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5 | Pensamientos pecaminosos

Lo primero que notan mis ojos al despertar, es el techo del interior de un vehículo.

¿Dónde estoy?

Me arden demasiado los ojos. Intento cerrarlos y abrirlos otra vez, sin embargo, los siento muy pesados, como si hubiese dormido durante muchas horas y me cuesta mantenerlos abiertos. Luego de cerrarlos durante unos segundos más para aliviar el ardor, empiezo a recordar todo poco a poco: Andrés y yo llegando a la terraza del hotel, Jaime trayéndonos unos cócteles, la comida que ordenamos después, yo observándome en el espejo del baño, luego la puerta de la cabina abriéndose, Arián...

¡Arián!

No, no, no...

Ay, no...

Trato de levantarme como sea y un mareo hace que me sujete muy fuerte del asiento trasero donde estoy acostada. Cierro los ojos y tomo mi cabeza entre mis manos para darle estabilidad a mis sentidos.

—Deberíamos llevarla a un hospital —escucho que dice una voz masculina y familiar.

La voz de Arián.

—Sería una buena opción, pero ya casi son las tres de la madrugada, tío. Si Esmeralda despierta y no encuentra a Celeste en su cama, ella y yo estaremos metidos en serios problemas —contesta Andrés, asomando la cabeza entre los dos asientos delanteros.

—¿Esmeralda? —pregunta el amigo de Arián, cuyo nombre ya no recuerdo.

—La madre de Celeste —explica.

—Andy... —musito mientras me quito la mano de la cara.

Él gira la cabeza hacia atrás, como la niña de El Exorcista, y el otro chico que está sentado en el asiento del copiloto, hace lo mismo. Ambos me miran aterrados como si todo esto fuera parte de un crimen, en el cual yo soy la víctima que ha fallecido y ellos los asesinos que están planeando dónde esconder mi cadáver, y para su absoluta sorpresa, he regresado de la muerte en medio de su plática.

¿Asesinos? ¿Cadáver? ¿Plan...? Vale, parece que el malestar me está haciendo desvariar.

Por su parte, Arián, quien se encuentra en el lugar del conductor, levanta la mirada y nuestros ojos coinciden a través del espejo retrovisor.

La vergüenza me consume por dentro.

—Mujer, ¿estás bien? ¿Cómo te sientes? ¿Me reconoces? Soy Andrés, sí me recuerdas, ¿no? —me bombardea de preguntas y yo le hago un gesto con la mano para que se calle porque mis sentidos aún están sensibles.

—Estoy bien —susurro—, solo llévame a casa, por favor.

Vuelvo a mirar hacia el espejo retrovisor y noto que Arián aún sigue observándome con una expresión seria.

Jaime, el amigo de Andrés, sale por la puerta principal del hotel y observa hacia todos lados, en busca de alguien. Estoy segura de que nos está buscando a nosotros.

—Ahí está Jaime. Le avisaré que ya nos vamos a casa —indica mi amigo, abriendo la puerta del vehículo.

—¿Jaime? —pregunta el acompañante de Arián desde su asiento.

—Sí. Es uno de los meseros que trabaja aquí.

Andrés baja de la camioneta y levanta la mano para que el muchacho note su presencia. El joven deja salir un largo suspiro de alivio cuando lo ve y se acerca. Arián, quien ha estado mirando la escena con el ceño fruncido, apaga el vehículo de manera repentina.

—Quédense aquí —nos ordena el ojiverde con un tono de voz autoritario. Se quita el cinturón de seguridad y sale de la camioneta.

—¡Arián! —lo llama su amigo, pero hace caso omiso—. ¡Hey, tío! ¿A dónde vas?

Rodea el capó y camina hasta donde se encuentra mi amigo y su joven ligue que nos ayudó esta noche. Mientras tanto, me incorporo para escuchar con atención la conversación.

—Buenas noches —le saluda a Jaime antes de analizarlo de pies a cabeza con disimulo—. ¿Trabajas aquí?

El muchacho le devuelve la misma mirada.

—Así es.

Arián suaviza su expresión.

—Entonces, eres nuevo porque no recuerdo haberte visto la semana pasada. Enarca una ceja.

—Oh, no, Jaime trabaja en la terraza desde hace tiempo —interviene Andy.

—Ah, ¿sí? —vuelve a preguntar el ojiverde.

—Así es, quizá usted viene en otros turnos —contesta el joven con una sonrisa nerviosa—. Bueno, ¿dónde está Celeste? Mi amigo ya no tardará en venir para llevarlos a casa.

Andrés hace ademán de querer responder, pero Arián lo interrumpe.

—No es necesario, yo los llevaré en mi camioneta.

—No, claro que no, señor —niega Jaime y vuelve a dirigirse a mi mejor amigo—: Yo los llevaré, Andrés. ¿Dónde está Celeste? Mi amigo ya está cerca.

El señorito Arnez entrecierra los ojos.

—¿Ya acabó tu turno en la terraza? —inquiere con curiosidad.

—He pedido permiso, señor.

—Pero no es necesario que lo hagas, yo llevaré a Celeste y a su amigo —insiste Arián y la reacción del muchacho nos desconcierta a todos.

—¡Carajo! ¡Que vendrán conmigo, tío! ¿Es que acaso no entiendes?

Entonces, veo que Ojitos bonitos toma del cuello de la camisa al muchacho y lo presiona contra la puerta de la camioneta. Mi amigo suelta un grito y el acompañante de Arián sale del asiento del copiloto para intervenir.

—Mira, niñato, a mí no me engañas. Tú no trabajas aquí y no te atrevas a refutar porque soy amigo del dueño y vengo seguido. Así que me vas a decir ahora mismo quién cojones eres... Vamos, habla —le advierte a Jaime—. ¿Le pusiste algo a la bebida de Celeste? ¿Por qué tanto interés en llevarlos?

—No, señor, yo no hice nada. Solo quiero ser amable —responde con temor.

—No le hagas nada, Arián —le ruega Andrés.

El Adonis de la editorial aumenta la fuerza de su agarre.

—Si no hablas ahora, no dudes que llamaré a la policía y será peor para ti —vuelve a advertir y Jaime empieza a toser.

Me muevo hacia la puerta para ver más de cerca. El muchacho se empieza a poner rojo y Arián no parece querer quitar sus manos de su cuello.

—Está bien —dice con la voz ahogada—. Confesaré. —Lo suelta y Jaime se agacha para recuperar la respiración mientras tose de manera desesperada—. Sí, metí droga en la bebida.

Andy se queda congelado al oír eso. Está claro que, no se esperaba que su ligue tuviera otro tipo de intenciones con nosotros. Retorno la mirada hacia Arián y veo que su rostro, en especial su marcada mandíbula, se tensa.

—Entren a la camioneta —le ordena a su amigo y al mío.

Ellos asienten y, antes de entrar, Andrés le da un fuerte empujón a su «conocido», provocando que este caiga sentado en la vereda.

—Hijo de perra... —le espeta.

El ojiverde no se inmuta por las palabras de mi amigo y toma del brazo a Jaime para arrastrarlo hacia el interior del hotel. Andy ingresa al vehículo y cierra la puerta. Me otorga una mirada apenada y se lleva la mano a los ojos para secarse las lágrimas que empiezan a brotar de ellos.

Me acerco para darle un abrazo de lado.

—Ya pasó. Por suerte, no ocurrió nada. Solo... regresemos a casa y olvidemos todo, ¿vale? —le consuelo, acariciando su cabello y se limita a asentir.

Tras cinco largos minutos, Arián regresa y ocupa su posición de conductor para iniciar el trayecto a casa. Andrés le indica la dirección de mi apartamento y él asiente con la mirada fija en la autopista. De vez en cuando, nuestros ojos coinciden por el espejo retrovisor, pero no sucede más. Arián se mantiene serio y yo avergonzada hasta los huesos.

Por otro lado, el aturdimiento ha disminuido al igual que los mareos. Deseo que me lleven al hospital para cerciorarme de que la droga no tendrá efectos secundarios, pero ya es tarde y el reloj de la radio marca las 3:30 de la madrugada. Ruego en mi interior que mi madre no se haya dado cuenta de mi ausencia, porque de lo contrario, tendré que prepararme para una buena reprendida.

Para cuando llegamos a mi apartamento, el reloj marca las 3:45. Arián estaciona cerca a la puerta del edificio y Andrés se apresura a bajar. Me extiende la mano para ayudarme a moverme y cuando estoy afuera, agradezco de que puedo caminar con normalidad. Me giro para darle las gracias al señorito Arnez antes de que se marche a casa, sin embargo, veo que está rodeando el capó a la vez que nos hace un gesto con la mano para que ingresemos. Nos va a acompañar.

Me sostengo de la pared con las manos y al momento de subir las escaleras, Arián se ofrece a cargarme para evitar algún accidente. Quiero negarme, pero recuerdo que ya lo hizo un par de veces en el hotel, así que solo me dejo a merced de sus trabajados brazos. Mi mejor amigo busca mis llaves en mi cartera y abre la puerta principal. Me incorporo para decirle a Arián que me baje, sin embargo, él no hace caso y sigue a Andrés hasta mi habitación.

Por suerte, escuchamos los ronquidos de mi madre desde el pasillo y eso nos da el visto bueno para continuar hasta mi cuarto. Andrés abre la puerta de manera sigilosa y enciende la luz. Golpeo con suavidad el brazo de Ojitos bonitos para que me mire y le hago una señal con la cabeza para que me baje. Por primera vez desde que salimos del hotel, veo que las comisuras de sus labios se elevan y se acerca a mi cama para dejarme en ella.

—Gracias —le susurro y él me responde con un asentimiento de cabeza.

Y como para cerrar la noche y ponerle la cereza al pastel, siento que el alma se me sale del cuerpo cuando el condenado de Andrés choca contra mi escritorio y una pila de libros que hay encima, caen al suelo, provocando un sonido que es capaz hasta de despertar a las ratas de los conductos de la casa.

La voz de mi madre en su habitación no se hace esperar.

—¿Celeste?

Mierda.

¡Mierda!

Llevo mis ojos hacia Andrés, que me devuelve la misma mirada de terror que tengo yo. Trago saliva y le hago un gesto con los ojos, señalando a Arián. Mi madre no puede verlo aquí. A ella no le gusta que meta a chicos en mi habitación. ¡Y menos a la casa!

«Uy, si supiera que hoy te metiste al baño de los hombres», me recuerda una voz en mi cabeza.

—Mmm... Arián, escóndete rápido en el baño y no salgas hasta que yo te diga —le ordena y prácticamente lo empuja al interior del baño. Él se vuelve con una expresión de confusión, pero cuando hace ademán de querer hablar, Andrés le cierra la puerta en la cara.

Ambos soltamos un suspiro de alivio cuando escuchamos que se abre la puerta de la habitación de mamá.

—¿Recién llegan?

—No, claro que no —me apresuro a responder—. En realidad, llegamos hace una hora y estuvimos platicando en la sala... ¡Oh, espera! ¿Te refieres a que si recién llegamos a mi habitación? Pues sí, recién llegamos aquí.

Me doy un golpe mental cuando mamá me mira con las cejas fruncidas.

—¿Ha tomado demasiado? —le pregunta a mi amigo.

—No —declaro enseguida y Andy finge una redonda sonrisa, parecida a la del gato de Alicia en el País de las Maravillas.

—Solo fuimos a comer y bebimos un coctel. —Se encoge de hombros antes de despedirse con un movimiento de mano—. Ya debo irme. Nos vemos luego, Toti.

Bye.

—Te acompaño hasta la puerta —ofrece mamá y ambos desaparecen en el pasillo.

Luego de un par de minutos, ella regresa sola y yo bajo la cabeza, lista para recibir su sermón de las tres horas. Sin embargo, solo me dedica una sonrisa de boca cerrada y eso de alguna u otra manera me desconcierta.

—Ya cerré la puerta del apartamento con llave —informa—. Descansa, cariño. Mañana tienes que ir a trabajar.

Le devuelvo la sonrisa de boca cerrada, acompañada de un besito en el aire.

—Gracias, mami.

Apaga la luz y cierra la puerta de mi habitación.

Con una sonrisa victoriosa, impregnada en mi rostro, me quito las botas negras, quedando solo en medias y me meto debajo de las sábanas. Siendo sincera, me da pereza cambiarme y ponerme el pijama. Además, faltan pocas horas para que amanezca, así que sería en vano cambiarme si ya mi ropa está arrugada por tanto ajetreo.

Acomodo mi almohada y me arropo hasta la altura de los hombros, cerrando mis ojos para tratar de conciliar el sueño.

Por fin, sana y salva en mi camita...

«¡Hey! ¿No olvidas algo? —pregunta la voz de mi subconsciente y entrecierro los ojos para recordar—. La sorpresita para tu madre que tienes escondida...».

No la dejo terminar porque salgo disparada hacia la puerta del baño. Una expresión de alivio se dibuja en el rostro de Arián cuando me ve abrir la puerta.

—Ya puede salir —le digo.

Me hago a un lado y lo dejo pasar. Cierro la puerta y me pongo a la par de él, dispuesta a ayudarlo a salir del apartamento, hasta que toda mi expectativa se disipa al recordar que mi madre ya ha cerrado la puerta con llave.

Ay, no...

—Álvaro me está esperando —susurra.

Ahora soy yo quien finjo la sonrisa del gato de Alicia en el País de las Maravillas.

—Sí, lo sé, solo que hay un pequeño detalle —manifiesto con nerviosismo y él levanta las cejas para invitarme a decírselo—. Mi madre ya cerró la puerta con llave.

Vale, no sé por qué pensé que su reacción sería ponerse a gritar como loco o golpearse la cabeza contra la pared para intentar acabar con su vida, pero el hombre no parece inmutarse. Lo veo pestañear un par de veces y siento mi celular sonar dentro de mi cartera.

Lo busco para revisar el mensaje que me acaba de llegar.


Andrés: Tu madre cerró la puerta con llave. 

Ni modo, Arián se tendrá que quedar en tu habitación.

Álvaro me dejará en mi apartamento y mañana le devolverá su camioneta a tu guaperas.

No olvides protegerte, aún no quiero ser tío.


Me quedo mirando como estúpida la pantalla del celular.

¿Quedarme con Arián?

¿Aquí? ¿En la misma habitación?

«¿En la misma cama?», pregunta la voz de mi subconsciente, la cual ignoro.

No, ni de broma duerme él en mi cama. «Diosito, universo, cuando dije que lo pusieran en la puerta de mi casa, ¡no hablaba en serio!».

—Su amigo y el mío ya se fueron —explico, señalando mi dispositivo móvil—. Tendrá que quedarse aquí y esperar a que amanezca. A primera hora mi madre se irá a trabajar y podrá irse, señor Arnez.

Se acaricia el entrecejo con los dedos, como si esa acción fuera su método de relajación favorito. Pues no hay otra opción, a menos que quiera salir por la ventana y tratar de no morir en el intento.

—Vale —acepta, asintiendo a la vez que enciendo la lamparita de mi escritorio para iluminar la habitación.

Me acerco hasta mi armario y saco de él un edredón de color rojo. Lo desdoblo y lo extiendo en el suelo, al lado izquierdo de mi cama.

—¿Eso para qué es? —pregunta Arián en la semioscuridad de mi habitación.

—Para que duerma ahí —señalo con obviedad—. Espere... No pensará que vamos a dormir en la misma cama, ¿o sí?

Levanta las cejas y se acerca dando pasos lentos.

—Qué falta de cortesía con su huésped, señorita Serván.

Ruedo los ojos, intentando no mostrar nerviosismo por su cercanía.

—No dormiremos en la misma cama, señor Arnez —declaro con seguridad.

—¿Por qué?

Me encojo de hombros con los brazos cruzados sobre mi pecho.

—Porque no es bien visto que una chica y un chico duerman juntos en la misma cama. Más aún, si son dos extraños —explico.

Una sonrisa divertida cruza por sus labios.

—Oh, ya veo por dónde van esos pensamientos pecaminosos —menciona en voz baja, reprimiendo otra sonrisa—. No haremos nada de lo que está pensando, Celeste. Y para que lo sepa, la Esperanza de Triana está muy decepcionada de usted —añade, mirando el cuadro de la Virgen que tengo sobre mi mesita de noche—. Debería ir a la iglesia a confesarse.

Suelto un gracioso bufido antes de refutar sus palabras.

—¿Pensamientos pecaminosos? Por favor... no tengo esos «pensamientos». —contesto, haciendo comillas con mis dedos—. Solo quiero hacer respetar mis valores. Mi madre me ha enseñado desde pequeña que un hombre y una mujer no deben dormir en la misma cama si no se conocen.

Enarca una ceja, seguida de una mirada de incredulidad.

—Pues, eso no lo explica en su libro, eh —replica con un tonito de ganador, provocando que me sonroje de inmediato—. Mis noches con Mr. Johnson... Vaya, qué título para más interesante. Me pregunto qué harán los protagonistas en esas noches...

—Enamorarse. —Le doy una mirada obvia—. Que mi libro tenga contenido explícito, no significa que la trama se centre en esas escenas. Ah, y tampoco significa que la autora tenga una mente pecaminosa si es lo que está pensando, señor. Ahora, si me disculpa, me dispongo a retirarme a mi cómoda cama.

Sonrío, victoriosa y sus ojos verdes siguen mis pasos, acompañados de la expresión seria que logra intimidarme.

—No pienso dormir en el suelo.

—Pues, dormirá de pie —sugiero, encogiéndome de hombros otra vez.

Sin darle derecho a protestar, me dirijo hacia mi cama y me arropo debajo de las sábanas. «Dulces sueños, señor Perfección», bromeo en mi cabeza mientras aprieto los labios para que no se me escape una carcajada.

Noto que apaga la luz de la lamparita que descansa sobre el escritorio y la habitación queda sumergida en una tenue oscuridad que es alterada por la luz de la calle que entra por la ventana. La sombra de Arián se proyecta en la pared de enfrente, observo que rodea el edredón y se sienta en él. Una sonrisa satisfecha se forma sobre mis labios al creer que se está acostando en el suelo; no obstante, el hundimiento del colchón a mi lado, provoca que mi sonrisa se suprima en un milisegundo.

Reconozco la temperatura de su cuerpo detrás de mi espalda y se me congela el cuerpo mientras toda la sangre sube a mis mejillas. Estoy a punto de saltar de la cama, como una gata arisca y dispuesta a protestar para que me dé el derecho de tener mi cama para mí sola. Sin embargo, caigo en la cuenta de que, si le sigo insistiendo para que se vaya a su edredón, no se rendirá y nos pasaremos discutiendo el resto de la madrugada.

Una bofetada mental termina sacándome de mi rabieta interior y lo primero que se me ocurre es poner una almohada en medio de los dos, marcando la separación de nuestros cuerpos a la vez que me arrepiento por tener una cama tan chica.

No sé cómo, ni cuándo, pero la almohada termina desapareciendo y él gira sobre su propio cuerpo. Trago saliva y muevo mis ojos de forma inquieta, recorriendo el lado de la habitación que puedo visualizar. Sé que me está mirando y debo tener sus ojos clavados en toda mi espalda. De pronto, siento su cuerpo más cerca al mío y empiezo a ponerme alerta por si quiere pasarse de gracioso.

«¿Las pantuflas de conejito serán lo suficientemente duras para usarlas?».

Su respiración choca contra mi cuello y la valentía que había recaudado, me abandona en un dos por tres.

Contrólate, Celeste... No empieces a temblar como perrito chihuahua. Es solo un humano más. Un simple mortal...

—Vaya, tenía razón, señorita Serván. La cama está muy cómoda —susurra y siento su aliento cosquilleando la piel de mi oreja antes de que añada—: Buenas noches.

A la mañana siguiente, despierto por el sonido que emite la puerta de mi habitación al cerrarse. Arrugo el entrecejo y me incorporo para ver quién ha ingresado.

A los pies de la cama, mamá me dedica una sonrisa de boca cerrada antes de saludarme:

—Buenos días. ¿Qué tal dormiste?

Bostezo en silencio a la vez que observo la pila de ropa limpia que carga en el brazo. La deja en el borde de mi cama y empieza a separar y doblar las prendas.

—Hola, he dormido bien —miento. Aún necesito tres horas más de sueño para recuperar todas mis energías—. ¿Qué hora es?

—Van a ser las ocho y ya me tengo que ir a trabajar. Te he dejado el desayuno preparado. —Por un momento, siento que el corazón se me sube hasta la boca cuando veo que en sus manos aparece una camisa blanca de hombre—. Ah, encontré esta camisa en tu mochila que llevas al trabajo. ¿De quién es?

Jo-der.

—Eh... —expreso mientras invento una mentirita piadosa. La prenda ahora luce completamente blanca, sin la mancha de café—. Es de Eduardo. Se la manché de casualidad y decidí traerla para devolvérsela limpia.

—Bueno, ya la lavé ayer, así que se la puedes llevar —indica, dejando la camisa sobre la silla del escritorio.

—Gracias. Se la llevaré hoy.

—Se me hace tarde. —Se acerca y deja un casto beso sobre mi cabello—. Nos vemos luego, cariño. Ten un bonito día.

—Igual tú.

La veo salir de mi habitación con prisa. Cuando escucho que se cierra la puerta del apartamento, suelto un largo suspiro y me vuelvo a arropar bajo las sábanas para dormir un ratito más. Gracias a Dios, mamá no preguntó más sobre la camisa de Arián.

Arián...

¡Arián!

¡¡¡Arián!!!

Como alma que lleva el diablo, me levanto de la cama y me llevo las manos a la cabeza mientras me pregunto dónde está él. ¿Se escondió? ¿Mamá lo vio? No, no, ya hubiese hecho todo un escándalo al encontrarnos durmiendo juntos. Desconcertada, me acerco al marco de la ventana para ver si del otro lado hay rastro de su escape, pero no, la ventana está cerrada y eso solo se puede hacer desde adentro. Además, ya estarían los de la morgue recogiendo su cadáver.

Doblo las rodillas para revisar debajo de la cama. Tampoco está. Así que termino clavando la mirada sobre la puerta del baño mientras cruzo los dedos, esperando que se encuentre escondido ahí dentro.

Por favor...

Giro la manija de la puerta y asomo la cabeza por la abertura.

Su mirada verdosa me da los buenos días y dejo salir todo el aire que he contenido durante los últimos dos minutos, sintiendo que me desinflo como un globo sin atar. Él se encuentra de lo más tranquilo, revisando su celular con el culo apoyado contra el lavamanos.

—¿Mi madre lo ha visto? —es lo único que se me ocurre preguntar.

Arián niega con la cabeza y me hago a un lado para que salga.

—Se me hace tarde. Tengo que ir a la editorial —contesta, dejando su celular sobre mi cama—. ¿Su madre ya se fue?

—Sí, acaba de irse al trabajo —aseguro.

Sus ojos recaen sobre la prenda que mamá ha dejado planchada sobre la silla del escritorio.

—¿Acaso guardó mi camisa, señorita Serván?

Pestañeo un par de veces a la vez que proceso una respuesta en mi cabeza. Y no obtengo nada. La rata no me gira la rueda.

—Sí —balbuceo sin saber qué explicación darle por haberla guardado. Sabía que sería raro hacerlo.

—Vale, entonces me pondré esta hoy —menciona.

Trago saliva y me pongo de pie para acompañarlo hacia la salida. Camino lo más rápido que puedo, siguiendo sus grandes zancadas por el pasillo. Al llegar a la sala, su prisa por irse se hace más notable cuando él se adelanta para abrir la puerta.

Antes de salir se vuelve para decirme:

—A partir de las seis la espero en mi oficina. Necesito hablar con usted sobre lo que pasó ayer.

Y sin decir nada más, abandona mi apartamento, cerrando la puerta. Me quedo mirando la misma, con los labios entreabiertos.

Creo que estoy metida en problemas.


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¡Hola!

¡Volvieron Celeste y Arián!

Primero quiero pedir perdón por no actualizar esta historia desde abril y en mi defensa debo decir que fue por una buena razón: he reeditado mi primer libro que subí en esta cuenta y estuve enfocado al cien poncierto en él. Ahora que lo he terminado, voy a dedicarme a actualizar ARIÁN entre una vez por semana o cada dos.

Gracias a mis lectoras que estuvieron pendientes preguntándome sobre la actualización. De verdad gracias por esperarme y por el aprecio que le tienen a Celeste y Arián. ❤

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