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17 | Sigo siendo el mismo

Si hay algo que denote mi nerviosismo, es cuando mis manos no pueden estar tranquilas y empiezo a tocarme diferentes partes del cuerpo. Los brazos. La cara. La rodilla. El cabello. Hasta las mismas manos. Y eso es justo lo que estoy haciendo ahora mientras estoy de camino a la editorial.

En parte me molesta mi propia reacción, porque me hace ver rara y hasta el conductor del taxi me queda mirando de vez en cuando para asegurarse de que no estoy a punto de desmayarme. Y no, no lo estoy porque es un nerviosismo positivo por así decirlo. O quizá sea un poco de ansiedad por llegar, pero no es nada que no pueda controlar.

Tal vez no sea una obsesa del control como Arián, sin embargo, soy muy perfeccionista cuando se trata de algún trabajo o de un proyecto personal y, en esta ocasión, la portada del libro es algo que me tiene tan entusiasmada que hasta pienso que me estoy obsesionando con esto. «Tiene que quedar bien», pienso a la vez que diviso el edificio de la editorial desde la ventana del taxi.

El ingreso no es tan limitado como otras veces, pues Tomás se encarga de esperarme en la recepción y subimos hasta su oficina para esperar allí al diseñador. De manera amable, me invita un vaso de café y platicamos sobre las ideas que tengo para la portada. Aunque vine segura de que será una ilustración, me invade la indecisión cuando me dice que también podrían ir dos modelos como protagonistas. Y la idea me parece estupenda porque así los lectores se pueden hacer una idea de cómo son ellos físicamente. No obstante, una ilustración me parece algo más fresco y está de moda.

Para sorpresa mía, la encargada del diseño es una chica llamada Sofía, la cual tiene teñido el cabello de color fucsia y recortado hasta la altura de los hombros. Tomás la presenta como una diseñadora e ilustradora profesional y comenta que su especialidad son las portadas de libros de romance y juveniles, lo cual me alivia porque sé que el rostro de mi novela queda en buenas manos.

Iniciamos la reunión con una pequeña muestra de los trabajos que ha realizado ella para la editorial. ¡Guau!, decir que sus ilustraciones son hermosas es poco. ¡Son maravillosas! En especial una donde hay una pareja de chicos abrazados en un bosque de otoño. Ahora sí he entrado en un verdadero dilema por escoger entre ilustraciones o fotos de unos modelos que, según ella, se pueden buscar en una web de fotografía.

—Bien, hora de decidir —dice Tomás y ambos esperan mi respuesta con una sonrisa de boca cerrada.

—Elijo... una ilustración.

—Buena elección. No te arrepentirás, Celeste —asegura Sofía con la misma emoción que yo.

Saca de su mochila una pequeña tableta táctil que conecta a su laptop. Ingresa a un programa de Adobe y abre un documento en blanco antes de elegir el estilo y grosor del lápiz. Me dice que primero debe hacer un boceto de los personajes, así que me pregunta de qué manera o en qué posición deseo que estén. Desde un principio me imaginé a mis personajes en una posición romántica, como si estuvieran a punto de darse un beso y ella empieza trazar con un lápiz digital en la pantalla de la tableta. Al cabo de cinco minutos, ya se encuentra terminado el primer borrador de los personajes.

Entre plática y plática sobre la trama de la historia y los personajes, Sofía va haciendo algunos cambios que le sugiero. Me sorprende la facilidad y la rapidez con que traza las líneas, le da forma al rostro, a la ropa y a los detalles más minuciosos que puede tener una ilustración. En menos de una hora ya ha quedado terminado el boceto oficial. Ahora solo queda que le dé color, sombras y agregarle el título de la novela y de la autora, pero eso ya lo hará después y se estará comunicando conmigo para mostrarme el avance. Más satisfecha no puedo estar y tampoco puedo esperar a verla terminada.

Tomás y Sofía aún deben terminar de organizar otros temas de portadas para otras publicaciones, así que me despido de ellos y salgo de la oficina, emocionada a más no poder. Y es que este tema de la publicación del libro está yendo de maravilla y eso que solo es el comienzo, aún falta la edición y corrección del borrador. Eso también me tiene ansiosa y no puedo evitar preguntarme si Tomás sugerirá algún cambio de escenas. Aunque soy consciente de que mi manuscrito está bien planificado, no cierro las posibilidades de quitar o agregar escenas si Tomás así lo ve conveniente.

Las puertas del ascensor se cierran y estoy a punto de marcar el botón que me lleva al primer piso cuando de pronto, una mirada verdosa invade mis pensamientos. Sin pensarlo, presiono el botón que me llevará al piso quince, aun sabiendo que podría estar ocupado o en alguna reunión. No obstante, el mal sabor que me ha dejado su visita de ayer —que fue frustrada por Guzmán—, me hace desear verlo y recuperar esos minutos que perdimos.

En la recepción me recibe la simpática rubia de siempre. Para ella ya no es sorpresa verme, al contrario, me ofrece una amable sonrisa de bienvenida y me invita a tomar asiento mientras se dispone a anunciarle a Arián mi llegada. Estoy con los ánimos elevados hasta la estratosfera, lo cual hace que después de este cálido recibimiento, me sienta como si fuera alguien importante en este lugar, aunque claro, ni el portero me conoce.

—El señor Arnez la espera —confirma la secretaria, haciéndome un gesto con las manos para que ingrese.

Le sonrío como agradecimiento y me encamino hacia la puerta, cerrándola a mi paso para luego acercarme con seguridad hasta el escritorio y dejar mi mochila sobre el asiento que está enfrente.

—Se te está dando muy bien eso de dar sorpresas últimamente, eh —menciona Arián con una sonrisa de oreja a oreja.

—Perdón que haya venido sin avisar. Espero no interrumpirte.

—En realidad, tengo media hora libre. —Consulta la hora en su reloj de pulsera y luego vuelve a poner sus ojos sobre mí—. ¿A qué debo el honor de tu visita? Creí que nuestra cita era en la noche.

—Pasaba a saludarte antes de irme al trabajo —explico.

Arián rodea el escritorio y se acerca para saludarme con un beso en cada mejilla, pero antes de hacerlo, se detiene y mira hacia la puerta.

—No ha venido el niño contigo, ¿no?

Río y niego con la cabeza varias veces.

—No. Guzmán está en su casa.

—Entonces, ¿puedo darte un beso? —Levanta las cejas con picardía.

—¿Es correcto que nos besemos antes de la primera cita? —Entrecierro los ojos.

—Pues, eso no preguntaste la otra noche en mi apartamento cuando me robabas besos cada dos minutos.

—Buen punto. Ven aquí. —Tiro del cuello de su camisa y me acerco a su boca.

Siento que sonríe al inicio del beso y luego cede, moviendo su boca al mismo ritmo en el que voy. La verdad no me importa si es de mala suerte que nos estemos besando antes de la primera cita. Eso es solo una superstición que no tiene cabida si nuestra complicidad está fluyendo en el aire.

—Lo que no sería correcto es que nos quedemos con las ganas de besarnos —dice cuando nos separamos. Me da un beso en la mejilla derecha y se sienta en el borde del escritorio mientras me toma de las manos para acercarme y pegarme a su cuerpo.

—¿Dónde está el otro Arián y qué hiciste con él? —Finjo una cara de temor. No parece entender mi broma y sus cejas se fruncen al igual que su nariz. Es adorable—. Me refiero al Arián serio, con cara de culo y que nada le parecía divertido.

—Gracias por decirme que tengo cara de culo —Frunce las cejas—. Y sigo siendo el mismo. Que me muestre cariñoso contigo, no quiere decir que lo sea con todo el mundo.

Acaricio su mano con mi pulgar. Su reloj de pulsera brilla por la luz que entra por la ventana de la oficina.

—Pensé que eras así de amargado por el estrés del trabajo.

—Pues, no. Aunque créeme que sí estoy estresado ahora. —Suspira.

—¡Tengo una idea! Nada mejor que unos buenos masajes para aliviar el estrés —sugiero y él levanta las cejas. Sus ojos viajan directo a mis manos.

—Déjame adivinar. ¿También eres masajista? —pregunta, evitando las ganas de reírse.

—No, pero he visto algunos tutoriales en YouTube que pueden ser de mucha ayuda.

—Me encantaría recibir unos masajes tuyos. Sin embargo, ayer entrené hombros y como ya te debes imaginar, tengo adolorida esa zona. —Hago puchero y él me toma de la cintura antes de esconder su cara en mi cuello—. Aunque... si me das un abrazo puede que se reduzca mi estrés.

Río por lo tierno que se oye. Lo abrazo y deja salir un largo suspiro que causa un cosquilleo en mi cuello.

—¿Mejor?

Arián asiente y se separa para mirarme.

—Mucho mejor. —Sonríe y me acerco para besarlo.

Sus manos no dejan mi cintura, al contrario, se aferran más a ella para evitar que se interrumpa el beso. Decido llevar mis manos hacia sus mejillas mientras nuestras bocas siguen moviéndose de manera desenfrenada y me estremezco cuando su lengua intenta entrar en mi boca, pero no se lo permito. Quiero hacerle esperar un poco más.

Mis manos bajan hasta el cuello de su camisa y es justo ahora cuando me doy cuenta de que no trae corbata y eso es raro porque él siempre está presentable. «Bueno, quizá se la pondrá después para alguna reunión», pienso aun jugueteando con mis manos y sin querer, se suelta uno de los botones de la camisa. La prenda se abre y mis manos sienten la piel de sus pectorales. Me planteo detenerme para no hacer algo de lo que después me pueda arrepentir; no obstante, mi curiosidad me lleva a meter un poco la mano al interior de la camisa. De la misma manera, sus manos se introducen al interior de la blusa blanca que llevo puesta y acarician mi espalda. Me muevo un poco para darles total acceso y de pronto, uno de mis muslos choca con un bulto que se ha formado en su pantalón.

Mierda. Le he formado una erección.

El sexi gemido que suelta sobre mis labios me hace saber que ha sentido nuestro roce. Sus manos siguen acariciando la piel de mi espalda a la vez que su boca abandona mis labios y empieza a besarme la barbilla, dejando húmedos besos hasta llegar al cuello en donde temo perder por completo la cabeza. «¡Tienes que frenar esto!», me digo a mí misma, pero soy incapaz de razonar porque me estoy dejando cegar por el deseo.

Mis manos comienzan a desabrochar uno a uno cada botón de la camisa y luego suben hasta su nuca para guiar los movimientos de sus labios sobre mi cuello. Cierro los ojos y me dejo llevar por el placer y el deseo que ya han invadido por completo mi cuerpo y mi mente. Con pensamientos dubitativos, me planteo dejar que me haga suya. Ahora mismo. En este escritorio. Sin importar que aún no hayamos tenido la puta primera cita.

Sin embargo, el destino me dice: «No, mi vida. Hoy no te toca», cuando el sonido del teléfono que está sobre el escritorio nos hace separarnos de golpe. Arián y yo nos miramos, culpables, como si fuéramos los cómplices del crimen más grande de la historia. Mi cara está hecha un tomate y las mejillas de él también están sonrojadas. Y sus labios ni qué decir. Se incorpora y responde, presionando un botón que activa el altavoz.

—¿Pasó algo, Gabriela? —pregunta con la voz aireada, a causa de la respiración agitada.

—Señor Arnez, el director del área de recursos, ha llegado antes —anuncia la secretaria desde el altavoz—. Lo está esperando aquí afuera.

—Gracias. Dame un minuto, por favor. —Empieza a abotonar su camisa.

—Vale.

Termina la llamada y me da una mirada curiosa desde el otro lado del escritorio mientras yo acomodo mi blusa y recojo mi cabello en un moño descuidado. Se incorpora y saca de uno de los cajones del estante una corbata gris que se contrasta muy bien con la camisa blanca que lleva puesta y que ahora luce un poco arrugada gracias a mis inquietas manos.

—Bueno, creo que ya me retiro —informo con una sonrisa de boca cerrada y Arián se acerca.

—Gracias por la visita. No pensé que mi reunión se iba a adelantar. Lo lamento.

—No, no pasa nada, Arián. —Hago ademán de restarle importancia a la vez que caminamos hasta la puerta.

—Te veo en la noche.

—Claro, estaré esperando.

Nos despedimos con un beso corto antes de que yo salga de su oficina.

En la recepción del primer piso me encuentro con Tomás, quien se está retirando a almorzar y, de manera amable, me invita a acompañarlo. Reviso la hora en mi celular para asegurarme de que dispongo del tiempo necesario para quedarme a platicar un rato más con él y acepto porque de paso aprovecho para almorzar yo también antes de irme al trabajo.

Salimos del edificio y caminamos hasta un McDonald's cercano a la editorial a la vez que platicamos un poco sobre su trabajo. Me cuenta que ingresó a la editorial como practicante de la universidad y a los pocos meses firmó contrato cuando el señor Arnez (el dueño de la editorial y padre de Arián), decidió hacer una reforma al ver que su empresa estaba yéndose a la quiebra y los trabajadores empezaban a renunciar. Para esto, las ideas que Tomás aportaba para las publicaciones fueron muy bien aceptadas por los demás editores y presentó cuatro manuscritos de libros juveniles que posteriormente publicó de la mano con la editorial. Estas propuestas en su mismo año de publicación rompieron récords de venta y volvió a estabilizar todo en la empresa.

—Tengo que leer esos libros que has publicado —le prometo con una sonrisa sincera y él infla el pecho de orgullo.

—Muchas gracias. En casa tengo ediciones Debolsillo. Te las podría prestar luego si deseas.

—Me parece bien. —Asiento un par de veces.

También me comenta que ahora está trabajando en un nuevo proyecto: una colección de libros infantiles de leyendas sevillanas con ilustraciones. Me parece una idea muy buena y me interesa los planes de investigaciones que viene realizando por los diferentes barrios, pues está recolectando vivencias de los mismos ciudadanos sevillanos para poder complementarlo. En eso, recuerdo algunos relatos que crecí escuchando en mi barrio de Triana y le invito a visitarme un día de estos para ir en busca de esas leyendas.

Llegamos a la sucursal de McDonald's en menos de diez minutos y buscamos asientos disponibles. Nos ubicamos en una de las mesas del medio en el segundo piso.

—Iré a pedir —me dice mientras se pone de pie—. ¿Qué deseas? Yo invito.

Me regala una sonrisa amigable y le sonrío también, aceptando su cortesía porque siendo sincera, las graciosas discusiones de quién paga solo me apetece hacerlas con Arián.

Mierda.

Los calurosos recuerdos de él y yo en su oficina se proyectan en mi mente y encienden mis mejillas. «Vaya. De pronto ha aumentado la temperatura en este lugar», me comento, dándome abanicos mentales.

—Gracias. —Miro hacia donde está el letrero del menú, ignorando mis pensamientos para no hacer esperar a Tomás—. Creo que pediré una Big Mac.

—Yo también ordenaré lo mismo. ¿Deseas alguna gaseosa en específico?

—Coca-Cola, por favor —respondo y asiente antes de retirarse hacia la ventanilla de atención.

Cierro los ojos cuando vuelvo a pensar en ese excitante contacto que tuve con el ojiverde hace unos minutos. He de confesar que tengo muchas emociones encontradas. Vergüenza, curiosidad y decepción por mi desenfrenado comportamiento, pero no sé cuál es el que prima. Quizá sea la curiosidad de saber qué hubiese pasado si su secretaria no interrumpía el momento. ¿Alguno de los dos se habría detenido? O, ¿lo hubiésemos hecho sobre el escritorio? ¡Dios! De solo imaginarlo me vuelvo a sonrojar y me acaloro.

Tomás regresa con nuestros pedidos sobre una bandeja y lo pone en medio de la mesa. Separa lo que es de él y yo hago lo propio antes de retirarle la envoltura a mi hamburguesa para darle un bocado. Se me queda mirando con expectativa y yo le levanto las cejas para invitarlo a que hable.

—Lo siento. Es que hace mucho que no almorzaba con alguien durante la hora de trabajo —explica y sonríe, apenado. Le respondo con una sonrisa de boca cerrada para que sepa que no pasa nada.

—Yo también suelo almorzar sola en casa la mayoría de las veces. Aunque hay días que me visita mi mejor amigo y me acompaña. —Me encojo de hombros y le doy un sorbo a mi gaseosa.

—Es mejor almorzar en compañía. Ya sabes, siempre es bueno cotillear con alguien para no aburrirse.

—Tienes razón. —Asiento—. Pero también podrías traer comida de casa y almorzar en tu oficina mientras ves videos, o bueno, eso es lo que hago yo. Me gusta almorzar viendo mis series.

—También es una buena idea —concuerda—. Voy a utilizar la media hora de descanso que me queda para investigar sobre las leyendas que necesito. Por cierto, ¿qué día podemos quedar en Triana para ir por esas leyendas?

Le da un sorbo a su bebida.

—¿Te parece mañana? Es sábado y trabajo solo hasta mediodía, luego tengo la tarde libre.

—Vale, te espero entonces ese día.

Él asiente al instante. Sé que está entusiasmado, al igual que yo por ir a conocer un poco más sobre la historia del barrio que me vio crecer. 


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