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20 | Cardio

*Advertencia: Antes de comenzar, quiero decirte que este capítulo contiene escenas de sexo explícito. Si no es de tu agrado leer este tipo de contenido, te sugiero que bajes hasta la parte donde aparece este indicativo (***).

Los insistentes toques en la puerta de mi habitación, terminan por despertarme. Frunzo el ceño y, a regañadientes, me incorporo para levantarme, no sin antes tomarme un segundo para revisar la hora en mi celular: son las dos de la madrugada. «¿Qué necesita mi madre a estas horas?», me pregunto mientras sigo sentada en el borde de la cama, frotándome los ojos para quitar el empañamiento de estos.

Vuelven a tocar, pero esta vez con menos fuerza.

—¡Voy, mamá! —aviso un poco frustrada porque me pone de mal humor que me despierten. A menos de que sea una emergencia, por supuesto, ahí sí hay una excepción.

Meto mis pies en las pantuflas de conejito que dejo al lado de la cama y me encamino hacia la puerta, aún soñolienta y con una mala postura que corrijo en cuanto abro. Vuelvo a fruncir el ceño de nuevo y pestañeo un par de veces para saber si estoy soñando cuando Ojitos bonitos aparece en el pasillo. Lo más extraño no es su presencia a estas horas, sino la manera como está vestido.

Trago saliva y recorro su cuerpo con la mirada. Tiene el torso desnudo, luciendo esos trabajados músculos que ya he visto con anterioridad. No obstante, eso no es lo que llama mi atención, sino el arnés negro que tiene puesto en el torso. Son como una especie de correas atravesadas, de esas que se usan en... Carraspeo, avergonzada cuando recuerdo haber leído su nombre en una novela erótica. Se llama bondage. ¡Dios! ¿Qué hace vestido así? ¡Ay, no! Si mi madre lo llega a ver... Agradezco que al menos de la cintura para abajo está vestido con el pantalón y los zapatos formales que usa en la oficina.

Me guiña un ojo, coqueto y me empuja al interior de mi habitación, cerrando la puerta a su paso. Le pone el seguro y me sonríe con suficiencia.

—¿Qué... estás haciendo aquí, Arián? —pregunto, confundida y él coloca su dedo índice sobre mis labios como señal de que guarde silencio.

—Shh... Solo vengo a terminar lo que dejamos pendiente en mi oficina la otra vez.

Sus manos rodean mi cintura y sin dejarme protestar, me carga y me lleva hasta la cama para luego acostarme en ella. Me quita las pantuflas de conejo y le da una mirada curiosa a una. Enarca una ceja antes de observarme con diversión y me encojo de hombros para darle a entender que estoy en mi habitación y que puedo usar lo que me plazca. En mi defensa, debo decir que esas pantuflas son suaves y cómodas.

Arián no pierde más el tiempo y me quita la otra, se apoya con una rodilla sobre la cama y con cuidado de no lastimarme, coloca sus antebrazos a mi lado y se acerca para besarme. Cierro los ojos y me dejo llevar por la calidez de sus labios que, poco a poco, empiezan a bajar por mi cuello, dejando besos húmedos en esa zona. Joder, he reconocido esta excitante sensación que invadió mi cuerpo la otra vez.

Siento su mano ingresar por debajo del polo que utilizo como pijama y las alarmas se encienden en mi cabeza cuando recuerdo que no traigo puesto un sujetador. Mierda. Intento incorporarme para frenar su ataque en mi cuello y decirle que es una mala idea haberlo dejado entrar porque mi madre está en la habitación de al lado, sin embargo, pierdo todo control sobre mí cuando su mano encuentra y acaricia uno de mis pechos. Me estremezco debajo de su cuerpo y él lo nota porque esboza una sonrisa sobre la piel de mi cuello. «Tienes que frenar esto», me digo a mí misma cuando un jadeo sale de mi boca y el temor de despertar a mamá se hace presente por un instante, pero la adrenalina es máxima y la excitación me termina cegando. ¿Por qué la adrenalina de ser atrapada tiene que resultar deliciosamente placentera?

Sus dedos aprietan uno de mis pezones, haciéndome soltar un jadeo que se mezcla entre nuestras respiraciones entrecortadas que son el único indicio de actividad en la habitación a estas horas de la madrugada. Me incorporo para ayudarle a quitarme el polo, el cual termina en el suelo luego de un par de segundos. Cierro los ojos y llevo mis manos hacia su cabello para enredar mis dedos en sus mechones mientras trato de no gemir cuando su boca toca uno de mis pezones y comienza a lamerlo y mordisquearlo sin compasión. Me estremezco por segunda vez y como respuesta de su parte recibo una mirada lujuriosa. Vuelve a morder mi pezón y en esta ocasión no consigo mantenerme en silencio, por lo que él extiende su mano y me cubre la boca.

—No queremos despertar a tu madre —me recuerda y regresa a mis pechos para continuar el trabajo que estaba haciendo con ellos.

Mis jadeos se ahogan debajo de su mano y agradezco que sea tan considerado al no querer dejarnos en evidencia con mi madre y con los vecinos, pues el edificio se encuentra sumergido en un sepulcral silencio, el cual me sorprende porque Triana es un barrio nocturno y justo hoy no hay ni una sola alma en la calle.

Y cuando creo que todo ha acabado, vuelve a mirarme con esos ojos depredadores que me tienen a su merced desde el primer día que lo conocí. Y es que en ellos hay algo especial, es una mirada distinta al resto de hombres que he conocido. Esa mirada que ya tengo muy bien memorizada y que ahora tiene una expresión diferente. Una expresión de deseo y de sentimiento. No somos dos desconocidos que acaban de encontrarse, que van a disfrutar la noche y mañana no sabrán más el uno del otro. No. Ambos nos gustamos y, a pesar de que estamos empezando a salir, no me importa si follamos o nos besamos antes de tener la primera cita porque al final de cuentas, terminaremos haciéndolo después. Yo solo quiero que él esté seguro de lo que quiere conmigo y no me haga perder el tiempo.

Sus manos empiezan a juguetear con el elástico de mi pantalón y de mi ropa interior y, como si mi cuerpo estuviera en modo automático, levanto las caderas para ayudarle a deshacerse de ambas prendas. Las desliza por mis piernas y caen al suelo, junto con mi polo. He quedado completamente desnuda debajo de él y, por un momento, me entra la duda de no tener un cuerpo perfecto. Soy delgada, no tengo un cuerpo tonificado y trabajado como Arián o como... Mierda, sé que no debería compararme con su ex, pero me es imposible no pensar que Ángela tiene un cuerpo envidiable y me deja en desventaja.

—Eres preciosa. Más de lo que imaginé en mis fantasías contigo —susurra cerca de mis labios, como si me hubiese leído el pensamiento.

—¿Tuviste fantasías conmigo? —pregunto también en un susurro y él asiente.

Desabrocho una correa del bondage para que se lo quite.

—Sí, las tuve, desde que me dejaste cachondo en la oficina —confiesa con la respiración agitada.

Baja hasta mis piernas y se ubica entre ellas, causando un excitante cosquilleo cuando su barba raspa la piel de mis muslos. Puedo ver sus intenciones cuando comienza a dejar besos en ellos: quiere hacerme esperar para que termine rogándole que continúe. Cierro los ojos e intento ser fuerte, pero no puedo porque mi cuerpo ya está ardiendo y estoy cegada por el placer. Entonces, decido desafiarlo para que caiga en su propio juego.

—Arián... —le suplico, quitando sus manos de mi cuerpo—. No creo que estemos yendo por el camino correcto.

—Ah, ¿no? —Enarca una ceja y sus labios besan mi intimidad.

«Caíste más rápido de lo que pensé», le digo en mi cabeza mientras sonrío victoriosa.

Arqueo la espalda cuando introduce un dedo en mí y parece no ser suficiente para él, ya que introduce otro y comienza a acariciar con lentitud. Mis jadeos se vuelven a hacer presentes y ya no me importa que mi madre me escuche porque solo quiero que Arián sepa que lo está haciendo bien y que estoy descubriendo sensaciones que antes no conocía.

Lástima que mi primera vez fue a los diecinueve y con un chico de la facultad que ni siquiera sabía cómo tocarme. Se suponía que debía ser algo especial para mí, pero terminó siendo una experiencia decepcionante y hasta pienso que fue un error haber querido saciar mi curiosidad a esa edad. Mi vida sexual ha estado algo abandonada desde entonces... claro, sin contar el placer que me he brindado yo misma. Sin embargo, no es igual tocarte a que alguien lo haga por ti. «Y alguien que sabe hacerlo muy bien, eh», dice una voz en mi cabeza, trayéndome de vuelta la realidad.

Me cubro el rostro con las manos cuando su lengua se abre paso entre mis pliegues y decide empezar, succionando mi clítoris. Arqueo la espalda y me aferro a las sábanas para intentar no llegar al orgasmo; no obstante, y para mi mala suerte, vuelve a penetrarme con sus dedos y los mueve de manera desenfrenada, causando que no pueda reprimirme y termino corriéndome entre jadeos que han disipado todo el silencio que había en la habitación.

Cierro los ojos para recuperarme de esta explosión de sensaciones que está ocurriendo en mi cuerpo mientras Arián coloca una rodilla en la cama y se incorpora para besarme. Atrapo sus labios enseguida y me dejo llevar por los movimientos que ejercen sobre los míos a pesar de que aún sigo estremeciéndome por el orgasmo que he alcanzado.

—Creo que ya estás lista, Gomita —dice a pocos centímetros de mi oído y saca del bolsillo de su pantalón un paquetito metálico.

Lo miro rasgar la envoltura del preservativo, su agitada respiración hace que su pecho suba y baje con rapidez, como si estuviera a punto de escupir el pulmón por la boca. Sus manos viajan hasta el cinturón de su pantalón para quitárselo y lanzarlo al suelo antes de seguir con el botón y...

(***)

Despierto a causa de un respingo y lo primero que reconozco es el techo de mi habitación. Mi ceño se frunce de manera automática. «¿Por qué estoy vestida? ¿Dónde está Arián?», me pregunto mientras inspecciono a mi alrededor con la mirada. ¿Todo ha sido un sueño? No, no, no... Intento moverme, pero no obtengo éxito. «¡Joder, se me subió el muerto! », pienso a la vez que trato de moverme de nuevo. No, ya es de día. Los muertos no salen a estas horas, menos cuando la ciudad ha retomado el bullicio que no existía en mi sueño.

Poco a poco retomo el movimiento de mis extremidades y me llevo una mano a la cara. Estoy toda empapada de sudor como si hubiese corrido cinco kilómetros, como parte de una rutina de cardio para quemar las calorías que he comido ayer. «Y qué buen cardio que has hecho con el ojiverde, eh», dice una divertida voz en mi subconsciente, provocando un ligero rubor en mis mejillas. Joder, no puedo creer que mi mente me esté jugando una mala pasada con los sueños.

«Mierda, Arián, ¿por qué me persigues hasta mis sueños?».

Me incorporo para ver la hora en mi celular, son las ocho y ya puedo escuchar el ruido que hace mi madre en la sala, como parte de su rutina de limpieza de los domingos. Y es que, religiosamente, este día lo dedica para sacudir un poco el apartamento sin importarle que el ruido que hace al mover los sofás o las mesitas pueda despertarme. ¿Quién se levanta los domingos a las seis de la mañana para limpiar? Pues, mi madre lo hace con tanta dedicación que hasta se olvida de que tiene que ir a misa.

Ya levantada de la cama, busco mis pantuflas de conejito y sonrío al recordar la cara que puso Arián al verlas en mi sueño. Me pregunto si tendrá la misma expresión si algún día llega a conocerlas. Vale, ya se ha quedado una vez en mi habitación, pero en las circunstancias que se produjo todo (por el temor de que mi madre lo descubriera), las pantuflas fueron el detalle menos relevante esa noche.

Busco ropa limpia en mi armario antes de meterme a bañar para quitarme el sudor que tengo adherido a la piel, cosa que me hace sentir sucia y no por un tema de higiene. De verdad, me siento impura por haber sexualizado a Ojitos bonitos. Y no puedo decir que ha sido de manera involuntaria porque sí, lo deseo desde la última vez que salí de su oficina y esta vez mi mente me ha traicionado. El subconsciente a veces dice la verdad...

Ay, a quién engaño. No puedo seguir quejándome de la manera tan dramática en que lo vengo haciendo. Sí. Lo disfruté. Y qué más da. Es más, esta noche antes de dormir pensaré en ello, a ver si vuelvo a soñarlo de nuevo. Vale. Punto final. Me voy a bañar y nada de lo que me reproche mi subconsciente me va a malograr el día porque ese sueño ha hecho que lo empiece de la mejor manera. Asimismo, una buena ducha es lo que necesito para quitarme la poca calentura que me ha dejado ese fogoso sueño. Una ducha con agua helada, a pesar de que no sea verano.

Ingreso al cuarto de baño, dejando mi ropa sobre la tapa del inodoro y abro la llave de la ducha para quedar debajo de la lluvia artificial que me brinda. Cierro los ojos, primero meto el brazo y luego medio cuerpo. Suelto un chillido que, de seguro, mi madre habrá oído. ¡El agua está helada! No logro aguantar más y termino calentándola antes de que coja un resfriado por mi estupidez.

Luego del desayuno que comparto con mamá, le dedico un par de horas a mi rutina de escritura de hoy. Para mí es más factible escribir los fines de semana, ya que los demás días trabajo y no me gusta escribir bajo presión. Es decir, tengo horas disponibles antes de irme a la cafetería, las cuales podría utilizar para escribir un poco, sin embargo, después de una hora empiezo a agarrar la inspiración y cuando menos me doy cuenta, faltan solo minutos para que deba irme al trabajo. Esos minutos en los que mi mente está concentrada en el tiempo restante, me es difícil escribir, porque tengo la distracción de ver la hora cada medio minuto.

Algo similar me pasa en las noches —que es donde tengo más inspiración—, pues no soy de esas personas que se mantienen hasta altas horas de la madrugada en el dispositivo. Tengo un horario fijo para irme a la cama, antes de eso he intentado sentarme a escribir y logro hacer acopio de inspiración por unos minutos. No obstante, al paso de un par de horas ya han llegado las doce de la noche y sé que debo acostarme si no quiero estar como zombi al día siguiente. Y a eso hay que agregarle el hecho de que llego cansada de la cafetería y los ojos se me cierran mientras estoy frente a la pantalla de la laptop.

Por suerte, mis lectores saben que actualizo cada fin de semana, entre sábado o domingo y el resto de los días los entretengo con mis historias en Instagram, donde comparto algunos edits o frases que escribo durante el camino al trabajo.

Cuando he terminado de escribir, le doy una revisada al capítulo y trato de corregir algunos detalles de mi narración para que sea elocuente. Soy perfeccionista al cien por ciento y más cuando de publicar una historia se trata. Brindarle lo mejor a mis lectores es algo que me plantee desde que me cree una cuenta en Wattpad. Me paso horas enteras corrigiendo capítulos, editando los anuncios y créanme que todo eso conlleva un gran esfuerzo que gracias a Dios es valorado por los miembros de la comunidad.

Luego de publicar el capítulo, ingreso a mis historias de Instagram para grabar un video y adjuntar el link. Sin embargo, las primeras notificaciones de votos y comentarios se hacen presentes en cuestión de segundos. Una sonrisa de gratitud se dibuja sobre mis labios cuando caigo en la cuenta de todo el impacto que han causado mis historias en la plataforma y me han llevado a ser una de las autoras más famosas de España. Mis lectores son tan maravillosos. Son mi segunda familia y los que alegran mi vida con sus publicaciones y memes de los personajes de mis novelas.

Por otro lado, ayer estuve platicando con Tomás. Me dijo que ya podía publicar en mis redes la noticia de la publicación del libro en físico, así podríamos dar una antesala a lo que sería la revelación de la portada.

Abro las historias de Instagram y grabo un video rápido.

—Hola, chicos, espero que hayan disfrutado el capítulo de Plan LA que acabo de publicar en Wattpad... Solo pasaba por aquí para decirles que en unos días les estaré dando una sorpresa que les va a alegrar la semana y el mes, ¡y lo que queda del año! Así que estén atentos a mis redes sociales para que no se pierdan de nada. Un beso enorme, los amo demasiado.

Doy un beso al aire y termino la grabación.

Al paso de unos minutos mi buzón de mensajes directos se llena de respuestas.


¡Ya quiero saber qué es!


Ay, ¿será la secuela de Mis noches con Mr. Johnson?


¡Dios! ¡Mi estabilidad emocional depende de esa noticia!


¡No puedo esperar!


Cierro sesión en Instagram y Wattpad para que mi móvil deje de sonar por las notificaciones de ambas aplicaciones. «Yo tampoco puedo esperar para darles la noticia de la publicación», digo en mi mente mientras guardo el celular en el bolsillo y regreso a la cocina para ayudar a mamá con el almuerzo.

Guzmán me visita por la tarde y trae consigo un cuaderno de colorear de su personaje favorito: Mickey Mouse. Me comenta que se lo regaló su maestra que vino a monitorear y a preguntar a los padres el porqué de su inasistencia en la escuela. Sin embargo, no encontró a nadie en casa y solo platicó con el pequeño.

Sé que la Educación Infantil no es obligatoria, pero también soy consciente del papel importante que juega en los niños antes de ingresar a la primaria. Ellos deben desarrollar su motricidad fina y asimismo el lenguaje a través de la interacción con sus compañeros y Guz se está perdiendo de esos beneficios gracias a la irresponsabilidad de sus padres. Y, aunque no quiera, él pasa el próximo año a primaria y estoy pensando hablar con Rocío para que me conceda el permiso de llevarlo a la escuela cuando ella no pueda hacerlo. No quiero que Guz inicie la etapa escolar con el pie izquierdo.

—Bien, puedes hacerme compañía mientras escribo —le digo a la vez que le ayudo a subir a uno de los bancos de la isla de la cocina. Él asiente y abre su cuaderno.

No puedo evitar echarle un vistazo, es demasiado tierna la forma en cómo abre su estuche de colores y elige de manera minuciosa el lápiz que usará. La primera página tiene impresa la imagen de Mickey Mouse y el pato Donald, cuya actividad se resume en unir los números para completar el cuerpo de los personajes. Sé que Guz es inteligente y no tendrá dificultad en desarrollarlo, así que me concentro en el nuevo capítulo que estoy empezando a escribir.

«Ella escuchó el anuncio que emitían los altavoces del aeropuerto y cayó en la cuenta de que tenía que encaminarse hasta la puerta de embarque para iniciar la aventura de su vida: viajar a Los Ángeles en busca de...».

El sonido del timbre interrumpe nuestras acciones. Guz y yo nos miramos con el ceño fruncido mientras mi madre corre por el pasillo para ir a abrir la puerta. Sus tacones resuenan sobre el piso de madera que tiene el salón principal y sé que ya está cambiándose para asistir a la misa dominical de las seis de la tarde.

—Ay, Arián, bienvenido. —Escucho que saluda desde la puerta y el rostro del pequeño se tensa tan solo con oír el nombre del ojiverde.

—Qué tal, Esmeralda. ¿Se encuentra Celeste?

—Sí, cariño, pasa... ella está en la cocina con nuestro vecinito de enfrente —le comenta y los pasos se acercan hasta donde estamos.

Guzmán y yo intercambiamos miradas y elevo las cejas para recordarle que me hizo una promesa y debe portarse bien cuando Arián está presente. Él rueda los ojos y asiente con hastío.

—Toti, mira quién ha venido —avisa mamá desde el umbral de la cocina. El español aparece detrás de ella con una sonrisa de boca cerrada—. Siéntete como en casa, Arián. Se me hace tarde y tengo que llegar antes de que empiece la misa para confesarme con el padre.

—Gracias, Esmeralda. Ve tranquila que yo los cuido —responde y Guzmán lo mira extrañado, como si le hubiese salido un cuerno en la frente. Arián se vuelve hacia mí y me saluda con un abrazo porque sabe que, si está Guz presente, los besos están prohibidos. Es algo que ya lo hemos platicado—. Hola, Gomita...

—¿Gomita? —musita el pequeño, ahora con el ceño fruncido.

—Arián me dice así de cariño —le explico.

—Es que su cara se parece a los ositos de gomitas —agrega el aludido y el menor le da una mirada de «¿cuántos porros te has fumado antes de venir?».

Le hago ojitos para que cambie de cara y le estreche la mano cuando Arián se la extiende.

—¿Desean algo de tomar? —le pregunto a ambos para relajar el ambiente que, a diferencia de la primera vez que coincidieron, está menos tenso.

—Quiero limonada —dice Guz.

—Yo igual —continúa el señorito Arnez, quien ha tomado asiento al lado del pequeño y le da una mirada rápida al cuaderno de dibujo que tiene. Guzmán lo mira con el ceño fruncido y el mayor levanta las manos en señal de inocencia.

—Vale, enseguida. —Reprimo una risa. Joder, es que la rivalidad que tiene mi vecino con Arián es muy graciosa.

Al menos la promesa que me ha hecho el pequeño está ayudando a que pueda sobrellevar la situación entre ambos. Y sé que la presencia de Arián no es de su agrado, pero desde niño debe aprender a respetar a los demás, aunque no le simpaticen, cosa que no le han enseñado en casa. Es por eso que, siempre, trato de educarlo de la misma forma en que me educaron a mí.

Meto los ingredientes en la licuadora y la enciendo. Los trozos de limón dan vuelta hasta que desaparecen y se convierten en líquido con los restos de la cáscara por encima. Aprovecho en darle una mirada rápida a Arián, quien ha venido vestido de manera sencilla con una chompa blanca, un pantalón jean claro y Vans negras con blancas. Pestañeo un par de veces cuando recuerdo el sueño que tuve anoche y cómo lo tenía encima de mí, con su boca jugueteando en mi cuello.

«Basta», me reprendo para disipar todo pensamiento erótico y bajar el ligero rubor que se ha formado en mi cara. Me dedico a seguir colando la limonada.

—Mmm... no, del ocho no sigue el diez, eh. —Escucho que dice el ojiverde y giro para ver de qué se trata. El menor le da una mirada ceñuda a Arián, quien le indica con su dedo índice—: Si te das cuenta, el dibujo no coincide con la muestra de aquí arriba. ¿Estás seguro de que no has omitido un número?

Guz regresa la mirada al dibujo y luego de unos segundos borra el trazado que hizo.

—Ocho —musita, volviendo a unir los puntos—, nueve...

—¿Y...? —continúa Arián.

—¡Diez! —Termina de trazar y suelta el lápiz.

—¡Eso es! —exclama el otro—. Dame cinco. —Le muestra la palma de la mano y Guzmán lo mira con recelo, dudando si debería hacerlo o no y me muerdo el labio inferior mientras espero, expectante, su respuesta. Al final, le choca los cinco con timidez y baja la mano de forma brusca cuando se da cuenta de que lo estoy mirando—. Bien, ahora a colorear.

No pasan más de veinte minutos hasta que me quedo viendo con la boca entreabierta cómo ambos terminar de colorear el dibujo de Mickey Mouse y el pato Donald. Guzmán se sale un poco de las líneas y, de vez en cuando, observa la mano de Arián, que está pintando la ropa del ave con un lápiz de color azul.

—Su pico es de color amarillo —le indica el menor, alcanzándole un lápiz de dicho color—. Las patas también.

—Vale —contesta el ojiverde, empezando a colorear la zona que le indica Guzmán—. Tú ve terminando de pintar a Mickey.

—Está bien.

El señorito Arnez levanta la mirada para guiñarme un ojo como señal de que todo va marchando de maravilla. 


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Me encanta cuando Guz y Arián coinciden y el pequeño se pone en plan celoso. XD 

¿Qué les pareció el capítulo? 

¿Creen que Guzmán y Arián se vuelvan amigos?

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