Capítulo VII. Memorias de un Faraón
El ruido de unas golondrinas arrancaron a Ariadne de su sueño. La chica abrió los ojos y lo primero que distinguió fue el rostro de Atem. Sonrió para sí, y se acurrucó un poco más entre los brazos del faraón. Quizá lo que había hecho no era lo correcto, pero no podía sentirse más feliz.
La princesa se entretuvo observando dormir a Atem hasta que, algunos minutos después, escuchó cómo cambiaba el ritmo de su respiración anunciando que estaba por despertar.
Ariadne cerró los ojos de inmediato y fingió estar dormida. Escuchó a Atem apoyarse sobre los codos para reclinarse en la cama y sintió cómo recorría su frente con su mano para retirarle el cabello de la cara. El rubor estaba apunto de delatar a la chica cuando, por suerte, Atem se levantó y salió de la habitación.
Un par de horas más tarde, Atem y Ariadne salieron de la casa. Al despedirse de la pequeña Yunet, el rey le obsequió uno de sus brazaletes de oro como pago por la comida y el hospedaje. A la niña le serviría para las reparaciones que urgían en su casa. Quizá así podría evitar la entrada de más serpientes.
Para cuando la princesa y el faraón estuvieron de regreso en el navío real, Manna y los demás ya estaban esperándolos para continuar con el viaje. Yuged fue el primero que los vio llegar, y guiñando un ojo le confirmó al faraón que había sido su idea dejarlo a solas con Ariadne la noche anterior.
Yuged los puso al tanto de lo que había sucedido después de que bajaron de la embarcación al llegar a Osireiron: Manna había querido ir al centro del pueblo y convocó a músicos y bailarines para hacer una gran celebración que terminó hasta altas horas de la noche.
La barca real continuó con su avance. Manna estaba feliz por tener de vuelta a su amiga, lo que puso de malhumor al faraón. Al menos ahora sabía que contaba con la complicidad de su mejor amigo.
Para Atem era una calamidad que Yuged conociera sus sentimientos. Pero si no lo podía evitar, al menos le habría de sacar provecho.
Cuando estaba por caer el atardecer, la barca se detuvo a orillas de la zona del Saqqara, donde se encontraba el complejo funerario de los primeros faraones de Egipto.
-¡Maravillosas! -fue lo único que pudo decir Ariadne mientras veía las majestuosas pirámides, parada desde la base de una de ellas-. Parecen cosa de magia.
Atem se estremeció ante esas palabras.
-Estas construcciones son la suma del ingenio de nuestros arquitectos y la habilidad de nuestros obreros para trabajar la piedra y el adobe. Es el esfuerzo de los antiguos egipcios para demostrar al mundo el poder de nuestra nación -explicó Atem con admiración por la visión que habían tenido sus predecesores para crear elementos tan desafiantes y enigmáticos-. Estos son los monumentos de los grandes faraones Jufu, Jaufra y Menkaura.
-Keops, Kefrén y Micerino -apuntó Ariadne de forma inocente.
-Jamás he podido comprender la costumbre de tu pueblo de cambiar el nombre de nuestros dioses, ciudades y reyes.
Atem parecía herido en su orgullo, como si la chica estuviese intentando menospreciar las magníficas pirámides.
-Lo lamento, no intentaba ser imprudente. Pero tendrás que aceptar que nuestros lenguajes no se basan en los mismos sonidos. Por eso no podemos pronunciar las palabras con exactitud. Mi nombre es un claro ejemplo -señaló la muchacha tratando de lograr que el faraón cambiara su cara de enojo-, solo tú y Alejandro lo pronuncian como es debido. Aunque Alejandro en realidad no cuenta, dado sus raíces griegas...
-¿Entonces es cierto que Alejandro es griego? -preguntó el rey sorprendido y entusiasmado por saber al fin la verdad.
-¿Acaso no lo has visto de perfil? -dijo la princesa entre risitas.
Atem se quedó muy serio tratando de recordar el perfil de su amigo. Se le estaba dificultando el definir si lo que Ariadne había dicho era un halago o un insulto.
El enfado del faraón se hizo aún más grande y se cruzó de brazos con soberbia. Ariadne no comprendió su actitud, pero supo que había hablado de más.
Atem sencillamente suspiró y levantando los brazos al cielo comenzó a recitar la plegaria que como faraón tenía la obligación de repetir en respeto a los dioses y a los reyes anteriores.
-Oh, Atum, pon tus brazos alrededor de este gran rey y alrededor de esta pirámide, para que la esencia del faraón pueda vivir para siempre. Oh, Gran Enéada que estás en Heliópolis, haz que el nombre del rey y esta construcción perduren a través de los siglos, como el nombre de Atum que preside desde el origen de nuestras tierras.
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Cuando Manna propuso buscar un lugar para pasar esa noche, todos los viajeros regresaron una vez más a la barca.
Los jóvenes charlaban y jugaban bajo el dosel de la barca que los cubría de los últimos rayos de sol. Todos pasaban un momento agradable. Todos, excepto el faraón.
Aislado del resto del grupo, Atem se encontraba abstraído en sus pensamientos. No podía olvidar la forma en que la mangosta había saltado de entre las manos de la princesa griega, totalmente repuesta del ataque de la víbora.
Revivió en su mente la conversación que había tenido dos días antes con Mahad, intentando hilar los cabos sueltos:
Justo después de que Alejandro había salido de su despacho, apareció el maestro de los magos ante él. Su rostro preocupado no auguraba buenas noticias.
-Hay algo que debe saber, faraón - había empezado Mahad con una entonación muy tétrica-. La princesa Ariadne está rodeada de una fuerte esfera de magia.
-Lo sé, Mahad. No hay nada de qué preocuparse -respondió Atem restándole importancia-. Ariadne tiene una especie de diosas protectoras que la siguen en todo momento.
-No, esto es diferente. La magia que posee proviene de ella misma. De nacimiento. Y por eso es peligrosa, no está sujeta a las reglas de Egipto. Podría hacer lo que quisiera sin que hubiesen repercusiones.
Atem comprendió en ese momento el terror de Mahad, pero se había preguntado si sería verdad. En cualquier caso, Ariadne no parecía tener malas intenciones.
-Y lo que es peor -continuó el mago-, es que ella no parece tener control sobre su poder, incluso dudo que esté enterada de que lo posee.
Esas últimas palabras eran las que repiqueteaban ahora en la cabeza de Atem "no parece tener control... dudo que esté enterada". ¿Sería cierto?
-¿Preocupado?
Atem salió de sus cavilaciones. Al alzar la vista se encontró con la mirada intrigante y divertida de Ariadne.
El corazón le dio un vuelco. Aún no sabía qué pensar de ella. Aunque éste era un buen momento para resolver algunos misterios.
El soberano de Egipto le hizo una seña con la cabeza a la chica y ésta entendió enseguida que podía sentarse junto a él en la cubierta del navío.
-Escuché que ya conociste a Mahad -soltó Atem sin mesura. No podía esperar más para saber la verdad.
-Así es. Mahad tuvo la amabilidad de contarme acerca de la magia en Egipto, sus fortalezas y limitaciones.
-La magia en nuestra nación no es algo que se pueda practicar por capricho y sin consciencia. Es una herramienta que nos han regalado los dioses para corregir las desviaciones al equilibrio natural de la vida. Es indispensable pero raramente llevado a cabo.
Ariadne asintió prestando toda su atención. Aunque no entendía por qué le estaba repitiendo aquello el faraón.
-Y seguramente es así como actúa Mahad -infirió la chica creyendo que el problema giraba en torno al mago-. Se nota que tiene mucho cuidado cuando se trata de magia.
Atem sonrió y asintió con la cabeza. Aunque su estrategia no estaba dando resultados. Ariadne no le estaba dando información acerca de sus prácticas de magia. Pensó que quizá contarle algunos secretos a la chica le daría confianza para hacer lo mismo.
-Mahad ha estudiado la magia desde que era un niño porque le enseñaron a sentirse en deuda con el faraón -resumió Atem-. Todo comenzó cuando su padre, mago también, era muy joven y tuvo la mala fortuna de enamorarse de una muchacha de la nobleza que ya estaba comprometida. Su prometido era uno de los generales del ejército de Tebas y hermano de mi padre, el entonces faraón. La boda estaba a pocos días de efectuarse cuando la doncella reconoció estar enamorada también del mago. Y fue entonces cuando los conflictos se desataron en el palacio. El general acudió ante mi padre creyendo que obtendría su favor para obligar a la muchacha a cumplir su promesa. Pero mi padre se reusó tajantemente.
-¿Le dio la espalda a su propio hermano?
-Pero no a propósito. Verás, en el Valle del Nilo no se puede obligar a una mujer a casarse. Por lo que sé, en otras naciones no se toma en cuenta su opinión, pero aquí tienen todo el derecho para rechazar a sus pretendientes. Fue por eso que mi padre se opuso a exigir el cumplimiento del compromiso hecho. Y desde entonces, el padre de Mahad se sintió en deuda con el faraón anterior.
-Y por eso Mahad dedicó su vida a fungir como mago de Egipto.
-Inicialmente fue así, pero hace algunos años surgió algo más. Cuando mi tío se vio contrariado por el faraón, intentó poner en su contra al ejército. Quiso derrocarlo para hacerse con el trono. Sin embargo, nadie lo siguió. Y cuando mi padre lo supo, lo desterró de la nación. Su castigo debería haber sido la muerte, pero sus lazos de sangre lo obligaron a tener piedad. Creíamos que no volveríamos a ver a mi tío, mas nos equivocamos...
«Muchos años después, hubo una revuelta en Libia. Según los informes solo eran unos cuantos campesinos que se oponían a la entrega de tributo para Egipto. Mi padre partió confiado, con a penas un regimiento para mitigar los problemas. Sin embargo, el informe había sido un engaño. No se trataba de un puñado de campesinos, sino de cientos de guerreros y mercenarios que mi tío había reunido durante años de odio contenido. La batalla fue desventajosa por completo. Mi padre no tenía ninguna oportunidad de sobrevivir.
Ariadne miró con tristeza a Atem y colocó su mano sobre la de él intentando darle un poco de consuelo.
-En Tebas -continuó el joven-, el padre de Mahad fue el único que percibió el peligro en el que se encontraba el faraón, debido a la conexión natural que tiene el maestro de los magos con el soberano de Egipto, así como también Mahad puede advertir cada vez que lo necesito.
«Y fue cuando el líder anterior de los magos cometió el abuso de la magia. Él había comprendido de quién provenía el engaño, y se sentía culpable por haber originado ese odio entre ambos hermanos. Así que, olvidando todas las prohibiciones de su poder, apareció en el campo de batalla y convocó un hechizo para destruir a los enemigos. Después regresó a Tebas con mi padre gravemente herido y lo dejó al cuidado de los médicos de la corte.
«Mi padre no logró sobreponerse de sus heridas y falleció durante la noche. Pero lo peor estaba por pasar. El maestro de los magos había abusado de la fuerza sobrenatural depositada en él al asesinar a muchas personas, y sabía que las consecuencias habrían de ser pagadas por la nación entera. La destrucción de Egipto se comenzó a percibir con una serie de terremotos y tormentas que azotaron desde el delta del Nilo hasta la primera catarata en el sur del país. Por un momento creímos que ése sería el fin de las Dos Tierras.
«Sintiéndose culpable de nuevo, el padre de Mahad se presentó ante los dioses suplicando el perdón para Egipto. Por suerte, la diosa Isis se apiadó de su pueblo y pidió dos vidas a cambio de la absolución. El mago ofreció la suya y la de su hijo sin pensarlo dos veces. Él murió al instante y Mahad fue condenado a contener en su cuerpo toda la energía negativa que se había generado por el hechizo de su padre.
-¿Mahad entonces está sufriendo aún las consecuencias?
-Desafortunadamente esa energía está mermando su fuerza vital un poco más rápido de lo que ocurre normalmente en las demás personas. Pero la principal implicación es que no puede salir del territorio egipcio. En el momento en que llegase a poner un pie fuera de nuestra nación, la fuerza destructiva que se encuentra atrapada en su cuerpo lo abandonaría para volver a atacar a Egipto, y esta vez no habría escapatoria.
-Jamás habría imaginado una historia tan triste. Debiste haber sufrido mucho.
-Lo peor es que no solo fui yo. Todo Egipto padeció durante esos días. Hubo incluso quienes perdieron sus hogares. Pero la gente es fuerte y unida. Supieron encontrar la forma de recuperar lo que tenían.
-Mientras te convertías en faraón.
-Así es -reconoció Atem cerrando los ojos. Por su mente cruzaron los recuerdos tristes, agrios y sobretodo los esperanzadores de aquellos días.
-Ahora me queda claro por qué hacen tanto énfasis en el peligro de la magia. En Creta las cosas eran muy diferentes -Atem se felicitó por lo bajo. La princesa había mordido el anzuelo-. Los dioses usan la magia sin mesura, e incluso llenan las ciudades con artefactos mágicos que más de una vez han provocado guerras y muertes de inocentes -Ariadne hizo una pausa antes de animarse a seguir hablando-. En Grecia la magia se transmite a los mortales a través de los hijos de los dioses.
-Los príncipes -creyó adivinar Atem temiendo lo peor. Pero la mirada intrigante de la chica le dio a entender que estaba equivocado, así que se explicó-. En Egipto los príncipes son producto de la unión entre la esposa del faraón y el dios Amón que por un instante toma posesión del cuerpo del rey. Así es como se transmite la divinidad entre generaciones.
-Suena muy razonable para esta nación -dijo Ariadne con una sonrisa. Ya empezaba a admirar la virtud de la cultura egipcia-. Sin embargo, los dioses griegos se mezclan con los mortales sólo por capricho. No hay ningún control en su descendencia -la princesa suspiró lastimosamente antes de continuar-. Mi familia es un claro ejemplo. Mi madre es nieta de titanes e hija del dios sol Helio. Por eso ella y su hermana Circe poseían un gran talento para la magia.
-Y tú también -concluyó Atem sin poder contener su acusación.
Ariadne frunció el ceño pues no se le había escapado el tono amargo con el que el faraón había hablado. Pero con todo lo que acababa de escuchar sobre la historia de Mahad, podía entender su desconfianza.
-No, yo no tuve nunca la oportunidad de aprender. Mi madre conocía las consecuencias del mal uso de la magia, y por eso la evitaba tanto como podía. La única ocasión en la que supe que había hecho uso de sus dones, fue aquella vez en la que mi padre se atrevió a engañarla con una doncella de Creta. Mi madre estaba tan furiosa que no pudo contenerse y descargó su rabia sobre esa desdichada mujer.
-Pero podrías aprender a usar la magia, ¿o no?
-Lo dudo. Mi padre solía decir que con la muerte de mi madre se había acabado la magia en la familia.
La chica se dio cuenta de que Atem temía de la magia. Y específicamente, de que ella la pudiese invocar. Así que sería inútil pedir el ansiado permiso para aprender el arte de Mahad.
Por su parte, el faraón creyó en las palabras de la chica. Veía en sus ojos que sus palabras estaban libres de mentiras. Quizá en verdad nunca había aprendido a controlar su poder. Y en ese caso, las sospechas de Mahad podrían ser ciertas.
-Gracias por el viaje -dijo de corazón la chica después de un largo silencio.
-No tienes por qué agradecerlo, tú ganaste la apuesta que habíamos hecho.
-No es así. Perdiste a propósito, ¿cierto?
Atem se quedó helado. Entonces Ariadne sí se había dado cuenta de que su último movimiento había sido un error premeditado. Él ansiaba tanto estar cerca de ella, que dejarla ganar era lo más lógico que podía hacer. Negarlo ahora sería ofender la inteligencia de la chica y perder su confianza.
-Jugaste muy bien. Creo que no es necesario decirte que fue sobresaliente el poco tiempo que te tomó dominar las estrategias del senet -Atem la miró directo a los ojos como hacía cada vez que deseaba demostrar la sinceridad de sus palabras-. Si hubieses tenido un poco más de práctica, sin duda me hubieses vencido. Fue por eso que no bloqueé tu última jugada. Merecías sobradamente obtener la victoria -el faraón hizo una pequeña pausa para pensar bien sus siguientes palabras-. Además, yo también deseaba este viaje. Supuse que sería una buena oportunidad para acercarme más a mis hermanos ... y a ti.
La princesa se ruborizó. Apartó la mirada para ocultar su sorpresa. Tanto tiempo creyendo que el faraón hacía lo posible para evitarla, le había quitado las esperanzas de escucharlo decir algo como eso.
De forma que Atem ansiaba su cercanía...
-Para acercarte al príncipe Karym hará falta más que un viaje -dijo Ariadne intentando desviar la atención de ella, y haciendo un gran esfuerzo por no reír, pero no podía controlar su renovada felicidad-. Él sigue sintiéndose como una decepción para tu familia, y hacer que olvide el pasado será un esfuerzo de día con día.
-¿Y qué sugieres? -preguntó Atem intrigado por las sabias apreciaciones de la chica.
-Empezar por los pequeños detalles. Sin importar qué suceda, los príncipes siempre toman todos los alimentos juntos. Tú podrías acompañarlos también. Así Karym perdería el miedo a tu presencia -Ariadne se preguntó qué tan egoísta era ese consejo. Si el faraón pasaba ese tiempo con los príncipes, significaba que también lo pasaría con ella. Una extraña oleada de felicidad y nerviosismo la atacó ante esa idea-. Además podrías acercarlo a las actividades del gobierno de Egipto. Aún es muy joven, pero su inteligencia es indiscutible. E incluso pequeñas responsabilidades lo harán sentirse importante para la nación.
El faraón la miró maravillado. Jamás había pensado de esa forma para enmendar la situación con su pequeño hermano. Y ella tenía mucha razón.
-Te agradezco tus observaciones.
No veo ningún motivo por el cual no pueda hacer lo que me propones.
Ariadne le sonrió satisfecha y volvió a desviar la mirada hacia el Nilo.
Aprovechando la distracción de la chica, el faraón se deleitó con la imagen de Ariadne. Era una mujer excepcional. Bella, inteligente y pura. Incluso su voz era como una cálida caricia.
Atem sintió un extraño cosquilleo mientras observaba la piel blanca-rosada de Ariadne. En Egipto nadie tenía la piel de ese tono tan delicado. Se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que su rostro se bronceara por el sol abrumador de Egipto.
Y su cuello tan delgado y largo...ella tenía el verdadero aspecto de una princesa. ¿Qué se sentiría tener esa piel tan suave bajo su tacto? Si tan sólo la pudiese tocar una vez...
Atem, perdido en sus pensamientos, pasó el dorso de su mano por el cuello de Ariadne hasta sus hombros descubiertos. Se sonrojó cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Y para su sorpresa, la joven reclinó su cabeza sobre el hombro de Atem, agradecida por su muestra de afecto.
El faraón sonrió. No había lugar a dudas de que la noble alma de Ariadne solo sabía de bondad. Alguien tendría que enseñarle que la vida no es más que una lucha entre egoístas buscando lo mejor para sí. Pero ya habría tiempo para eso.
Atem pasó su brazo por el otro hombro de la princesa en un gesto protector. Por ahora solo estaban ellos dos y la espléndida puesta del sol de Egipto. La danza de los dioses.
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