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13 | ¿Acaso eso no merece un premio?

Estoy segura de que mi primer día de trabajo en La Estrella va a llenar todas mis expectativas. Llego media hora antes para familiarizarme con el espacio de trabajo y mis nuevos compañeros, los cuales se acercan a saludarme y a darme una cálida bienvenida minutos previos a abrir el lugar. Son dos chicos muy simpáticos: María y Sebastián, quienes trabajan como meseros, y una señora llamada Valeria es la que se encarga de la limpieza general, pero solo cuando la cafetería está fuera de atención.

Paula llega una hora después y también me desea mucha suerte y éxitos en mi primer día antes de establecerse en su oficina. Los clientes empiezan a llegar, María y Sebastián me dejan los pedidos para que pueda ir sirviéndolos y regresan cuando toco una campanita que hay en la ventanilla de la cocina. Me causa un poco de gracia el sonido agudo e infantil que emite y no puedo evitar morderme el labio inferior para no reír cuando la toco de nuevo.

Me sorprende la facilidad con la que se llena el lugar y los pedidos no dejan de llegar a cada momento. Paula vuelve a visitarme en la cocina con una sonrisa de oreja a oreja y se queda unos minutos conmigo para supervisar mi trabajo, cosa que no me incomoda para nada porque ella es una persona muy tratable y hasta iniciamos una amena plática a la vez que yo voy preparando la masa para unos alfajores.

Tomo un descanso de diez minutos mientras espero a que los alfajores terminen de hornearse y decido revisar mi celular para ver si tengo mensajes nuevos. Me he planteado no estar mirando el dispositivo todo el tiempo porque quiero dar una imagen profesional, así que a partir de hoy no estaré pendiente a las redes hasta la hora en que vuelva a casa.

Desbloqueo la pantalla y me encuentro con un mensaje de Andy, deseándome suerte en mi primer día y otro de Arián que me ha enviado hace cinco minutos.


Arián: Pasaré por usted a las 9:00.


Sonrío como tonta al leer el texto otra vez y recuerdo que ayer cuando me despedí de él en la editorial, supuse que lo volvería a ver la próxima semana y no es así. Ahora solo faltan unas horas y no puedo negar que la idea de tenerlo frente a mí me intriga y me entusiasma a la vez. «¿Para qué vendrá?», me pregunto mientras guardo mi celular en mi bolsillo.

A diferencia de mi anterior empleo, no tenemos casilleros donde dejamos nuestras cosas. Sin embargo, confío en que Paula sabe elegir bien a sus trabajadores y no creo que tengamos problemas si se pierde algo, ya que cada uno guarda sus cosas de valor (como celular y billetera) en sus bolsillos. Además, María y Sebastián son muy humildes y respetuosos, pero eso no quita el hecho de que tenga cuidado.

A las nueve en punto observo que Arián ingresa a la cafetería y busca con la mirada a alguien. Paula se encuentra conversando con algunos de los clientes y cuando nota la presencia del ojiverde, una sonrisa no se hace esperar en su rostro. Se acerca para saludarlo con un beso en cada mejilla y yo decido dejar de mirar porque no quiero que me pillen como vieja chismosa. Por suerte, he terminado de preparar todo antes de que concluya mi horario de trabajo. «Chica responsable, eh», me felicito.

—Señorita Serván. —La voz de Arián me sorprende cuando estoy terminando de lavar algunos utensilios y mi jefa ingresa detrás de él—. Paula, voy a robarte a tu pastelera hoy, ¿te parece la idea?

—Adelante. Es toda tuya —responde ella con diversión.

Arián se acerca y nos saludamos con un beso en cada mejilla. De manera instantánea, el exquisito aroma de su perfume invade mis fosas nasales y relaja mis sentidos. También reconozco el olor del gel corporal que usa siempre y que me parece muy masculino. Lleva puesta una ceñida camisa de color gris, un pantalón negro al igual que la corbata y caigo en la cuenta de que ha venido directo de la editorial.

Le pido que me espere mientras voy por mis cosas. Él me dice que estará en la oficina de Paula y abandonamos la cocina al mismo tiempo. Cuando regreso, ellos están conversando y me despido de mi jefa, quien solicita que llegue igual de puntual el día de mañana. Le aseguro que así será y que llegaré quince minutos antes para dejar todo listo.

Cuando salimos de la cafetería, Arián se adelanta para abrirme la puerta de su camioneta. Ingreso en el asiento del copiloto y espero a que él rodee el capó para tomar su lugar como conductor. Luego me ofrece dejar mi mochila en los asientos traseros para que vaya más cómoda, ya que la tengo sobre mi regazo.

—¿A dónde iremos? —pregunto.

Su reloj de pulsera brilla cuando las luces de los faroles se reflejan en él.

—Iremos a cenar para celebrar su nuevo empleo.

Frunzo el ceño y lo miro con extrañeza.

—¿En serio? —Él asiente—. Arián, perdón, pero creo que no es necesario. No merezco una cena como celebración de un nuevo empleo.

—Claro que lo merece, es una pastelera muy buena. Paula me envió ayer una de las muestras gratis que usted preparó y déjeme decirle que me ha dejado encantado. Y no solo a mí, sino también a Katherine, mi ama de llaves. —Me guiña uno de sus ojos y regresa la mirada hacia la autopista—. ¿Acaso eso no merece un premio?

—¿Premio?

—La cena. —Se encoge de hombros.

—Creo que no.

—¿No?

—No, Arián, es solo un empleo. No es necesaria la cena. Bueno, por esta vez lo dejaré pasar porque me ha tomado por sorpresa.

—Esa era la idea.

—¿Cómo? —Frunzo el ceño de nuevo.

—Celeste, veo que no recibe sorpresas a menudo. Pero conmigo eso va a cambiar si me tiene como amigo. Los amigos celebran hasta por las cosas más mínimas, ¿no?

—Pues, sí.

—¿Lo ve? Esto no es más que una celebración por el nuevo empleo que ha conseguido.

—Que usted me ha conseguido, Arián —corrijo.

—No. Usted se encargó de conseguirlo. Yo solo la recomendé. —Ruedo los ojos con diversión y él continúa—: Es así, Celeste. El hecho de que yo conozca a Paula no quiere decir que ella vaya a contratar mi recomendación enseguida. Para eso usted pasó una entrevista de trabajo y una prueba en la cocina, ¿no es así?

—Pues, sí —vuelvo a decir.

—Ahí lo tiene. Y ahora estamos yendo a celebrar ese éxito que ha tenido en su carrera como pastelera.

Le regalo una sonrisa de boca cerrada en agradecimiento.

—Gracias por considerar mucho mis éxitos. Primero lo del concurso de escritura y ahora lo del empleo. La verdad, sigo creyendo que estoy en deuda con usted.

Arián niega con la cabeza y aprovecha un semáforo en rojo para mirarme y responder:

—Usted no me debe nada, Celeste. No piense eso. Ya le he dicho que, todo lo que ha logrado estos últimos días, ha sido gracias a su talento. —El color del semáforo cambia y pone el vehículo en marcha antes de agregar—: Sigo creyendo que es una caja de sorpresas. Primero, escritora, luego chef y pastelera. ¿Hay algo más en lo que destaque?

Hago un mohín mientras pienso en si tengo otro talento oculto.

—No sé si cuidar niños sea otro talento.

—Lo es. —Asiente—. No todos tienen paciencia y trato con ellos. Yo, por ejemplo.

—¿No le gustan los niños? —inquiero.

—Me gustan, claro, pero no tengo paciencia. Bueno, no con mis sobrinos. Son algo malcriados y engreídos, quizá eso sea el problema.

—Eso viene de casa, no todos son iguales.

—Entonces, si algún día llego a tener hijos, me aseguraré de tenerlos bien educados como militares.

Eso último me saca una carcajada y no puedo evitar imaginarme cómo serían de hermosos los hijos o hijas de Arián. ¿Heredarán sus ojos verdes? ¿Se parecerán a él o a la madre? Aunque sé que los resultados genéticos a veces no llegan a ser lo esperado, estoy segura de que esos niños serán privilegiados por la belleza heredada de su padre.

—Tampoco piense así. Los niños no deben ser reprimidos, Arián. Al contrario, deben disfrutar de su bonita etapa, aprender y experimentar a través de los objetos que manipulan, es decir, deben desarrollarse tanto física como intelectualmente. ¿Cómo cree que van a estimularse si van a estar quietos como soldados? —explico.

Ahora es él quien frunce el ceño.

—Creo que usted también es pedagoga y me lo está ocultando.

—No. No soy pedagoga —digo, evitando las ganas de reír—, pero sí me gusta investigar antes de cuidar a los niños, más si no soy una profesional. Es importante entenderlos y saber un poco más de sus comportamientos para tener una buena convivencia y comprender por qué actúan de tal forma. Algunos vienen con problemas de casa y tienden a ser agresivos o tímidos con los demás. Pero siempre trato de ser amable y ganarme su confianza para ayudarlos o platicar con ellos y no se sientan solos.

Arián levanta las cejas y me observa con curiosidad.

—Ya sé a quién voy a llamar para que cuide a mis hijos, entonces.

—Yo cobro por hora, así que bien. —Río.

Aparca la camioneta en un barrio cerca al centro de Sevilla y me asomo por la ventana para ver el panorama que se presenta. Un pequeño bar destaca en el primer piso de un edificio; hay clientes cenando en las mesas de afuera y otros esperando ser atendidos. ¿Vamos a cenar aquí? El lugar me parece superinteresante y acogedor, sin embargo, presiento que mi acompañante es más de frecuentar restaurantes y no bares. Me desabrocho el cinturón de seguridad, salgo hacia la calle y espero a que Arián se una a mi lado.

—¿Dónde estamos? —quiero saber.

—Afuera de mi apartamento. —Hace un movimiento de cabeza para invitarme a caminar hacia la puerta del lugar.

¿Qué?

Vale, al menos tenía razón al predecir que no íbamos a consumir en este bar, pero tampoco tenía idea de que me traería a su apartamento, el mismo al que hace un par de días me negué a venir por incomodidad y parece que él no entendió la situación. Y claro, si es un hombre. Los hombres nunca captan nuestras indirectas, joder. Intento disimular mi cara de preocupación mientras doy un vistazo rápido al sitio. «Bueno, en algún momento tenía que conocer su casa si vamos a ser amigos, ¿no?», pienso a la vez que inicio el camino hacia la puerta de entrada.

En el interior hay un ascensor y una escalera, pero Arián opta por usar el primero y a modo de caballerosidad, me deja ingresar antes que él. Debo aceptar que el lugar es muy cálido y moderno, a pesar de que la construcción sea de estilo antiguo y la fachada aún mantenga balcones y diseños barrocos que son muy comunes en esta ciudad.

Siendo sincera, cuando lo conocí supuse que él vivía en una zona residencial muy lujosa, pero ya veo que no. Su apartamento se encuentra en una zona céntrica y tranquila, por lo que deduzco que, una de sus principales razones cuando lo adquirió, fue el tema de tener accesibilidad y cercanía al corazón de la ciudad. Y como no, si Sevilla es una ciudad preciosa, con un panorama estupendo, en especial al atardecer.

Me mantengo en silencio desde la salida del ascensor hasta que llegamos a la puerta del apartamento. La primera impresión que tengo del interior me deja sin palabras. Si no lo estuviera viendo con mis propios ojos, aún seguiría conservando la idea de que era un espacio pequeño e incómodo, sin embargo, no lo es. El salón principal tiene un espacio considerable que lo primero que piensas al verlo, es en armar una fiesta con muchos invitados. El piso de la entrada es de madera y el resto de porcelanato, el cual refleja las luces que emiten unas bonitas y modernas lámparas que cuelgan del techo. Y si hablamos de elegancia, no pueden faltar los sofás de cuero que se encuentran en la sala. No obstante, lo que capta mi atención es el ventanal de cristal que hay al fondo, donde se puede apreciar una especie de balcón.

Arián me guía hasta el salón principal y luego a la cocina. Una mujer rubia de aproximadamente sesenta años se encuentra aquí, preparando los platos sobre la barra. No sé por qué tenía la sensación de que íbamos a ser solo Arián y yo en su apartamento, pero de alguna u otra manera la presencia de la dama me hace sentir cómoda y segura.

—Buenas noches, Katherine —dice Arián, captando la atención de la mujer.

—Arián, bienvenido. —Se acerca a él para saludarlo con un beso en cada mejilla y luego me sonríe con una pizca de sorpresa en su expresión.

—Las presento. Katherine, ella es Celeste, una amiga que he invitado a cenar. —Hace un gesto con la mano para señalarme antes de dirigirse a mí—: Celeste, ella es Katherine, mi ama de llaves.

Nos acercamos para saludarnos con un beso en cada mejilla.

—Bienvenida, señorita.

—Muchas gracias, Katherine. Un gusto conocerla —contesto, regalándole una sonrisa.

—El gusto es mío. —Me sonríe de vuelta—. Venga, pónganse cómodos que en un momento sirvo la cena.

—Gracias —decimos Arián y yo al unísono.

Lo acompaño hasta la sala, admirando de nuevo la sobria decoración del lugar.

—Iré a mi habitación para cambiarme de ropa. Por favor, Celeste, póngase cómoda y si desea algo de beber, no dude en decírselo a Katherine.

—Gracias, solo necesito ir a los servicios para lavar mis manos.

—Vale, venga conmigo. —Hace un gesto con la cabeza para que lo siga.

Me muestra dónde se encuentra el baño y luego se marcha a su habitación. Antes de abrir la llave del agua, me doy una revisada rápida en el tocador, pues he caído en la cuenta de que el plan de Arián resultó inesperado para mí y no llevo la ropa adecuada como para la ocasión. Como ha sido mi primer día en el nuevo trabajo, solo llevo puesto un polo blanco y un pantalón negro, los cuales simulan ser un uniforme, hasta que me proporcionen el nuevo, claro. Pero fuera del tema de la cafetería, me apena un poco el haberme presentado así delante de Katherine.

Cuando vuelvo a la sala, tomo asiento en uno de los sofás de cuero y me dispongo a revisar el celular. Arián regresa luego de un par de minutos, vestido de manera sencilla con un pantalón jean y una polera gris cerrada que le da un aire juvenil. A todo esto, ¿cuántos años tiene él? Si no fuera por la barba, el cuerpo y porte que tiene, diría que tenemos la misma edad, sin embargo, se le ve un poco más maduro, así que por el momento decido ponerle un aproximado de treinta años hasta que lo confirme.

La cena consta de espaguetis con salsa a la boloñesa que se ven muy apetecibles cuando los sirve Katherine y ni qué decir al momento de probarlos porque están muy buenos. De verdad, Arián no se equivocó al elegir la comida de su ama de llaves para esta cena y corroboro que es mejor compartir algo hecho en casa y en un ambiente hogareño si se trata de una pequeña celebración entre amigos.

Por mi parte, estoy muy agradecida con él, porque a pesar de que nos conocemos hace poco, ha demostrado tener consideración conmigo y celebrar mis éxitos por más pequeños que sean. También recuerdo la noche en la que Jaime me drogó en la terraza del bar y Arián ayudó a Andrés a llevarme de regreso a casa. Eso habla muy bien de él y ahora me siento algo culpable por haber pensado que tenía otras intenciones cuando en todo momento solo ha querido ser amable conmigo.

La velada transcurre rápido y si de algo me he dado cuenta, es que Arián no es de muchas palabras cuando está comiendo, por lo que fue complicado sacarle tema de conversación mientras se llevaba los espaguetis a la boca.

Ahora nos encontramos de camino a mi casa en la camioneta de Arián. Durante el trayecto venimos platicando sobre lo excelente cocinera que es Katherine y lo rápido que se ha ganado mi agrado porque se notó muy entusiasmada con mi visita y hasta me felicitó por las muestras gratis que preparé en la cafetería, las cuales tuvo la oportunidad de probar gracias a Arián.

—Muchas gracias. Lo he pasado muy bien —digo cuando me abre la puerta de la camioneta luego de estacionar frente a mi apartamento.

—No es nada, Celeste. También lo he pasado genial. —La sinceridad en sus palabras es notable y más la sonrisa que se le dibuja en el rostro.

Me gusta mucho cuando una persona sonríe de verdad porque, el hecho de provocar ese gesto en alguien más, es un sentimiento inexplicable. Es como si lograras algo sin proponértelo y hasta quién sabe si dicha persona no está pasando por un buen momento y, al sacarle una sonrisa, le has mejorado su día.

El vehículo de Arián desaparece al final de la calle y yo me quedo de pie en la vereda, preguntándome el verdadero motivo de esa sonrisa. Una sonrisa que a decir verdad es preciosa y que me ha hecho suspirar en más de una ocasión porque, aunque no se lo he dicho, siento que en estos últimos días él se ha encargado de darle un toque distinto a mi vida con su compañía y su amistad.

Y sé que a mí también me agrada mucho que pasemos tiempo juntos, es por eso que, a diferencia de ayer, hoy no me pregunto cuánto tiempo pasará para que lo vuelva a ver porque he decidido que mañana le daré una sorpresa en agradecimiento a la cena de esta noche.

«No eres el único al que le gusta hacer sorpresas, eh, Ojitos bonitos», pienso mientras camino hacia la puerta de mi edificio.


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Uy, no saben lo que se viene en el próximo capítulo, je, je, je. 

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