorable señorita no debe preocuparse por nada, solo por disfrutar de sus vacaciones en casa.

La profesora Hamasaki me ha dicho que hiciste un escándalo en la salida ¿Qué carajo dijiste? ¿te ha regañado?

Espero que cuando regreses me traigas un poco del kimchi de tu abuela del que tanto hablas.

Con cariño, Park Minho.

De inmediato se levantó sin hacer casi ruido para no despertar a su madre y sacó los pinceles de caligrafía para responderle aprovechando el paiño que la siguió por la casa hasta el comedor en busca de comida. Le dejó un puñado de arroz y empezó a escribir en el mismo tono formal que usaban para fastidiarse en los primeros párrafos de cada carta que se enviaban.

Park Minho nim.

Me siento aliviada de saber que ha mejorado su salud. En mi residencia no soy la única que se encuentra preocupada por su estado. Desde que le informé a mi familia del incidente también me han estado interrogando por novedades, así que asegúrese de estar informando seguido.

Sobre el escándalo, no hice más que informarle a Paku sempai del origen de su apellido, plantearle ciertas dudas sobre su propia existencia y que todos se entraran de eso. Por fortuna no me he metido en problemas más allá de llamar un poco la atención, pero valió completamente la pena. Debiste ver la cara de todos ellos.

A mi regreso te llevaré un poco de Kimchi, siempre y cuando Sachiko no se lo acabe durante la semana que viene de visita.

Con cariño, Seon Jangmi.

—Buenos días, enana —dijo una voz adormilada desde la puerta.

—Buenos días, tío ¿van a pescar?

—¿Quieres venir?

Asintió con alegría y corrió a cambiarse de ropa en silencio para no despertar al resto de la familia tras encargarle el sobre al paiño, y fue solo cuando ya andaban en por el camino de tierra que se dio cuenta de una ausencia extraña esa mañana.

—¿Dalson no viene?

—Se sintió un poco mal, así que se quedó durmiendo.

Era extraño, pero no le dio mayor importancia. Ambos llegaron hasta la costa y, como Dalson no estaba, Jangmi tuvo que ayudar a remar. Los brazos le ardían por hacer un esfuerzo al que no estaba acostumbrada.

—Dalson... tiene razón... joder... compren un motor.

Dalhyun se echó a reír, remando sin esfuerzo por la costumbre. Se detuvieron en el punto en el que siempre pescaban y Jangmi se frotó los brazos adoloridos con las manos.

—¿No han pensado pescar con magia?

—Varias veces.

—¿Por qué no lo hacen? Pueden encantar la barca para que llegue más rápido.

—A esta hora hay muchos mahonai que también pescan.

—Dudo que se den cuenta.

—Puede ser. Pero no es justo.

—¿Qué quieres decir?

—Que por nosotros tener una habilidad mágica les tomemos ventaja en un mismo trabajo. No nos gusta esa idea, ni a Dalson ni a mí. Lo hacemos igual que ellos para que sea una competencia justa.

Asintió con entendimiento y ambos se quedaron callados un buen rato, con solo el sonido del viento y las olas a su alrededor.

Tras unos minutos, Dalhyun lanzó la red y se sentó a esperar.

—Jangmi... hay algo que tengo que contarte.

—¿Qué ocurre? —Ya era raro el hecho de que no la llamara "enana" y le hablara con tanta seriedad.

—No sé cómo te lo vas a tomar...

—¿Es grave?

—Para nada, pero no creo que sea algo que esperes.

—Me estás asustando.

—No te preocupes, es que... A la mierda, lo diré y ya. —La miró a los ojos con una sonrisa en el rostro—. Me voy a casar.

—¡¿En serio?! —exclamó poniéndose de pie. Él le respondió asintiendo con alegría— ¿Con quién?

—Yoon Sunhee.

—¿Desde cuándo están comprometidos? —Jangmi abrió mucho la boca.

—Desde hace un mes —Él se acercó a ella para cerrarle la boca, empujando con suavidad su barbilla.

—¡¿Por qué no me habían dicho nada?! ¡Maldición! ¡Pasó lo mismo con lo de mi abuela! —dijo mientras le daba un golpe en el hombro.

—No encontré cómo decírtelo en una carta. El día que te suceda algo así me vas a entender.

—¿Cuándo se van a casar?

—En diciembre.

—Pobre Sunhee, va a tener que aguantarte por el resto de sus vidas. No entiendo por qué aceptó.

Dalhyun le dio un golpe en el hombro ante su burla, y en ese momento, la red empezó a tirar hacia abajo. Ambos se levantaron y empezaron a luchar contra los peces para subir la red.

—¿Ya sabe... que eres... un mago? —preguntó con dificultad frente al esfuerzo.

—¡Agáchate! —ordenó su tío, evadiendo la pregunta para evitar que ella se cayera al mar de nuevo.

La red subió por el borde y ambos cayeron sentados en el suelo con la respiración agitada, balanceando el barco con fuerza. Había sido una buena pesca.

—Se lo dije una semana después.

—¿Cómo fue?

—Se la presenté a papá como mi prometida —sonrió enamorado al decirlo—. Él lo aprobó y me pidió que se lo contara cuanto antes.

—¿Y...?

—Antes de llevarla de nuevo a su casa se lo dije. No me creyó hasta que se lo mostré.

—Apuesto a que hiciste alguna cursilería.

—Conjuré un ramo de flores, sí. Se sorprendió bastante, pero no me rechazó. Le pedí que guardara el secreto, y al parecer lo ha hecho. No han quemado la casa.

—Así que la boda sigue en pie.

—¿Por qué no debería?

—Seguro Sunhee pensó "ahora resulta que debo aguantarme a un mago como marido"

—No es gracioso, mocosa —dijo mientras le daba otro golpe suave en el hombro—. Me estaba muriendo de los nervios.

—¿De verdad creías que te iba a rechazar? ¡Si se la ha pasado viéndote desde que tengo memoria!

—Ni yo mismo me lo creía.

—Era bastante obvio en realidad.

—Tú no me vengas con eso de obviedades, enana. Eres la primera que no creía que entraría al club de música y mírate. Era obvio.

Le dio la razón de nuevo. A veces es uno mismo quien se pone sus propias barreras para crecer.

❀Nim: es un honorífico de respeto, que se utiliza con personas desconocidas, superiores, familiares mayores (como abuelos y padres), personas que acaban de conocerse o que ya se conocen y no se tienen suficiente confianza para tratarse con términos más casuales. Jangmi y Minho lo hacen de burla.

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