Capítulo XXX - Prehendo
ARESTO MOMENTUM
— CAPÍTULO XXX —
❝ P r e h e n d o ❞
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No cabía duda de que aquellas vacaciones habían sido las mejores de la vida de Harry. Los padres de Hermione habían accedido amablemente a acoger el muchacho durante las vacaciones de verano, y después de una intensa charla con los Dursley, se acordó que el chico volvería a casa en Agosto, pudiendo así pasar el mes de Julio junto a los Granger. Había resultado difícil convencer a Vernon para que accediera a la petición de su sobrino, pero dado que los padres de la castaña eran también muggles, se ganaron con él un mínimo de simpatía, el cual resultó de gran ayuda para que finalmente el hombre aceptara el acuerdo.
Así, Harry y Hermione pudieron empezar a disfrutar de sus vacaciones en compañía con una sorpresa añadida: aquel año, los padres de la muchacha habían decidido visitar Australia.
Fue una novedad para ambos muchachos viajar a aquel maravilloso lugar, así como una experiencia irrepetible en sus vidas: pasearon por los Reales Jardines Botánicos de Melbourne, viajaron en ferry por las aguas de Sydney, visitaron el Museo Australiano y se deleitaron en la Casa de la Ópera de Sydney.
Tampoco cabía duda, entonces, de que aquellas vacaciones habían sido las mejores en la vida de Hermione.
Desgraciadamente, el mes de Julio concluyó con una rapidez asombrosa, y llegó el día en que Harry debía volver con sus tíos en Privet Drive. Así, los Granger se despidieron del muchacho, prometiéndose Harry y Hermione que se reencontrarían junto a sus demás compañeros en el Callejón Diagon días antes de iniciar el curso, y regresaron a casa.
A diferencia de lo que se esperaba, el mes de Julio también pasó volando para la castaña, quien aprovechó el tiempo, mientras sus padres se mantenían abarrotados de trabajo en la consulta dental que llevaban entre ambos, preparándose para enfrentar su segundo curso en el castillo.
Era innegable que Hermione ardía en deseos de volver a Hogwarts, aunque ésta vez había otro motivo de peso además de sus ganas de aprender. Mentiría si dijera que no había estado pensando en Snape desde que dejó el castillo atrás, y que no sentía el poderoso anhelo de reencontrarse con sus ojos oscuros. La simple idea de que volvería a verle le revolvía en el estómago aquellas poderosas sensaciones que solo él podía provocarle, las cuales le parecían el delicado e incesante aleteo de las mariposas en su interior.
Pronto llegó el día que ella tanto esperaba, ansiosa por reencontrarse con sus amigos, con quienes había estado manteniendo el contacto mediante las lechuzas.
Animados, Hermione y sus padres tomaron su viejo coche familiar y se dirigieron, como la vez pasada, a la calle Charing Cross, donde aparcaron y se adentraron en el Caldero Chorreante. Pese a que los padres de Hermione se mantenían aún algo cautelosos respecto a tener contacto con los magos, la muchacha tomó la iniciativa, llevándoles frente a aquel característico muro de piedra y dando sobre cada ladrillo los toques correctos con la ayuda de su varita, contacto ante el que la pared, una vez más, les cedió el paso hacia el ansiado Callejón Diagon, abriéndose con inmediatez.
Así, los Granger se adentraron en el paseo conformado entre las características tiendas del lugar, admirando todo cuanto tenían alrededor, completamente fascinados.
Hermione contempló con precisión las agujas del reloj de muñeca que sus padres le habían regalado durante aquellas vacaciones, percatándose de que aún quedaba media hora para que dieran las tres de la tarde, hora que habían acordado para reencontrarse.
Así pues, decidió aprovechar el tiempo con sus padres, y juntos visitaron varios establecimientos: el primero en el que se adentraron fue el de Madam Malkin, donde la propietaria le tomó las tallas de Hermione para su nueva túnica escolar, dado que la anterior ya empezaba a irle algo ceñida a causa de su crecimiento durante las vacaciones; seguidamente, visitaron Scribbulus, donde adquirieron pergaminos, plumas y tinta; más tarde, asistieron a Slug & Jigger, lugar en el que obtuvieron los ingredientes necesarios para empezar el curso, y finalmente, tuvieron tiempo para presentarse al diario El Profeta para hacerse con la entrega del día, a petición de su padre.
Fue precisamente cuando los Granger salieron del establecimiento que dieron las tres en punto: Hermione, intentando avistar a sus amigos entre el gentío que abarrotaba la calle en la que se encontraban, supo distinguir fácilmente aquellos cabellos azabaches, y curiosamente a su derecha, aquella voluptuosa figura.
A paso apresurado, la castaña sorprendió a ambos, plantándose frente a ellos.
—¡Harry! —exclamó con euforia—. ¡Hagrid!
—¡Hola, Hermione! —el semigigante le devolvió afablemente el saludo.
—Me alegro tanto de volver a veros —se expresó la muchacha con los ojos brillantes.
—Nosotros también, Hermione —se añadió entonces Harry.
La castaña no pudo evitar inspeccionar con total meticulosidad el rostro de su compañero: sus facciones se encontraban sucias, repletas de polvo, y el cristal de sus gafas parecía roto.
—¿Qué les ha pasado a tus gafas, Harry? —no tardó en preguntarle, ante lo que el muchacho no pudo hacer más que sonreír, mientras ella se hacía con su varita y la levantaba hasta la altura de las lentes—. ¡Oculus reparo!
De la varita salió una centella casi imperceptible que aterrizó sobre el cristal roto, reparándolo al instante; Harry, de nuevo sorprendido, se las retiró para observar cómo, efectivamente, el conjuro había dado resultado.
—Definitivamente, necesito acordarme de éste hechizo —manifestó él, comentario que arrancó una carcajada entre ambos amigos, recordando con afecto su primer encuentro.
—Aquí estarás en buenas manos, Harry —declaró Hagrid, observándoles a ambos con afecto—. Será mejor que me retire, chicos. Tengo mucho que preparar.
Ambos asintieron decididamente con la cabeza.
—Nos veremos más tarde, Hagrid —se despidió el muchacho, y ambos fueron testigos de cómo la inmensa figura del semigigante se perdía entre la gentada.
Se encontraban tan distraídos viéndole marchar que, en cuanto dos figuras se abalanzaron sobre ellos en un entregado abrazo, ambos se sorprendieron: sin embargo, no tardaron en reconocer aquellos rostros de júbilo que ambos Hufflepuffs lucían.
—¡Susan! —exclamó Harry, contemplando sus facciones anaranjadas.
—¡Cedric! —se añadió Hermione, dedicándole una entregada sonrisa al castaño.
—Ya veo que os acordáis de nuestros nombres —manifestó Cedric con ironía, comentario ante el que los cuatro soltaron una carcajada sincera—. ¿Cómo han ido las vacaciones?
—Estupendamente, Cedric. Harry y yo hemos estado en Australia —respondió entonces la Gryffindor—. ¿Qué hay de vosotros?
—Mi tía se decidió finalmente por Roma —esclareció la pelirroja con una sonrisa—. Ha sido una de las mejores experiencias de mi vida.
—Mis padres y yo hemos visitado Grecia —se añadió el castaño—. Creo que he engordado unos cuantos kilos de más con todos esos manjares...
Los cuatro volvieron a reír con humildad ante su comentario.
Una vez la risotada cesó, Hermione pudo distinguir como sus padres, en la lejanía, le hacían señas para que se acercase: la castaña recordó entonces que todavía les quedaba la Librería Flourish & Blotts para encargar los ejemplares que le harían falta durante el curso.
—Chicos, aún tengo que visitar la librería —les informó ella—. ¿Queréis acompañarme?
Sus tres amigos asintieron con fervor, así que juntos se dispusieron entonces a emprender su marcha hacia dicho establecimiento.
Si el exterior ya se encontraba abarrotado de almas, resultó imposible de creer que el interior de la tienda se encontrara aún más lleno. De entre todas las personas que permanecían en el establecimiento, no fue difícil distinguir aquellas cabezas de las que brotaban hermosas cascadas de cabellos pelirrojos.
Abriéndose paso entre la gentada, los cuatro alcanzaron la posición del Gryffindor, que se encontraba acompañado por su madre y su hermana.
—¡Ron! —exclamó Hermione, abrazándose a él—. Es genial verte otra vez.
—Suerte que me habéis encontrado, chicos —manifestó el pelirrojo, habiendo saludado a Susan y Cedric—. Mi madre y Ginny prácticamente me han arrastrado hasta aquí... ya sabéis, con esto de las firmas...
—¡No seas tan quejica, jovencito! —lo regañó aquella señora de cabellos pelirrojos, y seguidamente, dibujando una sonrisa entre sus labios, observó al resto—. Encantada, chicos. Yo soy Molly, la madre de Ronald.
Hermione, Cedric y Susan le devolvieron la sonrisa con afabilidad. Sin embargo, cuando los ojos de la Sra. Weasley aterrizaron sobre la figura de Harry, ésta emitió un suspiro plagado de sorpresa.
—¡Gracias a Merlín! —clamó la mujer, sacudiendo la túnica de Harry, haciendo saltar el polvo de ella—. Esperábamos que solo te hubieras pasado una chimenea.
Los castaños y la pelirroja observaron entonces a Ron con el ceño ligeramente fruncido, intentando comprender a qué se refería su madre. Sin embargo, antes de que cualquiera pudiera pronunciarse, una voz llamó la atención de todos los que se encontraban presentes en el establecimiento.
—Damas y caballeros, el Sr. Gilderoy Lockhart.
Los tres muchachos se limitaron a aplaudir, mientras la Sra. Weasley soltaba un suspiro y Hermione y Susan intercambiaban una mirada repleta de asombro. Ambas se habían aficionado a la revista Corazón de Bruja, cayendo profundamente enamoradas de las hazañas de Lockhart.
El mago apareció entonces ante el aplauso del público, colocándose frente al mostrador con una sonrisa soberbia dibujada entre sus seductoras facciones.
—Abran paso, por favor. Con permiso. Gracias —se escuchó la voz del fotógrafo entre los aplausos del gentío, y Hermione, Susan y Harry se apartaron—. Discúlpenme, muchachos. Es para El Profeta.
Las voces del fotógrafo llamaron la atención de Lockhart, quien desde su posición contempló entonces el rincón en el que los muchachos restaban en pie: Hermione y Susan creyeron desfallecer cuando los ojos del hombre parecieron contemplarlas a ambas, pero transcurridos unos instantes, se percataron de que su atención recaía justamente sobre Harry, situado tras ellas.
—No puede ser... —manifestó Lockhart cuando en la sala recuperó la serenidad—. ¡Harry Potter!
Todas las miradas recayeron entonces sobre el de cabellos azabaches, quien solo supo restar inmóvil, completamente atónito.
El fotógrafo de El Profeta no tardó en tomarlo de la túnica para arrastrarlo junto a Lockhart tras el mostrador, quien le rodeó la espalda con el brazo derecho y posó junto a él ante el gentío.
—Sonríe, Harry —le susurró el hombre al muchacho—. Saldremos juntos en portada.
—¡Prehendo! —exclamó el fotógrafo, y la fugaz luz del flash recayó sobre ambos, captando aquel momento con la cámara.
—Damas y caballeros, éste es un momento extraordinario —se dirigió Lockhart de nuevo al público, liberando a Harry de su agarre—. Cuando el joven Harry Potter entró hoy a Flourish & Blotts para comprar mi autobiografía, Mi yo mágico...
Otro aplauso fue entonces proferido por los asistentes, a excepción de Cedric y Ron, quienes observaban con extrañeza a sus dos amigas, encontrándose presas por las palabras del tipo.
—...que, a propósito, ahora celebra su vigésimo séptima semana encabezando la lista de best-sellers del diario El Profeta —prosiguió Lockhart, recayendo sobre él un tercer aplauso que amplió aún más su encantadora sonrisa—, él no tenía ni idea de que iba a salir de aquí con una colección de mis obras completas.
Uno de los ayudantes de la librería le acercó entonces a Lockhart una voluptuosa pila de libros; él, acogiéndolos entre sus brazos, se los entregó entonces a Harry con cierta torpeza.
Un cuarto aplauso abarrotó el ambiente mientras el fotógrafo inmortalizaba una vez más el momento, y el hombre, deshaciéndose de Harry dándole un ligero empujón en la espalda, procedió a sentarse frente al mostrador, tomando la pluma entre sus dedos para empezar con las firmas.
Una vez Harry llegó hasta la posición de sus amigos, la Sra. Weasley insistió en guardarle los libros que le habían regalado, y rápidamente se colocó en la cola que empezaba a formarse en el local.
Los muchachos, decididos a salir al exterior después de aquel espectáculo, tomaron a sus dos amigas, las cuales seguían abstraídas, contemplando a Lockhart en la lejanía.
—Esperad un momento —les pidió Hermione una vez hubo salido del trance, cosa que ellos aceptaron.
Registrando con interés la gentada, la castaña se topó con los ojos de su madre, quien con la simple ayuda de un solo asentimiento y una sonrisa le indicó que ella se ocuparía de obtener la firma de Lockhart en su lugar.
Así, Hermione, satisfecha, quiso retomar el rumbo junto a sus amigos: sin embargo, antes de que pudiesen salir, los cinco reconocieron aquellos cabellos rubios y aquella sonrisa arrogante que se presentaba frente a ellos.
—Apuesto a que debes creerte muy importante, ¿no es así, Potter? —espetó Malfoy con su arrogancia habitual—. El célebre niño que sobrevivió... no puedes ni entrar en una librería sin salir en primera plana, ¿no es así?
Ginny, que aparentemente les había seguido el paso, se enfrentó al Slytherin.
—Déjale en paz —le ordenó su voz inocente, observando al muchacho con profundo odio en su mirada.
—Veo que tienes admiradoras, Potter —se burló Malfoy, dejando al descubierto su sonrisa arrogante, una vez más.
Pero antes de que la mofa pudiera proseguir, el muchacho recibió el ligero golpe de aquel recio bastón que recayó sobre su hombro izquierdo: el causante se encontraba tras de sí, y a juzgar por su cabello rubio y lacio, no podía tratarse de otro que no fuera su padre.
—Vamos, Draco, sé agradable —le demandó éste en un tono neutro, y seguidamente, clavó sus ojos claros sobre Harry—. Sr. Potter... por fin nos conocemos. Soy Lucius Malfoy.
El hombre le ofreció entonces su mano, y Harry la correspondió con desconfianza. Lo que el muchacho no se esperaba era que Lucius tirara de él, acercándole lo suficiente como para que el hombre pudiera entonces apartar los mechones que le cubrían la frente con la ayuda de la empuñadura de su bastón.
—Discúlpeme. Su cicatriz es legendaria... —alegó él, admirándola con total fijación—. Como el mago que se la hizo.
—Voldemort mató a mis padres —manifestó entonces Harry, soltándose violentamente del agarre—. Él no es más que un condenado asesino.
El rostro de Lucius tomó una seriedad aterradora.
—Es usted muy valiente como para pronunciar su nombre... —expuso—. O muy necio.
—El miedo a un nombre solo hace que aumentar el temor a aquello que se nombra —se añadió Hermione con cierta aversión a sus palabras, contemplando al hombre con inquina.
Lucius clavó entonces su poderosa mirada en la muchacha.
—Usted debe de ser la Srta. Granger —se dirigió a ella con la barbilla alzada con soberbia—. Sí, Draco me ha hablado acerca de usted y de sus padres... muggles, ¿no es así?
La muchacha apretó los puños con rabia, intentando controlar su furia; Lucius optó entonces por contemplar al resto de sus compañeros.
—Oh, el Sr. Diggory y la Srta. Bones —reconoció a ambos Hufflepuffs al instante—. Mestizos, si no me equivoco.
Cedric, que se encontraba dispuesto a apalearle en aquel mismo instante con ambos puños, quiso dar un paso por delante, acercándose a él a modo de provocación: sus intenciones, sin embargo, fueron contenidas por Ron, que se mantenía junto a él.
—Y ustedes... déjenme ver... pelirrojos, expresiones vacías... —prosiguió Lucius, contemplando ahora a los dos hermanos pelirrojos que se mantenían juntos, y tomando del caldero de Ginny uno de los ejemplares adquiridos—. Libros de segunda mano... Ustedes deben de ser los Weasley.
Con lo que los muchachos no contaban era que el padre de Ron se encontrara justamente tras ellos, siendo testigo de aquel último comentario.
—Será mejor que nos vayamos, chicos —exclamó entonces en un tono totalmente neutro, llamando la atención de los seis estudiantes—. Aquí no se puede estar.
Lucius volvió a sonreír con arrogancia.
—Vaya, vaya... si es el mismísimo Arthur Weasley.
—Lucius —le saludó él fríamente.
—Mucho trabajo en el Ministerio, me han comentado. Todas esas redadas... supongo que al menos te pagarán las horas extras, ¿no? —objetó el hombre, arrojando con desdén el libro de Ginny en el caldero—. Es evidente que no. Querido amigo, ¿de qué sirve entonces deshonrar el nombre de mago si ni siquiera te pagan bien por ello?
—Me temo que tenemos una idea muy diferente respecto a qué es lo que deshonra el nombre de mago, Malfoy —inquirió entonces el Sr. Weasley, aguantándole la mirada.
—Es evidente —manifestó, contemplando de reojo a Hermione, que se mantenía atenta a la escena—. Por las compañías que frecuentas, Weasley... creí que tu familia ya no podía caer más bajo.
El padre de Ron se contuvo, manteniéndose frente a él con aquella expresión de desprecio dibujada en sus facciones, ante lo que Lucius se limitó a volver a sonreír.
—Nos veremos en el trabajo —exclamó finalmente, dándose la vuelta, dispuesto a abandonar el local—. Vamos, Draco.
El muchacho obedeció a su padre y se retiró de la estancia, no sin antes dedicarles una mirada de odio a los que seguían parados frente a él. Y cuando sus figuras se perdieron en el exterior, los seis muchachos y el Sr. Weasley volvieron a respirar con normalidad.
—¿Qué tal si nos aireamos un poco? —propuso entonces Ron, cosa que sus compañeros y su pequeña hermana aceptaron, dirigiéndose los seis hacia el callejón.
Aprovechando la ocasión, y por sugerencia de Cedric, los muchachos visitaron la Heladería Florean Fortescue, tomando asiento en la terraza, deleitándose con la variedad de sorbetes, granizados y polos que se decidieron a probar y disfrutando de su compañía una vez más, mientras conversaban alegremente de sus vacaciones, sus expectativas de cara al curso que empezarían y sus recuerdos del año anterior.
Juntos perdieron la noción del tiempo, percatándose del buen rato que llevaban en compañía cuando reconocieron las figuras de sus progenitores acercarse hasta su posición, indicándoles que ya era la hora de marcharse.
—Veo que ha conocido a mis padres, Sr. Weasley —se dirigió Hermione a él con una sonrisa, una vez se encontraron.
—Así es —asintió él—. Ha sido un enorme placer conocerles. ¡Tendremos que celebrarlo con una copa!
—Estaremos encantados de recibirles en nuestro hogar cuando lo deseen —manifestó el padre de Hermione—. ¿No es así, Emily, querida?
La madre de Hermione asintió con fervor.
—Por supuesto, Richard —declaró ella, y seguidamente, clavó su mirada sobre la esbelta figura de aquella mujer de nariz ganchuda y cabellos pelirrojos que compartía con ella una sonrisa—. Y esto también la incumbe a usted, Srta. Bones.
—Le agradezco mucho la invitación, Sra. Granger —la correspondió amablemente, y seguidamente, dirigió sus ojos celestes en dirección a la pequeña Hufflepuff que se mantenía junto a ella—. ¿Nos vamos, Susan?
—¿Podemos llevar a Cedric hasta su casa, tía Amelia? —le demandó la pelirroja.
—Claro, cariño.
Una vez los muchachos hubieron acordado encontrarse en el andén nueve y tres cuartos dentro de tres días, se despidieron con afectuosos abrazos y, finalmente, tomaron sus propios rumbos: los Weasley, junto a Harry, tomaron la calle norte; Amelia, Susan y Cedric, la calle oeste, y los Granger, la calle sur, perdiéndose entre el gentío con una sonrisa de satisfacción dibujada entre sus mejillas.
En tres días, Hermione volvería a pisar Hogwarts... y se sentía sumamente emocionada por ello.
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