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Capítulo VI - Lumos

ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO VI —

L u m o s

La mañana de Halloween los despertó con el delicioso aroma de calabaza asada flotando por todos los pasillos. Harry y Ron no dejaron de hablar acerca del encuentro con el perro de tres cabezas como si hubiese sido una gran aventura, ganándose el asombro de Susan y Cedric, y aseguraban estar preparados para tener otra; para Hermione, sin embargo, lo mejor fue que el profesor Flitwick les anunciara en su clase de Encantamientos que pensaba que ya estaban listos para empezar a hacer volar objetos, con lo que dejó de preguntarse qué podía ser aquello que el perro escondiera para necesitar una protección así.

—Y ahora, no os olvidéis de ese bonito movimiento de muñeca que hemos estado practicando. Agitar y golpear; recordad, agitar y golpear —dijo Flitwick con voz aguda, subido como de costumbre a una pila de libros que le ayudaba a ver por encima del escritorio—. Pronunciar las palabras mágicas correctamente es también muy importante. Wingardium leviosa. Con claridad.

Para la mayoría de los alumnos, aquello resultaba muy difícil. Harry y Seamus Finnigan, que habían tomado asiento juntos, agitaron y golpearon tal y como Flitwick les había enseñado, pero la pluma que debía volar hasta el techo no se movía del pupitre. Ron, que estaba adecuado junto a Hermione en el pupitre contiguo, no estaba teniendo mucha más suerte.

—¡Wingardium leviosá! —gritaba, agitando sus largos brazos como un molino.

—¡Para, para! ¡Le vas a sacar un ojo a alguien! —lo riñó Hermione—. Además, lo estás diciendo mal. Es «levi-o-sa», no «levio-sá».

Con cierta rabia en la mirada y las mejillas más anaranjadas de lo normal, Ron la fulminó de pies a cabeza.

—Hazlo tú, entonces, si eres tan inteligente.

Tomándose su comentario como un reto personal, Hermione se arremangó las mangas de su túnica, agitó decididamente la varita y murmulló el hechizo con claridad. Ante la admiración de su compañero, la pluma se elevó del pupitre y llegó hasta más de un metro por encima de sus cabezas, flotando con delicadeza.

—¡Oh, bien hecho! —gritó el profesor Flitwick desde la pila, aplaudiendo en su dirección—. ¡Mirad, Hermione Granger lo ha conseguido!

Harry la felicitó desde su asiento, dedicándole una sonrisa abierta: sin embargo Ron, visiblemente molesto, apoyó su cabeza sobre sus libros y restó en absoluto silencio, queriendo ignorar su logro.

Seamus se puso tan impaciente que pinchó la pluma con su varita y le prendió fuego, creando una pequeña explosión que provocó una oleada de carcajadas por parte de sus compañeros de clase. Harry, con el rostro infestado de ceniza, parpadeó un par de veces, atónito.

—Creo que vamos a necesitar otra pluma por aquí, profesor.

Tras aquel singular accidente, la clase continuó. A pesar de que la mayoría consiguió conjurar correctamente el hechizo de levitación, Ron estaba de tan mal humor que decidió no volver a intentarlo, a pesar de las insistencias de Hermione; ni siquiera se dignó a esperarla al finalizar la clase mientras ella ordenaba los libros en su bolsa, uniéndose junto a Harry al corrillo de compañeros que desfilaban hacia la próxima clase.

Viendo que prácticamente se había quedado sola, Hermione salió a toda prisa del aula, despidiéndose del profesor Flitwick con una sonrisa mientras sujetaba como podía su pesada bolsa, y corrió por el patio empedrado entre los alumnos hasta que distinguió la melena pelirroja de Ron en la lejanía, acompañado por cinco figuras más de su misma estatura. Decidida, se abrió paso entre el gentío hasta que logró alcanzarles por la espalda, hecho del que se sintió profundamente arrepentida un instante después.

Es «levi-o-sa», no «levio-sá» —se jactaba Ron de ella—. No es raro que nadie la aguante. Es una pesadilla, te lo digo en serio.

Oír aquello espantó por completo su alegría interna. Sintió como la sangre se le helaba en las venas y cómo sus ojos se acristalaban irremediablemente, y antes de que sus mejillas se inundaran de lágrimas chocó intencionalmente con Ron, pasando de largo a ritmo acelerado.

—¡Hermione! —escuchó la voz de Harry a sus espaldas, pero no se detuvo ante la vergüenza de que la vieran llorar a moco tendido.

Los muchachos, deteniéndose a su vez, la observaron perderse rápidamente entre la multitud con la cabeza agachada. Difícilmente podrían llegar a imaginarse que, aún siendo tan pequeña, todavía podía llegar a sentirse mucho más diminuta.

***

Con motivos de Halloween, el Gran Comedor había sido transformado en un escenario digno de la noche de los muertos. Mil murciélagos aleteaban desde las paredes del techo, mientras que otro millar más pasaba entre las mesas, como nubes negras, haciendo temblar las velas encendidas de la calabazas que flotaban sobre las cabezas de los alumnos, mostrando sus sonrisas terroríficamente talladas.

El techo reflejaba una poderosa tormenta que iluminaba los rostros pavorosos de algunos muchachos con sus truenos, y Severus Snape, que usualmente despreciaba toda clase de fiesta o celebración que se diera en el castillo, se regodeaba ante el espectáculo mientras bebía a sorbos de su copa de hidromiel.

A pesar de que el festín había aparecido en elegantes platos dorados y cubertería a juego, él no había probado bocado. Apenas había apuñalado el pastel que le habían servido, filtrando la mermelada a través de los agujeros de la corteza como si se tratara de la sangre de un cadáver. Se encontraba demasiado ensimismado en su diversión interna: repasaba con lentitud las mesas, decoradas con dulces y golosinas con motivos de terror, y se detenía en los sobresaltos de los alumnos que caían víctimas de los trucos que se habían conjurado en el espacio.

La mesa de Gryffindor fue la última en repasar con sus ojos lóbregos, plenamente convencido de que se habría dejado lo mejor para el final, pero su satisfacción se vio seriamente turbada en cuanto sus ojos encontraron las figuras adecuadas de Harry y Ron en la larga mesa, de quienes esperaba poder reírse aprovechando la ocasión. Entre ellos había un hueco que nadie se había atrevido a ocupar, y no fue difícil percatarse de la ausencia de aquella cabellera indomablemente rizada.

¿Por qué el asiento de Hermione estaba vacío?

Aquella duda le mantuvo entretenido durante un buen rato, molesta como un pinzamiento en el estómago, en el que no fue capaz de prestar atención a los relatos intrascendentes que la profesora Babbling, adecuada a su lado derecho, le contaba mientras comía.

En la mesa de los leones, la ausencia de Hermione era también un asunto candente que sólo Harry se sintió capaz de afrontar.

—¿Dónde estará? —preguntó en voz baja—. ¿Qué le habrá pasado?

Ron, que se entretenía machacando una piruleta de chocolate con los dientes, parecía incómodo con el asunto y se limitó a encogerse de hombros como única respuesta.

—He oído a Parvati diciendo que Hermione no quiere salir del baño de las chicas —se les acercó Neville con discreción—. Lleva ahí toda la tarde, llorando.

Si ambos ya se sentían culpables, las palabras del muchacho no hicieron más que hundirles en su propia miseria. 

Intentaron retomar la cena a pesar de su profundo sentimiento de derrota, pero en cuanto Harry se animó a servirse unas patatas en el plato, las puertas del Gran Comedor se abrieron abruptamente. El profesor Quirrell se descubrió frente a la atención de todos los presentes con el turbante torcido y la cara invadida por una mueca de horror.

—¡Trol en las mazmorras! —gritó a pleno pulmón, recorriendo a paso apresurado el corredor que se formaba entre las mesas de Gryffindor y Hufflepuff hasta la Mesa Alta—. ¡Hay un trol en las mazmorras!

Todos lo contemplaron con estupefacción mientras se acercaba al profesor Dumbledore, se apoyaba sobre la mesa y jadeaba.

—Un trol... en las mazmorras... pensé que debía saberlo...

Tras haberles advertido con su anuncio, se desplomó en el suelo. 

Se produjo un tumulto entre los alumnos, estallando en un grito desesperado y alzándose violentamente de sus asientos. Para que se hiciera el silencio, Dumbledore tuvo que hacer salir varios fuegos artificiales de su varita.

—¡Silencio! No debe cundir el pánico —exigió con voz firme, manteniéndose erguido—. Prefectos, conducid a vuestros grupos a los dormitorios de inmediato.

Percy, que estaba en su elemento, se hizo presente frente a los integrantes de la larga mesa de los leones.

—¡Seguidme todos! ¡Los de primer año, manteneos juntos! ¡No necesitáis temer al trol si seguís mis órdenes! Ahora, venid conmigo. Haced sitio, tienen que pasar los de primer año. ¡Perdón, soy un prefecto!

—¿Cómo ha podido entrar aquí un trol? —preguntó Harry mientras subían por la escalera.

—No tengo ni idea —aseguró Ron—. Tal vez Peeves le haya dejado entrar como broma de Halloween.

Pasaron entre varios grupos de alumnos que corrían en distintas direcciones. Mientras se abrían camino entre un tumulto de confundidos Hufflepuffs, Susan se aferró súbitamente a sus brazos.

—¿Sabéis dónde está Hermione? —ansió saber con los ojos colmados de preocupación—. No la he visto en toda la tarde, ni sé dónde estará ahora.

—¡Hermione! —suspiró Ron—. ¡Ella no sabe nada sobre el trol!

—¡Debemos ir a buscarla! —aseguró Harry, recibiendo un leve asentimiento por parte de sus compañeros.

Los tres se agacharon y se mezclaron con los Hufflepuffs que iban hacia el otro lado. Discretamente, se deslizaron por un pasillo desierto y corrieron hacia el cuarto de baño de las chicas. Acababan de doblar una esquina cuando oyeron unos pasos rápidos a sus espaldas.

—¡Percy! —murmuró Ron, empujando a sus compañeros detrás de un gran buitre de piedra.

Sin embargo, una vez contuvieron el aliento y miraron sin moverse ni un ápice, no vieron pasar a Percy sino a Snape. El profesor cruzaba el pasillo a paso firme, con el ceño fruncido y la varita tomada con firmeza en su mano derecha, y desapareció de su vista tan rápido como se había presentado.

—¿Qué es lo que está haciendo? —susurró Harry—. ¿Por qué no está en las mazmorras, con el resto de los profesores?

—No tengo la menor idea —declaró Ron.

Lo más silenciosamente posible, los tres se arrastraron por el otro pasillo, siguiendo los pasos cada vez más apagados del profesor, y se detuvieron en cuanto la oscuridad se cernió sobre ellos, impidiéndoles ver por dónde pisaban. Harry, haciendo un breve repaso de los hechizos que habían aprendido, sacó su varita y la agitó con suavidad.

Lumos.

Una luz débil iluminó la punta de la varita, y aunque con ella no eran capaces de alumbrar todo el corredor, les bastó para saber el camino que habían tomado en la oscuridad. Avanzaron unos pocos pasillos hasta que Harry se dio cuenta de que aquel recorrido ya lo habían tomado con anterioridad.

—Se dirige al tercer piso —aseguró, reconociendo el camino.

Pero Susan, con mueca extrañada, levantó la mano para detenerle.

—¿No sentís un olor raro?

Ambos olfatearon el aire y un aroma especial llegó a sus narices, como una mezcla de calcetines sucios y comida podrida. No tuvieron tiempo a preguntarse de dónde provenía, puesto que el hecho se descubrió por sí mismo. Oyeron un gruñido y las pisadas inseguras de unos pies gigantescos, quedándose completamente petrificados. Algo enorme se movía hacia ellos.

—Pero... qué demonios... —gimoteó Ron—. ¿Qué demonios es eso...?

La única respuesta que recibieron fue una presencia que estiró del cuello de las chaquetas de Harry y Ron y los arrastró hasta el fondo del pasillo. Cuando se soltaron del agarre, reconocieron el rostro de Cedric, que les observaba jadeante.

—Susan, ven aquí —ordenó este con rapidez, logrando que la pelirroja se escondiera junto a ellos—. Y tú, Harry, apaga eso.

El muchacho le obedeció sin rechistar, y los cuatro quedaron ocultos entre las sombras, viendo surgir al intruso a la luz de la luna como una visión horrible. Medía más de tres metros y medio de alto y su piel era de color gris piedra. Su cuerpo era descomunal y deforme; tenía las piernas cortas, gruesas como troncos de árbol, los pies achatados y la cabeza pequeña y pelada. Arrastraba consigo un gran bastón de madera, sujeto a sus brazos largos, y el olor que desprendía era insufrible.

El monstruo se detuvo en una puerta y miró hacia el interior. Agitó sus largas orejas, como si meditara decisiones con su minúsculo cerebro, y acabó entrando lentamente en la habitación.

—La llave está en la cerradura —comentó Harry con los ojos abiertos—. Podemos encerrarlo allí.

—¡Buena idea! —respondió Ron con voz agitada.

Se acercaron hacia la puerta abierta con la boca seca, rezando para que el trol no decidiera salir, y de un gran salto, Cedric pudo empujar la puerta y Harry le echó la llave.

—¡Sí!

Animados con la victoria, retomaron el camino que habían trazado sus pasos.

—Ahora, tenemos que encontrar a Hermione —murmuró Susan a medida que avanzaban—. Pero, ¿cómo lo haremos? ¡Así es imposible distinguir dónde nos encontramos!

—¿Sabéis dónde se encuentra? —preguntó Cedric, siguiéndoles el paso con facilidad.

—¡Sí! —afirmó Ron mientras doblaban otra esquina—. Está escondida en el baño de las chicas.

—¡¿Qué?!

Cedric se detuvo en seco con los ojos muy abiertos. Los tres muchachos, extrañados, imitaron su gesto y compartieron entre sí una mirada de desconcierto. No hizo falta que el mayor les explicara a qué se debía su reacción: sus corazones se detuvieron al escuchar un grito agudo y aterrorizado que procedía del lugar que acababan de cerrar con llave.

—Oh, no —dijo Ron, tan pálido como el Barón Sanguinario.

—¡Es el cuarto de baño de las chicas! —bufó Susan.

—¡Hermione! —exclamaron Harry y Cedric al unísono.

Cedric se volvió a toda velocidad hasta la puerta, seguido por los tres muchachos de primer año, y dio la vuelta a la llave con un resoplo de miedo. Con los pulmones inundados de valentía, los cuatro empujaron la puerta y tomaron con fuerza sus respectivas varitas, dispuestos a batallar.

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