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Capítulo XXIV - Sonorus

ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO XXIV —

S o n o r u s ❞

—¿Nos estás diciendo que era Voldemort quien estaba en el bosque?

Aquellas palabras habían sonado aún más aterradoras en los labios de Harry, quien no podía dar crédito a todo lo ocurrido hacía apenas unas horas.

Hermione asintió tímidamente, con una mueca de preocupación dibujada en su rostro.

—Pero está débil —respondió ella, intentando suavizar la situación—. Está viviendo gracias a la sangre de los unicornios.

Harry, completamente desconcertado, frenó su paso intranquilo frente a las brasas que se mantenían encendidas en la chimenea del vestíbulo de la sala común, intentando sentirse reconfortado con el calor que éstas le otorgaban, mientras sus dos amigos se mantenían colocados cada uno en un sillón diferente, observándose con inquietud entre sí.

—¿No os dais cuenta? Lo habíamos entendido mal —reflexionó el de cabellos azabaches, cerrando los ojos con desesperación—. Snape no quiere la piedra para sí. ¡La quiere para Voldemort! Con el Elixir de la Vida, él recobrará sus fuerzas... y volverá.

Sus palabras consiguieron remover el estómago de la muchacha. Aquella era la afirmación que la castaña más se había planteado durante las últimas horas, y ni podía ni quería creer que fuera él, el hombre que le quitaba el sueño, quin estuviera detrás de todo aquello... era demasiado soportar para su corazón débil.

—Pero, si vuelve... —se añadió Ron, sacándola de sus pensamientos más profundos—, no crees que trate de matarte... ¿verdad?

Harry pareció reflexionar aquella pregunta, dejando que sus ojos esmeralda anduvieran por cada rincón del vestíbulo mientras meditaba una respuesta.

—Creo que podría haber tratado de matarme esta misma noche.

Ron tragó saliva.

—Y pensar que yo estaba preocupado por mi examen de Pociones... —manifestó su angustia, mientras se ponía las manos en la cabeza.

Hermione se levantó decididamente de su asiento y se permitió dar unos pasos por el vestíbulo, a fin de aclarar en su interior todas aquellas ideas que volaban libres en su cabeza.

—Se nos está olvidando una cosa, chicos —exclamó ella, con los ojos iluminados—. ¿Quién es el mago al que Voldemort siempre ha temido?

Los muchachos se observaron entre sí con total desconcierto.

—¡Dumbledore, por supuesto! —no tardó en responder la castaña—. Mientras Dumbledore esté en el castillo, tú estarás a salvo. Mientras Dumbledore esté aquí, nadie te puede tocar.

Las palabras de Hermione eran ciertas. Tanto, que el de cabellos azabaches se sintió algo más aliviado gracias a ellas: no había nada que temer mientras el director se encontrase en el castillo.

Así, esperando que la suerte les fuera favorable, los muchachos decidieron seguir con sus estudios, dejando pasar las semanas e intentando no pensar demasiado en la amenaza que Voldemort suponía, aún encontrándose debilitado: Cedric y Harry debían concentrarse en los entrenamientos de Quidditch ahora que se acercaban de nuevo los partidos; Hermione y Susan se disponían a prepararse para los exámenes finales, y a Ron le bastaba con intentar mejorar su actitud con respecto a las clases.

Para su suerte, las semanas transcurrieron con rapidez: la pérdida de puntos de Gryffindor había quedado, tal y como el pelirrojo les había dicho, como un tema algo más diluido, aunque no olvidado. Ni Harry ni Hermione se sentían ya intimidados por aquellas miradas de odio, pues estas empezaron a cesar, pero la soledad seguía siendo un peso cargado a sus espaldas.

En una de aquellas tardes en compañía, Susan y Hermione visitaron la biblioteca para avanzar temario de Historia de la Magia. Se habían instalado en la mesa de siempre, justo la que se encontraba más arrinconada, dónde podían dedicarse a sus tareas con la tranquilidad adecuada.

Para su suerte, aquella tarde parecía que ni un alma permanecía en el lugar, cosa de la que Hermione se regocijó. Si había algo mejor que poder perderse entre los libros de la biblioteca era el hacerlo en soledad.

—No encuentro la biografía de Uric el Chiflado por ninguna parte —suspiró Susan, rindiéndose ante aquella gran estantería repleta de viejos y pesados volúmenes.

—Eso es porque estás buscando en el lugar equivocado —respondió su compañera con una sonrisa, encontrándose a pocos metros de su amiga, revisando con la mirada las páginas del libro que sostenía entre sus manos—. Deberías registrar la Sección Medieval.

—¿Qué estás buscando tú?

—La biografía de Gaspard Shingleton. Y parece que aquí está —añadió la castaña, cerrando bruscamente aquel volumen y clavando su mirada sobre su compañera—. Vamos, te ayudaré.

Ambas muchachas se dirigieron entonces hacia la sección más polvorienta de la biblioteca, en la que repasaron las solapas de los libros con atención. Para Hermione resultaba fácil recordar con impoluta precisión todos aquellos que había leído, por lo que no le fue complicado encontrar aquel que contenía en su interior la biografía que estaban buscando. Sin embargo, antes de que sus dedos llegaran a agarrarlo, poniéndose de puntillas frente a la estantería, un impacto proveniente de dos secciones más allá las alertó, tanto a ella como a Susan.

Las dos alumnas restaron entonces en silencio, observándose entre sí con interrogación.

—No... no... otra vez no, por favor....

Tanto Susan como Hermione reconocieron aquellos susurros con facilidad. La pelirroja quiso entonces manifestar el nombre de su dueño, pero antes de que pudiera proceder, la castaña le tapó suavemente la boca con las manos, en un intento por mantener su anonimato.

En la lejanía, originario del mismo lugar del que provenían las súplicas, un murmullo inteligible por parte de una característica y profunda voz acarició los oídos de las muchachas. Pese a no poder distinguir ni una palabra, ambas supieron con inmediatez de quién se trataba.

—Está bien... está bien...

Manteniéndose arrimadas a las estanterías, la Gryffindor y la Hufflepuff, conteniendo la respiración, fueron testigos de cómo unos pasos ajetreados abandonaban el lugar, seguidos por otro andar más firme y contundente. Una vez creyeron haberse quedado solas, ambas volvieron a respirar con normalidad.

—¿Crees que...? —balbuceó Susan, apoyándose sobre una de las mesas—. ¿Crees que Quirrell...?

Sin necesidad de terminar la frase, Hermione asintió mientras intentaba apaciguar su respiración.

—Sí, Susan —contestó ella con decisión, aunque sus propias palabras le fueran difíciles de creer—. Quirrell acaba de ceder ante Snape.

No hizo falta decir más para que ambas se apresuraran en abandonar la biblioteca, recogiendo torpemente sus pertenencias y olvidándose sus labores; con el peso de sus bolsos, descendieron rápidamente la gran escalinata y corrieron hasta el Gran Comedor, donde distinguieron con facilidad aquellos cabellos característicamente pelirrojos entre la multitud. Sin tiempo que perder, se acercaron a la mesa de los Gryffindors.

—¿Qué os pasa? —les preguntó Ron, viéndolas tan fatigadas.

—¿Dónde están Harry y Cedric? —exclamó la pelirroja, sin cederle respuesta alguna.

El muchacho se rascó la barbilla con los dedos, pensativo.

—¡Entrenando, claro! —alegó él con los ojos brillantes al recordarlo—. Cedric quería enseñarle algunos trucos a Harry antes del partido.

Susan y Hermione compartieron una mirada fugaz, asintiendo con la cabeza.

—No hay tiempo que perder, Ron —se añadió la castaña, presionando la bolsa que portaba entre los brazos contra su torso, dispuesta a reemprender su marcha—. ¡Vamos, tenemos que ir a buscarles!

Con la curiosidad a flor de piel, el muchacho se dispuso a seguir el paso ajetreado de sus dos amigas, aún sin entender en absoluto qué era lo que estaba ocurriendo. 

Pese a las miradas curiosas del resto de alumnos, los tres amigos salieron al exterior del castillo y corrieron sin cesar en dirección al campo de Quidditch, donde rápidamente divisaron las figuras del Gryffindor y el Hufflepuff sobre unas de las escobas que sobrevolaban el lugar.

Confiada, la Hermione desenfundó su varita.

Sonorus.

Una vez de la punta de ésta se hubo iluminado, la muchacha tosió un par de veces, aclarándose la garganta, y procedió a colocársela casi sobre la comisura de sus labios.

—¡Harry! ¡Cedric! —su voz resonó por todo el estadio gracias al conjuro—. ¡Venid, deprisa!

Los dos jugadores, ante el clamor de su voz, no tardaron en descender con sus escobas hasta tierra firme, acercándose hasta la posición de sus amigos.

Habiendo recuperado el aliento que les faltaba, Hermione y Susan procedieron a explicarles a sus amigos lo que habían escuchado en la soledad de la biblioteca, ante lo que los muchachos se quedaron atónitos.

—¡Sabía que ese idiota de Quirrell cedería! —exclamó Ron con fastidio, desordenándose los cabellos con exasperación.

Harry suspiró, abrumado por las circunstancias.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —se preguntó en voz alta.

—Hablar con Dumbledore, por supuesto —sugirió Cedric, captando la atención de sus compañeros—. Es lo que deberíamos haber hecho hace mucho tiempo.

Tanto Susan como Hermione asintieron ante su afirmación; los dos Gryffindors, sin embargo, no parecían tan convencidos.

—¡Pero no tenemos pruebas! —se lamentó el pelirrojo—. Quirrell está demasiado atemorizado como para respaldarnos, y a Snape le basta con decir que no sabe cómo entró el troll en Halloween. ¿A quién os pensáis que van a creer, a él o a nosotros? No es exactamente un secreto que le detestamos.

Hermione tragó saliva, atemorizada por la situación. Todo aquello era tan disparatado que se sentía abatida por las circunstancias, sintiendo como su corazón y su razón disputaban entre sí sin cesar. ¿Realmente era posible que el hombre que se había apoderado de su cordura fuera el mismo que estaba bajo las órdenes de Lord Voldemort?

—Debemos intentarlo, Ron —la voz de Cedric la transportó de nuevo a la realidad—. Confío en que Dumbledore es lo suficientemente sensato como para confiar en nuestra palabra.

—En eso tienes razón —añadió Susan—. El director sabrá que no le estamos mintiendo. Es un hombre justo.

No les quedaba otra alternativa: despidiéndose del resto de jugadores, el grupo conformado por los cinco muchachos volvió a emprender su caminata en dirección al castillo, dispuestos a enfrentarse al director. No sabían con certeza qué le dirían, ni cómo éste reaccionaría, pero estaban dispuestos a tomar el riesgo si así lograban salvar a la comunidad mágica del crudo destino que les aguardaba.

Para conseguir su audiencia con Dumbledore, primero debían solicitarla a la subdirectora. Así, los muchachos alcanzaron rápidamente el aula que la profesora McGonagall solía frecuentar para corregir los ensayos de los alumnos, y después de un último esfuerzo por mantener su paso apresurado, se plantaron frente al pupitre de la profesora, quien les observaba con total interrogación.

—¡Tenemos que ver al profesor Dumbledore inmediatamente! —exclamó Cedric, plantando sus manos sobre la mesa.

McGonagall frunció ligeramente el ceño, contemplando con cierto desdén a los cinco muchachos que ahora intentaban recuperar su respiración ante ella.

—Me temo que el profesor Dumbledore no está —les informó—. Ha recibido una lechuza urgente del Ministerio de Magia y ha partido hacia Londres.

—¡¿Se ha ido?! —bramó Harry en un pesado lamento, sintiendo un nudo indescriptible de emociones en su estómago.

—¡Esto es importante, profesora! —se añadió Hermione—. ¡Se trata de la Piedra Filosofal!

Ante las palabras de la muchacha, McGonagall, completamente atónita, la observó con total fijación.

—¿Cómo sabe usted que...?

—¡Alguien está tratando de robarla, profesora! —manifestó Susan con los ojos temerosos, interrumpiéndola.

Intentando mantener la compostura, McGonagall procedió a examinar con sus orbes azules a los cinco muchachos que restaban en pie frente a ella.

—No sé como han descubierto de la existencia de la Piedra, pero les aseguro que está muy bien protegida —les anunció finalmente, concluyendo la frase con un pesado suspiro.

—¡Pero, profesora...! —intentó Ron expresar.

—Nada de peros, Weasley —respondió ella con frialdad—. Ahora, vuelvan a sus dormitorios.

Resignados ante las circunstancias, a los muchachos no les quedó otra que abandonar calmadamente el aula, sumidos en aquel profundo sentimiento de derrota que les consumía. Se encontraban a merced del peligro y no sabían cómo podían actuar.

—¿Y ahora qué haremos? —rompió Susan el silencio que les invadía, mientras su paso acompasado recorría el largo pasillo—. Sin Dumbledore, estamos perdidos...

Los cinco decidieron detener su andar para acomodarse en uno de los bancos de piedra, meditando fríamente todas las posibilidades.

—Está claro que si el director no se encuentra en el castillo, la Piedra está más expuesta que nunca —expresó Cedric, apretando ambas manos—. Sería de necios no aprovechar una ocasión así...

Harry intercambió rápidamente una mirada con él.

—¿Quieres decir que Snape irá en busca de la Piedra?

Cedric asintió con pesadumbre, notando el peso de aquellas palabras sobre su conciencia.

—¿Y cómo se supone que le vamos a detener? —se preguntó Ron en voz alta.

Pero antes que cualquiera de sus compañeros pudiera tan siquiera plantearse una respuesta, aquella voz tan conocida les sacó de sus pensamientos.

—Buenas tardes —pronunció Snape con su habitual arrogancia, recibiendo al instante la atención de los muchachos sobre sí—. ¿Qué pueden estar haciendo cinco jóvenes alumnos como ustedes en un día como este?

La castaña sintió un mar de confusiones en el estómago cuando los ojos azabaches de su profesor de Pociones se postraron sobre su persona, a la espera de una contestación convincente.

—Eh... Nosotros... —balbuceó ella, intimidada por aquellas profundas orbes en las que tanto había pensado—. Solo estábamos...

—Tengan cuidado —la detuvo el profesor, observando ahora a sus compañeros—. La gente puede pensar que se encuentran tramando algo...

Girando sobre sus talones, la figura de Snape se perdió entonces por el largo pasillo, dejando tras de sí la estupefacción de los cinco muchachos.

Solo Hermione, aún sintiendo aquel nudo en la garganta, fue capaz de romper el abrumador silencio que les invadía.

—¿Qué se supone que vamos a hacer ahora?

Harry respiró hondo antes de proferir la respuesta decisiva, convencido de que no había otra alternativa.

—Bajaremos por la trampilla. Esta noche.

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