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32 | Reconstrucción

Un mes después


Me encuentro muy emocionada porque estamos a solo horas de que Mis noches con Mr. Johnson salga a la venta en librerías. Mañana es el gran día y ya se siente la emotividad por este gran logro. En Instagram, mis lectores no paran de etiquetarme en edits e ilustraciones sobre los personajes que han hecho ellos mismos. Incluso, somos tendencia en Twitter con el hashtag «#MrJohnsonenfísico».

Este último mes ha sido un trabajo arduo en conjunto con Tomás, con quien hemos pulido la historia hasta el cansancio y estoy satisfecha porque he sido parte de este proceso de edición. He sido testigo de todos los pasos que ha dado la historia para finalmente ver la luz y estar al alcance de todos.

Ahora me encuentro con mi mejor amigo en una tienda de ropa muy cerca al centro de Sevilla, eligiendo un vestido para esta noche. Arián, Tomás, Andrés y yo, hemos quedado en ir a una discoteca para celebrar la publicación del libro. Será algo así como una salida en... ¿parejas? Vale, no estoy segura si Andy ha logrado cazar a ese gatito rubio, pero desde mi perspectiva no he notado una cercanía entre ellos que no sea más que una amistad. Siendo sincera, no veo a Tomás interesado en Andrés y pienso decírselo luego para que corte con toda ilusión que se puede estar haciendo. No quiero que se lastime con algo que no podrá concretar.

Por otro lado, la relación que sí está evolucionando —de a poco, por supuesto— es la que tenemos Arián y yo, aunque aún no hayamos pasado a ser novios de manera oficial. Después de su confesión, estuve investigando en Internet sobre la depresión y leí que, los hombres que la padecen, suelen tener miedo al momento de formalizar una relación y es por eso que no quiero presionarlo y esperar a que se encuentre listo para dar ese paso.

Y ahora que ha hecho las paces con Tomás, debo comentar que se han vuelto inseparables, pues llegan a la editorial juntos, almuerzan juntos, ejercitan juntos y salen a cenar los domingos. En pocas palabras, están recuperando el tiempo perdido y me alegra mucho que hayan retomado su amistad.

Asimismo, durante estas semanas estuve tomándome unas horas para acompañarlo al psiquiatra. Lo conozco y sé que para él es muy significativa mi presencia en situaciones importantes como su tratamiento, aunque, claro, yo no entraba al consultorio, solo lo esperaba en el pasillo hasta que concluía las citas. Mi compañía no es la cura a su depresión, sin embargo, ha sido un pequeño soporte para motivarlo y decirle que lo está haciendo muy bien. De hecho, Arián ha mejorado bastante y poco a poco se está recuperando de la recaída que tuvo.

No obstante, y a pesar de que no quiero ser muy sobreprotectora, estoy muy al pendiente de él porque se le da muy bien lo de ocultar su lado depresivo. Joder, es muy bueno haciéndolo. Aun cuando pasamos tiempo juntos y me parece ver que tiene la mirada perdida, Arián en un abrir y cerrar de ojos ya ha antepuesto una sonrisa.

Pero bueno, gracias a Dios, todo está marchando de maravilla hasta ahora.

Vale... no todo.

En el trabajo no me está yendo muy bien que digamos. Las ventas han disminuido desde que inició la construcción de ese restaurante nuevo de al lado. Es como si un algoritmo imaginario dirigiera el consumo de la clientela y haya olvidado recomendarnos por completo. De verdad, estoy preocupada porque el negocio se puede ver afectado en un corto tiempo y no quiero decirle adiós a La Estrella tan pronto.

La voz de mi mejor amigo me hace volver a la realidad.

—Bien, ahora veamos cuál de los tres te queda mejor —propone, dándome un suave empujón para que ingrese al probador de ropa. El primer vestido es de color mostaza y se ciñe muy bien a mi cuerpo.

Cuando regreso hacia donde está, él me da una mirada completa de pies a cabeza y niega varias veces para indicarme que no es una buena elección.

—Queremos que llame la atención, pero no mucho. —Hace un gesto con los dedos para que vuelva al probador.

La segunda opción es un vestido de encaje rojo, que en la espalda tiene una sexi abertura hasta el trasero. El gesto de desaprobación que hace, me informa que tendré que volver a ingresar al probador otra vez.

—A ver, date la vuelta... ¡Jesús! ¡Se te ve hasta el alma! —menciona, llevándose una mano hasta la boca y alzo las cejas, divertida—. Además, me parece haber visto ese encaje en una de tus trusas.

Abro los ojos, avergonzada, cuando la mujer que está en la caja registradora voltea a vernos con una expresión de horror y Andy le ofrece una sonrisa de niño inocente.

Ya dentro del probador, no puedo evitar soltar una carcajada por su comentario. No demoro más de dos minutos en desvestirme y ponerme el siguiente vestido. Me observo en el espejo de cuerpo completo antes de salir y presiento que a Andrés le va a encantar. Es un vestido floreado de gasa, color verde oscuro, que cae de manera elegante hasta mis rodillas y se amolda bien a mi cintura. Corro las cortinas y los ojos de mi mejor amigo recaen sobre mí. La boca se le abre en una perfecta «O».

—¡E-ese! ¡Ese es! —Señala el vestido con impaciencia, como si la prenda se fuera a disolver en mi cuerpo—. Joder, Arián se quedará ciego de tanta belleza.

Pongo los ojos en blanco ante tanto drama.

—Vale. Lo llevamos entonces.

Veinte minutos antes de las nueve, Andrés y yo esperamos muy pacientes a que lleguen Arián y Tomás a recogernos. Cuando el ojiverde me escribe un mensaje diciéndome que está estacionado en la calle, salimos del apartamento. Aún me cuesta caminar con tacones altos y, al momento de bajar las escaleras, me invade un sentimiento de nostalgia, pues tengo una especie de flashback de la noche en que mi mejor amigo y yo nos dirigíamos a la editorial para ser partícipes de la ceremonia de premiación del concurso de escritura, la cual pareciese que hubiese sido ayer.

Arián se encuentra de pie en la vereda, esperando con los brazos cruzados sobre su pecho. Está vestido de manera casual con una camisa de jean —con los primeros botones abiertos— y un pantalón color camello que contrasta muy bien con las zapatillas blancas que calza. Me saluda con un corto beso en los labios y luego saluda a Andrés con un estrechón de manos.

El camino hacia la discoteca se me hace algo corto. Andrés y Tomás van platicando en los asientos traseros y, de vez en cuando, les doy una mirada rápida a través del espejo retrovisor para ver si hay química entre ellos. Sin embargo, luego de varios minutos de un tedioso análisis, me planteo hablar mañana con Andrés para pedirle que deje de intentarlo. Tomás no tiene ni una pizca de interés en él, de lo contrario, poseería el mismo brillo que tiene en los ojos mi mejor amigo y no le daría más importancia a su celular.

Al paso de unos minutos, estamos ingresando a la discoteca y Arián me toma de la mano para no perderme de vista en medio de la cantidad de personas que hay aquí. La música está alta y las chicas se mueven al compás de la melodía mientras nos abrimos paso entre los grupos de baile que se han formado. Algunas mujeres le coquetean al señorito Arnez con la mirada y otras buscan llamar su atención, empujándose el cabello por detrás de los hombros de una manera sexi. No obstante, él las ignora y cuando paso por sus lados, le doy una mirada de «¡es mío, perras!». Sujeto mi cartera con fuerza, lo sigo hasta la barra donde preparan los tragos y tomamos asiento.

—Hola, dos paraside, por favor —le pide Arián al barman y este le da un asentimiento como primera respuesta.

—Vale.

Vuelvo la mirada hacia el camino por donde vinimos para buscar a Andrés y Tomás, pero no logro ubicarlos. Ahora que recuerdo, en la entrada estaban obsequiando unas pulseras que brillan en la oscuridad. Seguro se han quedado allí para obtener una.

El barman termina de preparar los cocteles y nos alcanza una copa a cada uno. Los colores azul, amarillo y rojo que se aprecian en el interior de las copas captan mi atención de inmediato. Se ve tan agradable y no me puedo reprimir las ganas de darle un sorbo con la pajilla. El sabor de la naranja mezclada con licor es exquisito.

—¿Te gusta? —pregunta mi acompañante con una ceja enarcada.

—Sí, está rico.

Sonrío y él acerca su copa a la mía.

—Por la publicación de tu libro —dice a la vez que chocamos nuestras bebidas a modo de brindis—. Estoy seguro de que será el primero de muchos.

—Gracias —contesto con un leve asentimiento—. Por la publicación del libro y por nosotros, Arián.

Me acerco a sus labios para darle un beso rápido y es él quien ahora me devuelve la sonrisa.

—Por nosotros también —concede.

Le doy otro sorbo a mi paradise mientras Arián le entrega una tarjeta de crédito al barman para pagarle. El alcohol recorre mi garganta y concuerdo que el sabor frutal de esta fría bebida se siente como un verdadero paraíso en la boca. «Diez puntos a quien creó esta maravilla», pienso al mismo tiempo en que vuelvo a recorrer la pista de baile con la mirada para encontrar a mi mejor amigo, cuando de pronto, veo que está bailando con un chico de cabello rizado cerca de la zona VIP.

Empieza a sonar «Me fui de vacaciones» de Bad Bunny y el público levanta sus botellas de cerveza para felicitar al DJ. Las luces —que hasta el momento habían sido de un color verde y amarillo— se tornan de un tono rosa y azul. Continúa «La Bachata» de Manuel Turizo y tomo de la mano a Arián para que se ponga de pie y me acompañe a bailar.

Una de sus manos rodea mi cintura y comenzamos a movernos. Nuestros dedos se entrelazan mientras meneo las caderas de acorde a la música. Para ser un chico que escucha otro tipo de música, debo admitir que baila muy bien la bachata. «Sin duda, la caja de sorpresa eras tú» reafirmo en mi cabeza cuando eleva nuestros brazos, invitándome a dar una vuelta en mi propio lugar.

La canción termina e inmediatamente inicia «Provenza» y es inevitable que yo suelte un grito.

—¡Me encanta esa canción! —anuncio cerca de su oído para que me escuche y le tomo de la mano, obligándolo a quedarse—. Bailemos, por favor.

—¡Vale, vale! —Asiente.

Me muevo al ritmo de la canción, contoneando las caderas como la mismísima Karol G, al tiempo que Arián mira, atento, cada movimiento que hago. Me acerco y me meneo delante de él, dejándome llevar por la música y por el feeling que me transmite esta canción. Sin darme cuenta, ya tengo sus manos en mis caderas, siguiéndome los movimientos y bailando con su cuerpo pegado a mi espalda, al igual que otras parejas. Nuestro baile no es vulgar, al contrario, es una mezcla entre romance y sensualidad. Al fin y al cabo, es mi saliente y me genera mucha confianza, ya que no me atrevería a bailar así con un extraño.

De repente, noto que se aparta de mí y miro por encima del hombro. Él se rasca la nuca, nervioso.

—¿Qué pasa? —inquiero cerca de su oído.

Echa un vistazo rápido a nuestro alrededor, antes de volver a pegar nuestros cuerpos.

—Esto pasa. —Toma mi mano y la lleva directamente hacia la erección que se ha formado en su pantalón. Un escalofrío me recorre la espalda cuando me hace darle un apretón por encima de la tela.

Agradezco en mi interior que las demás personas están en lo suyo y no nos toman atención. Además, la casi oscuridad del lugar juega a mi favor y esconde el sonrojo que debo estar teniendo.

Él espera una respuesta de mi parte y como estoy pasándola bien, decido seguirle su juego. Esta es mi noche y tengo que disfrutarla al máximo.

—Pues, entonces tenemos que buscar una solución pronto —bromeo y él enarca una ceja, retándome.

—Solo hay una manera de bajar esto. Y creo que sabes cuál es, Celeste. —Respira cerca de mi cuello, dando paso a otro escalofrío. Me muerdo el labio inferior—. ¿Qué nos queda más cerca? ¿La editorial o mi apartamento?

Llevo mis dedos a mi barbilla para fingir un gesto pensativo.

—Donde nadie nos interrumpa.

—Mi apartamento, entonces.

Hago un mohín con los labios. No me parece mala idea.

—Pero, ¿Andrés y Tomás? —continúo.

—¿Los ves por algún lado? —Niego con la cabeza. Hasta hace un momento mi mejor amigo estaba bailando con un chico de su misma edad, sin embargo, ya lo perdí de vista. El ojiverde me toma de la mano y empieza a abrirse paso entre la multitud para buscar la salida—. Deben estar ocupados. O, mejor dicho, Andrés debe estar ocupado en hacer que mi amigo caiga. Y sinceramente, lo veo difícil porque Tomás es hetero. Si no me equivoco, estaba saliendo con la chica de las ilustraciones, no recuerdo su nombre.

—¿Sofía?

—Sí, ella. —Se despide del guardia de seguridad con un asentimiento de cabeza y salimos a la calle, donde su camioneta está estacionada—. Deberías hablar con tu amigo. Me da pena ver que pierde su tiempo queriendo cambiar la sexualidad de alguien por capricho.

De manera caballerosa, abre la puerta del asiento del copiloto.

—Lo haré mañana mismo.

*Advertencia: Antes de comenzar, quiero decirte que este capítulo contiene escenas de sexo explícito. Si no es de tu agrado leer este tipo de contenido, te sugiero que bajes hasta la parte donde aparece este indicativo (***).


Si el ascensor de su edificio pudiera hablar, sería el principal testigo de todos los besos que nos vamos dando dentro de él. Arián me detiene en el pasillo para volver a besarme y puedo ver el deseo ardiendo en sus ojos cuando llegamos a la puerta de su apartamento y busca la llave en los bolsillos de su pantalón con suma prisa.

Sin prender las luces del salón principal, me toma de la cintura para cargarme y llevarme de frente a su habitación. Mis tacones tocan el suelo cuando llegamos y una débil luz se cuela a través de las cortinas de la ventana. Recuerdo entonces las veces en que estuvimos a punto de hacerlo en su oficina, a pesar de la adrenalina que conllevaba el ser descubiertos.

Deja su celular sobre la mesita de noche y prende la lámpara que se encuentra sobre la misma. La mitad de la habitación toma un color ámbar, haciéndola lucir cálida y cómoda. Sobre la cama, las sábanas grises lucen pulcras y elegantes, al igual que la alfombra blanca que se encuentra bajo mis pies. Para ser la habitación de un chico que vive solo, está muy bien ordenada.

De pronto, sus manos rodean mi cintura desde atrás y sus pulgares me acarician por encima de la tela. Sus besos en mi cuello empiezan a dejar un rastro húmedo.

—Gomita... —susurra y siento su aliento en mi nuca, provocando que me estremezca por el hecho de tener su voz tan cerca de mi sentido auditivo. Cierro los ojos cuando sus labios abandonan mi cuello, dejándome una sensación de vacío en esa zona y, con nuestras manos entrelazadas, camina hasta la cama para sentarse en el borde. Me sonríe con la boca cerrada a la vez que me ofrece una mirada lasciva—. Te dejaré tomar el control por unos minutos.

Sus palabras me agarran de sorpresa, pues no estoy segura de cómo tomar el control de esto. Dudosa, me sostengo de sus hombros y me siento a horcajadas sobre él y decido confesarle:

—No sé cómo tomar el control. Prefiero que tú lo hagas.

Me sonríe y se acerca para dejar otro beso en mis labios.

—Tranquila, yo tomaré el control, entonces. —Hace un gesto para que me dé la vuelta y siento un cosquilleo cuando sus dedos suben por mi espalda en busca del cierre de mi vestido. Lo empieza a bajar con una lentitud dolorosa, hasta que dejo de ver la parte del encaje en mis hombros. Deja un camino de besos cortos en mi cuello y lo próximo que veo, es el vestido cayendo sobre mis pies—. Qué bien hueles, Gomita.

Río, nerviosa al mismo tiempo que me percato de que ya ha abierto mi sujetador. «¡Qué hábil es con las manos!», pienso y suspiro con dificultad cuando su mano se abre paso por debajo de la tela.

Le ayudo, levantando mis brazos para que pueda deshacerse del sujetador, como lo hizo con el vestido. La prenda cae al suelo y sus labios proceden a posarse sobre mis hombros mientras acaricia mi vientre. No puedo evitar estremecerme bajo su agarre y cierro los ojos para dejarme llevar por los buenos preliminares que está realizando.

Me toma de la mano para volver a llevarme a la cama y esta vez acostarme en ella. Sin despegar sus ojos de los míos, comienza a desabrocharse los últimos botones de la camisa hasta que la prenda se desliza por sus brazos, dejando al descubierto su trabajado torso que recorro con la mirada. Arián me contó que el ejercicio fue una de las actividades que le ayudaron a sobrellevar la depresión y, los resultados de esas horas de arduo entrenamiento, se ven reflejados en el cuerpo de modelo que ahora posee.

Con sumo cuidado, se acuesta sobre mí mientras se sostiene con sus antebrazos. Sus labios descienden en una fila de besos hasta llegar a mis pechos y su boca empieza a juguetear con mis pezones, chupándolos y dándoles suaves mordiscos, los cuales provocan que mi cuerpo se estremezca debajo del suyo.

Conduzco mis manos a su musculosa espalda, palpando con las yemas de mis dedos cada uno de los lunares que tiene en la parte superior, cerca de los hombros. El fugaz recuerdo de su espalda desnuda, mientras se cambiaba en el almacén de mi antiguo trabajo, atraviesa mi mente. Esa fue la tarde en la que lo vi por primera vez.

Se separa de mí y después de quitarse la correa y arrojarla al suelo, sus manos viajan hasta la cremallera de su pantalón. Cuando este termina de deslizarse por sus piernas, noto lo hinchado que está ese bóxer negro. Trago saliva al mismo tiempo que levanto las piernas para ayudarle a deshacerse de mi ropa interior. Empiezo a percibir la humedad que deja sus labios al besar mis muslos, por lo que me aferro a las sábanas cuando sus ojos me anticipan lo que va a suceder y, efectivamente, segundos más tarde su boca empieza a descender hasta mi sexo. Busco con mis manos su cabello y tiro de él a la vez que jadeo, retorciéndome de placer mientras chupa mi clítoris con total solemnidad.

Al terminar su trabajo ahí abajo, sube para volver a atacar mis labios y acaricio toda su espalda, deslizando mis manos hasta llegar al elástico de su bóxer. Arián abandona mis labios y me da una mirada curiosa cuando siente que mi mano ingresa por debajo de la tela.

—Eres una traviesa, Celeste.

Ambos reímos antes de volver a besarnos y esta vez me toma desprevenida con una suave mordida en el labio. Guía de regreso mis manos hasta el elástico de su bóxer y asiente en forma de autorización para que lo baje. La liberada erección choca contra mi vientre y cuando intento tocarla, él retrocede y sale de la cama. Sé que lo ha hecho a propósito, pues se reprime una sonrisa.

Abre uno de los cajones de la cómoda y saca de esta un paquetito negro. Lo rasga por una abertura y retira el preservativo que contiene el interior. Se lo coloca con cuidado y revisa si lo ha puesto bien.

Regresa a la cama para posicionarse en mi entrada y con sus preciosos ojos, brillando por la luz que proviene de la lamparita me mira para que le dé el visto bueno y pueda ingresar. Le respondo con un asentimiento de cabeza y siento que entra en mí, de manera lenta. Se toma unos segundos para besarme antes de iniciar a moverse despacio.

—Estás muy mojada, eso lo hará más fácil —dice en un susurro y baja de nuevo a mi cuello para jugar con él. Caigo en la cuenta de que mañana esa zona estará llena de marcas, pero nada que un buen maquillaje pueda ocultar.

Los movimientos que hace con las caderas aumentan la velocidad y clavo mis uñas en su espalda mientras suelto gemidos de forma desenfrenada. Dios, sus movimientos de cadera son perfectos.

—Ven, quiero follarte desde atrás —me ordena con suavidad mientras sale de mí.

Me dirige hasta la cómoda y apoyo mis manos en el borde de la superficie. Arián se posiciona detrás de mí y vuelve a penetrarme por completo. No puedo evitar soltar un quejido cuando siento un poco de molestia al inicio, sin embargo, él modera la intensidad y sus movimientos pasan a ser cuidadosos para no provocarme dolor.

A pesar de que en la calle aún hay movimiento de autos y peatones, aquí dentro solo se oyen el choque de nuestros genitales, los gemidos que emito y algunos jadeos roncos de él. Se incorpora para que sus labios puedan buscar mi maldito cuello otra vez. No obstante, me sorprendo cuando juguetea con mi oreja y muerde el lóbulo de esta.

I'm fucking crazy about you... —gime casi en un susurro.

Dios, su pronunciación es perfecta. Él sabe que su pronunciación del inglés, mezclada con su acento español, me vuelve loca. Amo cuando me habla en su idioma natal.

Please continue —ruego.

I'm yours, baby —agrega cerca de mi oído—. Only yours and no one else's. Never doubt it... —Aprieto las paredes de mi sexo cuando estoy a punto de liberar una explosión de sensaciones—. Joder, te juro que, si vuelves a apretarme así la polla, me correré. No lo hagas por ahora.

—Es hora de que tome el control de esto —informo, mirándolo por encima de mi hombro y desobedezco. Aprieto un par de veces más hasta que su agarre en mis caderas se intensifica y sus movimientos se hacen más rápidos.

Deja caer su cabeza sobre mi hombro y sus gemidos se vuelven roncos. Se le acelera la respiración, alterando el silencio en el que estaba sumergida la habitación. Evito reír al mismo tiempo que su aliento choca contra mi cuello y me provoca cosquillas.

—Joder, Celeste... Acabo de correrme —admite y retira su miembro con cuidado.

(***)

Giro sobre mis talones y me acerco a él para besarlo. Me corresponde el beso, rodeando mis mejillas con las manos y moviendo sus labios para darle profundidad. Es un beso que desborda sentimientos y honestidad. El corazón empieza a latirme como loco, pues soy consciente de que todo sucede a su tiempo y con Arián las cosas van a paso lento, pero seguro. No hay nada mejor que sentir algo sincero por alguien y ser correspondida con la misma intensidad. Recuerdo el momento en que Arián todavía no era parte de mi vida y mis pasos iban por un rumbo distinto. No obstante, ahora que nuestros caminos van en la misma dirección, estoy decidida de que es él con quien quiero caminar de la mano por un buen tiempo.

Las caricias cesan cuando me acuesto en su cama, mirando hacia el techo y reflexionando sobre lo que me espera el día de mañana. Sin duda, será uno de los mejores días de mi vida. Un día que he estado esperando con ansias desde que llegué a saber que las novelas de Wattpad tenían la oportunidad de salir en físico y no puedo negar que la realidad parece un sueño del que todavía no despierto.

Y, hablando de sueños... Miro a mi acompañante, quien se ha quedado dormido con su brazo rodeando mi cintura. Sus pectorales suben y bajan de acorde al ritmo de su respiración. Sus pestañas están quietas, custodiando esos ojitos bonitos que ahora están descansando y, si subo un poco más, puedo notar que un mechón de cabello le cae sobre la frente, dándole un aspecto de modelo de revista.

«Si la belleza fuera un pecado, este semental ya estaría condenado a arder en las llamas del infierno...», recuerdo los pensamientos que tuve en la editorial cuando coincidimos por tercera vez.

Quito con cuidado su brazo y busco en el suelo mi ropa interior; me la coloco intentando no hacer ruido para no despertar a Arián. Mis pies sienten la tela de su camisa y flexiono las rodillas para tomarla entre mis manos. Tiene algunas arrugas a causa del trato que ha recibido hace unos minutos. Sin poder evitar la curiosidad, la acerco a mi sentido del olfato para disfrutar el aroma de su fina colonia. Es exquisita. Por ello, decido ponérmela para que el olor me acompañe un momento más.

Camino hacia las puertas que dan salida a un pequeño balcón de la habitación y las abro de manera sigilosa.

La cálida brisa de la noche sevillana me aborda cuando reposo mis brazos en la baranda del balcón. Cierro los ojos y me dejo llevar por el ruido de los autos que pasan por la calle y, de pronto, me invade una extraña nostalgia cuando caigo en la cuenta de que no me siento completa del todo.

Si bien es cierto, la publicación del libro ha hecho que me descuide de ciertas cosas, entre ellas, seguir con mi carrera de pastelera. La carrera con la que he soñado consagrarme desde pequeña. Quiero que las personas conozcan más de mí y mi talento y que mi nombre sea reconocido en la historia de la pastelería sevillana. Sin embargo, todo eso se ve un poco lejano cuando recuerdo que La Estrella no está pasando por un buen momento y, por ende, mi trabajo a corto plazo puede ser incierto. Con la alta demanda que hay en esta ciudad, es más probable que encuentre un trabajo de mesera y no de pastelera, pues la mayoría tienen su negocio propio y no querrán compartir la cocina con alguien que recién inicia su experiencia.

Arián me sorprende, rodeando mi cuerpo con sus brazos y descansando su barbilla sobre mi hombro. Una risita inocente abandona sus labios al darse cuenta de que me provocó un respingo.

—Tranquila, solo soy yo.

—Pensé que estabas dormido —le digo acariciando sus manos. Su cuerpo aún conserva la temperatura de hace cinco minutos, a pesar de que aquí afuera corre viento y él está sin camisa y descalzo.

—El frío se coló por la puerta y me despertó.

—Lo siento, solo quería respirar aire fresco. —Me vuelvo para mirarlo y me percato de que tiene puesto el pantalón que estaba usando esta noche.

—No pasa nada, guapa. —Me da un beso corto y sonríe con diversión al darse cuenta de algo—. Por cierto, qué bien te queda mi camisa, eh.

Me encojo de hombros.

—Un poco grande, pero me queda divina.

—Me agrada la idea de que la utilices. —Me abraza como si el viento me fuera a arrastrar lejos de él y empiezo a sentir esas mariposas en el estómago que aparecen cada que adquiere un comportamiento tierno—. Cierto, lo había olvidado. Tengo algo para ti. Quédate aquí y cierra los ojos.

—¿Qué es? —Cubro mi visión con las manos.

—Cierra los ojos, no vale que mires entre los dedos.

—Vale, vale... Mejor me pongo de espaldas.

Doy media vuelta y espero ansiosa a que Arián regrese. No pasa más de un minuto hasta que escucho sus pisadas detrás de mí.

—Espera, aún no los abras —ordena de manera dulce. Siento que levanta mi cabello y coloca una cadenita alrededor de mi cuello. Se tarda unos segundos en asegurarla y luego toma mi mano para invitarme a dar vuelta—. Ahora sí, ábrelos.

Cuando abro los ojos, busco el dije con mis dedos y lo atesoro en la palma de mi mano para apreciarlo: es una pieza de rompecabezas. Hago ademán de querer hablar para preguntarle qué significado tiene, pero él se antepone a mi duda.

—Para mí —inicia explicando—, una pieza de rompecabezas simboliza la reconstrucción de algo o de alguien. Forma parte de un todo, es decir, se necesitan más piezas para armar un rompecabezas. Con una sola no puedes hacer nada, sin embargo, cada pieza tiene su complemento. —Mete una mano en el bolsillo de su pantalón y saca una cadenita parecida a la que me acaba de dar. Se la coloca y me muestra la pieza de rompecabezas que también tiene como dije—. Me la regaló mi abuelo después de que mamá y yo nos marcháramos de la mansión en Portland. Él tenía una similar que encajaba con la mía en la parte superior.

—O sea, ¿este dije que tengo yo...?

—También encaja con la mía, sí. —Se acerca y une las piezas elaboradas en plata, ambas encajan a la perfección—. La he mandado a hacer para ti porque quiero que sepas que no eres la pieza que le falta a mi rompecabezas para reconstruirlo, sino la pieza que yo necesito tener a mi lado para complementarme.

Me llevo las manos a las mejillas para cubrir el sonrojo que me ha provocado sus palabras. Me sonríe y toma mis mejillas para darme un beso. Cierro los ojos y me dejo llevar por los movimientos que ejercen sus labios sobre los míos. Dios, el corazón me ha empezado a latir como loco y las mariposas están aleteando dentro de mi estómago.

—Es muy cliché hacer esta pregunta y esperar una respuesta cuando es más que obvio que dirás que sí. Así que seré directo. —Acaricia mi mejilla con su pulgar—. Quiero que seas mi novia, Celeste.

Una sonrisa de boca cerrada se forma sobre mis labios al escuchar decir las palabras que tanto he anhelado.

—Siempre tan mandón usted, señor Arnez. —Pongo los ojos en blanco—. Sí, quiero ser tu novia, Arián. —Deposita un beso en mi mejilla y sellamos el momento con un abrazo—. Te quiero, Bizcochito.

—Yo también te quiero, Gomita.

Decido descansar mi cabeza sobre su pecho mientras caigo en la cuenta de que ahora nuestra relación ha dado un paso más.

Somos novios oficiales.

—¿Te parece si vamos adentro? No quiero que la señorita Celeste Serván de Arnez coja un resfriado —sugiere y no puedo evitar sonreír por lo lindo que se oyen nuestros apellidos juntos.

Vuelve a besar mi mejilla antes de tomarme de la mano para guiarme de regreso a la cálida habitación. Bajo la mirada hasta nuestros dedos entrelazados y suelto un suspiro. Estoy tan enamorada de él que, si llegase a morirme mañana, me reencarnaría en una paloma para posarme en ese balcón y venir a visitarlo todos los días. 


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Debo confesar que escribir esas escenas +18 desde la perspectiva de una mujer, me dejó un bloqueo de escritor. Bueno, ya lo superé y está todo bien. 

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