Capítulo XXVI - Expulso
ARESTO MOMENTUM
— CAPÍTULO XXVI —
❝ E x p u l s o ❞
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Un poderoso haz de luz que se colaba por las rendijas de aquella vieja puerta les guió hacia la siguiente prueba.
Abriendo fácilmente el cerrojo de ésta, los muchachos se adentraron entonces en la gran sala que restaba iluminada por cuatro sencillas antorchas, colocadas a cada extremo del lugar.
—¿Dónde estamos? —se preguntó Harry en voz alta, haciendo resonar sus palabras entre las voluptuosas paredes que conformaban la habitación.
A medida que avanzaron en el lugar, se les reveló ante los ojos un escenario asombroso: su curioso andar les había conducido hasta el centro de lo que parecía ser un gran tablero de ajedrez, encontrándose situados sobre las inmensas casillas de piedra que lo conformaban. A ambos lados de su actual paradero, descubrieron la presencia de aquellas enormes piezas, casi del doble de su propia altura, ordenadas cada una en su correspondiente escaque; las de la izquierda se encontraban completamente bañadas en negro, y las de la derecha, relucían en un intenso blanco.
—Creo que está claro, Harry —respondió Ron con los ojos iluminados, contemplando con admiración aquel prometedor escenario—. Tenemos que jugar para poder pasar a la siguiente prueba.
Sus amigos se observaron entre sí con confusión.
—¿Cómo lo haremos? —Cedric manifestó su preocupación.
—Creo que vamos a tener que tomar el lugar de las piezas —contestó el pelirrojo con convencimiento, clavando ahora sus ojos celestes sobre aquellas elegantes figuras que representaban la agrupación azabache, con la que deberían jugar—. Harry, tú ocuparás el lugar de ese alfil.
El de cabellos azabaches, asintiendo con fervor, se acercó hasta la posición de la pieza que él representaría: con agilidad, se subió sobre la misma plataforma en la que aquella figura esculpida en la roca se mantenía, tomando así su lugar.
—Cedric, tú tomarás el puesto de aquel peón —prosiguió el pelirrojo con sus indicaciones—. Hermione, tú te colocarás en el lugar de esa torre.
Los dos castaños procedieron a hacerse con sus respectivos lugares: la Gryffindor logró quedar sentada sobre la superficie que conformaba lo más alto de la torre, y el Hufflepuff se bastó con subirse a la espalda del peón.
Una vez se hubieron colocado, Ron compartió una mirada atestada de afecto por la pelirroja que aún restaba ante sí, a la espera de sus indicaciones.
—En cuánto a ti, Susan... —manifestó el chico con toda su valía—. Tú serás la Dama.
Ella asintió con timidez, notando como sus mejillas se sonrojaban.
—¿Qué hay de ti? —no pudo evitar preguntarle, antes de tomar su puesto.
El muchacho respiró hondo.
—Yo seré uno de los caballos.
Ambos volvieron a escrutarse con la mirada, dándose ánimos sin proferir palabra alguna, y finalmente, tomaron sus respectivas posiciones.
Una vez los cinco se hubieron colocado en el lugar que les correspondía, las antorchas parecieron tomar un arder aún más intenso: aquella sólo podía ser señal de que la partida había entonces empezado.
—Las blancas juegan primero —anunció el pelirrojo, con la vista clavada sobre las piezas adversarias.
El primer peón níveo se movió dos casillas hacia adelante, creando un mar de confusión en el estómago de la castaña, que se mantenía sobre la base de la torre, expectante a la situación.
—Ron... —balbuceó la muchacha, no siendo capaz de contener aquella angustia—. Dudo mucho que esto sea igual que el ajedrez mágico... ¿no?
El muchacho, frunciendo ligeramente el ceño, alzó ligeramente su torso mientras se mantenía sobre el caballo, y apuntó directamente sobre uno de los peones negros.
—¡Tú! —vociferó él—. Avanza hasta D5.
Obedeciendo al pie de la letra sus órdenes, el peón avanzó unas casillas, situándose muy cerca del peón contrario. Para sorpresa de todos los presentes, la pieza blanca, armándose con los estoques que guardaba bajo los brazos, procedió entonces a eliminar la pieza negra, rompiéndola en mil pedazos de un solo golpe.
Los cinco muchachos notaron como sus respiraciones se aceleraban en ese mismo instante.
—Sí, Hermione —respondió finalmente Ron, armándose de valor—. Creo que va a ser exactamente como el ajedrez mágico.
Sin objetar nada más, completamente mudos ante lo que acababan de presenciar, la partida prosiguió bajo el control del pelirrojo, quien iba dirigiendo las piezas negras con gran habilidad y experiencia, logrando que éstas se movieran silenciosamente por el gran tablero.
Pese al riesgo que el juego suponía, todos confiaron en el buen criterio del muchacho: tanto Cedric como Hermione, Harry y Susan se encontraron expuestos en más de una ocasión, pero su compañero lograba salvarles en el último instante.
A medida que el juego avanzaba, tanto las piezas blancas como las piezas negras iban disminuyendo al mismo ritmo: por cada pieza negra que se perdía, Ron lograba atrapar una blanca, mientras a lo largo de la pared empezaba a reinar un escalofriante número de piezas desplomadas, abatidas en juego.
—Ya casi estamos —murmuró el pelirrojo cuando apenas quedaban sobre el tablero las piezas que todos ellos ocupaban.
Una vez más, fue el turno de las piezas blancas: la Dama adversaria volvió entonces su cara sin rostro hacia Ron, el cual fue el único en comprender la cruda realidad de la situación.
—Sí... —musitó él, siendo escuchado por todos sus compañeros—. Es la única forma...
—Un momento... —exclamó el de cabellos azabaches, dándose cuenta de sus intenciones—. Ron...
—Sí, Harry —objetó él, cortando su hablar—. Cuando yo avance, la Dama me capturará.
—¡No! ¡Ron, no! —resonaron las voces de sus compañeros entre las grandes paredes en una súplica desesperada.
—¡No puedes! —la voz de Susan resaltó entre las demás—. ¡Debe de haber otra forma!
—¡¿Queréis evitar que Snape se apodere de esa piedra?! —les preguntó el pelirrojo, completamente seguro de sí mismo, y seguidamente, clavó sus ojos celestes sobre la figura de su mejor amigo—. Harry, tú tienes que seguir adelante. Ni yo, ni Susan, ni Cedric, ni Hermione... ¡tú!
El de cabellos azabaches, sintiéndose completamente conmovido por sus palabras, solo pudo asentir con convencimiento, aceptando la decisión de su compañero.
Fue entonces cuando Ron contempló una vez más a la Hufflepuff, situada a unas pocas casillas de él, y habiendo soltado un ligero suspiro, decidió dirigirse a su persona en el tono más calmado que pudo.
—Escúchame bien, Susan —manifestaron sus palabras con claridad—. Cuando yo avance, la Dama me capturará... entonces, tú podrás hacer jaque mate al Rey.
Susan, sintiendo el corazón en un puño, asintió con firmeza, dejando que una lágrima de tristeza recorriera su mejilla derecha.
Ron, dedicándole una tímida sonrisa, se aferró entonces con fuerza al caballo sobre el que permanecía montado, y tomando aire, se preparó para ordenar el último de los movimientos, el cual daría paso al fin de una vez por todas a la partida.
—Caballo a H3.
La pieza azabache se deslizó lentamente por las casillas del tablero, alcanzando el escaque ante el mirar temeroso de sus compañeros.
—Jaque —susurró el pelirrojo, aferrándose con todas sus fuerzas a la pieza que montaba.
Una vez la jugada hubo sido llevada a cabo, fue el turno de las piezas blancas: la Dama, girando sobre sí misma, se volvió una vez más en dirección al muchacho, y con una lentitud aterradora, manteniendo ambas manos sobre la empuñadura de la espada, se acercó hasta la posición del muchacho.
Aquel instante logró helar la sangre de todos los que se encontraban allí presentes: la Dama, alzando con furia su estoque, perforó de un golpe la pieza sobre la que Ron montaba, y éste, sintiendo el dolor de su propia pieza ante la derrota, cayó estrepitosamente al suelo profiriendo un grito de horror antes de quedar desmayado sobre el tablero.
—¡Ron! —gritó Susan con horror, sintiendo el pánico invadirla.
Dejándose guiar por sus instintos, la Hufflepuff quiso avanzar con rapidez hasta donde se encontraba el cuerpo aturdido de su amigo, pero Harry frenó sus intenciones.
—¡No! ¡No te muevas! —gritó él, cumpliendo con su cometido—. No olvides que seguimos jugando.
La muchacha, recuperando la razón, se mantuvo sobre la plataforma de la Dama e intentó calmar los latidos de su corazón.
—Puedes hacerlo, Susan —le animó Cedric, posicionado aún sobre el peón, apenas a unas casillas de la posición de su amiga—. ¡Solo nos queda un movimiento para ganar la partida!
—Hazlo por Ron, Susan —se añadió Hermione—. Él confía en ti.
La Hufflepuff se sintió reconfortada por las sinceras palabras de sus compañeros; así, recuperando el coraje que le faltaba, avanzó entonces en diagonal hasta quedar frente a la figura del Rey.
—¡Jaque mate! —exclamó la muchacha con poderío.
La espada que la pieza sostenía entre sus manos cayó entonces al suelo, dando fin a la partida, otorgándoles la absoluta victoria a las piezas negras.
Los cuatro muchachos pudieron por fin abandonar sus puestos, y al mismo tiempo corrieron hasta donde se encontraba desmayado su compañero, agachándose ante él y comprobando que se encontraba bien.
—Su respiración parece normal —dictaminó Cedric, colocándole con cuidado los dedos en el cuello y encontrando con ellos el pulso de su compañero—. Parece haberse desmayado por el impacto...
Susan, que se encontraba acariciando afectuosamente los cabellos anaranjados de su amigo, observó con sus ojos fieros a cada uno de sus compañeros.
—Tenéis que seguir, chicos.
Los tres se observaron entre sí.
—¿Qué hay de ti? —añadió Harry—. ¿Y de Ron?
La Hufflepuff sonrió con amabilidad ante sus palabras.
—Él tiene razón, Harry... eres tú quien debe continuar —objetó ella con toda su sinceridad, contemplando los ojos esmeralda de aquel a quien se dirigía—. Sé que podrás enfrentarte a todo lo que venga... y más si cuentas con la ayuda de Cedric y Hermione.
Los tres sonrieron con afecto ante las palabras de su amiga.
—¿Qué harás tú, Susan? —le preguntó el castaño.
Una vez más, la pelirroja contempló con afecto el rostro calmado de Ron, acariciándole con timidez las mejillas.
—Cuidaré de él, esperando a que se despierte después del impacto —objetó ella—. Luego me lo llevaré hasta la lechucería y enviaré un mensaje a Dumbledore. Tiene que ayudarnos en esto.
Los tres muchachos asintieron ante su palabra: Hermione, sin embargo, no pudo evitar abrazarse a su amiga con fuerza, intentando así brindarle todo el coraje que fuera posible. Susan correspondió su gesto, sonriendo con ternura: confiaba plenamente en ella, y sabía que nada podía ir mal si una bruja de su calibre seguía adelante con las pruebas.
Una vez las dos muchachas se separaron, la pelirroja volvió a brindarles una mirada absolutamente repleta de bondad.
—Confiamos en vosotros, chicos —exclamó, finalmente—. Y por favor... tened cuidado.
Asintiendo con fervor, los tres muchachos se decidieron por seguir con las pruebas que les conducirían hasta la Piedra, dejando tras de sí aquel ligero sabor a melancolía que les invadía dada la situación. Era imposible no sentirse abatidos al dejar a dos de sus mejores amigos atrás, pero sabían que debían hacerlo... por el bien de todos.
Así, los tres cruzaron la siguiente puerta, y una vez el pasillo los condujo hasta el escenario de su siguiente prueba, un nauseabundo olor empezó a acariciar sus olfatos.
—Por Merlín... —suspiró Hermione, cubriéndose la nariz con sus ropajes—. ¿Qué demonios es eso?
Cedric, decidido, se adelantó a sus compañeros, adentrándose en la sala de la que provenía aquella fetidez y notando como sus ojos lagrimeaban debido al olor.
Sus compañeros le siguieron apresuradamente el paso, y frente a ellos, se encontraron cara a cara con aquella bestia a la que, en su día, ya se habían enfrentado: el mismo troll que había atacado a Hermione en el baño de las chicas era el que ahora les observaba con curiosidad, intentando asimilar la situación.
Los tres muchachos dieron tímidamente unos pasos atrás, intentando no despertar la ira de la bestia.
—Será mejor que os marchéis, chicos... —les susurró el Hufflepuff, tratando de mantener la calma—. Yo me ocuparé de éste.
—¿Estás loco? —exclamó Hermione—. No te dejaremos atrás, Cedric.
—Lo enfrentaremos juntos —se añadió Harry, sin quitar ojo de la figura de aquella criatura que les acechaba.
—No podemos arriesgarnos a que éste bárbaro nos detenga ahora —insistió el muchacho, haciéndose lentamente con su varita—. ¿No comprendéis que quizá es nuestra última oportunidad de detener a Snape?
Tanto Harry como Hermione intercambiaron entonces una mirada pausada, intentando decidir qué era lo que debían hacer a continuación.
Pese a la dificultad de su gesto, el de cabellos azabaches asintió frente a su amiga, y rápidamente, tomó con su mano la de ella, dispuesto a marchar a la siguiente prueba por la puerta de madera que una vez más los separaba.
—Es ahora o nunca, Hermione —le susurró él.
La castaña, sintiendo un mar de duda en su estómago, solo supo asentir con poco convencimiento, entendiendo la gravedad de la situación.
—Marchaos, rápido —persistió el castaño, viendo como el troll empezaba a acercárseles más de lo debido—. Y no miréis atrás. La suerte estará de vuestro lado, estoy convencido de ello.
Alzando con firmeza su varita, el Hufflepuff apuntó directamente sobre la bestia, que le observaba con cierta intranquilidad.
—¡Expulso!
Un poderoso rayo impactó sobre el cuerpo de su adversario, y su figura cayó de espaldas sobre el suelo, momento en el que la bestia soltó un gruñido repleto de furia.
Cedric, sin pensárselo dos veces, empujó a sus dos compañeros, quienes tomaron el gesto como impulso para abandonar el lugar: rápidamente, Harry y Hermione se precipitaron hacia la puerta, y susurrando con nerviosismo el hechizo, ésta cedió ante ellos.
Lo último que ambos pudieron contemplar de la escena antes de que la puerta de roble se cerrara tras su paso fue la imagen del troll alzándose ante Cedric y mostrándole sus dientes putrefactos, mientras éste mantenía alzada su varita en dirección a la bestia y conjuraba hechizos con destreza.
Desde el otro lado de la puerta solo podían escucharse escandalosos gruñidos que lograban calar hondo en el interior de la muchacha, quien se sentía completamente impotente ante la situación.
Harry, teniendo claro su objetivo y sabiendo que debían continuar, aún más con los sacrificios que habían hecho sus compañeros por proseguir con la búsqueda, apretó con fuerza la mano de Hermione con la suya y estiró de ella, obligándola a pasar a la siguiente prueba a pesar de que ella se encontrara prácticamente paralizada.
Con mucho esfuerzo, el muchacho logró conducir su paso acompasado hasta la siguiente sala, en la que ambos Gryffindors pudieron contemplar con tranquilidad cada elemento: frente a ellos se presentaba una larga mesa de madera, sobre la que restaban colocados siete frascos de distintos tamaños y colores, así como un delicado trozo de pergamino sobre el que parecía haber una inscripción.
A paso lento, los dos amigos se acercaron hasta la mesa: sin embargo, se vieron sorprendidos cuando una llama negra apareció ante ellos, bloqueando la puerta de roble que conducía a la siguiente prueba. En cuanto Hermione sintió el impulso de girar sobre sí misma para contemplar la posibilidad de contar con otra salida, observó como la puerta por la que acababan de acceder a la sala también se encontraba obstruida por las llamas, aunque éstas, a diferencia de las otras, eran púrpuras.
Ambos suspiraron a su vez, comprendiendo que, de nuevo, se encontraban atrapados hasta que lograran superar la prueba.
Decidida, Hermione fue la primera en acercarse a la gran mesa de roble, y sin pensárselo demasiado, acogió entre sus dedos perfilados aquel trozo de pergamino. La parte inferior parecía encontrarse quemada, pero la superior podía leerse a la perfección.
—El peligro yace ante ti, mientras la seguridad está detrás; dos queremos ayudarte: una entre nosotras siete te dejará adelantarte, otra llevará al que lo beba para atrás —leyó ella en voz alta, captando la atención de su amigo—. Dos contienen solo vino de ortiga, y tres son mortales, esperando escondidas en la fila. Elige, a menos que quieras quedarte para siempre.
Harry suspiró con cierta exasperación, mentalmente agotado.
—¿Un acertijo? —se lamentó—. ¿Un maldito acertijo?
Hermione, sin embargo, se permitió dibujar una sonrisa entre sus mejillas ligeramente manchadas por el polvo.
—Muy bueno —admitió ella, deleitándose de nuevo con aquella preciosa caligrafía—. Esto no es magia... es lógica... muchos de los más grandes magos no han tenido ni una gota de lógica y se hubieran quedado aquí para siempre.
—Como nosotros, ¿verdad?
—Por supuesto que no. Lo único que necesitamos está en este papel —esclareció ella, admirando los frascos mientras mantenía el pergamino entre sus dedos—. Siete botellas: tres con veneno, dos con vino de ortiga, una que conduce a través del fuego negro y otra que conduce a través del fuego púrpura.
Harry, plantándose frente a la mesa, procedió, como su amiga, a contemplar aquellos curiosos recipientes.
—Pero, Hermione —se planteó él—, ¿cómo sabremos cuál beber?
La muchacha, por instinto, decidió girar el papel: en el dorso de éste, encontró una serie de indicaciones que lograron que sus ojos castaños se iluminaran con fulgor.
—¡Claro, aquí está! —se regocijó ella, mientras dejaba que su paso rodeara la mesa mientras leía con atención—. Para ayudarte en tu elección, te damos cinco claves: primera, por más astucia que tenga el veneno para ocultarse, siempre encontrarás alguno al lado izquierdo del vino de ortiga.
El de cabellos azabaches, escuchándola, registró detalladamente el escaso contenido de cada frasco, buscando identificar aquello que se encontraba en su interior.
—¿Y cómo sabremos cuales son las que contienen vino?
—Segunda: como claramente ves, todas tenemos tamaños diferentes: ni el enano ni el gigante guardan la muerte en su interior —prosiguió Hermione, haciendo caso omiso a las palabras de su amigo—. Tercera: ni las que se encuentran en los extremos ni la que se encuentra en el medio te llevarán hacia adelante.
A sorpresa del muchacho, Hermione decidió frenar su paso una vez se encontró junto a él.
—Cuarta: la segunda a la izquierda y la segunda a la derecha son gemelas, aunque a primera vista sean diferentes —continuó, hasta que se vio obligada a detener sus palabras.
Harry, desconcertado, la observó con fijación.
—¿Qué hay de la quinta? —se cuestionó él.
La castaña negó con la cabeza, apesadumbrada.
—El papel está quemado. Es imposible leer la quinta pista.
Harry tomó delicadamente el pergamino de los dedos de su amiga, y contempló con atención como ella estaba en lo cierto: las llamas parecían haber borrado todo rastro de aquella última pista.
—Debe de haber sido Snape —expuso él su teoría—. Es una buena forma de encerrarnos en este lugar.
Sin embargo, Hermione no pareció darse por vencida: recordando cada pista plasmada en el papel, volvió a rodear la mesa, contemplando cada frasco con absoluta atención.
—Es extraño que solo haya sido quemada la última pista.
—¿Por qué?
—Bueno... —ella se rascó la barbilla, pensativa—. Lo cierto es que sí hay forma de adivinar cuál es la poción que te permite cruzar el fuego negro.
Los ojos esmeralda de Harry parecieron iluminarse ante las palabras de su amiga.
—¿De verdad?
—¡Claro! En realidad es bien sencillo —añadió Hermione, colocándose de nuevo junto a su compañero—. Primero de todo, debemos tener en cuenta la segunda pista, gracias a la que sabemos que estas dos pociones no contienen veneno en su interior.
Los dedos de la muchacha señalaron el tercer y el sexto frasco respectivamente, los cuales cumplían adecuadamente con la descripción del pergamino.
—Sabiendo que este frasco no es venenoso —matizó, señalando aún la sexta poción—, es lógico intuir que, gracias a la cuarta pista en la que se nos dice que tanto el segundo frasco como el sexto son gemelos, estos no puedan tratarse de otro que no sea el vino de ortigas.
Harry asintió con firmeza ante su esclarecimiento, entendiendo a la perfección el razonar de su amiga a medida que se paseaban alrededor de la mesa.
—Por lo tanto, gracias a la cuarta pista, podemos atar cabos con la primera, sabiendo con total veracidad que tanto el primer frasco como el quinto contienen veneno en su interior.
—Hermione, eres una genia —admitió el muchacho, sintiéndose completamente sorprendido ante su explicación.
—¡Pero espera, que todavía nos queda la tercera pista! —insistió ella, dejándose llevar por las miles de ideas que le recorrían la mente—. Ésta nos dice que ni las que se encuentran en los extremos ni la que se encuentra en el medio nos llevarán hacia delante... lo cual nos confirma que el frasco que te hará atravesar las llamas negras no es otro que éste.
El dedo índice de la muchacha se postró entonces sobre el tercer frasco, al que Harry examinó con total curiosidad.
—¿Estás segura?
Hermione asintió un par de veces, totalmente convencida.
—Pero hay algo que no logro comprender —destacó ella, intentando ordenarse los cabellos con los dedos—. ¿Por qué habrán quemado la quinta pista, si pese a carecer de ella, es posible avanzar hasta la siguiente prueba?
—Supongo que quien debió prender el pergamino tiene la firme intención de encontrarse con nosotros... sin otorgarnos posibilidad de volver —declaró el de cabellos azabaches su pensamiento, el cual parecía más que acertado—. Pero creo que tenemos un problema más grave, Hermione.
—¿Qué sucede?
Harry alzó el frasco en alto y lo sacudió ligeramente, dando a entender el poco líquido que restaba en el interior de éste.
—Me temo que solo hay suficiente como para que lo beba una sola persona.
Hermione le dedicó una media sonrisa plagada del afecto que sentía por él.
—Todos sabemos que tú eres el único que puede detener al Quién-tú-sabes... ya lo hiciste una vez. Eres la prueba de ello —declararon sus palabras dulces, mientras se permitía pasar la yema de sus dedos por la cicatriz dibujada en la frente de su compañero—. Te irá bien, Harry. Tanto Ron como Cedric, Susan... y yo misma... confiamos ciegamente en ti. Eres un gran mago.
Harry le devolvió la sonrisa.
—No soy tan bueno como tú, Hermione —exclamó él, con firmeza en sus palabras.
—¡Yo! —suspiró ella, remarcando la ironía en su tono de voz—. ¡Libros! ¡Inteligencia! Hay cosas mucho más importantes, Harry. Valentía, coraje... amistad.
Ambos amigos se dedicaron unos pocos segundos para observarse mutuamente a los ojos, antes de dejarse atrapar por aquel cálido abrazo que se dedicaron, con la firme intención de que aquello no fuera una despedida... más bien, un nos volveremos a ver.
Una vez los muchachos se separaron, dedicándose otra sonrisa, Hermione agarró con firmeza el tercer frasco de la mesa y se lo ofreció a su amigo: éste lo tomó entre sus dedos firmes y, de un solo trago, vació su contenido.
—No es veneno, ¿verdad? —quiso asegurarse Hermione.
—No... —respondió el muchacho, dejando el frasco vacío sobre la mesa—. Pero parece hielo.
—Rápido, vete antes de que el efecto cese —le ordenó ella, señalando las llamas negras—. ¡Vete, Harry!
El muchacho obedeció, no sin antes dedicarle una última mirada de complicidad... hasta que su figura se perdió tras la puerta de roble, emprendiendo su camino en dirección a la Piedra.
Y Hermione restó en pie frente a la mesa, contemplando de nuevo los frascos restantes y tomando el pergamino entre sus dedos para repasar una vez más sus instrucciones.
Con rapidez, pudo recuperar su deducción anterior, clasificando el primero y el quinto frasco como venenos, así como el segundo y el sexto como vino de ortiga, y el tercero, como la solución que le había otorgado el paso a Harry hasta la siguiente prueba...
Sin embargo, sobre la mesa todavía restaban dos frascos intactos, de los que resultaba imposible adivinar su contenido. Era obvio que uno de los dos contenía la solución que le permitiría a Hermione retroceder, ¿pero de cuál se trataba?
Decidida, la muchacha acogió ambas pociones en sus manos y las examinó cautelosamente, intentando averiguar con la simple ayuda de sus ojos cuál era la indicada. Las dos tenían una textura muy parecida, siendo solo diferenciadas por el color: la de la izquierda brillaba en un precioso rosa pálido, mientras que la de la derecha resplandecía en un bello azul celeste. A primera vista, los dos parecían ser igual de aptos como solución... así como también lo parecían ser como veneno.
¿Qué debía hacer ante aquella encrucijada? ¿Esperar pacientemente a que, con suerte, fuera Harry quien volviese con la Piedra Filosofal? ¿Arriesgarse a encontrarse cara a cara con el propio Voldemort, una vez éste hubiera vencido a uno de sus más valiosos amigos y se dispusiera a asesinarla, no quedando ella más que como un daño colateral? ¿O quizá era mejor arriesgarse a tomar una de las dos pociones para comprobar que tanto Cedric como Susan y Ron se encontraban bien, e ir en busca de ayuda?
Todas las posibilidades resultaban muy arriesgadas... pero solo una pesaba más que el resto.
Decidida, la muchacha dejó ambos frascos sobre la mesa y, cerrando los ojos, procedió a removerlos con tal de que fuera el azar quien escogiera por ella.
Soltando un ligero suspiro, sus dedos agarraron con firmeza una de las dos pociones, y aún con los ojos cerrados, le retiró el corcho y procedió a abocar el líquido de su interior en su boca.
Degustando ese sabor extraño durante unos breves instantes, comprendió que Harry tenía razón, pues aquella curiosa mezcla que ahora le descendía por la tráquea se asemejaba indudablemente a tragar hielo.
Sin embargo, toda aquella mezcla de horrorosas sensaciones que sintió en el estómago segundos después la hicieron comprender que la suerte no había jugado en su favor: abriendo por fin los ojos, contempló el frasco que mantenía entre sus manos, resultando ser el celeste... y entendió de una vez por todas que aquello que había ingerido no era otra cosa que uno de los venenos.
La muchacha no pudo evitar caer en el suelo cuando aquella horrorosa punzada le atravesó las tripas, liberando un grito de puro dolor de sus cuerdas vocales, mientras notaba como sus músculos parecían estar empezando a entumecerse, y su respiración se volvía cada vez más pausada.
Se permitió liberar un par de lágrimas repletas de angustia mientras su cuerpo parecía estar abandonándola... pero antes de que eso sucediera, con la sensibilidad que aún sentía en las manos, la muchacha, aguantando el dolor, se hizo con su varita, colocándosela sobre el pecho mientras intentaba que su respirar no cesara en contra de su voluntad.
Debía tranquilizarse. Debía pensar en algo que la hiciera feliz, pese a sentir como aquel cada vez más insoportable cosquilleo se apoderaba de sus extremidades, sentir como cada vez le faltaba más y más el aire, mientras su pecho se oprimía con lentitud...
No fue ni la imagen de sus padres ni la de sus amigos la que logró que la chica mantuviera los ojos abiertos, pese al cansancio al que sus párpados empezaban a estar sometidos. Fue una imagen mucho más poderosa la que le recorrió las ideas, la que logró que Hermione, aún sintiendo la pesadez que su brazo suponía, dibujara con la varita una sencilla circunferencia en el aire de aquel cada vez más angosto lugar.
—Expecto patronum —susurraron sus labios entre jadeos, notando como su voz se apagaba en cada sílaba... pero logrando pronunciar de la primera hasta la última letra con suficiente claridad.
De la punta de su varita no surgió ni una centella, ni una chispa, ni una nube uniforme... sino una preciosa loba plateada, deslumbrante y cegadora, que habiendo olfateado a su dueña un par de veces, partió en busca de la salvación, desapareciendo de la sala.
Y a Hermione no le quedó más que dejar caer su brazo al suelo, aún manteniendo la varita agarrada entre sus dedos, dispuesta a abandonarse en aquella lúgubre sala, notando como el frío empezaba a apoderarse de su persona.
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