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14 | Bizcochito

El sonido de la alarma de mi celular me indica que es momento de sacar los cupcakes del horno. Han quedado muy buenos y ahora solo me falta decorarlos y acomodarlos en la cajita que he comprado de manera especial para ellos.

—Estoy segura de que le va a encantar, eh —me dice Paula, dándoles un vistazo rápido.

Me quito el guante de cocina que he usado para sacar la bandeja y busco la manga pastelera en uno de los cajones de la alacena.

—Yo también —respondo con una sonrisa tímida—. Quizá no sea el mejor regalo que le puedan haber hecho, pero sí será algo diferente a lo que está acostumbrado a recibir.

—Y lo mejor de todo es que está preparado en exclusiva para él.

—Exacto. Eso lo hace un regalo especial, ¿verdad?

Paula asiente y eso termina de alimentar mi ilusión.

He ocupado mi tiempo de descanso en prepararle cupcakes a Arián, en agradecimiento por toda la ayuda que me ha brindado durante estos días. Por suerte, Paula me ha permitido utilizar el horno y las herramientas de la cafetería, sin embargo, yo he comprado mis propios ingredientes para no abusar de su confianza. Ella es un amor de persona y el hecho de que conozca a Arián, ha favorecido en la realización de esta sorpresa. No se negó cuando se lo comenté, al contrario, hasta se le iluminó el rostro y me sugirió que me diera prisa si quería tener los cupcakes a tiempo.

Son de sabor a vainilla y chocolate. En un principio había decidido prepararlos con sabor a chocolate y glaseado de fresa, no obstante, Paula me sugirió que lo hiciera de vainilla, porque sabe que es el sabor preferido de Arián. Así que hago un minucioso cambio al momento de decorarlos y le aplico un glaseado de vainilla y chispas de chocolate. Y no es por presumir, pero me han quedado muy presentables y por un momento me entra la tentación de comerme uno y llevarle solo cinco.

Mi horario de trabajo termina a las nueve, me despido de Paula y de mis compañeros antes de salir a la calle y tomar un taxi para que me lleve a la editorial Arnez. No veo la hora de llegar y sorprenderlo; quiero ver su reacción, la cual intuyo que será una sonrisa parecida a la que me mostró ayer al momento de despedirnos. Joder, es que tiene una sonrisa tan bonita que no sé cuántas veces la he venido evocando durante el día.

Miro la cajita de cupcakes que descansa sobre mi regazo y me pregunto si he hecho algo similar por un amigo mío. Mmm... creo que no. Bueno, a Andy en su cumpleaños le he regalado pasteles, porque es mi mejor amigo; no obstante, para otro amigo no. Y a eso hay que agregarle también que no tengo amigos hombres, claro. Arián es ahora mi nuevo amigo y presiento que el vínculo con él será fuerte porque me encuentro camino a su oficina para llevarle unos riquísimos cupcakes preparados por mí, cosa que no suelo hacer a cualquier persona.

Sin embargo, cuando llego a la editorial, la recepcionista del primer piso me informa que el ojiverde se ha retirado temprano. Mi decepción de seguro debe ser muy notoria porque me pregunta si deseo sacar una cita para mañana a primera hora, pero niego con la cabeza y le agradezco de manera educada antes de salir a la calle y tomar un taxi para ir a su apartamento. Espero encontrarlo allí, de lo contrario tendré que regresar a casa e intentarlo mañana.

Como no recuerdo muy bien la dirección del apartamento, le pido al chofer del vehículo que me deje en la plaza —que vi ayer al momento de regresar a casa en la camioneta de Arián— que está cerca. Desde allí, visualizo el edificio y me encamino hacia la puerta principal. Mis nervios hacen acto de presencia dentro del ascensor y una parte de mí teme que él no haya regresado porque, si salió rápido de la editorial, seguro tiene otras cosas pendientes que realizar.

«Vale, si no está le escribiré para quedar y ya», me digo.

Ubico la puerta del apartamento e inhalo una larga bocanada de aire antes de tocar el timbre. Pasan los segundos... uno, dos, tres y aguardo, paciente. «Katherine me abrirá la puerta», pienso mientras tamborileo los dedos sobre la cajita de los cupcakes. Espero casi medio minuto y no recibo a nadie del otro lado, pero lo que sí recibo es una nueva notificación. Busco mi celular para revisarlo con la esperanza de que sea Arián quien me ha escrito para quedar y vernos, pero no. No es él.


Tomás: Hola. ¿Puedo llamarte?


No puedo evitar hacer un gesto de decepción cuando veo que es mi editor y creo que lo mejor será volver a casa para llamarle, así que guardo mi celular en el bolsillo de mi pantalón y hago ademán de querer regresar por donde vine. Sin embargo, el sonido que hace la puerta al abrirse, me hace girar de inmediato, como si hubiese estado aguardando la posibilidad de que aún puedan atenderme. Mis ojos hacen contacto con esa mirada verdosa que he estado buscando.

Entonces, la sonrisa que empiezo a esbozar se esfuma de mis labios cuando lo observo. Está vestido con un polo gris de manga corta, un short negro, se encuentra descalzo y tiene el cabello desordenado como si no se lo hubiese cepillado en días. Y lo que más llama mi atención: los ojos enrojecidos y vidriosos.

Trago saliva y no sé cómo reaccionar. «He venido en un mal momento», pienso mientras él me observa con sorpresa y se frota los ojos con los nudillos de los dedos para quitar cualquier rastro de lágrima. Luego me muestra una sonrisa de boca cerrada y me acerco, dudosa.

—Hola —saludo y veo que levanta las cejas como respuesta—. Perdón, no quise molestar, si desea puedo...

—No, no. —Se aclara la garganta—. Me ha pillado por sorpresa, Celeste. No sabía que vendría. —Su voz se oye quebrada y hasta podría confundirse con un susurro. ¿Qué ha sucedido? —. De hecho, terminaba de ver una película y me ha dejado demasiado mal si lo ha notado.

Suspiro, aliviada, ya que por un momento creí que mi presencia había resultado inoportuna. Arián se hace a un lado de la puerta y realiza un gesto con la cabeza para invitarme a pasar. Le regalo una sonrisa de boca cerrada antes de acercarme y saludarlo con un beso en cada mejilla.

—¿En serio? ¿Qué película? —inquiero.

El interior del apartamento me da la bienvenida en completa oscuridad. Solo está encendido un juego de luces (como esas que se usan en Navidad) que provienen del balcón y no hay ningún televisor reproduciendo alguna película. Seguro la ha estado viendo en su habitación, supongo.

A dos metros de ti —contesta y le sonrío, aunque no llegue a notarlo por la oscuridad.

—Vaya. Ahora entiendo por qué está así. Esa película es hermosa.

—La verdad que sí. —Se acerca a un interruptor que enciende las luces del salón principal—. ¿Y a qué debo el honor de su visita?

Hace amago de sonreír, pero sé que le cuesta luego de haber llorado como una Magdalena por la película.

Le extiendo la cajita de cupcakes que traigo en la mano.

—Son para usted. Las hice en agradecimiento por toda su ayuda que me ha brindado desde que nos conocimos.

Él entreabre los labios y alterna la mirada entre la caja y yo.

—¿Para... mí? —Esta vez una sonrisa tímida no tarda en aparecer sobre sus labios.

—Sí, para usted. —Asiento.

—Vaya...

—¿No le gustan? —inquiero con seriedad.

«Por favor, que no diga que odia los cupcakes», ruego para mis adentros.

—No, claro que me gustan, Celeste. Están muy bonitos. Gracias. Es solo que... no esperaba que hiciera algo así. De verdad, lo aprecio mucho, gracias de nuevo.

—Tenía que agradecerle de alguna manera. —Me encojo de hombros—. Vamos, pruebe uno.

—Desde luego, pero primero déjeme ofrecerle algo de tomar. ¿Desea agua o refresco?

—Oh, no se preocupe. Estoy bien, gracias —aseguro con un asentimiento de cabeza.

—Vale, si necesita algo me avisa. Katherine se fue temprano.

—Vaya... tenía ganas de saludarla.

—No se preocupe, mañana le haré presente su saludo. —Tomamos asiento en el sofá más grande de la sala, el mismo que está frente a un Smart TV gigante—. ¿Tiene prisa en regresar a casa?

—No. De hecho, no tengo planes esta noche —respondo haciendo un mohín.

—Perfecto. —Sonríe con aires de victoria y me muestra la caja de cupcakes—. ¿Le parece si se queda a ver una película mientras lo compartimos?

La idea me parece genial, aparte que he venido y me he pegado un susto enorme al creer que no estaba en casa, así que me merezco quedarme un rato más. Acepto y me pongo cómoda, con mis manos sobre mi regazo y mi espalda apoyada contra el suave espaldar del sofá. Arián enciende el televisor e ingresa a su cuenta de Netflix.

—Me va a perdonar, pero no quiero ver nada triste, ni de suspenso que me haga volar el cerebro. Estoy un poco cansado por el trabajo —declara en un suspiro.

—Vale, entonces una infantil —bromeo—. Podría ser... La vida secreta de tus mascotas.

—¿En serio? Vale. —Le da play.

—Pero... —Río y me mira con el ceño fruncido—. Está bien, amo esa peli. En especial al conejito.

—También es mi favorito —concuerda y abre la caja.

Saca un cupcake y su reacción me parece de lo más linda porque se pone a observarlo como si fuera un niño curioso que ha recibido un regalo de cumpleaños. El brillo de la pantalla del televisor se refleja en esos ojos tan preciosos que, ahora, le dan un aspecto tierno y que hace unos minutos se veían vulnerables gracias a una película de romance y drama. Ahora que me pongo a pensar, me hubiese gustado verlo llorar durante una película. ¿Será que se ve más tierno? ¿Esa coraza de hombre frío se desvaneció en ese momento?

«Pues, claro. Si ha llorado es porque esa historia le tocó el alma, ¿no?», me digo con obviedad.

Es la segunda vez que lo tengo tan cerca y en un espacio íntimo. La primera vez fue la semana pasada, cuando me trajo a casa y tuvo que quedarse en mi habitación porque mi madre cerró la puerta del apartamento. Cómo olvidar esa noche, por más que le dije que durmiera en el piso, se metió en mi cama y me puso los pelos de punta. Para mí era un desconocido. Un desconocido que no era capaz de mirar porque me intimidaba su atractivo rostro y su presencia, pero ya no. Ahora hay una confianza entre nosotros y si se volviera a repetir la misma situación, estoy segura de que lo dejaría dormir en mi cama y yo en el piso como buena anfitriona.

Mis ojos bajan a su cuerpo, a sus tonificados muslos que el short deja al descubierto y a sus pies. Había olvidado que estaba descalzo cuando llegué y aún lo está. Parece que mi visita lo ha sorprendido lo suficiente como para olvidarse hasta de que tiene desnudas algunas partes del cuerpo. Y no es hasta que quita los ojos del cupcake y sigue la dirección de mi mirada cuando logra darse cuenta del detalle.

—Joder, qué vergüenza. Perdone las fachas. Vuelvo en un minuto. —Se pone de pie, pero lo tomo de la muñeca para detenerlo.

—No, tranquilo. Está en su apartamento y tiene el derecho de sentirse cómodo. —Me encojo de hombros y se suelta de mi agarre para luego acariciar el dorso de mi mano con su pulgar.

—De eso nada. —Niega con la cabeza—. Aunque sea, déjeme ir por unas pantuflas.

Me guiña un ojo y le hago un gesto para que se dé prisa porque la película está comenzando. Si él quiere ir a ponerse unas pantuflas para sentirse cómodo, pues bien, porque a mí en lo absoluto no me molesta tenerlo descalzo y además debo admitir que me gusta verlo vestido así. Es como si conectara más con esta versión sencilla de él y no con el chico que viste siempre de manera formal. Me agrada más el Arián que tiene un estilo juvenil y humilde.

—Espero no haberme perdido nada importante —dice cuando regresa y retoma su lugar en el sofá, a mi lado.

—No, descuide. Recién ha empezado —aseguro con una sonrisa de boca cerrada.

Toma de nuevo la cajita de cupcakes y ante mi mirada expectante —ya que quiero ver cuál es su reacción al probar el dulce que le he preparado—, me la extiende para que yo pueda tomar uno. Niego con la cabeza, pues pruebo cupcakes casi toda la semana, pero él me insiste, enarcando una ceja y acepto uno para así acompañarlo en la degustación.

Su primera reacción es fruncir un poco el ceño mientras mastica y le da una mirada rápida al otro pedazo que ha quedado en su mano.

—Mmm... —expresa antes de mirarme y darle otra mordida—. Vaya, sí que está muy bueno el bizcochito.

—¿Bizcochito? —Río—. ¿En qué siglo se encuentra, abuelo? No se llama bizcochito. Se llama cupcake.

Mi broma le saca una sonrisa.

—Vale, Celeste. El «cupcake» —enfatiza, haciendo comillas con los dedos—. Está agradable... Es más, guardaré uno para Katherine.

Cierra la caja y asiento con una sonrisa satisfecha porque sé que mi sorpresa le ha gustado.

—Luego me cuenta qué le ha parecido a ella.

—Lo haré. Descuide. —Termina de darle una última mordida al trozo que tiene en la mano y sin querer se mancha el bigote con el glaseado.

«Dios, es adorable».

Ya que he olvidado colocar servilletas junto a la caja, le ofrezco una de las toallas desechables que siempre cargo en mi cartera. Es un accesorio indispensable porque una se puede manchar en el momento menos esperado y es más práctico de llevar. Bueno, pero ese no es el punto ahora, sino, el hecho de que me siento un poco ensimismada. No sé en qué momento las cosas entre nosotros cambiaron y él pasó de ser ese hombre serio e intimidante, a ser el chico de la expresión tierna, con el que estoy compartiendo una película infantil.

Joder, en mi vida me hubiese imaginado estar en su sala, viéndolo sonreír cuando el chiflado Snowball aparece en las escenas del rescate. «Ay, Arián, Arián... ¿Será que al final la cajita de sorpresa serás tú y no yo?», pienso mientras vuelvo a darle una mirada rápida para comprobar que su expresión no ha cambiado. Y sí, sigue igual. Solo que ha adquirido un pequeño detalle: los ojos le brillan de manera distinta.

De pronto, el sonido de mi celular me hace dar un respingo y quitar la mirada de su rostro. Es una llamada entrante de Tomás y ahora que recuerdo, había olvidado responder a su mensaje.

—Es Tomás, el editor —anuncio, poniéndome de pie—. Necesito responder.

—¿Desea que le ponga pausa a la película?

Asiento.

—Sí, por favor.

Me hubiese gustado ignorar la llamada, pero mientras se trate sobre los temas de la publicación de mi libro, tengo que atender porque no quiero que Tomás se lleve todo el trabajo e ignorarlo sería como demostrar desinterés por este proceso.

—Hola —contesto cuando abro la puerta principal y salgo al pasillo.

—Hola, Celeste. Buenas tardes —saluda del otro lado—. Perdón si te he interrumpido en algo, lo que sucede es que necesito confirmar la fecha de la reunión que tendremos con los diseñadores para la elaboración de la portada.

—Claro, Tomás, ¿para cuándo sería?

—¿Estás disponible mañana en la tarde?

—No. Trabajo por las tardes.

—Vale, entonces en la mañana. —Escucho que escribe en el teclado de su laptop y yo me vuelvo para mirar al interior del apartamento. Arián sigue en el sofá, disfrutando atento de la película—. Pasado mañana a las 10:00, ¿te parece?

—Sí, perfecto.

—Vale, Celeste. Quedamos para pasado mañana a las 10:00.

—Estaré puntual. Gracias.

—De nada. Que tengas una buena noche.

—Igual, Tomás, hasta luego. —Cuelgo.

Regreso al apartamento y al sofá con una sonrisa de oreja a oreja, pues la portada de mi primer libro es algo que me entusiasma demasiado. Es la primera impresión que tiene el lector y, aunque digan que nunca se debe juzgar a un libro por su portada, yo pienso que esa frase ya quedó en el pasado, porque todo lo bonito atrae a primera vista.

Arián, quien ahora está abrazado a un cojín que tiene sobre el regazo, me da un vistazo rápido cuando paso por delante del televisor.

—¿Todo bien?

—Sí. —Sonrío—. Me llamó para coordinar una reunión con el diseñador que estará a cargo de la portada.

Él levanta las cejas.

—Qué bueno. —Asiente y me concede una sonrisa de boca cerrada—. Estoy seguro de que con la ayuda del diseñador y la creatividad suya esa portada será una maravilla.

—Lo sé, estoy muy ansiosa y nerviosa a la vez. Ya quiero que llegue pasado mañana.

—Ya verá que el día de mañana se pasa muy rápido. ¿Y de qué irá esa portada? Si se puede saber, claro. —Alza las manos en señal de inocencia y no puedo evitar sonreír. Vaya, esta llamada sí que ha aumentado mis hormonas de la felicidad.

—Pues, al principio quería algo sexi y romántico —explico, tomando una posición cómoda en el sofá. Él hace lo propio—. Algo como una pareja besándose o acariciándose. Pero estuve viendo algunas portadas de libros actuales en internet y me di cuenta de que las ilustraciones están de moda. Así que consultaré con el diseñador si ve conveniente una ilustración de la pareja o una foto de dos modelos.

Hace un mohín y asiente, como si le pareciese bien la idea.

—Voto por la portada sexi y romántica. —Me guiña un ojo—. Va un poco más acorde con la trama del libro y los pensamientos pecaminosos de la autora.

—¡No tengo pensamientos pecaminosos! —exclamo entre carcajadas.

—Ah, ¿no? —Se acerca un poco y me mira con los ojos entrecerrados antes de decirme con diversión—: Yo le sugeriría al diseñador que le pusiera un «+18» enorme en la portada.

Sé que quiere molestarme porque su rostro ha tomado ese toque burlesco que ya conozco.

—Lástima que usted no es el diseñador y no puede participar de la reunión. —Sonrío con ironía.

—Pero puedo comunicarme con él. —Se encoge de hombros—. No sé si se lo ha comentado Tomás, pero en la editorial tenemos un sello para publicar contenido +18 y +21. Su libro entra en el primero por tener algunas escenas con contenido adulto. No. Algunas no. Varias, diría yo.

—O sea, ¿sí se leyó el manuscrito completo? —pregunto, curiosa.

—Por supuesto. —Asiente.

—¿Con las escenas +18?

Sé que esa pregunta está de más si ya se leyó el manuscrito. Sin embargo, hay personas que prefieren omitir las escenas hot porque no son de su agrado.

—Así es. Muy creativas, por cierto.

Vale, eso fue muy sincero de su parte.

No respondo. Me he sonrojado. ¡Arián ha leído las escenas eróticas que he escrito! ¡Dios, es vergonzoso! No es lo mismo que lo lean mis seguidores con los que comparto en la plataforma, a que lo lea alguien cercano como mi madre, mi mejor amigo —aunque él estaría en su salsa porque es un pervertido hasta los huesos— y el propio director de la editorial, quien ahora es mi amigo también.

—Mejor sigamos viendo la película —me limito a musitar porque no deseo alargar esta conversación.

—Como guste.

Se me hace muy raro imaginarme a Arián leyendo esas escenas y si le comento eso, no sabré fundamentar el por qué. A primera vista no parece ser el tipo de chico que lee libros de Romance con escenas hot. «Cajita de sorpresa», canturrea una voz en mi cabeza.

Pienso que las escenas eróticas en los libros ya dejaron de ser un tabú hace mucho tiempo. Y es que los libros, en especial los de género Romance y New Adult, son un reflejo de la realidad. Y la realidad es que las personas tienen relaciones, ya sea con sus parejas o cuando existe una tensión sexual fuerte y desean consumarlo.

Mi libro no centra su trama solo en el sexo. Mis noches con Mr. Johnson, es una novela romántica que cuenta la historia de Nicole, una chica española que conoce a un empresario italiano en uno de sus viajes a Roma. En el transcurso de la historia ellos se van enamorando y ocurren estos encuentros íntimos que reafirman el sentimiento que ya está presente en ambos. Prácticamente, el eje principal del libro son los altibajos de la pareja y cómo van a solucionarlos para encontrar la felicidad.

Cuando dejo salir un largo y silencioso suspiro, regreso la mirada hacia Arián, quien me está observando con preocupación.

—¿Todo bien? —inquiere—. Celeste, no quise incomodarla, solo estaba bromeando. Dije que las escenas me parecen muy creativas porque me gustó la manera en que las narra la protagonista y...

—Arián, está bien. No me pasa nada —interrumpo y él entreabre los labios—. Solo estoy pensando en algunas ideas para la portada.

Veo que relaja la expresión y asiente sin quitarme los ojos de encima.

—Siento que no estoy disfrutando la película —dice en un suspiro.

—Yo igual. —Asiento, dándole una mirada rápida al televisor. A pesar de que la película está a un volumen considerable, me he perdido en mis pensamientos y he perdido el hilo de la historia. Me pongo de pie y tomo mi cartera—. Creo que mejor regreso a casa para descansar. Estoy agotada.

—Vale. Iré a ponerme zapatillas para llevarla a casa.

—No. No hace falta, puedo pedir un taxi —aseguro.

—De ninguna manera. Déjeme devolverle el favor de los bizco... digo, de los cupcakes.

No puedo evitar reír y negar con la cabeza al mismo tiempo.

—Los cupcakes no son un favor, Arián. Son un regalo —le recuerdo y retorno la vista a mi celular para abrir la aplicación de taxis y pedir uno. No obstante, Arián se acerca como un ninja y sin darme tiempo a reaccionar, me quita el dispositivo de la mano—. ¡Arián! ¡Regréseme mi celular, ahora! ¡Arián!

No logra avanzar porque actúo de inmediato y lo tomo del polo para detenerlo. Él levanta el brazo, haciendo provecho de su altura para que yo no pueda alcanzar mi celular. Ríe cuando empiezo a dar saltos para atraparlo, pero todo esfuerzo que hago, es en vano.

—¡Arián, por favor! —protesto, llevándome las manos a la cintura para denotar seriedad, sin embargo, mi expresión divertida lo arruina todo.

—No hasta que me prometa que no va a llamar a ningún taxi.

—¿Qué? ¿Y cómo regreso a casa?

—En mi camioneta —señala con obviedad.

Ruedo los ojos y en vista de que no va a ceder a devolverme mi teléfono, uso una nueva táctica para entretenerlo: las cosquillas. Mis manos comienzan a juguetear desde su torso hasta sus costillas, provocando que se estremezca entre risas y baje el brazo en un momento de distracción. «Vamos, que lo baje un poco más y podré alcanzarlo», pienso mientras alterno la vista entre su blanca sonrisa y mi celular.

Sin embargo, en uno de los movimientos que hace al forcejear conmigo, nuestros rostros chocan y su barba araña mi mejilla, produciendo cosquillas también. Me detengo. Él baja la mirada y, sin darme cuenta, una de mis manos está rodeando su cuello y la otra sosteniendo su polo en un puño. Nuestros ojos se encuentran y ahora sí puedo decir que es la primera ocasión en la que lo tengo a solo centímetros de mí.

Sus ojos son más preciosos de cerca y debo admitir que es todo un arte la manera en cómo se combinan el verde y el gris en la parte del iris. Las pestañas que los protegen no son tan grandes y pobladas, a diferencia de las cejas que se forman en la parte superior de su rostro. Decido bajar la mirada hasta sus labios que se encuentran en medio de una mandíbula marcada, la cual se aprecia por debajo de la recortada barba.

Juraría que todo está en silencio, pero no, el audio de la película acompaña el sonido de nuestras respiraciones que están agitadas tras el forcejeo y el intento de ganarle al otro. Nuestros pechos suben y bajan y, a pesar de que me reprimo a hacerlo, regreso la mirada a sus labios, que se ven tan... apetecibles. Mierda. Por más que ya no me provoque intimidación y otro sentimiento frustrante, no quita el hecho de que sea un hombre muy guapo y que ahora es mi nuevo amigo.

«A la mierda la amistad», me digo y dando rienda suelta a mis deseos, lo beso.

Y digo «lo beso», porque él se queda inmóvil y ni siquiera hace amago de querer abrir y mover los labios para corresponderme. Solo se queda mirándome como si tuviera enfrente al fantasma de la mismísima Amy Whinehouse. Mierda. Mierda... Mierda. ¡Mierda! No debí dejarme llevar de esa manera.

—Lo... Lo lamento —tartamudeo.

Y lo único que se me ocurre hacer es quitarle mi celular y correr hasta la puerta del apartamento para marcharme lo más rápido posible y no hacer frente a la decepción que quizá él debe estar empezando a sentir. «He confundido las cosas», pienso mientras corro por el pasillo.

—¡Celeste! —Escucho sus gritos detrás de mí—¡Celeste, espere!

Por suerte, un señor sale del ascensor y aprovecho en ingresar y presionar el botón para que las puertas se cierren de inmediato. Lo logro. Arián no ha podido alcanzarme y es mejor así porque no tengo suficiente valor para mirarlo a los ojos y menos hablarle luego de haber traicionado su amistad. ¡Dios! ¡¿En qué estaba pensando?!

Los segundos en el ascensor se me hacen dolorosamente lentos. Me froto los brazos para intentar calmarme porque no puedo esperar para que estas puertas se abran y pueda correr a la calle para detener al primer taxi que pase y así asegurarme de que él no me va a seguir. Piso cinco, cuatro, tres, dos y uno... ¡Rayos! Las puertas se abren de par en par y me quedo petrificada cuando la figura de Arián me espera del otro lado. Trago saliva y mis ojos se humedecen, amenazando con ponerme a llorar como una niña asustada que ha cometido una travesura.

Con una expresión seria, ingresa al ascensor y presiona el botón para que las puertas se cierren otra vez. Me tiembla todo, joder. Todo. Hasta las piernas podrían dejar de funcionarme si mis nervios aumentan.

—Si piensa irse así de mi apartamento, al menos despídase bien —manifiesta con un tono irónico que me hace fruncir el ceño.

Y dicho eso, acorta la poca distancia que nos separa y junta nuestros labios para dar inicio a un desenfrenado beso que, a mi criterio, podría decir que es salvaje. Salvaje porque nos estamos devorando las bocas como si hubiésemos deseado hacerlo desde vidas pasadas. Mierda. De pronto siento que el ascensor ha elevado su temperatura porque me estoy derritiendo como una barra de chocolate en el verano, y esta sensación aumenta cuando mi espalda choca contra la pared y termino siendo acorralada por sus manos a los lados de mi cabeza. Decido no dejarme vulnerar por el momento y doy batalla a este beso, subiendo mis manos hasta su cuello y luego hasta su cabello para darle profundidad.

«Sé que quizá sea algo indiscreta al contarles esto, pero, él ha terminado una relación hace unos días y no creo que esté buscando iniciar una nueva», recuerdo mis palabras de la otra noche y las paso por alto, sabiendo que me quemaré si juego con fuego. Ahora, solo estoy disfrutando el momento y después me tomaré un momento para reflexionar sobre mis acciones.

Me separo por falta de aire y él esconde su cara en mi cuello, provocándome cosquillas con su barba en esa zona. Puedo sentir una sonrisa suya sobre mi piel y decido descansar mi cabeza sobre su hombro a la vez que jugueteo con mis dedos en su cabello. El corazón no me deja de latir como si hubiese corrido una maratón de diez kilómetros y estoy muy segura de que Arián puede sentir este martilleo contra su pecho.

—Quédese un momento más conmigo, por favor —pide en un susurro y asiento como primera respuesta.

—Está bien —respondo a la vez que acaricio su nuca con mi pulgar.

Mis mejillas están sonrojadas y se encienden más cuando Arián me muestra una mirada satisfecha y presiona un botón para que el ascensor suba de nuevo hasta el piso de su apartamento. Cuando se abren las puertas, me toma de la mano, con sus dedos entrelazando los míos y salgo detrás de él mientras saludo a una simpática anciana que espera para poder hacer uso del elevador.

No sé cómo empezar una conversación ahora. No sé qué decirle luego de prácticamente haber violado nuestra amistad con una acción muy comprometedora que nos lleva a otro grado de relación, porque si de algo estoy completamente segura es que no soy amiga con derecho de nadie. Por más que digan que un beso entre amigos sirve para reforzar la amistad, algunas veces suele ser un gran error porque no todos lo toman de la misma manera y este vínculo puede llegar a quebrarse. En este caso el error ha sido de ambos, él también me ha correspondido y necesito saber las razones que lo han llevado a hacerlo. 


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Espero les haya gustado este capítulo. Disfruté tanto escribirlo y creo que es mi favorito hasta el momento. ❤

¿A ustedes qué les ha parecido? 

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