XI. Lágrimas
Advertencia de contenido: Esta es una continuación del capítulo anterior. Se tratan temas de embarazo adolescente, aborto y abandono.
Dalmi corrió hasta la puerta de la zona de las duchas del enorme baño público propiedad de la señora Kang Jeon, donde había estado limpiando el suelo junto a Samsuk. Las náuseas la invadieron de repente, y el ligero desayuno no aguantó mucho en su estómago.
—¡Unnie! ¿Estás bien? —preguntó la niña.
—Si... yo... —Una nueva arcada la interrumpió.
—¿Crees que te cayó mal algo de la comida?
—Puede ser....
—Descansa un momento. Yo te cubro.
Tras un rato de reposo, volvió a la carga de la limpieza junto a su compañera hasta después del almuerzo. El establecimiento era exclusivo para magos, así que su entrada estaba oculta en un callejón oscuro entre las tiendas de pescado cercanas al puerto de Uamri.
Las náuseas regresaron con fuerza, y Samsuk llamó a la señora Kang Jeon con preocupación, aunque Dalmi le había pedido que no lo hiciera.
La mujer se encerró con ella en una sala de la casa, colocando un balde a su lado en caso de que volvieran los vómitos. Llevaba un par de meses en la casa en los que no había pasado nada, ganándose la confianza de la señora y el respeto de la niña por la manera en la que cumplía los trabajos, pero dar un problema le aterraba.
—Dalmi, voy a necesitar que seas completamente honesta conmigo ¿de acuerdo?
Asintió con vergüenza. No quería reconocer lo que había hecho todos esos años. Si se hubiera defendido desde un principio tal vez no estaría en esa situación.
—Bien, entonces —empezó la señora— ¿Cuándo fue la última vez que sangraste?
—No lo sé, señora —respondió cabizbaja.
—¿Fue hace mucho?
—Eso creo, señora.
—Entonces necesito que me expliques qué estabas haciendo en Manchuria.
Esa era la pregunta que tanto le había aterrado. Empezó a hiperventilar y los ojos se le inundaron en lágrimas.
—No... por favor... —la garganta se le cerraba con cada palabra— Yo no quería... ellos me llevaron...
Rompió a llorar sin consuelo. La señora la miraba con sorpresa ante esa reacción inesperada. Con rapidez le pasó un pañuelo de tela para que se limpiara las lágrimas, pero ella lo usó para cubrir su rostro por la vergüenza.
—Fueron los soldados ¿no es así?
—Le juro que... yo no quería... —empezó a excusarse con miedo—. Ellos me obligaron...
—Lo sé, niña, lo sé. Ninguna jovencita busca este tipo de trabajo.
Seguía llorando, pero la sorpresa se marcó esta vez en su rostro, sin entender como esa mujer sabía lo que ocurría en Manchuria y el resto de lugares en los que había estado, ni cómo es que no la culpaba si ella misma lo hacía.
—Entiendo si me quiere echar... solo le estoy dando problemas... Soy una vergüenza.
—¿De qué hablas?
—¿No... me va a echar?
—Ahora menos que nunca, niña —respondió con seriedad—. Llamaré a una comadrona para que te revise... Y no te preocupes. Nuestro trato sigue en pie, solo que te tendrás que quedar un poco más si es que pasa lo que yo creo.
Al día siguiente una mujer llegó a la casa. La señora Kang Jeon llamó a Dalmi para que las llevara a la habitación que compartía con Samsuk y que la comadrona la revisara.
Ella tembló en todo momento, con miedo de la respuesta que tanto temía, también recordando esos momentos en lo que único que podía ver era el techo mientras esperaba a que todo acabara, sobre todo por la sensación al ser examinada.
Cuando terminó, las dos salieron y dejaron que ella se vistiera. Desde donde estaba escuchaba su conversación ahogada, y por la sombra de las paredes de papel, vio como aquella mujer se iba del establecimiento por el pasillo.
La señora Kang Jeon volvió a entrar con cara seria hasta sentarse frente a ella en el suelo de madera.
—Dalmi, estás embarazada.
El corazón se le estrujó por la tristeza y empezó a llorar negando con la cabeza sin creer que eso le estuviera pasando a ella. Ella no lo quería, no en ese momento y no de esa manera. No podía tenerlo. Tenía miedo a todo. Miedo al parto, a que naciera y no saber cómo cuidarlo... Estaba perdida.
—No lo quiero... No puedo... ¿No habrá una manera de...?
—No te lo aconsejo —respondió con comprensión—. Muchas mujeres han muerto por intentar abortar.
Lloró con más fuerza. No tenía salida de eso. Empezó a temblar por el miedo, la tristeza y por sentirse sola. Todos esos años había extrañado a su familia, y lloraba por aquella opresión en el pecho de no poder verlos, saber si estaban bien después de todo, estar a su lado... y ese último sentimiento le quemaba por dentro. No sabía qué debía hacer, se sentía idiota e incapaz de tomar una desición razonable para el problema tan enorme en el que estaba.
Todo lo que había ocurrido desde el momento en que se la llevaron habían sido tragedias y tristeza, despertar llorando al recordar ese preciso momento en que dejó de ser una niña... y ahora debía crecer de golpe y sin haberlo querido. Ahora se alejaba más de ese pasado en el que había sido feliz sin saberlo.
—No me gusta plantearte esto, pero si no lo quieres, puedes dejarlo.
—¿Qué?
—No es la opción que yo fomentaría, pero puedes dejarlo en un orfanato y seguir con tu vida si es lo que quieres.
—Aun así, debo tenerlo...
—Es el mejor de dos males, niña. No hay otra opción.
Los meses restantes pasaron de manera tortuosamente lenta. Su vientre se hinchó despacio, pero notoriamente, incluso con hanbok, después de los cinco meses.
Las patadas en la costilla, los dolores de espalda, los mareos... odiaba eso. Estaba agotada todo el día, y cuando podía dormir se sentía asfixiada por ese peso extra en su cuerpo. A veces deseaba que el parto ocurriera de inmediato, pero la simple idea de ese horrible dolor le aterraba.
Sus labores en el establecimiento se redujeron a lo más básico, como llevar cosas ligeras a los clientes, en su mayoría magos y brujas mayores, que la observaban con desprecio al notar el tamaño de su estómago, o recibirlos en la entrada.
Fue una noche de invierno cuando rompió aguas al intentar agacharse para meterse en el io y dormir. Las contracciones empezaron a quemarle su interior con más frecuencia a cada hora que pasaba, y con cada una de ellas había llorado y gritado por el dolor.
Después de que Samsuk le diera aviso a la señora Kang Jeon, la partera llegó un par de minutos más tarde. La colocaron sobre unas sábanas en el suelo, con la espada recostada en la pared sobre unas almohadas para que pudiera dar a luz.
Dalmi no contó el tiempo. Además de estar cegada por el dolor, solo quería acabar con esa larga tortura que resultaba un horrible recuerdo de aquellos años esclavizada. Quería que terminara, pero el final era más doloroso que todo lo que había vivido antes.
Gritó desesperada con aquella presión horrorosa que la hacía detenerse, pero si lo hacía, aquello se extendería por más tiempo. Los llantos del recién nacido se mezclaron con los suyos propios cuando el sol empezó a asomarse por el horizonte. Dalmi respiraba agitada, con el cabello pegado a la frente por el sudor y con sus partes bajas doliendole como jamás se había imaginado, las piernas débiles por el esfuerzo y la garganta ardiendo por los gritos que había soltado toda la noche.
—Lo hiciste bien, muchacha —le animó la partera—. Mejor que muchas otras.
No respondió. Estaba demasiado agotada para ese consuelo innecesario. Ella ni siquiera debería estar en esa situación.
La partera le acercó al bebé para que lo pusiera contra su pecho, y lo hizo con tal de mantenerlo sano con su calor y no sentirse como una miserable por abandonarlo después. Fue cuando lo tuvo frente a sí que pudo ver aquella posibilidad que jamás se había planteado.
La pequeña niña dejó de llorar en sus brazos al sentir el calor de quien la trajo al mundo, soltando leves ruiditos que removieron un sentimiento extraño en el corazón de Dalmi. Miró embobada a la criatura, y no se dio cuenta de en qué momento la partera se despidió confirmando que estaba sana y dándole recomendaciones para cuidarla al ser primeriza.
La señora Kang Jeon despidió a la mujer y se acercó a ella con un gesto de incredulidad al percibir de manera leve lo que cruzaba por su cabeza al ver a la niña.
—Venga, niña. Te voy a ayudar a pasar a io. Debes estar agotada.
Dejó que la señora cargara a la bebé hasta una pequeña cuna a la altura del suelo junto a su io, donde la dejó dormidita con delicadeza. Volvió hasta ella para ayudarla a levantar y a caminar hasta allí, con todo el cuerpo ardiéndole por el esfuerzo.
—Gracias... por todo... señora.
Solo tocar la almohada con la cabeza fue suficiente para que cayera en un profundo sueño, que fue interrumpido dos horas después por el llanto de la niña que dormía a su lado.
—¿Qué pasa? —preguntó Samsuk adormilada desde el otro lado de la habitación.
La chica había pasado en vela la noche igual que los otros empleados que pernoctaban en el establecimiento como ellas, no solo porque ambas compartían habitación al ser las únicas mujeres, sino porque también estaba preocupada.
—Tiene hambre.
La cargó con cuidado hasta llevarla a su pecho para dejar que tomara lo necesario hasta quedar satisfecha. Samsuk miró con amor la escena frente a ella. Sin conocer toda la historia, parecería que era mejor de lo que en realidad ocurría.
—¿Serás bruja como tu madre? —preguntó a la bebé que se concentraba en beber— ¿O tal vez saques el lado mahonai de la familia?
La respuesta de la niña fue despegarse de su pecho y bostezar satisfecha a la vez que las pequeñas motas de cabello en su cabecita tomaban un color violeta suave, similar al de las lilas. Dalmi abrió los ojos con sorpresa. Era lo último que se imaginaba que podría pasar, y algo que había terminado por cambiar todo lo que era seguro para ella hasta ese momento.
La rutina se repitió cada dos horas durante varios meses hasta el momento en que sus pechos dejaron de dar leche y tuvo que pasar más tiempo intentando que la niña comiera sólidos, dejándole bien claro qué era lo que no toleraba y qué le gustaba, tanto con berrinches como con el cambio de su cabello a un amarillo intenso cuando algo le agradaba.
—¿Sigue en pie? —preguntó una voz desde la puerta de la cocina.
Dalmi se giró con los palillos sosteniendo un trozo de melocotón para dárselo a la bebé, y se encontró a la señora Kang Jeon de pie, viéndola con una sonrisa desde el marco de la puerta corredera.
—¿Qué cosa, señora?
—Esa idea de dejarla en un orfanato.
Bajó los cubiertos pensativa tras darle el bocado. Ella misma se había hecho esa misma pregunta desde el momento en que la vio, evaluando cómo haría para criar a una bebé siendo todavía tan joven.
—Es difícil... Tal vez me equivoque...
—Como madre y como persona te vas a equivocar muchas veces en la vida. De esos errores vas a aprender, y también de aquellos que comete alguien más. Evidentemente, esa decisión es solo tuya, no quiero persuadirte de nada.
Le dio otro trocito de fruta y la niña sonrió para ella. Le devolvió una leve sonrisa y la respuesta fueron unos aplausos con esas pequeñas manos que todas las noches se aferraban a sus dedos o a su cabello, como si pudiera entender la separación que se aproximaba.
—No puedo dejarla a su suerte... No si quiero evitar que mi historia se repita con ella cuando crezca... Si no estoy yo, nadie le va a decir porqué pasan cosas extrañas a su alrededor, o por qué su cabello cambia de color. Tal vez le hagan daño por ser diferente. Si no estoy yo para cuidarla nadie más lo va a hacer
—¿Entonces la vas a criar?
Asintió con firmeza, pero con un leve miedo en los ojos. Podría estar cometiendo un terrible error, y tal vez la niña la odiaría al crecer por el mal trabajo que haría como madre, pero al menos la mantendría lejos de esa vida que tuvo que vivir en contra de su voluntad. Eligiendo eso, podría estar ahorrándole un montón de sufrimiento por ser distinta a cambio de otro, pero ya no podía dejarla.
—Bueno, entonces ya va siendo hora de que le pongas un nombre. No podemos llamarla "bebé" toda la vida.
Miró a su hija a los ojos. A esos ojos que, aun con los pocos meses que tenía de vida, le recordaban a los suyos. Era tan parecida a ella que hasta podría decir que la tuvo ella sola, y le agradecía a la vida por eso. Esa pequeña era como una rosa que florecía en medio del frío invierno en el que se había convertido su vida.
—Su nombre será Jangmi.
月
La brisa del mar agitaba su cabello en la proa del barco. Aspiró la brisa marina mientras cerraba los ojos, sintiendo los años de ausencia y el miedo a regresar.
Llevaba una pequeña carga en brazos desde el momento en que anunciaron a los pasajeros que estaban próximos a atracar en Hungnam, dormida en la seguridad de los brazos de su madre.
Las mujeres que pasaban cerca de ella murmuraban entre sí, que si esa niña podría ser su hermana pequeña, que si era muy joven para tener un bebé, que si no había necesidad de disimular lo que era calándole un gorro hasta las orejas y poniéndole un abrigo encima.
Tomó la pequeña maleta con una mano y bajó del barco en cuanto pudo. Recorrió con calma las calles de la ciudad que había dejado hacía tantos años, que se notaban en construcciones cambiadas y en las nuevas personas que la miraban con extrañeza. A medida que se acercaba a su casa, las personas la reconocían con más facilidad, y murmuraban a su paso sin disimulo alguno.
A medio camino se sentó en su propia maleta para descansar los brazos apoyando a la pequeña de dos años en su regazo.
—Ya casi llegamos, Jangmi.
Tras un rato continuó con la marcha hasta ver a la distancia una pequeña casa tradicional en un camino muy alejado. Desde donde estaba, vislumbró a tres personas trabajando en el cultivo con dedicación. Se fue acercando con miedo a su reacción al verla con una niña pequeña sin ninguna explicación, y con anhelo por verlos de nuevo, caminando casi sin estar ahí hasta que la figura más joven la vio.
Ambos empezaron un cruce de miradas para intentar reconocerse después de tantos años. Era el mismo chico que la había superado en altura, que le había sacado la mayoría de rasgos a su madre y que la miraba sin creerse lo que veía hasta el momento en el que ella dejó caer la maleta.
—No puede ser... ¡Nuná!
El muchacho echó a correr en el charco del cultivo de arroz, llamando la atención de las otras dos personas, quienes se quedaron pasmados al verla, y, al ver a su hijo correr hacia ella, siguieron su camino hasta pararse a pocos metros sin creerlo.
Su padre se acercó a ella como en un sueño, con los ojos abiertos por la sorpresa, en los que Dalmi pudo ver la pequeña esperanza de que aquello fuera real mezclada con el miedo a que ese espejismo desapareciera.
—Abeoji... —susurró con un hilo de voz cuando el hombre se fue acercando hasta posar una mano en su mejilla.
La distancia se terminó de cerrar con un abrazo al que se unieron los otros dos, cerrándose sobre ella, quien cayó de rodillas en el camino de tierra en un mar de lágrimas, apretando también a su hija contra sí con uno de sus brazos, y la cual los demás aparentemente no habían notado.
—Mi niña... —lloraba su madre.
Dalson salió a correr en dirección a la casa, pero nadie le prestó atención hasta que regresó con una persona que Dalmi no esperaba volver a ver en vida de nuevo, por la que no había tenido tiempo de llorar. La última vez que lo había visto le había dado un piedrazo en la cabeza a un militar y había terminado con un balazo en el pecho... pero ahí estaba, de pie frente a ella y con cara de no creer lo que veía.
—¿Dalmi? —dijo Dalhyun con lágrimas en los ojos.
Ella solo asintió y los otros dos se abalanzaron hacia los que ya estaban abrazados.
Pasaron minutos o tal vez horas hasta que el abrazo se rompió y las emociones se calmaron un poco. Su padre le limpió las lágrimas mientras Dalhyun recogía la maleta que había dejado caer en el camino. Al entrar a la casa le ofrecieron un plato de arroz con kimchi preparado por su madre que devoró gustosa, dándole bocaditos sin condimento a Jangmi, quien descansaba en su regazo, mirando en todas direcciones con curiosidad.
—Hija... puedo preguntar... —empezó su madre— ¿Quién es esa niña?
Era una pregunta que no podía evadir. Tal vez omitir detalles, pero no había manera lógica de mentir con ese asunto.
—Su nombre es Jangmi. Es mi hija.
Sus familiares se miraron entre sí perplejos, observando de tanto en tanto a la pequeña niña que comía el arroz con felicidad. Un trocito de Kimchi se coló en su boca, y después de hacer un gesto extraño por el picante, le pidió más a Dalmi.
—¿Cómo es que pasó eso? —preguntó Dalson.
—¿Acaso tengo que explicarte cómo se hace un bebé? —respondió con un deje de broma.
—¿Quién es el padre? —preguntó Dalhyun, pero su respuesta fue el silencio—. Dime si debo partirle la cara a un infeliz...
—No lo sabe.
—¿Cómo?
—Lo reclutaron antes de que yo supiera —mintió—. Tampoco lo sabrá. No sé dónde está, o si sigue vivo.
—¿Dónde estuviste, Dalmi? —preguntó su padre.
—En Osaka. Estuve trabajando mucho tiempo, pero no podía estar más lejos de ustedes. El dinero no me alcanzaba para enviarles una carta. Quería volver, pero luego... me di cuenta de que estaba embarazada. Lo siento.
—Me alegra que estés de vuelta, hija —dijo su madre apretando su mano.
—¿Vas a criar a la niña? —preguntó de nuevo su padre.
—¡Seokdal! —regañó su madre.
—Sí —respondió ella con firmeza—. No la voy a abandonar.
—Entonces te vamos a ayudar —sentenció—. No esperaba una nieta tan pronto, pero ya está aquí.
Todos miraron a la pequeña. Ella se notó confundida por esas caras extrañas a las que se iría acostumbrando, siendo de repente el centro de atención. Con una sonrisa, Dalmi le sacó el gorro que había llevado hasta ahora, dejando ver el corto cabello negro con cierto tono azul por la inquietud.
Sus hermanos abrieron la boca asombrados y su madre le hizo un gesto para que le permitiera cargarla.
—¡Mira nada más! ¡Es como tu madre, Seokdal!
El hombre asintió con los ojos muy abiertos por la sorpresa, y que solo se encogieron con una sonrisa haciéndose cada vez más grande en su rostro y lágrimas de alegría queriendo escapar. Su madre le acercó a Jangmi para que la viera, y la niña posó una mano en su mejilla, haciendo que las lágrimas de alegría se resbalaran por ahí.
—¡Y mira esa nariz! —continuó su madre— ¡Parece un ratoncito!
Empezó a hacerle cosquillas en la nariz con el dedo, causando que la niña se riera con alegría.
—Me vas a dejar cargarla ¿Verdad, nuná? —preguntó Dalson.
—Con lo patoso que eres no creo que sea buena idea —respondió su hermano.
—¡Y tú qué sabes! ¡Vamos, nuná!
—Solo si mamá la suelta.
—Ten por seguro que no lo hará pronto —dijo su padre.
月
Jangmi miraba a su madre con los ojos como platos. A cada palabra, aquella información que ya había deducido con el tiempo encajaba y cobraba un nuevo sentido. Era obvio por la diferencia de edad que ella había nacido cuando Dalmi era muy joven, pero no esperaba nada como eso.
A medida que avanzaba la historia, sus ojos se inundaban de lágrimas, sobre todo al ver a su madre bajar la cabeza con vergüenza al hablar de aquello que le habían hecho y sus primeros planes cuando ella naciera.
—Jamás quise hablar de esto con nadie —continuó con la voz ahogada—. Solo quería olvidar lo que había ocurrido y seguir con mi vida, pero el alma no puede engañar —hizo una pausa en la que levantó la mirada levemente para verla, volviendo a la misma postura de inmediato—. Ni siquiera yo me di cuenta de en qué momento empecé a cambiar tanto. Solo trabajaba, limpiaba, ayudaba y me iba a descansar un poco. Tampoco supe en qué momento empecé a levantarme gritando. Tal vez fuera antes de escapar, o cuando estaba con la señora Kang Jeon... no tengo idea, pero fueron ellos quienes me lo dijeron.
<<Una mañana en el desayuno Dalson preguntó "Nuná ¿por qué gritas en la noche?". Yo no tenía idea de lo que me hablaba, y fue cuando mi madre me habló a solas de todo lo que había cambiado... bueno... fue ahí cuando no soporté cargar con eso yo sola... Le dije todo.
<<No se puede engañar a una madre, y ahora yo lo sé. Tiempo después se lo dije a ellos, y todos estos años he estado pensando... si sería correcto decirte...
El llanto cortó sus palabras. Levantó la cabeza por fin con profunda culpa en sus ojos, enrojecidos por el llanto.
—No sabía si debía decirte todo esto... No sabía si era justo contigo decirte que no te quería y que jamás te busqué... Pero quiero que te quede claro que eres lo más precioso que tengo en la vida... Eres una flor que nació en el peor invierno que estaba pasando para recordarme que la primavera siempre va a llegar... Tal vez me odies por esto... y lo entenderé... por eso solo te pido que me perdones.
Jangmi empezó a llorar junto a ella, siendo incapaz de culparla por nada, pero tampoco de articular ninguna palabra. Quería decirle que jamás podría odiarla si al final de todo la había amado pese a todo aquello, pero su boca no le respondía. Esas últimas palabras que había dicho le rompieron el corazón, y la única respuesta posible que encontró fue abrazarla con fuerza.
Dalmi correspondió el abrazo y ambas permanecieron así una eternidad, olvidándose del mundo que las rodeaba para enfocarse en la otra. Dalmi temblaba entre los brazos de su hija. Aun con los años seguía pareciendo una niña asustada.
Después de un rato Jangmi se separó de ella y le limpió las lágrimas con el pulgar, tal como había hecho ella cuando se raspaba las rodillas por andar corriendo sin cuidado, o como habría hecho si la hubiera encontrado llorando en el teatro. Su mente por fin encontró unas pocas palabras para acabar con ese silencio solo interrumpido por sus sollozos.
—¿Odiarte?... Ni se te ocurra pensarlo, Omoni.
Próximo capítulo: 2022-11-13
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