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Capítulo X - Lacarnum inflamarae

ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO X —

L a c a r n u m   i n f l a m a r a e ❞

A las diez de la mañana, todo el colegio parecía estar reunido alrededor del campo de quidditch. El estadio ovalado estaba rodeado por dieciséis palcos y dieciséis gradas que vestían de los colores de cada casa. Los asientos de las altas gradas podían elevarse pero, incluso así, a veces era difícil ver lo que estaba sucediendo en el campo: muchos alumnos tenían prismáticos para no perderse ningún detalle, y Hermione, aprovechando que Katie jugaría como cazadora, le había pedido que le prestara los suyos para poder ver el partido en condiciones.

Ron y ella se habían reunido con Seamus y Dean en la grada más alta. Para darle una sorpresa a Harry, habían transformado en pancarta una de las sábanas que Scabbers había estropeado, en la que podía leerse «Potter, presidente». Dean, que dibujaba muy bien, había trazado un gran león de Gryffindor junto a la inscripción, y Hermione había hechizado la pancarta para que la pintura brillara, cambiando de color.

Harry, vestido con una preciosa túnica escarlata acorde a los miembros del equipo y esperando que las rodillas no le temblaran, pisó el terreno de juego entre vítores y aplausos. La profesora Hooch, que hacía de árbitro, estaba en el centro del campo, esperando a los dos equipos con su escoba en la mano.

—¡Bienvenidos al primer partido de quidditch de la temporada! —les recibió la voz amplificada del comentarista—. ¡Soy Lee Jordan, y estoy encantado de compartir con vosotros el emocionante juego de hoy: Slytherin contra Gryffindor!

En las gradas estalló el clamor de los estudiantes de ambas casas, a medida que los jugadores tomaban sus respectivas escobas y emprendían el vuelo, sobrevolando el lugar y saludando al público con satisfacción.

Hermione, con los binoculares, logró hallar rápidamente a Harry montado en su escoba. El muchacho parecía desconcertado frente a la inmensa cantidad de rostros que le aclamaban, y su expresión pareció cambiar radicalmente cuando vio el estandarte que le habían preparado, brillando sobre la muchedumbre: le vio sonreír, completamente confiado, y la muchacha deseó con todas sus fuerzas que aquello le hiciera sentir más valiente.

—¿Le ves, Hermione? —le preguntó Seamus, entrecerrando los ojos para intentar reconocer a cada uno de los jugadores.

—Sí —respondió ella con alegría—. Creo que hemos conseguido levantarle el ánimo.

—¡Buen trabajo, chicos! —lo celebró Dean con una sonrisa—. Cuando atrape la snitch dorada con sus propias manos, se dará cuenta de lo mucho que vale.

Ron cada vez parecía estar más arrimado a la barandilla de madera, como si buscara a alguien o algo sin descanso. Viéndole en aquella tesitura, Hermione no tardó en preguntarle qué le ocurría antes de que se cayera.

—¿Podrías buscar a Susan? —le pidió él—. No sé en qué grada se habrá metido.

La muchacha asintió fervientemente y volvió a colocarse los binoculares a la altura de los ojos, resiguiendo con ellos el extenso campo de quidditch. Los estandartes de las gradas y los palcos iban alternándose entre sí, y pronto se dio cuenta de que los colores de Hufflepuff y Slytherin quedaban siempre el uno detrás del otro. Tras revisar la cuarta grada consecutiva sin discernir a Susan entre el montón de alumnos amontonados, al alzar la vista se encontró con uno de los palcos de Slytherin, y antes de que pudiera rectificar su error, su aliento se detuvo al reconocer la figura de Snape. El profesor mantenía el ceño fruncido como normalmente y observaba a los jugadores con un detenimiento casi calculador.

Hermione no supo cuánto tiempo restó observándole con fijación, demasiado inmiscuida en preguntarse interiormente qué demonios debía estar sucediendo dentro de la cabeza del hombre, como para llegar a darse cuenta que había cruzado la delgada línea que separaba la curiosidad de la grosería. Ron no tardó en llamar su atención dándole un par de golpecitos en el hombro que la hicieron sentir avergonzada de su propia conducta.

—¿Y bien?

Intentando disimular, Hermione se apartó los binoculares y negó con la cabeza nerviosamente.

—Son demasiados, Ron. Sería más fácil encontrar una aguja en un pajar.

—¡Pues vaya...!

La profesora Hooch dio un largo pitido con su silbato de plata, y las quince escobas se elevaron muy alto en el aire. Desde las tribunas podían distinguirse los jugadores como borrosas figuras bajo el cielo azul, como un tapiz en movimiento.

—Y la quaffle es atrapada de inmediato por Angelina Johson, de Gryffindor —podía oírse entre las altas gradas del campo, inundando cada rincón—. ¡Qué excelente cazadora es esta joven! Y, a propósito, también muy guapa...

—¡Jordan!

—Lo siento, profesora...

El amigo inseparable de los gemelos Weasley, Lee Jordan, siempre estaba vigilado muy de cerca por la profesora McGonagall.

—¡Y realmente golpea bien! Un buen pase de Alicia Spinnet, el gran descubrimiento de Oliver Wood, ya que el año pasado estaba en reserva... otra vez Johnson, y... no, Slytherin ha cogido la quaffle. El capitán de Slytherin, Marcus Flint, se apodera de la quaffle y allá va... ¡Flint vuela como un águila! ¡Está a punto de...! No, lo detiene una excelente jugada del guardián Wood de Gryffindor y los leones pasan a tener la quaffle... aquí está la cazadora Katie Bell de Gryffindor, buen vuelo rodeando a Flint, vuelve a elevarse del terreno de juego y... ¡Ay! Eso ha tenido que dolerle, un golpe de bludger en la nuca... ¡La quaffle en poder de Slytherin! Adrian Pucey cogiendo velocidad hacia los postes de gol, pero lo bloquea otra bludger, enviada por Fred o George Weasley, y no sé cuál de los dos... ¡Bonita jugada del golpeador de Gryffindor, y Johnson otra vez en posesión de la quaffle! ¡El campo libre y allá va, realmente vuela, evita una bludger, los postes de gol están ahí...! Vamos, ahora Angelina... el guardián Bletchley se lanza... no llega... ¡Gol de Gryffindor, sí señor!

Los gritos en los palcos de Gryffindor llenaron el aire frío, en contrapunto con los silbidos y quejidos de los de Slytherin.

—Venga, dejadme sitio.

—¡Hagrid!

Seamus, Dean, Ron y Hermione se hicieron a un lado para dejarle espacio al semigigante, que acababa de unirse a ellos en las gradas.

—Estaba viendo el partido desde el porche de mi cabaña —les explicó entre vítores y aplausos, señalando el largo par de binoculares que le colgaban del cuello—, pero no es lo mismo que estar aquí con vosotros. Todavía no hay señales de la snitch, ¿verdad?

—¡Nada de nada! —bufó Ron, exasperado—. Harry todavía no tiene mucho que hacer, me temo.

—Mantenerse fuera de los problemas ya es algo —respondió el mayor, cogiendo sus binoculares y fijándolos en la empequeñecida figura del muchacho sobre la escoba—. Tiempo al tiempo.

Por encima de ellos, Harry volaba sobre el juego con semblante indeciso, esperando cualquier atisbo de señal de la snitch. Eso era parte del plan que habían elaborado con Wood para mantenerlo a salvo de golpes innecesarios y resguardar fuerzas hasta que llegara el momento idóneo.

Cuando Angelina anotó otro punto, Harry dio unas volteretas para aflojar la tensión, y volvió a vigilar la llegada de la snitch. Durante un segundo le pareció ver un resplandor dorado ante el que se puso alerta, pero resultó ser el reflejo del reloj de uno de los gemelos Weasley. La distracción casi le impidió ver que una bludger decidió perseguirlo, como si fuera una bala de cañón, pero Harry la esquivó y Fred salió a atraparla, lanzándola con furia hacia Marcus Flint.

—¡Slytherin toma posesión! —proseguía Lee Jordan—. El cazador Pucey esquiva dos bludgers, a los hermanos Weasley y a la cazadora Bell, y acelera... pero, esperen un momento... ¿no es eso la snitch?

Un murmullo incesante recorrió la multitud de las gradas, mientras Adrian Pucey dejaba caer la quaffle, demasiado ensimismado en mirar por encima del hombro en busca del relámpago dorado que había pasado justo al lado de su oreja izquierda, zumbando.

Entonces, Harry la vio. En un arrebato de excitación se lanzó hacia abajo, persiguiendo el destello dorado tan rápido como podía. El buscador de Slytherin, Terence Higgs, también la había visto. Encontrándose a escasos centímetros de distancia mientras volaban, los dos se lanzaron en picado hacia la snitch, y todos los cazadores parecían haber olvidado lo que debían hacer y se mantenían suspendidos en el aire, atentos a lo que pudiera suceder.

Harry se evidenció más veloz que Higgs, viendo la pequeña pelota agitando sus alas y volando hacia delante. Inclinando aún más la escoba, aumentó su velocidad para poder alcanzarla, pero de repente Marcus Flint le cerró el paso para desviarle la dirección de la escoba, prácticamente haciéndole caer.

Un rugido de furia resonó desde los palcos de Gryffindor, viendo cómo Harry se aferraba al mango de la escoba para no caer.

—¡Falta! —gritaron un sinfín de voces desde la tribuna.

La profesora Hooch le gritó enfadada a Flint, y luego ordenó tiro libre para Gryffindor en el poste de gol. Evidentemente, con toda la confusión, la snitch dorada había vuelto a desaparecer del alcance de la vista.

—¡Eh, árbitro! —exclamó Dean, enfurecido—. ¡Tarjeta roja!

—Esto no es como el fútbol, Dean —le recordó Hermione, mirando a través de sus binoculares—. No se puede echar a los jugadores de Quidditch.

Ron enfurruñó la nariz, sin terminar de comprender a lo que se referían.

—¿Y qué es una tarjeta roja?

—Deberían cambiar las reglas —lo interrumpió Hagrid con gran enfado—. Flint ha podido derribar a Harry en el aire.

Incluso a Lee Jordan le estaba costando ser imparcial como comentarista, muy a pesar de la profesora McGonagall.

—Entonces, después de esta obvia y desagradable trampa...

—¡Jordan!

—Quiero decir, después de esta evidente y asquerosa falta...

—¡Jordan, te estoy advirtiendo!

—¡Muy bien, muy bien! Flint casi mata al buscador de Gryffindor, cosa que le podría suceder a cualquiera, estoy seguro —se escabulló él como pudo—. Así que penalti para Gryffindor. La coge Spinnet, que tira, aunque no sucede nada, y continúa el juego con Gryffindor todavía en posesión de la pelota.

Cuando Harry esquivó otra bludger, que pasó peligrosamente cerca de su cabeza, ocurrió algo extraño. Su escoba dio una súbita y aterradora sacudida, y por un segundo pensó que iba a caer. Se aferró con fuerza a la escoba con ambas manos y con las rodillas, sabiendo que nunca había experimentado nada semejante desde que se había montado en una.

Un instante después, habiendo recuperado el aliento del primer susto, sucedió de nuevo. Era como si la escoba estuviera tratando de derribarlo, a pesar de que las escobas no decidían súbitamente tirar a sus jinetes. Harry trató de dirigirse hacia los postes de Gryffindor para pedirle a Wood que pidiera la suspensión del partido, pero se dio cuenta de que su escoba estaba completamente fuera de control. No podía dar la vuelta ni dirigirla de ninguna manera. Iba en zigzag por el aire, dando violentas sacudidas frente a las que le costaba horrores sujetarse.

—Slytherin en posesión... Flint con la quaffle... la pasa a Spinnet, que la pasa a Bell... —seguía comentando Lee—. Una bludger le da con fuerza en la cara, espero que no se la magulle... Slytherin anota un tanto... y...

En las gradas de las serpientes los alumnos vitoreaban, y nadie parecía haberse dado cuenta de la conducta extraña de la escoba de Harry, que lo llevaba cada vez más alto, lejos del juego, sacudiéndose y retorciéndose sin parar.

—¡No sé qué está haciendo Harry! —gritó Hagrid, al ser el primero en percatarse de lo que estaba sucediendo—. Si no lo conociera bien, diría que ha perdido el control de su escoba... pero no puede ser.

De pronto, la gente comenzó a señalar hacia Harry por encima de las gradas. Su escoba había comenzado a dar vueltas y él apenas podía sujetarse. De un momento a otro, la multitud jadeó: la escoba dio un salto feroz y Harry quedó colgando, sujeto sólo con una mano.

—¿Cómo es posible? —murmuró Seamus—. ¿Ha sucedido algo cuando Flint le ha cerrado el paso, quizá?

—No puede ser —alegó Hagrid con voz temblorosa—. Nada puede interferir en una escoba así como así... excepto, quizá, magia tenebrosa. Pero ningún alumno podría hacer eso en una Nimbus 2000.

—¿Magia tenebrosa? —gritó Ron, aterrorizado hasta la médula—. ¡Hermione! ¡Los palcos de Slytherin!

Ante aquellas palabras, la muchacha condujo con una velocidad asombrosa los binoculares en dirección al palco donde recordaba haber estado concentrada un buen rato atrás. Le hubiera gustado que la predicción de su amigo no hubiese sido tan acertada, dado que sintió cómo su sangre se helaba ante lo que estaba presenciando: Snape, con su profunda mueca de seriedad y los ojos fijados en Harry, casi sin pestañear, movía rápidamente los labios al son de lo que parecía un conjuro muy bien estudiado.

—Por Dios bendito... —resopló ella, incapaz de creerse lo que sus propios ojos estaban viendo—. No es posible...

—¿Qué ocurre? —ansió saber Ron, temblando de miedo.

—¡Mira! —contestó ella con firmeza, prestándole sus binoculares y señalándole el palco de Slytherin—. ¡Fíjate en Snape!

La mandíbula del pelirrojo casi se descolocó de la impresión.

—¡Está hechizando la escoba! —suspiró él—. ¿Y ahora qué hacemos?

Hermione se puso en pie al instante, firmemente decidida.

—¡Déjamelo a mí!

Antes de que ninguno de sus acompañantes pudiera decir nada más, la muchacha se escabulló del palco veloz como un rayo, dirigiéndose hacia las escaleras de madera mientras seguía atenta al partido. La escoba de Harry parecía vibrar tanto que era casi imposible que pudiera seguir colgado durante mucho más tiempo, por lo que ella echó a correr entre los pasadizos internos de la majestuosa estructura, calculando con rapidez dónde estaba situado el palco de los Slytherin.

Todos los presentes en el campo miraban aterrorizados, mientras los gemelos Weasley volaban hacia Harry y trataban de ponerle a salvo en una de sus escobas, pero aquello resultó ser peor: cada vez que se le acercaban, la escoba saltaba más alto. Los muchachos se dejaron caer y comenzaron a volar en círculos por debajo de él, con el evidente propósito de atraparlo si caía. Mientras tanto, aprovechando la ocasión, Marcus Flint cogió la quaffle y marcó cinco tantos sin que nadie lo advirtiera.

Hermione, habiendo cruzado las gradas hacia donde se encontraba Snape, subió a toda prisa la escalinata de madera y se detuvo al hallarse bajo los asientos, encontrándose con una gran multitud de figuras que le daban la espalda y que estaban lejos de percatarse de su presencia, atentos a los acontecimientos del partido.

Con una rapidez impoluta, distinguió la silueta de Snape dibujada en uno de los asientos. Se acercó a él con pasos cautelosos, mirándole con gran fijación, y sintió brotar en su interior un odio desmedido, dejando pasar en su cabeza una serie de imágenes que le habían quedado grabadas a fuego: el despreciante sabelotodo con el que la bautizó en su primera clase, su desfachatez habiéndole curado la herida tras el ataque del trol, las malas maneras con las que la echó de su despacho, su soberbia desmedida al exigirle que le devolviera el frasco... todos aquellos recuerdos se transformaban en su interior en un veneno corrosivo que alteraba sus sentidos, y que sintió implosionar de rabia frente a la imagen de Harry a punto de caer de su escoba.

Por primera vez, Hermione no se detuvo a pensar en la gravedad de lo que implicaba su gesto, ni se preguntó cuántas normas infringiría ni cuántos castigos podrían caerle. Nada de todo aquello le importaba lo más mínimo. Cuando llegó donde estaba Snape, se agachó con rapidez, sacó su varita con maestría y susurró unas pocas y bien elegidas palabras, empleando toda su ira en su gesto.

Lacarnum inflamarae —susurró con contundencia, recordando con claridad el movimiento de muñeca y trazándolo en el aire con fidelidad.

Unas llamas azules salieron de su varita y saltaron a la túnica azabache que envolvía a Snape. El profesor tardó unos treinta segundos en darse cuenta de que se incendiaba, tiempo suficiente para que Hermione se alejara gateando por la tribuna, oyendo un súbito aullido a sus espaldas que le indicó que había hecho bien su trabajo.

—¡Fuego! —gritaron algunos de los integrantes del palco—. ¡Su capa está en llamas!

Snape reaccionó rápidamente, levantándose de su asiento con tanta brusquedad que Quirrell, que estaba situado justo detrás de él, cayó estrepitosamente al suelo. Sin importarle lo más mínimo este hecho, Snape se pisó reiteradamente la capa para intentar apagar el fuego, y Hermione se encontró lejos del palco como para poder oírle maldecir en voz alta una vez lo consiguió, satisfecha consigo misma por su logro.

Aquello fue suficiente. La muchacha, que había alcanzado de nuevo el pie de las gradas, se asomó y contempló los cielos: allí arriba, súbitamente, Harry pudo subir de nuevo a su escoba y volvió al juego.

—¡Los dos buscadores se disputan por adueñarse de la snitch! —se volvió escuchar a Lee Jordan en todo el estadio.

Harry alcanzó con extrema rapidez a su rival, Terence Higgs, yendo a toda velocidad hacia el terreno de juego donde brillaba la pequeña pelota dorada. El muchacho lo empujó, tratando de hacerle caer de la escoba, pero él se mantuvo firme sobre ella y la sostuvo de tal manera que su velocidad se acrecentó. En un repentino ataque de euforia, Harry se estableció con ambos pies sobre la escoba manteniendo el equilibrio, estiró su brazo izquierdo tanto como pudo y rozó las delicadas alas doradas de la pelota. Al darse cuenta que la velocidad no era suficiente y que bajo sus pies no había demasiada altura, decidió cometer una locura.

El estadio entero ahogó un suspiro al verlo saltar de la escoba, precipitándose sobre el césped del gran campo y cayendo sobre él. Todos temieron que se hubiese hecho daño con la caída, y aguardaron al verle alzarse del suelo, preguntándose cómo se encontraría tras lo ocurrido. Harry se llevó inmediatamente las manos a la boca, como si fuera a marearse. De repente tosió y algo dorado cayó en su mano.

—¡Tengo la snitch! —gritó, levantándose del suelo y agitando la pelota sobre su cabeza—. ¡La tengo!

Un sinfín de eufóricos gritos inundó las gradas de Gryffindor, Hufflepuff y Ravenclaw, y Harry se sintió bañado por los calurosos aplausos que la multitud enfervorecida le dedicaba.

—¡Tiene la snitch! —confirmó Lee Jordan con un entusiasmo sin igual—. ¡Harry Potter recibe ciento cincuenta puntos por atrapar la snitch dorada!

La profesora Hooch, sobrevolando el lugar con su propia escoba y una gran elegancia, hizo sonar el silbato que portaba en mano, dando por concluído el primer partido de la temporada.

—¡Gryffindor es el ganador!

Todos los integrantes del equipo de los leones hicieron aterrizar sus escobas en el campo y corrieron hasta Harry, alzándole del suelo y sujetándole como a un trofeo en mitad de la celebración, mientras él alzaba la snitch con un inmenso orgullo latiendo en su pecho: lo había logrado, y no podía sentirse más feliz.

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