15 | No me arrepiento
Regresamos a su apartamento y noto que tanta ha sido su desesperación por alcanzarme, que ha dejado la puerta abierta y el televisor encendido. La película aún sigue reproduciéndose y las voces de los personajes me dan la bienvenida cuando llego al salón principal. Arián cierra la puerta a su paso, se acerca y me toma de nuevo de la mano para guiarme al sofá, en donde me invita a sentarme a su lado. Lo hago. Pero no le dirijo la mirada porque me siento avergonzada, y es que no sé qué vendrá ahora. ¿Me dirá que todo fue un error? O tal vez sea sincero y me confiese que no quiere nada serio y que solo desea una amistad con derechos.
«No, Toti. Eso sí que no», me advierto porque no estoy dispuesta a perder la dignidad por un hombre que al final no me va a valorar. Sé lo que valgo y no merezco que me usen solo para satisfacerse.
Él se inclina y descansa los codos sobre sus rodillas mientras me observa con diversión. Le doy una mirada rápida y no puedo evitar contagiarme de la sonrisa que escapa de sus labios. Una sonrisa que emula a la de un niño inocente. Dios. ¿Cómo resistirme si me encanta este nuevo Arián? Esta nueva versión es tierna y más agradable.
—No me parece justo que me haya hecho bajar las escaleras en pantuflas —dice por fin, rompiendo el silencio que hemos mantenido desde que salimos del ascensor. Río al notar que sí está en pantuflas y pienso en lo dificultoso que se le debe haber hecho.
—Por eso insistí en que se quede descalzo. Hubiese sido más práctico seguirme así. —Me encojo de hombros y él ríe.
Regreso la mirada al Smart TV, los perritos Max y Duke siguen huyendo del malvado Snowball que los persigue, disfrazado de una anciana que lleva un cochecito de bebé. De pronto, veo por el rabillo del ojo que Arián extiende la mano y acaricia la mía con las yemas de sus dedos. Me muerdo el labio inferior para evitar reír por las cosquillas que me producen en el dorso y entrelazamos nuestros dedos.
Permanecemos unos segundos en silencio. Estoy segura de que ambos tenemos intenciones de hablar sobre el beso, pero no sabemos cómo iniciar el tema. Ha sucedido tan rápido que apenas puedo procesarlo, siento que estoy en un sueño y que necesito un pellizco para despertar. Mi mente se ha llenado de muchas interrogantes que estoy decidida a responder esta misma noche antes de retirarme de su apartamento. No estoy dispuesta a regresar a casa con la cabeza hecha un lío porque estoy segura de que me puede agarrar la pensadora y no dejarme conciliar el sueño.
«Vamos, tienes que enfrentar tus actos», me sugiero.
—Arián... —lo nombro para que me mire. Su pulgar acaricia el dorso de mi mano en señal de tranquilidad—. Debemos hablar sobre lo que pasó.
Asiente, toma el mando del televisor y baja un poco el volumen de la película. Mierda. Juro que puedo sentir los latidos de mi corazón en mis oídos a pesar de que aún está el sonido de fondo.
—Vale. La escucho.
Pensé que tomar la iniciativa sería fácil, pero no. Ahora siento toda la presión y sus ojos sobre mí, cosa que me pone más nerviosa de lo que ya estoy. Quiero ser precavida y tomar las palabras con pinzas para no sonar a la defensiva y tampoco quedar como una víctima, ya que he sido yo quien ha iniciado todo esto. Es ahora cuando caigo en la cuenta de que a veces mis impulsos me llevan a escenarios en los que no quiero estar.
—¿Todo bien? —Me mira con curiosidad. ¿Cómo puede estar tan tranquilo mientras yo me estoy consumiendo la cabeza con este tema? Al ver que me tardo en responder, se desliza para quedar a mi lado y suelta un suspiro antes de hablar—: Bien, en vista de que le ha comido la lengua el ratón... —Sus palabras tienen un tono divertido, denotando que es él quien ha tomado el control de la situación. Y sí, me ha comido la lengua el ratón. Un ratón de ojos verdes—. Besarla era lo último que hubiese pensado hacer esta noche. O, mejor dicho, que usted me besara.
Le doy un suave golpe en el brazo.
—Ya, por favor, no me lo recuerde, que me dan ganas de lanzarme desde su balcón —me lamento entre risas y él me mira con el ceño fruncido.
—¿Tan mal beso? —Ambos reímos esta vez.
—No he dicho eso.
—Ah, o sea, ¿sí le gustó? —inquiere.
—Sí. Digo... Eh... —Siento que la sangre me sube hasta las mejillas—. Es solo que me siento avergonzada por lo ocurrido, Arián. De verdad, lo lamento. No debí besarlo, así como así.
—Entonces, yo también debería disculparme por haberla besado en el ascensor. —Hace un gesto obvio y se encoge de hombros—. Sin embargo, no lo haré porque no me arrepiento, Celeste. De hecho, le habría correspondido el primer beso si no me hubiese tomado por sorpresa.
—¿En serio? —Ahora soy yo la que se muestra confundida.
—Así es.
—¿No se supone que los amigos no se besan en la boca? O, al menos, eso dice la canción de Yuridia.
—Eso debería preguntárselo a usted misma porque fue quien me besó primero —responde, haciéndose el gracioso de nuevo y ruedo los ojos—. Ya, relájese. No entiendo por qué se preocupa si no tiene novio.
—¿Cómo sabe que no tengo novio?
—Me enteré por allí.
—Ah, ¿sí? ¿Por boca de quién?
Vuelvo a mirarlo con el ceño fruncido y Arián alza las manos en señal de inocencia.
—Se dice el milagro, más no el santo —expresa en tono burlón e intento atar cabos pese a la poca fluidez mental que tengo en estos momentos. Quizá no se enteró por nadie, porque es predecible que mi vida amorosa está más abandonada que los fánfics de Zac Efrom que escribí en mi adolescencia.
—Sin embargo, usted sí tenía novia hasta hace unos días... —Me callo al darme cuenta de que no sé si he hecho bien en mencionar la tensa escena que presencié en su oficina porque sé que eso le puede incomodar.
«Celeste... solo se han dado un beso. Lo que pase en la vida amorosa de él, no es de tu incumbencia», pienso mientras me doy un golpe mental por ser tan impulsiva.
—No deseo hablar sobre eso, Celeste. Es un tema cerrado para mí. —Intenta sonreír, pero solo llega a hacer una mueca y concluyo que sí le he incomodado—. Lo que importa es que ahora soy un hombre soltero y estoy en mi derecho de besar a la chica que quiera. No obstante, eso no quiere decir que me beso con la primera chica que se me cruce en el camino porque soy una persona algo... especial, se podría decir.
—Oh, ¿debería sentirme honrada de que me haya besado? —bromeo y él hace un mohín.
—O podría ser yo el que se sienta honrado, ¿no cree?
Me sonrojo de nuevo.
Bajo la mirada hasta nuestras manos que siguen entrelazadas y pienso en lo bien que se ven juntas, como si estuvieran hechas a la medida para que encajen a la perfección. Arián también las mira y para amenizar el momento, se lleva mis nudillos a los labios y los besa con dulzura. Eso me saca una sonrisita inocente que él imita.
Con algo de timidez, descanso mi cabeza sobre su hombro y enseguida, su brazo rodea mi espalda para atraerme más a él. Suspiro. Si seguimos así, terminaré derritiéndome en sus brazos porque un momento así no he tenido y solo los he presenciado en las películas y en los libros románticos que tanto me gusta leer.
—Entonces... —dice de repente—. ¿Acepta tener una cita conmigo?
Me incorporo para mirarlo a los ojos y convencerme de que estos denotan la misma sinceridad con la que lo ha dicho y sí, esas gemas verdes me observan con total expectativa. ¿Debería confesarle que sus ojos me parecen preciosos? ¿O ya se lo habrán dicho otras chicas con las que ha salido?
—¿Una cita en plan de amigos...? —le devuelvo la pregunta porque no me ha quedado claro sus intenciones.
Él niega con la cabeza.
—Después de ese beso, podemos ser de todo, menos amigos.
Vale, ahora sí me ha quedado claro.
—Acepto, pero con una condición —propongo.
—¿Cuál?
—Que dejemos de tratarnos de «usted» y empecemos a tutearnos porque siento que estoy hablando con un señor mayor. —Río y Arián finge estar ofendido.
—En primer lugar, acepto su petición de tutearnos. Y segundo, el hecho de que seas menor que yo, no quiere decir que te doble los años.
Ahora recuerdo que tenía pendiente confirmar su edad. Vale, creo que ponerle treinta años es un pecado porque aún tiene expresiones que lo hacen ver joven. Me pregunto cómo se verá cuando tenga treinta, ¿será que se pone como el vino? ¿Mientras más viejo, mejor?
—¿Qué edad tienes? —quiero saber.
—¿Cuánto me pones?
—Siendo sincera... —Hago ademán de pensar—. ¿Veinticinco?
Alza las cejas y asiente con un mohín en los labios. Por su expresión puedo descifrar que mi respuesta no está tan alejada de la realidad.
—Tengo veintiséis —admite.
—Vaya. Un año más y acertaba. —Resoplo con diversión.
—Si acertaba, hubiese ganado un beso mío como premio, señorita Cupcakes. Es una lástima.
Río por lo creativo que suena el apodo que me ha puesto. Me acerco y sin darle tiempo de reaccionar le doy un beso corto en los labios.
—Para qué ganarlo si puedo robarlo, Bizcochito.
La manera como ríe con los ojos cerrados es adorable, además de ser sincera y contagiosa. Vuelvo a descansar mi cabeza sobre su hombro, pero antes, deposito un beso en su clavícula, así como he decidido depositar toda mi confianza en él y espero que no me falle.
A la mañana siguiente me encuentro preparando mi desayuno a primera hora. Frunzo el ceño después de darle una probada al jugo de fresa que estoy preparando y le echo una cucharada más de azúcar porque siento que no lleva la cantidad suficiente. Enciendo la licuadora y dejo que se mezcle todo mientras reviso mi celular y continúo la conversación que he iniciado con Andrés hace media hora. Mi amigo está en camino hacia acá, pero aun así necesita que le dé un pequeño adelanto del motivo por el que le he hecho salir de casa tan temprano para platicar. Él necesita una motivación para no aburrirse en el taxi, así que decido enviarle la primera pista y dejarlo con la intriga.
Celeste: Solo te diré un nombre: Arián.
Su respuesta no se hace esperar y para darme el privilegio de no marcarlo como visto, la leo desde la barra de notificaciones.
Andrés: ¡Joder! Dame más, tía. Ya sabes que no soy muy bueno con las adivinanzas.
Decido no responderle y dejar que el celular siga vibrando por lo loco que se vuelve cuando lo dejo con el chisme a medias. Prefiero esperar a que llegue al apartamento y podamos conversar cara a cara, ya que tengo que contarle todo lo que ha ocurrido ayer. No me puedo quedar con esto yo sola y no es que sea una indiscreta, es mi vida y como su mejor amiga estoy en mi derecho de contarle y recibir su crítica desde su punto de vista.
Ayer fue una noche cargada de emociones. Desde el primer momento que pisé el apartamento de Arián, estaba a merced de mis nervios y mis pensamientos por las diversas situaciones que se presentaron y que se me antojaban interesantes. Muy interesantes. En especial el momento del beso que me ha dejado extasiada y por poco me quita el sueño anoche. Y es que, al acostarme, los recuerdos en el ascensor no dejaban de reproducirse en mi cabeza una y otra vez. La manera como se movían sus labios y lo bien que se sentía estar entre la pared y él mientras daba todo de mí en ese beso para dar la talla, ¡Dios! ¿Cómo negarme a no seguir haciéndolo?
Mi emoción aumentó aún más cuando estaba de regreso en el taxi, a pocas cuadras de mi barrio, y me llegó un mensaje de él, en el que decía: «Me avisas cuando llegues a casa, por favor». ¡Ay! Si no me abalancé sobre el conductor y lo zarandee como loca fue porque no quería asustarlo y evitar que me eche del auto. Pero, vamos... ¡Eso fue un detalle hermoso! Digamos que a cualquier persona no se le dice eso, lo que denota que Arián se preocupa por mí y luego de ese beso mis expectativas con él han subido hasta la exosfera.
No obstante, dichas expectativas se ven limitadas cuando recuerdo la conversación que tuve con mamá y Andrés la otra vez. Si bien es cierto, que me haya besado con él no quita el hecho de que haya terminado su relación hace días y por más que me aseguró que era un tema cerrado en su vida, me quiero mantener en alerta porque siento el temor de que podrían volver a aflorar los sentimientos entre ambos. Es por eso que necesito los sabios consejos de mi mejor amigo. Él ha salido con varios chicos y conoce al derecho y al revés la situación.
Cuando el timbre del apartamento resuena, corro, desenfrenada para abrirle la puerta. Ignoro el drama que hace por haberlo dejado con la intriga y le indico que me espere en mi habitación mientras yo regreso a la cocina por el vaso de jugo que aún no termino.
—¿Y bien? —pregunta cuando vuelvo y me ubico a su lado.
Le doy un sorbo rápido a mi jugo. Esta será una conversación interesante.
—Fui a su apartamento a dejarle los cupcakes que te comenté que le había preparado. —inicio diciendo—. Luego él me invitó a ver una película...
—¡Oh, por Dios! ¿Y han terminado follando en el sofá? —interrumpe, cubriéndose la boca con las manos y ruedo los ojos con exasperación.
—No, Andrés —refunfuño y decido ser directa sin darle mucho contexto—: Nos besamos en el ascensor. —Y como era de esperarse, suelta un chillido que me hace abalanzarme sobre él y taparle la boca con la mano para que se calle—. Mierda. La próxima te esperaré en la puerta con una cinta adhesiva.
—Vale, vale... perdón —dice entre risas y niego con la cabeza. Él suelta un suspiro, se rasca la cabeza y me mira con curiosidad—. ¿Y te gustó? —Me muerdo el labio inferior para reprimirme una sonrisa. Andrés sabe que no soy capaz de mentirle y que mis expresiones me delatan desde un primer momento—. Pues mira cómo se te ha iluminado el rostro, eh. ¿Besa rico?
—Riquísimo.
—Joder. Mírate, Toti... —Empiezo a reírme y él se contagia de mi buen humor—. Mi instinto me decía que esta semana no pasaba sin que antes hayan tenido un acercamiento o un beso.
—Yo no le hubiese atinado a tu instinto. Hasta hace unos días Arián se mostraba reservado y sarcástico conmigo.
—Buena estrategia. Los hombres utilizamos el desinterés y el sarcasmo para frustrar a la persona que nos interesa, así vamos tomando confianza, sacándole unas cuantas sonrisas. El hecho de que te haya besado, ya quiere decir que sienta algún tipo de atracción por ti —explica—. Puede ser física o emocional. Si es física quiere decir que le atraes sexualmente y que solo te quiera para follar. Sin embargo, la atracción emocional va un poco más allá. Quizá le atrae tu comportamiento o tu manera de actuar con él.
Hago un mohín.
—¿Y se puede sentir las dos al mismo tiempo?
—Sí, pero es más complejo. ¿Ya han hablado sobre el tema?
—Así es. Me dijo que, por su parte, no había problema, que está soltero y que después de ese beso ya no podíamos seguir siendo amigos y le creo porque se le notaba sincero —manifiesto, acostándome en la cama y mirando al techo. Andrés hace lo propio luego de quitarse los zapatos.
—Que quiera ser algo más que un amigo, ya dice mucho de su parte. Al menos, sabemos que no te quiere para una relación de amigos con derechos. —Se acaricia el entrecejo—. Otra cosa, ¿te oí decir la otra noche que Arián había terminado su relación?
—Sí, pero no quiso hablarme sobre eso porque para él es un tema cerrado.
—Joder, todo el cotilleo que me pierdo por trabajar como esclavo. Ahora que no estás, Eduardo se ha vuelto muy estricto y reniega por lo más mínimo —se queja—. Pero, retomando el tema... ¿Cómo sabes que han terminado?
—Porque escuché cuando tenían una discusión en la editorial. Arián era quien le estaba terminando a Ángela y le decía que ya no podía seguir fingiendo algo que no siente y que no quería volver a verla. Él estaba muy enojado y ahora que lo recuerdo, mencionó también a Álvaro. Creo que es el chico que te llevó a casa la otra noche. Dijo que tampoco quería verlo de nuevo.
—Mmm... interesante. —Asiente con los ojos entrecerrados—. Sí, recuerdo a Álvaro. Cuando íbamos en la camioneta me comentó que es el mejor amigo de Arián. Pero el hecho de que hayan discutido y mencione a Álvaro ya nos da un indicio de que el problema ha sido entre los tres. —Hace una pausa y levanta el dedo índice. Esa es una señal de que está teniendo una idea—. Espera... claro, eso es. ¿Y si Ángela le fue infiel con él?
Me incorporo para sentarme en posición de indio.
—Podría ser, pero, ¿por qué Arián diría que ya no puede seguir fingiendo algo que no siente?
—Seguro, su relación ya estaba desgastada y no daba para más. —Se encoge de hombros—. Conozco chicos que su relación no está bien y siguen fingiendo para que sus parejas no lo noten, así se evitan una discusión y problemas. Son los que terminan siendo infieles, por supuesto.
—Sí, tienes razón. Yo también he visto esos casos de infidelidad.
De pronto, unos violentos golpes llaman a la puerta principal del apartamento e interrumpen nuestra plática. Le doy una mirada extraña a mi amigo cuando vuelven a insistir y esta vez se une el sonido del timbre. ¿Quién puede tocar de esa manera?
—¡Hostia! El apocalipsis zombi ha llegado y no estoy preparado —murmura con frustración y sé que me habría reído de su chiste si la situación no me estuviese atemorizando.
Le hago un gesto para que me acompañe y volvemos a la sala, acompañados de este impetuoso ruido. Por precaución, miro por el agujero de la puerta antes de abrirla y expulso todo el aire que he mantenido en mis pulmones durante estos últimos cincos segundos. Es Rocío, la madre de Guzmán.
—Celeste, necesito que te quedes con Guzmán unas horas —dice a la vez que jala del brazo al pequeño y lo mete al apartamento de una manera muy tosca. Él, por su parte, me saluda con una sonrisita inocente.
—¡Joder, tía! ¡El puto susto que nos has pegado! —protesta Andy. Ella lo mira con cara de «¿quién cojones eres tú?» y decide ignorarlo.
—Como sea, regresaré pronto.
Cierro la puerta cuando ella desaparece por el pasillo y me pongo en cuclillas para saludar a Guzmán con un abrazo. Él me corresponde la muestra de afecto con un beso en la mejilla y también le da un abrazo a Andrés. Ambos ya se conocen porque han coincidido varias veces y se llevan bien. Muy bien.
—¿Has desayunado ya? —le pregunto y él niega con la cabeza.
Debí imaginarlo, esa mujer no se preocupa ni por su propio aspecto.
—No hay problema. El tío Andy te va a preparar unos deliciosos panqueques. —Mi amigo lo toma de la mano para llevárselo a la cocina. Guz camina a su lado, dando graciosos saltitos como Caperucita Roja.
Quince minutos después, la isla de mármol está hecha un completo desastre. Harina esparcida por todas partes, gotas de leche derramada, la cáscara de huevo a un lado y los recipientes amontonados en el lavadero. Y claro, Toticienta tiene ahora que limpiar todo mientras los niños disfrutan de sus panqueques y miran Disney Channel. Bueno, todo sea por engreír a Guzmán y hacerle pasar un momento agradable lejos de ese infierno al que llama hogar.
Termino de ordenar todo en la cocina y regreso al salón principal cuando escucho que tocan el timbre y Andrés me avisa con un grito para que vaya a abrir la puerta. Le regalo una sonrisa sarcástica cuando paso por delante del televisor y hace un gesto para que me apresure.
Un par de ojos verdes me saludan desde el otro lado del umbral y mi corazón empieza a latir un poco más rápido de lo normal. Vaya, no esperaba la visita de Arián tan temprano, de hecho, no esperaba verlo hoy, ya que me dijo que tendría un día ocupado y por eso nuestra cita se pospuso para mañana. Me hago a un lado para dejarlo pasar y nos saludamos con un beso en cada mejilla.
Él nota la presencia de mi mejor amigo en el sofá.
—Perdón por venir sin avisar. Mi reunión se aplazó para el mediodía y quise pasar a verte.
—Oh, vaya... —escucho que murmura Andrés y se pone de pie.
—No pasa nada. En realidad, solo estaba cuidando a mi pequeño vecino —le explico a Arián y noto que Guzmán no está en el sofá.
—Eh, no soy el vecino —interviene Andy con diversión y se acerca a nosotros—. Él se ha ido al baño y yo ya estaba a punto de irme —añade, mirándome con una sonrisa de «me voy a modo de estrategia para que te quedes con él». Luego me dice—: Me despides de Guz, por favor. Adiós, Arián.
—Hasta pronto, Andrés —contesta el ojiverde a la vez que se despiden con un estrechón de manos.
Antes de cerrar la puerta a su salida, mi mejor amigo me guiña un ojo con picardía. Me muerdo el labio inferior para así evitar las ganas de reírme y hago un gesto con la cabeza para invitar a Arián a sentarse en el sofá. Él me detiene, tomándome de la mano y pegándome a él para darme un beso en los labios. Le correspondo el beso mientras llevo mis manos hacia su cuello y le acaricio la nuca.
—¡¡¡No!!! —El chillido de Guzmán hace que nos separamos de golpe.
El pequeño nos mira desde el pasillo y corre hacia donde estoy para empujar a Arián y ponerse delante de mí. Se sujeta de mis piernas en señal de protección, como si estuviera defendiéndome del ojiverde y siento que la situación se pone tensa cuando su labio empieza a temblar.
—¡No te le acerques! ¡Toti es mía! ¡Es mi novia! —le ordena el menor.
Arián que parecía estar confundido por la situación, me da una mirada divertida y yo vuelvo a respirar de nuevo. Mierda, tremendo susto que me he llevado. Ver a Guzmán haciendo esta escena de celos es muy gracioso, pero si lo veo desde un lado más empático, soy la primera persona a quién recurre cuando quiere olvidar por un momento los problemas que tiene en casa y la persona que hasta ahora no le ha fallado. Así que su reacción está relacionada con el temor que siente de perderme si le dedico mi atención a alguien más que no sea él.
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Por capítulos como este, es que no dejo de creer en el amor. ❤
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