4 | Él es un extraño
Elegante, intimidante y educado...
No me alcanzan las palabras para seguir describiendo a Arián Arnez. Y no es que lo esté adulando, ni nada de eso, pero me es imposible no destacar todo lo bueno y notable en él ahora que estoy aprovechando la cantidad de gente para poder observarlo sin correr el riesgo de que me pille.
Tampoco estoy segura si la ceñida camisa que lleva puesta —y que resalta sus tonificados músculos—, es de color negro o un azul noche. Sin embargo, lo que sí noto, es que el pantalón que lleva, es de un tono beige y el de su acompañante es de un gris claro.
—¡Tierra llamando a Toti! ¡Tierra llamando a Toti! —avisa Andrés, pasando su mano por delante de mis ojos para obstaculizar mi visión.
Le hago un gesto disimulado para que se detenga porque esto podría llamar la atención de las personas. Y de Arián. Vale, en realidad estamos a varias mesas de distancia y él se encuentra en una parte superior de la terraza, donde me imagino que solo acceden personas adineradas.
Por otro lado, sé que no debo preocuparme por el tema del dinero, ya que Andy me aseguró que va a invitar todo, pero al retomar la vista hacia el lugar privilegiado donde está el ojiverde, me es imposible no comparar a todas esas personas pijas con nosotros: los simples mortales de la clase media.
—Toti, ¿estás bien? —pregunta de nuevo Andrés, al no obtener respuesta de mi parte.
Quito la mirada de Ojitos bonitos para atender a mi amigo.
—Estoy bien. Solo me distraje al ver la hermosa cartera que llevaba una chica —miento y Andrés me da una mirada de incredulidad.
—Ah, no sabía que ahora a los chicos guapos se les llama «cartera».
—¿Qué? —Frunzo el ceño.
—Es obvio que lo estás mirando.
—¿A quién? ¿A Arián? —inquiero y contesta con un asentimiento de cabeza—. Siento que es una maldición encontrarme a ese tipo en cada esquina.
—Una bendición para los ojos, diría yo. ¿Has visto ese rostrazo que se carga?
—Nos encontramos esta tarde en la editorial y le volví a pedir disculpas por lo que pasó en la cafetería —comento y mi mejor amigo se acaricia el entrecejo, clamando paciencia.
—Joder, ¿es que acaso no puedes superar eso? —Rueda los ojos y suelta un silencioso bufido—. Pareciese que tuvieras un reloj cucú en la cabeza y, cada que marca la hora, en vez de salir el pájaro, sale una Toti manchando la camisa de un Arián de madera.
—Qué gracioso...
—De seguro él ya ni se debe acordar y tú sigues dándole vuelta al asunto, mujer. ¡Supéralo!
Hago un mohín.
—Lo sé, pero cada que me mira, me causa un sentimiento culposo. Me intimida mucho y tú sabes que no soy de intimidarme por hombres.
Regreso los ojos hacia Arián. Él alza una pequeña copa que tiene entre sus dedos y la choca de manera suave con la de su amigo a modo de brindis.
—¿Será... que te gusta?
Corto toda veneración visual que estaba haciéndole a Ojitos bonitos para responderle a Andrés con un rotundo:
—¡No!
Se me queda mirando como oficial de policía en un interrogatorio.
—Claro —menciona, dando asentimientos de cabeza lentos.
—Es un chico atractivo, sí, pero...
—¡Hostia, tía! ¡Está viniendo para acá! —Salta en su asiento y me pongo en alerta como militar a la orden de su sargento. Busco con la mirada a Arián y compruebo que sigue en el mismo lugar donde ha permanecido los últimos cinco minutos desde que noté su presencia. La carcajada de Andy se hacen presente y suspiro, aceptando que todo ha sido una vil broma de su parte—. ¿Viste cómo te pones?
Jaime aparece de nuevo con una bandeja de plata en las manos y sobre ella dos copas con las bebidas que pedimos. De manera elegante, se posiciona frente a nuestra mesa y deja las copas a nuestro respectivo lado.
—Margarita para ti, Andrés —le dice, acompañado de una sonrisa coqueta, de esas que no han faltado entre ellos desde que llegamos. Luego se dirige a mí con una expresión amigable—. Y para ti, Celeste, una piña colada.
—Gracias —expreso con un asentimiento de cabeza. Él hace lo propio.
—Gracias. Todo a mi cuenta, por favor —complementa mi amigo, guiñándole un ojo.
El tierno joven se sonroja ante el gesto de Andrés y yo no sé dónde meter mi cabeza para no estar viendo semejante escena de ligue clandestino. Al final, Jaime se marcha no sin antes despedirse de nosotros e informarnos que nos llevará a casa en el auto de un amigo que vendrá pronto. Ambos le decimos que no será necesario, sin embargo, él insiste hasta que accedemos y se aleja con una sonrisa satisfecha.
Tomamos nuestras copas para hacer el brindis respectivo de la noche.
—Por tu logro en el concurso de escritura, Toti —menciona Andy con ojos de «estoy muy orgulloso de ti, amiga mía. Tanto que me voy a echar a llorar ahora mismo», que me hace bajar la mirada para no contagiarme de ese feeling y terminar llorando con él—. ¡Salud!
—¡Salud! —Chocamos las copas con cuidado.
Me llevo el cristal a los labios y de manera involuntaria, dirijo la mirada hacia Arián, quien revisa muy atento su celular y su amigo observa hacia todos lados como si buscara algo o, mejor dicho, a alguien. Mis dudas quedan resueltas cuando una esbelta chica de lentes oscuros se une a ellos y se coloca detrás de Arián para cubrirle los ojos con las manos y depositar un beso en su mejilla.
—¿Quién es esa tía? —pregunta Andrés viendo en la misma dirección.
Arián quita las manos de la chica de su rostro y le da una mirada neutra. Como todo un caballero, se pone de pie para saludarla con un... un beso en la boca y una caricia de su pulgar en la mejilla de ella.
No logro ver más porque Andy antepone una mano sobre mis ojos para evitar que siga apreciando esa escena romántica. La quito al instante y me bebo de golpe la mitad del contenido de la copa. Mi mejor amigo me observa con los ojos bien abiertos después de la reacción que acabo de tener.
Me toma de la mano para preguntarme:
—¿Estás bien?
Entrecierro los ojos y asiento con lentitud.
—De maravilla. ¿Por qué no lo estaría? —le devuelvo la pregunta.
Adopta una posición cómoda en su silla y se incorpora, colocando los codos sobre la mesa.
—Sabes bien que estoy hablando de ese beso que...
—¡Andrés! —le interrumpo, acercándome más para que me escuche con claridad—. Él es un extraño. No lo conozco. No lo conoces. Nadie de nuestro entorno o círculo amical lo conoce. Solo es el dueño de la editorial con la que voy a publicar. Y listo. Eso es todo.
—¿Me vas a negar que no te sorprendió ese beso? Si fuera mi crush ya habría roto mi móvil en un momento de frustración.
—Pues, él no es mi crush —aclaro.
—Si tú lo dices... Entonces, sigamos viendo cómo mezclan sus salivas.
Finjo un gesto de repulsión y regreso la mirada hacia Arián. ¿Por qué me sorprendería el beso de ellos dos? Es más, ¿cómo no pensé antes que él podría tener una novia? Si está claro que podría ser uno de los hombres más bellos de España y la chica no se queda atrás. Es hermosa, con un impecable bronceado en su piel, cabello castaño en rizos, cejas muy bien depiladas y cuerpo envidiable. Son perfectos el uno para el otro. Hasta sus hijos serían hermosos.
—Si prefieres nos podemos ir a... —agrega y lo interrumpo otra vez.
—En serio, deja el drama, Andy. Estás equivocado y te lo he dejado muy en claro. Arián para mí es un extraño y lo que pase en su vida personal, no es de mi interés. —Me encojo de hombros y desvío la mirada hacia otro lugar que no sea esa mesa en donde están ellos.
—Vale, sigamos celebrando tu logro entonces. —Alza su copa y también alzo la mía.
El resto de la noche nos la pasamos bebiendo hasta que nos da hambre y ordenamos una ensalada César y un Salmorejo con guarnición para compartir entre los dos. De repente, me recorre por la cabeza una extraña sensación de mareo y me doy cuenta de que mi mejor amigo tiene los ojos enrojecidos y las pupilas dilatadas. «Qué rápido se ha emborrachado. Es un pollo», pienso a la vez que intento reprimir una risita, pero termino carcajeando y él también.
Decidimos dar por terminada nuestra velada y pasar a retirarnos cuando las campanas de la Giralda nos anuncian que son la una de la madrugada. Tenemos exactamente una hora para regresar a casa con toda la paciencia del mundo antes de que mi amigo gane un cupón para ser la Esperancita de mamá el sábado. Me pregunta si deseo pedir algo más antes de irnos y niego con la cabeza. No quiero seguir abusando de su confianza, pues presiento que la cuenta ya debe haber pasado el monto de los cien euros.
Otro mareo me vuelve y mantengo la cordura para no preocupar a Andrés.
—Necesito ir al baño —menciono mientras me empiezo a sentir mal.
Mal.
Me sostengo de la mesa para ponerme de pie e intentar adaptarme a la aturdida situación que atravieso. Joder, de repente me invade una extraña sensación de pesadez en los ojos. El sueño amenaza con apoderarse de mi cuerpo y, por un momento, siento que mis débiles piernas tiemblan cuando inicio el camino hacia el baño.
Después de avanzar entre la gente, intentando mantener el equilibrio para no chocar con las personas que están bailando, llego al pasillo que conduce a los servicios higiénicos del hotel. Suelto un suspiro de alivio al notar que no hay ni una sola alma en él y, con sumo cuidado —y aprovechando que nadie me está viendo—, me sostengo del umbral de la puerta para recuperar estabilidad antes de ingresar. Una vez dentro, me posiciono frente al espejo del lavamanos para darme un vistazo rápido. Tengo los ojos rojos como Andrés, el mareo se vuelve a hacer presente junto a la rara somnolencia y temo que mi cerebro pueda detenerse en cualquier momento. «¿Qué tan mal me encuentro?».
Abro el caño del agua y dejo que el agua corra bajo mis ojos. Desde el interior de una de las cabinas que se encuentran detrás de mí, escucho que jalan la cadena del inodoro, dándome una señal de que nunca estuve sola como pensé. Vuelvo a suspirar, sugiriéndome la idea de ingresar a una cabina e inducirme al vómito para expulsar toda la comida, pues creo que al mezclarlo con el cóctel me pudo haber caído fatal.
Se abre la puerta y abandono mis pensamientos para llevar mi mirada hacia ella a través del reflejo del espejo, pero me arrepiento observo que de dicha cabina sale nada más y nada menos que el señorito Arián «Perfección» Arnez.
«Sí, debo estar muy mal porque estoy empezando a tener alucinaciones», pienso mientras me humedezco el rostro. Decido volver a mirarlo para cerciorarme de que es la maldita y distorsionada realidad.
Arián se sube el cierre del pantalón mientras se ubica a mi lado en el lavamanos. No nota mi presencia, está concentrado en la pantalla de celular y quizá le importa un comino cualquier extraño que se encuentre también en el lavamanos.
Salgo del ensimismamiento en el que me ha dejado la impresión de coincidir por tercera vez en el mismo día y, de manera inmediata, inclino la cabeza para que el cabello me cubra el rostro por los costados. No quiero que piense que lo estoy siguiendo.
Veo por el rabillo del ojo que abre el caño, se humedece las manos y luego peina su cabello con los dedos. No obstante, detiene todo movimiento cuando se da cuenta de que a su lado hay una presencia con el cabello al mismo estilo que la niña de El Aro. La curiosidad me gana y decido indagar por última vez, lo que provoca que nuestras miradas coincidan a través del espejo.
Su ceño se frunce al instante y nos quedamos viendo, desconcertados, de la misma forma en que se miran dos delincuentes que son atrapados por la policía con las manos en la masa. Sus ojos no abandonan los míos y yo tampoco lo hago a pesar de que quiero salir corriendo del lugar. Ninguno es capaz de decir nada e incluso de pestañear. Todo sucede en silencio hasta que él cierra el caño del agua y se humedece los labios para preguntar:
—¿Señorita Serván?
Sus ojos me analizan perplejos porque está claro que tampoco esperaba encontrarme aquí.
—¿Arián Arnez? —Me hago la sorprendida cuando ya sabía de su presencia en la terraza.
En su rostro se asoma la confusión.
—¿Qué está haciendo aquí?
—Lo mismo le pregunto, señor —expreso, cruzándome de brazos para convencerme de que estoy manejando la situación.
—¿Será que... este es el baño de hombres? —Alza las cejas mientras hace un gesto obvio con la mano.
¡¿Qué?!
¡¿El baño de hombres?!
Mis ojos se despegan de los suyos por un segundo para buscar la puerta de madera que en la parte superior tiene colgado el letrero de...
¡Mierda!
Sí, es el baño de los hombres.
Debí de estar tan mareada que en ningún momento me percaté del letrero cuando crucé el umbral. Además, el baño estaba vacío, hasta que apareció... él. Sin embargo, eso no evita que me dé un buen golpe mental como castigo a este incómodo momento que acabo de causar.
—Vamos, debe salir de aquí —añade él, extendiendo su mano hacia la puerta para invitar a retirarme.
Y como si mi cerebro me hubiese abandonado para irse a hacer pis, siento que mi cuerpo es abordado por una nueva sensación diferente. Como si fuera un efecto secundario a los mareos que tuve hace minutos, la euforia toma su lugar y produce una nueva versión de mí.
Una sonrisa ladina aparece sobre mis labios y modulo mi tono de voz a uno más grave que resulte sonar varonil, como la de él.
—Vamos, debe salir de aquí —imito sus últimas palabras con los brazos cruzados sobre mi pecho—. ¡Ay! ¡Qué mandón, por Dios...! Relájese, señor Arnez. No sé si se lo han dicho, pero le hace falta un poco más de carisma y dejar de lado lo formal.
Me dedica una mirada neutra, como si mi dramatización no le hubiese causado ni una pizca de gracia. «¿Y qué esperabas? ¿Aplausos de su parte?», se burla una voz en mi cabeza.
Da un paso lento y luego otro, acercándose de manera sigilosa hacia mí hasta que, en un abrir y cerrar de ojos, solo nos separa una distancia de treinta centímetros.
—No es bien visto que una chica esté dentro de los servicios para caballeros —explica. Su voz ha tomado un tono serio—. Hay hombres ebrios que pueden intentar sobrepasarse con usted.
—¡Tranquilo, señor modelo de Calvin Klein! —digo y río como si acabara de contar un buen chiste—. No creo que nadie quiera sobrepasarse conmigo. Y si lo intentan, pues deberán sufrir las consecuencias porque me convierto en Fiona de Shrek. Y no la versión princesa, eh.
Su cara adopta una expresión de confusión, mezclada con una pizca de diversión, porque la comisura de su labio izquierdo se eleva.
—En primer lugar, no soy modelo de Calvin Klein. No me agrada la idea de mostrarle a todo el mundo el paquetazo. —Se encoge de hombros y no puedo evitar abrir los ojos tras oír su comentario. Humedece sus labios antes de continuar—: Y, en segundo lugar, no pienso darle una charla sobre las intenciones de algunos hombres. Ya está bastante grandecita y creo que sabe cuidarse sola. Ahora, ¿podemos salir de aquí?
Ruedo los ojos y suelto un bufido, de esos que suelo hacer cuando alguien frustra mis planes. Pero en este caso... ¿Cuál es mi plan? ¿Frustrarlo? ¡Sí! ¡Frustrarlo hasta hacerle perder la paciencia!
«Oh, eres muy cruel, Toti», me digo a mí misma antes de caer en la cuenta de los efectos secundarios que pueden traer consigo mis erradas acciones. No puedo seguir haciendo esto. Él es el dueño de la editorial con la que publicaré mi libro. No vaya a ser que quiera sancionarme por mi mala conducta y decida disolver mi contrato.
¡No! ¡No! No voy a permitir que me arrebate mis sueños. Ya bastante ha hecho con poner en peligro mi trabajo por ayudarlo a conseguir un lugar donde cambiarse la camisa.
Hago caso omiso a todo y decido dejarme llevar por la necedad.
—¿O sino qué? —lo desafío.
—Tendré que sacarla por las malas —manifiesta con la monótona seriedad que lo caracteriza.
—A ver... —No deja que termine la oración y me toma por la cintura con ambos brazos para cargarme sobre su hombro y llevarme en él hasta la puerta. Pataleo, aun sabiendo que no se detendrá hasta que salgamos del baño de los hombres—. ¡Bájeme, Arián! ¡Bájeme!
El pasillo está igual de desierto como cuando llegué y eso se me hace raro. «¿Qué acaso nadie más que el ojiverde tiene ganas de hacer pis esta noche?», cuestiono en tanto que Arián me baja y, por un momento, me tambaleo al no encontrar mi equilibrio por ninguna parte.
Me sostengo de sus hombros para evitar caer al suelo y darme un buen golpe contra este.
—Señorita Serván, ¿acaso está... drogada? —inquiere, rodeándome la cintura con uno de sus brazos para que no me deslice hasta las baldosas—. Nomás mírese, tiene los ojos rojos.
—¡¿Drogada?! ¡No estoy... drogada! —chillo, muy ofendida.
¿Quién se cree para intuir esas cosas?
Con sus manos, me toma de la mejilla para que lo mire.
—Escúcheme, por favor. ¿Ha venido sola? —pregunta y niego con la cabeza.
—He venido con Andrés.
—¿El joven que le acompañaba en el concurso? —inquiere con absoluta preocupación, como si fuera una niña extraviada en la calle.
—Sí, ese mismo...
Suspiro, cansada por el largo día que he tenido y cierro los ojos cuando la sensación de sueño vuelve a aparecer, seguida de un mareo que hace sujetarme de los brazos de Arián con fuerza.
Él se lleva el celular al oído para iniciar una llamada.
—Álvaro, necesito que me ayudes, por favor. Estoy en el pasillo del baño que da al jardín —le habla a la persona que está al otro lado de la línea e intuyo que debe ser el chico que estaba sentado junto a él en la mesa.
—¡Toti! —La voz de Andrés me hace girar de inmediato para buscarlo con los ojos adormecidos.
—¡Andy! —exclamo. Quiero correr a abrazarlo y besarle las mejillas, pero el brazo de Arián en mi cintura no me lo permite.
—¿Qué le pasó? —pregunta, ignorando mi emoción por verlo.
¡Malagradecido!
—La encontré en el baño de los hombres —informa Arián, guardando su celular en el bolsillo de su pantalón y le da una mirada de extrañeza a mi mejor amigo—. ¿Han estado consumiendo drogas?
Y de ahí todo transcurre en cámara rápida. Se une a nosotros el chico que estaba en la mesa con el ojiverde y me otorga una mirada de pesar al verme sostenida de los hombros de su amigo. Arián me carga entre sus brazos y salimos en fila india hasta la puerta principal del hotel.
Tengo los ojos cerrados porque en este momento no tengo la suficiente fuerza para abrirlos porque todo me causa sensibilidad. Mi audición, tacto y olfato serán lo único que me ampare hasta llegar a casa.
A los pocos segundos, el delicioso perfume de Arián, invade mis fosas nasales cuando apoyo más la cabeza contra su pecho y me es imposible no dejar de olfatearlo como perro policial en una misión. Si mi olfato no me está fallando, puedo diferenciar que no es el mismo olor que tenía la camisa manchada de ayer y que recuerdo, aún sigue oculta en mi mochila.
Solo espero que mamá no la encuentre.
—¿Se encuentra bien? —interroga el guardia de seguridad cuando llegamos a la puerta, provocando que suelte una maldición para mis adentros.
—Sí, solo ha tomado mucho, pero ya la estamos llevando a casa —interviene Andrés, intentando mejorar la situación para que el hombre no vea esto como un intento de secuestro.
O bueno, eso es lo que parece si lo vemos desde una perspectiva distinta: un grupo de tres hombres se lleva a una chica inconsciente. Se ve raro, ¿verdad?
Pero eso no es lo que me importa en este momento, sino la incertidumbre de qué es lo que me espera dentro de poco. Ya tendría que irme preparando mental y físicamente para el castigo que me impondrá mañana mi madre por haber llegado a casa en este estado.
Si es que llego viva, también.
—Hay que llevarla en mi camioneta —sugiere Arián.
No sé quién abre la puerta del vehículo, pero en menos de lo que canta un gallo, siento que mi cuerpo se separa del pecho y los brazos de Arián cuando me mete en los asientos traseros.
—Yo iré con ella —escucho decir a Andy y el asiento a mi lado se hunde cuando toma su posición dentro de la camioneta—. Joder, tengo mucho sueño. Démonos prisa, por favor.
Intento abrir mis ojos e incorporarme, pero otro mareo termina tumbándome de nuevo sobre el asiento. Ahora, me es imposible levantarme sin que alguien me ayude. Por supuesto, Andrés no lo hace porque para él es mejor que descanse durante el trayecto que nos toma llegar a casa.
Me quedo unos segundos vislumbrando el techo del vehículo, hasta que los ojos se me empiezan a cerrar de a poco. Desde ahí todo se vuelve oscuro y pierdo la noción del tiempo.
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