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09 | Y el arrepentimiento vino después

Dicen que no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos.

Así se sentía Annette Leblanc. Desde pequeña la relación con sus dos hermanos había sido muy distinta. Ella era la mediana de la familia, y mientras que con Gustave parecía entenderse a la perfección, con Mathieu era otro cantar. Discutían cada dos por tres debido al carácter tan similar de ambos, y la mayor parte de ellas se basaban en discusiones absurdas que no les llevaban a nada. Es más, después de esos momentos pasaban unos días distanciados.

Con el paso de los años, y según iban madurando, la relación entre Annette y Mathieu se fue suavizando, y poco a poco lograron limar las asperezas del pasado. Pero la cercanía nunca llegó a ser la misma que con Gustave. En su momento Annette no le daba importancia a eso, tampoco sentía la necesidad de pasar más tiempo con su hermano pequeño pues no creía que tuvieran cosas en común, y de alguna manera prefería dedicar el tiempo a otras cosas. Mathieu de alguna manera era un extraño para ella.

Un día, cuando la relación entre ellos parecía que vislumbraba algo de luz entre las grietas, Annette recibió una llamaba que lo cambió todo. Jamás podrá olvidar la voz de Gustave al otro lado del teléfono. No le veía, pero era capaz de percibir su dolor, de sentir lo que él sentía, y de ver lo que él veía.

—Es Mathieu... —Gustave no dejaba de llorar mientras sostenía el teléfono. Le temblaban las manos—. Lo han asesinado, Anne. Han asesinado a Mathieu.

Pareció que el mundo se había parado después de que la voz de Gustave dijera aquellas palabras. Pero así se sentía, como si todo se hubiese detenido y ella no tuviera el poder de volver a ponerlo en marcha. Y es que por mucho que quisiera y lo intentara, jamás podría volver el tiempo atrás.

Cuando logró recuperarse del shock inicial, y aún con el miedo recorriéndole todo el cuerpo, se atrevió a hablar.

—¿Quién ha sido?

El silencio se hizo al otro lado de la línea. Sabía que Gustave no había colgado, ya que podía escuchar su respiración entrecortada. Necesitaba saber quién había asesinado a su hermano, aunque eso no sirviera para traerle de vuelta.

—Ava Dumont.

Y justo ese día la vida de Annette Leblanc no volvió a ser lo que era, porque aún tiene la espina clavada de la muerte de su hermano. Aún se tortura cada día porque piensa que quizá si la relación con él hubiese sido distinta, si tal vez se hubiera parado a conocerle, quizá Mathieu seguiría vivo.

Había algo que Annabelle adoraba desde que vivía con su tía: la gran biblioteca con la que contaba la casa. Le encantaba coger un libro y recostarse en el sillón cerca de la ventana. Podía pasarse horas en aquel lugar, y aun así no se cansaría. Era uno de sus rincones favoritos.

Esa pasión por la lectura se la debía a su madre. Larissa, cada noche después de acostar a su hija, se sentaba en el borde de la cama y sin dejar de sostenerle la mano le leía todo tipo de cuentos. Annabelle disfrutaba muchísimo cuando su madre le contaba historias sobre temidos piratas que surcaban los mares en busca de tesoros o criaturas mágicas que habitaban en bosques encantados.

Ahora, después de tantos años, seguía disfrutando como una niña pequeña. Además, leer le aportaba mucha paz. Una paz que en estos momentos y con los acontecimientos que le rodeaban, era de agradecer. Pues aún no había hablado con Ette sobre el tema de la invitación de la fiesta de los Dumont. Además se sumaba el hecho de que en su cabeza rondaba la idea de que Ava podría ser la sombra que vio aquella noche, aunque resultara difícil de creer pues Elisa le había contado que su tía estaba muerta. Y de Gauvian no había vuelto a tener noticias, y por una parte lo agradecía, pero sentía curiosidad por el animal parlanchín.

Se hallaba tan enfrascada en la lectura que no notó que Annette se había sentado a su lado. No fue hasta que la mujer soltó un pequeño estornudo, que levantó la vista del libro y se percató de su presencia.

—Eres muy silenciosa, Ette —Annabelle dejó el libro en la pequeña mesilla y centró la atención en su tía—. Algún día alguien se va a morir por tu culpa a causa de un susto.

A Annette no pareció gustarle mucho el comentario de su sobrina, pues su semblante cambió a uno más serio, y la sonrisa que adornaba su rostro fue reemplazada por un mueca de disgusto.

—No está bien bromear con la muerte —le reprendió.

Cuando vio la cara de la joven comprendió que quizá había sonado un poco borde, pero tenía poca tolerancia cuando alguien trataba el tema de la muerte como una broma. Para ella eso era algo bastante serio y con lo que no había que bromear.

Annabelle tomó la mano de su tía con una tierna caricia. Vio que la mujer parecía algo preocupada, además, las ojeras que poblaban sus ojos le dieron a entender que no había pasado una buena noche.

—¿Estás bien, Ette?

La verdad era que no lo estaba. Últimamente había estado pensando mucho en Mathieu. Dentro de poco iba a ser su cumpleaños, y aunque hacía dos años de su muerte, todavía era incapaz de pasar página. Seguía anclada en el pasado, en aquel día que marcó su vida para siempre. Llegó a la conclusión de que era hora de contar la verdad a su sobrina. Annabelle se merecía saber cómo había muerto su tío, y lo más importante de todo, se merecía saber que había algo más allá de la vida que ella conocía.

———♦———

Debe de ser muy duro vivir con el remordimiento de que quizá si hubieras actuado de otra manera, las cosas serían diferentes...

El momento de que Annabelle conozca la verdad ha llegado. ¿Cómo creéis que reaccionará? ¿Se esperará la respuesta de su tía?

Espero vuestros comentarios, y nos vemos en el próximo capítulo 💙


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