Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo XXIX - Colovaria

ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO XXIX —

C o l o v a r i a ❞

Hermione tosió con fuerza un par de veces, notando como el chocolate que había ingerido se le atoraba en la garganta después de oír aquel nombre que los labios de Harry habían pronunciado.

Cedric fue el único que pudo salir de su estupefacción para darle un par de suaves golpes en la espalda, a modo de ayudarla a recuperarse mientras el resto seguía sumido en aquel pesado silencio, atónitos por lo que acababan de escuchar.

—Todo... todo este tiempo... —balbuceó Ron, sentado al pie de la cama en la que Harry aún se recuperaba—. Hemos estado siguiéndole la pista a Snape... cuando resulta... ¿resulta que era Quirrell quien perseguía la Piedra?

El de cabellos negros asintió con fervor, observando fijamente a sus compañeros, que seguían teniendo dibujada en sus rostros inocentes aquella mueca de desconcierto.

Susan, justo sentada a un lado del pelirrojo, se levantó de la cama con agilidad y se permitió andar unos pasos por la enfermería, intentando poner en orden sus ideas.

—Entonces, —exclamó ella— ¿lo único que Snape trataba de hacer con sus amenazas fue alejarlo de la Piedra, sabiendo de sus intenciones?

—Nada más lejos de la realidad, Susan —asintió entonces Harry—. Es más: Quirrell me dijo que Snape era precisamente quien nos protegía.

—Pero, Harry —se añadió entonces Cedric—, ¡él intentó matarte en el primer partido de Quidditch!

Hermione, que se mantenía atenta a la conversación, cerró los ojos: ahora comprendía la aclaración que le había hecho Snape hacía tres noches.

—No, no fue Snape. Él... él estaba contrarrestando el hechizo de Quirrell —manifestó entonces, recayendo la atención de sus compañeros sobre sí—. Mi idea de prenderle fuego a su capa fue tan estúpida...

—Fue precisamente tu idea la que nos salvó, Hermione —esclareció Harry—. Cuando Snape se levantó para apagar las llamas, empujó accidentalmente a Quirrell, que se encontraba justamente tras de sí, haciendo que éste perdiera el contacto visual con mi escoba... según él mismo me dijo, estuvo a punto de conseguirlo si no hubiera sido por Snape y este pequeño incidente.

La Gryffindor intentó respirar algo más aliviada: al menos, su ocurrencia no había resultado tan tremendamente catastrófica como se pensaba.

—Por eso Snape se ofreció como árbitro en el siguiente partido... —anunció entonces Ron, atando cabos sueltos—. Quería asegurarse de que podría ayudarte si Quirrell lo volvía a intentar.

Una vez más, Harry asintió con convencimiento.

—También fue Quirrell quien dejó escapar el troll en Halloween, quien se encargó de quemar la quinta pista de la prueba de las Pociones... —esclareció, recordando con impoluta precisión cada detalle—. Pero... lo más impactante para mí fue cuando el propio Quirrell admitió que su maestro... Voldemort... siempre se encontraba junto a él.

Los cuatro muchachos restaron en silencio durante unos instantes, observándose con desconcierto.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Susan por todos ellos.

Harry suspiró con pesadez antes de pronunciarse.

—Cuando Quirrell procedió a deshacerse del turbante que siempre portaba... lo vi... —se expresó con cierto temor—. En la nuca del profesor se encontraba el rostro de Voldemort, completamente demacrado, con la piel muy blanca y los ojos tan rojos como un pulido granate... creo que jamás seré capaz de borrar esa imagen de mi mente...

Hermione le tomó de la mano, intentando transmitirle todas las fuerzas que necesitara, aún encontrándose completamente asustada por todo aquello que oía.

—¿Habló contigo? —ansió saber en un susurro delicado—. ¿Voldemort se dirigió a ti?

El muchacho asintió con resignación.

—Intentó convencerme para que me uniera a él, diciéndome que juntos podríamos hacer volver a mis padres... —se sinceró el Gryffindor con los ojos vidriosos—. Pero no le creí.

—Bien hecho, Harry —le animó Cedric, colocado sobre uno de los sillones que restaban junto a la cama—. ¿Cómo reaccionó?

—Quirrell se abalanzó sobre mí para intentar robarme la Piedra. Sin saber cómo, ésta me había llegado al bolsillo del pantalón tras mirarme en aquel grande espejo, el mismo que vimos en aquella aula abandonada —respondió el muchacho con firmeza—. Sin embargo, cuando las manos de Quirrell me rodearon el cuello, éstas empezaron a convertirse en ceniza, como si mi contacto, de alguna forma u otra, le consumiera.

Ron frunció ligeramente el ceño, intentando entender la situación.

—¿Quieres decir que Quirrell se quemaba por tu toque?

—Así es, Ron. Cuando comprendí la ventaja que tenía sobre él, le planté ambas manos sobre el rostro y fui testigo de cómo su cuerpo se convertía lentamente en ceniza hasta no quedar de él más que sus ropajes.

—Entonces, ¿Voldemort murió con él? —exclamó Susan, esperanzada, acercándose de nuevo hasta la cama.

—Me temo que no... —suspiró el muchacho—. Cuando creí haberlo vencido, Voldemort salió de entre sus restos como un sombrío espectro y me atravesó el torso... lo último que recuerdo después de aquello es que caí estrepitosamente al suelo mientras todo se volvía oscuro a mí alrededor.

—¿No viste nada más? —se añadió Hermione, curiosa.

Harry la observó con cierta extrañeza.

—Sí, ahora que lo dices... —confesó—. Algo dorado brillaba sobre mí... creí que era una snitch en un primer momento, pero después, la imagen se me asemejó más bien a unas gafas de media luna...

La castaña sonrió.

—Dumbledore —exclamó ante los presentes—. Él fue a tu encuentro para salvarte de Voldemort.

Lo que los muchachos no se esperaban era que aquella voz profunda y carismática se añadiera a la conversación.

—Así es, Srta. Granger —pronunciaron los labios del director, palabras ante las que los muchachos se giraron a la vez en su dirección, observándole con total fascinación—. Yo llegué a tiempo para evitar que el alma de Voldemort pudiera hacerle más daño, Sr. Potter... aunque debo decir que se estaba usted defendiendo muy bien.

Cedric fue el primero en alzarse del asiento, y pese a sus heridas, apoyándose en el bastón que le habían otorgado, se posicionó frente a Dumbledore.

—¿Qué ha pasado finalmente con la Piedra, profesor?

Dumbledore dejó al descubierto su limpia sonrisa de marfil entre aquella nívea barba.

—La Piedra, Sr. Diggory, fue destruida —les anunció con claridad—. Mi amigo Nicolás Flamel y yo tuvimos una pequeña charla y estuvimos de acuerdo en que era lo mejor.

—Pero, señor —se añadió Hermione, alzándose también del sillón—, eso significa que él y su esposa morirán, ¿no es cierto?

—Tienen suficiente Elixir como para poner sus asuntos en orden, Srta. Granger —esclareció el director con calma—. Luego, sí, morirán.

—¿Qué hay de Voldemort, señor? —preguntó Susan, alcanzando la posición de sus compañeros—. ¿Él también murió?

—Me temo que no, Srta. Bones —admitió el hombre, acariciándose la barba con sus dedos firmes—. Él debe estar en algún lugar, buscando otro cuerpo para compartir... como no está realmente vivo, no se le puede matar. Sin embargo, nuestro amigo, el Sr. Potter, fue capaz de retrasar su regreso al poder.

Harry, que aún se encontraba estirado sobre el catre, apretó los labios con fuerza.

—Aún hay cosas que no entiendo, profesor... —se sinceró ante todos los presentes—. Por ejemplo, ¿por qué Quirrell no podía tocarme?

—Su madre murió para salvarle, Sr. Potter. Si hay algo que Voldemort no pueda entender es el amor, y no se dio cuenta que un amor tan poderoso como el de su madre hacia usted deja poderosas marcas... —le explicó con parsimonia—. Haber sido amado tan profundamente, aunque esa persona que nos amó ya no se encuentre con nosotros, nos deja siempre una protección... y eso está en su piel.

—¿Qué hay de su prueba, director? —se pronunció Ron entonces, aún sumergido en su curiosidad—. ¿Cómo consiguió Harry la Piedra antes que Quirrell?

Dumbledore volvió a sonreír.

—Me alegro de que me pregunte eso, Sr. Weasley. Fue una de mis más brillantes ideas... y entre ustedes y yo, eso es decir mucho —manifestó el anciano—. Solo alguien que quisiera encontrar la piedra, encontrarla, pero no utilizarla, sería capaz de conseguirla.

Hermione no pudo evitar imitar el gesto del director, mostrando una de sus mejores sonrisas ante él.

—Eso fue brillante, profesor —le elogió con total sinceridad.

—Le agradezco el cumplido, Srta. Granger —declaró el anciano—. Ahora, basta de preguntas. Les sugiero a todos que se coman algunas golosinas y recuperen sus fuerzas para volver al estudio cuanto antes.

Los muchachos sonrieron ante las palabras del director, mientras éste giraba sobre sus talones y se disponía a abandonar la enfermería: sin embargo, su figura se detuvo después de un par de pasos, volviéndose a girar en dirección a los muchachos, como si se hubiera olvidado de algo.

—Por cierto, Sr. Potter —exclamó entonces, con la atención de todos los presentes aún recayendo sobre sí—. Cuide la capa de invisibilidad. Su padre la utilizaba sobretodo para robar comida de las cocinas cuando se encontraba en el colegio... un artefacto útil, si me permite decirlo. Echaré en falta tenerlo en mi posesión.

Y tras la marcha definitiva del anciano, los cinco muchachos restaron con una sonrisa dibujada en sus rostros joviales, sintiéndose completamente afortunados: habían sido los valientes que se habían enfrentado al Señor Oscuro y habían vivido para contarlo... motivo suficiente como para congratularse de su fortuna y querer seguir adelante... 

Juntos, como una familia.

  *** 

Las palmadas que profirió el director desde su puesto, justo en el centro de la mesa de profesores, resonaron con poderío entre las voluptuosas paredes del Gran Comedor, silenciando el murmullo en el que los alumnos estaban sumidos, eufóricos por haber terminado los exámenes finales de una vez por todas.

Aquel, para todos ellos, suponía uno de los banquetes más especiales: con él, los alumnos finalizaban por fin el curso, rememorando con gran estima todas las experiencias vividas en el castillo durante aquellos últimos meses.

Pese a que el lugar se encontrara decorado por los colores verde y plata que representaban a la casa de las serpientes, celebrando su triunfo en la Copa de las Casas por séptima vez consecutiva, en las mesas de los Gryffindors y los Hufflepuffs se respiraba la algarabía: pese a que ambas casas se encontraban en peor lugar, cinco de sus integrantes se bastaban con la dicha de haber superado aquel año, después de los peligros a los que se habían enfrentado.

—¡Otro año se va! Y menudo año... esperamos que vuestras cabezas estén un poquito más llenas que cuando llegasteis. Ahora, tenéis todo el verano para dejarlas bonitas y vacías antes de que comience el próximo año —exclamó Dumbledore ante todos los presentes—. Bien, tengo entendido que hay que hacer entrega de la Copa de las Casas. Este año, las puntuaciones han quedado de la siguiente forma: en cuarto lugar, Gryffindor, con doscientos noventa puntos; en tercer lugar, Hufflepuff, con trescientos cincuenta y dos; en segundo lugar, Ravenclaw, con cuatrocientos veintiséis; y finalmente, en el primer puesto, Slytherin, con cuatrocientos cincuenta.

Una tormenta de aplausos y silbidos estalló en la mesa de las serpientes.

—Sí, sí, bien hecho, Slytherin —prosiguió el director—. Sin embargo, los recientes acontecimientos deben ser tomados en cuenta... así pues, tengo para agregar algunos puntos de última hora.

Las sonrisas victoriosas de los Slytherins empezaron a apagarse, mientras que en el resto de mesas, la expectación crecía considerablemente.

—En primer lugar, a la Srta. Susan Bones, por su bondad, generosidad y compañerismo, premio a la casa Hufflepuff con cincuenta puntos.

La mesa de los tejones estalló en fieros aplausos y gritos de felicidad, y los más cercanos a la pelirroja no dudaron en elogiar su proeza con muestras de cariño, aunque ella se encontrara estupefacta ante lo que acababa de escuchar, tomando sus mejillas un tono más anaranjado que de costumbre.

—En segundo lugar, al Sr. Cedric Diggory, por su valentía y habilidad contra la adversidad, premio a la casa Hufflepuff con otros cincuenta puntos.

El castaño fue aplaudido con el mismo fervor por parte de los tejones, aunque él supo conllevar mejor la situación, dedicándoles a sus compañeros la mejor de sus sonrisas mientras se unía a la celebración.

—¡Hufflepuff supera a Slytherin por dos puntos! —pudo escuchar Hermione la voz de Ron a su lado, cuando éste notificó sus cálculos a la mesa, mientras seguían aplaudiendo el triunfo de sus amigos.

—En tercer lugar —prosiguió Dumbledore, una vez la euforia cesó—, al Sr. Ronald Weasley, por ser el mejor jugador de ajedrez que Hogwarts haya visto en muchos años, premio a la casa Gryffindor con cincuenta puntos.

Todos los componentes de dicha casa le dedicaron al pelirrojo un intenso aplauso, y éste no supo hacer más que restar con los ojos abiertos como platos, observando al director sin poder creer aquellas poderosas palabras que habían resonado entre las paredes del Gran Comedor.

—En cuarto lugar, a la Srta. Hermione Granger, por el uso de la fría lógica al enfrentarse con el fuego, premio a la casa Gryffindor con otros cincuenta puntos.

La castaña enterró la cara entre los brazos, emocionada y avergonzada al mismo tiempo, intentando asimilar aquella noticia mientras notaba como Ron y Harry se abrazaban a ella y escuchaba como sus compañeros la elogiaban mediante gritos de felicidad.

—En quinto lugar, al Sr. Harry Potter, por su temple y sobresaliente valor, premio a la casa Gryffindor con sesenta puntos.

Aquel anuncio permitió que la felicidad en la mesa de los Gryffindor alcanzara su cúspide: no hizo falta que Ron anunciara sus cálculos esta vez como para que todos supieran que, gracias a la puntuación que Dumbledore les había otorgado, su casa quedaba empatada con la de las serpientes.

El director levantó el brazo ante todos los presentes, gesto que ayudó a que la sala fuera recuperando la serenidad.

—Hay muchos tipos de valentía. Hay que tener mucho coraje para oponernos a nuestros enemigos... pero hace falta el mismo valor para hacerlo con los amigos —anunció, con una sonrisa dibujada entre sus mejillas pobladas—. Así pues, al Sr. Neville Longbottom, por su inestimable coraje, premio a la casa Gryffindor con diez puntos.

Todos los componentes de la casa de los leones se alzaron de sus puestos y celebraron su repentina victoria mediante aplausos, gritos de euforia y divertidos silbidos. Neville, sin poder tan siquiera reaccionar, se vio desaparecer bajo el cúmulo de gente que ahora lo abrazaba.

—Así pues, hay que hacer un cambio en la decoración —anunció finalmente el director, que alzando ambas manos, dio una poderosa palmada que acompasó con su hablar—. ¡Colovaria!

En un instante, los adornos verdes se transformaron en un escarlata encantador; los de plata, se volvieron dorados, y la gran serpiente que adornaba la sala se desvaneció para dar paso al león de Gryffindor.

Mientras su casa festejaba aquella inesperada victoria, Hermione no pudo evitar dirigir su mirada hacia la mesa de los profesores, encontrándose con aquella figura sombría que, tal y como se esperaba, le devolvía la mirada: Snape, sutilmente, alzó la copa que sujetaba entre sus dedos firmes, y de un sencillo gesto, tomó un trago de vino en honor a ella, su ángel de la guarda.

Y Hermione no supo hacer más que dedicarle una de aquellas abiertas sonrisas que solo él era capaz de provocarle, sabiendo que aquella se convertiría en una de las mejores noches de su vida.

  *** 

Para la suerte de muchos, el día finalmente llegó. Las notas se entregaron, los armarios se vaciaron, los equipajes estuvieron listos y la melancolía apareció en los más recónditos corazones que se negaban a aceptar que aquel era el fin de su año escolar, un año que había estado plagado de emociones para todos y cada uno de sus integrantes.

Como cada año, mientras los alumnos se despedían del castillo hasta el próximo curso, Snape se encontraba refugiado en la soledad de su despacho, viendo aquel precioso atardecer a través de sus ventanales hechizados, sintiendo como ya cargaba un año más ejerciendo como docente a sus espaldas.

Siempre le había resultado curiosa la mezcla de sensaciones que había sentido cada año durante aquellas fechas: era innegable para él que cierta dicha le invadía al pensar que perdería de vista a esos mocosos insufribles durante las vacaciones, no teniendo que aguantar sus necedades por una buena temporada. También le alegraba pensar que se mantendría alejado del fisgoneo de Dumbledore, de la seriedad de McGonagall, de la persistencia de Charity, de la pesadez de Binns, de la euforia de Sprout, de la singularidad de Flitwick... tanto como de las bromas de Peeves, la irritación constante de Filch o la ironía de los fantasmas, así como la usual apatía que sentía por los cuadros...

Pero por otro lado, Snape tampoco se alegraba de volver a su vieja casa situada en la Calle de la Hilandera: poco había en ese hogar más que dolorosos recuerdos y aquella soledad abrumadora que cargar sobre las espaldas, incluso para un lobo solitario como él lo era.

Sin embargo, aquel año, además del habitual conflicto interno al que el profesor de Pociones se sometía, él mismo podía distinguir en su interior aquellos destellos de aflicción que se apoderaban lentamente de su persona a medida que transcurrían los minutos, mientras seguía parado frente al gran ventanal, observando los cielos anaranjados.

Era innegable que algo había cambiado en él, y no era difícil descubrir de qué se trataba: Snape no podía evitar sentirse ligeramente abatido por la marcha de aquella muchacha de cabellos rizados y alborotados que había conseguido dejar huella en su persona. Habían sido muchas las emociones que le habían rodeado respecto a la castaña durante aquel intenso año, y resultaba imposible rebatir que sentía cierto afecto por ella, aunque este se escondiera en uno de los más recónditos escondites de su corazón.

Las despedidas no le agradaban lo más mínimo, así que Snape ni tan siquiera se había planteado presentarse al vestíbulo para verla marchar desde la lejanía. Posiblemente, se hubiese sentido peor contemplándola alejarse del castillo, dejándolo a él atrás... así que se había limitado a actuar como cada año, encerrándose en su sombrío despacho, fingiendo para él mismo que nada había cambiado en lo más mínimo.

Pero un pequeño detalle fue el encargado de hacerle saber que se equivocaba por completo.

En los cielos, cada vez más invadidos por la oscuridad de la noche, el profesor creyó distinguir una nívea sombra que cada vez se acercaba más hasta donde él se encontraba: no tardó en percatarse de que se trataba de una lechuza con un discreto sobre envuelto entre sus garras... pero, lo que no se esperaba ni por asomo fue que ésta aterrizara justamente ante su ventanal y picara con el pico sobre el fino cristal que les separaba.

Snape se tomó unos breves instantes para comprender la situación: sabía perfectamente que aquellos ventanales estaban sometidos a un poderoso hechizo que él mismo les había conjurado, y que éstos mostraban el exterior de Hogwarts tal y como se veía desde aquella aula abandonada que él había escogido para llevar a cabo su hechizo. Entonces, ¿qué hacía allí aquella lechuza? ¿A quién podría estar llevando aquel delicado sobre?

Carcomido por la curiosidad, Snape abrió la cristalera del ventanal, dejando que la lechuza diera entonces unos sencillos pasos y se adentrara en la frialdad de la habitación, observándole con aquellos grandes y grisáceos ojos tan característicos.

Pese al trato que ya había mantenido con ellas, a Snape no le entusiasmaban en absoluto aquellas bestias, tan inteligentes como ingratas a su parecer. No le extrañó entonces que el animal le punzara la mano con su afilado pico en cuanto quiso hacerse con el sobre que éste portaba, y limitándose a soltar un suspiro plagado de resignación ante aquel ligero dolor que sentía sobre la piel, Snape se hizo bruscamente con el papel, dedicándole una mirada repleta de odio a la lechuza, capaz de helar hasta el alma del ser más desalmado sobre la faz de la tierra.

El profesor procedió entonces a abrir con sumo cuidado aquel delicado sobre, intentando no quebrarlo de un brusco movimiento. Una vez hubo quedado abierto, no tuvo más que agarrar entre sus firmes dedos el trozo de pergamino que éste contenía en su interior, y dejando el sobre encima de su escritorio, procedió a leer aquel mensaje escrito en aquella hermosa caligrafía.

«Gracias por tanto» 

Una vez más, no hizo falta la presencia de un remitente para que el murciélago supiera con absoluta certeza de quién se trataba.

Snape, conmovido por aquel sencillo y, a su vez, tan significante gesto, se limitó a acercar aquel trozo de pergamino hasta su prominente nariz, y con delicadeza, cerró los ojos y aspiró el delicado aroma a vainilla que éste desprendía, sintiéndola junto a él una vez más.

Y en aquel preciso instante, a kilómetros de distancia, encontrándose el Expreso de Hogwarts listo para partir hacia Londres, la más astuta de los Gryffindors contemplaba la silueta del castillo dibujada en la lejanía mientras se deleitaba con la amarga fragancia que había quedado impregnada sobre su jersey durante aquella noche estrellada que jamás olvidaría, sintiéndolo junto a ella una vez más.

—¿Se hace raro volver a casa, verdad? —escuchó la suave voz de Susan tras de sí.

Harry, Ron y Cedric, que también se encontraban junto a ella, contemplando el castillo en el que tanto habían vivido, sonrieron con emoción.

—No volvemos a casa, Susan. Venimos de ella —exclamó el niño que sobrevivió con los ojos vidriosos—. Hogwarts siempre será nuestro hogar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro