Capítulo XXXIX - Epoximise
ARESTO MOMENTUM
— CAPÍTULO XXXIX —
❝ E p o x i m i s e ❞
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Como la gran mayoría de los fines de semana, los cinco inseparables amigos decidieron aprovechar aquella harmoniosa mañana de sábado para pasearse por los jardines del castillo, cada vez más helados. La presencia de la nieve, aun resultando demoledora para sus energías, no podía compararse con el efecto que los sucesos habían podido tener sobre ellos.
Pese a que el tema no había vuelto a ser mencionado entre los muchachos, ninguno podía negar que hubiera estado meditando acerca de la leyenda de la Cámara de los Secretos, así como de la existencia del supuesto heredero de Slytherin.
Ya fuera por el pavor o el respeto a tratar un tema tan escabroso, ninguno se atrevió a tratar el asunto... al menos, hasta aquella mañana.
—¿Quién podría ser? —se preguntó Ron en un tono apaciguado, como si continuara una conversación que hubieran estado manteniendo, a medida que avanzaban hacia el Lago Negro—. ¿Quién querría echar de Hogwarts a todos los squibs y los de familia muggle?
Hermione soltó un suspiro que se vio convertido en vaho ante ella; no quería prender de nuevo las brasas avivadas la noche anterior, demasiado concentrada en aquella misma pregunta como para tan siquiera llegar a conciliar el sueño.
—Pensemos —se añadió Harry, frotándose ambas manos, las que llevaba recubiertas con sus guantes de lana encarnada—. ¿Conocemos a alguien que piense que los que vienen de familia muggle son escoria?
Cedric no pudo evitar soltar una carcajada irónica ante aquel comentario, y Susan miró hacia atrás, poco convencida.
—Si te refieres a Malfoy... —susurró ella con cierto apuro, como si temiese ser escuchada por alguien más.
—¡Naturalmente! —objetó el pelirrojo con total convencimiento—. Ya lo oísteis: «¡Seréis los próximos, sangre sucia!». Venga, no hay más que ver su asquerosa cara de rata para saber que es él...
—¿Malfoy, el heredero de Slytherin? —comentó escépticamente Hermione, queriendo creer que no fuese cierto.
—Fíjate en su familia. Todos han pertenecido a Slytherin, él siempre alardea de ello —manifestó Cedric, ajustándose la bufanda en el cuello—. Podrían perfectamente ser descendientes del mismísimo Slytherin. No nos engañemos, su padre es un verdadero hijo de puta.
—¡Cedric! —lo reprendió Susan, y el Hufflepuff le guiñó un ojo, dedicándole una pícara sonrisa.
—¡Podrían haber conservado durante siglos la llave de la Cámara de los Secretos! —prosiguió Ron—. Pasándosela de padres a hijos...
—Sí, podría ser... —declaró Harry con cierta inquietud—. Pero, en el caso de que lo fuera, ¿cómo podríamos demostrarlo?
Habían sido demasiadas las horas que Hermione había dedicado en meditar la respuesta a aquella pregunta como para mantenerla sellada entre sus labios tímidos.
—Habría una manera. Por supuesto, sería difícil. Y peligroso, muy peligroso —admitió ella, abajando la voz lo suficiente como para ser solamente escuchada por sus amigos—. Calculo que quebrantaríamos unas cincuenta normas del colegio.
—¿Desde cuando es eso un problema? —sonrió Harry, gesto que fue imitado por sus amigos, a excepción de la castaña, que le contemplaba con su característica mueca de sensatez.
—Tendríamos que entrar en la sala común de Slytherin y hacerle a Malfoy algunas preguntas sin que sospeche que somos nosotros —anunció finalmente.
Los cuatro restantes se contemplaron entre ellos con el ceño fruncido, no comprendiendo la lógica de aquel planteamiento por más que se esforzaran en planteárselo.
—Pero eso es imposible —se atrevió a sentenciar Susan, hablando por los demás.
—No, no lo es —repuso Hermione con total seguridad—. Lo único que nos haría falta es una poción multijugos.
—¿Qué es eso? —preguntaron a la vez Harry y Ron, acompasando sus palabras.
La Gryffindor puso los ojos en blanco, demostrando el fastidio que sentía ante aquella pregunta, a su parecer, tan condenadamente absurda.
—¡No me lo puedo creer! —se quejó ella—. ¿Acaso no sabéis estar atentos en ninguna clase?
—¿Piensas que no tenemos nada mejor que hacer en la clase de Pociones que escuchar a Snape? —sonrió Ron con cierta picardía.
La muchacha, defraudada, negó un par de veces con la cabeza, logrando esbozar una sonrisa de complicidad en los rostros de sus compañeros.
—Esa poción lo transforma a uno en otra persona. ¡Pensad en ello! Nos podríamos convertir en cinco estudiantes de Slytherin —manifestó su hablar decidido—. Nadie nos reconocería, y seguramente Malfoy nos diría algo. Lo más probable es que ahora mismo esté alardeando de ello en la sala común de Slytherin...
—Esto del multijugos me parece un poco peligroso —declaró Harry, frunciendo ligeramente el ceño—. ¿Y si nos quedamos para siempre convertidos?
—El efecto se pasa después de un rato —se añadió Cedric, haciendo un gesto con la mano como para descartar ese inconveniente—, pero lo realmente difícil será conseguir la receta.
—Snape dijo que se encontraba en un libro llamado Moste Potente Potions que se encuentra en la Sección Prohibida de la biblioteca —corroboró Hermione, acariciándose tímidamente los rizos con sus dedos, buscando la solución adecuada.
Los cinco sabían con certeza que solamente había una manera de conseguir un libro de la Sección Prohibida, y no era otra que con el permiso por escrito de un profesor... algo que no resultaría precisamente fácil de conseguir.
—Será complicado explicar para qué queremos ese libro si no es para hacer alguna de las pociones —exclamó Susan, poco convencida.
—Es cierto... aunque... —balbuceó Hermione, intentando ordenar adecuadamente sus palabras—. Si consiguiéramos dar la impresión de que estábamos interesados únicamente en la teoría... quizá tendríamos alguna posibilidad.
—No te fastidia... ningún profesor se va a tragar eso —descartó rápidamente Ron—. Tendría que ser muy tonto...
Fue precisamente aquel último comentario el que logró que los ojos castaños de Hermione se iluminaran con fulgor, ante la descabellada idea que acababa de atravesarle los pensamientos.
Después de todo, quizá resultaría aún más sencillo de lo que hubiera podido imaginarse.
***
Bajo los escasos rayos de luz que ofrecía aquel hermoso atardecer, las dos muchachas restaban acomodadas en uno de los bancos de piedra de los jardines: la más joven, con la varita en mano, intentaba conjurar uno de los hechizos impartidos en la clase de Transformaciones, mientras su compañera contemplaba con afán las escasas hojas que restaban tomadas de las ramas de los árboles nevados, dejando pasar el tiempo.
—¡Epoximise! —conjuró la pelirroja, y una centella imperceptible salió de la punta de su varita, aterrizando sobre aquel objeto que se aguantaba sobre sus rodillas.
La castaña, interesada en el resultado, apartó sus ojos pardos de las ramas de los árboles y observó con fijación el logro de su compañera.
—Bueno... —manifestó ésta—. No sé si es lo que esperaba.
Sosteniéndola entre sus manos, ambas muchachas contemplaron como aquella varita de madera de fresno, encontrándose dividida en dos partes, se sujetaba vagamente por una peculiar masa pegajosa de su mismo color.
—A mi humilde parecer, sigue siendo mejor idea que la cinta adhesiva —alegó Hermione—. Ha sido un buen intento, Susan.
—Por casualidad, ¿no sabrías de algún otro conjuro?
La Gryffindor negó con la cabeza, haciendo que la Hufflepuff dibujara una mueca de resignación en su rostro anaranjado.
—Creo que la única solución será que Ron se compre una varita nueva —dictaminó ella, viendo el estado de la actual—. Aunque él no se atreve a pedírsela a su madre, por miedo a que le envíe otro vociferador, tachándole de irresponsable.
—No le faltaría razón.
Ambas muchachas rieron amigablemente, recordando el suceso en el Gran Comedor.
Sin embargo, el sonido de su carcajada conjunta se vio eclipsada por la campanada estridente que proyectó el Gran Reloj, justo cuando las manecillas anunciaron la hora.
Hermione y Susan se contemplaron entre sí.
—¿Estás segura que se encuentra por los terrenos? —le preguntó la pelirroja, aún con cierta desconfianza.
—Completamente —alegó la castaña, alzándose del banco de piedra y colocándose correctamente la bufanda alrededor del cuello—. Adora los paseos al atardecer. Lo dice en Vacaciones con las brujas.
—¡Es verdad! ¿Cómo he podido olvidarlo? —se recriminó Susan, ante lo que su compañera sonrió con humildad—. Seguro que lo consigues, Hermione. Dudo que se haga de rogar.
—Eso espero —suspiró ella, intentando deshacerse de su angustia interna—. ¿Me esperas aquí, entonces?
La Hufflepuff asintió convencida, y ambas volvieron a dedicarse una sonrisa, deseándose suerte sin la necesidad de proferir palabra alguna.
Así, acumulando todo el coraje que le fuera posible, Hermione emprendió su recorrido en dirección a los terrenos de Hogwarts, donde estaba segura que se encontraría con su objetivo.
No podía negar que estuviera nerviosa ante aquel encuentro estratégicamente previsto. Sus manos se veían sometidas a un temblor inquieto e incontrolable, y su respiración se encontraba entrecortada gracias al latir inconstante de su corazón, aunque decidido, muchas veces endeble.
La sutil atracción que podía llegar a sentir por estar a punto de quebrantar una vez más las normas se veía eclipsado por el pavor que le producía el pensar que todo podría llegar a salir mal ante la más mínima equivocación por su parte.
Intentando deshacerse de aquellos pensamientos, la muchacha negó con la cabeza y, inspirando aire profundamente, apresuró su andar, convenciéndose de que podría salirse con la suya una vez más. Había mucho que dependía de ella... y lo lograría, costara lo que costara.
En la lejanía, distinguió perfectamente la silueta que estaba buscando: era imposible confundir aquellos cabellos rubios perfectamente ordenados, así como aquel porte distinguido que le caracterizaba.
Tosiendo un par de veces, Hermione se aclaró la garganta, dispuesta a hacerse notar.
—¡Profesor Lockhart!
El hombre detuvo su paso en aquel mismo instante, no tardando en vislumbrarla desde su posición: a paso firme, la castaña se acercó hasta él con una sonrisa dibujada entre sus mejillas sonrosadas.
—¡Si es la Srta. Granger! —la recibió el hombre con entusiasmo.
—Disculpe que le moleste —se excusó ella, pasándose un mechón de pelo rizado tras la oreja derecha con cierta coquetería—. No es mi intención importunar sus quehaceres en su día libre.
—Oh, no te preocupes, Hermione. Siempre tengo tiempo para una de mis más excelsas seguidoras.
—Yo querría... querría sacar este libro de la biblioteca. Sólo para una lectura preparatoria —tartamudeó la muchacha, entregándole el trozo de papel que portaba con la mano ligeramente temblorosa—. El problema es que se encuentra en la Sección Prohibida, así que necesito el permiso por escrito de un profesor. Estoy convencida que este libro me ayudaría a comprender lo que usted explica en Una vuelta con los espíritus malignos sobre los venenos de efecto retardado.
—¡Ah, Una vuelta con los espíritus malignos! —sonrió Lockhart, tomando la nota de los dedos de Hermione—. Creo que es mi favorito. ¿Te gustó?
—¡Sí! —asintió ella con emoción—. ¡Qué gran idea la suya de atrapar al último con el colador de té!
—¿Verdad? Creo que ha sido de mis más brillantes ocurrencias —admitió con cierta presunción, admirando detalladamente la nota que la muchacha le había entregado—. Bueno, estoy seguro que a nadie le parecerá mal que ayude un poco a la mejor estudiante del curso.
El profesor registró con esmero los bolsillos de su túnica, sacando entre sus dedos, recubiertos por aquellos elegantes guantes de piel, una preciosa pluma de pavo real. Decidido, acercó la punta de ésta y garabateó una floreteada firma sobre el papel, devolviéndoselo rápidamente a Hermione, que lo admiraba con los ojos llenos de gratitud.
—Espero que te sirva de ayuda, pues —le deseó el profesor, dedicándole de nuevo una sonrisa—. A propósito, ¿cuál ha sido de mis obras tu favorita?
—Hay mucho donde elegir, señor... pero creo que me quedaría con Paseos con los hombres lobo —alegó ella con humildad—. La forma en la que usted rescata al pueblo de hombres lobo... ¡y su deseo de obtener la armonía entre la gente mágica y la gente no mágica! Debo admitir que ha sido una lectura realmente encantadora, profesor.
—¡Celebro que te gustara! —exclamó él, entusiasmado—. Sí, lo cierto es que es uno de los episodios más célebres de mi vida.
—¿No sintió miedo, profesor? —le preguntó la muchacha, llena de curiosidad—. Ya sabe... con todas las aventuras que ha vivido a lo largo de sus años.
—Nadie llega a la cumbre acompañado por el miedo, Hermione. Recuérdalo.
—¿No es esa una frase de su autobiografía El Encantador?
—¡Justamente! Me asombra tu esmerado estudio de mis obras —se enorgulleció—. Me parece que deberé incluirte en los agradecimientos de mi próximo libro.
Los ojos de la Gryffindor se plagaron de emoción.
—¿De verdad? —preguntó ella, no creyéndose lo que el hombre acababa de decirle—. ¡Oh, profesor! ¡Es usted tan prodigioso!
Rebosante de felicidad, Hermione le dedicó entonces una entregada y cálida sonrisa, sintiéndose completamente afortunada.
Sin embargo, el toser que sonó a sus espaldas se encargó de esfumar cualquier rastro de algazara que restara en su rostro jovial.
El corazón de la muchacha dio un vuelco al reconocer aquel carraspear tan característico tras de su persona. Pocos sabían imponer semejante respeto mediante un simple gesto como aquel lo era... tan pocos, que sabía que solo podía tratarse de él.
Intentando disimular como mejor supo su respiración notablemente entrecortada, la muchacha hizo de tripas corazón y giró lentamente sobre sus talones, encontrándose con aquel rostro cetrino del que, a la luz del atardecer, se acentuaban notablemente las facciones.
La castaña contempló con cautela su característico ceño fruncido, su prominente y recia nariz, sus labios turgentes y sellados y su barbilla alzada con cierta soberbia.
Sin poder evitarlo, tragó saliva. No podía decirse que el profesor Snape no fuera un hombre atractivo.
—¿Interrumpo algo? —demandó su voz profunda, devolviéndola a la realidad.
Hermione exhaló el aire que le faltaba con necesidad y condujo la vista al suelo, intentando encontrar las palabras adecuadas para justificarse.
—¡En absoluto, Severus! —respondió Lockhart por ella—. Solo estaba atendiendo a la Srta. Granger, que ha venido a pedirme una autoriz-...
—¡Un autógrafo! —lo interrumpió, intentando camuflar sus verdaderas intenciones—. Me considero una ávida lectora de las novelas del profesor Lockhart, así como una gran simpatizante de su obra, y no quería desaprovechar tan preciada ocasión.
Los labios de Snape se sellaron en una perfecta línea recta.
—Ya veo... —añadió el hombre con cierta incredulidad.
Profesor y alumna volvieron a escrutarse de nuevo con la mirada: sin embargo, esta vez los ojos de Snape no pasaron por alto el poderoso detalle que suponía aquel trozo de papel que la muchacha parecía esconder entre sus manos... algo de lo que ella se percató y que la puso aún más nerviosa.
Entretanto, Lockhart contemplaba escéptico la escena, no acostumbrado a no ser el centro de atención.
—Esto... —balbuceó con voz tenue, haciendo recaer ambas miradas sobre sí—. ¿Qué necesitabas, Severus?
El profesor de Pociones no supo disimular aquella mueca de fastidio que invadió su rostro al observar a su compañero. No hacía falta ser el mejor alumno en Adivinación como para darse cuenta que Lockhart no era santo de su devoción.
—Quería comentarte un par de detalles acerca del Club de Duelo... aunque esperaba poder hacerlo sin espectadores de por medio —alegó con firmeza, y volvió a clavar sus ojos oscuros sobre la figura de la Gryffindor, que permanecía estática frente a sí, contemplándole con curiosidad, como si se encontrara absorta por él—. ¿A qué espera, Granger? ¿A que le firme el libro de Pociones?
Hermione parpadeó un par de veces, saliendo de aquel trance, e incómoda tosió, alisándose con nerviosismo las puntas de la falda que le colgaba a la altura de las rodillas.
—Oh, disculpe, yo... me retiro... —balbuceó ella, y seguidamente le dedicó una sonrisa forzada a su docente de Defensa Contra las Artes Oscuras—. Gracias por su tiempo, profesor Lockhart.
—¡No me las des, Hermione! —la excusó él, dedicándole una de sus radiantes y estudiadas sonrisas—. No podría hacerse menos para la mejor de mis alumnas.
El hombre no dudó en guiñarle un ojo con picardía, gesto que hizo enrojecer las mejillas de la muchacha y que provocó que Snape, siendo testigo de la escena, apretara los nudillos con fuerza, ocultándolos bajo su capa azabache.
—Le agradezco mucho la consideración, profesor Lockhart —añadió la Gryffindor con cierta timidez, y antes de emprender el paso, se atrevió a dirigir una vez más sus ojos castaños en dirección al hombre de rostro cetrino—. Profesor Snape.
El murciélago no articuló palabra alguna, aunque Hermione tampoco lo necesitó: sus ojos plagados de enojo le indicaron que allí terminaba tan amarga conversación.
Decidida, retomó su andar en dirección al castillo, y cuando se encontró a una distancia lo suficientemente prudente de ambos hombres, contempló aquella nota que sostenía entre sus dedos firmes.
Sin poder evitarlo, su sonrisa se ensanchó, y supo perfectamente que no se debía al hecho de encontrarse cada vez más cerca de alcanzar la verdad, ni tampoco a la satisfacción de haberse salido con la suya... más bien habían sido las llamas ardientes de cólera dibujadas en las orbes oscuras de Snape las que habían hecho brotar aquel hilo de esperanza en su interior.
Tras su marcha, ambos hombres se mantuvieron estáticos en su correspondiente lugar, contemplándola alejarse hacia el gran portón.
—¿Qué querías comentarme, Severus? —se cuestionó Lockhart, algo desesperado ante aquella extraña situación.
—De hecho... —exclamó Snape, siendo espectador de los pasos tímidos de Hermione alejarse de su persona—. Quería saber si has encontrado ya a tu ayudante.
—Le ofrecí el honor al profesor Flitwick, pero rehusó mi petición —esclareció el hombre—. Se ve que uno de sus parientes se ha infectado de Spattergroit y tendrá que visitarlo periódicamente.
Snape ahogó la carcajada que deseaba salir precipitada de entre sus labios turgentes, sabiendo de antemano que aquella era posiblemente la mentira más rebuscada que el medio duende había podido llegar a inventarse en sus años de docencia, pues no tenía familia conocida.
A fin de cuentas, le comprendía. Nadie en su sano juicio aguantaría al ególatra de Lockhart más de lo necesario... nadie, a excepción de él y de sus ganas de demostrarle al alumnado cómo de incompetente era aquel al que tenían por profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. En especial, a la pequeña de cabellos rizados y castaños que marchaba hacia el castillo con la firma de Lockhart entre sus tímidas manos.
—Olvídate de Filius —exclamó entonces su voz firme, entonando las palabras con la mayor convicción posible, aunque ni él mismo pudiera llegar a creer que se encontrara a punto de firmar el que podría ser uno de los mayores errores de su vida—. Yo te ayudaré con el Club de Duelo.
***
Madame Pince levantó el papel a contraluz, dispuesta a detectar una posible falsificación. Al otro lado del pupitre, los cinco muchachos la observaban con nerviosismo, intentando disimular el pavor que les causaba la idea de llegar a ser descubiertos.
Sin embargo, transcurridos aquellos inagotables segundos que para ellos resultaron una eternidad, la mujer, alzándose de su asiento, caminó orgullosamente por entre las elevadas estanterías de la Sección Prohibida y regresó unos minutos después, llevando con ella un gran libro de aspecto mohoso, el cual ofreció a Hermione.
La muchacha, tomándolo con delicadeza, se lo metió en la bolsa, y los cinco alumnos, satisfechos, abandonaron entonces la biblioteca, intentando no caminar demasiado rápido ni pareciendo demasiado culpables.
Una vez se encontraron en la soledad de uno de los pasillos del cuarto piso, Hermione abrió con cuidado Moste Potente Potions, y los cinco se encorvaron sobre aquellas páginas llenas de manchas de humedad.
De un vistazo quedó patente por qué pertenecía a la Sección Prohibida: algunas de las pociones tenían efectos demasiado horribles incluso para imaginarlos, y había ilustraciones monstruosas, como la de un hombre que parecía vuelto de dentro hacia fuera y una bruja con varios pares de brazos que le salían de la cabeza.
—¡Aquí está! —exclamó Hermione, emocionada, al dar con la página que llevaba por título La poción multijugos—. Ésta es la poción más complicada que he visto nunca
—Crisopos, sanguijuelas, descurainia sophia y centinodia —leyó Cedric en voz alta, resiguiendo las líneas con sus ojos pardos—. Bueno, no son difíciles de encontrar, están en el armario de los estudiantes, podemos conseguirlos.
—¡Vaya, mirad, polvo de cuerno de bicornio! No sé dónde vamos a encontrarlo... —declaró la castaña, siguiendo con la lista—. Piel en tiras de serpiente arbórea africana... eso también será peliagudo... y por supuesto, algo de aquel en quien queramos convertirnos.
—Perdona —la interrumpió Ron—. ¿Qué quieres decir con algo de aquel en quien queramos convertirnos? Yo no me voy a beber nada que contenga las uñas de los pies de Crabbe.
—De momento, todavía no tenemos que preocuparnos porque esos ingredientes los echaremos al final —continuó la muchacha, haciendo oídos sordos.
—¿No te das cuenta de cuántas cosas vamos a tener que robar, Hermione? —expuso Harry, preocupado—. Piel de serpiente arbórea africana en tiras... desde luego, eso no está en el armario de los estudiantes.
—¿Qué vamos a hacer? —se añadió Susan—. ¿Forzar los armarios privados de Snape?
Hermione, decidida, cerró el libro en seco, frunciendo el ceño con desdén.
—Yo no quiero saltarme las normas, ya lo sabéis —exclamó ella, con total convicción en sus palabras— , pero pienso que aterrorizar a los magos de familia muggle es mucho peor que elaborar un poco de poción.
Sus compañeros se contemplaron entre sí con cierto arrepentimiento.
—Está bien, lo haremos —dictaminó el pelirrojo—. Pero nada de uñas de los pies, ¿vale?
Hermione rodó los ojos con fingido fastidio antes de otorgarle una de sus poderosas sonrisas repletas de satisfacción.
—Pero ¿cuánto nos llevará hacerlo? —se cuestionó Cedric.
—Bueno... como hay que coger la descurainia sophia con luna llena, y los crisopos han de cocerse durante veintiún días... —declaró la castaña, intentando poner en el orden adecuado sus palabras—. Yo diría que podríamos tenerla preparada en un mes, si podemos conseguir todos los ingredientes.
—¡¿Un mes?! —vociferaron sus compañeros al unísono.
—¡En ese tiempo, Malfoy puede atacar a la mitad de los hijos de muggles! —expresó Susan con expresión acongojada.
Hermione asintió un par de veces con la cabeza, resignada ante aquellas palabras.
—Pero es el mejor plan que tenemos —admitió ella en un hilo de voz—, así que adelante a toda máquina.
Ron, suspirando con cierta pesadez, se apoyó sobre el hombro de Harry.
—Sería mucho más sencillo que mañana tiraras a Malfoy de la escoba.
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