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Capítulo XXIII - Flipendo

ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO XXIII —

F l i p e n d o ❞

La primera semana de clases había transcurrido con una lentitud aterradora. Pese a la buena disposición por parte de Hermione a retomar los estudios con buen humor, no era fácil mantenerse optimista después de la pérdida de puntos a la que Gryffindor fue sometida. La verdad no tardó en saberse entre el alumnado, hecho que provocó la soledad que empezó a rodear a la castaña, así como a sus dos amigos, Harry y Neville.

La gran mayoría de sus compañeros de casa habían optado por no dirigirles la palabra después de lo ocurrido: solo Ron, quien se sentía de algún modo culpable por no haber estado con ellos, y los gemelos, quienes cargaban muchos puntos perdidos a sus espaldas, fueron los únicos dispuestos a mantener con ellos el mismo trato amistoso. En el caso de la muchacha, sus dos compañeras de habitación también la apoyaban: Katie y Romilda parecían estar por encima de cualquier puntuación, cosa que para Hermione suponía un consuelo.

Así como la convivencia, las clases tampoco habían sido fáciles: Harry tenía que soportar los estúpidos comentarios por parte de los Slytherin, quienes ahora encabezaban la Copa de las Casas, y Hermione se mantenía completamente callada ante los profesores, aunque en su interior se muriera por brindarles todas las respuestas que conocía.

Aquel comportamiento no fue pasado por alto por el profesor de Pociones, quien aún mostrándose igual de reacio con respecto a los Gryffindors que tenía por alumnos, no podía evitar sentirse preocupado por ella. Había sabido por Minerva que los muchachos habían sido castigados, y pese a que la corrección le parecía merecida, le resultaba imposible preguntarse el porqué. ¿Desde cuando Hermione Granger, la alumna más brillante que había conocido en sus años de docencia, se saltaba así las normas?

Debía haber una razón detrás de todo aquello, pero no sabía ni por dónde empezar... aunque tampoco era de su incumbencia, cosa que profundamente lo incordiaba. Querer ayudarla y no poder.

Sencillamente, se limitó a comportarse con algo más de benevolencia con ella: que la muchacha restara callada en sus clases era la excusa perfecta para no tener que restarle más puntos de los que ya habían perdido. Así, hacía su pequeña pero gran contribución... aunque se muriese por querer hacer más.

Intentando escapar de la tensión del ambiente después de aquella comida en la que tanto Hermione como Harry se sentían incomodados por las miradas de odio que sus compañeros les procesaban, ambos, junto con Ron, Cedric y Susan, decidieron pasear hasta la soledad del Lago Negro en aquella tarde del viernes, gélida como ninguna.

—Pronto se les pasará —les animó el pelirrojo, viendo a sus dos amigos tan decaídos—. Fred y George han perdido puntos muchas veces desde que están en el castillo, y la gente les sigue apreciando.

—Dudo que ellos perdieran ciento cincuenta puntos de una sola vez... ¿no? —se lamentó Harry, contemplando las aguas heladas.

—Bueno... no —admitió Ron, finalmente.

Los cinco, acomodados sobre inmensas rocas situadas frente al lago y abrigados hasta el cuello, a modo de evitar aquel frío glaciar, dejaron ir un suspiro.

—Esta mañana he recibido la citación de la profesora McGonagall —exclamó la castaña con poco ánimo, intentando avanzar en el asunto—. ¿La has recibido tú, Harry?

El muchacho asintió con cierta parsimonia.

—Debemos encontrarnos con Filch en el vestíbulo principal, a las once de la noche —respondió él en voz alta, a modo de informar a todos los presentes.

—¿Con Filch? —se añadió Susan con cierta estupefacción—. ¿Qué creéis que os tendrá preparado?

—Ordenar sus ficheros, seguro que no —sonrió Cedric—. Los dejé tan impolutamente limpios y ordenados que el muy cabrón pareció tener ganas de guillotinarme en cuanto lo vio.

Tanto Ron como Susan y Hermione sonrieron ante la afirmación de su amigo.

—Nada bueno, Susan... —Harry seguía inmerso en su temor.

—No te preocupes, Harry —se expresó el pelirrojo—. Muchos de los castigos que ese imbécil se muere por emplear en los alumnos no están actualmente permitidos en el colegio.

En el rostro del de cabellos azabaches se esbozó entonces una media sonrisa, intentando escapar de su angustia actual.

En un intento por hacer sentir mejor a sus compañeros, el pelirrojo y los dos Hufflepuffs intentaron distraerles con divertidas anécdotas que parecieron ejercer efecto en ellos: era innegable que ambos muchachos se sentían algo más animados después de aquella tarde en compañía de sus más fieles amigos.

Así, ambos se prepararon para presentarse al gran vestíbulo minutos antes de que tocaran las once, acompañados por Neville, quien parecía ser el más acobardado. Al llegar se encontraron con Draco, quien no supo hacer más que brindarles un par de soberbias miradas.

Filch no les hizo esperar, siendo puntual a la cita: sin apenas dirigirles la palabra, les condujo por la puerta principal hacia los exteriores de Hogwarts, abriéndose paso entre la oscuridad con el sencillo farolillo encendido que portaba en mano mientras murmullaba para sí su descontento.

Siguiendo apresuradamente el paso del vigilante, los muchachos fueron conducidos hasta un escenario que ambos Gryffindor conocían muy bien: la cabaña de Hagrid se les asemejaba como su segundo hogar cuando se encontraban en el castillo.

—¿Eres tú, Filch? —exclamó la voz del semi gigante, quien se mantenía junto a la hoguera encendida mientras se ocupaba de cargar la ballesta que portaba en mano, contemplando a las sombrías figuras que se le acercaban.

Tanto Harry como Hermione no pudieron evitar sentirse completamente aliviados: un castigo junto a Hagrid no podía concebirse como a tal. Esta idea fue la que el de cabellos azabaches transformó en una cálida sonrisa a medida que se acercaban, cosa que Filch no pasó por alto.

—Supongo que te crees que vas a divertirte, ¿no? —manifestó él con su arrogancia habitual—. Piénsatelo mejor, muchacho... el bosque no es un lugar para chiquillos como vosotros.

Los cuatro alumnos tragaron saliva al mismo tiempo al ser conscientes de a dónde se dirigían.

—¿El bosque? —manifestó el Slytherin por los demás—. ¿Es allí donde vamos?

Filch dejó al descubierto su impertinente sonrisa de marfil.

—Tendríais que haber pensado en los hombres lobo antes de meteros en líos.

Aquella afirmación fue suficiente como para que el más cobarde de los Gryffindor sintiera la respiración atorada en la garganta.

—¿Hombres... hombres lobo? —balbuceó Neville.

Pero antes de que Filch pudiera asustarles con algún otro comentario, el paso de las cinco figuras alcanzó por fin la posición del semi gigante.

—Menos mal. Llevo esperando media hora —manifestó Hagrid, tensando la cuerda de la ballesta ante la mirada curiosa de los alumnos—. A partir de ahora yo me encargaré de los muchachos.

Filch asintió ante su afirmación, complacido por poder quitarse de encima la responsabilidad que suponían los cuatro castigados.

—Volveré al amanecer para recoger lo que quede de ellos —fue su último aporte para que los muchachos se sintieran completamente temerosos ante lo que les esperaba detrás de aquellos árboles.

Una vez Filch se hubo retirado, Hagrid se acercó hasta los cuatro alumnos y se inclinó ligeramente para poder contemplar sus rostros asustadizos.

—Escuchadme con atención —les exigió—. Lo que vamos a hacer esta noche es peligroso, y no quiero que ninguno cometa ninguna estupidez. ¿Entendido?

Los cuatro asintieron con fervor ante sus palabras, gesto con el que el semi gigante se dio por satisfecho.

—Seguidme.

Completamente acobardados, los muchachos siguieron firmemente el paso de Hagrid, custodiados por el perro de este, Fang, quien cerraba la fila, y se adentraron en la oscuridad del bosque prohibido, rodeados por escalofriantes aullidos y acariciados por las garras gélidas de aquel frío invernal.

Ninguno se atrevió a pronunciar ni una sola palabra en todo el trayecto: los cuatro muchachos se encontraban lo suficientemente entretenidos examinando cada escondite en el que alguna de aquellas inimaginables criaturas que habitaban el lugar pudiera de pronto aparecer.

Pronto alcanzaron el pie de un curioso árbol junto al que Hagrid decidió detenerse: sin mediar palabra alguna, el semi gigante dejó sobre la tierra húmeda el farolillo que portaba y decidió ponerse en cuclillas, posición desde la que procedió a examinar curiosamente aquel extraño líquido plateado que se mantenía fresco sobre el terreno. Sus dedos firmes se dejaron bañar en aquel fluido espeso para ser, segundos después, examinado por sus ojos expertos, así como por la curiosidad de sus acompañantes.

—Hagrid... —llamó Harry su atención, completamente estupefacto—. ¿Qué es eso?

El semi gigante contempló entonces a los cuatro muchachos.

—Esto es lo que nos ha hecho venir aquí —les aclaró, alzando de nuevo sus dedos manchados para que pudieran apreciar aquel líquido con más claridad—. ¿Veis esto? Es sangre de unicornio.

Harry y Hermione no pudieron evitar observarse con espanto entre sí.

—Encontré un unicornio muerto hace unas semanas —prosiguió Hagrid—. Y este rastro... parece que su dueño fue muy malherido por alguien. Así pues, nuestro trabajo es encontrar a la pobre bestia.

Limpiándose entonces la sangre de sus dedos con sus propios ropajes, Hagrid procedió a hacerse de nuevo con el farolillo encendido, y alzándolo a la altura de los muchachos, procedió a volver a examinarlos con la mirada.

—Nos dividiremos en dos grupos para seguir las huellas —dictaminó con firmeza—. Harry, Neville... vosotros vendréis conmigo. Hermione, Draco... vosotros iréis con Fang.

La Gryffindor y el Slytherin intercambiaron una mirada plagada de aversión antes de disponerse a emprender su rumbo hacia las profundidades del sombrío bosque.

Así, Hagrid les brindó una serie de indicaciones para que pudieran proceder con su búsqueda, y una vez Hermione hubo captado toda aquella información, los dos grupos se dividieron, tomando rumbos separados, adentrándose por diferentes caminos al corazón de aquel sombrío bosque.

—Verás cuando se entere mi padre —clamaba el Slytherin, sosteniendo el farolillo en sus delicadas manos y atento a todo cuanto se moviera a su alrededor—. Esto es cosa de los empleados, no de los alumnos.

—¿Te quieres callar? —le exigió la castaña con el más antipático de sus tonos.

El muchacho sonrió con su característica altanería.

—¿Tienes miedo, Granger?

Ella se limitó a fruncir el ceño con desdén, al más puro estilo de su profesor de Pociones.

—¿No serás tú quien lo tiene, que no dejas de observar en todas direcciones? —le contestó ella, palabras ante las que Malfoy cesó su sonrisa.

Antes de que el muchacho pudiera replicar, un poderoso aullido atravesó los cielos con ferocidad. Ambos se llevaron un buen susto al escucharlo, pero solo Hermione supo disimularlo a la perfección, dejando a su compañero en evidencia.

—¿Qué ha sido eso? —sollozó él, observando en todas direcciones con total estupor.

La muchacha, permitiéndose soltar una carcajada al aire, le arrebató de las manos el farolillo y tomó entonces las riendas del grupo, dirigiendo ella el paso, hecho ante el que el Slytherin tuvo que resignarse.

—Vamos, Fang —le llamó éste, cubriéndose así las espaldas mientras refunfuñaba en voz baja—. Tener miedo... Qué estupidez...

Esclareciendo la oscuridad que les rodeaba, los dos muchachos, acompañados por el perro jabalinero, retomaron su paso en dirección al corazón del bosque, siguiendo el rastro de aquel blanco brillante que relucía en la tierra por la que pisaban y alcanzando pronto la negrura de un claro... donde estaban apunto de presenciar una de las imágenes más impactantes de sus vidas.

En lo más profundo de aquel claro, podía distinguirse claramente cómo el cuerpo de un unicornio se mantenía exánime sobre la tierra gélida. Hermione no recordó haber visto antes en su vida algo tan hermoso, y a su vez, tan triste.

Pero aquello que consiguió cortar de inmediato la respiración de ambos muchachos fue aquella figura encapuchada que, arrodillada junto al cadáver, se encontraba inclinada sobre el cuello del animal, clavando en él su dentadura... bebiéndose su sangre.

Ni Fang ni Malfoy supieron mantener la compostura ante aquella horrorosa imagen que se presentaba ante ellos, y mucho menos cuando aquella figura encapuchada, percatándose de su presencia, posó su atención en ellos, observándoles desde su posición. Completamente presos del pánico, ambos huyeron entre cobardes ladridos y gritos de horror que atravesaron los cielos, dejando tras su marcha a una Gryffindor abstraída por la estupefacción que la escena le provocaba.

Aquella sombra se levantó entonces ante ella, y Hermione pudo contemplar cómo la sangre plateada se había vertido por su pecho, embadurnando sus oscuros ropajes.

Sintiendo como el pavor invadía su cuerpo, encontrándose a merced de aquel extraño ser, la muchacha no dudó ni un segundo en hacerse con su varita, guardada en la cintura de su falda. La sombra procedió a acercarse a ella mientras soltaba leves gruñidos, mostrando sus colmillos manchados de sangre, situación ante la cual ella no supo más que levantar con poderío la varita, apuntando fijamente sobre aquella figura lúgubre.

—¡Flipendo! —pronunció cada sílaba con claridad.

De la punta de su varita salió una centella celeste que se precipitó sobre su adversario: sin embargo, éste logró esquivar el hechizo, acercándose cada vez más a la muchacha.

Ante aquel pavor que Hermione sentía, no supo hacer más que mantener la distancia dando tímidos pasos hacia atrás, sintiendo cada vez más cerca de sí la sombra: para su desgracia, las raíces de los árboles que sobresalían en la tierra la hicieron caer estrepitosamente el suelo, provocando que la muchacha cayera de espaldas, y que en un intento por frenar el golpe, recibiendo el suelo con ambas muñecas, su mano derecha fuera irremediablemente a parar sobre otra de las raíces, notando al caer aquel dolor agudo que le provocó el apoyar su peso sobre ella.

Completamente confundida, la Gryffindor solo pudo contemplar como la sombra cada vez parecía estar más y más cerca de ella, e interiormente se repitió una y otra vez que no había escapatoria...

Pero el sonido de cascos galopando a sus espaldas la sorprendió: ante ella, vio como algo saltaba limpiamente a un par de metros y atacaba al encapuchado, quien instantes después huyó entre los árboles, siendo seguido por esta última aparición.

Hermione necesitó unos minutos para procesar todo lo que había ocurrido ante sus ojos, y justo cuando se sintió algo más calmada, contempló como una silueta se dibujaba entre la maleza, no siendo capaz de ver más que el contorno de su fisonomía.

—¿Estás bien? —le preguntó aquella curiosa figura, manteniéndose oculta entre los árboles.

Hermione, alzándose con lentitud, se acarició cuidadosamente la muñeca sobre la que había recaído todo su peso al precipitarse contra la superficie helada, sintiendo como aquel dolor agudo le abrasaba la mano sin piedad.

—Sí... —respondió no muy convencida, contemplando de nuevo la sombra de su interlocutor, lo único que de él podía distinguirse—. Gracias.

Ante la inocencia de la muchacha, la figura optó por descubrirse frente a aquellos destellos de luz que se colaban entre las ramas de los árboles; la Gryffindor admiró entonces su curiosa fisonomía, cuya cabeza, torso y brazos, aparentemente humanos, estaban unidos a un imponente cuerpo de caballo.

Completamente anonadada ante lo que veía, la Gryffindor contempló directamente los ojos de su acompañante: aquellas orbes que la observaban con total fijación eran asombrosamente azules, como pálidos zafiros.

—Mi nombre es Firenze —se presentó el centauro con aquel poderoso tono de voz, relajando la tensa situación.

Hermione se sintió lo suficientemente confiada como para devolverle la cortesía.

—Un placer —añadió ella—. Me llamo Hermione.

Firenze asintió con cierta parsimonia.

—Será mejor que vuelvas con Hagrid —le sugirió sin rodeos—. El bosque no es seguro en esta época.

Pero la curiosidad de Hermione por todo lo que acababa de ocurrir ante sus ojos era más poderosa que su sentido de la responsabilidad. Necesitaba respuestas.

—¿Qué era esa cosa de la que me has salvado?

El centauro, abajando la cabeza con cierta pesadumbre, dejó que sus ojos cristalinos se postraran sobre el cuerpo de aquella bestia que yacía muerta sobre la maleza helada.

—Una criatura monstruosa... —exclamó en un tono más leve, como muestra de respeto ante aquel abominable asesinato del que ahora eran testigos—. Es un crimen terrible matar a un unicornio. Beber de su sangre te mantiene con vida aun si estás al borde de la muerte... aunque a un horrible precio, pues habrás matado algo tan puro que desde el momento en que su sangre toque tus labios, tendrás media vida... una vida maldita.

La muchacha frunció ligeramente el ceño, analizando sus palabras con detenimiento.

—¿Quién puede escoger una vida así? —se cuestionó en voz alta.

Firenze, confiado, inclinó ligeramente su torso hacia la chica, quedando sus rostros a poca distancia.

—¿No se te ocurre nadie?

Hermione, analizando de nuevo sus orbes poderosamente celestes, sintió como una descabellada ocurrencia le atravesaba las ideas. Recordaba con claridad las palabras de Hagrid, en aquella ocasión en la que habían sido lo suficientemente atrevidos como para hablar de un tema tan controvertido.

«Algunos dicen que murió», les decía el semi gigante. «En mi opinión, son tonterías. No creo que le quede lo suficiente de humano como para morir».

—¿Quieres decir...? —balbuceó, intentando poner sus palabras en orden—. ¿Quieres decir que esa cosa que ha matado al unicornio... que estaba bebiendo su sangre... era Voldemort?

Los ojos azules de Firenze parecieron iluminarse ante su revelación.

—¿Sabes qué está escondido en el colegio en este preciso momento, Hermione?

Ella no pudo evitar abrir la boca con total estupefacción, a medida que relacionaba cada hecho en su cabeza a una velocidad asombrosa.

—La Piedra Filosofal —dejó que sus pensamientos hablaran por ella—. El Elixir de la Vida...

El centauro pareció dedicarle una media sonrisa antes de enderezarse de nuevo.

—¿Puedes cabalgar? —le preguntó, mientras flexionaba las patas delanteras para que la Gryffindor pudiera montar en su lomo—. Así será más rápido ponerte a salvo de este lugar.

Hermione asintió con decisión, y aun sintiendo como su mente la abandonaba, procesando la información recibida, con habilidad hizo ascender su cuerpo para quedar sentada sobre el dorso del centauro, aferrándose a su cintura mientras éste se preparaba para partir.

Previniendo a la chica que tuviera la cabeza agachada para no golpearse contra las ramas, Firenze emprendió su fiero paso entre los árboles, manteniendo sobre su lomo a una Gryffindor que intentaba permanecer estable sobre sí.

Pronto, el trotar firme del centauro alcanzó el paradero de Hagrid, quien se mantenía con el farolillo alzado a la altura de sus ojos, buscando entre la arboleda el rastro de la Gryffindor mientras los tres muchachos y Fang le seguían el paso.

Al encontrarse cara a cara, el semi gigante pareció volver a respirar con normalidad.

—¡Hermione! —exclamó con alegría al verla de nuevo—. Hola, Firenze. Veo que has conocido a nuestra joven Gryffindor.

—Buenas noches, Hagrid —le saludó el centauro—. Así es.

Con una sonrisa de alivio dibujada entre su frondosa barba, Hagrid volvió a postrar sus ojos sobre la muchacha.

—¿Estás bien, Hermione?

Ella asintió con fervor, devolviéndole la sonrisa.

—Aquí es donde te dejo —exclamó Firenze—. Estás a salvo ahora.

Hábilmente, Hermione se deslizó de su lomo, cayendo con suavidad sobre la superficie, y por última vez, conectó sus ojos castaños con los del centauro.

—Gracias por todo, Firenze —tímidamente manifestó ella.

Él le dedicó una sonrisa amable.

—Buena suerte, Hermione —le deseó, justo antes de perderse entre la oscuridad de la arboleda, dejando tras de sí anonadados a los tres muchachos que habían presenciado la escena.

Y Hermione, que permanecía viéndole marchar hacia las profundidades del bosque prohibido, recordó con claridad cada palabra que el centauro le había brindado, y se dio cuenta del peligro que les acechaba, el cual resultaba ser mucho mayor de lo que creían.

El alma de Voldemort no había sido destruida aquella pérfida noche en el Valle de Godric, escenario en el que Lily y James murieron a su merced, en el que Harry sobrevivió: Voldemort permanecía en el mundo de los vivos, y pretendía hacerse con el Elixir de la Vida... con la Piedra Filosofal.

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