Capítulo XIII - Arefio
ARESTO MOMENTUM
— CAPÍTULO XIII —
❝ A r e f i o ❞
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Las visitas al despacho del profesor Snape empezaban a hacérsele cada vez más corrientes. Pese a formar parte de los alumnos más aplicados de su curso, Hermione juraría que ninguno de sus compañeros había visitado aquel lugar en tantas ocasiones como ella.
Para sí misma, la muchacha era capaz de admitir que no le desagradaba del todo visitar tan comúnmente las mazmorras. Resultaban tan tétricas y amenazadoras que, a sus ojos, se convertían en un paradero enigmático, repleto de secretos.
Lo negativo de la situación no era la visita en sí: más bien, lo era el motivo.
La Gryffindor y el Slytherin seguían a toda prisa la capa azabache que colgaba con elegancia de los hombros de su profesor de Pociones, quien con grandes zancadas avanzaba por aquellos pasillos sombríos del inmenso castillo en dirección a su despacho, sin detenerse ni un mísero segundo.
Lo que molestaba más a la castaña no era la reprimenda que la esperaba en cuánto alcanzaran la cueva del murciélago, sino la sonrisa arrogante que Malfoy le dedicaba cada vez que intercambiaban una mirada fugaz.
—Estás perdida, Granger —le susurró el rubio, aprovechando que el profesor se encontraba a unos pocos metros de su posición—. ¿Sabías que el profesor Snape es mi padrino? Mi padre y él han sido amigos desde la infancia. ¿A quién te crees que castigará?
—¿Esa es tu única defensa, Malfoy?
—Si yo fuera tú, estaría muy asustada. Quién sabe cuántos puntos harás perder a tu querida casa, y seguro que después de esto Slytherin se posicionará en el primer puesto.
Hermione apretó sus puños con ferocidad, intentando apaciguar su ira desmesurada y conteniendo sus ganas de apalear a su compañero en aquel mismo instante.
—No te preocupes, Malfoy. Si lo que quieres es que te hechice, practicaré contigo el Desmaius la próxima vez —susurró ella con una dulzura completamente fingida—. Y ya que la Copa de las Casas resulta tan importante para ti, te diré algo: Snape podrá arrebatarme los puntos que le vengan en gana, pues después de la humillante derrota que sufrió tu equipo en el último partido de Quidditch, aunque se nos hurte la mitad de nuestra puntuación actual, Slytherin seguirá en segundo puesto.
Aquella afirmación logró que el muchacho sacara humo por las orejas.
—¡Pero como te atreves! —la voz de Malfoy empezó a elevarse—. ¡Pagarás por esto, maldita...!
—¡Silencio, Sr. Malfoy! —ordenó Snape, logrando que su voz resonara con poderío entre aquellas altas paredes, y ambos muchachos permanecieron en el silencio más absoluto.
Hermione, entonces, se permitió devolverle aquella sonrisa arrogante a su muy fastidiado compañero, quien se limitó a ignorarla.
Transcurridos unos pocos minutos, el paso del profesor, seguido por los dos alumnos, alcanzó la entrada del despacho.
Snape fue el primero en adentrarse en el lugar, seguido por aquellas dos pequeñas figuras, a las cuales ordenó con severidad sentarse frente al inmenso escritorio de roble, cerrando la puerta tras su paso.
Hermione, mientras el profesor rodeaba el escritorio con su brusquedad habitual, aprovechó la ocasión para echar de nuevo un vistazo rápido al lugar: cada pequeño detalle que recordaba en aquel despacho se mantenía en el mismo lugar que la primera vez que lo pisó. Snape era un hombre ordenado, de eso no cabía duda.
—Bien, Srta. Granger —la voz del murciélago logró captar la atención de la castaña—. El Sr. Malfoy ha llegado esta mañana a mi despacho con la lengua pegada al paladar. He tenido que suministrarle una Poción Calmante, sin otro remedio que esperar a que los efectos del conjuro pasaran para que, finalmente, su nombre apareciera como principal culpable. ¿Tiene algo que añadir al respecto?
Hermione respiró hondo antes de pronunciarse.
—Es cierto, yo le hechicé —admitió con determinación, notando como en los ojos negros de su profesor brillaba con fulgor una pequeña esperanza, la cual supuso que se debía a que ella misma se había delatado y ahora las consecuencias quedaban en sus manos—. Pero esto no habría ocurrido si Malfoy no me hubiese llamado sangre sucia.
Aunque aquellas dos últimas palabras volvieron a herirla, el profesor no pareció inmutarse lo más mínimo.
—¡No es cierto! —la voz estridente del Slytherin atravesó sus oídos—. ¡Ella me atacó sin previo aviso, aprovechando que yo estaba desprevenido viendo el entrenamiento!
—¡Esto es increíble! —vociferó la muchacha, dejando que la cólera hablara en su lugar—. ¡Tú me has insultado!
Snape clavó sus puños sobre el escritorio, logrando detener aquella disputa, a su parecer, tan estúpida como innecesaria.
—¡Basta, los dos! —bramó con poderío—. Nada justifica la violencia, Srta. Granger, y yo debo basarme en los hechos.
Aquello sí que resultaba inaudito.
—¡Susan y Cedric se lo dirán, profesor! —exclamó ella, intentando defenderse ante aquella injusticia—. ¡Ellos son testigos de lo que ocurrió! ¡Estaban allí conmigo!
—¿Y se cree que seré tan necio como para tragarme la versión que usted ha podido manipular en esos dos descerebrados? —añadió Snape con aquella ironía que hizo hervir la sangre de la muchacha—. La única certeza que tengo es que el Sr. Malfoy ha sido víctima de un conjuro, cuya autoría usted misma ha reconocido, y como ya he dicho, nada puede justificar un acto así.
—¡Pero, profesor...!
—¡No hay peros que valgan, Granger! —dictaminó el murciélago, escrutándola sin piedad—. Veinte puntos le serán sustraídos a Gryffindor, y por lo que a usted respecta, cumplirá conmigo el castigo apropiado: deberá venir cada tarde a mi despacho hasta las vacaciones de Navidad, y a ver si así aprende a respetar a sus compañeros.
—¡No es justo! —protestó Hermione, notando como sus ojos empezaban a humedecerse.
—¡Estoy siendo generoso con usted, así que no se atreva a levantarme la voz! Ahora, lárguese de mi despacho o extenderé la sanción hasta verano, incluyendo los fines de semana.
Enfurecida, la castaña se alzó violentamente de su asiento y observó al profesor con los ojos plagados de rabia, maldiciéndole interiormente. Con decisión, dio un par de poderosas zancadas hasta la entrada y abrió la puerta con violencia, cruzando el marco y cerrándola bruscamente tras de sí, logrando hacer retumbar las paredes del castillo ante su furia implacable. Aquel comportamiento era más de lo que su cordura estaba dispuesta a soportar.
A paso firme, abandonó las mazmorras, dejando que el castillo fuera el único testigo de las lágrimas de furia que recorrían en silencio sus mejillas.
Por hoy, ya había tenido suficiente.
***
La biblioteca de Hogwarts era de los lugares más fascinantes que el castillo poseía.
Cientos de estanterías repletas de coloridos libros que variaban de tamaño hacían del lugar un interminable recorrido en el que perderse, rodeado de historias, conocidas y por conocer, que lograban que el tiempo se detuviera para todo aquel que se sumergiera en la lectura.
El silencio que reinaba en el lugar era continuamente impuesto por Madame Pince, la terca bibliotecaria que era capaz de detectar el aleteo de una mariposa a cientos de metros de su posición, talento que fascinaba hasta a la más astuta de los Gryffindor.
Y si precisamente Hermione hubiera estado allí en aquellos momentos, no hubiera permitido que Harry lanzara de forma tan brusca aquel voluptuoso libro sobre la mesa, junto a la pila que se había formado al cabo de las horas de búsqueda emprendidas.
—Ni rastro de Nicolás Flamel —suspiró el de cabellos azabaches, ignorando la reprimenda por parte de Madame Pince que, afortunadamente, no llegó.
—Sigo pensando que estamos perdiendo el tiempo —se añadió Ron, cerrando el libro que sujetaba entre sus manos y frotándose los ojos adormecidos con intención de despertarlos—. Deberíamos buscar cuanto antes en la Sección Prohibida.
Harry, apoyando ambas manos en la mesa, suspiró con fuerza.
—Será mejor asegurarse de que su nombre no es mencionado en estos libros antes de infringir las normas y arriesgarnos a que nos atrapen —admitió él, aunque interiormente sentía que Ron tenía toda la razón del mundo.
—¡Hemos buscado entre estas estanterías más de tres veces! —se lamentó el pelirrojo—. Ya empiezo a confundir las letras entre sí.
Susan, sentada justo a su lado derecho, sonrió con humildad.
—Debe ser la primera vez que pasas tantas horas en una biblioteca, Ron —la pelirroja intentó ponerle humor a la situación.
—No es mi pasatiempo favorito —admitió su compañero.
—Donde esté el Quidditch, que se quite lo demás —exclamó la Hufflepuff, y ambos pelirrojos intercambiaron una sonrisa cálida al coincidir así sus gustos.
Harry, levantándose de su asiento, volvió a revolver entre la inmensidad de la estantería, recogiendo un nuevo libro entre sus manos y examinándolo con rapidez sin encontrar ningún rastro de Flamel.
—Lo cierto es que yo también estoy a punto de desistir... —admitió, intentando ahogar un bostezo—. Sólo espero que tengamos algún golpe de suerte.
—Entonces, me temo que traigo malas noticias —expresó la voz decidida del recién llegado.
—¡Cedric! —lo recibió Susan desde la mesa, ofreciéndole asiento frente a ella.
Harry no tardó en aproximarse para obtener información.
—¿Has conseguido que Quirrell te dé el permiso?
Cedric suspiró ligeramente, intentando contener la decepción que sentía.
—Por desgracia, no es tan tonto como creía —admitió finalmente, provocando que un suspiro resignado saliera de la boca de sus compañeros—. He intentado persuadirle, diciéndole que necesitaba encontrar El Libro de los Hechizos para un ensayo de Historia de la Magia, pero parece que tiene especial interés en mantener a los alumnos lejos de la Sección Prohibida... no sabéis qué cara ha puesto cuando se lo he mencionado.
Susan y Ron se observaron entre sí con una mueca de extrañeza dibujada en sus rostros.
—Bueno, ya sabéis como es Quirrell. Hasta su propia sombra debe darle un miedo atroz —se mofó el pelirrojo, arrancando una carcajada a su compañera.
Cedric frunció ligeramente el ceño al notar aquella importante ausencia.
—¿Dónde está Hermione?
—No ha salido de su cuarto en toda la tarde, y como tenemos prohibido ir a los dormitorios de las chicas, no hemos podido verla —contestó Ron rápidamente, cambiando su expresión.
—Aunque tampoco ha querido hablar con Katie y Romilda —añadió Harry, rascándose la barbilla, pensativo—. No entiendo qué ha podido ocurrir en el despacho del murciélago.
—Es comprensible —exclamó Susan en un tono maternal—. Dudo mucho que alguien salga contento del despacho de Snape.
—La habrán castigado por hechizar al idiota de Malfoy —manifestó de nuevo el pelirrojo, dando énfasis al apellido del Slytherin con un toque de amargura.
Sin embargo, todas aquellas explicaciones no parecieron convencer al Hufflepuff, quien seguía teniendo una mueca de perplejidad dibujada en su rostro.
—Me parece extraño que la afecte tanto —declaró sus pensamientos en voz alta.
Ron volvió a soltar una carcajada humilde.
—Bueno, ya sabemos que Snape no es el tipo más agradable del mundo.
Pero Cedric no le brindó la risotada que el pelirrojo esperaba.
—¿Lo suficientemente desagradable como para que Hermione se encierre en su cuarto toda la tarde? —insistió el castaño, sembrando la duda en sus compañeros—. ¿Qué habrá pasado allí abajo?
***
—No volveré a saltarme las normas por ti, Draco —dictaminó el profesor de Pociones, clavando sus ojos azabaches en aquel muchacho engreído que restaba todavía sentado frente a él—. Sé de sobra que Granger tenía razón, y aun así te he defendido. Eres mi ahijado, pero eso no te da derecho a incumplir el reglamento cuando te venga en gana.
El Slytherin sonrió con arrogancia, alzándose de su puesto y paseándose por el lugar a paso calmado, contemplando cada rincón.
—Lo sé, padrino —admitió el muchacho, alzando la barbilla con soberbia—. Te agradezco lo que has hecho, aunque debo decir que esa sangre sucia se lo tenía merecido.
Snape sintió como le hervía la sangre al escuchar de nuevo aquel apodo tan despectivo.
—No quiero volver a escuchar esas dos palabras de ti —manifestó con severidad, provocando que el muchacho frenara en seco su andar y le observara con fijación.
—¿Acaso defiendes a los de su baja calaña? —Malfoy lo incitó.
—Es a ti a quien defiendo, Draco —alegó el profesor—. Pero aquí debes moderarte. Yo no tendré siempre el poder sobre ti, ¿entiendes?
El muchacho asintió con la cabeza un par de veces, aunque no parecía estar del todo convencido.
—Así lo haré, padrino —calumnió el Slytherin, cosa que Snape dejó pasar por alto, queriendo perderle de vista en cuanto antes.
—Bien —sentenció finalmente el profesor, alzando su brazo derecho y abriendo la puerta con un sencillo movimiento de dedos—. Y ahora, lárgate antes de que me arrepienta.
Malfoy obedeció, abandonando el despacho con una maléfica sonrisa dibujada entre sus mejillas rosadas: aquello no hacía más que empezar.
***
La lluvia otoñal caía con ferocidad sobre el castillo, y en una de las más altas torres, una atormentada Hermione se revolvía sobre su catre sin cesar, girando sobre sí misma una y otra vez, en busca de la posición idónea para alcanzar el sueño y olvidarse de aquel día nefasto.
Pero no podía. Simplemente, no podía. Cuando sus pensamientos retumbaban en su cabeza con aquel poderío, era imposible hacer callar su voz interior.
Pensaba en sus amigos. En lo preocupados que estaban por ella. En Malfoy. En las ganas que tenía de practicarle una maldición imperdonable. En Snape. En las tardes que perdería encerrada en las mazmorras junto a un hombre que cada vez parecía odiarla con más intensidad.
¿Qué había de su reputación como la mejor estudiante de su generación, si a los tres meses de curso ya la habían castigado? ¿Qué había de su parte racional, que la había traicionado de forma tal que había sido capaz de hechizar a otro alumno sin apenas meditarlo? ¿Qué había de las tardes que perdería no pudiendo ir a los entrenamientos de Quidditch, a estudiar a la biblioteca, a pasar un rato agradable con sus amigos en los jardines del castillo, perdiéndose entre la inmensidad del lugar?
Con delicadeza, Hermione se golpeó la frente con la mano, reprendiéndose a sí misma por su insensatez. Todos sus planes rutinarios habían quedado frustrados por culpa de haber sido una inconsciente. No lograba reconocerse, por más que lo intentara.
Nunca se hubiera imaginado que su primer curso en Hogwarts fuera aquel año de locos.
Y lo que le quedaba por ver...
La castaña se encontraba tan abstraída en sus propias reflexiones que, cuando escuchó como algo golpeaba los cristales del gran ventanal de su habitación, notó como la respiración se le entrecortó.
Asustada, prendió con un rápido hechizo el farolillo de su mesita de noche y, a pasos cortos, se acercó temerosa al ventanal, donde veía como la lluvia seguía atizando los cristales.
Para su sorpresa, fuera también podía distinguirse una figura que, a simple vista, le resultó familiar.
Pese a la desconfianza, Hermione decidió abrir de par en par la cristalera, y al reconocer aquellos cabellos castaños y aquel uniforme ámbar que ahora se encontraban completamente empapados, no pudo evitar sonreír.
Sobre su escoba, un mojado Cedric la observaba con una sonrisa semejante.
—Será mejor que entres antes de que cojas una pulmonía —lo invitó así a adentrarse en el dormitorio, y una vez la muchacha se hubo apartado a un lado, el Hufflepuff avanzó con su escoba hasta poder poner de nuevo los pies sobre el suelo.
Mientras Hermione cerraba la cristalera, el muchacho se sacudió los ropajes.
—Bonita noche para deambular por las afueras —exclamó él con ironía, levantando poco a poco el humor de su compañera.
Hermione, acercándose unos pocos pasos hasta él, cruzó sus brazos y lo observó con expresión maternal.
—Estás más perturbado de lo que creía —manifestó la Gryffindor, logrando que su amigo volviera a dedicarle otra de sus maravillosas sonrisas—. ¿Qué se supone que haces aquí?
—¿No es obvio? —contestó Cedric—. Necesitaba saber si estabas bien.
Hermione suspiró con ligereza.
—Creo que sí —añadió ella, paseándose por el cuarto y alcanzando de nuevo su catre, donde se sentó—. Al menos, mejor que esta tarde.
—Es bueno saberlo —expresó el muchacho, que notando la pesadez de su atuendo mojado, volvió a sacudirlo con fuerza—. Mi intención era venir a abrazarte para que te sintieras mejor, pero dudo que con mi estado actual quieras tan siquiera estrecharme la mano.
La castaña tomó su varita de la mesilla de noche y, con decisión, apuntó sobre la figura de su compañero.
—Arefio —pronunció con claridad, y la figura de Cedric se secó con una rapidez sorprendentemente impoluta.
Palpando sus ropajes con asombro, el castaño se aseguró de estar totalmente seco antes de acercarse hasta la posición de Hermione y sentarse a su lado.
—Gracias, Hermione —exclamó el muchacho, y la castaña se limitó a asentir—. Todos estábamos muy preocupados por ti. Harry, Ron y Susan no han parado de hablar de ti y de lo que haya podido pasar en las mazmorras... pero yo no podía conformarme con una mera hipótesis, como comprenderás.
Hermione no fue capaz de controlar aquella carcajada que salió de entre sus labios al escuchar al Hufflepuff. Realmente, su personalidad era encantadora.
—¿Te has atrevido a saltarte así las reglas solo para comprobar si yo estaba bien?
—Por supuesto —admitió Cedric con picardía—. Y también para saciar mi curiosidad.
La Gryffindor intentó adecentar sus rizos salvajes con sus dedos perfilados, recordando una vez más lo ocurrido para que su amigo estuviera al corriente de la situación.
Y, tal y como se esperaba, su cara fue un poema.
—¿Cada tarde en la cueva del murciélago? —exclamó el muchacho con sorpresa, una vez Hermione le había descrito aquella fatídica tarde con todo tipo de detalles—. Me parece un castigo excesivo, y más teniendo en cuenta que la culpa la tiene ese cabrón de Malfoy.
La castaña se limitó a emitir otro suspiro cargado de pesadez.
—Supongo que me está bien empleado —admitió ella—. No debería haberle hechizado... aunque se lo mereciera.
Pero por la expresión facial de Cedric, Hermione supo que su compañero no estaba del todo conforme con su posición.
—Ese Slytherin recibirá su castigo —anunció él.
—Por ahora prefiero no meterme en más líos, Cedric —expresó ella, intentando calmar aquella ambición tan característica en él.
Cedric clavó sus ojos grises sobre los ojos castaños de Hermione, dejándose convencer.
—Bueno... —aceptó con resignación—. Esperaré a que pasen las Navidades, y así podrás venir conmigo a humillar a esa maldita serpiente.
Hermione no pudo evitar poner los ojos en blanco, cosa que provocó la risa de Cedric y, posteriormente, la propia risa de la castaña.
Ambos amigos restaron sobre el catre unos instantes, sumidos en aquel silencio tan agradable que se había formado entre los dos.
Hasta que, para sorpresa de la Gryffindor, el Hufflepuff pareció recordar algo, a juzgar por su repentina expresión facial.
—Casi lo olvido —exclamó él, rebuscando entre su uniforme y mostrando entre sus dedos un sencillo ramillete de flores de cardo, el cual ofreció a una sorprendida castaña—. Feliz día de San Andrés, Hermione.
Sin previo aviso, Cedric plantó un casto beso en la mejilla derecha de la muchacha, y antes de que ella pudiera tan siquiera reaccionar, él abandonó la habitación por el mismo camino: abriendo de nuevo el gran ventanal, el muchacho partió sobre su escoba, perdiéndose entre la lluvia.
Y la castaña restó sentada sobre su catre con aquel ramillete entre sus dedos, acariciándose suavemente la mejilla en la que había recibido aquel tímido contacto.
Desde luego, Cedric había cumplido con su cometido: aquella visita había animado tanto a Hermione que ésta fue capaz de conciliar por fin el sueño, como si todo lo ocurrido en aquel oscuro día hubiera dejado de importar lo más mínimo.
Y es que los detalles son los que marcan la diferencia.
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