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María Soledad Morales: El inicio de las marchas del silencio en Argentina

Por patri_new


María Soledad estaba en el último curso del secundario en el Colegio del Carmen y San José. Era la segunda de siete hijos en una familia humilde. Su madre, Ada, era maestra y su padre, Elías, remisero. Era una mujer joven, una chiquilina que soñaba con ser modelo.

La noche del viernes 7 de septiembre de 1990 —madrugada del sábado 8— María Soledad fue a la fiesta que, junto a sus amigos, habían organizado en el boliche Le Feu Rouge para ayudar a pagar el viaje de egresados a los compañeros que menos tenían, entre ellos, ella misma. Faltaba menos de una semana para que cumpliera dieciocho años.

—Todavía me acuerdo de su imagen, con el pelo largo, con su jean y polera negra. Le habíamos dado permiso para que se quedara a dormir en la casa de su compañera Marisa después del baile en Le Feu Rouge —recordaba su madre, Ada Rizzardo, allá por 1996, seis años después del crimen, cuando todavía no había nadie condenado.

Después de la fiesta, esperaba que la pasara a buscar Luis Tula, un hombre 12 años mayor que ella, casado con Ruth Salazar. Tula era, secretamente, su novio, su amor. Era a él a quien le escribía los versos que quedaron sin corresponder en uno de sus cuadernos. Quienes la conocían dijeron que ella hacía lo que fuera por él, que sus deseos eran, en el peor sentido de la palabra, órdenes.

Luis Tula.

Cerca de las tres de la mañana se quedó sola en una parada de colectivo de la calle Maipú en la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca. Tula pasó finalmente a buscarla. No fue sin embargo una noche romántica.

Siguieron en otra discoteca, Clivus, donde se sumaron las drogas y la verdadera lacra de esta historia: los amigos de Luis, los hijos del poder: Guillermo Luque (hijo del entonces diputado nacional Ángel Luque), Pablo y Diego Jalil (sobrinos del intendente ). Miguel Ángel Ferreyra (hijo del jefe de la Policía) y Arnoldo Saadi (primo de Ramón Saadi, el gobernador de la provincia).

Lo que siguió esa noche se convirtió en misterio a causa de la complicidad y la impunidad del poder de la época. Luis la entregó. Y todos se divirtieron con ella. Después se borraron huellas digitales, se retractaron testigos, se confundieron relatos, se inventaron coartadas. Sabemos, sí, que esa noche María Soledad consumió cocaína (o fue obligada a consumirla), que fue violada y violentada. Cuando la encontraron, tenía la mandíbula fracturada, quemaduras de cigarrillo, desgarros vaginales y anales, le faltaba cuero cabelludo y un ojo, parte de su cuerpo había sido comido por los cerdos. Había sido arrojada a un descampado a la vera de la ruta 38.

El día después del baile al que María Soledad asistió, Ada Rizzardo, su madre, recuerda claramente que estaba en el lavadero de su casa, en donde lavaba los uniformes de los chicos.

—Fue un sábado, yo estaba ahí y de repente escuché clarito la voz de Sole que me decía 'mami'. Me invadió una angustia muy grande, sabía que algo pasaba. Lo busqué a Elías, que estaba arreglando una bici al otro lado de la casa, y le pedí que vaya a buscarla. El me dijo que no exagere, que ella se había quedado a dormir en la casa de una compañera y que a las 4 volvería. —Recuerda con lágrimas en sus ojos.

Luego de convencer a su marido, fueron a la casa de la compañera de Sole a buscarla, pero ella no estaba allí y tampoco había ido a dormir.

La encontraron tres obreros de Vialidad el lunes 10 de septiembre a las nueve y media de la mañana.

Todavía no se utilizaba el término femicidio. Pero lo fue y de una forma brutal.

Los detalles de la autopsia fueron espeluznantes. Fue violentada por al menos cuatro personas; su muerte se produjo por una sobredosis de cocaína tan elevada que los peritos establecieron que sólo pudieron habérsela administrado por vía endovenosa. A tal punto había sido desfigurada que su padre la reconoció por una pequeña cicatriz en una de sus muñecas.

La noticia corrió como reguero de pólvora en una ciudad donde todos se conocen y empezaron a tejerse todo tipo de comentarios y conjeturas, primero en los medios locales, luego en los nacionales. Y como en tantos otros casos, la víctima comenzó a ser culpabilizada: que si salía con un hombre casado, que si fue un crimen pasional, que si la mató la esposa despechada, que si era una chica "rápida" o había consumido drogas en más en una orgía.

Pero sus compañeras no lo creyeron así. Como muchas personas en la provincia, dirigieron sus miradas a "los hijos del poder". A aquellos de los cuales se sabía que se aprovechaban de chicas jóvenes, nunca eran investigados y gozaban de total impunidad. Todas las sospechas conducían a ellos y al encubrimiento. José Antonio Leguizamón fue el jefe del operativo cuando se halló en cuerpo. Y no sólo no notificó de inmediato al juzgado de turno, como indicaba el procedimiento, sino que mandó a lavar el cadáver antes de la autopsia. Leguizamón dependía directamente de su Jefe, Ferreyra, y del gobernador Saadi.

Los rumores crecieron y apuntaron a personajes concretos, muchos vinculados con los funcionarios de un gobierno local caracterizado por las prácticas feudales de la familia Saadi, en el poder desde hacía décadas y con mucho apoyo en el gobierno nacional de entonces, presidido por Carlos Menem.

"La Catamarca en que fue asesinada María Soledad se caracterizaba por ser una sociedad donde el rumor se identificaba con la verdad. Donde la amenaza era una metodología política. Donde el empleo público era una forma de dominación impuesta por el gobierno. Donde el poder político hacía gala del más crudo nepotismo. Donde los hombres de ese poder tomaban decisiones en un prostíbulo" ¹. ¡Cómo iban a pensar que una maestra, un remisero, un grupo de adolescentes y una monja iban a representar algún tipo de peligro!

Las compañeras de la Sole lo sabían y su directora, la monja Martha Pelloni, las apoyó: el viernes 14 de septiembre de 1990, unos dos mil adolescentes salieron espontáneamente a manifestarse contra el esquema feudal con que Catamarca había edificado una sociedad endogámica. Habían pasado nada más que cuatro días desde que apareciera el cuerpo sin vida de María Soledad. La protesta estaba encabezada por Ada y Elías Morales y los acompañaba la hermana Martha Pelloni. Había nacido una nueva forma de protesta en nuestro país: las marchas del silencio.

El reclamo de justicia provocó una movilización social sin precedentes en la provincia: 82 marchas se realizaron, todas los días jueves, llegando a reunir un promedio de 25 mil asistentes.

Lo que siguió fue un gigantesco montaje político, judicial y mediático. Menem intervino la provincia enviando nada menos que a Luis Patti para esa tarea. Miles de horas de televisación. Un interminable juicio transmitido en vivo por primera vez por las pantallas de TV. El gobernador Ramón Saadi debió renunciar.

A María Soledad a mató un poder político que gozaba de la impunidad para hacerlo.

El juicio oral por el asesinato tuvo varias instancias, algunas de las cuales debieron suspenderse por sospechas de fraude. Hubo que completar el tribunal con jueces de otras provincias, porque todos en Catamarca eran parientes o amigos de acusados, sospechosos o testigos.

Recién en febrero de 1998 hubo dos imputados que fueron condenados: Guillermo Luque, a veintiún años de prisión, y Luis Tula a nueve, ambos acusados del delito de "violación seguida de muerte agravada por el uso de estupefacientes".

Tula cumplió la totalidad de la condena, mientras que Guillermo Luque pasó en prisión siete años menos de lo estipulado. Cuando salió en libertad condicional sólo afirmó: "Fui un preso inocente". Años antes, su padre Ángel Luque, había sido echado del Congreso por sus pares, por las declaraciones que había realizado sobre el tema: "Si mi hijo hubiera sido el asesino, el cadáver no hubiera aparecido, tengo todo el poder para eso", había dicho lo más campante frente a las cámaras de televisión.

Ada, la madre de Soledad, manifiesta que lo único que pide para lo que le resta de vida, es poder continuar con su familia cerca y ver crecer a sus nietos; que nunca les falte nada a ninguno y que no pierdan la fe en el futuro. Otro de sus deseos, es poder ayudar a quienes tienen menos que ella, pero con bronca expresa su imposibilidad, porque no tiene nada.

—¿Y la plata del juicio? —le preguntó un periodista.

—¿Cuál? Si jamás recibimos un peso, los condenados se declararon insolventes. Con Elías pensamos que si recibíamos algo sería para el Hospital de Niños, en agradecimiento por todas las veces que atendieron a nuestros otros hijos. Pero jamás vimos un peso.

Elías Morales falleció en agosto de 2016 a los 71 años.


¹. Extracto del libro "No llores por mí, Catamarca: la intriga política de un crimen" de Alejandra Rey y Luis Pazos.


Fuentes

- Crimen y justicia. Joaquín Sánchez Mariño - Infobae

- El brutal crimen que hizo caer una dinastía feudal en los noventa. Juan Manuel Trenado -La Nación.

- Historia de un femicidio que conmocionó al país. Periodismo Popular

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