34 | Él estará muy orgulloso de ti
Sé muy bien que la inspiración para escribir no suele llegarme en las mañanas, pero sí me tomo un tiempo para ordenar mis ideas, planificar o mejorar algunos capítulos que ya tengo en borrador. Después de haber estado semanas con Tomás revisando mi manuscrito, debo reconocer que me ha quedado una actitud más perfeccionista de la que solía tener antes de la publicación de Mis noches con Mr. Johnson, cosa que me beneficia como escritora. De hecho, la nueva historia que estoy escribiendo en Wattpad, ya casi está terminada. Solo me faltan diez capítulos e iniciaré la etapa de edición.
Con respecto a la publicación, me siguen llegando buenas noticias desde la editorial, pues el libro está rompiendo muchos récords de ventas en su primera semana de lanzamiento y hasta me informan que es probable que la próxima semana llegue la segunda edición. De más está decir que mis padres son los más emocionados y, a pesar de que mentí diciéndoles que ya se me habían acabado los ejemplares que me dieron la editorial —los cuales tengo escondidos en mi armario porque no quiero que lean las escenas del salseo—, papá ha comprado uno en el Mall y estoy idealizando un plan de robo lo más pronto posible.
Apago mi laptop y me encamino hasta el sofá para dedicarme un momento de lectura en el día. Arián me ha prestado un libro de autoayuda titulado El poder del ahora de Eckhart Tolle, el mismo que formó parte de la etapa en la que estaba llevando su primer tratamiento para la depresión. Me contó que solía llevarlo a la clínica para que fuera su compañía mientras esperaba la consulta.
No obstante, la cómoda lectura en la que estoy sumergida se ve interrumpida por unos inesperados gritos en el pasillo del edificio.
—¿Qué son esos gritos? —musita papá, apareciendo en la sala al mismo tiempo en que llego a la puerta y le hago un gesto para que guarde silencio. Enseguida, identifico la voz de Rocío, la madre de Guzmán.
Con suma discreción, entreabro un poco para espiar a través de la ranura. No soy una persona chismosa como mi madre, de hecho, si fueran otros vecinos me daría igual, sin embargo, me preocupa que Guzmán se vea afectado por la discusión que están teniendo sus padres.
—¡Dime, joder! ¡¿En qué coño estás metida?! —El padre del niño toma del brazo a su esposa para que le responda.
—¡No estoy metida en nada!
—Ah, ¿no? Entonces, ¡¿por qué carajos he encontrado esta mierda aquí, con tu puto nombre en la tarjeta?!
Bajo la mirada al objeto que él patea y me llevo una mano a la boca para ahogar cualquier sonido de sorpresa que pueda emitir. A los pies de la pareja, hay un arreglo floral fúnebre con una tarjeta donde se lee el nombre completo de Rocío. Debajo de esta, una fecha que llego a vislumbrar por el tamaño de la letra.
—Se deben de haber confundido o, q-quizá es una broma...
—¡Cállate! Estás metida algo turbio, ¿no? —La zarandea para infundir presión en ella, sin embargo, su actitud apática se mantiene en todo momento—. ¿Estás pasando droga? ¿O te estás prostituyendo con algún narco? Más vale que me lo confieses porque esto es un tema serio, quién sabe si mañana no nos dejan una bomba en la puerta.
Cierro los ojos y me cubro el rostro con las manos. Mamá tenía razón, esto algún día nos iba a traer situaciones de terror. El narcotráfico y el trabajo de camello no es nada de juego, más cuando empiezan a meterse con la familia. No quiero ni pensar en que le puede pasar algo malo a Guz por culpa de su madre.
Me hago a un lado y papá toma mi lugar detrás de la puerta. La discusión no cesa y se inclina hacia el lado que es de mi interés.
—¡No grites que los vecinos nos van a escuchar y vas a asustar a Guzmán! —espeta ella.
—Ah, ¿ahora te preocupa tu hijo?
—No lo pongas a él como pretexto...
—¿Tú sabes el peligro en que lo metes? —interrumpe Rubén—. ¡Escúchame, carajo! Con esto te acabas de coronar, maldita sea... Si veo una presencia extraña afuera o cerca de este edificio, yo mismo agarro a mi hijo y me largo con él. Me importa una completa mierda si te matan a ti. Es más... que vendan tus órganos si así lo quieren, pero con mi hijo que no se metan.
—No pasará nada, tranquilízate.
—Ahora deshazte de esto antes de que lo vea el niño —ordena y se oye un portazo que me sobresalta. Estoy con los pelos de punta.
Papá cierra la puerta de forma suave y se acerca a mí con notable preocupación.
—Tranquila... —Me envuelve en un abrazo protector y descanso mi cabeza sobre su hombro mientras me acaricia la espalda—. Sé que quieres mucho a Guzmán y él te quiere a ti, sin embargo, eso no quiere decir que dejes de tener cuidado, cariño. Si le han dejado eso a Rocío en la puerta de su casa, quiere decir que no está en buenos términos con esas personas y pueden tomar represalias con el niño. No quiero que te pase nada, ¿sí?
—¿Quieres decir que me aleje de Guzmán? —pregunto con un hilo de voz.
—No del todo. Solo procura no salir a la calle con él y si quieres verlo, puedes traerlo aquí —sugiere en un tono comprensivo y asiento.
—No quisiera que Rubén se lo lleve, papá, pero prefiero eso a que siga corriendo peligro con su madre.
—Si sucede eso, hablaré con él para que puedas visitarlo en su nuevo hogar, ¿vale?
Asiento sin ánimos.
—Vale.
—Ahora, no le comentes nada de esto a tu mamá, por favor —recomienda con una sonrisa de boca cerrada—. No queremos que se ponga paranoica por temas de terceros.
Suelto un suspiro.
—Está bien, no diré nada.
Regreso al sofá para intentar retomar mi lectura. Sin embargo, es en vano, pues no logro concentrarme del todo. ¿Cómo puede seguir papá tan tranquilo sabiendo que frente a nosotros vive una familia amenazada por traficantes de drogas? Yo ni dormir podría si estuviera en los zapatos de Rocío. Y es que implicaría vivir atemorizada y a la expectativa de que están siguiendo mis pasos, averiguando quiénes son parte de mi familia. «¿Y si Rubén tiene razón? ¿Si algún día de estos ponen una bomba?», pienso y cierro el libro de golpe. Sin duda, siento que estoy exagerando, pues si pusieran una bomba todo el edificio explotaría y no creo que quieran eso cuando su principal objetivo es la familia de Rocío.
Como dice papá, no debemos ponernos paranoicos por temas de terceros. Quizá suene egoísta, pero ahora mismo ya tengo una preocupación con mi trabajo para cargar otra que no me compete. Solo espero que Rubén proteja a su hijo lo más pronto posible, aunque eso implique que lo aleje de nosotros.
Las tardes en la cafetería se han convertido en las más preciadas para mí. Dentro de un mes ya no estaré en esta cocina, preparando pedidos o charlando con Paula sobre las preferencias de los clientes, los cuales han disminuido y ahora casi todo el local se encuentra vacío, a excepción de dos o tres mesas donde hay personas platicando mientras consumen nuestros productos. Aún recuerdo cuando llegué a este lugar, La Estrella no se encontraba tan desierta como ahora, pero estaban pasando por una situación similar, no contaban con un chef pastelero y mis creaciones tuvieron muy buena acogida.
No sé si deba echarle la culpa al nuevo restaurante, pero en parte nuestra ausencia de clientes se debe a la considerable cola de personas que hay afuera y que bloquean la entrada a nuestros clientes. Si yo fuera Paula, habría presentado un reclamo hacia dicho restaurante. No es posible que su clientela tome posesión de la calle como si fuera su sala de espera. Además, dificulta el paso de los peatones por este lugar, que es muy concurrido por las tiendas de ropa que hay por toda la cuadra. No obstante, ella ya ha tirado la toalla y piensa cerrar a fin de mes.
Minutos antes de las nueve de la noche, María, mi compañera de trabajo, viene a buscarme y, en tono confidencial, me dice:
—Señorita Celeste, creo que la están esperando en una de las mesas.
—Ah, ¿sí? ¿Quién? —Levanto las cejas y se sonroja.
—El chico guapo de ojos claros que siempre viene por usted.
Me es imposible aguantarme una sonrisa por la curiosa descripción que me brinda.
—Ah, es mi novio —explico y me cuelgo la mochila en el hombro—. Gracias, te veo mañana.
—Vale, hasta mañana —se despide también.
Efectivamente, cuando llego al local, Arián se encuentra sentado en una mesa, terminando una taza de té. Al verme, se pone de pie con una sutil sonrisa de boca cerrada para luego recibirme y darme un corto beso en los labios como saludo.
—¿Qué tal estuvo tu tarde? —me pregunta antes de despedirse de Sebastián con un gesto de mano y agradecerle por su atención.
—Estuvo tranquila, hoy no vino mucha gente tampoco. —Me encojo de hombros y Arián me toma de la mano cuando salimos a la calle. Reconozco su camioneta estacionada en la vereda de enfrente, detrás de toda la fila de personas.
—Joder, ¿por qué hay tanta gente? ¿Acaso está Dua Lipa en el restaurante de al lado?
—Ni Dua Lipa, ni Kunno —bromeo—. Dicen que es la nueva sucursal de un restaurante con estrellas Michelin. No recuerdo el nombre de la chef que es la propietaria.
—Lo sé, me lo comentaste ayer, ¿recuerdas?
—¿Ah? —Hago memoria de lo que hablamos ayer y caigo en la cuenta de que le llamé para contarle sobre el cierre de La Estrella—. Cierto, ya te lo había comentado. Perdón, es que estoy algo distraída.
Llegamos a su camioneta y se ofrece dejar mi mochila en los asientos de atrás. Tomo mi ubicación en el asiento del copiloto y espero a que inicie el trayecto a casa.
—¿Hay algo más que te esté distrayendo? Aparte de mí, claro —formula y pongo una mano sobre su pierna para darle suaves apretones. Me enternece mucho cuando se pone como niño engreído—. Mussolini, no, no hagas eso. No hagas eso, Mussolini.
Una risita sale de mis labios al oír su imitación del famoso tren de TikTok. Había olvidado que sus piernas son partes «muy sensibles» de su cuerpo y hacen que su lado hot despierte, así que decido quitarlas de inmediato.
—¿Recuerdas cuando platicamos sobre los padres de Guzmán? En especial de Rocío. —Asiente y hace un movimiento de cabeza para que prosiga—. En la mañana, dejaron un arreglo floral fúnebre con su nombre en la puerta de su casa y su esposo lo vio.
—¿Qué? ¿En serio?
—Sí. Él está sospechando de que su esposa está involucrada en algo ilegal.
—No es para menos. Ese tipo de amenazas se las hacen a personas que están vinculadas a bandas criminales.
—Lo sé. Papá dice que seguro les está debiendo dinero.
—Es lo más probable —concuerda y detiene el vehículo bajo la luz roja de un semáforo. Se incorpora para tomar mi mano y besar el dorso antes de añadir—: Por favor, cuídate mucho y mantente al margen. Sé que estimas demasiado a Guzmán y quieres protegerlo si sus padres no pueden...
—No voy a involucrarme —interrumpo, negando con la cabeza.
—Celeste —Arián enarca una ceja—, conozco lo necia que eres y aunque digas que no, estarás pendiente de eso.
—No lo haré, descuida. Además, Rubén piensa llevarse a Guzmán antes de que algo malo suceda.
—¿Llevárselo? —Frunce el ceño—. ¿A dónde se lo va a llevar?
—Rentará un nuevo apartamento, supongo.
—Pobre Guz, tú y yo sabemos lo descuidado que va a estar en otro hogar.
Asiento con una sonrisa triste. La idea de que Guz no me tendrá cuando me necesite, me parte el corazón.
—Solo espero que no se lo lleve a otra ciudad.
—Ojalá no suceda nada malo y las cosas se arreglen —musita y pone el vehículo en marcha—. ¿Tus padres lo saben?
—Solo papá y no quiere que mi madre se entere. Ya sabes cómo es ella de nerviosa.
—Es cierto.
—Por lo pronto, me ha pedido que juegue con Guz en la casa y evite sacarlo al parque.
—Me parece bien, lo importante ahora es no exponerlo a los peligros que están acechando a su madre. Sabes que las amenazas también las lanzan contra los miembros de la familia.
—Sí, lo sé.
—Vale, igual me quedo más tranquilo sabiendo que te mantendrás al margen. Y mejor cambiemos de tema porque siento que te estoy preocupando más. —Hago un asentimiento de cabeza para apoyar su iniciativa—. ¿Paula ha cambiado de opinión respecto al cierre de La Estrella?
Le doy una mirada rápida con los ojos entrecerrados.
—Pensé que ya no íbamos a hablar de temas que roban mi tranquilidad —digo con diversión.
—Perdón. Es que iba a darte una noticia sobre eso.
Me muestra una sonrisita inocente.
—¿Noticia? —Ahora soy yo la que frunce el ceño—. Ah, no, Arián. No quiero enterarme de que me has conseguido un nuevo trabajo en otra cafetería o que has comprado La Estrella.
—Tranquila, no te he conseguido un nuevo empleo y mucho menos he comprado el local. —Rueda los ojos.
—¿Entonces?
—Ahora lo verás. —Busca algo en el bolsillo interior de su saco y me lo entrega.
Es un folleto doblado en dos.
—¿De qué se trata? —Desdoblo la hoja y leo el título que resalta en la parte superior.
«XXV Concurso de Pastelería.
(Organizado por el Ayuntamiento de Sevilla).
Gran final: 21 de diciembre.
¡Estamos buscando al mejor pastelero de la ciudad!
¡Ven y demuéstranos tu talento!».
—Es el concurso más importante de pasteleros de Sevilla —explica Arián a la vez que tiene la vista centrada en la autopista—. Buscan al mejor pastelero de la ciudad y es una oportunidad perfecta para que te des a conocer, o bueno, des a conocer tu talento.
—Creo que aquí solo van los pasteleros más reconocidos a disputarse el título.
—¿Y tú no quieres ser uno de ellos? Las inscripciones son libres —responde.
—Ellos ya tienen experiencia, tienen un nombre hecho en el oficio.
—Pero antes de tener un nombre, iniciaron como tú —manifiesta y vuelvo a centrarme en el folleto que tengo en mano—. ¿Cómo quieres darte a conocer si no piensas intentarlo? Si quieres tener un nombre en la pastelería sevillana, debes darte a conocer y qué mejor manera que participando de ese concurso. Además, tendrás la oportunidad de platicar y codearte con personas reconocidas del medio.
Me muerdo el labio inferior al caer en la cuenta de que Arián está en lo cierto. Esta es la oportunidad que tanto esperaba y ahora que la tengo enfrente, no puedo dejarla pasar.
—Suena tentador. ¿Hasta cuándo son las inscripciones? —Veo a través de la ventana que entramos a la calle donde vivo.
—Si no me equivoco, es hasta este fin de semana —dice a la vez que reduce la velocidad—. La final es dentro de dos meses, así que tienes que prepararte bien.
—Déjame pensarlo bien. Mañana te diré si me he decidido.
—Vale, tienes toda la noche para meditarlo.
—Muchas gracias por avisarme. Eres el mejor no...
—¿Por qué hay demasiada gente afuera de tu edificio? —interrumpe y baja la velocidad.
Regreso la mirada al frente y se me congela la sangre cuando veo que hay una ambulancia y una patrulla de policía en la puerta. Entreabro los labios mientras se me pasa lo peor por la mente. El ojiverde estaciona a un lado de la calle.
—¡No, no, por favor...! —La voz se me quiebra y me quito el cinturón de seguridad como puedo.
—¡Tranquila, tranquila! —grita Arián a mi lado, bajándose del vehículo.
Ambos corremos hacia el edificio, esquivando al círculo de personas que se han reunido en el lugar. Los flashes de las cámaras de los periodistas iluminan mis pasos por una ráfaga de segundo. Las luces rojas y azules de la ambulancia y la patrulla se reflejan en mi rostro mientras busco una respuesta a lo que está sucediendo. «¿Dónde está mi familia? ¿Mis padres se encuentran bien?», inquiero en mi interior, al mismo tiempo que me abro paso entre algunos vecinos que reconozco en el camino. Todos tienen una expresión de desconcierto y miedo, como si el edificio estuviera a punto de colapsar.
Entonces lo veo.
Un grupo de policías escolta la puerta principal, de donde salen dos hombres de saco y corbata, cargando en una camilla con un cadáver envuelto en una tela blanca. Arián me abraza cuando intento correr a preguntar de quién se trata y me aferro a su cuerpo, sollozando sobre su pecho a causa del miedo que siento. Todo parece sacado de una película policial y temo que el cuerpo pertenezca a alguien de mi familia.
—Buenas noches, en este momento, nos encontramos afuera de un edificio ubicado en la calle Betis, en el barrio de Triana —informa una periodista con micrófono en mano para una transmisión en vivo de algún noticiero—, donde, al parecer, una mujer ha asesinado a su esposo de dos disparos. El delito ha ocurrido aproximadamente a las nueve menos cuarto de la noche. Los vecinos informan que oyeron el sonido de los disparos y llamaron a la policía al creer que se estaba tratando de un robo a mano armada, ya que durante las últimas semanas la presencia de personas extrañas que merodeaban la zona...
Una gran cantidad de flashes —como si de una celebridad recién llegada se tratase— acribillan la puerta principal cuando esta vuelve a ser escoltada por oficiales de policía y, bajo el umbral, aparece Rocío, ensangrentada, con ambas manos esposadas por la espalda mientras dos policías la conducen hacia la patrulla. De pronto, levanta la mirada y sus ojos recaen sobre mí.
—¡Celeste! —pronuncia a la distancia y corro hacia ella sin importarme las miradas de las demás personas.
Levanto la cinta de restricción que han colocado.
—¡Señorita, salga del camino, por favor! —Un oficial me toma del brazo y me jala a un lado.
—¡Solo será un segundo! —suplico.
—¡Por favor, estamos haciendo nuestro trabajo! ¡Copere!
Arián no tarda en aparecer detrás del sujeto y le hace una señal para decirle que me suelte.
—Celeste, no puedes estar aquí cerca —me reprende cerca del oído y lo ignoro.
—¡Rocío! —exclamo. No solo me tiembla la voz, también las manos y las piernas.
Ella forcejea con los policías que tiene a los lados, pues sabe que debe aprovechar estos segundos que está ganando al poner resistencia y sus palabras deben ser concisas. Su mirada denota arrepentimiento y antes de hablar, eleva las cejas en un gesto de súplica.
—Te encargo a mi Guz. Cuida de él, por favor.
Y dicho eso, se deja arrastrar hacia la puerta de la patrulla. La veo desaparecer en el interior cuando la puerta se cierra. Arián coloca sus manos en mis brazos para que mantenga la calma.
Al paso de un par de minutos, unos agudos gritos se oyen dentro del pasillo principal del edificio y me pongo alerta. Una oficial de policía sale de la mano con Guzmán a la vez que él pone resistencia tal como lo hizo su madre para hablar conmigo. Se pone de rodillas para evitar que lo muevan y corro hacia él cuando veo que la oficial lo empieza a arrastrar.
—¡Guzmán! —lo llamo cuando estoy a unos metros de él. Caigo de rodillas y él extiende su mano para que yo la tome a la distancia.
—¡Toti! ¡Toti! ¡No dejes que me lleven, por favor! ¡Toti!
Me pongo de pie al mismo tiempo en que Arián detiene a la mujer.
—¿A dónde lo llevan?
—A un centro de acogida. El niño estará bajo custodia del Estado —contesta ella y en un momento de distracción, Guzmán se suelta y corre a esconderse detrás de Arián.
—¡¡¡No!!! ¡No quiero ir! ¡Arián, ayúdame! —Empieza a sollozar, abrazado a su pierna.
—Entiendo que es su trabajo, pero, por favor, concédanos unos segundos. Es el vecino de mi novia y como ha podido observar, está asustado e intentaremos tranquilizarlo —le solicita y ella asiente no tan convencida antes de comunicar algo a través de su walkie-talkie. El ojiverde se arrodilla frente al menor y le da un abrazo—: Escucha, Guz, no podemos ir en contra de la ley...
—¡No! ¡No! —interrumpe el pequeño.
—Tranquilo. —Le acaricia el cabello—. Necesito que estés tranquilo y me prestes atención, por favor. No tenemos mucho tiempo.
—No dejes que me lleven, Arián...
—Guz, escúchame —vuelve a decirle y me pongo de cuclillas a su lado—, no te van a hacer daño, solo van a llevarte a un lugar donde hay más niños que no tienen hogar.
—No quiero ir.
—Lo sé, pero no podemos hacer nada por ahora. Confía en mí y ve con ellos, por favor —añade antes de abrazarlo de nuevo y besarle la frente—. Nosotros iremos a verte y buscaremos la manera de sacarte de allí. Lo prometo.
Nos ponemos de pie y, en medio del llanto de Guzmán, quien se aleja tomado de la mano de la oficial de policía, me abrazo a Arián para no ver cuando la patrulla se pone en marcha. Escucho el motor del vehículo y empiezo a sollozar con el rostro hundido en el pecho de mi novio mientras oigo que las sirenas se pierden al final de la calle.
—Vamos a tenerlo de vuelta, ya verás —dice con la voz entrecortada. Respira hondo para mantenerse firme ante la situación, aunque sé que también está igual de desconcertado que yo.
Asiento, sin separarme de él y me limpio las lágrimas con el puño de la polera.
—Voy a hacerlo —declaro, levantando la mirada para encontrar sus ojos—. Voy a participar del concurso. Por él. Por Guzmán. Será mi principal motivación.
Ojitos bonitos me envuelve de nuevo entre sus brazos y sus labios besan mi cabello.
—Él estará muy orgulloso de ti.
Me toma de la mano y volvemos a posicionarnos detrás de la cinta de restricción después de que un policía nos reprende por obstaculizar el paso.
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