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Los Doce Apóstoles: El motín de Sierra Chica

Por@patri_new


La vida es muy peligrosa. No para los que hacen el mal, sino para los que se sientan a ver lo que pasa.

Albert Einstein

Cuida tus pensamientos porque se convertirán en tus palabras. Cuida tus palabras porque se convertirán en tus actos. Cuida tus actos porque se convertirán en tus hábitos. Cuida tus hábitos porque se convertirán en tu destino.

Mahatma Gandhi


El motín carcelario iniciado en la tarde del sábado 30 de marzo de 1996, en la Unidad Penal N° 2 de Sierra Chica, partido de Olavarría, Provincia de Buenos Aires, pasó a la historia como el más sangriento de la historia argentina.

Trece presos con edades entre 25 y 41 años, eligieron ese día, que era el sábado de la Semana Santa, porque en esas fechas las medidas de seguridad eran más relajadas, e intentaron fugarse por la entrada principal.

El levantamiento comenzó poco después de las 14. Duró ocho días. Tuvo ocho muertos y 17 rehenes. Los cabecillas tenían fuertes condenas. El plan salió mal: Los guardias los enfrentaron a tiros y mataron a uno, por lo que los doce restantes fueron conocidos desde entonces como "Los Doce Apóstoles". Retrocedieron y se atrincheraron en un pabellón.

Pero no se encerraron solos. Tomaron guardias y otros presos, testigos de Jehová, como rehenes. Otros mil quinientos internos se adhirieron al levantamiento.

El director del penal intentó negociar. En respuesta, dos balazos le pasaron por al lado. El autor de los disparos fue Marcelo Alejandro Brandán Juárez condenado a 19 años y medio de prisión. Nunca quedó claro cómo había conseguido el arma.

Siete horas más tarde, la jueza y su secretario ingresaron al penal para hablar con los protagonistas del motín.

—Ustedes no saben el cagadón que se están mandando —les dijo la magistrada a los dos presos que la amenazan con una pistola.

—Callate, vigilanta —le contestaron.

Los dos funcionarios judiciales pasaron a engrosar la lista de rehenes. Horas después, el número creció: como había dos penitenciarios heridos, los presos aceptaron dejarlos ir. A cambio, pidieron el ingreso de otros cuatro. Sus deseos fueron órdenes.

Mientras el motín conmocionaba a todo el país, el clima en el penal tomaba temperatura. La guerra declarada entre el bando liderado por Brandán Juárez y la facción encabezada por Agapito Lencina —condenado a perpetua— no tardó en desatarse. La cacería comenzó a las 10 de la mañana del lunes 1° de abril. Hugo Barrionuevo Vega, del grupo de Agapito, fue rodeado por cuatro presos. Le dieron un balazo y lo remataron a puñaladas.

La masacre continúo con otros seis crímenes. Todo en menos de media hora. La víctima más codiciada, Lencina, intentó defenderse. Hirió a Brandán Juárez en un brazo y salió corriendo. Le dieron un tiro en la nuca y luego lo apuñalaron.

Los cuerpos fueron arrastrados hasta el pabellón de castigo. Allí los descuartizaron con un hacha. Trasladaron los pedazos en ollas, tapados con frazadas, y los incineraron en un horno de la panadería del penal. El humo blanco invadió el techo del penal.

El último asesinato lo cometieron durante la madrugada del día siguiente. José Cepeda Pérez se negó a participar de los descuartizamientos. Esa fue su condena a muerte. Lo destrozaron a cuchillazos.

Los líderes del motín reinaban en la cárcel. Hubo violaciones entre los presos. En la carpintería obligaban a internos a cavar un túnel que quedó inconcluso. Un grupo de homosexuales se encerró en la parroquia.

Durante la investigación, testigos contaron que antes de quemar los cuerpos, jugaron al fútbol con la cabeza de Agapito. Otros, que con algunos de los cadáveres se hicieron empanadas que luego fueron convidadas a los rehenes.

—¿Te gustó? Te acabás de comer un preso —le dijeron a uno de los guardias después de que probara una.

Durante las horas que duró la matanza hubo gritos y disparos. Los rehenes pensaron que habían entrado a rescatarlos y temieron un baño de sangre. No era una idea tan alocada: el gobierno bonaerense, encabezado por Eduardo Duhalde, evaluó montar un golpe comando con 150 guardias para retomar el control del penal. A último momento, se pensó que era una jugada demasiado arriesgada.

Los primeros días las negociaciones estuvieron empantanadas. "Los Doce Apóstoles" querían armas y móviles para escapar. Soñaban con una fuga "a la brasileña", en referencia a un motín en la ciudad de San Pablo que terminó cuando los internos obtuvieron medios para huir.

—Queremos pirarnos o matamos a los rehenes. —Fue el mensaje. Las víctimas, en realidad, no serían los rehenes sino sus enemigos dentro de la cárcel.

Los presos eligieron dos delegados más "diplomáticos". Ellos funcionaron como interlocutores con los representantes del Gobierno. El jueves 4 de abril, Jueves Santo, entregaron un petitorio. El Gobierno se comprometió a acelerar las causas judiciales y a aplicar la ley conocida como "dos por uno", que permitía contar dobles los días en prisión después de dos años sin sentencia. Las autoridades también accedieron a una condición de "Los Doce Apóstoles": ser trasladados a un penal federal, por miedo a venganzas.

—Los muchachos no quieren más. Van a entregar el penal, pero el domingo —informó Germán Balizán Sarmiento, uno de los negociadores, a la por entonces subsecretaria de Justicia provincial, María del Carmen Falbo.

—¿Por qué recién el domingo? —preguntó la funcionaria. La respuesta la dejó helada: los presos querían llegar a ese día para que el sangriento motín se convirtiera en el más extenso de la historia argentina.

Finalmente llegó el domingo. Domingo de Pascua. El obispo de Azul, garante del acuerdo, rezaba en la puerta del penal. Los móviles esperaban por la liberación de los rehenes. Pero Brandán Juárez tenía preparada su última sorpresa. "Yo no entrego el penal si no me traen a mi vieja", reclamó a los gritos, mientras revoleaba un arma. El pedido volvía a trabar todo: la mujer no podía llegar antes de las 20 y el operativo debía suspenderse hasta el otro día.

—No se haga drama, jefe. Tráigame unas pastillas que yo se lo arreglo —aseguró un preso viejo.

Su plan no falló. Brandán Juárez, al que también conocían como "Falopa", tomó las drogas sin dudarlo. Buscaba calmarse hasta que llegara su mamá. Fue el golpe de knockout. Salió de la cárcel encorvado, casi sin poder caminar, en una imagen que simbolizó el fin del motín.

En febrero del 2000 comenzó el juicio por el motín, que por la peligrosidad de los presos se realizó en el penal de máxima seguridad de Melchor Romero en La Plata. Utilizando por primera vez en el país un sistema de transmisión de imágenes y audio que conectaba a los acusados, encerrados en tres celdas, a la sala de audiencias preparada al efecto a unos 200 metros de allí, donde los jueces tomaban las declaraciones, en tanto la seguridad estuvo a cargo de un centenar de guardias.

Los presos, que estaban acusados de homicidio simple, privación ilegítima de la libertad calificada, tentativa de evasión y tenencia de arma de guerra, entre otros delitos, mantuvieron un pacto de silencio y afirmaron que nada habían hecho y que nada habían visto.

La ausencia de los cuerpos de las víctimas debido a su cremación era el hecho en que basaban su defensa. El Tribunal, sin embargo, consideró probado los homicidios: al retomar las autoridades el control de la cárcel faltaban 8 presos, los peritos encontraron dientes humanos en el horno y algunos presos declararon cómo habían cortado y quemado los cuerpos. El 10 de abril del 2000 Jorge Pedraza, Juan Murguia, Marcelo Brandán Juárez, Miguel Acevedo, Víctor Esquivel y Miguel Ángel Ruiz Dávalos fueron condenados a reclusión perpetua. Ariel Acuña, Héctor Galarza, Leonardo Salazar, Oscar Olivera, Mario Troncoso, Héctor Cóccaro, Jaime Pérez y Carlos Gorosito Ibáñez recibieron 15 años de prisión. Para Daniel Ocanto y Lucio Bricka la condena fue de 12 años, para Guillermo López Blanco se compensaron los seis meses de condena con el tiempo que pasó en prisión preventiva y Alejandro Ramírez fue absuelto.




Fuentes:

- Motín de Sierra Chica: Wikipedia.org

- Archivos Diario Clarín - Página 12 - Perfil.

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