Capítulo XL - Brackium emendo
ARESTO MOMENTUM
— CAPÍTULO XL —
❝ B r a c k i u m e m e n d o ❞
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Poderosos rayos de sol caían sobre el gran estadio de Quidditch a medida que los primeros jugadores emprendían el vuelo, equipados con el uniforme reglamentario y haciendo lucir sus colores por entre los cielos recién despertados.
Era innegable que aquel partido había sido esperado por muchos con verdadera ansia, tanto por alumnos como profesores, pues la latente tensión que se respiraba en el castillo desde el incidente de la Sra. Norris resultaba un tormento constante para las mentes más advertidas... y cada instante que les dejara escapar de la borrascosa realidad resultaba una bendición, una suerte caída del cielo.
No fue de extrañar, entonces, que cuando Madame Hooch arrojó la quaffle, dando inicio al partido, las gradas estallaran en reiterados silbidos y aclamaciones.
Hermione, que se encontraba en una de las gradas otorgadas a la casa de los leones, y como de costumbre, acompañada por Ron y Hagrid, seguía a los jugadores a través de los prismáticos, a medida que la voz de Lee Jordan, proyectada por todo el estadio, acariciaba sus oídos.
—Maldito sea ese Lucius Malfoy —escuchó la voz de Ron a su derecha—. ¿Habéis visto con qué velocidad vuelan los de Slytherin?
La muchacha sonrió con cierta sorna.
—Te alegrará saber que ese engreído sangre pura no ha querido perderse el partido —manifestó ella, encontrándose con su figura soberbia a través de los binoculares—. ¿Cómo iba él a negarse, si además le conceden un asiento en el palco de las serpientes para que pueda disfrutar del espectáculo?
—¿De verdad? —añadió Ron, arrimándose tanto como pudo a la baranda de madera, como si intentara vislumbrarle desde su posición—. ¿Y porqué has estado observando el palco de Slytherin?
Si el pelirrojo hubiera tenido con él sus prismáticos, habría sabido que junto a Lucius, adecuado a su lado derecho y observando con su habitual inapetencia el panorama, se encontraba la mayor de las perdiciones de Hermione... y es que la tentación de contemplarle sumergido en su distracción resultaba demasiado atrayente como para no obedecerla.
A fin de cuentas, el profesor Snape era un hombre condenadamente atractivo, aunque ella supiera que el sentimiento que se escondía tras aquellos pensamientos era algo mucho más poderoso... demasiado como para que Ron pudiera tan siquiera entenderlo.
La Gryffindor se limitó a retirarse los prismáticos con cierta timidez y clavó sus ojos castaños sobre los de su amigo, tan asombrosamente azules que creyó poder ser descubierta a través de ellos: sin embargo, Ron se limitó a fruncir ligeramente el ceño, no entendiendo porqué las mejillas de la muchacha tomaban aquel curioso rubor.
—¡Mirad! —voceó el semigigante tras ellos, logrando distraer su atención y permitiendo que Hermione volviera a respirar con normalidad—. ¡Esa bludger va directa hacia Harry!
Y así era: en mitad del estadio se encontraba el mejor buscador que Gryffindor había tenido en muchos años, a punto de ser embestido por una bludger negra y pesada.
Sin embargo, antes que ésta pudiera alcanzarle, la figura de George se posicionó ante él como un relámpago, y con el bate que portaba en mano, golpeó con desmedida fuerza la pelota, dirigiéndola contra Adrian Pucey, uno de los jugadores del equipo de las serpientes.
—¡Eso ha estado muy cerca! —declaró Ron, una vez la grada de Gryffindor hubo recuperado la serenidad.
Pero justo cuando creyeron que el mal había pasado, la bludger, ante sus ojos, cambió de dirección en mitad del aire, volviéndose a precipitar contra Harry, que, asombrado, descendió rápidamente para esquivarla; George volvió a golpearla con fuerza, esta vez contra Malfoy, pero la pelota volvió a virar bruscamente, encaminándose como una bala en dirección a la cabeza de Harry, que salió zumbando hasta el otro extremo del campo.
—¡¿Pero qué demonios ocurre?! —gritó Seamus, aferrándose a la barandilla de madera—. ¡Las bludgers nunca se encaran con un único jugador!
—¡Hay que detener el juego! —se añadió Dean Thomas, colocado a su izquierda—. ¡Alguien tiene que estar manipulándola!
Ron y Hermione compartieron entonces una mirada repleta de estupefacción.
—Anda, no seas tímida —le susurró el muchacho con total seguridad—, y asegúrate que nuestro querido Snape no vuelve a hacer de las suyas.
La castaña no tuvo que oír aquella petición dos veces: segura de sí misma, volvió a alzar los prismáticos a la altura de sus ojos, y con asombrosa entereza, encontró la figura sombría de su profesor de Pociones adecuada en su asiento, contemplando con estupefacción lo que estaba ocurriendo en el campo.
—No es él, Ron —declaró entonces, conduciendo la vista en dirección a su acompañante—. Y, sorprendentemente, tampoco es Lucius.
Mientras los muchachos ideaban surrealistas conjeturas acerca de lo que podría estar ocurriendo en aquel preciso momento, Harry, aún esquivando con incesantes giros, vueltas y tirabuzones aquella bludger loca, parecía haber hecho un importante hallazgo que Lee Jordan no tardó en anunciar a través del amplificador.
—¡Parece que Harry Potter ha conseguido hallar la snitch pese a las dificultades! —exclamó con voz contundente—. ¡Pero no será fácil, pues el más reciente buscador de Slytherin, Draco Malfoy, le pisa los talones!
Ron y Hermione cesaron por completo su discusión ante aquel anuncio, volviéndose en dirección al campo: ambos buscadores se encontraban recorriendo el estadio a toda velocidad, persiguiendo la snitch dorada y siendo perseguidos por la bludger enfurecida.
Harry, que se encontraba notablemente más cercano a la pelota que su adversario, decidió deshacerse del agarre que mantenía su mano derecha en la escoba que lo sostenía, y alzó el brazo con determinación, rozando con los dedos el recubrimiento dorado de la fría pelota.
Justo cuando sus dedos se cerraban entorno a la snitch, la bludger lo alcanzó, golpeándole bruscamente el codo, desmontándolo de la escoba y logrando que el muchacho se precipitara violentamente hacia el suelo.
Con un golpe seco, Harry chocó contra el barro y salió rodando, provocando un suspiro en las gradas y palcos de Ravenclaw, Hufflepuff y Gryffindor; sin embargo, cuando el muchacho, aún consciente, abrió la mano con dificultad, dejando al descubierto su logro al atrapar la snitch, infinidad de silbidos y alabanzas inundaron el estadio como celebración.
Hermione, Ron y Hagrid, a diferencia de sus compañeros, no tuvieron tiempo para celebrar aquella victoria, encontrándose demasiado ocupados en descender a toda velocidad las gradas para alcanzar la posición de su amigo.
Cuando los tres, seguidos por alumnos y profesores de todas las casas, alcanzaron la superficie del campo, quedaron estupefactos: la bludger, lejos de rendirse, seguía asestando contra Harry, quien evitaba sus estocadas rodando por el suelo.
Sin pensárselo dos veces, Hermione se hizo rápidamente con su varita y, corriendo en dirección a su amigo, apuntó con firmeza la pelota inquieta.
—¡Finite incantatem! —pronunció con total convicción, y aquel destello carmesí que salió disparado de la punta de su varita cayó sobre la bludger, haciéndola estallar en sutiles chispas que se extinguieron lentamente, a medida que descendían hacia el suelo.
Sin tiempo que perder, la muchacha, seguida por la multitud, se dejó caer de rodillas junto a su amigo, comprobando que se encontrara bien.
—¡Harry! —vociferó, acariciando su mejilla con ternura—. ¿Cómo te encuentras?
—Me temo que no demasiado bien —respondió el muchacho con sinceridad, dejando que en su rostro se dibujara una mueca de dolor—. Creo que me he roto el brazo.
Justo en aquel momento, la figura de Lockhart se inclinó sobre él, inspeccionándole meticulosamente con la mirada.
—Tranquilo, Harry —manifestó el profesor con decisión—. Yo te curaré el brazo inmediatamente.
El Gryffindor pareció empalidecer aún más.
—No —exclamó en un tono de súplica—. Usted no.
Lockhart sonrió con nerviosismo, contemplando a Hermione, quien permanecía atenta a sus movimientos.
—Pobre chico, ya no sabe lo que dice —dijo, ignorando por completo al muchacho y tomando su extremidad, arremangándole el brazo de la camisa para proceder con el conjuro—. Esto no te dolerá nada, Harry.
—¿Por qué no me envían a la enfermería? —masculló el muchacho, queriendo librarse de él.
—Así debería hacerse, me temo —comentó otra profunda voz, que la castaña, pese a encontrarse abstraída en las interesantes facciones del profesor Lockhart, reconoció en seguida.
Tímidamente, Hermione alzó sus ojos castaños, encontrándose con la mirada desafiante de Snape clavada sobre ella: sin poder evitarlo, se sonrojó notablemente, sintiéndose totalmente avergonzada.
—No te preocupes, Severus —declaró Lockhart—. No es más que un sencillo hechizo que he empleado miles de veces.
El profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, habiendo tomado su varita y haciéndola revolear, apuntó fijamente sobre el brazo de Harry.
—¡Brackium emendo! —exclamó con total claridad.
De su varita nació una poderosa centella azulada que aterrizó sobre la piel del muchacho: él notó como una sensación extraña y desagradable se le extendía desde el hombro hasta las yemas de los dedos, y notó que el brazo se le deshinchaba, aunque no se atrevía a mirar qué sucedía.
El corrillo que se había formado a su alrededor ahogó un grito conjunto en cuanto quedó patente el desastre que Lockhart había hecho con su extremidad: el brazo ya no le dolía... pero tampoco podía llegar a sentirlo.
Pese a su intento por mover los dedos, estos no respondieron, pues su brazo parecía un enorme guante de goma de color carne. Lockhart no le había recompuesto los huesos: se los había quitado.
—Sí... eh... verás... esto son cosas que pasan... —se excusó el profesor, retorciéndole el brazo al muchacho—. Pero... la ventaja es que... ya no sientes ningún dolor... ¡y es evidente que los huesos no están rotos!
—¿Rotos? ¿Cómo van a estar rotos? —exclamó Hagrid, posicionado justo detrás de Snape, quien se apretaba el puente de la nariz con total exasperación—. ¡Por el amor de Circe! ¡No tiene un maldito hueso!
Lockhart volvió a sonreír con nerviosismo ante aquella irrefutable afirmación.
—Pero es mucho más flexible —alegó con aires de triunfador.
Snape, harto de toda aquella necedad, chasqueó los dedos, y sin necesidad de pronunciar palabra alguna, su hechizo se ciñó sobre Harry: de repente, el muchacho se vio flotando en el aire, como si una masa invisible lo mantuviera estático por encima del suelo.
—¡Apártense, incompetentes! —exigió con total enfurecimiento el profesor de Pociones, logrando que los alumnos que le entorpecían el paso, así como Lockhart, se hicieran a un lado.
Con decisión, el hombre emprendió su andar en dirección a la salida, y Harry se vio arrastrado por aquella masa de aire, como si Snape lo estuviera conduciendo hacia el castillo; Ron intercambió una mirada de indecisión con Susan y Cedric, quienes acababan de alcanzar su posición; Hermione, sin embargo, no se lo pensó dos veces y corrió tras el paso apresurado de Snape, provocando que sus amigos se decidieran, finalmente, por imitar su decisión.
Evitando que las palabras entorpecieran aquel silencio sagrado que se había formado en el ambiente, el profesor alcanzó junto a los chicos la enfermería, y con admirable destreza, depositó al muchacho sobre una de las camillas, dejándolo en manos de Madame Pomfrey.
—¡Tendrían que haber venido de inmediato! —se quejó la enfermera, examinando el brazo de Harry con cautela—. Puedo recomponer los huesos en un segundo, pero hacerlos crecer de nuevo...
—¿Pero podrá, no? —quiso asegurarse Harry.
—¡Desde luego que podré! —manifestó decidida, entregándole un pijama al muchacho—. Pero me temo que será doloroso. Tendrás que pasar aquí la noche.
Hermione y Susan se retiraron al otro lado de la cortina que rodeaba la cama de Harry mientras Cedric y Ron lo ayudaban a vestirse; Snape, por otro lado, se decidió por retirarse, dirigiéndose a paso firme en dirección a la salida.
Hermione, que le veía marchar, no pudo contenerse a volver a salir corriendo tras él.
—¡Profesor Snape!
El hombre se detuvo en aquel mismo instante, y con lentitud, giró sobre sus talones, clavando una vez más sus ojos oscuros en los de la muchacha, contemplándola con extrañeza.
—¿Qué es lo que quiere, Granger? —cuestionó, frunciendo ligeramente el ceño.
—Yo... —balbuceó ella, intentando encontrar las palabras adecuadas—. Quería agradecerle el gesto, profesor. De verdad.
Los labios de Snape conformaron entonces una perfecta línea recta.
—Agradézcaselo al tarado de Lockhart —se limitó a responder el hombre, justo antes de volver a reprender su paso, dejando a la muchacha completamente callada tras su marcha.
Una vez su figura hubo desaparecido de la estancia, Hermione no pudo evitar morderse el labio inferior con cierta picardía. Después de todo, quizá debería agradecerle a Lockhart más de lo que se imaginaba.
Una vez los muchachos hubieron conseguido embutir en la manga el brazo sin huesos de Harry, los cuatro se posicionaron junto a su cama, queriendo discutir el asunto.
—¿Te atreves a defender a Lockhart, Susan? —se lamentó Cedric, echándose las manos a la cabeza—. Si Harry hubiera querido que lo deshuesaran, lo habría pedido.
—Cualquiera puede cometer un error —lo justificó la pelirroja—. Y ya no duele, ¿verdad, Harry?
—No, desde luego que no —añadió el muchacho—. Ni duele ni sirve para nada.
—¡Pero hemos ganado! Y todo gracias a tu jugada —exclamó Ron, sonriendo—. Y la cara que ha puesto Malfoy... ¡parecía que te quería matar!
—Me encantaría saber cómo pudo manipular la bludger —declaró Hermione, rascándose la barbilla, pensativa.
—¿Cómo sabes que fue él? —le preguntó el Hufflepuff.
Ella se limitó a encogerse de hombros.
—¿Quién podría haber sido, entonces?
—Podemos añadir ésta a la lista de preguntas que le haremos después de tomar la poción multijugos —sonrió Harry, acomodándose en las almohadas.
En aquel momento, Madame Pomfrey cruzó la cortina, llevando consigo una botella grande en cuya etiqueta ponía Crecehuesos.
—Vas a pasar una mala noche —le anunció ella, vertiendo aquel líquido humeante en el vaso y entregándoselo al muchacho—. Hacer que los huesos vuelvan a crecer es bastante desagradable.
No muy convencido, Harry vertió el contenido del vaso en su boca, tragándoselo sin pensárselo demasiado; al pasar, se le abrasó la garganta, y tosió un par de veces, queriendo deshacerse de tan desagradable sensación.
—Este chico necesita descansar —declaró la enfermera, contemplando a los cuatro amigos que permanecían en pie, rodeando su lecho—. Tiene que recomponer treinta y tres huesos.
Y sin poder objetar nada por su parte, los muchachos, habiéndole deseado una noche liviana, se retiraron de la enfermería, dejando que Harry, pese a los horribles dolores de su brazo inerte, pudiera caer dormido sobre su catre después del que parecía haber sido el partido más surrealista de toda su vida.
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