35 | Todo a su tiempo
Me cubro la boca, silenciando un bostezo mientras le doy vuelta a mi café para que termine de endulzarse. Desde el lado opuesto de la barra de la cocina, Andy me da una mirada de «estás mal, mujer» y niega con la cabeza antes de darle un sorbo a su café. Sin darme una mirada al espejo, intuyo que mi cara se asemeja a la de esas momias que son descubiertas en sitios arqueológicos de Sudamérica. No he pegado el ojo hasta las cuatro de la madrugada y si ahora estoy despierta con una taza en la mano, es porque el individuo que tengo enfrente me ha sacado de la cama hace veinte minutos.
No he podido pegar los ojos durante toda la noche y no fue hasta las cuatro de la madrugada que mi cerebro decidió rendirse. De hecho, pienso que no solo fui yo, sino el edificio completo. Todos hemos quedado consternados tras el crimen que ha sucedido ayer y que ha sido el titular principal de la mayoría de noticieros locales. Los medios de comunicación aún siguen merodeando la zona en busca de testimonios de vecinos para crear notas. Sin embargo, —y según las fuentes más cercanas— todo ha ocurrido a puertas cerradas y lo único que se oyó fue el sonido de los disparos.
La policía estuvo presente en el apartamento de enfrente hasta cerca de la medianoche. La señora que está a cargo del edificio tuvo que venir para dar sus declaraciones y brindar información sobre la familia; después procedieron a cubrir todo con telas y cerrar la puerta con llave. Supongo que en cualquier momento volverán para continuar investigando y la idea de que todo quedará abandonado me entristece demasiado. Será difícil asimilar que nuestros vecinos ya no volverán por un buen tiempo y más aun sabiendo la manera trágica en que se dieron las cosas.
Arián se quedó hasta muy tarde haciéndome compañía. Decir que estaba desconcertado, es poco. No obstante, todo el tiempo mantuvo una actitud protectora y empática conmigo. Él sabe que mi preocupación ahora gira en torno al pequeño Guzmán y está dispuesto a brindarme su apoyo cuando le dije que quiero buscar un nuevo hogar para él. Esta tarde averiguaré el horario de visitas del centro de acogida donde se encuentra mi pequeño vecino, pero antes, mi mejor amigo y yo tenemos una misión por cumplir: ir por el peluche de Mickey Mouse de Guz.
Andy coloca su mochila sobre la barra.
—¿Trajiste todo lo necesario? —cuestiono, tomándome el café de golpe para darme ánimos.
Él asiente y desliza el cierre para sacar todo lo que hay en el interior.
—Claro que sí. Me he preparado desde temprano, viendo videos en Internet. Estoy listo para entrar a robar como todo un experto.
Entrecierro los ojos y bostezo en silencio otra vez.
—Solo iremos por el peluche y ya. No vamos a vaciar cajones, ni voltear los colchones y cojines —aclaro y levanta sus manos en señal de rendición.
Cinco minutos después, nos encontramos frente a la puerta del apartamento donde ocurrió el delito, vestidos con un impermeable de cuerpo completo, guantes y bolsas para cubrir nuestras zapatillas. Llevar todo esto encima fue idea de Andy, cosa que al inicio me pareció demasiado exagerada, pero luego comprendí que estamos invadiendo un lugar de manera ilícita y no podemos dejar rastro alguno.
Le hago una señal para que proceda y después de observar a ambos lados para asegurarnos de que no hay moros en el pasillo, Andy saca del bolsillo de su impermeable un alambre, con el que empieza a forcejear la cerradura. Me muerdo el labio inferior mientras pido en mi interior que no esté con llave porque todo sería en vano. Por suerte, a los pocos segundos se oye un «clic» y la puerta se abre.
—Vamos, entra rápido —susurra mi mejor amigo, haciéndose a un lado para dejarme pasar primero. Cuando ambos estamos en el interior, cierra la puerta con discreción.
—Vale, busquemos la habitación de Guzmán —digo.
Todo está cubierto por telas blancas, como si fuera la propiedad de una familia que solo viene a pasar las vacaciones de verano. Sin embargo, al pasar por el salón principal encontramos un espacio del comedor que está cercado por cintas de restricción y dentro del cual se puede observar un poco de sangre seca.
—Joder, ¿qué nos asegura que el fantasma de Rubén no se va a aparecer en cualquier momento? —musita Andy, mirando con un gesto de asco la mancha.
—No seas miedoso.
—¿No has oído que las personas recogen sus pasos?
—Antes de morir. —Hago un gesto obvio y me encamino hacia el pasillo—. Mientras más rápido salgamos de aquí será mejor. Tú abre las puertas de ese lado y yo busco dentro de estas dos.
—No, no quiero —se queja y le regreso una mirada ceñuda.
—¿Por qué?
—¿Y si lo veo echado o sentado en la cama?
—¿A quién?
—A Rubén.
Me es imposible no poner los ojos en blanco.
—Rubén está muerto, joder —vocifero y lo aparto para abrir la puerta de aquella habitación—. Y podrías ser el próximo si no colaboras y te limitas a agotar mi paciencia. ¿Ves? Aquí dentro no hay nada. Solo es el cuarto de baño.
—No, no quiero ser el próximo en morir. Aún no he conocido al amor de mi vida.
—Y seguirás sin conocerlo. Deberías esperar a que llegue por sí solo. —Suspiro.
—¿Por qué lo dices?
—No sé si este sea el lugar indicado para decírtelo, pero es obvio que Tomás no está interesado en ti, Andy.
Mi mejor amigo me mira, extrañado, como si estuviera debatiendo a través de mi expresión si le estoy jugando una broma. La siguiente puerta que abro es la habitación de la pareja. Meto la cabeza por el umbral y me cercioro de que el peluche no esté aquí dentro. Solo hay una cama y una cómoda de madera.
—¿Él te comentó algo? —inquiere a mis espaldas.
—Claro que no. No es necesario que me lo diga para darme cuenta, porque se nota a simple vista. Además, Arián me ha confirmado que es cien por ciento heterosexual.
Se encoge de hombros, con un mohín en los labios.
—La mayoría de los heteros son curiosos...
—No, Andy —interrumpo—. Perdón si con esto termino de matar tu ilusión, pero soy tu mejor amiga y sabes que siempre te digo las cosas como son. Entre nosotros no puede haber secretos, ni mucho menos mentiras para evitarnos el dolor.
—¿Qué sabes de él? —suelta, cruzándose de brazos.
—Está saliendo con una ilustradora que trabaja en la editorial. Se llama Sofía. Es la misma que diseñó la portada y las ilustraciones de mi libro. Como Arián y él son mejores amigos, se encargó de averiguarlo por mí.
—¿Y qué te averiguó?
—Que tienen una relación complicada desde hace dos años. Si no los vemos juntos es porque están terminando y regresando de manera constante. De verdad, lo siento...
—No, no pasa nada. —Finge una sonrisa de boca cerrada y niego con la cabeza antes de abrazarlo por la cintura.
—En serio, quiero que estés bien y no vuelvas a pasar por lo mismo. Al estar detrás de alguien que no tiene un interés por ti, te estás frustrando y dañando a la vez, porque alimentas esas ilusiones que solo tú creas en tu cabeza. Y no está mal que una persona te guste o te atraiga, pero tienes que encontrar tus límites para darte cuenta de que algo no funciona. Tienes que aprender a estar solo, Andy, hasta que llegue alguien que sea merecedor de esa bonita sonrisa de niño inocente. —Pellizco una de sus mejillas y provoco que las comisuras de sus labios se levanten y los ojos se le achinen—. Ahora, ayúdame a buscar ese peluche si no quieres que la policía nos pille aquí dentro. No sé por qué tengo la sensación de que van a regresar a investigar.
—Vale.
Abrimos las siguientes puertas hasta que damos con la habitación de Guzmán. Tiene las paredes pintadas de un azul oscuro y el techo blanco. Junto a una vieja mesita de noche, está la cama con el peluche de Mickey Mouse reposando sobre ella como si fuese el huésped de honor de la habitación. Frente a la cama, se encuentra una deteriorada cómoda de madera en la que deduzco debe estar la ropa del menor. Por ahora, solo necesito el peluche, así que me acerco a la cama y lo tomo ante la mirada atenta de Andy.
—Dale, iniciemos el plan de fuga —menciono, dándome media vuelta para volver a la puerta.
Andy se detiene cuando llegamos al pasillo.
—Oye, ¿crees que haya dinero escondido por alguna parte, así como en las películas? Quizá detrás de un cuadro o debajo del colchón de la cama —pregunta y lo tomo del brazo para que avance.
—No pienso descubrirlo. Salgamos de una vez —advierto, dando grandes zancadas con dirección a la puerta principal.
Después de un par de días, nos llega la noticia de que Rocío fue trasladada al Centro Penitenciario Sevilla I, donde debe cumplir una pena de quince años por homicidio doloso y seis años por tráfico de drogas.
Confesó que aquella tarde, Rubén llegó ebrio cuando ella no se encontraba, por lo que vio la ausencia de su esposa como una oportunidad para buscar en el apartamento un indicio de que estaba metida en algo ilegal. Al momento en que Rocío llegó, encontró todo patas arribas y, por supuesto, a Rubén esperándola con las bolsas de pasta que ella vendía y pegaba detrás de los muebles para esconderlas.
Tuvieron una fuerte discusión y dijo que su esposo intentó estrangularla con las manos, sin embargo, Guzmán interrumpió la acción. El hombre se tomó un tiempo para arrastrar a su hijo a una habitación y decirle que se quede allí. Y, no satisfecho con lo que había intentado hacer, decidió volver para encarar a su esposa. Rocío recordó que tenía un arma —declaró que pertenecía a uno de sus compañeros camellos— y fue en busca de esta, pues su plan era asustarlo para que se tranquilice. Pero esto terminó poniendo como loco a Rubén y después de un breve forcejeo, ella decidió disparar para defenderse. Lastimosamente, la mala puntería hizo que la bala le cayera en el pecho y muriera desangrado.
Por otro lado, cuando nos acercamos con Arián al penal para averiguar si yo podía ser parte de un régimen de visitas, me dijeron que no estaba dentro de los requisitos por no ser familiar directo de Rocío.
Hoy he venido acompañada de Arián al centro de acogida donde tienen a Guzmán para darle una visita y traerle su peluche de Mickey Mouse. Por suerte, en la entrada no nos piden requisitos más que nuestros documentos de identidad, cosa que me alivia un montón porque ya estoy con los nervios danzando por todo mi cuerpo.
Una de las trabajadoras nos invita a tomar asiento y nos promete que traerá al menor en unos minutos. Arián y yo nos damos una mirada nerviosa y un recuerdo fugaz pasa por mi cabeza: la noche que sucedió lo del asesinato. Aquella noche en la que Arián estaba muy sensible luego de que dejamos ir a Guz con la oficial. Tenía la mirada perdida y los ojos vidriosos como cuando sufre esas recaídas de la depresión. No obstante, ahora su mirada denota una mezcla de serenidad y expectativa. Le doy un beso en la mejilla antes de abrazarlo de lado.
—¡Toti! ¡Arián! —La aguda vocecita nos hace girar al mismo tiempo para ver a un pequeño Guz que viene corriendo hacia nosotros.
Le doy un fuerte abrazo para que a través de él pueda sentir lo mucho que lo he extrañado. Después de casi dejarlo sin aire, me separo para que salude a Arián con un abrazo similar al mío. Al terminar, se sienta en medio de los dos.
—¿Han venido para llevarme a casa? —interroga, alternando la mirada entre ambos y le hago un gesto a Arián para que responda por mí.
—No, pero hemos venido con alguien que te extrañó mucho. —Saca el peluche de mi mochila y se lo entrega.
—¡Mickey! —Lo observa de pies a cabeza antes de besarlo y abrazarlo contra su pecho. Arián y yo sonreímos por el tierno gesto que ha realizado. Se pone de pie y vuelve a mirarnos—. ¿Y ya nos vamos a casa?
Niego con la cabeza y su sonrisa se esfuma de inmediato.
—Guz —Arián interviene—, no es algo sencillo sacarte de aquí. Con eso no quiero decir que sea imposible, pero créeme que estamos...
—A mamá se la han llevado presa, ¿verdad? —La pregunta nos toma desprevenidos y Arián me mira con los labios entreabiertos sin saber qué decir—. Papá encontró las bolsitas de sal que ella guardaba detrás de los muebles.
—¿Bolsitas de sal? —No puedo ocultar mi duda.
—Sí, mamá guardaba la sal en bolsitas pequeñas. Decía que así tomaba un sabor más rico, pero no quería que yo dijera nada de eso porque era un secreto de la abuela...
El ojiverde interrumpe.
—Guz, ven, siéntate de vuelta. —Palmotea el asiento—. ¿Cómo te están tratando aquí? Estás comiendo toda la comida, ¿verdad?
—Sí, aunque no tengo mucha hambre. No quiero estar aquí. —Se vuelve a poner de pie y tira de la mano de Arián—. Vámonos ya, por favor.
—Guz... —le reprende con la mirada y el pequeño vuelve a sentarse, haciendo un puchero con los labios—. Vamos a venir todos los días a verte, ¿vale? Todos los días hasta que podamos irnos contigo. Sin embargo, para eso necesito que pongas de tu parte y si no lo haces, esto demorará.
—¿Cuándo podré irme?
—Va a ser pronto, lo prometo.
—Pero, ¿cuándo? —insiste.
—Guz, tranquilo, ¿sí? —Le acaricio el cabello y añado—: Esto solo será momentáneo, hasta que las cosas se puedan dar de una manera legal.
—Así es —concuerda Arián—. ¿Prometes que vas a obedecernos y te quedarás aquí por mientras?
—Pero, ¡yo quiero irme ya!
—Todo a su tiempo.
—Por favor, Guz —insisto.
Él niega con la cabeza y el puchero en sus labios vuelve a aparecer.
Media hora más tarde nos estamos retirando del lugar después de haber presenciado el llanto de Guzmán al momento de despedirnos. Al final, no logramos convencerlo de que se tiene que quedar por un tiempo en el centro de acogida, por lo que se aferró a la pierna de Arián para evitar que nos vayamos. Eso hizo que se me pongan los pelos de punta.
Debo confesar que me parte el corazón verlo llorar y pienso si mañana será igual al momento de despedirnos.
—No te preocupes, es cuestión de que se adapte y haga amiguitos —dice el señorito Arnez, abrochándose el cinturón de seguridad para iniciar el retorno a casa.
—Eso espero. No quiero que llore cada vez que nos vayamos. Me deja un mal sabor, como si me sintiera impotente de no poder hacer nada.
—No te sientas impotente. El hecho de que vengas a verlo muestra mucho interés de tu parte y eso significa mucho para él, aunque no lo valore. A mí también me entristece verlo ahí, pero es lo que podemos hacer por ahora. —Me toma de la mano para acariciarme el dorso con su dedo pulgar—. Vamos a hablar con tus padres. Estoy seguro de que nos van a querer apoyarnos.
—Dios te oiga. —Suspiro.
Durante el camino a casa, soy un manojo de nervios y a la vez tengo que lidiar con la horrible sensación en mi pecho luego de haber dejado llorando al pobre Guz. Me siento una mala persona por haber provocado las lágrimas de un pequeño inocente que no merece pasar por la situación en la que se encuentra. Pero qué puedo hacer si esto escapa de mis manos. Al no ser familiar directo de Rocío no puedo quedarme con él mientras no haya un documento legal que lo certifique. Rocío y Rubén no tienen familia dentro de Andalucía, pues ellos huyeron muy jóvenes de casa y ruego que, si mis padres me dan el visto bueno para ejecutar el plan que tengo con Arián, no aparezca ningún familiar que intente sabotearlo.
Cuando llegamos a casa nos reunimos con papá y mamá en la sala. Mi novio y yo mantenemos una actitud seria y firme para que puedan notar que vamos en serio.
—Hemos venido de ver a Guzmán en el centro de acogida —comento.
—¿Cómo está Guz? —interroga papá, tomando una posición erguida en el sofá y ese es un buen indicativo de que la conversación va por buen camino.
—Él está bien. Una de las señoritas que trabaja allí nos comentó que el primer día no quiso comer y estaba con un comportamiento agresivo, el mismo que utiliza cuando siente que está en una situación de peligro. —Papá asiente con un gesto de pesar. De seguro se hace una idea de que el menor no la está pasando bien—. Sin embargo, ya hemos hablado con él para que obedezca y se siga alimentando.
—Me parece bien. Tendrá que adaptarse en cualquier momento —menciona mamá con un gesto obvio que me inspira compresión.
—Vale. ¿Y de qué querías hablar, cariño?
Arián me da una mirada rápida y al notar que estoy un poco nerviosa, toma mi mano.
—¿Recuerdan que les comenté que Rocío me habló mientras era conducida a la patrulla? —Ambos asienten.
—Ya me hago una idea de por dónde va esto —sigue mamá, soltando un suspiro. Mantengo la mirada en ella, recordando que no debo mostrarme insegura si quiero lograrlo—. Toti, sé que quieres mucho a Guzmán y que Rocío te confió su cuidado, pero no hay nada firmado. Tener a un menor contigo sin una declaración jurada o un documento de cuidador firmado por uno de los padres es peligroso, podrías ir a prisión. Además...
Arián se pone de pie en cuanto su celular comienza a sonar, anunciándole una llamada entrante. Él se disculpa antes de retirarse del salón para responder.
Decido continuar:
—Lo sé, mamá. Sé que no tenemos los ingresos suficientes.
—Adoptar a un niño implica darle de comer, brindarle una educación, comprarle ropa, atender y velar por su salud. Prácticamente, sería un hijo más para nosotros o un hijo tuyo si quieres costearlo todo de tu trabajo. Ahora, si hablamos de trabajo, ¿ya conseguiste uno nuevo?
«Joder, ese es otro problema que he olvidado».
—Aún no. Espero conseguirlo pronto, mamá.
—Te pediría que lo pienses bien, cariño —manifiesta papá con dulzura—, pero si decides adoptarlo, igual te apoyaremos. Solo queremos que primero caigas en la cuenta de la gran responsabilidad que va a conllevar.
La figura de Arián se vuelve a hacer presente en la sala y retoma su ubicación en el sofá, a mi lado.
—Era un amigo que es abogado. Estuve platicando con él respecto a la situación de Guzmán y me ha dado un par de soluciones —explica y luego se vuelve hacia mí para inquirir—: ¿Tus padres dijeron que sí?
Ladeo un poco la cabeza para dar a entender que es un sí y un no a la vez.
—Me van a apoyar, siempre y cuando yo me haga responsable de los gastos de Guz. Pero, ahora mismo no tengo un trabajo asegurado con el que pueda sustentar esos gastos —argumento.
Toma de nuevo mi mano y entrelaza nuestros dedos.
—Mi amigo estuvo explicándome que lo más fácil para este caso es tener una declaración jurada del cuidador. No obstante, nuestra desventaja sobre la misma es que no tenemos cómo obtener la firma de la madre, ya que nadie es familiar directo para ingresar al centro penitenciario.
—Cierto, una declaración jurada era lo ideal, pero quién iba a pensar que Rocío iba a terminar así —comenta mamá.
—La noche en que ocurrió todo, le hice una promesa a Guzmán antes de que se lo llevaran —vuelve a expresar Arián, alternando la mirada entre los tres—. Le dije que confiara en mí; que iría por él. Y no pienso romper mi promesa por más difícil que parezca, porque sé la desilusión que se siente que una persona en la que depositaste toda tu confianza, te decepciones a tan corta edad.
—¿Qué piensas hacer? —musito, mirándolo con los ojos entrecerrados.
Mis padres y yo nos damos una mirada rápida.
—Voy a presentar una solicitud a la Comisión de Protección de Menores para quedarme con la tutela de Guzmán y hacerme cargo de él.
Rodea mis hombros con su brazo para acercarme a él y dejar un beso sobre mi cabello. Los ojos se me humedecen un poco, pero una sonrisa de esperanza aparece sobre mis labios después de haber oído sus palabras.
-----
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro